MI PARTICULAR BARRANCO (2)

De esa noche recuerdo una corta persecución, conmigo al volante de un BMW (que ahora sería un veterano que me gustaría tener) que era del esposo alemán de la peruana que nos acompañaba.

Mi inocencia juvenil de entonces no me permitió advertir que toda la velada había sido escenificada para que mi pareja fuera seducida, pero no por mí. Quién sabe, lo que quería nuestra acompañante era hacer un trío y no fui capaz de percibirlo.

Justo por esa época, se recrudeció la crisis económica que el país venía arrastrando desde los 70, y, entonces, Barranco junto con el resto de Lima y el país entero, se empezó a desmoronar literalmente.

Recuerdo haberlo recorrido varias veces con la fascinación y el pavor de quien se sabe ante una joya arquitectónica a punto de perderse destruida de abandono.

Fue en esos años también que empezó a ponerse de moda alquilar grandes y antiguas casonas -especialmente las de estilo colonial- para hacerlas comunas, al modo universitario europeo.

Recuerdo una comuna de dos alemanas y dos pintores peruanos. Y, por supuesto, la envidia que sentí.

Por esos años, por poquísimo dinero se podía vivir en una casa bellísima, amplia, con jardines y con vistas y a un paso del mar.

Eso sí, había que poner la propia mano de obra para pintar, arreglar y renovar las antiguas construcciones.

El atractivo de ese Barranco lo constituían sus antiguas calles y alamedas, sus palacetes, mansiones y casonas, sus construcciones que hablaban de un pasado de bonanza y arte, todas a punto de derrumbarse, verdaderas reliquias arquitectónicas esperando la extremaunción.

Había, además, un par de tabernas interesantísimas.

Recuerdo especialmente la decana de las tabernas limeñas -el Juanito que ya mencioné- célebre por conservar su mobiliario de comienzos del siglo pasado, por la bohemia visitante y sus butifarras de jamón del país.

En el Juanito una muchacha me dio el único beso realmente furtivo que he recibido en mi vida: después de una larga conversación, cuando ya me había resignado a no obtener ni su número telefónico, ella se levantó y me estampó un beso rabioso y potente, para dejarme luego allí sentado, pasmado, incapaz de reaccionar. Liberación femenina a la peruana.

Me senté varias veces en el Juanito a ver morir la tarde.

Es decir a escribir poemas que ya no sé dónde están, como lo hacía -acaso en la misma mesa- el poeta Abraham Valdelomar, el del cuento memorable con el gallo llamado Caballero Carmelo.

Me lo hizo notar un escritor piurano -y peruano, por tanto-, Roger Santivañez: «Estás viendo morir la tarde con un lápiz en la mano, como Valdelomar», me dijo una vez, haciéndome enrojecer de vergüenza.

La compositora Chabuca Granda plasmó como pocos esa desazón del que no puede contra el paso del tiempo y compuso esa joya nostálgica y remembrante que es Puente de los Suspiros, un valsecito de esos que ya no se componen.

A finales de los años ochenta algunas instituciones -principalmente culturales, pero también bancarias- empezaron a adquirir en Barranco antiguos inmuebles, verdaderas reliquias arquitectónicas, con el fin de restaurarlos y utilizarlos como sede institucional.

Los conseguían a precio de ganga.

Finalmente, a finales del siglo pasado, lo que había empezado como ocurrencias atrevidas y aisladas (alquilar una casona y restaurarla llamativamente para convertirla en un híbrido de centro cultural y bar: La Noche, por ejemplo), comenzó a cuajar hasta el punto de que toda una calle vecina al parque central de Barranco fue literalmente okupada por bares y restaurantes.

He vuelto a Barranco en cada uno de mis viajes al Perú y cada vez me he quedado sorprendido con el desarrollo que vive como distrito turístico y bohemio.

Contemplarlo con esa mezcla de nostalgia (por su pasado primero de esplendor y el más reciente de desolación) y de admiración (por los cambios actuales), es una práctica que tiene su parangón en los sentimientos encontrados que vive un progenitor al contemplar los cambios de sus hijos adolescentes.

Por un lado, la nostalgia de la niñez dejada atrás; y, por otro, la alegría por el futuro promisorio.

He recordado todo esto porque un barranquino -Jorge De Albertis Bettocchi- ha hecho ganar a su distrito en un concurso de Google: «Modela tu ciudad».

(Su apellido no es una casualidad, es el vestigio y testimonio vivo de los inmigrantes europeos que alguna vez eligieron Barranco para quedarse a vivir: ingleses, italianos y alemanes, principalmente.) (Si Mallorca tiene su Playa del Inglés, Barranco tiene su Malecón de los Ingleses.)

Jorge De Albertis es abogado y lo suyo es un modesto -pero exitoso- intento por devolverle a la vida los sabores y ambientes del pasado.

Porque lo que se va nunca se recupera.

Pero se queda en la labor de los arquitectos y artesanos, artistas olvidados: en sus casonas, mansiones y palacetes; en un puentecito querido, en calles arboladas y alamedas flanqueadas por palmeras.

O en hermosas vistas al mar desde sus jardines al pie de los acantilados y rincones de ensueño.

En joyas arquitectónicas capaces de hacer más grata la vida del más humilde de sus habitantes y sus visitantes.

HjorgeV 23-05-2010

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