«EL SEÑOR DE LOS ABRAZOS» (Relato)

Regresó a su barrio después de muchísimos años.

Lo hizo a comienzos de diciembre, cuando el ambiente navideño ya era notable.

Contra todos los pronósticos y ritos de su empresa, su jefe le había dado diciembre libre y, como hacía más de veinte años que no pasaba una navidad en su país, decidió que sería una buena oportunidad para visitar su viejo barrio y reencontrarse con los amigos de antaño.

Organizar el viaje le resultó relativamente sencillo, pues los mellizos ya habían iniciado sus estudios en otra ciudad y no tuvo que consultarle nada a su ex sobre fechas ni vuelos.

Tuvo la suerte de dar en la Red con un pequeño hostal ubicado en plena avenida principal de su  antiguo barrio y llamó personalmente para reservar una habitación por un mes entero, dejando boquiabierto al encargado.

Recién cuando se presentó con su maleta en la recepción tras un largo viaje, se dio cuenta de que la casona había sido el hogar de uno de sus antiguos amigos y que ahora era un hotel por horas.

Pero ya estaba ahí y no era cuestión de hacerle ascos a unas parejitas que solo querían amarse y apenas se dejaban ver por los pasillos.

Era verano en su ciudad.

Tantos años pasados en una zona geográfica en la que una navidad blanca empezaba a ser algo raro, le habían hecho olvidar lo que era una Navidad con calor.

Se sintió raro cuando empezó a recorrer calles que no había vuelto pisar desde que había salido, cuando apenas era un jovencito con inmensos sueños agolpándose en su cabeza.

Todo y nada había cambiado y no pudo reconocer a nadie en sus dilatados paseos.

La dulcería de la esquina había desaparecido y el lugar de la panadería lo ocupaba ahora una tienda de ropa que parecía extranjera y muy cara, aunque él, que había estado en varios países, no supo de cuál.

Los perros que habían dejado de ladrar a su paso ya no estaban y ahora ni los gatos intentaban huir de él.

Frente a la casa de uno de sus antiguos amigos se paró a observar las nuevas construcciones, tratando de adivinar el tiempo que llevaban en pie, sin poder evitar la sensación de que todo se debía a una confusión producida en el conteo de los años en una nave espacial.

Cómo había cambiado todo, sin cambiar nada.

Los padres de sus amigos ya no estaban en las puertas de sus casas observando llegar la noche ni recorrían las calles para anunciarles que los esperaban para comer.

Se pasó varios días recorriendo las calles de su infancia, tratando de reconocer antiguos rasgos en los rostros alterados por el paso del tiempo y el constante asedio solar.

El resto de la gente nueva parecía de otro planeta, con costumbres y modos que no podía entender ni reconocer, como si solo actuaran para desconcertarlo aún más.

Decidió que se dedicaría a reconocer en los rostros de los adultos a los hermanos menores de sus amigos y a los demás niños de entonces, pero no tuvo mucha suerte.

Todo cambió cuando se encontró con Luis en plena avenida, a quien detuvo poniéndole una mano en el pecho, recibiendo un empujón como respuesta.

-¡Hermanón! -se sobrepuso Luis-, ¡a los años, oye!

Se quedó mudo un instante. El cabello de Luis -lo que quedaba de él- parecía haber deformado sus facciones en su caída y algo debía afectar su boca, pues hablaba sin abrirla apenas.

-Todos se fueron -le explicó Luis-. Hace mucho ya, ¿ah? La casita de tus padres desapareció apenas murieron. Qué pena que no pudieras asistir.

-La empresa no quiso darme el permiso correspondiente porque era diciembre, pero ahora finalmente han cumplido.

-Ah, mira.

-Alguien más tiene que haber quedado en el barrio, ¿no?

-Uff… -espetó Luis-. A ver… ¿Recuerdas a Ricardo?

Cómo no lo iba a recordar.

Con Ricardo, el mismo Luis y otros muchachos había tenido una de las experiencias más gratificantes de su vida recorriendo el barrio puerta por puerta en Nochebuena para darles un simple abrazo de esperanza a cada amigo, vecino y familiar.

Cómo había gozado, pues lo que le gustaba de la Navidad era que siempre podía ser como una oportunidad de volver a empezar, aunque todo volviera a ser como antes después.

Enseguida decidió repetir el antiguo ritual como una forma de recuperar el tiempo perdido, pero Luis no se dejó convencer.

Tampoco ubicó a Ricardo y, con la navidad ya ad portas, decidió empezar solo.

Pronto sus visitas se hicieron famosas en el barrio y diciembre se le pasó volando, y también perdió su vuelo.

Pero no le importó y en febrero decidió continuar con los vecinos de las calles contiguas.

A comienzos de marzo ya era conocido en otros barrios y llamó a su empresa para pedir su liquidación.

-Hace tiempo que no contamos contigo, no te preocupes -le respondieron.

-Un abrazo -se despidió.

En abril ya era conocido en toda la ciudad y ni siquiera los niños lo temían, aunque también empezaron los murmullos.

En abril se enteró de ellos y decidió cambiar de estrategia, añadiendo al abrazo navideño, otro por el nuevo año.

En mayo las autoridades descubrieron que llevaba casi treinta años sin pagar sus impuestos, pero él les dio también un abrazo, consiguiendo que lo dejaran en paz.

Las malas lenguas dicen que volvió a su otro país para patentar su abrazo, pero terminó en la cárcel.

Otras, peores, dicen que murió en brazos de una osa que se tomó muy en serio lo del abrazo, aunque bien podría tratarse de un simple cuento de Navidad.

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HjorgeV 17.12.2016

UN CINQUITO DE EMPATÍA

Mi avión partirá de Düsseldorf y me basta arrojar ‘Köln Flughafen Düsseldorf’ a las fauces del Rey Gúglico para saber enseguida cómo llegar al aeropuerto.

Serán 63 km: una hora y media señalada en la opción ‘Transporte público’.

Tendré que tomar primero el bus a la estación de la localidad vecina y luego el tren hasta Colonia. De ahí directo al aeropuerto de Düsseldorf.

Mi padre acaba de morir y me estoy dirigiendo a su velorio (después resultará que no llegaré a tiempo).

Me muevo, pero mi propio cuerpo me resulta extraño. Como si fuera otro el que se está dirigiendo a despedirse de su padre para siempre al otro lado del Atlántico.

*

Una vez, en -lo que supusimos era solo- un pequeño aeropuerto de México, nos pusimos a pasear antes de hacer el siguiente trasbordo.

Desconocíamos que las dos pistas operativas estaban a 1,5 km de distancia y tuvimos que correr como almas que persigue el diablo, como decían nuestras abuelas, para no perder nuestro vuelo de regreso a casa.

Así que decido salir con cuatro horas de anticipación para llegar a Düsseldorf.

*

Aún está oscuro cuando llega el bus y lo abordo junto con otros pasajeros en la fría mañana invernal.

Le menciono al conductor mi destino para poder pagar el importe de mi boleto, pero me queda mirando como a un extraterrestre.

Warten -me ordena, sacando enseguida un libro del grosor de las antiguas guías telefónicas: cinco centímetros como mínimo y otros cinco de peso.

Me ha ordenado que espere, pero sé que me está demostrando empatía y me relajo.

Cuando los pasajeros empiezan a impacientarse porque ya ha transcurrido más de un minuto sin que el bus se mueva, giro mi cabeza y les hago una venia de disculpa para demostrarles empatía.

*

El conductor vuelve a poner en marcha el bus y en cada próxima parada abrirá el bendito libro para intentar ubicar la tarifa correspondiente.

Sé que no la hallará.

Tendrá empatía conmigo, pero es una tarea fuera de lo común para él y ya tiene suficiente con conducir y cobrar, además de que la iluminación es mala y la lógica de las tarifas alemanas es de Marte.

*

Quien llegue a Alemania de visita, deberá armarse de valor y paciencia si pretende viajar con la DB, la Deutsche Bahn (Trenes de Alemania).

Es una de las empresas de transporte más grandes del mundo con dos millardos (dos mil millones) de pasajeros al año y más de un cuarto millón de empleados.

Pero con expendedores automáticos de boletos que son un desastre.

En extremo detallosos y complicados, si tu tren está por llegar y no estás familiarizado con su lógica, bien podrás encomendarte a tu particular dios, incluso si hablas alemán.

La DB carece de empatía. Saca tus boletos con temerosa anticipación.

Es obvio que los diseñadores de sus expendedores automáticos no se pusieron en la piel del viajero. De hecho, seguro que nunca han viajado en tren.

¿A alguien se le ocurriría utilizar papel de lijar para fabricar pañales?

La DB lo hace, a su manera.

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(Un día después llegaré a mi destino y, como siempre, una de las primeras cosas que me llamará la atención, ya al otro lado del Atlántico, será el lenguaje.

El funcionario que me atiende en aduanas no me ordena ‘Espere’, me ruega ‘Un momentito, por favor’.

Es casi como una plegaria, una forma de demostrarme empatía, porque comprende mis deseos de llegar a mi destino sin cortapisas, ya.)

*

Acabo de levantarme.

Me he despertado más temprano de lo habitual porque estaba soñando algo extraño.

Acababa de descubrir un moderno laboratorio de cocaína en una nave industrial y estaba maravillándome con la inventiva de los narcos, cuando aparecieron dos sujetos en la puerta de la nave.

A uno de ellos lo conocía. El otro llevaba una capucha con la que cubría su rostro y -no lo noté en un primer momento- también una pistola automática en su mano.

Como solo estaba curioseando y no tenía nada que ocultar, decidí relajarme.

El que me conocía me saludó más o menos cordialmente, pero el de la pistola se acercó para ver si llevaba un arma.

Tras hacerlo y notar que mis intenciones no eran malignas, hay que suponer, se descubrió el rostro.

-No temas -me dijo-. No te voy a matar, pero te recomendaría no meter tus narices en lo que no te incumbe.

Asentí. Era solo un sueño. Y me estaba demostrando empatía.

*

¿Qué sentirá alguien como Bashar al-Ásad, presidente de Siria y médico de profesión, cuando ordena atacar una y otra vez Alepo, una ciudad ahora fantasma, destruida por las bombas?

¿Empatía?

¿Y Europa, que mira hacia otro lado mientras continúa la masacre y sigue vendiendo armas?

*

En enero del año que ya llama a la puerta -2017- se cumplirán 75 de la Wannsee-Konferenz, la conferencia realizada en Wannsee, una conjunción de lagos al suroeste de Berlín.

Autoridades civiles, policiales y militares del gobierno de Hitler se reunieron en la villa Gross Wannsee para decidir la «solución final de la cuestión judía». El Holocausto que vendría después, la Shoa.

Aunque los asesinatos en masa de judíos ya habían comenzado con la invasión de la Unión Soviética, todavía no existía un plan para exterminar a todos los judíos europeos.

Recién en enero de 1942 las SS iniciaron las «evacuaciones» a los campos de exterminio.

¿Alguna forma de empatía en esa conferencia?

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Tras estafar a miles de personas, en el mayor fraude cometido por una sola persona (68 millardos de dólares) y uno de los mayores de la historia, Bernard Madoff terminó condenado a 150 años de prisión.

Con fama de filántropo, llegó a estafar incluso a organizaciones caritativas, principalmente de la comunidad judía de su país, de la que era un personaje prominente.

Mark Madoff, su hijo, apareció colgado con una correa de perro de una tubería del techo de su departamento hace casi exactos siete años, en el segundo aniversario del arresto de su padre.

¿Empatía con las víctimas? ¿O solo vergüenza, desesperación?

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Como la vida la vivimos entre dos oscuridades -Alice McDermott dixit-, mi avión llega a Lima de noche y una de las primeras llamadas que hago es a una de mis primas.

Quiero comunicarle que acabo de llegar y quiero visitar a mi tía, su madre, la mujer que nos acogió (a mi madre, a mi hermana y a mí) durante un par de meses hace muchos años.

La verdad es que temo no volver a verla, porque es muy anciana y no sé cuándo volveré a viajar a Lima. Pero no se lo digo, claro.

-Un cinquito -me dice mi prima, con ese tono de ruego que usado acá en Alemania es incomprensible.

Mi prima quiere apagar la radio para escucharme mejor.

«Espérame solo cinco segundos, por favor», es lo que está diciéndome, con empatía.

Entonces recuerdo que acaba de morir mi padre y ella lo debe saber.

La memoria, me digo, es una gran batalla perdida de antemano.

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HjorgeV 14.12.2016

VENTAJAS DE MADRUGAR

Su lucecita aparece en medio de la calle oscura como una inmensa luciérnaga que ha empezado a dudar de su rumbo.

Sé por su luz que gira a la derecha y se dirige a la puerta de uno de los vecinos del otro lado de la calle.

Por un momento creo que es alguien que ha salido a correr muy temprano, a las cuatro y media de la madrugada.

Luego pienso que podría ser un ladrón.

Entonces la lucecita vuelve a aparecer, cruza la calle y enfila hacia el lado opuesto.

Estoy en la cocina, que sobresale de la construcción como una media nariz encristalada. Me he levantado muy temprano para corregir mi novela.

Desde la mesita elevada que nos sirve para desayunar y comer, a mis hijos hacer sus tareas y, a mí, trabajar cuando los demás duermen, veo que la lucecita enrumba hacia la casa del vecino de enfrente.

Ya sé que solo es un repartidor que está dejando alguna propaganda o folleto en las viviendas de la zona.

Pero solo puedo ver la luz que lleva en la frente y que, por deslumbramiento, no me permite ver siquiera si se trata de un hombre o una mujer.

Él (lo supongo por la contextura que creo adivinar), lo sé, me ve; pero no sabe que yo no lo sé y que solamente veo su luz.

Debe creer que lo que él ve (y sabe) también lo ven (y saben) mis ojos.

Pero no es así y ahora solo veo una lucecita que se acerca a nuestra puerta y empieza a oscilar, acaso porque está preguntando algo que no puedo escuchar a través del ventanal, la media nariz.

Estamos a solo dos metros de distancia y no sé cómo reaccionar.

(Gozo pensando que podría ser uno de los personajes de mi novela que ha venido a reclamarme algo, incluso a atacar y matarme, pues significaría que he conseguido insuflarle vida.)

Es invierno por estas tierras teutonas.

La temperatura exterior es de -1ºC; lo acabo de ver en la Red. Más de veinte grados de diferencia nos separan, además del vidrio y el cemento.

Sé que no debe estar pasando frío porque su silueta denota una gruesa vestimenta y, además, el continuo movimiento debe ayudarlo.

Finalmente veo el Kölner Stadt Anzeiger -el principal diario de la ciudad- que agita en la mano y entiendo lo que está tratando de decirme: que solo se ha acercado a dejar un ejemplar en nuestro buzón.

Asiento con la cabeza, incómodo por no poder ver sus ojos ni el resto de su rostro.

Tal vez alguna vez el futuro sea así -pienso- y terminemos intentando comunicarnos con lucecitas que flotan en el aire, pero sin llegar a saber lo que nos dicen.

Cuando me doy cuenta de que tendría que agradecerle por la entrega, la luz ya ha desaparecido y entiendo que el repartidor ha girado para continuar su ruta.

Me toma unos instantes volver a reconocer su lucecita en la oscuridad, a través de los cristales.

Dejo de mirar hacia afuera y vuelvo a mi novela.

Lo hago con cierto resabio: el de haberle demostrado no mucho más que temor ancestral al inesperado visitante.

Abro mi libreta, donde he apuntado la noche anterior los cambios y detalles que deseo injertarle a mi historia, dispuesto a olvidar el temprano incidente.

Entonces continúo mi travesía por el espacio, a una velocidad de 30 km por segundo alrededor del sol, a bordo de esta nave llamada Tierra.

Ahora sé que una figura se mueve en la oscuridad, muy cerca, repartiendo diarios a los demás ocupantes, que aún duermen como los pasajeros de un avión, mientras yo trato de insuflarle vida a mi historia inventada.

Me acerco al ventanal. Miro hacia arriba, fuera de la nave, como un turista.

El nuevo día ya no está lejos. Como siempre.

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.HjorgeV 05.12.2016

ENTREVISTA (FICTICIA)

-HjorgeV, buenos días.

-Buenos días a todos.

-Empezaré con una pregunta boba. ¿Qué sentido tiene escribir y mantener una bitácora en un mundo en el que solo falta que los pensamientos y los sueños pasen automáticamente como textos a la Red, junto con las fotos del desayuno?

-Tal vez ninguno.

-¿Por qué hacerlo entonces, si ni siquiera compensa el costo de las comidas mientras se escribe como un esclavo?

-Tal vez por eso, precisamente. Aunque puede que se trate de una confusión energética, más bien.

-¿No se escribe para darle sentido a la vida?

-¿Y quién se lo daría al oficio de escribir?

-La pregunta iba en serio.

-¡Mi respuesta también! Más sensato sería darle sentido a la muerte. Dura más. Y siempre es inevitable. La vida no necesariamente.

-¿Qué sentido tendría encontrarle sentido -uno solo- a la muerte?

-Ojalá lo tuviera. Y ojalá se pudiera encontrar el sentido de algo, de las cosas, de un solo sueño. De la nada, para empezar, que no es poco.

-¿Toda vida es inútil en el fondo entonces?

-En el fondo, sí. Porque lo nuestro es pasar. Se le ocurrió a un sevillano Machado y lo cantó un catalán un siglo después. No tendrían qué hacer, imagino. En los tiempos de Machado no existía la televisión. 

-¿No se estaría justificando así el sufrimiento de pueblos enteros?

-Nada justifica el dolor de nadie, ni un solo segundo. Son dos planos diferentes. Nada hay más real que el sufrimiento ajeno y opino que Ayuda A La Colectividad debería ser una asignatura escolar. Otros dicen que Negocios, tal vez para poder vender crayolas en los asilos de ancianos. El solo hecho de que exista un servicio militar obligatorio dice todo sobre los seres humanos; en especial de los hombres.

-Pero una guerra también pasa, tarde o temprano.

-Decir que el agua moja, no es nada que altere sus propiedades.

-¿Por qué no publicar para que otros lean su esfuerzo?

-Se cansarían y podrían enjuiciarme.

-¿Y hacer de la escritura una forma de vida?

-Ya lo es para mí.

-¿No le gustaría ganar dinero con ella?

-Una forma de vida es una forma de vida. Una forma de ganar dinero es una forma de ganar dinero. Un sapo es un sapo. Una rana no es un sapo. 

-¿Y una rana millonaria?

-Una rana millonaria postularía para presidente de EEUU. De hecho ya hay una en la Casa Blanca, con perdón de las ranas. Habría que desligar el dinero de toda actividad humana, más bien.

-¿Por qué no hacer de la escritura un proyecto de vida?, quiero decir.

-La vida está llena de proyectos. La mayoría de ellos hacen agua y los afrontamos con miedo a diario. Sobrevivir, por ejemplo. O trabajar en una empresa bajo el permanente yugo de ser despedido. La diaria adaptación al mundo de las percepciones de nuestros semejantes es otro esfuerzo que no solemos tomarnos demasiado en serio a pesar de que lo necesitamos, precisamente, a diario.

-¿Por qué no vivir profesionalmente de la escritura como pasión?

-Siempre habrá expertos en cosas que apenas entienden. Tal vez por eso se convierten en expertos.

-¿Va dirigido a mí? ¿No puedo saber lo que significa la escritura como pasión?

-Lo que yo no sé es qué significa vivir profesionalmente. Uno vive. Nadie lo elige. A veces ni siquiera tus padres eligen tu vida. Sucede y ya está. Al día siguiente ya es muy tarde.

-¿Pero por qué no hacer de la escritura una profesión?

-Es una pasión. ¿No es el mejor pago? ¿Para qué pedir más? Encima uno puedo reír con ganas, muchas veces.

-¿No sueña con ser admirado por miles de lectores?

-A muchos les pagaría para que no tocaran mis libros. Las reinas de belleza, ¿admiran a todos sus admiradores? No lo creo. A algunos deben detestar.

-¿Se está comparando con una reina de belleza?  

-Usé una mala imagen, es cierto. 

-¿La belleza como meta máxima en el arte?

-Gran tema.

-¿Por qué llamar libros a simples concatenaciones de palabras?

-El 99% de la humanidad llama dios a la ausencia de misterio en nuestra existencia; y encima cree haber resuelto este así: en realidad, ha aumentado otro misterio. Personalmente, encuentro más misteriosas las no existencias; la muerte, entre ellas. El tiempo es otro gran -bello- misterio. Si es infinito, no se podría hablar de comienzo ni fin del universo.

-¿Me va a decir que nunca ha soñado con ser admirado?

-Soñamos a diario y cuando despertamos no recordamos nuestros sueños. Sucede.

-¿Y escribir como una forma de paliar el horror al vacío?

-Escribir es el vacío. La ilusión de quien escribe es que cree que va está llenando el vacío con textos. Pero solo son curitas, parches. Hasta esa forma tienen.

-¿La escritura como huida entonces?

-Me gusta irme de las fiestas en su mejor momento, sin despedirme. Es la mejor garantía de recordarlas bien. Hace poco me fui del velorio de mi padre y fue genial, porque no se quejó ni intentó corregirme. De una novela, en cambio, no me puedo ir.

-¿Una huida hacia adelante?

-Avanzo como las hormigas, explorando caminos. Muchas veces me pisan y termino aplastado.

-¿Dale a un insecto la capacidad de crecer y terminará aplastándote?

-Los animales son más inteligentes. Mire a las ratas. Han terminado invadiéndonos y ni siquiera las vemos. Geniales.

-¿Es esa una metáfora del futuro, ya con seres extraterrestres?

-La ciencia ficción es creer que dominamos nuestra existencia, las cosas, el mundo, nuestro entorno y cada paso que damos. En realidad estamos en Las Vegas: siempre esperando que alguien lance los dados y lo haga bien. Encima, la banca se lleva la mejor tajada. Para variar.

-¿Miedo a la muerte acaso?

-Por el lado de los textos, solo si al otro lado tuviera que admitir que todo lo escrito ha sido no solo en vano, sino que también lo he estado haciendo muy mal.

-¿Y si ese fuera el último pensamiento de su vida?

-Entonces la muerte sería una salvación.

-¿Por qué no dedicarse a otra cosa mejor?

-Es el primer pensamiento de cada día, casi una liturgia. Solo me faltan las velas. Por suerte esto solo es una entrevista ficticia para un medio inexistente. Gracias de todas maneras. Y un buen día a todos. 

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HjorgeV 1.12.2016