COMER LA ROSA

Comemos la nada

tomamos la sopa envuelta

en papel para

llevarnos

las sobras de la mente mayor

 

Comemos lo que nos da mano

o lo que ordena lengua

 

Comemos las tardes

que se van

la diana, los nardos y los surcos

las flores del mal y del bien

el raudo pasar de los días

la prisa en los panteones

la esperanza del que espera

y la dicha del que se sabe lejos

de todo y de

Nada

 

La rosa es alta y

vana

nervosa y punzante

compañera de despropósitos

y ruegos

 

Sorber por eso

la nada

como quien rasga olvido o

soledad

luctable en el intento

 

Tomar la rosa

preservando el capullo

la estación nueva

endeble y frágil

origen del mañana

 

De hambre

podemos comer

también las rosas

evanescentes

que siendo tan altas

podrían prestarle sentido a estas líneas

sin reclamarle nada a este

calendario

que se va

 

HjV 30-12-2007

ENTRADA NÚMERO 300

JUGAR A SACAR LA LENGUA

Cosas interesantes traen estos días los diarios alemanes. No necesariamente son las noticias lo que más llama mi atención.

A juzgar por el tamaño de los anuncios publicitarios los libros de moda ya no se leen, ahora se escuchan.

El otro día encontré, como un sapito ya seco pero no menos paciente, perdido en medio de otros libros en un estante inesperado, un libro de Cortázar: La vuelta al día en 80 mundos.

Enseguida recordé que ese argentino cosmopolita acompañó una etapa radical de mi vida, la de mi primera época aquí en Alemania. Fue una en la que Rayuela llegó a convertirse en mi biblia y mi sistema (gratuito) de navegación pedestre por esta ciudad.

Colonia no es París, ni de lejos, pero así de grande era la fuerza de ese libro tan singular.

Había renunciado a asentarme en la Ciudad Luz y, dejando tal vez que la casualidad cumpliera bien su trabajo en mi vida, había permitido que el amor me trajera a estas tierras germanas.

Fue una época dura, como tienen que serlo aquellas que marcan el inicio de una nueva etapa de cualquier existencia.

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(Supongo que hay vidas sin sobresaltos, sin problemas de verdad ni grandes preguntas. En mis peores momentos he llegado a desearme algo parecido. En mis mejores momentos, he agradecido no haber tenido que pasar por tal aburrimiento.)

Tanto admiré y glorifiqué al gran Julio que mi paso por un curso que dictaba Saúl Yurkievic en la universidad de esta ciudad, me pareció algo natural. Yurkievic, otro gran argentino que ya se nos ha ido, como se fue la obra de Cortázar durante mucho tiempo de mi vida. Demasiado quizás.

(Si fue demasiado o no, es algo que nunca se sabe, como esos boletos de lotería que alguna vez compramos y olvidamos, y nos pasamos una vida entera preguntándonos si solo nos faltó cotejarlo para enterarnos de que nos habíamos ganado el gordo.)

(Lo recuerdo como una persona demasiado afable a Yurkievic, tanto que me daba vergüenza pedirle que me permitiera acompañarlo en camino a su departamento de profesor invitado. ¡Sabía que no se negaría! Y no quería abusar de su afabilidad.

Sin embargo me atreví a hacerlo un par de veces, trenzándonos en un par de conversaciones inolvidables para mí. Ignoraba en el fondo quién era. Ahora sé que era poeta, para más señas, y que había conocido al autor de Rayuela muy de cerca.)

Me encierro en la lectura de La vuelta.

Leyendo la fecha de compra, escrita a mano, me entero de cómo me sentía cuando lo adquirí. Era mi primera época fuera de mi país. El inicio del exilio voluntario. Recuerdo que en esos primeros meses con lo poco que ganaba, corría a comprarme libros en castellano a una librería de un colonés alto y bondadoso que padecía de una notable cojera.

Después de cerrar la compra, tenía la costumbre de escribir junto a la fecha mi nombre y mi estado emocional de ese momento en clave: Tris Ene (tristeza de enero), Fel Sol (felicidad y soledad) y así.

Pero dejé de leer a Cortázar por culpa de ese curso.

Aprendiendo a estudiar y criticar su obra, había destruído al lector ingenuo, abierto y especialmente atento al ritmo que se tiene que ser al enfrentarse con sus textos. Diseccionando su obra, me había asesinado como lector suyo.

Ahora es sábado, las diez de la noche en un minuto, el último de este año.

La vuelta al día me ha vuelto a tocar, como en ese rito iniciático que significó descubrir Rayuela. Vuelvo a leer de cronopios y de famas. De esperanzas. Como si todo hubiera sucedido en otro planeta, en otra galaxia, en otra época ahora impenetrable. Como si yo fuera un descendiente de mí mismo que se me ha concedido el poder de poder observarme en el pasado.

Me tranquilizo, respiro hondo.

Después de tantos años esperándolo, puedo volver a leer como un lector libre al más grande de todos los Julios.

Trato de calmarme.

Tres de mis hijos están durmiendo en un mismo cuarto. Han decidido dormir en una misma cama. Creo que es su forma de compensar la ausencia de la hermana mayor, quien ha decidido pasar el fin de semana en casa de su mejor amiga.

(Solo pasó hace un par de horas para recoger el reproductor de DVD, causando aún mucha más envidia en sus tres hermanos menores.

Son cuatro hermanos, cuando falta uno a la mesa es como si faltaran todos.

Durmiendo los tres juntos deben sentirse uno solo más fuerte. Quién sabe.)

Observo el paisaje por la ventana.

Acabo de leer que se ha puesto de moda la literatura para escuchar.

La paradoja sarcástica es que acababa de rendir un diminuto homenaje a una de esas grandes personas que, sin quererlo y sin que se le reconozca ese mérito, creó con su invento un arma poderosísima contra el analfabetismo de este planeta.

Me estoy refiriendo al, también argentino, y de origen húngaro, Ladislao José Biro.

¡Tanto remar para terminar escuchando libros, en la oralidad más pura!, me digo.

(Qué buena metáfora de la humanidad, por lo demás. Un mundo que se cree muy adelantado y moderno por sus avances tecnológicos, ¡vuelve a sus raíces orales!, como quien hace notar que no se ha avanzado, en realidad, nada. Que hemos estado dando simplemente una vuelta en redondo a lo largo de la historia, para volver a empezar.)

Observo el paisaje.

La nieve que parecía que iba a llegar puntualmente para Noche Buena, finalmente no se apareció. En cambio, las temperaturas empezaron a subir en los últimos días, de tal manera que el poco hielo que se había formado sobre las veredas y las pistas empezó a derretirse lentamente, convirtiéndose en un peligro público durante un par de horas. El temible hielo resbaladizo.

A mí me pasó que salí a montar bicicleta y sólo haciendo grandes esfuerzos para no resbalarme, pude llegar hasta el lugar donde estaba.

¿En qué estaría pensando? Porque en la primera curva y después de frenar ligeramente, patiné como en cámara lenta y fui a caer aparatosamente de costado, junto a un automóvil estacionado, golpeándome seriamente la tibia y el muslo izquierdos.

¿Por qué doy tantas vueltas para hablar de la navidad misma? Cortázar, Biro, nieve, bicicleta, caídas.

Creo que, a pesar de no ser creyente, simplemente porque es la fiesta del calendario que más me emociona, aunque no lo quiera reconocer y haga todos los esfuerzos posibles para que no sea así.

Apenas recuerdo mis primeras navidades.

Las que recuerdo especialmente son las que viví de adolescente. Tienen que haber sido unas cuatro o cinco en total.

Las pasaba en la casa de un primo mío y siempre la rutina era la misma: primero la cena navideña y después el momento cumbre, que era la obligada visita a todos los amigos del barrio. Casa por casa.

Como la familia de mi primo es mormona, el asunto ese de la religión lo manejaban de forma diferente. A mí seguramente me gustaban esas visitas puerta por puerta, porque despertaban en mí esas ansias de paz y armonía que -me imagino- debe desarrollar todo niño crecido en una familia incompleta.

Lo bonito era ver abrirse una puerta y observar cómo los familiares de nuestros amigos se alegraban especialmente al vernos repitiendo el rito que, después, nuestro paso a la juventud y a la vida adulta nos haría romper.

Nos abrazábamos y descubríamos por un momento que sí podía existir la convivencia humana, en paz.

Mi primera navidad en Alemania la pasé en la casa de mi novia de entonces –con la que después me llegaría a casar, más o menos por conveniencia-, de forma bastante discreta, como correspondía a una familia que se consideraba intelectual y de izquierda.

Fue en Hamburgo, el primer año de mi llegada, después de haber pasado por París y fue también en uno de los inviernos alemanes más fríos del siglo pasado. Lo sé, entre otras cosas, porque lo escuché en el taxi que finalmente pude encontrar al borde de morir por congelación por las calles de la Reeperbahn, el barrio rojo hamburgués.

(Me habían asegurado que allí sí conseguiría un taxi en una noche así. El color del barrio me salvó, porque podía hacer pausas de calor en sus diversos establecimientos y hacer de paso de mirón.)

Antes, le había dicho a mi novia que me iba a dormir y que abandonaba la fiesta de Noche Vieja a la que me había llevado. Fue poco antes de dar las doce. Debía ser una fiesta colosal, grandiosa. Pero me aburrí.

Y así, me había pasado más de una hora tratando de conseguir un taxi por las calles cubiertas de nieve de Hamburgo, viendo jugar con ella a los niños en la calle, preguntándome cómo había ido a parar a un mundo donde la gente no parecía sentir frío en los pies, ni se les mojaba los calcetines.

Creo que la navidad, las fiestas de fin de año, me gustan por lo que pueden hacer para salvarme de ese sentimiento del absurdo, de ese sentimiento de no estar del todo, del que tan bien habla Cortázar en su Vuelta al Día.

(Sentimiento que, por otro lado, tan puntual en mí, pareciera estar controlando todos los años su reloj con el fin de aparecerse sincrónicamente con estas fiestas, en una especie de lucha dialéctica y de amor/odio compartido de fin de año.)

Volví a pasar un frío atroz varios años después, al salir de una celebración de Año Nuevo aquí en Colonia, pero fue porque no contábamos, en esa lluviosa y helada madrugada de invierno de la mano de la que ahora es mi esposa, con las filas interminables de gente esperando como nosotros por un taxi libre.

Esta vez no me sucederá. Ya tengo los zapatos y la ropa adecuados y no necesitaré un taxi.

En el camino desde esa primera noche de pies húmedos y congelados en Hamburgo hasta la que se avecina, he procreado (con-creado, más bien) cuatro criaturas que ahora duermen.

Pero ese sentimiento de no estar del todo, del absurdo que es la vida, no ha remitido.

Lo bueno es que, por lo menos ahora, tiene a veces el aspecto de cuatro niños juguetones y contentos que juegan a sacarme la lengua.

HjorgeV

Colonia, 29-12-2007

EL DÉCIMO ARTE

¿Es la cocina un arte? ¿El Décimo, acaso?

La invitación a Ferran Adrià para participar –inicialmente- como único artista español invitado en la Documenta 12 pasada, causó gran revuelo entre los artistas españoles.

Muchos se sintieron simplemente ofendidos.

¿Un cocinero representando a los artistas españoles en tan importante cita del arte en Alemania?

No se lo podían creer.

La Documenta es una exposición de arte que se realiza cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel. Acoge alrededor de cien artistas de todo el mundo en cada cita.

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El director de la exposición –en esta oportunidad Robert M. Bruegel- decide más o menos independientemente a quién invitar.

Sus palabras preferidas son: Intercambio, Interacción, Contemplación y Comunicación.

Tal vez la cuarta sólo parcialmente, las otras tres, en cambio, casan bien con la cocina vanguardista de Ferran Adrià.

Para empezar, si la cocina es un arte, es el arte por excelencia de lo efímero.

Si todas las artes se degustan con la vista, el oído y el intelecto, ¿por qué no aceptar como arte aquello que se degusta con el sentido -precisamente- del gusto, además del intelecto?

Es más, aquello que ingerimos se registra primero con el sentido del olfato, sin el cual no podemos saber cómo saben realmente los alimentos. (Algo que deben saber muy bien los que han estado alguna vez fuertemente resfriados.)

El hecho de que a nadie se le haya ocurrido en su momento que una obra de arte se podía comer, no significa que no pueda existir como tal.

De hecho, muchas obras de arte y corrientes vanguardistas han jugado con el concepto efímero del arte. El teatro mismo, la danza y la música (en vivo) solo duran o existen mientras se ejecutan.

GASTRONOMÍA: ¿EL DÉCIMO ARTE?

No solamente el hombre moderno tiene problemas para definir el número de artes existentes.

¿Son ya diez o más de diez? ¿Es la Historieta un arte? ¿Y lo que hacen los artistas digitales, puede considerarse como un nuevo arte independiente de todos los demás?

Los antiguos griegos, a pesar de que se suele suponer que adoraban a nueve Musas o diosas inspiradoras del arte, tuvieron su particular desarrollo cultural hasta llegar a ese número. Sin embargo hay menciones de tres, cuatro y hasta siete musas en los antiguos escritos griegos.

Hasta la aparición del cine hace más o menos cien años, las artes consideradas tradicionales eran seis: arquitectura, escultura, pintura, música, danza y poesía.

Parece ser que el filósofo alemán Georg Hegel fue uno de los fundadores de esta convención, en la que escandalosamente –a mi parecer- falta ese otro arte, el teatro, sin el cual serían impensables la cinematografía, la televisión, el video o hasta la historieta. Porque un buen creador de historietas debe saber aplicar la tensión de un buen guión e insuflar a sus personajes capacidades histriónicas.

(O tal vez lo consideraban como una mezcla de danza, música y poesía.)

¿Y la fotografía, no es un arte, a todas luces?

El gran enciclopedista y polígrafo francés Denis Diderot consideró en su Enciclopedia, sólo cuatro artes: la escultura, la pintura, el grabado y la arquitectura.

¿Por qué? Buena pregunta.

Más de dos siglos después, la invitación que Robert Buergel hace a un cocinero español, como único invitado de su país a una gran cita del arte europeo, levanta más de una gruesa roncha.

Buergel llegó a afirmar lo siguiente:

«Los artistas tienen celos de Ferran Adrià. Hoy día no hay nadie en España, de esa generación, que se pueda comparar con su nivel de inteligencia formal».

Los artistas (plásticos) españoles no se lo podían creer.

¿Un cocinero considerado como artista?

¡¿Y más importantes que nosotros, además!?, tienen que haberse preguntado.

Pero, ¿quién es este cocinero, este Ferran Adrià, cuya sola presencia en tal cita cumbre artística, podría hacer pensar que la gastronomía ha sido ya elevada a la categoría de arte?

¿Es la gastronomía el décimo arte?

DOCUMENTA DE KASSEL: NOVIO CATALÁN DE ALEMANIA

Y Alemania se enamoró de Adrià.

Este gran español, considerado como el mejor cocinero del mundo, no lo ha tenido fácil entre sus compatriotas artistas.

(Pero, ¿qué es arte?, me pregunto yo, como muchos.)

Lo cierto es que para los alemanes, Adrià corporiza varias virtudes y artes en una sola persona.

Una receta de cocina se sostiene sobre las bases de varias ciencias y varias artes. Sin conocimientos químicos, físicos y biológicos, Adrià no sería lo que es. Sin la presentación adecuada, empezando por el mismo lugar de la degustación, hasta los platos, cubiertos y vasos, los sabores no serían lo mismos.

Por otra parte, una receta es como una historia bien contada.

Sus ingredientes son como los ingredientes de un relato. Si van en su lugar se obtiene una buena historia, un buen plato. Otro orden da otra historia, otro plato. Y el orden puede ser alterado.

Lo que los alemanes quisieran ser -literatos, científicos y, además, comer bien, todo a la vez- lo vieron sublimado en esa invitación a alguien que además afirma vivir su arte por su arte, no por los beneficios económicos que le aporta.

Ferran Adrià ha sido y es por eso el correcto novio de las musas de este país.

Creo que fue una elección correcta, a pesar de las ronchas.

HjorgeV

Colonia, 28-12-2007

EL NIÑO QUE PREFERÍA UN LIBRO A UN ABRIGO

LAS LUCES DE THOMAS ALVA EDISON

Si en la Argentina se celebra cada 29 de setiembre el Día del Inventor, en homenaje al nacimiento de Ladislao José Biro, en EEUU, ese día es el del nacimiento del que falsamente es considerado como el inventor de la bombilla o foco incandescente.

El 11 de febrero de 1847 nacía un hombre, del cual por lo menos uno de sus inventos sigue presente en la mayoría de los hogares del planeta y de quien se dice que se echaba a descansar sobre el suelo o una mesa de puro cansancio: Thomas Alva Edison.

De ese mismo hombre procede una gran y famosa frase y no menos cierta:

Genius is one per cent inspiration and ninety-nine per cent perspiration.

 

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(Algo así como: “La genialidad se compone de 1% de inspiración y 99% de transpiración.”)

De este mismo inquieto hombre se dice que estuvo -en total- solo tres meses en la escuela y que ya a la corta edad de 12 años, en 1859, había empezado a ganarse la vida como vendedor de diarios y dulces en los vagones del ferrocarril entre las estaciones de Port Hunton y Detroit.

De él también se sabe que sufría de una fuerte sordera.

La leyenda cuenta que un día, mientras trataba de subirse al tren para no perder su paquete de diarios que había depositado en un vagón, uno de los conductores ayudó al desesperado muchachito a subir, pero con tan mala fortuna que al cogerlo fuertemente de las orejas, debió dañarle alguno de sus órganos auditivos internos.

(Lo más probable es que haya sido un mal congénito o consecuencia de una enfermedad, puesto que su padre sufría del mismo mal.)

La biografía de este inquieto inventor usamericano tiene tanto de epopeya como de drama banal.

Y muestra cómo en la vida, la persecución obsesiva de un objetivo puede tener grandes e importantísimos efectos colaterales, y dejar insatisfecho, sin embargo, al obseso.

Edison apostó por el uso universal de la corriente continua (para, de paso, derrotar a su rival Westinghouse, defensor de nuestra actual corriente alterna, la de nuestros hogares), pero se equivocó con su apuesta.

Por otro lado, Edison fue un decidido hombre de negocios, quien no dudó en ningún momento en entregarse a una encarnada lucha –en el terreno de las patentes y del desarrollo de las tecnologías-, con tal de hacer avanzar a su propio imperio.

Indudablemente, fue uno de los hombres a quienes se debe el mito tan usamericano del lavaplatos que llega a convertirse en millonario con su solo esfuerzo.

¡Pero es que Thomas Alva Edison sí que era un portento de trabajo!

En vida hizo registrar más de mil patentes (exactamente, 1097), entre ellas la del fonógrafo, que permitió a una persona por primera vez en la historia de la humanidad escuchar su propia voz grabada.

Se dice que trabajaba 18 horas diarias en su laboratorio.

Se le atribuyen las siguientes frases:

Se llama experiencia a la suma de todos los errores cometidos.

Existen sencillamente demasiadas cosas que pueden apartar a una persona del trabajo de ponerse a pensar.

(¡Hay que imaginarse que esto lo dijo en una época en la que ni siquiera existía la televisión!)

Soy como una esponja, porque absorbo ideas que luego convierto en útiles. La mayoría de mis ideas pertenecen a personas que no se tomaron la molestia de seguir desarrollándolas.

El éxito responde a una ley serial. Y los fracasos solo son los resultados parciales. El que persevera no podrá evitar que alguna vez llegue a tener éxito.

Si existe alguna forma de hacer algo mejor: ¡Encuéntrala!

Como decía al comienzo, falsamente se le suele atribuir la invención de la bombilla o lámpara incandescente.

Lo que finalmente patentó, causando gran sensación, fue un nuevo filamento, hecho de bambú carbonizado, con el cual consiguió que por primera vez una bombilla se mantuviera encendida durante 48 horas ininterrumpidamente, además del invento del mecanismo de rosca que aún es el común en los focos de luz caseros.

Refiriéndose a su ‘fracaso’ en ese terreno, dijo:

No fracasé. ¡Sólo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla!

(No obstante, parece ser que 30 años antes un joyero alemán, Heinrich Goebel, había inventado algo muy similar, llegando a conseguir unas 400 horas de luz continua; solo que Goebel no se interesó por patentar su experimento. Recién en 1893, el año de su muerte, se le reconoció su invento pionero.)

Por otro lado, Thomas Alva Edison fue un hombre sin muchos escrúpulos en muchos terrenos y sentidos.

En su lucha por imponer su idea de que la electrificación de las ciudades debía funcionar bajo su sistema de corriente continua, se enfrentó abiertamente a George Westinghouse y Nikola Tesla, defensores del sistema de corriente alterna, que es el que actualmente se usa en todo el mundo.

Para demostrar la peligrosidad del sistema ‘enemigo’, no dudó en exponer en público a diversos animales a un golpe eléctrico causado por la corriente alterna, esperando que su sacrificio y cruel muerte pudieran convencer al público de lo que afirmaba.

De esta forma, se convirtió, indirectamente, en uno de los pioneros de la creación de la silla eléctrica en EEUU, no dudando en apoyar al gobierno usamericano en su búsqueda de un método efectivo y rápido de ejecución sumaria de seres humanos.

¡Y todo esto pese a oponerse ideológicamente a esta crueldad humana!

Su idea era poder sustituir el verbo to westinghouse en reemplazo de to execute, y poder igualar así el término Corriente Alterna al de Corriente Mortal, con el fin de darle un buen golpe bajo mortal a sus competidores.

Algo que no consiguió, como sabemos ahora.

Probablemente estos dos ‘fracasos’ (junto con el de la bombilla o foco incandescente) contribuyeron a aumentar su fama de hombre difícil y poco tratable.

Se dice que le hizo la vida imposible a su hijo, Thomas Alva Edison Jr., y que no dudó en plagiar a terceros para conseguir sus objetivos.

Esta es la curiosa vida de un hombre que de muchachito apenas había pisado la escuela y que probablemente calmó sus inquietudes y sus ansias de conocimiento con la lectura de los diarios que vendía en los trenes.

Cuando en el verano de 1869, a la corta edad de 22 años, llega a la ciudad de Nueva York, no solo es un Don Nadie.

Además de hambre, no tiene un centavo en el bolsillo mientras camina perdido por sus calles. Solo tiene un gran tesoro: una mirada decidida.

El absoluto convencimiento de que lo que se propusiera lo conseguiría aunque fuera con pura terquedad.

Lo dijo su rival Nikola Tesla:

«Si Edison tuviera la tarea de encontrar una aguja en un pajar, pueden estar seguros que, como una abejita trabajadora y paciente, se pondría a separar paja por paja hasta cumplir su trabajo.»

Solo diez años después, el hombre que había trabajado desde los doce años para poder cumplir su sueño de convertirse inventor, ya se había convertido también en uno de los hombres más famosos de su país, en un trabajador incansable que pasaba 18 horas diarias en su laboratorio y en un empresario exitoso.

De él también se cuenta que cuando vendía diarios y golosinas en los trenes, prefería ahorrar en ropa de abrigo para comprarse más libros, y así poder leer más con lo ahorrado.

HjorgeV

Colonia, 27-12-2007

LA HISTORIA DE UNA OBSESIÓN

BOLÍGRAFO, BIROME, LAPICERO O ESFERÓGRAFO

La historia del bolígrafo bien se puede leer como la fascinante historia de un hombre y su principal obsesión: inventar.

Por ella, un húngaro apedillado Biro abandona su propio país, pasa a Francia en plena Segunda Guerra Mundial y llega a cruzar el Atlántico para establecerse felizmente hasta su muerte en Argentina, confiándose en un simple y pequeño pedazo de cartulina.

Una tarjeta de visita, para más señas, que le había dado un argentino en un encuentro casual en un hotel, mientras ambos se encontraban de paso por Yugoslavia.

Se cuenta que nuestro hombre, Ladislao José Biro, había conseguido establecerse en Francia y trabajaba para los laboratorios del servicio secreto francés, cuando los nazis invadieron ese país.

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Todavía era un gran desconocido, pero su fama como inventor había cuajado lo suficiente como para que el gobierno francés de ese entonces le propusiera agregar un trabajo más a los dos –periodista y pintor- con los que se ganaba la vida en París.

Por su obsesión, había abandonado Hungría buscando apoyo financiero para sus inventos, entre otros, el bolígrafo.

Aunque se dice que ya Galileo Galilei había bosquejado lo que podría considerarse un prototipo de bolígrafo, se considera a László József Biró (su nombre original: húngaro nacionalizado argentino y nacido en Budapest) como su inventor.

De 1888, data también una patente concedida al ciudadano usamericano John J. Loud por un instrumento muy parecido y que servía para marcar cueros con tinta. Por otra parte, Slavoljub Eduard Penkala, un inventor croata, patentó en 1906 otro prototipo del actual bolígrafo.

En vida, Biro fue autor de por lo menos 32 inventos. En su honor, en Argentina se celebra el 29 de setiembre –día de su nacimiento- el Día del Inventor.

A ese país viajó en plena Guerra Mundial, más o menos gracias a una de esas grandes casualidades de la vida, luego de que los nazis invadieran París.

A pesar de que ya en 1938 había patentado en Hungría un rudimentario prototipo de su bolígrafo, aquel no llegó a comercializarse por las grandes dificultades técnicas que se le presentaron.

Básicamente, las de conseguir fabricar esferas lo suficientemente pequeñas y el mecanismo para poder engarzarlas en un recipiente o depósito de tinta adecuado.

La leyenda cuenta que observando cómo unos niños jugaban con bolas al aire libre, vio cómo una de éstas, al pasar encima de un charco, se impregnó de barro y lo fue devolviendo a la superficie del pavimento en su camino, marcando su trayectoria.

Según otra versión, se habría inspirado al ver funcionar las prensas cilíndricas de una imprenta, las cuales, en un proceso similar, recogen tinta en su superficie que luego aplican por presión a rollos de papel.

Dieciocho años le costó madurar su invento hasta llegar al modelo que ahora ya es universal y que apenas ha cambiado desde su invención.

UNA TARJETA DE VISITA QUE ALTERÓ LA HISTORIA

Se cuenta que trabajando temporalmente como periodista en Yugoslavia para un periódico húngaro, conoció en su hotel a un personaje que se había quedado impresionado al observarlo escribir con su prototipo todavía defectuoso de bolígrafo.

Este personaje era un argentino que, atraído por el invento, le había buscado conversación a través de un paje del hotel. Así, el sudamericano se enteró de que el húngaro tenía problemas para avanzar en el desarrollo de su invento e iniciar la producción industrial en su país.

Biro le explicó que lo había inventado porque era de los periodistas que escribían poco y le sucedía que cuando verdaderamente necesitaba usar su pluma, se encontraba con que la tinta se le había secado.

El misterioso personaje le aseguró que en su país no tendría ningún problema para perfeccionar su invento y hacerlo comercial. Para enfatizar lo que decía, le entregó una tarjeta, en la que figuraba su nombre y su ocupación: Agustín Pedro Justo, presidente.

Cuando los nazis llegaron a París, Biro tenía ya claro hacia dónde podía huir. Su amigo y futuro socio Juan Jorge Meyne, lo ayudó a escapar de la persecución nazi y viajar a la Argentina.

Ya en Buenos Aires, castellanizó su nombre, se nacionalizó argentino e inició la fase definitiva de su leyenda.

POCO MÁS DE UN KILOGRAMO EN BUDAPEST

Biro había nacido en el seno de una familia de clase media de Budapest, pesando poco más de un kilogramo, por lo que los médicos no le habían dado muchas esperanzas de vida.

Se dice que su madre, para que no perdiera calor corporal apenas nacido, solía mantenerlo bajo una lámpara encendida, en tiempos en los que todavía no existía la incubadora.

Si ese fue un hecho determinante en su vida o no, lo cierto es que Biro mostró un interés por diversos temas y facetas del conocimiento humano desde muy joven.

(También se dice que su padre, que era dentista, sentía una gran atracción por los inventos.)

Sus estudios de medicina los tuvo que interrumpir luego de un año tras sufrir un accidente. Parece ser que debido a este suceso, descubrió los poderes analgésicos del hipnotismo, materia en la que pronto se especializó y que le hizo ganar mucho dinero, llevándolo de paso a abandonar la medicina.

A partir de entonces sus intereses se empezaron a diversificar.

Fue, aparte de inventor, especialista en grafología e hipnotismo, agente de aduanas, periodista, pintor, vendedor y corredor de automóviles.

Inventó, entre otras cosas, una lavadora de ropa, un vehículo electromagnético y una caja de cambios automática para automóviles; un termógrafo clínico y un dispositivo para ganar energía del movimiento constante de las olas marinas.

Por su caja de cambios automática mostró interés la General Motors, quien le compró la patente a través de un representante en Alemania, sin sospechar Biro que lo único que le interesaba a la GM era evitar que su invento cayera en manos de la competencia, mas no fabricarlo.

LA CARRERA COMERCIAL DE UN GRAN INVENTO

Cinco años después de haber patentado su prototipo en su país de origen, sin haber tenido éxito, Biro lo hizo en 1943 en Argentina, en plena Segunda Guerra Mundial.

A su producto lo llamó Birome, un acrónimo de su apellido y el de su socio, amigo y compatriota, Jorge Meyne. Es el nombre con el que se conoce hasta ahora al bolígrafo en Argentina, Uruguay y Paraguay.

(Según la Wikipedia, en Costa Rica, Guatemala, Honduras y Perú se usa el término lapicero. En Chile, México y Venezuela, se usa indistintamente bolígrafo, pluma, lápiz pasta y lapicero. En Ecuador y ciertas partes de Colombia, esfero. En Bolivia, el curioso puntabola. Y en España, bolígrafo o la forma popular apocopada, boli.)

Con Meyne, y junto con su hermano mayor, habían fundado la empresa Biro-Meyne-Biro al llegar a Buenos Aires.

El revolucionario producto fue llamado al comienzo esferográfica y traía varias innovaciones a la vez:

1. Su depósito cargado tenía larga duración.

2. Se podía escribir más o menos en cualquier posición.

3. La punta permitía hacer copias con papel carbón.

4. Podía ser utilizado por aviadores a gran altura.

5. La tinta, además de secar en el acto, era indeleble.

A pesar de que a lo largo de seis años Biro tuvo que introducir una serie de mejoras en su instrumento y en su producción, y se vio obligado a desarrollar con la ayuda de su hermano una tinta con mejores características, la empresa Ebersharp-Faber le pagó 2 millones de dólares en 1944 por la patente usamericana de su invento.

Una suma increíble para la época.

Un francés que después haría historia con su producto, Marcel Bich, le compró la patente en 1951 para Europa.

Con todo, la empresa de los hermanos Biro y sus socios quebró, aquejada de la falta de financiamiento, y, seguramente, también, debido al constante empeño de su figura principal por completar nuevos inventos sin poner énfasis en la productividad.

Unidas a la historia de la Birome, están las de otros dos grandes productos similares nacidos el siglo pasado: el clásico y eterno Jotter de Parker y el bolígrafo –tal vez- más popular del mundo, llamado Bic, como apócope del apellido del francés Marcel Bich.

Sin embargo, hasta los años 60, el bolígrafo tuvo que luchar contra su mala fama, porque según los tradicionalistas de la caligrafía, se decía que no permitía alcanzar los resultados de la pluma estilográfica y que los niños tenían que presionar demasiado el nuevo instrumento al escribir.

(Se dice que actualmente se fabrican 3.000.000 de bolígrafos descartables Bic al año.

Últimamente esta empresa ha ampliado su negocio ofreciendo maquinillas de afeitar y encendedores, también descartables.

Particularmente, estos dos lapiceros marcaron mi paso por las aulas escolares: el clásico y resistente Parker que siempre terminaba perdiéndolo yo de alguna forma y el resistente todoterreno Bic.

Por esas cosas curiosas que cada país tiene, aquí en Alemania los niños todavía tienen que aprender a escribir con la estilográfica moderna. No sin consecuencias: la letra corrida de la mayoría de alemanes es difícil de descifrar para un latinoamericano, como yo, por ejemplo, que se educó con el llamado método Palmer de caligrafía comercial.)

TRAS MILENIOS EL HOMBRE DEJÓ DE ESCRIBIR CON PLUMAS

A Ladislao José Biro la muerte lo pescó en su ley: inventando.

Hace escasos 22 años y pico, un 24 de octubre de 1985, cuando ya millones de copias de su invento habían recorrido y poblaban casi todos los rincones del planeta, falleció en el Hospital Alemán de Buenos Aires.

Trataba de desarrollar una nueva tecnología para el enriquecimiento de uranio.

Cabe sospechar que Biro no fue consciente de que su invento, tal como el de la imprenta y la máquina de escribir en su momento, aparte de constituir un gran avance tecnológico, significó un gran y silencioso avance verdaderamente cultural.

Pero no sólo eso.

La creación del instrumento de escritura más popular y más usado actualmente, constituyó toda una verdadera revolución democrática en el mundo, puesto que dejó de ser necesario tener una pluma, tintero y tinta -o de tener los medios para conseguirlos, aparte de conocerlos y saber utilizarlos- para poder escribir.

Hasta la invención de su Birome y desde la aparición de la escritura, la humanidad se había pasado varios miles de años escribiendo con cañas, plumas de ave y con plumas de metal a partir del Medioevo.

No lo he leído en ningún lugar hasta ahora y por eso aquí lo deseo recalcar, pero con su invento, este argentino nacido en Budapest y que tendría que haber sido médico o dentista como su padre, hizo tal vez la mayor y más perdurable contribución que se haya hecho en la lucha contra el analfabetismo en nuestro planeta.

HjorgeV

Colonia, 26-12-2007

LIBERTADES DE FIN DE AÑO

Hoy se me pegaron las sábanas, pero era algo que ya estaba previsto.

Casi todo el año me he levantado mucho antes que los demás en esta casa.

Era una forma de poder garantizar intimidad y concentración en mi trabajo. Tenemos cuatro hijos, un perro, un gato y cuatro conejos.

Para esta última semana del año, me quiero permitir ciertas libertades, me he dicho.

Por eso hoy, mi hijo menor –el que acaba de cumplir tres años- tuvo que despertarme a mí. Con una sonrisa, además. Tenía una pregunta sobre los piratas.

-Y los piratas, ¿cómo hacen pipí, Mapi? –me preguntó, llegando a sorprenderme en mi sopor.

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-Mmmmm…. Como todos, me imagino –le respondí, desde esa esfera que en casos así, te resistes a dejar y en la que pensar parece a veces lo más difícil de conseguir.

-¿Pero en dónde?

-Tal vez en el mar –murmuré-. O en una isla –continué diciéndole y empezando a despertarme por miedo a decirle alguna tontería, sino la había dicho ya.

Se quedó callado durante un buen rato. De vez en cuando tosía y cada vez que lo hacía, se tapaba la boca. Algo que me llamó la atención por lo reflejo que parecía ser su acto.

Pensé que podía tener la suerte de seguir durmiendo, ahora que parecía haber satisfecho su curiosidad.

-¿O tú preguntas si lo hacen parados o sentados? –se me ocurrió preguntarle, pensando en la costumbre que muchos quisieran ver implantada en Alemania: que los hombres lo hagan sentados, por cuestiones higiénicas.

De puntería, más bien.

-Parados se pueden caer al mar –me respondió.

Sonreí. Al otro lado de la cama, mi esposa se había cubierto totalmente la cabeza con el edredón de plumas, tratando de pasar desapercibida y poder así seguir durmiendo tranquilamente.

-¿No quieres ir a jugar al cuarto de tu hermano? –le pregunté.

Negó con la cabeza.

-Puedes seguir durmiendo aquí, si deseas –le dije, con las últimas esperanzas que me quedaban, pero justo en ese momento, entró a nuestra habitación su hermano mayor, con uno de sus regalos navideños: un globo terráqueo a escala y con iluminación por dentro.

-No encuentro Alemania, Mapi –me dijo Jorge Juan.

En febrero cumplirá siete años. Actualmente encuentra especial fascinación en descubrir qué es lo que dicen todas las palabras con las que se encuentra.

-Ya encontré Perú y Groenlandia –añadió, sonriendo, y entusiasta, como siempre.

-Busca África –le dije-. Luego subes hasta encontrar lo que parece el contorno de una bota. Esa es Italia. Un poco más arriba está Alemania.

-¿Aquí? -preguntó Jorge Juan.

Asentí.

-¿Aquí estamos nosotros? –preguntó el menor, con incredulidad, y señalando con el dedo sobre el globo.

Nos reímos con ganas.

Como ya advertí, esta última semana del año deseo tomarme ciertas libertades. Una de ellas será la de interrumpir la escritura cada vez que mi familia me lo pida.

Y ahora me acaban de llamar para tomar desayuno. Luego partiremos a la casa de mis suegros, a unos cien kilómetros de aquí.

La idea, sinceramente, no me entusiasma, sobre todo porque detesto conducir. Pero qué se le va a hacer.

Nos ‘veremos’ mañana. O esta misma noche, si me quedan fuerzas para sentarme otra vez a la máquina. Me ocuparé de la fascinante historia del bolígrafo y su inventor, un argentino de origen húngaro.

Que tengan un día reparador.

HjorgeV

Colonia, 25-12-2007

UNA PEQUEÑA DESPEDIDA

ENTRADA NÚMERO 295

Las líneas de mi entrada de ayer (Lo juro, señor juez) refieren parcialmente una historia real.

Debía correr uno de los primeros años de la década de los ochenta.

Entonces no sabía que alguna vez dejaría mi país para siempre (?) y que llegaría a formar una familia germano peruana de seis personas aquí en Colonia.

Había asistido a ver una película de ya no sé qué cineasta francés en la Alianza Francesa de Lima. Al final de la misma había participado en la discusión y el comentario de la película. El intercambio de ideas es algo que siempre me ha fascinado.

Uno de los participantes del foro se me había acercado al final del mismo para felicitarme por mis comentarios.

Tan tonto como era, me lo creí.

Y continuamos la conversación en la calle. Después de unos minutos me dijo que vivía no lejos de allí y que me invitaba a una copa en su departamento.

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Me dijo que era filósofo y que venía de EEUU, algo que era fácil de identificar por su forma de hablar el castellano. Debía tener unos cincuenta o sesenta años.

Ya en su departamento, me impresionaron sobremanera la cantidad de libros que tenía. ¡Cuánta razón tenía Borges cuando dijo que la idea más cercana al paraíso que tenía era la de una gran biblioteca!

(A partir de ahora habrá que añadir la Red a esa idea de paraíso.)

Ahora tengo la certeza de que alguna droga tuvo que haberme dado con la bebida porque más o menos pronto sentí un cansancio inusual. Habíamos bebido bastante, pero no como para quedarme dormido tan rápidamente.

Si estás cansado, me dijo, puedes usar mi cama.

Recuerdo con especial desagrado cómo desperté: pensando que era una pesadilla, sentí que una boca barbuda me besaba fuertemente. Al reaccionar y abrir los ojos, me di cuenta de que no se trataba de una pesadilla.

Mi primera reacción fue lanzarle un puñetazo en pleno mentón, que lo lanzó hacia atrás, haciendo que cayera aparatosamente al suelo.

¿Por qué cuento esto?

Porque me ha sucedido hoy, que, entre celebraciones navideñas, mis otros trabajos y mis obligaciones familiares no he sabido hasta el momento de sentarme a esta máquina sobre qué iría a escribir hoy.

Me ha sucedido un par de veces a lo largo de este año que ya ha empezado a despedirse.

Por si a alguien le interesa, voy a decir cómo trabajo en esta bitácora.

Para empezar, la inicié el 3 de enero de este año que se nos va, con la idea de escribir unas dos o tres entradas por semana.

Tres meses atrás, en octubre del año pasado, había decidido cambiar radicalmente mi vida y concentrarme en cumplir uno de mis sueños clandestinos: escribir.

Para ello lo discutí con mi esposa, sopesamos nuestras posibilidades y, al final, aprobamos la idea.

Por suerte, cuando la conocí estaba pasando yo una etapa parecida: ¿qué hacer, y cómo, para cumplir el sueño (secreto) de escribir que me había traído a Europa?

Después vinieron los hijos, abrimos un negocio y la manutención de la familia se volvió el tema principal de nuestras vidas. Seguí escribiendo en mis ratos libres, pero era algo que no me satisfacía.

Hace unos tres años me propuse escribir una novela y estuve trabajando en ella casi dos años. Al final escribí tres versiones diferentes y aunque con ninguna quedé contento, me dije que había cumplido mi meta.

El argumento estaba basado en varios casos reales que me habían sucedido a mí, aunque solo de forma parecida y en otro orden cronológico. Como uno de los personajes era la hermana de una antigua novia alemana que tuve en Lima, gracias a la Red pude contactarle para contarle sobre mi novela.

Entusiasmado, la localicé y me puse en contacto con ella.

La idea no le gustó nada.

-No te atrevas a contar nada parecido -casi me amenazó.

-Es solo una simple novela -le dije, tratando de no darle importancia al asunto.

-Te lo he advertido.

Me había imaginado que podríamos vernos y recordar los viejos tiempos. Que me ayudaría a afinar a los personajes. En cambio, gané una enemiga.

Aprendí, que, a veces, los años pueden cambiar a las personas hasta el punto de convertirlas en perfectas desconocidas ante nuestros ojos.

Por respeto a ella y su familia, tiré la novela a un rincón.

En octubre del año pasado, cuando tomé la decisión de dedicarme casi exclusivamente a escribir, la retomé pero cambiándole radicalmente el argumento.

Empecé organizando mi tiempo y mis actividades. Teníamos planeado con mi esposa que apenas me ocuparía de trabajar para ganar dinero en los primeros meses, pero, que, en cambio, tendría que ayudar mucho más con los trabajos de la casa. Algo que pudimos cumplir muy bien.

En los mejores meses me levantaba en la madrugada y trabajaba unas cuatro horas en absoluta concentración.

Personalmente, he descubierto que esas son las mejores horas para escribir para mí. De paso que son las horas en las que nadie me puede molestar porque todos están durmiendo en casa. Lo malo era que a las nueve o diez de la noche, ya no daba más, y caía rendido de cansancio.

Hice también un experimento.

Como había tenido problemas para respetar el guión de la novela, esta vez la empecé a escribir en alemán por la mañana y en las tardes la traducía al castellano.

Aprendí que, al escribir, los personajes pueden llegar a adquirir cierta autonomía y más independencia de la que uno mismo quisiera.

Es algo que no es malo de por sí, porque significa que son tan ‘reales’ que han adquirido una vida propia. Lo malo es que se corre el riesgo de terminar en cualquier otra parte diferente de la planeada.

Escribiendo en alemán -mi idioma domiciliario, por así decirlo-, tenía poco espacio para la fascinación por las palabras, pero sí mucho para concentrarme en la historia misma.

Al pasar lo narrado al castellano podía darle cauce al juego con las palabras.

Me sucedió que ya en diciembre sentía que no podía dejar de escribir.

Fue una experiencia estupenda. Mi sueño no parecía ser entonces ninguna invención mía, me dije.

Para poder darle paso a todas las ideas que se me ocurrían y que pedían papel, se me ocurrió lo de inaugurar esta bitácora.

Me decidí por el anonimato por varias razones.

1. Porque el bitacoreo era un terreno desconocido para mí.

2. Por lo de la irresponsabilidad. No quería responsabilizarme de nada más en especial y una bitácora es una buena forma de esconderse públicamente.

3. Por el sentido experimental de lo que pensaba hacer: un cuaderno para contar, básicamente, para ejercitar la redacción, pero, también, para experimentar más o menos libremente.

4. Por vergüenza. Porque a pesar de los años que llevo escribiendo y habiendo ganado un par de pequeños premios (todos en poesía), sigo sin poder atreverme a decir que escribo.

5. Por el cúmulo de metidas de pata (de todo tipo) que iría necesaria e irremediablemente a cometer.

(Ahora sé que tendría que haberse llamado Cuaderno Borrador. El nombre alternativo era Bitacoreando, que alguna vez pienso rescatar.)

Alguna vez contaré más detalles sobre lo que he vivido en estos doce meses que llevo escribiendo en las páginas de este cuaderno de bitácora.

Baste decir que en algún momento saqué la cuenta (de puro aburrimiento, me imagino), de que si seguía escribiendo a diario, llegaría a la bonita y redonda suma de 300 entradas en un año casi exacto.

Y esto es lo que he hecho más o menos en los últimos meses.

Lo tomé como un reto. Físico, sobre todo.

¿Podría soportar escribir a diario con frío, calor, otros trabajos, paralelamente a mi novela, mis problemas personales, familia, ganas o no, enfermedades y demás?, fue mi gran pregunta.

Es decir, ¿tengo por lo menos el aguante físico como para poder decir si es lo mío escribir o no?

Parece que estoy a punto de cumplir con mi meta. (Incluso fallando un día, podría llegar a esa suma.)

Ha sido una experiencia muy rica en muchos sentidos. Pero también esclavizante y, por momentos, desesperante. No se la recomiendo a nadie.

Debido a Cuaderno Contable, dejé de escribir en dos idiomas. Algo que he agradecido, por una parte, por que pude concentrarme en mi lengua materna. Por otra, descubrí que me puedo llegar a sentir muy cómodo escribiendo en alemán.

Ahora sé que eso tiene mucho de esquizofrénico.

Lo más importante ha sido descubrir que la mente tiene más posibilidades de las que uno puede y quiere imaginarse. Para poder cumplir con mi plan, he escrito muchas más páginas de las publicadas. Más o menos unas 3.000 en total, si se cuentan las páginas escritas a doble espacio.

Y he dejado muchas entradas inconclusas, que solo esperan ser terminadas.

Cada vez que se me ocurría alguna idea que no tuviera que ver con mi novela, la apuntaba en mis numerosas libretas y cuadernos que tengo por todas partes. Luego en las noches la empezaba a formular, corregía la redacción y los errores de todo tipo, verificaba en la medida de lo posible mis fuentes y, finalmente, la publicaba.

Xavier Velasco refiere en su bitácora de El Boomeran(g), que Pérez Reverte le advirtió no hace mucho: «La columna diaria es la tumba del novelista».

Ahora sé que hay mucho de cierto en eso.

Por mi parte, en octubre de este año ‘terminé’ la novela que empecé un año atrás (está en fase de congelación en espera de la corrección final) y ya voy más o menos por la mitad de una segunda.

Cuento todo esto, porque me gustaría ahora probar sin la presión que significa este medio. De tal manera que esta entrada es una especie de pequeña despedida de tod@s ustedes, lector@ incógnit@s.

Cuando termine de escribir -espero- la entrada número 300 de esta bitácora, coincidiendo con el fin de este año 2BOND, haré una pausa para concentrarme en mis otros trabajos.

Tal como van las cosas, considero difícil no volver. Esto es casi como una droga.

Bitacoreo, luego existo, resumió un periodista alemán, creo que con mucha razón.

Ya veremos.

No sé adónde me llevará mi camino. La única certeza que tengo es que, por lo menos, es el mío. Los miedos procuro llevarlos humildemente a la espalda, pero sin ocultárselos a nadie, porque también son míos.

Que terminen bien el año y que se cumplan, en el próximo, por lo menos tres deseos de una lista de cinco que puedan tener.

Mi gran deseo es que alguna vez no tenga más vergüenza de decir que escribo.

Pero para eso me falta trabajar todavía bastante.

HjorgeV

Colonia, 24-12-2007

LO JURO, SEÑOR JUEZ

Le pegué fuerte en el mentón,

señor juez.

Permítame que le cuente.

 

La juventud enseña a escuchar a los mayores.

Además era un conocido profesor de la universidad,

extranjero, gran filósofo para más señas.

Después de una de sus clases me invitó a

su departamento.

Tenía libros por todas partes, señor juez.

De esos que rematados en cualquier

tienda de viejo pueden dar para vivir

media vida de poeta.

 

La discusión fue bárbara,

pero no más que el whisky mezclado con no sé

qué, señor juez.

Usa mi sofá para dormir si deseas, me dijo el

filósofo con sus ous acompañandou toudas sus frases

y me quedé dormido enseguida,

después de un par de horas discutiendo

sobre altos temas de la cinematografía y del

pensamiento

humano al lado de una o dos botellas.

 

Cuando desperté por efecto de lo que yo creía

una pesadilla, señor juez,

la succión de su boca filosofal

rodeada de barba dura y mal recortada

me atraía con la fuerza de una fiera.

 

Quise vomitar, desprenderme del

mundo de golpe.

Sólo sé que

le pegué fuerte en el mentón

y luego salí arrastrándome de su apartamento.

No recuerdo más.

 

Recién a los dos o tres días, otro profesor

me mostró en el periódico

la fotografía 

del filósofo muerto.

Lo juro,

señor juez.

 

HjV 23-12-2007

LA MEDICINA DEL FUTURO (Fin)

Conocí a una cirujana que no podía ver más sangre.

-¿Cómo es eso? –le pregunté.

-Si no fuera porque es mi profesión y con lo que me gano la vida –me dijo-, ya lo habría dejado hace mucho tiempo.

Un argentino, que vive en Colonia y es cirujano plástico, me dijo una vez, tratando este mismo tema:

Sho sha no veo la sangre, pibe. Sha ni me doy cuenta, ¿viste?

zahn.jpg

El siguiente caso memorable nos sucedió cuando nuestra primera hija tenía cuatro años de edad y mi esposa pensaba que no oía bien.

 

-Oye perfectamente –le dije.

-Pero a veces es como si no me escuchara.

-Eso es otra cosa. Oír y escuchar son dos cosas bastante diferentes. Tal vez todo lo que tenga es una gran capacidad para concentrarse.

-Tenemos que llevarla donde un especialista.

-Bueno.

El médico nos dijo que tenía algo en el oído medio y que eso se curaba con una sencilla operación ambulante.

-¿Qué es, doctor? –le pregunté.

-Es algo de lo que sufren muchos niños a esa edad. Nada especial ni para preocuparse.

-Nunca he oído nada parecido –le dije-.

-No se preocupe, es algo que se soluciona en media hora.

-¿Podría decirme qué es?

-Mire, caballero –me dijo, como compadeciéndose de mí-. Estas cosas las conocemos los especialistas. Usted no tiene de qué preocuparse.

-No dudo de lo primero. Solo deseo que me lo diga.

Me quedó mirando por un momento. Como sopesándome.

-Hay más o menos diez personas en la sala de espera, amigo.

-Oh, disculpe –le dije.

Por supuesto, no volví.

Y ya que estamos aquí, permítanme recordar el caso de una de mis profesoras de alemán del Instituto Goethe de Lima. Se quedó casi cinco años allá y al comienzo, lo que más temía era enfermarse, por miedo a no poder comunicarse con el médico en castellano.

Me contó que una vez le había salido una especie de ronchas en la piel que las notaba sobre al despertar. Como no parecían ser nada graves o por lo menos eso era lo que ella creía, le escribió una carta a su abuela contándole el caso.

Su abuela le respondió con interés y rogándole más detalles.

A la tercera carta tuvo el diagnóstico.

¡Pulgas!

(No me pregunten ahora cómo llegaron a ella esos animalillos.)

Aquí en Alemania creo que ya existen los McZahn: el dentista al paso. ¿Cómo será? (Zahn es ‘diente’ en alemán.)

¿Uno mismo tendrá que sostener el tubo aspirador?

¿Cómo será la atención? ¿Se hará cola en la calle para ahorrar en la sala de espera?

¿O se atenderá en el mismo automóvil y uno lo que tiene que hacer es sacar la cabeza por la ventanilla?

La medicina del futuro –en los países desarrollados- se irá convirtiendo cada vez más en un simple y puro negocio. Sobre todo por la alta tecnología que requerirá.

Me imagino que los grandes mercaderes de este planeta ya le han echado el ojo a ese futuro. Se venderán instrumentos y máquinas de alta precisión. Aparatos increíbles, mucho más de los que existen ahora, poblarán los hospitales y consultorios. Los medicamentos de moda pesarán gramos pero costarán miles.

Los futuros estudios universitarios de Medicina se parecerán cada vez más a los de un astronauta de la NASA.

Mientras tanto, la gente del llamado Primer Mundo seguirá fumando más, alimentándose mal (pero gastando mucho dinero en ello), moviéndose menos y entregando su vida y su alma a correr tras el dinero. Y dejándose engañar.

¿Por qué no? Después de todo, la medicina del futuro hará cualquier promesa.

Que la pueda cumplir, eso siempre ha sido otra cosa.

Les deseo un buen fin de año.

HjorgeV

Colonia, 22-12-2007

LA MEDICINA DEL FUTURO (III)

De pronto, después de haber pasado días enteros sin haber podido sentarme con el cuerpo recto, con dolores que me permitían solo ciertos movimientos y temiendo que el médico me confirmara una hernia discal y procediera a operarme, ¡empecé a bailar salsa como si nada hubiera pasado!

Lo interesante era que entre pieza y pieza volvía a mi postura forzada y a los dolores. Pero apenas salía a la pista de baile, sufría una misteriosa transformación y podía bailar casi normalmente, haciendo los movimientos e –incluso- los giros salseros.

¿Cómo podía ser eso posible?

El médico especialista al que había acudido me había puesto unas inyecciones de cortisona que habían aliviado mi dolor y me habían permitido seguir atendiendo mi negocio de entonces.

matasano.jpg

Había llegado caminando medio doblado a su consultorio. Con dificultades para sentarme y volver a ponerme de pie.

Como no sabía lo que tenía y no lo conocía, trataba de adoptar una postura menos dolorosa, consiguiendo sólo más malestar y una peor postura.

Desconocía todo lo que ahora acabo de leer -y a la conclusión que yo mismo he llegado por experiencia personal- sobre la actitud mental ante un episodio de dolor de espalda.

Cuando descubrí que –como por arte de magia- podía bailar e incluso hacer pasos complicados, descubrí también que mi problema no podía ser demasiado grave. Lo que resultó un gran alivio para mí.

Para variar, me olvidé por completo del asunto.

Medio año después me volvió a ocurrir lo mismo –puesto que no había cambiado mis costumbres de leer en la cama y el estré seguía siendo una constante en mi vida- y esta vez el ortopedista me recomendó una radiografía.

-Puede ser que se trate de una pequeña hernia discal –me dijo, con ese tono que tienen los médicos con años de experiencia y que hasta te pueden hacerte creer que lo que tienes es bueno.

A mí en cambio, me corrió una descarga eléctrica por toda mi espalda, previendo mi futuro.

-¿Y cómo se cura eso, doctor?

-Normalmente, con una operación –fue su respuesta.

Recuerdo que lo tomé a bien. Mi sueño infantil de ser operado o ir a parar al hospital por una pierna o un brazo roto se iba a cumplir. Sucedía que llegaba bastante tarde y había escogido otra parte de mi cuerpo.

Recuerdo que traté de tomarlo con resignación y de hacerme a la idea. Pero no pude. Mi sueño infantil había sido una tontería y ya me veía yo abandonando mi negocio por unas buenas semanas y convirtiéndose en un caos.

No me lo podía permitir.

Empecé a leer sobre el asunto.

Lo primero con que me encontré es que no existen estudios serios y rigurosos sobre los desórdenes musculoesqueléticos, concretamente, de los localizados en la espalda.

Descubrí que la etiología puede ser muy diversa y, por lo tanto, de difícil diagnóstico y más difícil terapia.

La (ellos dicen ‘el’) Web de la Espalda lo dice abiertamente:

1. El dolor de espalda aparece por un mecanismo neurológico -normalmente de origen desconocido- que causa dolor, inflamación y contractura muscular.

2. Para evitar y tratar el dolor de espalda se debe mantener el mayor grado de actividad posible y evitar el reposo en cama.

3. La cirugía está indicada en un reducidísimo número de casos y sólo cuando hay signos claros que garantizan su éxito.

Descubrí, también, que a toda una serie de dolencias se las suele tratar con una serie de terapias estándar, como si se trataran de la misma cosa: terapia de calor, ejercicios de extensión, inyecciones y otros medicamentos (relajantes de la musculatura, sobre todo), presopuntura y las llamadas intervenciones neurroreflejoterápicas.

Es más o menos lógico, porque los elementos involucrados son muy diversos y de diversa naturaleza (músculos, huesos, tendones, nervios) y aún más complejo es el trabajo que realizan en forma de movimiento.

Si ese desorden aún no está claro para los médicos, me pregunté, ¿cómo era posible que mi médico creyera que el problema se podría solucionar con una operación?

Empecé a revisar bibliografía quirúrgica.

Lo que encontré no solo me salvó del bisturí, ha cambiado mi vida para bien en muchos sentidos.

Y, aunque, tal vez, lo que más me haya hecho ahorrar haya sido tiempo, dinero y paciencia, sé que no he pasado por el alto riesgo que significa todo tratamiento invasivo (quirúgico) y me ha hecho aguzar mi visión respecto a los médicos y a la medicina moderna, en general.

Las estadísticas no confirman que la cirugía sea una solución confiable.

Si algo he notado en estos últimos años, desde la primera vez que sufrí un episodio de dolores de espalda, es que esos dolores suelen aparecer en momentos de alto estrés y en combinación con malas prácticas. Malas posturas al sentarse y dormir, sobre todo.

Un dolor es un aviso del cuerpo.

Una especie de grito alertando a su dueño: Así no, te está diciendo.

Lamentablemente, por ser la etiología –las causas- de este tipo de problemas de carácter muy complejo, durante demasiado tiempo se ha recurrido a la cirugía sin saberse realmente si esa era la solución correcta o más apropiada.

Ahora ya se sabe que una cirugía que invada aunque sea solo mínimamente la columna vertebral, es algo que tal vez podrá corregir algún problema, pero crea otros.

Hoy, que he llamado después de mucho tiempo a una pareja alemana amiga que vive en Colonia para saludarlos, sin haberlo pretendido, he vuelto a recibir la confirmación de lo que digo.

Carmen, la esposa de Peter, quien creía que una operación a la columna la dejaría libre de sus continuos dolores de espalda, sigue con sus problemas ortopédicos. Y está media desesperada ya.

Fui de los primeros en tratar de convencerla de lo contrario, pero creo que quedé como un charlatán frente a ella. Ahora me cuenta que su médico quiere hacer un segundo intento. Una segunda operación.

¿Qué se le puede decir a una persona en un caso así a estas alturas?

HjorgeV

Colonia, 21-12-2007