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Apenas nos conocíamos.
Había intercambiado con él algunas palabras repartidas en una media docena de encuentros furtivos. No éramos amigos. No éramos desconocidos. Sentíamos esa simpatía que los hombres sienten entre sí, especialmente cuando sus actividades no corren el riesgo de entrecruzarse.
Al pasar por su lado, M. me sujetó de un brazo. Había terminado la función. La sala empezaba a vaciarse y las discretas luces del auditorio habían sido encendidas para facilitar la salida del público. Llegaban de bombillas halógenas desde el alto techo con muy pocos grados de abertura angular. El suelo parecía un manto negro con puntos luminosos cayendo perpendicularmente sobre él.
Sin entender del todo qué deseaba de mí, vi aparecer de la parcial oscuridad a una mujer.
Estaba en sus primeros treinta y era atractiva. Con ese tipo de atractivo que suele calificarse como sobrio. Entonces recordé que no hacía mucho M. se había divorciado.
Ahora tenía frente a mí a la razón de su divorcio, me imaginé. Noté la lozanía de su rostro. Sus labios gruesos, húmedos y mullidos. Tenía el cabello rubio, natural como casi todo lo demás visible en ella. No llevaba maquillaje.
Sin saber qué decir, recordé que me había quedado con una duda musical en el transcurso de la función. Había dudado en el nombre de una de las piezas musicales que habían servido de acompañamiento a las bailarinas.
-¿Sabes algo de música? -pregunté a M.
Apenas lo dije, me di cuenta de lo tonta que había sido mi pregunta. Me avergoncé de golpe.
-Yo no, pero ella sí -dijo él, como si hubiera estado esperando mi pregunta toda su vida y sin disimular su orgullo-. Ella es la especialista.
-Vivaldi -dije, sabiendo que ella sabría a qué me estaba refiriendo.
Uno de los números de ballet había tenido como acompañamiento una de Las cuatro estaciones de Vivaldi. Desconocía quién era el intérprete, aunque sospechaba que no era una grabación de la Mutter, la violinista estrella de Alemania. Demasiado limpia me había parecido la interpretación. Llegada la ocasión, no se lo plantearía así a un alemán.
–El invierno -replicó ella, sin titubear.
Asentí, aliviado.
Yo había reconocido la pieza inmediatamente por la parte en la que la cadencia de los violines determinan la fuerza rítmica y marcan el tempo de manera especialmente característica, pero me había quedado confundido porque las bailarinas llevaban pañuelos con los que jugaban a cazar mariposas. Por eso había creído que se trataba de la primavera y no del invierno.
Se lo expliqué de manera sucinta.
-Invierno -repitió. Luego agregó, con un dejo de decepción triste en su voz-: Escuchar El Invierno de Vivaldi es ver la acción del frío.
Sabía a qué se refería. La música de Las cuatro estaciones siempre me hace recordar esa serie de tomas de una cámara fija que luego, mostradas a gran velocidad, denotan el paso y el efecto del tiempo en lo fotografiado.
-¡Y yo me dejé confundir por las mariposas! -volví a explicar.
Reí de mi confusión.
La risa que provoqué en él no me asombró. Me sorprendió la risa de ella. No la había esperado de ninguna manera. Aproveché la ligereza del ambiente creado para despedirme con un movimiento de manos.
Un par de metros más adelante, en el próximo grupo de gente preparándose para salir, reconocí a la ex esposa de M. Qué raro, pensé, la nueva es más joven, ciertamente atractiva, bella e interesante. Y, sin embargo, es también la que más parece sufrir de las dos mujeres.
Saludé al grupo. Pasé raudamente por su lado.
Antes de salir me pregunté hasta qué punto sus poses no eran simples máscaras de otras máscaras. Las de las tres personas del triángulo.
Su sonrisa -la de él- era perfectamente legible: “¿No he tomado una buena decisión separándome y escogiendo como nueva pareja a esta preciosura?”
La sonrisa de la ex sonaba a un claro: “No sabe la pobre a lo que se ha metido”.
En medio, la joven bella e interesante. Acaso simplemente arrastrada por una relación que en su comienzo no podía prever ni entender y que ahora era muy tarde para atreverse a romperla así nomás.
-Invierno -repetí para mí mismo, cuando terminé de bajar las escaleras y avisté los árboles pelados del parque colonés vecino.
Afuera hacía frío y el viento soplaba con inusitada fuerza.
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… HjorgeV 28-02-2010