.
Necesitabas el otoño
para escapar:
retroceder para avanzar.
Perderte para encontrarte.
.
Delante de ti la línea de los
tejados y edificios seccionaban
el cielo sobre el
océano.
.
Alcanzar la meta para entender
que todo siempre es en vano,
puede doler.
Llegar, pero solo como prueba de
que has partido, aunque sigas
sin saber por qué, también.
.
Con todo, por fin aterrizas.
Por el intercomunicador hablas
con frases entrecortadas,
entresangrantes.
Con un gesto de domingo (que
aturde, precisamente, porque
hoy es domingo y has acertado
por fin con nuestro primer día)
me anuncias tu decisión.
Pulso el botón y empujas la puerta.
..
(Como sabías que no serías aceptada
habías corrido a toda prisa para que las
miradas no te alcanzaran,
convencida de que un gesto
de indiferencia bastaría
para derribarte.)
(Evitabas a tus demonios
interiores sin saber que así
los alimentabas.)
.
¿Miedo al futuro
que nunca existe porque
siempre es una masa transformándose
en presente?, me preguntas.
.
Miedo al presente, te
respondes a ti misma, sentada sobre el sofá
con un vaso que elevas
como una medicina eterna
hacia tus labios.
Pero más miedo al pasado:
los puentes, los caminos
destruidos. Los amigos caídos. Los pasos
no dados. Las traiciones a
ti misma.
.
¿Quién eres?
.
No respondes.
.
Lo intenta tu pasado
desde su eterna
máscara cotidiana:
apenas dos o tres gestos
mal aprendidos.
.
Lo noto desde la silla que
he escogido para escucharte.
.
Pero pareces no entenderlo
y miras hacia afuera y
es como si el cielo
se hubiese caído de pronto
a tus pies:
.
Pero solo es nuestra
ciudad, la húmeda y
silenciosa compañera de todos
nuestros
ruegos y elevadas
desgracias
la que nos mira en busca
de respuestas.
.
.
HjorgeV 04.10.2017