BOLÍGRAFO, BIROME, LAPICERO O ESFERÓGRAFO
La historia del bolígrafo bien se puede leer como la fascinante historia de un hombre y su principal obsesión: inventar.
Por ella, un húngaro apedillado Biro abandona su propio país, pasa a Francia en plena Segunda Guerra Mundial y llega a cruzar el Atlántico para establecerse felizmente hasta su muerte en Argentina, confiándose en un simple y pequeño pedazo de cartulina.
Una tarjeta de visita, para más señas, que le había dado un argentino en un encuentro casual en un hotel, mientras ambos se encontraban de paso por Yugoslavia.
Se cuenta que nuestro hombre, Ladislao José Biro, había conseguido establecerse en Francia y trabajaba para los laboratorios del servicio secreto francés, cuando los nazis invadieron ese país.
Todavía era un gran desconocido, pero su fama como inventor había cuajado lo suficiente como para que el gobierno francés de ese entonces le propusiera agregar un trabajo más a los dos –periodista y pintor- con los que se ganaba la vida en París.
Por su obsesión, había abandonado Hungría buscando apoyo financiero para sus inventos, entre otros, el bolígrafo.
Aunque se dice que ya Galileo Galilei había bosquejado lo que podría considerarse un prototipo de bolígrafo, se considera a László József Biró (su nombre original: húngaro nacionalizado argentino y nacido en Budapest) como su inventor.
De 1888, data también una patente concedida al ciudadano usamericano John J. Loud por un instrumento muy parecido y que servía para marcar cueros con tinta. Por otra parte, Slavoljub Eduard Penkala, un inventor croata, patentó en 1906 otro prototipo del actual bolígrafo.
En vida, Biro fue autor de por lo menos 32 inventos. En su honor, en Argentina se celebra el 29 de setiembre –día de su nacimiento- el Día del Inventor.
A ese país viajó en plena Guerra Mundial, más o menos gracias a una de esas grandes casualidades de la vida, luego de que los nazis invadieran París.
A pesar de que ya en 1938 había patentado en Hungría un rudimentario prototipo de su bolígrafo, aquel no llegó a comercializarse por las grandes dificultades técnicas que se le presentaron.
Básicamente, las de conseguir fabricar esferas lo suficientemente pequeñas y el mecanismo para poder engarzarlas en un recipiente o depósito de tinta adecuado.
La leyenda cuenta que observando cómo unos niños jugaban con bolas al aire libre, vio cómo una de éstas, al pasar encima de un charco, se impregnó de barro y lo fue devolviendo a la superficie del pavimento en su camino, marcando su trayectoria.
Según otra versión, se habría inspirado al ver funcionar las prensas cilíndricas de una imprenta, las cuales, en un proceso similar, recogen tinta en su superficie que luego aplican por presión a rollos de papel.
Dieciocho años le costó madurar su invento hasta llegar al modelo que ahora ya es universal y que apenas ha cambiado desde su invención.
UNA TARJETA DE VISITA QUE ALTERÓ LA HISTORIA
Se cuenta que trabajando temporalmente como periodista en Yugoslavia para un periódico húngaro, conoció en su hotel a un personaje que se había quedado impresionado al observarlo escribir con su prototipo todavía defectuoso de bolígrafo.
Este personaje era un argentino que, atraído por el invento, le había buscado conversación a través de un paje del hotel. Así, el sudamericano se enteró de que el húngaro tenía problemas para avanzar en el desarrollo de su invento e iniciar la producción industrial en su país.
Biro le explicó que lo había inventado porque era de los periodistas que escribían poco y le sucedía que cuando verdaderamente necesitaba usar su pluma, se encontraba con que la tinta se le había secado.
El misterioso personaje le aseguró que en su país no tendría ningún problema para perfeccionar su invento y hacerlo comercial. Para enfatizar lo que decía, le entregó una tarjeta, en la que figuraba su nombre y su ocupación: Agustín Pedro Justo, presidente.
Cuando los nazis llegaron a París, Biro tenía ya claro hacia dónde podía huir. Su amigo y futuro socio Juan Jorge Meyne, lo ayudó a escapar de la persecución nazi y viajar a la Argentina.
Ya en Buenos Aires, castellanizó su nombre, se nacionalizó argentino e inició la fase definitiva de su leyenda.
POCO MÁS DE UN KILOGRAMO EN BUDAPEST
Biro había nacido en el seno de una familia de clase media de Budapest, pesando poco más de un kilogramo, por lo que los médicos no le habían dado muchas esperanzas de vida.
Se dice que su madre, para que no perdiera calor corporal apenas nacido, solía mantenerlo bajo una lámpara encendida, en tiempos en los que todavía no existía la incubadora.
Si ese fue un hecho determinante en su vida o no, lo cierto es que Biro mostró un interés por diversos temas y facetas del conocimiento humano desde muy joven.
(También se dice que su padre, que era dentista, sentía una gran atracción por los inventos.)
Sus estudios de medicina los tuvo que interrumpir luego de un año tras sufrir un accidente. Parece ser que debido a este suceso, descubrió los poderes analgésicos del hipnotismo, materia en la que pronto se especializó y que le hizo ganar mucho dinero, llevándolo de paso a abandonar la medicina.
A partir de entonces sus intereses se empezaron a diversificar.
Fue, aparte de inventor, especialista en grafología e hipnotismo, agente de aduanas, periodista, pintor, vendedor y corredor de automóviles.
Inventó, entre otras cosas, una lavadora de ropa, un vehículo electromagnético y una caja de cambios automática para automóviles; un termógrafo clínico y un dispositivo para ganar energía del movimiento constante de las olas marinas.
Por su caja de cambios automática mostró interés la General Motors, quien le compró la patente a través de un representante en Alemania, sin sospechar Biro que lo único que le interesaba a la GM era evitar que su invento cayera en manos de la competencia, mas no fabricarlo.
LA CARRERA COMERCIAL DE UN GRAN INVENTO
Cinco años después de haber patentado su prototipo en su país de origen, sin haber tenido éxito, Biro lo hizo en 1943 en Argentina, en plena Segunda Guerra Mundial.
A su producto lo llamó Birome, un acrónimo de su apellido y el de su socio, amigo y compatriota, Jorge Meyne. Es el nombre con el que se conoce hasta ahora al bolígrafo en Argentina, Uruguay y Paraguay.
(Según la Wikipedia, en Costa Rica, Guatemala, Honduras y Perú se usa el término lapicero. En Chile, México y Venezuela, se usa indistintamente bolígrafo, pluma, lápiz pasta y lapicero. En Ecuador y ciertas partes de Colombia, esfero. En Bolivia, el curioso puntabola. Y en España, bolígrafo o la forma popular apocopada, boli.)
Con Meyne, y junto con su hermano mayor, habían fundado la empresa Biro-Meyne-Biro al llegar a Buenos Aires.
El revolucionario producto fue llamado al comienzo esferográfica y traía varias innovaciones a la vez:
1. Su depósito cargado tenía larga duración.
2. Se podía escribir más o menos en cualquier posición.
3. La punta permitía hacer copias con papel carbón.
4. Podía ser utilizado por aviadores a gran altura.
5. La tinta, además de secar en el acto, era indeleble.
A pesar de que a lo largo de seis años Biro tuvo que introducir una serie de mejoras en su instrumento y en su producción, y se vio obligado a desarrollar con la ayuda de su hermano una tinta con mejores características, la empresa Ebersharp-Faber le pagó 2 millones de dólares en 1944 por la patente usamericana de su invento.
Una suma increíble para la época.
Un francés que después haría historia con su producto, Marcel Bich, le compró la patente en 1951 para Europa.
Con todo, la empresa de los hermanos Biro y sus socios quebró, aquejada de la falta de financiamiento, y, seguramente, también, debido al constante empeño de su figura principal por completar nuevos inventos sin poner énfasis en la productividad.
Unidas a la historia de la Birome, están las de otros dos grandes productos similares nacidos el siglo pasado: el clásico y eterno Jotter de Parker y el bolígrafo –tal vez- más popular del mundo, llamado Bic, como apócope del apellido del francés Marcel Bich.
Sin embargo, hasta los años 60, el bolígrafo tuvo que luchar contra su mala fama, porque según los tradicionalistas de la caligrafía, se decía que no permitía alcanzar los resultados de la pluma estilográfica y que los niños tenían que presionar demasiado el nuevo instrumento al escribir.
(Se dice que actualmente se fabrican 3.000.000 de bolígrafos descartables Bic al año.
Últimamente esta empresa ha ampliado su negocio ofreciendo maquinillas de afeitar y encendedores, también descartables.
Particularmente, estos dos lapiceros marcaron mi paso por las aulas escolares: el clásico y resistente Parker que siempre terminaba perdiéndolo yo de alguna forma y el resistente todoterreno Bic.
Por esas cosas curiosas que cada país tiene, aquí en Alemania los niños todavía tienen que aprender a escribir con la estilográfica moderna. No sin consecuencias: la letra corrida de la mayoría de alemanes es difícil de descifrar para un latinoamericano, como yo, por ejemplo, que se educó con el llamado método Palmer de caligrafía comercial.)
TRAS MILENIOS EL HOMBRE DEJÓ DE ESCRIBIR CON PLUMAS
A Ladislao José Biro la muerte lo pescó en su ley: inventando.
Hace escasos 22 años y pico, un 24 de octubre de 1985, cuando ya millones de copias de su invento habían recorrido y poblaban casi todos los rincones del planeta, falleció en el Hospital Alemán de Buenos Aires.
Trataba de desarrollar una nueva tecnología para el enriquecimiento de uranio.
Cabe sospechar que Biro no fue consciente de que su invento, tal como el de la imprenta y la máquina de escribir en su momento, aparte de constituir un gran avance tecnológico, significó un gran y silencioso avance verdaderamente cultural.
Pero no sólo eso.
La creación del instrumento de escritura más popular y más usado actualmente, constituyó toda una verdadera revolución democrática en el mundo, puesto que dejó de ser necesario tener una pluma, tintero y tinta -o de tener los medios para conseguirlos, aparte de conocerlos y saber utilizarlos- para poder escribir.
Hasta la invención de su Birome y desde la aparición de la escritura, la humanidad se había pasado varios miles de años escribiendo con cañas, plumas de ave y con plumas de metal a partir del Medioevo.
No lo he leído en ningún lugar hasta ahora y por eso aquí lo deseo recalcar, pero con su invento, este argentino nacido en Budapest y que tendría que haber sido médico o dentista como su padre, hizo tal vez la mayor y más perdurable contribución que se haya hecho en la lucha contra el analfabetismo en nuestro planeta.
HjorgeV
Colonia, 26-12-2007