LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES
Sin habérmelo propuesto, terminé, un día del fin de semana que pasó, en una cómoda butaca del mayor cine colonés frente a la versión cinematográfica del libro que más me ha conmocionado en los últimos años.
Imagínense, por un momento, por favor, que van a acudir a una cita.
Que saben que no van a encontrarse con la persona u objeto (en este caso) que desean, pero esperan que el sucedáneo no los decepcione.
Sin embargo, eso es lo que me ha sucedido.
Mas, ¿cómo reclamar lo imposible?
Empecemos por lo más obvio de la película Los hombres que no amaban a las mujeres, basada en la novela homónima, primera de la trilogía Millennium del escritor sueco Stieg Larsson, fallecido en el 2004.
Para empezar, toda adaptación de una obra a cualquier otro género siempre se puede ver como un compendio de traiciones.
Por defecto u omisión. Y por exceso.
En toda adaptación ambos extremos son siempre posibles.
En este particular caso, me he quedado, además, con una gran duda.
¿Leyó el director de la película, Niels Arden Oplev, la obra original o solo el guión de Rasmus Heisterberg y Nicolaj Arcel?
No es una broma mi pregunta.
A pesar de que las dos historias principales de la primera novela de Larsson (la historia del periodista que habiendo perdido un juicio por difamación acepta sumergerse en la investigación de una antigua desaparición, y la historia de la joven hacker Lisa Salander que termina fundiéndose con la primera) han sido mayormente respetadas como núcleos, el argumento ha sido trastocado de tal manera que podría pensarse que el director no conocía la obra original.
La otra posibilidad sería que lo hizo adrede, con el claro objetivo mercadotécnico de enmarcar la película dentro del paquete de los thrillers de moda.
Para conseguirlo, tuvo que mutilar el argumento de diversas formas.
Obviamente, con el fin de ganar –primero- en agilidad, puesto que no se puede esperar condensar más de 700 páginas en el centenar y medio de minutos que dura la película.
En la novela, Mikael Blomqvist es un tipo íntegro, del que Salander, una frágil mujer con problemas para relacionarse con los demás (y acaso porque es el primer hombre que no la acosa ni espera nada de ella), termina enamorándose de él.
En la versión cinematográfica, Blomkvist es un tipo con pinta de camionero (suceo) que parece haber sido convencido para rodar una película camino de la panadería un domingo temprano por la mañana. (Con todo lo bueno y lo malo que eso podría significar. Ojo. Domingo temprano por la mañana, vamos.)
Luego, la película obvia dos puntos que en la novela terminan dándole peso y credibilidad al argumento.
- Desaparece la relación libertina de Blomkvist con la co-editora de la revista Millennium, Erika Berger, quedando reducida su relación a dos cortísimas secuencias de corte laboral.
- No existe más el pretexto (escribir su biografía oficial) que le ofrece Henrik Vanger al periodista Blomqvist para que pueda ocuparse más discretamente de la desaparición de su sobrina Vanger sin despertar sospechas.
Estos son dos ejemplos entre varios más, con los que la película gana así en soltura tras librarse de cierto lastre.
Sin embargo, las mismas cargas que el director de la película obvia por considerarlas solo como parte del peso, son las que en la novela se encargan de darle a la historia el equilibrio y la distribución necesaria de pesos, fuerzas y medidas.
El problema no es desconocido.
Cada quien interpreta las cosas a su manera, eso lo sabemos.
Pero también, además, está la cuestión de los objetivos de esa interpretación y estos tienen que haber sido casi exclusivamente comerciales en este caso.
De otra forma uno no se puede explicar cómo una buena historia como esta, termina convirtiéndose en una película que intenta vivir y sobresalir por su regodeo en imágenes fuertes y macabras, absolutamente secundarias en el original.
Es el morbo que vende. Imágenes fotográficas de cuerpos vejados y humillados hasta en la muerte.
Morbo (vendedor) innecesario en este caso, porque bastaría que un pequeño porcentaje de los lectores de la novela acudiera al cine a ver su adaptación para garantizar el éxito pecuniario de la película.
Aunque está de más decirlo, justamente las novelas de Larsson son un alegato contra la búsqueda obsesiva del cada-vez-más en el comercio, en los negocios y en casi todas las actividades de la vida.
Por otra parte, el filme propone una alteración del original que puede haber gustado a más de uno e irritado a otros (me cuento entre los últimos): Lisbeth Salander ha ganado peso y músculos en la película.
Ya no tiene los poco más de cuarenta kilos de la novela y es una mujer normalmente atractiva. Acaso más que eso.
Como si al escribir las historias de Pippi Mediaslargas (Calzaslargas en España, el personaje en el que se basó Stieg Larsson para crear a su hackera punk), Astrid Lindgren hubiera pensado en una mercenaria ninja y no en una muchacha rebelde y contestataria, pero de apariencia frágil.
En fin.
¿Si hubiera sabido todo esto, habría ido a ver igual la película?
Seguro que sí.
Por más que me haya quedado el resabio de la imagen de un automóvil moderno, veloz y brillante, pero que no sabe adónde va. (Metáfora esta que es, lo noto ahora, la de la vida de más de uno.)
(De paso, leo con cierta preocupación que el material para las dos siguientes partes fue grabado mientras se hacía la primera.)
Para terminar, agradezco una magia.
La debida a la excelente fotografía de Eric Kress de esta regular película sueca.
Me sucedió que, al salir del cinema (y como en las películas de mi adolescencia y de mi niñez que no perdían su poder al bajarse el telón), la noche ambiental de Colonia se había convertido en holmiense.
Es decir, en una noche de Estocolmo.
HjorgeV 29-10-2009