CONSUMIR HASTA LA MUERTE

De mis tiempos limeños, al otro lado del charco, recuerdo las llamadas tarjetas de condolencia o pésame.

Tengo un recuerdo más vivo de las que enviaba la familia del fallecido para agradecer la asistencia a las honras fúnebres del difunto.

Yo las percibía como una forma de extender la presencia del extinto. Presentía que él estaba detrás de ellas. Que las podía leer y saber que yo también las estaba leyendo.

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Solían ser de grueso cartón blanco, como imitando -adrede o no- la rigidez de un ataúd.

Con líneas, figuras, motivos y letras negras que enseguida denotaban su cometido, su noticia fúnebre.

Yo las abría con respeto, y hasta con miedo. El solo leerlas me hacía pensar que quien escribía era el finado.

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Abro la puerta. Veo por la ranura que el cartero ha dejado correspondencia en el buzón. Los nuevos vecinos, una joven pareja sin hijos, me saludan. Comentamos la bondad solar.

Dentro del buzón encuentro una tarjeta que solo puede ser fúnebre por su aspecto.

La abro. Efectivamente, es para anunciar la defunción del propietario de la casa que habitamos.

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Acá en Alemania se conocen como Todesanzeige. Literalmente: ‘anuncio de (una) muerte’.

Se envían para que se enteren familiares, amigos, vecinos y demás conocidos del fallecimiento de una persona.

Sucede que por estos lares muchas veces nadie se entera de una desaparición.

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Cuando murió mi abuela paterna, llevé varios días una camisa blanca con un pedazo de tela negra (crespón) sobre el bolsillo en señal de duelo.

Acá en Alemania no he visto nada similar y me lo imagino impensable.

Sería visto como una muestra de debilidad.

La muerte no tiene por qué afectar demasiado tu vida, es más o menos la regla en este país.

He visto a muchos alemanes negarse a llorar o expresar sus más profundos sentimientos (por lo menos públicamente) por la muerte de sus seres más queridos y cercanos.

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Un conocido de Colonia solía quejarse del estado mental de su madre, una anciana aquejada de demencia senil.

Que no recordaba nada.

Que ni siquiera podía reconocer a su único hijo, él.

-Es una pesadilla -me decía.

¿Cómo prodigar cariño, interés o simple tiempo a alguien que ni siquiera sabía quién se lo daba?

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Mi tía más querida (tengo la suerte de tener un par de tías así) ha cumplido noventa años.

Está, como suele decirse, completamente lúcida.

Desde que tengo uso de razón la recuerdo siempre anciana y siempre quejándose (aunque de buen humor) de sus achaques.

La escucho al teléfono y su voz -su energía- apenas parece haber cambiado con las décadas.

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Me crucé ayer en la calle con un jovencito XL.

Debía tener quince o dieciséis años, pero con el aspecto de una persona mayor, debido a su gordura.

-¿Tú también enfermo? -le gritó otro jovencito, con una sonrisa pícara, desde el otro lado de la calle.

-El oído, ¿sabes? -dijo nuestro XL, tratando de disimular su rubor porque ambos habían faltado al colegio fingiendo una enfermedad.

El otro solo rió y continuó su camino.

Un anciano también se los había quedado observando, como yo.

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Suelo ver el resumen de la Bundesliga los sábados en la casa de mi vecino, un jubilado en proceso de recuperación de un tratamiento oncológico.

Tomé esa costumbre (la visita sabatina) cuando se estropeó nuestro televisor dos veces seguidas y decidimos renunciar a la caja tonta.

Luego mis suegros nos regalaron un nuevo y moderno aparato (¿cómo decirles que no?). Con todo, seguí con la costumbre de visitar a mi vecino los sábados para ver la Bundesliga.

La última vez, conversando entre jugada y jugada, llegamos al tema de la eutanasia.

La esposa de mi vecino me contó que le ha dado una carta poder a su hijo para que los médicos la ayuden a morir en caso necesario. Me pareció perverso.

*

¿Cuándo es ‘necesario’ ayudar a morir a una persona?

Suelo escuchar acá en Alemania que muchos desearían llegar a una edad muy avanzada, pero, eso sí, condición sine qua non: lúcidos.

Empero, ¿quién decide esa lucidez o el grado de esa lucidez?

¿Y si la persona en cuestión no está de acuerdo?

*

Camino por las calles de este pueblucho de las afueras de Colonia.

En pocos días habrá nuevamente elecciones federales en el país más poblado, más rico y poderoso de Europa.

Basta ver los carteles en las calles, los puestos con flores y chucherías de regalo para ganar votantes, las gigantescas fotos de los candidatos colgando por todas partes.

Basta ver todo eso, decía, para saber que la democracia se ha convertido en un circo electoral.

Panem et circenses. Pan y toros.

Pan y fútbol hoy.

Más que avanzar tal vez hemos retrocedido en muchos aspectos desde que Juvenal enunciara la frase veintiún siglos atrás.

*

No hace mucho detuve mi automóvil en plena calle para asistir a una anciana que apenas había recorrido unos cien metros en quince minutos.

Lo noté porque era el tiempo que me había tomado hacer una diligencia en el pueblo vecino.

Le ofrecí mi ayuda y la aceptó, pero muy desconfiadamente.

La llevé a la dirección que me indicó y solo me permitió acompañarla hasta la puerta.

Vivía sola en una casa familiar de dos plantas, rodeada de un jardín descuidado. Le di mi teléfono por si alguna vez necesitaba alguna ayuda.

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Nunca me llamó, por supuesto.

Después me enteré de que tenía una hija o una nieta que la visitaba una vez a la semana para ayudarle con las compras, familiar con el que la anciana no se llevaba muy bien.

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En una sociedad cuyo grado de ‘felicidad’ y ‘desarrollo’ está determinado por el poder de consumo de sus individuos componentes.

¿Qué vale la vida de un anciano, sea pobre o no?

¿Qué importante se puede sentir una persona de avanzada edad si ya no quiere o no puede participar del rito del consumo, de ese «comprar hasta la muerte»?

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HjorgeV 18-09-2013

2 comentarios sobre “CONSUMIR HASTA LA MUERTE

  1. Uno que ya cuenta años, 76 en mi caso, cuando lee algo así como lo que has escrito en el blog se inquieta y mucho. Otro día por favor escribe algo más ameno o más humorístico, que, para amargarnos la vida, ya tenemos la crisis, al menos muy severa en España. Otra cosa. Me han publicado en AMAZON.com clica sobre mi nombre o aquí. Un fuerte abrazo.

    Hola, Antonio. La crisis no es tan severa como vosotros creéis. Severo es no tener qué comer, beber o leer. El problema es otro: que unos pocos deciden por los demás, para quedarse con la mayor parte de las riquezas del país y las ganancias que estas producen. Y también es severo que el dinero de todos que antes se usaba en educación, arte, solidaridad, infraestructuras, entretenimiento sano y salud cada vez se recorta más para que una élite de señoritos pueda comprarse más yates y palacios y poner en la ruleta grandes fortunas que son de otros. Usted escribe, Antonio. Eso muchas veces es impagable. Un abrazo desde las afueras de Colonia.

  2. Estimado HjV, vaya reflexiones. Aunque sobre la «eutanasia» hay mucho que decir, pragmáticamente considero que la voluntad anticipada («testamento vital») es un documento que debería ser obligatorio puesto que con las edades tan avanzadas hacia las que hemos llegado como especie, con el consiguiente deterioro físico y, peor aun, cognitivo, muchas veces los médicos nos encontramos ante «paradojas» como pacientes con demencia avanzada, totalmente incapaces ni de asearse ni de comer, menos aún de entablar conversacion, a los cuales cuando dejan sencillamente de comer -por la demencia- se les coloca sondas de alimentación nasogástricas e incluso percutáneas… cosa que se podría evitar con la voluntad anticipada, el llamado «encarnizamiento terapéutico»… en definitiva, mucho de qué hablar.

    Por cierto, y cambiando de tema, encontré buscando en la red sobre cine alemán contemporáneo (he podido ver «Hijos del Tercer Reich», impresionante teleserie, aunque si se hubiese basado no en «casos tipo» sino en historias personales hubiera quedado mejor… otra historia también), el blog de un compatriota afincado en Baden: http://literatambo.blogspot.com.es/

    Saludos cordiales mi estimado, desde las tierras del Cid (a propásito, la teleserie «Isabel» está muy lograda también, y en el penúltimo capítulo la acción se desarrollaba en la Caput Castellae).

    Eduardo

    Hola, Eduardo. El tema es complicadísimo, para tocarlo con pinzas. Volveré a tocarlo, visto desde otra perspectiva. Te agradezco los comentarios y las informaciones. Sobre teleseries no puedo decir nada, porque no veo televisión. La bitácora mencionada ya la he revisado. Lamentablemente, me espantan las páginas dedicadas a la literatura, pero que muestran muy poco respeto por el idioma. En este caso por dos. Gracias de todas maneras. Que estés bien. Saludos desde los márgenes de Colonia. HjV

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