ENTRANDO DE ESPALDAS AL FUTURO

Nunca he podido entender eso de celebrar la llegada del nuevo año empezándolo mal.

No lo critico ni lo veo mal, pero eso de levantarse a las quinientas con una resaca terrible y dolor de cabeza.

Maldurmiendo en un rincón. Malcomiendo por los desbarajustes estomacales y anímicos causados por la resaca.

Desordenando en más de una forma el primer día del nuevo calendario. No sé.

*

Una vez con mi esposa -en ese entonces no teníamos niños- decidimos recibir el año nuevo bailando en una discoteca de Colonia.

Cuando quisimos regresar a casa de madrugada, nos dimos con que había largas colas de gente esperando en los paraderos de los taxis y los tranvías.

Sufrí pasando un tremendo frío polar esas primeras horas de ese año (con temperaturas bajo cero: las de esta medianoche estarán por encima de los 10ºC, toda una sensación por estas latitudes).

Y rodeado de seres que parecían, por su forma de ‘celebrar’, haber salido recién de la cárcel después de veinte o más años de condena.

No parecía que un año iba a empezar.

Parecía que el mundo se iba a acabar.

*

Ahora se acaba el 2012 y sigo sin concluir mi novela.

Cuando la empecé hace tres años, tenía las ideas tan claras que comencé a escribirla pensando que la podría terminar en tres meses exactos. Me sentía capaz, con experiencia, pleno de convicción y energía creadora.

Los tres meses se han convertido en tres años.

Antes había escrito cuatro novelas y pensaba que ya tenía el entrenamiento necesario para escribir la ‘definitiva’.

Leí entonces varias opiniones y frases sobre el tema. (Lo detallé aquí.)

Según James N. Frey (más consejero que escritor) muchos de los mejores autores que conoce recién publicaron después de producir cinco millones de palabras.

Dios, me dije.

(Partiendo de que una novela de 300 páginas tiene unas 100.000 palabras, entonces 5 millones de estas equivalen a nada menos que 50 novelas de 300 páginas.)

*

Visto así el asunto, pude entender por fin el comentario primero de la lista de consejos de la la escritora irlandesa Anne Enright:

1) The first 12 years are the worst.

Un largo camino, sí, para la gran mayoría.

Sin absoluta garantía de nada, por lo demás.

*

Anteanoche salí con un amigo «a tomar unas cervezas» y me preguntó por mi libro.

Le dije que esperaba acabarlo pronto, pero que vengo pensando lo mismo el número de años arriba indicado.

Tal vez, en el fondo, no quiera terminar mi novela, le dije, después de haber bebido lo suficiente como para que mi lengua se animara a moverse libremente.

In chela etiam veritas.

*

Cuando D. se fue a devolver parte del líquido ya destilado por su cuerpo, se me vino la imagen (mi propia imagen) de un viejo demente que se levanta a diario de madrugada y se queda hasta la noche trabajando en las palabras de su único libro inconcluso.

Alguien que se pasa el día revisando cada frase, cada episodio para que no existan contradicciones, errores o simples pavadas; corrigiendo diálogos; persiguiendo párrafos superfluos y palabras inútiles; leyendo en voz alta para asegurarse de que el tono narrativo es/sea el adecuado.

Las décadas (tres) han pasado para el viejo y la novela aún no ha llegado a su final.

Y nunca tampoco la terminará porque han pasado tantos años que el viejo se ha vuelto senil y olvida cosas, confunde capítulos y personajes, y ni siquiera sabe ya que se ha pasado décadas buscándole un buen final a su novela.

*

¿Qué temo?

¿Dar por terminado un libro que no me ha dejado/deja/está dejando (todavía) satisfecho?

¿Y perder así mi preciado juguete, sueño, diversión, misión, acertijo, búsqueda, laberinto, laboratorio, aventura, escondite, refugio, razón de existir?

*

D., el amigo en cuestión, es un vecino de este pueblucho de los alrededores de Colonia.

Lo conocí hace más de una década cuando nos mudamos aquí. Entonces su propia empresa de informática acababa de quebrar y él hacía todo tipo de trabajos para mantenerse a flote:

Reparaba computadoras y todo tipo de electrodomésticos, pintaba casas, reparaba y cambiaba ventanas, puertas y cualquier cosa que se hubiera roto o estropeado.

Su repertorio era inacabable, porque no le hacía ascos a ninguna tarea y, además, su curiosidad no le permitía dejar nada sin probar.

*

Me cayó bien por eso, justamente, y porque, en contra de las costumbres usuales de este país, cuando nos conocimos no me hizo ninguna pregunta sobre mi ocupación ni mi futuro.

En ese entonces yo ya llevaba bastante tiempo rumiando la idea de cerrar mi negocio y dedicarme a escribir, y prefería no contarlo.

Me ahorró el típico: «¿Y usted a qué se dedica realmente?», con el que se suele empezar muchas conversaciones en suelo teutón y soltarle la lengua al interlocutor.

(A mí me la traba. ¿A qué me dedico realmente? A vivir, como todos.) (Pero esta es una respuesta que mis convivientes geográficos no me toman en serio.)

*

En ese entonces aún teníamos nuestro negocio en Colonia y le encargué a D. una serie de trabajos y tareas que cumplió todos con el sano entusiasmo de un buen aprendiz.

Sé que se pasó en total más de dos años ‘sin trabajo’, pero haciendo de todo para mantener a su familia. O sea, con mucho trabajo. Y sin chistar ni quejarse.

*

En el camino se separó de su esposa y perdió la casa que habitaba con su familia.

Lo volví a ver cuando se acababa de mudar a una casa abandonada y rodeada de un generoso jardín pero todo en muy mal estado.

(Había sido un diminuto burdel, me contó después; una sauna, concretamente.)

Me llamó para pedirme que lo ayudara con la mudanza. Tenía muy pocos muebles, así es que nos quedó bastante tiempo para conversar.

Me contó que acababa de encontrar un puesto fijo en su especialidad (informática) y que le iba muy bien. Tan bien que había comprado la casa a la que se estaba mudando.

Había sido una ganga y había mucho que hacer, reparar, cambiar y construir, pero era suya (la hipoteca) y no estaba mal para comenzar una nueva vida.

*

Lo volví a ver un año después. La casa ya estaba lista y parecía recién terminada de construir.

Le pregunté si le había costado mucho dejarla como estaba.

Me contó que había hecho todo solo:

Levantar un par de paredes, quitar alguna, revocar y pintar todas; cambiar algunas cañerías e instalaciones eléctricas; reparar los pisos (suelos) y poner parqué en algunas habitaciones; instalar la cocina y nuevos aparatos sanitarios. Más innumerables detalles.

Solo.

Sin la ayuda de nadie y en sus ratos libres.

Estaba contento porque uno de sus (tres) hijos se había venido a vivir con él.

*

Nos perdimos de vista y la siguiente vez que me llamó fue para pedirme un favor.

Había perdido la casa:

El que se la vendió había alegado que la había vendido por muy poco precio y había encontrado un abogado dispuesto a la lucha.

(Siempre hay un abogado dispuesto a cualquier lucha. Si pierden el juicio, ganan igual. Si lo ganan, ganan -muchas veces- más.)

Me contó que lo del bajísimo precio era cierto y que no tenía ganas de embarcarse en un juicio que tal vez no podría ganar y que en todo caso serviría para alimentar o engrosar las cuentas bancarias de por lo menos dos abogados.

Lo importante era que había aprendido a construir y reparar casas, que lo habían ascendido en su empresa y que su hijo se había venido a vivir con él.

*

-¿Cuál es el detalle? -le pregunté.

-Recién me dan las llaves en una semana.

-Buscas un lugar dónde dormir.

-Exacto.

Le dije que se podía quedar en el cuarto de huéspedes del sótano.

Me había pasado allí dos años escribiendo mis novelas y acababa de hartarme de él y su escasa luz natural.

*

La semana se convirtió en dos y estas dos luego en tres.

Mi esposa me advirtió que no pensaba soportar la situación más allá de las cuatro semanas.

-Paciencia -le dije-. ¿Y si fuéramos nosotros los que estuviéramos en una situación similar?

Faltando pocos días para que mi esposa me iniciara un juicio familiar, le entregaron las llaves de la nueva casa a D.

*

Anoche, como habíamos quedado, pasó por casa y luego caminamos hasta la calle principal del pueblo.

A pesar de que ahora dirige todo una sección de su empresa, tiene dos automóviles a su disposición y sigue ascendiendo, D. sigue siendo el tipo sencillo y afable que conocí.

Me había ayudado un par de semanas atrás a hacer un par de pequeñas reparaciones en casa.

No había querido aceptar mi dinero y quedé en invitarle un par de cervezas por el favor.

*

La avenida estaba desierta a esa hora del sábado. Había esperado más gente, acaso por las sorpresivas temperaturas otoñales (casi primaverales) de estos días.

Solo estaban allí, reunidos como siempre, la iglesia, el nido (parvulario o kindergarten), un restaurante que es famoso en la región y el bar del pueblo, además de una cabina de teléfono destrozada y el paradero de buses por el que solo pasa una línea a las horas que menos se necesita.

En la puerta del bar había un letrero bastante común en estos días: Geschlossene Gesellschaft.

(Algo así como ‘reunión privada’, aunque significa círculo o sociedad cerrada).

*

Como el bus pasaba recién en veinte minutos, D. llamó a su hijo para que nos llevara a Brauweiler, la localidad vecina.

Brauweiler tiene una abadía imponente de casi mil años de antigüedad. (Fue prisión de la Gestapo y allí estuvo encarcelado Konrad Adenauer, el primer canciller de la República Federal de Alemania.)

Al frente de la abadía y en plena avenida principal hay un hueco inmenso de cincuenta por cien metros, de cuatro años de antigüedad y que nadie sabe cuándo se seguirá construyendo.

Allí se planificó una especie de plaza principal hace diez años, cuando no se escuchaba todavía la palabra crisis acá en Alemania y la economía parecía una cornucopia.

*

La idea era armonizar zonas comerciales y de solaz con un conjunto de viviendas para artistas con alquiler subsidiado por el Estado.

Pero llegó la bendita crisis poco después y alguien debió considerar esta última idea una vergüenza y se paralizó la obra.

¿Por qué entregar espacio tan valioso a simples artistas y perder dinero, debieron preguntarse, si el lugar podía producirlo?

Todo encajado en el nuevo concepto que hace furor en Europa: el arte no hace más ricos a los pueblos, los empobrece.

*

Rodeando el Gran Hoyo que alguna vez será el centro y atractivo de Brauweiler hay una pizzería, una heladería, un chino (negocio de comida -sabrosa- al paso preparada por chinos), un griego (que más vende papas fritas y salchichas que sus especialidades helenas) y cinco bares.

Nuestro objetivo era recorrer los cinco. Hacía mucho tiempo que no salíamos juntos y esa sería nuestra forma de celebrarlo.

(Los alemanes suelen entrar a un bar y no abandonarlo hasta el final. En este país existe la palabra Stammkneipe, el bar o taberna que es como una prolongación del cuarto o sala de estar. De allí que cada nuevo cliente llame la atención cuando entra por primera vez a un bar.)

*

Nos dimos con que la primera taberna llevaba cerrada ya varios meses. (Otro sueño roto.)

La segunda tenía ventanas que no permitían ver lo que había dentro. Dudamos, pasamos dos, tres veces, intentando saber qué nos podría esperar dentro. Desistimos finalmente.

Entramos al tercero: una Brauhaus (cervecería) por el letrero. Un fumadero, más bien, al abrir la puerta.

Dudamos. Los dos detestamos el humo de los cigarrillos.

Pero ya habíamos abierto la puerta y sentíamos curiosidad de hacer algo que no habíamos hecho muchos años, tan común en nuestra época de estudiantes y después también.

Pagamos caro la curiosidad: una media hora aspirando el humo de otros y convirtiendo nuestras ropas en focos de irradiación nicotínica.

*

La escena interior del bar me hizo pensar inmediatamente en un cuadro de Hopper.

Una mujer bebiendo y fumando en la barra, la tabernera al otro lado del tablero.

Dos mesas más.

(Existen en este país muchos grupos así: los típicos de amigos que se reúnen con viento, lluvia o nieve un día fijo a la semana o al mes. De ser posible, a lo largo de años o décadas, religiosamente.

La amistad medida a través de la constancia en las visitas a un bar.

No mucho más como amistad salvo eso.)

*

Sábado por la noche en una ‘ciudad’ de ocho mil habitantes: un bar quebrado.

Y otro semivacío y con mucho menos vida y energía que un cuadro de Hopper.

Ceniceros sucios, iluminación pésima (excesiva para una taberna; y eso que detesto los lugares demasiado oscuros.)

La tabernera, una rubia que debió ser atractiva y esbelta a mediados del siglo pasado, nos quedó mirando con asombro al entrar.

¿Se preguntaría si solo entrábamos para inquirir por la ruta o por una dirección?

Pedimos dos cervezas de trigo.

-Solo servimos Kölsch.

-Qué más da.

*

La cerveza colonesa tiene fama de aguada.

Se sirve en vasos de un quinto de litro (hasta hace unos años incluso en vasitos de un décimo de litro) y los coloneses prestan estricta atención a la medida exacta de espuma servida.

Los vasos tienen una marca para este propósito y, ay, si el tabernero la incumple.

Nos tomamos cada uno tres vasos de agua de Colonia y seguimos nuestra circunnavegación tabernera, contentos de poder respirar al fin un poco de aire fresco.

*

No llegamos al cuarto bar (los bajos del único hotel del lugar).

Nos tomamos el resto de cervezas en el tercero.

Un grupo de personas celebraba un cumpleaños y consideramos que no encontraríamos más acción en varios kilómetros a la redonda.

-Nos dijeron que iban a ser cuarenta pero solo han llegado veinte -nos instruyó el tabernero, un griego llegado a Alemania treinta años atrás, refiriéndose a los invitados.

Sobre una mesa había un barril de cerveza del que se podían servir solo estos últimos (una forma de ahorrar).

Salvo ellos, había dos parejas más en el bar y nosotros.

*

Pregunté por el retrete.

Tuve que pasar por la zona destinada originalmente a la restauración: unas quince mesas, veinte metros de largo, totalmente vacía.

Al final del recinto, sobre el mantel blanco de una mesa inmensa, varias piezas de pan baguette y una olla gigante esperaban a los invitados.

Me imaginé su contenido: sopa de lentejas con trozos de papas y rodajas de salchicha.

*

El retrete quedaba en el sótano y era tan amplio como un departamento.

De no haber estado nosotros y el grupo del cumpleaños allí, ¿cómo habría estado de concurrido ese bar ese sábado por la noche?

Cien metros cuadrados en la planta baja, más cincuenta en el sótano, para atender a un total de tres o cuatro parejas.

¿A quién se le ocurriría que en ese pueblucho podían coexistir cinco bares?

Es otro ejemplo de la crisis en la que se debate Europa actualmente.

El Gran Hoyo inmobiliario frente a la abadía ya no es solo una metáfora, es la honda realidad.

*

Mi esposa dice que hice un ruido fuerte en el baño cuando llegué a medianoche, seguramente porque me golpeé contra la cabina de la ducha.

No lo recuerdo.

-¿Es una queja? -le he preguntado-. Prometo no volver a beber el resto del año.

-Ja, ja.

-Bueno, tal vez solo una de trigo. Quién sabe.

¿O hay alguien que conoce el futuro?

*

Sé que en castellano, en alemán y en muchas de las lenguas europeas, el futuro se representa como lo que tenemos delante, lo por venir, lo que nos vamos a encontrar en nuestro camino.

En nuestra concepción del tiempo, el pasado se representa como lo que está detrás de nosotros, lo que hemos dejado en nuestro recorrido.

Una vez leí que en aymara, la lengua de los habitantes de la meseta del Collao y adyacentes, el futuro está detrás: porque es lo que está fuera de nuestro campo de visión, lo que no se puede ver.

Mientras que el pasado está delante: lo que conocemos y podemos ver porque lo hemos vivido y existe constancia de ello.

Me parece una forma verdaderamente racional de ver las cosas.

*

El nuevo año deberíamos empezarlo bien.

Y, después de una semana, o así, celebrar ese magnífico inicio.

Tal vez deberíamos celebrar el año que pasó y no el que está por venir y aún no conocemos ni sabemos siquiera si llegaremos a vivirlo en toda su extensión.

Es tal la prisa por el futuro en muchas personas, que aquí en este país hay quien planifica todo metódicamente.

Hasta el punto de organizar cómo y en dónde desea ser enterrado.

¿No es una perversión y una especie de negación del presente, o sea de la vida puesto que esta no ocurre en el pasado ni el futuro sino exactamente en el presente?

*

El ensayista, pintor y escritor suizo Friedrich Dürrenmatt dejó una frase genial:

«Cuanto más minuciosamente planea una persona su futuro, más duramente la golpeará el destino.»

(En verdad puso Zufall al final, que es ‘casualidad’ o ‘azar’; pero ‘destino’ me parece más adecuado en este caso: como la suma de toda esa serie de casualidades, azares e imponderables que salpimentan o agrian toda existencia.)

(La Academia dice que ‘agriar’ se conjuga como ‘avisar’. Otras fuentes indican que se conjuga como ‘amar’, que es como más me suena a mí también.)

*

Esta medianoche termina otro año de nuestras vidas, se cierra un ciclo (arbitrario) más.

Pensaré en el punto de vista de los aymaras cuando lleguen las doce.

Que estaremos entrando, en realidad, de espaldas -a ciegas- a un nuevo calendario.

Detrás de mí, en los doce meses próximos, espero que se encuentre el final de mi novela.

Suerte también a ti en tus cosas, lector@ improbable y desconocid@.

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HjorgeV 31-12-2012

3 comentarios sobre “ENTRANDO DE ESPALDAS AL FUTURO

  1. Un feliz año pa delante o para atrás… Qué sea suave y dulce. Un abrazo, Jorge.

    Hola, Inés. Qué gusto leer tu saludo. Un abrazote de vuelta. Que estés bien en cualquier sentido y dirección. HjV

  2. Suerte con la novela y lo mejor para este 2013. De un lector improbable.

    Hola, Daniel. Gracias mil. ¿Novela, dices? ¿A qué novela te refieres? Eso fue probablemente hace tres décadas. ¿O ya me me empieza a fallar la memoria? Suerte en lo tuyo también. HjV

  3. Feliz 2013 para ti también HjV, estoy seguro que finalizarás tu novela y que quedará estupenda, al margen de si decides publicarla o no. Esa idea de caminar de espaldas al futuro mirando al pasado es quizás mas acorde a la realidad aunque siempre es mas esperanzador ver hacia el futuro, creo yo. Este fin de mes debería ir a Dusseldorf, ya te iré comentando si se concreta. Saludos y felicidades.
    Eduardo

    Hola, Eduardo. Muchas gracias por los saludos y tus comentarios. Creo que lo uno no colide con lo otro: se va al futuro a ciegas, en el sentido de que no sabemos qué va a suceder, pero eso no quita que tengamos puestas nuestras esperanzas y deseos en él. De hecho, gran parte de lo que hacemos, es una preparación para ese futuro. No te olvides de pasarme la voz si pasas por Dusseldorf, a ver si por ahí podemos encontrarnos allí o aquí. Un abrazo. HjV

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