STIEG LARSSON: MILLENNIUM I (La película)

LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES

Sin habérmelo propuesto, terminé, un día del fin de semana que pasó, en una cómoda butaca del mayor cine colonés frente a la versión cinematográfica del libro que más me ha conmocionado en los últimos años.

Imagínense, por un momento, por favor, que van a acudir a una cita.

Que saben que no van a encontrarse con la persona u objeto (en este caso) que desean, pero esperan que el sucedáneo no los decepcione.

Sin embargo, eso es lo que me ha sucedido.

Mas, ¿cómo reclamar lo imposible?

Empecemos por lo más obvio de la película Los hombres que no amaban a las mujeres, basada en la novela homónima, primera de la trilogía Millennium del escritor sueco Stieg Larsson, fallecido en el 2004.

Para empezar, toda adaptación de una obra a cualquier otro género siempre se puede ver como un compendio de traiciones.

Por defecto u omisión. Y por exceso.

En toda adaptación ambos extremos son siempre posibles.

En este particular caso, me he quedado, además, con una gran duda.

¿Leyó el director de la película, Niels Arden Oplev, la obra original o solo el guión de Rasmus Heisterberg y Nicolaj Arcel?

No es una broma mi pregunta.

A pesar de que las dos historias principales de la primera novela de Larsson (la historia del periodista que habiendo perdido un juicio por difamación acepta sumergerse en la investigación de una antigua desaparición, y la historia de la joven hacker Lisa Salander que termina fundiéndose con la primera) han sido mayormente respetadas como núcleos, el argumento ha sido trastocado de tal manera que podría pensarse que el director no conocía la obra original.

La otra posibilidad sería que lo hizo adrede, con el claro objetivo mercadotécnico de enmarcar la película dentro del paquete de los thrillers de moda.

Para conseguirlo, tuvo que mutilar el argumento de diversas formas.

Obviamente, con el fin de ganar –primero- en agilidad, puesto que no se puede esperar condensar más de 700 páginas en el centenar y medio de minutos que dura la película.

En la novela, Mikael Blomqvist es un tipo íntegro, del que Salander, una frágil mujer con problemas para relacionarse con los demás (y acaso porque es el primer hombre que no la acosa ni espera nada de ella), termina enamorándose de él.

En la versión cinematográfica, Blomkvist es un tipo con pinta de camionero (suceo) que parece haber sido convencido para rodar una película camino de la panadería un domingo temprano por la mañana. (Con todo lo bueno y lo malo que eso podría significar. Ojo. Domingo temprano por la mañana, vamos.)

Luego, la película obvia dos puntos que en la novela terminan dándole peso y credibilidad al argumento.

  1. Desaparece la relación libertina de Blomkvist con la co-editora de la revista Millennium, Erika Berger, quedando reducida su relación a dos cortísimas secuencias de corte laboral.
  2. No existe más el pretexto (escribir su biografía oficial) que le ofrece Henrik Vanger al periodista Blomqvist para que pueda ocuparse más discretamente de la desaparición de su sobrina Vanger sin despertar sospechas.

Estos son dos ejemplos entre varios más, con los que la película gana así en soltura tras librarse de cierto lastre.

Sin embargo, las mismas cargas que el director de la película obvia por considerarlas solo como parte del peso, son las que en la novela se encargan de darle a la historia el equilibrio y la distribución necesaria de pesos, fuerzas y medidas.

El problema no es desconocido.

Cada quien interpreta las cosas a su manera, eso lo sabemos.

Pero también, además, está la cuestión de los objetivos de esa interpretación y estos tienen que haber sido casi exclusivamente comerciales en este caso.

De otra forma uno no se puede explicar cómo una buena historia como esta, termina convirtiéndose en una película que intenta vivir y sobresalir por su regodeo en imágenes fuertes y macabras, absolutamente secundarias en el original.

Es el morbo que vende. Imágenes fotográficas de cuerpos vejados y humillados hasta en la muerte.

Morbo (vendedor) innecesario en este caso, porque bastaría que un pequeño porcentaje de los lectores de la novela acudiera al cine a ver su adaptación para garantizar el éxito pecuniario de la película.

Aunque está de más decirlo, justamente las novelas de Larsson son un alegato contra la búsqueda obsesiva del cada-vez-más en el comercio, en los negocios y en casi todas las actividades de la vida.

Por otra parte, el filme propone una alteración del original que puede haber gustado a más de uno e irritado a otros (me cuento entre los últimos): Lisbeth Salander ha ganado peso y músculos en la película.

Ya no tiene los poco más de cuarenta kilos de la novela y es una mujer normalmente atractiva. Acaso más que eso.

Como si al escribir las historias de Pippi Mediaslargas (Calzaslargas en España, el personaje en el que se basó Stieg Larsson para crear a su hackera punk), Astrid Lindgren hubiera pensado en una mercenaria ninja y no en una muchacha rebelde y contestataria, pero de apariencia frágil.

En fin.

¿Si hubiera sabido todo esto, habría ido a ver igual la película?

Seguro que sí.

Por más que me haya quedado el resabio de la imagen de un automóvil moderno, veloz y brillante, pero que no sabe adónde va. (Metáfora esta que es, lo noto ahora, la de la vida de más de uno.)

(De paso, leo con cierta preocupación que el material para las dos siguientes partes fue grabado mientras se hacía la primera.)

Para terminar, agradezco una magia.

La debida a la excelente fotografía de Eric Kress de esta regular película sueca.

Me sucedió que, al salir del cinema (y como en las películas de mi adolescencia y de mi niñez que no perdían su poder al bajarse el telón), la noche ambiental de Colonia se había convertido en holmiense.

Es decir, en una noche de Estocolmo.

 

HjorgeV 29-10-2009

LA HIERBA QUE REZUMA DE MI CUERPO (Poema)

 

La hierba que rezuma de mi cuerpo.

La canción que muere

cada tres minutos en mi vientre.

Las fuerzas del payaso de

mi tórax.

 

Hay días en los que no alcanzo a

ser lo que dicta el calendario.

Días en los que perdería la memoria y

la capacidad de indignación para

ser un pato cualquiera.

 

Días que me pasaría solo con

una escoba jugando

a volver a ser

un niño.

Y que un desamparado cualquiera me ofreciera su ayuda.

 

Sin condiciones.

Sin exigir una sonrisa siquiera.

 

 

HjorgeV 27-10-2009

INVERNAL (Poema)

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No adepto

Soy nieve

Piso tierra con mis manos

De mis brazos nacen árboles que

salen a enfrentar tormentas

$…..

No aperco

Perpetúo socorro

$…..

Dilemo las cosas buenas

En ácido las razones de todo

Languido, por tanto

$…..

Repósome luego en una duda

Como el vagabundo en su almohada callejera de

simple papel

$…..

No reducto ni invoco

$…..

El panteón de las cosas vacías

Es tan tierno como el beso

de un hijo nonato

$…..

No yedro

No cumbico

Arrostro el corazón mío

Liberto en la materia del paisaje abierto:

$…..Soledad:

Blancura  primigenia colmada de

tardanzas que duelen

$…..

Oh, invierno: espacio que arrullas

tu propio vacío blanco

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HjorgeV 24-10-2009

YAN LIANKE: EL SUEÑO DE MI ABUELO

Me fascina la gente que sabe mucho sobre la vida.

Sobre todo, esa que no duda en insuflarte con cierta exquisitez su bendito saber sin que se lo hayas pedido.

Esa gente, se detiene lo justo en tus logros (para que no vayas a creer que no te aprecia, pero espérate), y luego pasa con prisa inhumana a lo que los alienta y les permite respirar hondo de cara al futuro.

A saber, cómo deberías llevar tu vida, cómo mejorarla, qué deberías hacer para ser finalmente feliz y exitoso. Sobre todo, lo último.

Conozco a varias personas así.

Por lo general, se trata de divorciados, gente que se pasa la vida buscando la pareja ideal, solteros empedernidos, personas que no saben qué hacer con su dinero ni su futuro, o de gente que, viviendo en compañía, no parece soportarla un día más.

Por suerte para esa gente, estás tú.

Tú y tu vida, tan diferentes de lo que se imagina para ti.

Tú estás para clavarte sus consejos.

Para hacerte escuchar sus geniales planes (con tu vida).

He recordado a esa gente leyendo sobre un autor chino a quien se le negó la salida de su país para poder asistir a la reciente Feria de Fráncfort.

(Como el chino en cuestión no es cubano, el pobre, el asunto pasó sin mucha pena ni gloria por los medios de comunicación.)

El gobierno chino se porta con Yan Lianke como la gente de arriba: le indica cómo tiene que vivir.

Como la vida de Yan Lianke es la escritura, el Estado le quiere señalar cómo tiene que escribir.

Lianke es rebelde, empero. O singular.

Escribe lo que quiere.

Aunque eso le cueste perderse un viaje a Fráncfort, con todas las de ley (léase ‘comodidades’), se entiende.

Y parece ser un autor interesantísimo.

No he leído una sola línea de su obra.

(Esta bitácora podría hacerse famosa por comentar libros aún no leídos. De hecho, ya he comentado libros que no había terminado de leer o apenas había empezado.) (Mi pequeño y particular aporte a la innovación en la economía de mercado.)

Yan Lianke (Henan, China, 1958) dejó la escuela a los 16, escapando del hambre de su familia, y se dedicó a trabajar como jornalero migrante.

A los 20 entra al ejército y se inicia para él una nueva vida, como salida de la nada: la de escritor a sueldo del Estado.

Sin poder creérselo, escribe de todo -panfletos, volantes, propaganda, programas culturales, noticias- y en 1979 empieza a escribir novelas.

Con su obra, cada vez más proliferante, gana premios y amplía su campo de acción a la propaganda monopartidaria tras su entrada al Partido Comunista Chino.

Entonces, a la edad de Julio Iglesias (perdón, de Cristo, que, para algunos, debe ser lo mismo), a los 33 añísimos, una hernia discal lo postra 3 añitos en la cama.

De pronto, zas, el mundo que se le ha venido abajo –por lo menos a la altura de su lecho-, pierde también todo su sentido. Y, con él, todo lo que hasta ese momento ha escrito.

Yan Lianke se asquea de sí mismo y toma entonces la decisión de su vida.

Quiere convertirse en un escritor de verdad.

“Cuando se escribe yaciente”, es suya la frase, “entonces ya no se escribe por dinero”.

Su primer libro de su segunda vida fue inmediatamente prohibido por su postura antibélica.

Luego escribió novelas sobre la Revolución Cultural y una parábola política sobre Marx, Engels y Lenin, que también fueron rápidamente prohibidas.

Recién con una novela pueblerina, Los rayos del sol corren por los años, pudo repetir el éxito que conocía de su primera vida.

Pero entonces, como quien no ha aprendido la lección que dicta el Partido, Lianke empieza a escribir sobre un tema tabú, sobre el que los demás intelectuales chinos han callado.

Se trata de un escándalo que el gobierno chino hasta ahora no desea reconocer (de allí la censura), porque eso implicaría desvelar su postura frente a Occidente (el sida, símbolo de decadencia occidental no podía existir en China) y que existe corrupción generalizada en el país.

La historia es singular.

El gobierno anima a toda una provincia a mejorar su nivel de vida vendiendo su sangre. El encargado del negocio, y representante de la autoridad central, se enriquece y todo parece ir viento en popa, hasta que empiezan a aparecer las primera víctimas.

Las que llegan a sumar un millón de campesinos afectados de sida.

El sucio negocio de la sangre, ese podría haber sido el título de la novela.

¿Quién escribe una novela triste sobre tan triste tema?

Yan Lianke.

Tal vez porque se sentía en deuda con su provincia de origen o, simplemente, porque sí, escribió la historia de los enfermos de sida de un pueblo que se reúnen a morir en una escuela abandonada.

Hay  un absurdo negocio matrimonial entre finados. Hay una comunidad que, sabiéndose muerta oficialmente, se resiste a dejar de gozar los placeres a los que todavía tiene acceso, incluidos los sexuales.

En el epílogo, Yan Lianke se disculpa porque su libro no contiene nada de la alegría que nuestro mundo puede ofrecer. En cambio, mucho de dolor ingente.

¿Esto es todo?

¿La triste historia de un escritor chino que escribe una triste novela sobre un triste tema y acaba siendo censurado por su gobierno?

No.

Lianke es conocido por su vena satírica. La misma que ha provocado la censura de muchos de sus libros.

Al parecer, El sueño de mi abuelo, no se salva de esa vena.

El estilo de la novela, “una lograda síntesis de realismo naíf, de grotesco punzante y moderna laconía”, no tendría parangón en la literatura china ni en la occidental, nos dice la autora del artículo que me ha llevado a estas líneas.

Por otras reseñas me entero de que la historia está contada desde la perspectiva –omniscia y ubicua- de un niño muerto: el hijo del jefe del cruento negocio, asesinado en venganza por la epidemia promovida (promomuerta) por su padre.

La voz del niño de doce años, que cuenta la historia del pueblo en forma de sueños y desde la tumba de su abuelo (de allí el título, por lo menos en la versión alemana), esa es la sencilla voz de la novela.

Tratar con cierto estilo satírico un tema así y, además, vetado por los mandarines, habla de la determinación de Yan Lianke como –verdadero- escritor.

Uno al que su Estado ha intentado decirle cómo tiene que vivir su vida, es decir cómo no tiene que escribir sus libros.

Pero no puede impedir que Lianke quiera escribirlos a su manera.

Ni influir en cómo le salen.

Si no me equivoco, la única obra suya disponible en castellano es Servir al pueblo, publicada por la editorial española Maeva el año pasado, 2008.

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HjorgeV 22-10-2009

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Fuentes:

http://www.hr-online.de/website/rubriken/kultur/index.jsp?rubrik=42840&key=standard_rezension_37779798

http://www.perlentaucher.de/buch/32888.html

http://www.zeit.de/kultur/literatur/2009-10/literaturland-china?page=5

EL HOMBRE LÁSER (y II)

La historia de El Hombre Láser no es inventada.

Es real.

Ocurrió a comienzos de los 90 en el quinto país más grande de Europa, conocido por su alto nivel de vida y su cultura colectivista, por ser liberal y una de las cunas escandinavas de esos piratas –hoy idealizados y mitificados- que aterrorizaron las riberas europeas entre los siglos VIII y XI.

¿Quién era este John W. A. Ausonius, antes John W. A. Stannermann y mucho antes, Wolfgang Alexander John Zaugg, su primer nombre oficial, autor de 18 atracos a entidades bancarias, agresor a balazos de 11 inmigrantes, y que fue capturado tras su último asalto en el marco de una operación de seguimiento que se le hacía como simple sospechoso?

De Ausonius ahora se sabe que provenía nada menos que él mismo de una familia inmigrante y que fue víctima de acoso escolar masivo por ello.

Su padre era suizo y su madre alemana. Se dice que sufrió el desprecio y las burlas de sus compañeros en la escuela por su cabello negro, su nombre alemán y su apellido extranjero.

De adulto adoptó la costumbre teñirse el pelo de rubio o rojo y cambió su nombre hasta dos veces, con el fin de ocultar su procedencia no sueca.

Tras crecer en un suburbio obrero de Estocolmo, asistió al colegio alemán, una institución privada, en la que no terminó sus estudios. (Los completó más tarde, gracias a un programa educacional para adultos.)

Su vida pareció tomar un rumbo definitivo al ingresar a la Universidad Tecnológica Real de Estocolmo.

Pero tampoco concluyó sus estudios allí, pasando a realizar una serie de labores y oficios diversos, entre ellos, el de maquinista de un cinematógrafo holmiense y taxista.

Por los seguimientos e investigaciones que le hizo la policía, se sabe que era fanático de un par de películas, las que veía una y otra vez.

Entre ellas se encontraban La vida de Brian de los Monty Python y Justiciero de la ciudad, una película de 1974 en la que Charles Bronson corporizaba a un ciudadano que se tomaba la justicia por su propia mano.

Su paso por el ejército le debió dejar cierta afición por las armas.

Sus primeros ataques los realizó con un rifle provisto de visión láser, pasando luego a utilizar un revólver de la marca Smith & Wesson.

En ambos casos, había modificado las armas, lo que explica que solo muriera una persona de las once tiroteadas.

Había recortado el rifle en sus dos extremidades y acoplado un silenciador al revólver.

Asonius soñaba con ser rico.

De hecho, lo consiguió parcialmente, mientras trabajaba como taxista, por medio de inversiones y especulaciones en la bolsa.

Perdió lo ganado tanto por su afición al juego como en inversiones fallidas.

En una visita a Alemania se habría vuelto adicto al juego. De esa misma visita, ha quedado la sospecha de haber sido el asesino de una mujer judía, muerta en febrero de 1992 en Fráncfort.

Desesperado por no poder mantener cierto estilo de vida, empezó a asaltar bancos. Lo hacía siempre con la misma vestimenta y utilizaba como medio de transporte una bicicleta, el vehículo que usa la tercera parte de la población de Estocolmo.

Habiendo obtenido la nacionalidad sueca en 1979, había desarrollado una aversión maligna e incontrolable contra los inmigrantes (de piel y cabellos oscuros), a los que culpaba, como miles de sus compatriotas, de los problemas económicos y sociales de Suecia.

El 14 de enero de 1994 fue condenado a cadena perpetua por el Tribunal de Estocolmo, negándose a reconocer los cargos.

En el curso de la ampliación de su caso, maltrató de palabra y obra repetidamente a sus abogados defensores y luego también a sus sucesores al renunciar los primeros a defenderlo, complicando aún más su situación.

Finalmente, en el 2000 se reconoció culpable de los atentados, de asesinato y de 20 asaltos a entidades bancarias.

Cumple su condena en la prisión de Kumla.

En el 2002, el periodista sueco de origen húngaro Gellert Tamas publicó su libro El hombre láser, un éxito de ventas en su país y uno que bien podía haber escrito su colega Stieg Larsson. (Acaso se le adelantó simplemente Tamas al autor de Millennium.)

El 2005 la televisión sueca presentó una adaptación para ese medio en tres capítulos.

El libro ha sido adquirido por la editorial Debate en la Feria de Fráncfort que acaba de concluir y será publicado en España en el 2010.

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HjorgeV 20-10-2009

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Fuentes:

http://de.wikipedia.org/wiki/John_Ausonius

http://en.wikipedia.org/wiki/John_Ausonius

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Debate/editara/caso/Larsson/quiso/investigar/elpepucul/20091017elpepicul_6/Tes

EL HOMBRE LÁSER (I)

El 2 de agosto de 1991, en la estación de metro Gärdet de Estocolmo, un estudiante de antropología de Eritrea recibe un disparo en la espalda .

Antes de escuchar la detonación, dos amigos de la víctima aseguran haber visto un círculo de luz roja dibujarse sobre su ropa.

El 21 de octubre del mismo año, en otro barrio de Estocolmo, le sucede algo parecido a Shahram Khosravi, un estudiante iraní de antropología de 25 años, quien es baleado en el rostro.

Apenas seis días después, el 27 de ese mes, en otro lugar de la capital sueca, un vagabundo de origen griego encaja dos balazos en el estómago.

Antes de oír los disparos, ha visto una luz roja y brillante.

Cinco días después, el 1 de noviembre, en la cocina de un restaurante holmiense (Holmia es el nombre de Estocolmo en latín) es tiroteado un joven músico en la cabeza y en el estómago.

Se trata de Heberson Vieira Da Costa, un músico brasileño, quien a pesar de sus heridas puede dar a la policía una clara descripción del agresor y refiere haber visto una luz roja antes de los disparos.

La prensa sueca empieza a hablar del Hombre Láser.

Estamos a comienzos de la década de los 90 del siglo pasado. Suecia vive convulsionada por un clima xenófobo y racista.

Cinco años atrás, en febrero de 1986, ha sido asesinado Olaf Palme, Primer Ministro sueco, líder socialdemócrata y abierto enemigo de las desigualdades económicas y de la segregación racial.

Un desconocido le disparó a quemarropa en plena vía pública, cuando regresaba a casa caminando, acompañado de su esposa tras una visita al cine.

El caso sigue sin resolverse.

La actividad del Hombre Láser continúa.

El 7 de noviembre de 1991, es tiroteado en Estocolmo Jimmy Ranjbar, un estudiante iraní, quien muere al día siguiente.

La prensa se concentra aún más en el Hombre Láser, es su primera víctima mortal. La policía tantea en la oscuridad.

Todas las víctimas tienen el cabello negro o muy oscuro y son extranjeros.

Entonces, transcurren más de dos meses sin que nada suceda.

Hasta que el 22 de enero de 1992, esta vez en Uppsala –a 80 km al norte de Estocolmo-, un desconocido se dirige a una pareja y le dispara al hombre en la cabeza.

La víctima, Erik Bongcam-Rudloff, un estudiante de medicina de la Universidad de Uppsala nacido en Chile (una gran cantidad de chilenos que huían de la dictadura de Pinochet encontraron refugio en Suecia), consigue sobrevivir.

Apenas al día siguiente, 23 de enero, se producen en Estocolmo dos nuevos atentados de características similares.

A plena luz del día, un chofer de autobús originario de Zimbabue, resiste un disparo en el pecho, logrando sobrevivir.

La noche de ese mismo día, el Hombre Láser vuelve a atacar en un club somalí del centro de Estocolmo, disparando contra dos hombres que consiguen salvar la vida.

Cinco días después, el 28 de enero, lo hace en Djursholm, una población a seis kilómetros de la capital sueca. Isa Aybar, un inmigrante turco dependiente de un quiosco, recibe cuatro disparos en la cabeza y en un brazo.

Gravemente herido, alcanza a llamar a la policía. Supervive.

Dos días más tarde, el 30 de enero de 1992, el Hombre Láser ataca por última vez en la estación de metro holmiense de Hägerstensåsen.

El dueño del quiosco, un inmigrante, queda paralítico a consecuencia del disparo recibido en la cabeza.

La policía, basándose en las declaraciones de las víctimas, ha difundido un retrato robot del agresor: es pelirrojo, tiene ojos azules y usa anteojos o gafas.

Salvo eso, los investigadores continúan tanteando en la oscuridad.

Hasta que se topan con una coincidencia: un automóvil blanco que ha sido visto cerca del lugar de los atentados del 22 y del 23 de enero.

Los investigadores se concentran en los propietarios de vehículos de la marca Nissan modelo Micra SLX del color mencionado.

Uno de ellos resulta ser una empresa de alquiler de vehículos, la que entrega a la policía el nombre de la persona que lo ha arrendado en esas fechas.

Al querer ponerse en contacto con ella, siguiendo el trabajo de rutina, la policía descubre que la dirección y el teléfono dados son inconsistentes.

El 25 de febrero, sin tener otra opción por el momento, los investigadores envían una orden de comparecencia a un apartado de correos del cual se sospecha que sí es usado por la persona en cuestión.

Se trata de John W. A. Ausonius, antes John W. A. Stannermann y mucho antes, Wolfgang Alexander John Zaugg (ha alterado su nombre dos veces), hijo de un inmigrante suizo y de una inmigrante alemana, nacido en la ciudad sueca de Lidingö en 1953.

Es un conocido de la policía por diversos delitos y por una estadía en prisión, aunque sus rasgos fisonómicos no coinciden con los difundidos públicamente.

Ausonius tiene el cabello negro y los ojos oscuros.

Sin embargo, uno de los investigadores del caso, quien también ha participado en las investigaciones del asesinato del Primer Ministro Palme, recuerda haber visto el nombre en la lista inicial de sospechosos.

Ausonius fue tachado de ella porque la noche del crimen se encontraba purgando una condena en la cárcel de Kumla, con lo cual había tenido una coartada perfecta.

Al seguirle, empero, la pista al sospechoso, la policía encuentra que se trata de un cliente habitual de una serie de casas de empeño y se da de narices con la segunda gran coincidencia.

En los últimos tiempos han sido asaltados 17 bancos por un desconocido que se desplaza en bicicleta, noticia que ha pasado a segundo plano debido a los titulares sobre el Hombre Láser.

Se trata del segundo mayor trabajo investigatorio, la segunda mayor «caza del hombre» de la historia policial sueca después del caso Palme.

¿Cuál es la coincidencia?

Tras cada asalto, Ausonius ha recuperado sus pertenencias de alguna de las casas de empeño.

¿El responsable de los tiroteos y el asaltante de bancos son una misma persona?

La policía quiere estrechar el lazo, pero ignora que su principal sospechoso se encuentra fuera del país, en Sudáfrica.

Al regresar en mayo a Suecia, nuestro hombre comete un grave error.

Desconociendo que la policía le sigue de cerca los pasos, se confía y vacía su apartado postal, permitiéndole saber que ha regresado.

El resto es un procedimiento más o menos sencillo, coronado de mucha suerte.

Aunque se desconoce su domicilio y su paradero, sí se sabe en cambio que Ausonius es un asiduo de una tienda de alquiler de videos.

La policía decide conservar la paciencia y mantiene el lugar bajo observación.

Hasta que avista a nuestro hombre y pasa a enterarse, así, del domicilio de su domicilio.

El final se acerca. Lo que viene es de ficción. Pero esta es una historia real.

Al día siguiente, el 12 de junio de 1992, la policía, continuando con su observación, se prepara para detenerlo.

Ve salir a Ausonius de su casa y tomar su biciclea y dirigirse a Södermalm, un barrio céntrico de Estocolmo. Se le ve nervioso.

Los investigadores deciden esperar. La tensión aumenta.

En la calle Hornsgatan, al acercarse al banco Handelsbanken, Ausonius deja su bicicleta oculta en una entrada y se cambia de ropa.

Luego ingresa al establecimiento bancario y lo asalta.

Se trata de su decimoctavo atraco a un banco. Y también de su último.

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Continúa…

HjorgeV 18-10-2009

RESPIRA YA EL HORIZONTE (Poema)

.

De musgo el terraplén

Resbalo hacia ti

.

Una fotografía que muestra un abrazo

a punto de incendiarse

La casa ha quedado desierta y las mariposas

marcadas por la noche

No detienen más su vuelo

En lo fútil

.

¿Qué mariposas?

Eran moscas las que interrumpían

nuestro beso en el terraplén

Pequeños exacerbados animales reclamando

El regreso del orden infinito

.

Desde la tumba de ceniza en la que se

convierte todo recuerdo inútil

rescato un gesto

Una línea de un rostro

El pedazo más ardiente de toda llama

puesta a enfriar al paso del tiempo

.

Descansa en paz oh recuerdo

muerde tu cola

devorándote a ti mismo

.

Retroceded, retintos fantasmas del pasado:

Del guardarropa del olvido

Penden vuestras fieras líneas hoy cansadas

.

Ah, logopatas tremores:

Disuelta la pareja

Respira despatarrado el horizonte en su distante línea

.

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HjorgeV 08-10-2009

BASILIO DE PANAMÁ

Hace pocos días levantó vuelo para siempre un cantante que, habiéndose formado artísticamente en España, era panameño de nacimiento.

Basilio Fergus Alexandre (Panamá, 1947-Miami, 2009) tuvo su gran época en los años setenta con temas como Ve con él (1972), Tú ni te imaginas, Cisne cuello negro, cisne cuello blanco (1977) y Demasiado amor (1978), entre otros más.

Había salido a los 18 años de su país para estudiar medicina en Montpellier, Francia, incapaz de entenderse con los tíos con los que había pasado a vivir tras el fallecimiento de sus padres.

(En su casa había aprendido a tocar el piano en el instrumento que su madre le había comprado a su hermana.)

Inmerso en las revueltas estudiantiles francesas del 68 -debo imaginarme- y animado por un amigo  y compañero de estudios usamericano (Kenneth Pearlberg, hoy doctor en oftalmología en EEUU), los dos se trasladaron a Madrid para continuar sus estudios.

Se encontraba cursando el tercer año en el Colegio Mayor madrileño, cuando cantando y tocando el piano en una fiesta de fin de curso, conoció “a un señor que me animó y aconsejó para que me metiera en esto de la canción”.

Ese señor era Pablo Herrero, compositor y productor de figuras como Nino Bravo y Juan Bau, así como de grupos como Fórmula V, quien lo convenció para que se hiciera una prueba como cantante.

Algo que consiguió solo con el apoyo y ánimo de sus compañeros de estudio, quienes le argumentaban/ron que no tenía nada que perder.

Para grabar su primer disco se trasladó a Londres, grabación que incluía una balada a ritmo de vals de –justamente- Pablo Herrero y Zack Lawrence, No digas adiós.

Su compenetración con España fue tal, que, aparte de poder hablar a voluntad con acento español, estuvo a punto de representarla en el Festival de Eurovisión de 1970 realizado en Holanda.

En la selección quedó con Jamás la olvidaré a dos puntos de Julio Iglesias y su Gwendolyne, quien después ocuparía el 9º lugar en Ámsterdam.

Con Tal vez mañana (1970) y El tiempo vuela (1970) se propagó su fama a otros países europeos como Portugal, Francia e Inglaterra, e, incluso (según leo en una página de la Red), hasta Japón.

En 1971, confesándose admirador de Tom Jones y Andy Williams, de Serrat y de Nino Bravo, y todavía hablando de terminar su carrera de medicina, presentó varios temas en inglés en la televisión española: You’ve love that lovin’ feeling de los Righteous Brothers y Every day, every night.

A pesar de haber confesado que prefería no participar en festivales, con un tema de corte religioso –Oh, señor firmado por dos músicos españoles históricos, José Luis Armenteros y su mentor Pablo Herrero (y con Augusto Algueró como director de orquesta), representó a Panamá en el primer Festival OTI de la Canción realizado en Madrid en 1972.

Basilio quedó segundo, detrás de los brasileños Claudia Regina y Tobías con su canción Diálogo, acompañados nada menos que del gran Baden Powell en la guitarra.

(En el tercero lugar quedó  Josefa Flores Gónzalez, más conocida como Pepa Flores o, simplemente, Marisol, con Niña, una composición de Manuel Alejandro.)

(Y en ese mismo festival una peruana, Betty Missiego, terminó última con una composición suya, Recuerdos de un adiós, lo cual no fue óbice para que hiciera su carrera artística en España y la llegara a representar en el Eurovisión de 1979 en Jerusalén, en el que ocupó el segundo lugar, solo por detrás de los ganadores, representantes del país organizador.)

Ese mismo año Basilio grabó el tema centralSolo tu amor (Only your love)-, de la película Los secretos de la Cosa Nostra del director Terence Young, en la que Charles Bronson y Lino Ventura eran los protagonistas.

Al parecer, después decayó su estrella en España y partió a establecerse a Miami.

Allí, cuando muchos ya se habían olvidado de él, el histórico compositor Manuel Alejandro le pone una maqueta en las manos, una composición a su medida, y Basilio retorna en 1977 golpeando fuerte con un tema de ritmo folclórico y letra antirracista.

Al éxito de Cisne cuello negro, cisne cuello blanco, le siguió la canción que me ha llevado a escribir estas líneas, Demasiado amor, también de Manuel Alejandro y del año siguiente, 1978, con la que Basilio concluyó su particular periplo por esa década tan prodigiosa (en lo musical).

Después, ya en los ochenta, popularizó Vivir lo nuestro, un tema que muchos años después, en 1994, contribuiría a cimentar la carrera de Marc Anthony, a dúo con Linda Viera Caballero, La India.

Basilio acaba de fallecer hace unos días en su residencia de Miami de una bronconeumonía fulminante.

En los últimos años, compartiendo sus actividades como cónsul panameño en la ciudad de Cartagena de Indias, Colombia,  se había dedicado a recorrer Latinoamérica recordando sus canciones en esporádicas presentaciones, en las que la voz lo abandonaba parcialmente.

En el 2008 su salud se deterioró gravemente al sufrir un derrame cerebral durante una gira por Cali.

A pesar de sus incursiones religiosas, no fue ningún santo pero tampoco un tipo preocupado por hacerse de una fortuna considerable a pesar de su marcada frivolidad.

Vivía contento con lo que tenía. (Creo que, como todo verdadero artista nunca se creyó -o podía tomarse en serio del todo- eso de ser un cantante famoso y querido.)

El término ‘afrodescendiente’ le parecía rebuscado.

«Yo soy negro», decía con orgullo.

Alguna vez, al preguntársele por sus ambiciones, dijo que su mayor empeño era llegar al oyente, sin tener que preocuparse por las listas de éxitos.

Fui, soy, uno de esos oyentes también despreocupados por esas listas comerciales.

 

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HjorgeV 14-10-2009

Fuentes:

http://foro.cuandocalientaelsol.net/viewtopic.php?f=63&t=151&start=0&sid=d84764f366977713e671021f73f89479

http://biomusica.blogspot.com/2005/04/biografia-de-basilio.html

http://www.forministry.com/USFLAOGODAAAAA/vsItemDisplay.dsp&objectID=1D522163-8EB4-48B8-9C3B6063E5EE9D0B&method=display

http://narracionperiodistica.blogspot.com/2008/04/estoy-contento-con-lo-que-he-hecho-en.html

http://www.midiario.com/history/2009/10/12/escenarios.asp

TRADUCCIÓN DE UN TEXTO DE HERTA MÜLLER (y III)

Esta es la parte final de mi traducción, más no del artículo de Herta Müller sobre sus experiencias en la Rumanía de Ceauşescu, que publicó Die Zeit el 23 de julio de este año: La Securitate sigue funcionando.

He vuelto a comprobar que la expresión Traduttore, traditore (‘traductor, traidor’) es una gran verdad. Por más que a veces quien traduce tenga la sensación de «echarle una mano» al original.

La experiencia me dice que son simples ilusiones que se presentan debido a que las estructuras y modos lingüísticos difieren de idioma a idioma y ciertas adaptaciones, traslaciones y libertades sí que son juego particular -y responsabilidad- del traductor.

En todo caso, creo haber llegado a descubrir un estilo bastante peculiar (especialmente el cambio inesperado y constante de perspectiva y tono, como si su relato tendiera a confundirse o contaminarse con la ‘voz’ del expediente de la Securitate) en la narrativa de Herta Müller, haciéndome sentir que ha valido la pena traducir la mitad del artículo en cuestión para los posibles interesados en conocer (indirectamente) a la Nobel de Literatura de este año.

HjorgeV 12-10-2009

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NINGÚN INTERROGATORIO EN EL EXPEDIENTE, NINGUNA CITACIÓN NI SECUESTRO AL PASO

Lo que aparece en el expediente el 30 de noviembre de 1986: “Cada viaje que Cristina haga a Bucarest y a cualquier parte del país, debe ser comunicado con antelación a la Dirección I/A (Oposición interna) y a la III/A (Contraespionaje)” de modo que “se garantice un control permanente”. Que no debo moverme por el país sin ser vigilada y que se ejecuten “los controles necesarios sobre sus relaciones con diplomáticos y ciudadanos alemanes occidentales”.

Los seguimientos eran, según el caso, diferenciados. A veces no se notaban, otras sí, se volvían rabiosos y degeneraban en agresiones. Cuando la editorial alemana occidental se animó a publicar En tierras bajas, hice una cita con la lectora en Poiana Braşov, en los Cárpatos, para no llamar la atención. Viajamos por separado, como deportistas de invierno. Mi esposo Richard Wagner había viajado antes con el manuscrito a Bucarest. Al día siguiente debía llegar yo con el tren nocturno, sin el manuscrito. En el vestíbulo de la estación de Timisoara fui recibida por dos hombres que me pidieron que los acompañara. Les dije: “Sin orden de detención no voy”. Me confiscaron mi boleto de tren y mi carné de identidad, y me dijeron, antes de marcharse, que no me moviera de allí. Cuando el tren llegó, empero, ellos no habían regresado. Me dirigí al andén. Eran tiempos de ahorro de energía eléctrica, el coche cama se encontraba al final del andén en la penumbra. Se debía subir recién momentos antes de la partida, la puerta aún se encontraba cerrada. Los dos hombres también se encontraban allí, yendo de un lado para otro, me empujaron y me lanzaron tres veces al suelo. Sucia y confundida, me levanté, como si nada. Y la demás gente que esperaba, se quedó observando todo, como si nada. Cuando finalmente se abrió la puerta del coche cama, me escurrí por en medio de la fila. Los dos hombres también subieron al tren. Me dirigí a mi compartimento, me desvestí a medias y me puse el piyama encima, para que se notara si me sacaban a la fuerza. Cuando el tren partió, me dirigí al baño y escondí una carta para Amnestía Internacional detrás del lavamanos. Los dos hombres se encontraban en el pasillo conversando con el controlador. Me correspondía la litera de abajo en el compartimento. Tal vez para estar más al alcance de la mano, pensé. Cuando el controlador entró al compartimento, me dio el boleto y mi carné. Le pregunté de dónde los tenía y qué habían querido los dos hombres. “¿Qué hombres?”, me respondió. “Aquí hay docenas”.

No pegué un ojo en toda la noche. Ha sido una locura subir, pensé, te van a lanzar del tren a los campos nevados durante la noche. Cuando empezó a aclarar, se disipó el miedo. Para un suicidio escenificado tendrían que haber aprovechado la oscuridad, pensé. Antes de que se despertaran los demás pasajeros, me dirigí al retrete y recuperé la carta. Entonces me vestí, me senté al borde de la litera y esperé que el tren hiciera su entrada a Bucarest. Bajé, como si nada. Nada de lo sucedido ese día figura en el expediente.

Las persecuciones también tuvieron consecuencias para otros. El servicio secreto se interesó por primera vez por un amigo en una lectura de En tierras bajas en el Instituto Goethe de Bucarest. A partir de ahí fue fichado, se le abrió un expediente y empezó a ser observado. Eso figura en su expediente, en el mío no hay una palabra al respecto.

El servicio secreto podía entrar y salir a voluntad cuando no nos encontrábamos en casa. Muchas veces dejaban señales adrede, colillas de cigarrillos, cuadros que pasaban de la pared a la cama, sillas movidas de su lugar. Lo más siniestro se extendió a lo largo de semanas. De una piel de zorro que yacía en el suelo, fueron cortando la cola, las patas y finalmente la cabeza, colocándolas sobre el vientre del zorro. No se notaban los cortes. Haciendo la limpieza noté por primera vez que la cola había sido cortada. Pensé en una coincidencia. Cuando semanas más tarde apareció cortada una de las patas traseras, empecé a temblar. Hasta que cortaron la cabeza, lo primero que hacía al llegar a casa era controlar la piel de zorro. Todo podía suceder, el departamento había perdido su privacidad. Cada vez que comíamos, nos poníamos a pensar que la comida podía estar envenenada. Sobre este terror psicológico no aparece ni una palabra en el expediente.

En el verano de 1986 nos visitó en Timisoara la escritora Anna Jonas. Ella y otros autores habían enviado una carta al gremio de escritores de Rumanía –que se encuentra en mi expediente- protestando por no permitírseme viajar a la feria de libros, ni al día de la iglesia protestante ni a ver a mi editor. La visita está bien documentada en mi expediente, y hay un télex del 18 de agosto de 1986 a la oficina de fronteras, en el que se pide revisar el equipaje de Anna Jonas minuciosamente, así como el informe del resultado. Por el contrario, no aparece la visita del periodista del Die Zeit Rolf Michaelis. Quería hacerme una entrevista tras la publicación de En tierras bajas. Su viaje lo había anunciado con un telegrama y había confiado en encontrarme en casa. Pero el telegrama había sido interceptado por el servicio secreto, Richard Wagner y yo, ignorándolo, habíamos partido al campo por unos días a visitar a sus padres. Dos días seguidos estuvo Michaelis llamando en vano a la puerta. Al segundo día tres hombres lo acecharon en el espacio destinado para la eliminación de la basura y lo golpearon brutalmente. Le rompieron los dedos de los dos pies. Nosotros vivíamos en el quinto piso, el ascensor no funcionaba porque no había electricidad. Michaelis tuvo que arrastrarse a cuatro patas por la oscura escalera hasta la calle. El telegrama no figura en el expediente, a pesar de que existe toda una colección de cartas interceptadas de Occidente. Según el expediente, nunca se produjo esa visita. Este vacío demuestra que el servicio secreto ha borrado las acciones de sus funcionarios de carrera, de tal manera que nadie pueda ser responsabilizado al ser revisados los expedientes. Así se ha garantizado que, desaparecido Ceauşescu, la Securitate se convierta en un monstruo abstracto sin cabezas responsables.

Rolf Michaelis, deseando protegernos, escribió sobre esa agresión recién después de nuestra salida del país. Por el expediente, sé que fue un error. No el silencio, sino solamente la publicidad en Occidente era la que podía ser capaz de protegernos. En mi expediente se puede ver que se estaba preparando un surreal proceso en mi contra por “espionaje para el BND [servicio federal alemán de inteligencia]”. A la resonancia de mis libros y a los premios literarios en Alemania debo agradecerles, que el plan no se cumpliera y que no terminara encarcelada.

(Continúa en el original.)

TRADUCCIÓN DE UN TEXTO DE HERTA MÜLLER (II)

Esta es la continuación de la traducción del artículo de la Nobel de Literatura de este año aparecido en Die Zeit el 23.07.2009.

En él, la escritora alemana de origen rumano (llegó en 1987 aquí a Alemania, a los 34 años de edad) narra sus experiencias en la Rumanía de Ceauşescu y cómo la resonancia de sus libros en la Alemania Federal de entonces la salvó de terminar probablemente ‘suicidada’ por la temible Securitate.

Nuevamente me he permitido hacer pequeñas alteraciones cosméticas del original al traducir, con el fin de ganar fluidez y coherencia en la narración, esta, de por sí, de difícil carácter en el original: a pesar del relativamente sencillo lenguaje que maneja Müller, su uso de los tiempos verbales en el alemán  es bastante, escarpadamente especial. Algo que puede atar y desatar, constreñir y liberar, a la vez, al traductor.

HjorgeV 11-10-2009

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[…]

Los tres años que trabajé como traductora en la fábrica de tractores Tehnometal, han desaparecido del expediente. Traducía las descripciones de las máquinas que se importaban de la RDA, de Austria y de Suiza. Pasé cuatro años sentada con cuatro contadores en una oficina. Ellos calculaban los sueldos de los trabajadores, yo pasaba las páginas de mis gruesos diccionarios técnicos. No entendía nada de prensas hidráulicas o no hidráulicas, palancas o tornillos. Cuando el diccionario ofrecía tres, cuatro o hasta cinco acepciones, me iba a la fábrica y le preguntaba a los obreros. Ellos me daban la palabra correcta en rumano sin saber alemán, porque conocían las máquinas. En el tercer año se implementó una “oficina de protocolos”. El director me trasladó allí, junto a dos nuevas traductoras, una para francés, otra para inglés. Una era la esposa de un profesor universitario, de quien ya desde mi época de estudiante se decía que era un securista. La otra era nuera del número dos del servicio secreto de la ciudad. Ellas eran las únicas que poseían la llave del armario con los expedientes. Si llegaban de visita expertos extranjeros, yo debía abandonar la oficina. Entonces la agente Stana recibió al parecer el encargo de intentar enrolarme y hacerme apta para el trabajo de la oficina. A la segunda negativa me dieron la despedida: “Te pesará, te vamos a ahogar en el río”.

Una mañana llegué al trabajo y encontré mis diccionarios en el suelo delante de la puerta de la oficina. Mi lugar le pertenecía ahora a un ingeniero, ya no me estaba permitido entrar a la oficina. No me podía ir a casa, porque me habrían despedido inmediatamente. Me había quedado sin mesa y sin silla. Durante dos días permanecí tercamente sentada las ocho horas con mis diccionarios sobre una escalera de concreto entre la planta baja y el primer piso, tratando de traducir para que nadie fuera a decir que no trabajaba. La gente de la oficina pasaba a mi lado sin decir nada. Mi amiga Jenny, una ingeniera, sabía cómo había llegado hasta ese punto. A diario la había mantenido, camino a casa, al tanto de los sucesos. Durante la pausa del mediodía venía a verme, se sentaba en la escalera. Comíamos juntas como antes en la oficina. En los altoparlantes del patio, como siempre, los coros de trabajadores cantaban la felicidad del pueblo. Ella comía y lloraba por mí, yo no. Tenía que resistir. Al tercer día me instalé en el escritorio de Jenny, me había hecho espacio en una esquina. Lo mismo al cuarto día. Se trataba de una oficina de planta abierta. Al quinto día la encontré esperándome en la puerta: “Ya no te puedo dejar entrar a la oficina. Imagínate, mis colegas dicen que eres una espía”. “¿Cómo puede ser posible?”, le pregunté. “Tú sabes bien en donde vivimos”, dijo ella. Tomé mis diccionarios y regresé a la escalera. Esta vez yo también lloré. Cuando me acerqué a la fábrica para preguntar por una palabra, los obreros empezaron a pifiarme y a gritar: “¡Securista!” Era un pandemonio. ¿Cuántos espías habría seguramente en la oficina de Jenny y en la fábrica? Los ataques habían sido ordenados desde arriba, las calumnias tenían como objeto conseguir mi renuncia. Al comienzo de este turbulenta época murió mi padre. Había perdido el control sobre mí misma. Tenía que demostrarme que existía en este mundo. Así empecé a escribir mi vida anterior, de allí nacieron los relatos de En tierras bajas.

Ser acusada de espía por negarme a ser una espía, resultó peor que los intentos de enrolamiento y la amenaza de muerte. Que tuviera que ser difamada justamente por aquellos a los que protegía al negarme a espiarlos. Jenny y un puñado de colegas sabían cuál era el juego que me estaban haciendo. Pero todos los demás, que solo me conocían de vista, no. ¿Cómo podía explicarles qué era lo que realmente sucedía, cómo demostrarles lo contrario? Era totalmente imposible y la Securitate lo sabía, y por eso mismo lo hacía conmigo. Y también sabía que esa perfidia me afectaba más que su extorsión. Hasta a una amenaza de muerte puede acostumbrarse uno. Forma parte de la vida de todos. Uno desafía al miedo hasta las profundidades del alma. Pero con la difamación se le roba a uno el alma. Todo lo que encuentra es un cerco monstruoso.

Cuánto duró ese estado de cosas, ya no lo sé. Me pareció inacabable. Tal vez solo fueron semanas. Finalmente me despidieron.

Sobre todo esto existen en mi expediente apenas dos palabras, escritas a mano como nota al margen del protocolo de una escucha telefónica en la que cuento en casa años después sobre los intentos de enrolarme. Al margen anota el teniente coronel Padurariu: “Es cierto”.

Llegó el momento del interrogatorio. Las acusaciones: que no trabajo, que vivo de la prostitución y del mercado negro, como un “elemento parasitario”. Se mencionaban nombres que no había escuchado en mi vida. Y de espionaje para el BND [ el Bundesnachrichtendienst, la agencia de inteligencia alemana], porque mantenía amistad con una bibliotecaria del Instituto Goethe y una intérprete de la embajada alemana. Horas enteras de acusaciones inventadas. Pero no solo eso. Sin necesidad de una orden de comparecencia, me pescaron simplemente en la calle. Iba camino de la peluquería y un policía me hizo pasar por una angosta puerta de hojalata al sótano de una residencia de estudiantes. Tres hombres de civil se encontraban sentados frente a una mesa. Uno pequeño, huesudo, era el jefe. Me exigió mi documentación, me dijo: “Ya ves, puta, nos volvemos a ver”. Nunca lo había visto. Me había acostado con ocho estudiantes árabes y me habían pagado con medias y cosméticos. Yo no conocía a un solo estudiante árabe. Al hacérselo saber, el interrogador me dijo: “Si queremos, podemos encontrar 20 árabes como testigos. Lo vas a ver, será un excelente proceso”. Arrojaba una y otra vez mi documento de identidad al suelo, yo tenía que agacharme para recogerlo. Unas 30 a 40 veces. Si retardaba mis movimientos, me pateaba en la espalda. Detrás de la puerta se escuchaba gritar a una mujer. Tortura o violación, ojalá solo sea una grabación, pensaba. Entonces me obligaron a comer ocho huevos duros y cebollas verdes con sal. Engullí todo atragantándome. Luego el huesudo abrió la puerta de lata, arrojó mi carné afuera y me pateó el trasero. Caí de cara sobre la hierba junto a un arbusto. Vomité, sin levantar la cabeza. Sin darme prisa, recogí mi carné y regresé a casa. Era más temible que te pescaran en la calle que recibir una citación. Nadie sabía dónde te podías encontrar. Una podía desaparecer, nunca volver a aparecer o, como en la amenaza, ser recogida como cadáver de un río. Habrían dicho: suicidio.

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Continúa…

HjorgeV 11-10-2009