DIANA KRALL: «WALLFLOWER»

Llevaba esperando años un disco suyo. (Lleva doce publicados.)

Uno donde se atreviera con sus propios favoritos, lejos del que dirán de los gendarmes del jazz.

No es común que un diario te ofrezca todas las canciones de un disco que todavía no ha salido a la venta. El País lo acaba de hacer con Wallflower (‘Alhelí’).

¿Por qué dejó de gustarme su música? No lo sé. Tal vez porque la industria musical se empeñaba en venderla como La Gran Jazzista Rubia, así, con mayúsculas. Pianista y cantante, para más señas.

En Wallflower Diana Krall (Nanaimo, Canadá, 1964) se muestra tal como es:

Simplemente una gran música, de voz cálida y soñadora, nostálgica y de grandes ideas.

(¿Y ese dúo con su compatriota en el tema de Gilbert O’Sullivan? Qué homenajes: a John, McCartney, Dylan, los Carpenter; a la música de los setenta.)

Una mujer -madre de dos mellizos- de muy buen gusto musical: de interesantes arreglos, y tiempos y ritmos genialmente escogidos.   

De las capaces de rescatar canciones que formaban parte de tu más vieja historia personal y habías creído insuperables.

HjorgeV 27-01-2015

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/01/27/actualidad/1422358022_724937.html

UN NIÑO OCCIDENTAL

-¿Mamá?

-¿Sí, pequeño?

-¿Sabías que los vecinos de al lado son musulmanes?

La madre está cortando verduras. No aparta la mirada del cuchillo.

-Con Papi ya hemos empezado a pensar en la posibilidad de una nueva casa, no te preocupes.

-No me preocupo -sonríe el niño-. Me empezaría a preocupar si tuviera que dejar a mis amigos, ¿sabes? Yo pensaba que solo eran turcos.

La madre sonríe.

-Son turcos y son musulmnes.

-Ah… ¿Y nosotros qué somos?

-Bueno… -la madre duda-. Tu padre no cree. Yo, eh, sí, aunque no voy a la iglesia. Se podría que no somos del todo creyentes, como familia.

-¿No soy creyente? -se asombra el niño-. ¡Hice la primera comunión!

La madre sonríe.

-Sí, pero fue, eh, bueno… No es malo hacerla. No te preocupes.

-Es que yo tampoco creo en un dios, mami, ¿sabes? Si existe, ¿quién lo creó?

La madre sonríe entre orgullosa y avergonzada.

-Estás muy pequeño para creer o no creer.

-¿Y por qué hice la comunión? ¿Por qué bautizan a los niños tan temprano entonces?

-Eh, bueno… Hay muchas cosas que no tienen explicación.

-O tú no la sabes.

La madre hace el gesto de enfadarse.

-¿Es malo no saber? -pregunta el niño.

-Al contrario. A veces es bueno. No saber cómo cada uno se va a morir, por ejemplo. -La madre se queda pensando-. Cambiemos de tema, ¿ya?

El niño se pone a contemplar el trabajo de la madre.

-¿Mami?

-¿Sí?

-Yo no quiero mudarme. Tengo mis amigos aquí. Me llevo muy bien con Ali, por ejemplo, aunque sea turco y musulmán.

-Ya, ya. Tampoco lo tenemos muy claro, solo es una posibilidad.

-¿Pero hemos empezado a temerles, no?

La madre no sabe si contarle a su hijo que en el barrio hay rumores de que otra familia turca podría venirse a vivir al barrio, atraídos por los vecinos de al lado.

-Digamos que ellos tienen otra cultura. Y otra religión.

-¿Y eso es malo?

-¿Tener otra religión? -la madre parece burlarse-. Míranos a tu padre y a mí. Él no es creyente. Yo sí.

-Pero tú no vas a la iglesia.

-¡No por eso dejo de ser creyente!

-No crees tanto entonces. Dudas. Quien duda, no cree, en realidad.

-¿De dónde sacas esas cosas? ¿Lo dejamos, mejor? -La madre trata de no perder la calma.

-Si no es malo tener otra religión, ¿por qué es malo ser musulmán?

-No, no -se apresura a decir la madre-, no es malo ser musulmán.

-¿Entonces por qué Papi está pensando en mudarse?

La madre deja el cuchillo. Se seca las manos. Se lo piensa bien.

-Digamos que ellos suelen traer más gente como ellos. Gente que no es como nosotros. ¿Quieres que todo el barrio cambie y nosotros seamos los extraños?

-¿Es malo vivir entre gente que no es como uno? ¿Los vecinos sufren entonces por vivir entre gente que no tiene su religión, que no son como ellos?

-Podrían haber escogido vivir entre sus iguales. Fue su decisión.

-Ustedes también quisieron irse a vivir una vez a Nueva York, ¿no?

La madre no sabe qué decir. Se pone melancólica.

-Eso es otra cosa. Nueva York es una ciudad cosmopolita.

-¿Eso es bueno o malo?

La madre ríe a carcajadas.

-¡Ni bueno ni malo! Es así, simplemente.

-Entonces, ¿por qué es malo que los vecinos vivan en nuestro barrio? Siempre juego con Ali. Nunca me ha pasado nada.

-Pero tienes que sacarte los zapatos y cuando cocinan huele diferente, ¿o no?

-Tú misma has dicho que la mamá de Ali hace unos pastelitos deliciosos. Además, tú siempre estás tratando de cocinar diferente. Se lo repites a Papi.¿O no? Mira todos los libros de cocina de todo el mundo que tienes.

-Ya, ya -se impacienta la madre y se controla luego-. Pero no trato de imponerle mis creencias a nadie.

-Los vecinos tampoco. Llevo años visitándolos y nunca me han hablado de su dios.

-Es que ellos son diferentes. Más occidentales, vamos a decir.

-¿Es bueno ser occidental?

La madre ríe.

-¿Viene algo escondido en la pregunta? -quiere saber.

-¿Se nace occidental? ¿Cuándo se deja de ser occidental? Ya sé que no tiene que ver necesariamente con la geografía.

La madre respira profundamente.

-Es un modo de vivir.

-¿Libres? ¿Tolerantes?

La madre se llena de orgullo.

-Exacto -dice.

-¿Entonces por qué no aceptamos cómo viven y creen otros?

-¡Claro que lo aceptamos!

-¿Por qué están pensando en mudarse entonces?

-Porque somos libres. Libres de elegir dónde queremos vivir.

-Es lo que han hecho los vecinos también.

-Pero quieren venir más musulmanes.

-¿Y esos no son libres de decidir dónde vivir?

-Claro que sí. Pero nosotros también.

-Entonces nos estamos corriendo de ellos. Lo raro es que…

-Mira, pequeño, no nos estamos corriendo de nadie, ¿ya? ¿Qué es lo raro?

-Ellos vivían ya aquí cuando llegamos. Yo era más pequeño, pero me acuerdo.

-Mira, no nos vamos a mudar de casa, ¿de acuerdo?

-¿Puedo entrar a la Red? Quiero ver algo en la enciclopedia.

-Pero nada de juegos violentos, ¿entendido? -la madre levanta un dedo.

-Esos juegos vienen de Nueva York. No son musulmanes.

El niño se va. La madre se alegra de que la conversación haya terminado. Diez minutos más tarde, el niño vuelve a la cocina. La comida está casi lista.

-¡Huele delicioso!

-Es una nueva receta. Vegana.

-¿Hindú?

-No, no, solo vegana.

-Papi dice que esas vegetarianadas tuyas son de influencia hindú.

La madre ríe, finge enojarse.

-No le hagas caso.

-Es lo mismo que él me dice de ti a veces -se confiesa el niño-. Pero no le hago caso, no te preocupes. A ninguno.

La madre se queda pensando si eso mismo le dirá el pequeño a su padre.

-¿Apagaste la computadora? ¿Qué querías ver?

-Por qué la gente en el barrio se ha puesto a hablar tan mal de los musulmanes. Los vecinos de al lado son gente buenísima.

-Pero también hay gente de la mala.

-¿Cómo los que mataron a los caricaturistas de París?

-No deberías leer esas cosas.

-Está en todos los diarios y noticieros.

-Sí, pero no es para niños.

-¿Entonces por qué lo muestran?

-Eso es algo que yo también me pregunto siempre.

-¿Es cierto que hay una Guerra Santa?

-¿Eso es lo que has leído?

-Lo dicen los demás vecinos. Que si siguen llegando más musulmanes…

-Exageran -hace un gesto de desprecio-. Pero el temor es fundado.

-¿Por qué?

La madre no sabe qué responder.

-Los terroristas de París estaban en una guerra, ¿no, mami?

-Hay gente desquiciada. Gente que mata por matar.

-En la Red he visto que en Irak han muerto muchos más iraquíes que…

-¿Eso es lo que has estado viendo en la computadora?

-¡Sin imágenes! Solo cifras, mama.

-¿Qué buscabas?

-Quiénes son los que matan más.

-Te voy a prohibir que uses la computadora.

-¿Los occidentales valemos más?

La madre se asombra.

-¡Qué dices!

-¿Entonces por qué en las guerras siempre mueren más musulmanes? Está en la Wikipedia. No hace mucho en Gaza, por ejemplo…

-Te voy a prohibir que uses la compu. En serio.

Se quedan callados. El niño parece haber entendido la amenaza.

-¿Mami?

-Dime, hijo. Tengo que poner la mesa.

-Los demás vecinos dicen que los musulmanes podrían obligar a las mujeres a que se cubran la cabeza y que todos nos quitemos los zapatos…

-En una sociedad musulmana eso es lo que sucede, es cierto. Y los hombres no dejan salir así nomás a sus mujeres a la calle.

-¿Son musulmanas las monjas?

La madre ríe a carcajadas.

-¿Por qué llevan sus burkas entonces? -inquiere el niño.

-Están al servicio de dios, hijo. Y no son burkas lo que llevan.

-¿Era dios hombre? ¿O mujer?

La madre duda.

-Hombre. Vamos, es lo que se suele decir.

-¿Por qué no mujer?

La madre suspira.

-No lo sé.

-¿Las monjas sacrifican su vida por un hombre, como tú?

La madre se exaspera.

-¡Yo no he sacrificado ni sacrifico mi vida por ningún hombre!

-Lo dijiste una vez: que podrías haber terminado tus estudios de ingeniería pero que…

-¿Déjalo quieres? Son temas pasados y cerrados.

-¿Vas a ponerte a llorar? ¿Papá nunca te dejó trabajar? 

-Trabajo en la casa, hijo, ¿no lo ves? -ya no puede contener el torrente de lágrimas.

-¿No te deja salir papá? ¿Ya se ha vuelto musulmán?

La madre corre a esconderse para que el hijo no la vea llorar.

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HjorgeV 17-01-2015

EVASIONES COTIDIANAS

Primero tuvo que ser el sueño de poder llegar alguna vez hasta las lejanas colinas que se dibujaban en el horizonte y tener el valor de arriesgarse y perderse detrás de ellas.

Tal vez por los problemas que acuciaban en el clan o en la cueva. O por hambre. También de aventura.

El niño cree poder esconderse detrás de una hoja de papel. O cierra los ojos con el mismo fin.

A los adultos nos falta fantasía para escabullirnos de forma tan sencilla de la realidad. (O no somos tan canallas.)

Preferimos no contestar el teléfono. Caminar sin mirar a los lados. Encerrarnos en nuestra cúpula. Ignorar al desconocido.

Para otros, lo primero de lo primero tuvo que ser el mar. Llegar alguna vez hasta esa línea difusa y ondulante del horizonte.

Tal vez en la creencia de que se trataba de una línea concreta: una meta como las que nos trazamos a diario sin saber que todo es irremediablemente flotante y ondula.

Después el hombre -y menos la mujer- empezó a fumar y se hizo común salir a comprar cigarrillos.

Muchos lo aprovecharon como pretexto y no volvieron.

O, demasiado cobardes para huir, se resignaron a regresar e inventarse metódicamente sus vidas a diario mientras vivían la que les había lanzado el Dado Supremo.

Más contemporáneamente, el turista es el evasor, el fugitivo profesional por excelencia.

Pero también el más comodín o cobarde.

Porque su salto/fuga es con red: con tarjeta de crédito para los gastos y vuelta segura a casa.

Para engañarse y soportar mejor el suelo que tiembla bajo los pies, también están las evasiones que nos prestan el alcohol y otras drogas.

Préstamos -lo sabemos y lo ignoramos a la vez- que pueden llegar a exigir más de un ojo de la cara como forma de pago.

(No hay que ser expertos en taoísmo -en el yin y el yang- para entender por fin que a toda borrachera le corresponde su respectiva resaca.)

El hombre -o la mujer- paciente cierra los ojos cuando cae la noche, cuando lo peor del día ha pasado y cree respirar tranquilamente.

Entonces se inicia el reto nocturno de atravesar las tinieblas sin incidencias, sin el atisbo de los abismos cotidianos, sin lo feo de la lucha diaria.

Pero esas oscuridades pueden ser inmisericordes a pesar de pertenecer al patio propio y servirse de su dueño para sus emboscadas.

Y solemos olvidar que esa evasión diaria solo es parte de la principal, aquella que, muchas veces, recién más cerca de línea final que de la inicial, alcanzamos a vislumbrar como un gran viaje inútil.

El suicida se desespera, no lo quiere aceptar y, lanzándose a otra oscuridad aún más desconocida, opta por acortar su viaje.

El que se queda, permanece sin saber quién ordenó huir de qué ni de quién.

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HjorgeV 13-01-2015