«EL PEINADO» (relato)

Esa mañana me había vestido con una extraña y absoluta calma, como no lo había hecho en ninguno de los largos días del último confinamiento. Me sentía óptimo después de haber corrido los 10 kilómetros que, antes de que nos cayera del cielo la pandemia, habían sido parte de mi rutina vital.

Había pensado que terminaría por los suelos, arrastrándome para llegar, pero, pasada cierta cresta poco antes de los cuatro kilómetros, el resto había sido una especie de oleaje rutinario recuperado del fondo de mi memoria.

Por primera vez después de varios confinamientos, el gobierno había decidido hacer el ASG (Anuncio de Salida General) a primera hora de la mañana, de modo que, antes de que la gente empezara salir a la calle, decidí salir a correr.

*

Estaba delante del espejo, a punto de peinarme, cuando oí en mi fono la señal de la Oficina Gubernamental de Sanidad, entidad que, para aplacar a la población e impedir que los partidos de ultraderecha se aprovecharan de su descontento, había empezado a rifar una segunda salida por día.

¿Me había tocado esta vez a mí?

Con mano insegura así mi fono.

Entonces vi la banderita verde y supe que sí, que era cierto, que podría salir por segunda vez ese día, que me había tocado ser uno de los pocos privilegiados.

*

Cada vez eran más los agraciados por el SLC (el Sistema de Lotería Corónica), algo que el gobierno había prometido ampliar poco a poco, escalonadamente, primero por días, luego por semanas y meses, siempre dependiendo del desarrollo de los nuevos focos infecciosos. No solo el nuestro, numerosos países habían vivido ya en carne propia lo que podía significar romper las reglas del confinamiento demasiado temprano.

El virus podía volver a brotar por aquí y por allá, más incontroladamente aún. Ya no eran los esquiadores de Ischgl, gente venida de China o de la Lombardía el problema. Ahora cualquier hijo de vecino podía ser el supercontagiador de mañana.

Lo bueno era que bastaba pulsar un botón para que los SUC (los Sistemas de Ubicación de Coronados) te hicieran saber qué territorios, ciudades, zonas, distritos, calles y hasta qué viviendas había que evitar, enviándote la alarma respectiva.

*

Cuando bajé, en la entrada del edificio me encontré con Álex, el señor que vivía en el cuarto y último piso. (Se decía que era el dueño, pero que no deseaba que los inquilinos lo supiéramos.) Tras una corta cháchara guardando los tres metros obligatorios de distancia, le solté a través de mi máscara el saludo que me había inventado y llevaba semanas sin utilizar.

-¡Permanezca negativo! -le dije, pensando para mí: «Si todavía lo es…»

Álex había estado especialmente risueño desde el comienzo de nuestro encuentro, algo inaudito en él, lo que me hizo pensar en cómo habían cambiado las cosas en esos últimos tiempos corónicos.

*

Cuando en la esquina, de camino a la panadería, me crucé con una mujer que nunca había visto antes y que me saludó con una especie de grito de júbilo, me sentí orgulloso, contento de mi aspecto y especialmente confiado de que, aunque las cosas no mejoraran del todo pronto, por lo menos el nuevo talante de la gente haría todo más llevadero.

Enseguida, contagiado por el nuevo ánimo, empecé a saludar a todo aquel que se cruzaba en mi camino con mayor ímpetu aún, recibiendo miradas y palabras de verdadero entusiasmo y buen humor como respuesta.

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Siempre había sido un tipo gris, un funcionario chapado a la antigua y, por eso mismo, entregado febrilmente a su trabajo, sin mayores ambiciones que formar alguna vez una familia, pero sin saber cómo ni cuándo. De modo que ahora, de pronto, me sentía como una especie de triunfador, alguien que acababa de encontrar botada en la calle la clave para romper barreras y conquistar imperios.

Quedó demostrado en la fila para comprar el pan, cuando la mujer que estaba delante de mí, giró para controlar si yo estaba guardando la distancia obligatoria, y, nada más ver mi sonrisa, soltó una carcajada de contento.

Me quedé tan pasmado con su belleza, que solo atiné a mantener una sonrisa boba, mirar hacia un lado y despedirme poco después muy tímidamente, mientras se alejaba con una bolsa muy pequeña, como la mía.

*

Cuando llegué a casa y me vi en el espejo de mi dormitorio, que había dejado sin arreglar por haberme concentrado en el mensaje de la Oficina Gubernamental de Sanidad, por fin entendí todo:

No había alcanzado a peinarme, de modo que las sonrisas, gestos de júbilo y ánimo de la gente con la que me había topado esa mañana camino de la panadería no habían sido de contento ni de admiración.

Esa mañana lloré como no había llorado desde niño y en algún momento me quedé dormido.

*

Cuando desperté, vi que tenía varios mensajes, emilios, llamadas y videoconferencias perdidas de varios compañeros y gente del trabajo, incluyendo un mensaje de mi jefe, quien quería saber cuándo podríamos revisar el plan en el que veníamos trabajando.

Enseguida me dirigí a la pieza que usaba como oficina, pero antes de sentarme, recordé que seguía sin peinarme. En ese momento vi que tenía una solicitud de videoconferencia de mi jefe y me dije:

«Al diablo. Que se ría hasta que le duelan las mandíbulas.»

-Qué moderno se te ve, Martínez -fue lo primero que me dijo-. Tendría que atreverme a ser igual de moderno- agregó, pasando enseguida a revisar la agenda en cuestión.

*

Al día siguiente sacrifiqué los 10 kilómetros y usé mi única SPO (salida permitida oficial) para dirigirme a la panadería, teniendo cuidado de llegar a la misma hora que la mañana anterior.

Entonces vi a tu madre.

Llevaba un vestido con unas raras, preciosas margaritas, que ella misma ya ni recuerda y que enseguida me hicieron pensar en una canción de Fito Páez. Todas mis llaves de mandala se quebraron cuando giró en mi dirección.

-¿Mandala?

-Después te explico. El hecho es que ella no me vio, a pesar de que yo iba ahora perfectamente peinado y muy bien trajeado.

-¿Qué hiciste entonces, papi?

-Volví a la panadería varios días seguidos, con peinados y ropa diferentes.

-¿Y entonces ella por fin se fijó en ti?

-No, para nada. Era como si mirara a través de mi cuerpo, como si yo fuera un fantasma, mero aire.

-Pero de alguna manera tuviste que llegar a conocerla, ¿no?

-Un día volví a la panadería despeinado, harto de todo. El resto te lo puedes imaginar, hijo. No te rías, pues falta agregar un detalle: el peine se me había quedado enredado entre el pelo, algo que tampoco había notado esa vez.

-¿Y cómo convenciste a tu jefe para que imitara tu peinado, o sea tu despeinado?

-¡No lo convencí! Un día me vio acompañado de tu madre y esa misma noche me llamó para pedirme la fórmula. Al día siguiente lo saludé con el mismo júbilo y admiración que otros me habían dedicado cuando lo vi con un gesto triunfal dibujado en el rostro. Pronto la compañía experimentó un extraño y sorprendente subidón, los demás empleados empezaron a imitar el peinado del jefe y el buen ánimo cundió, consiguiendo contagiar a toda la ciudad. Yo sigo creyendo que vencimos al corona, porque fue esa alegría la que nos permitió resistir.

-Y el despeinado.

-Que pronto empezaron a llevar todos.

-Hasta ahora, como yo.

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HjorgeV

Colonia, martes 28 de abril del año CV I

TRIAJES NEANDERTALES

De los neandertales, una especie extinta del género Homo que habitó Europa y parte de Asia durante el Pleistoceno, se solía creer que eran unos cavernícolas primitivos, más cerca del hombre mono que del Homo Sapiens.

Ese experimento fallido de la naturaleza fue coetáneo de nuestra especie, con la que llegó a aparearse, hasta el punto de que el 2% de la población actual lleva sus genes.

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Un neandertal sordo, sin un antebrazo y cojo:

¿Qué probabilidades tenía de sobrevivir en un eterno estrés ambiental, el típico de los cazadores y recolectores, en el que podía ser presa fácil para los carnívoros de su entorno?

¿Y cuáles un neandertal adulto con displasia acromesomélica y una altura máxima de 120 centímetros, dedos muy gruesos, brazos cortísimos y hasta una veintena de anomalías en las vértebras?

*

Diversos estudios, entre los que se incluyen los dos casos mencionados, muestran que el neandertal no solo fue tolerante y supo cuidar a sus discapacitados, sino que también cuidaba a sus ancianos y rendía culto a sus muertos.

En los dos casos mencionados, no solo su mera supervivencia, también sus necesidades primarias -comer, beber, dormir y abrigarse-, dependieron obligadamente del interés, la solidaridad y la ayuda de sus familiares y demás integrantes de su clan.

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La historia de los humanos está repleta de ejemplos inversos.

Se dice que en la antigua Grecia, concretamente en Esparta, por ejemplo, los recién nacidos, catalogados previamente por un consejo de ancianos como inútiles y, por lo tanto, como una carga para la ciudad, eran arrojados al barranco del monte Taigeto.

Probablemente esa historia solo sea un mito, pero Esparta inspiró, mucho después, a todo un grupo de gobernantes de este país.

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Remontémonos primero al 30 de enero de 1943, sábado.

A las doce en punto, Hermann Göring, a quien Hitler había nombrado como sucesor en caso de su muerte, debía dirigirse a la nación desde el salón de honor del Ministerio del Aire del Reich.

Su intención era aprovechar la conmemoración del 10º aniversario del nombramiento de Hitler como canciller para anunciar la derrota en Stalingrado, anuncio que se venía procrastinando desde hacía semanas y que, seguramente, no quería hacer el mismo Führer.

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(Como el discurso había sido anunciado en la radio, los ingleses tenían conocimiento de ello y un par de sus bombarderos sobrevolaron Berlín a las 11:50, provocando el colapso vehicular al empezar a sonar las sirenas antiaéreas.)

(Esa misma noche, Goebbels, ministro de Propaganda del Reich, aprovechó para burlarse de su enemigo íntimo, al mencionar que un par de mosquitos habían conseguido que Göring retrasara su discurso una hora.) (En realidad, para no tener que hablar ante un auditorio desierto).

(Los aviones en cuestión fueron los Havilland Mosquito D.H.98, hechos de madera.)

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En su discurso, Göring no solo citó la Batalla de los Nibelungos.

También se permitió adaptar un conocido epigrama del poeta griego Simónides de Ceos, dedicado a los espartanos caídos en la Batalla de las Termópilas.

Hitler ya se había referido a Esparta en su discurso del 4 de agosto de 1929, como ‘el estado más claramente racial de la historia’.

Su fascinación por la Grecia clásica era tal, que llegó a comprarle a una familia italiana una escultura, réplica de una de las obras de Mirón de Eléuteras.

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Para Hitler la idea de progreso estaba encarnada en ese Discóbolo de Lancellotti.

Un progreso que se alcanzaría, no solo al lograr esa belleza, sino al sobrepasarla:

El cuerpo ario perfecto, blanco y bello del hombre ideal de la raza superior a la que aspiraba.

Todo lo demás era «lebensunwertes Leben» (‘vida indigna de ser vivida’) y, en consecuencia, sin derecho a ella.

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Acaso inspirado por un padre que lo habría visitado para solicitar la eutanasia para su hijo nacido deforme, Hitler puso en marcha la Kindereuthanasie (‘eutanasia infantil’) con la siguiente autorización:

Berlin, den 1. Sept. 1939

Reichsleiter Bouhler und Dr. med. Brandt

sind unter Verantwortung beauftragt, die Befugnisse namentlich zu bestimmender Ärtze so zu erweitern, dass nach menschlichem Ermessen unheilbar Kranken bei kritischer Beurteilung ihres Krankheitszustandes der Gnadentod gewährt werden kann.

A. Hitler

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Traduzco, ya que la traducción de la Wikipedia es en un punto incorrecta y contiene varios errores gramaticales:

Berlín, 1 de septiembre de 1939

Se encarga al Reichsleiter Bouhler y al Dr. med. Brandt que, bajo su responsabilidad, amplíen los poderes de los médicos que sean designados por su nombre, de manera que, según el juicio humano, se pueda conceder a los enfermos terminales una muerte misericordiosa tras una evaluación crítica del estado de su enfermedad.

A. Hitler

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Me puse a revisar todo lo anterior esta mañana, tras leer un artículo de Die Zeit (uno de los medios más serios de este país, junto al Spiegel) titulado:

Was hat Frankreich mit den Alten gemacht?

«¿Qué ha hecho Francia con los ancianos?»

El subtítulo lo decía todo (el plural de la traducción es mío):

Sediert statt gerettet: In Frankreich mehren sich die Indizien dafür, dass Patienten auf dem Höhepunkt der Pandemie nach Alter selektiert wurden.

«Sedados en vez de salvados. En Francia se acumulan los indicios de que los pacientes fueron seleccionados por edad en los momentos más álgidos de la pandemia.»

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El triaje, trillado o cribaje (del francés triage: ‘cribado’, ‘clasificación’) es un método de priorización de pacientes, especialmente en casos de emergencias y catástrofes.

La idea es optimizar el uso de los métodos, medios y recursos disponibles según la gravedad de los casos.

En caso de catástrofes y emergencias, la prioridad siempre es la vida.

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El problema se da cuando una catástrofe pasa a convertirse en un desastre y el sistema sanitario a colapsar.

Entonces no son pocos los casos en que hay que decidir entre (esforzarse por) salvar la vida de alguien con escasas probabilidades de sobrevivir o concentrar los recursos en aquellos con mejores perspectivas de lograrlo.

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Si en el caso de las «vidas indignas de ser vividas», era obvio que eran los líderes nazis quienes definían qué era una vida ‘indigna’ y decidían sobre su continuación.

En el caso de los triajes corónicos hay muchas nebulosas.

En EEUU, por ejemplo, donde el sistema sanitario es un negocio más, ha llegado a invertirse el principio básico del triaje, como se desprende de una comunicación interna del Sistema de Salud Henry Ford:

Patients who have the best chance of getting better are our first priority. Patients will be evaluated for the best plan for care and dying patients will be provided comfort care.

«Los pacientes con los mejores pronósticos de recuperación serán nuestra prioridad. Se evaluará a los pacientes para que reciban el mejor tratamiento y los moribundos recibirán cuidados paliativos.»

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Algo que bien podría entenderse así:

Si cuento con un solo respirador y tengo equis pacientes que podrían necesitarlo, aplico cuidados paliativos a los más ancianos y me concentro en:

Los más jóvenes.

Los más fuertes.

(Y solventes, en el caso gringo.)

(De los pobres me olvido, simplemente, ya que no podrán pagar, de ninguna manera, los gastos.)

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Esto último podría explicar (como no se ha visto en Italia ni España en los peores momentos -por lo menos hasta ahora- de la pandemia), los masivos enterramientos en fosas comunes efectuados en la isla Hart, en el estuario del Bronx neoyorquino, cerca de Queens.

La elección no es casual.

Desde 1869 se entierran allí (y ya van más de un millón) a todos aquellos cadáveres no reclamados, no identificados o cuyos familiares no pudieron costear su entierro. Por lo general, afroamericanos y latinos.

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Hace muchos años, cuando yo era nuevo en Colonia y los carriles para bicicletas eran muy raros, se anunció un plan vial que consideraría su creciente importancia como medio de transporte.

Poco después, la ciudad empezó a contar con ciclovías convenientemente demarcadas y nuevas posibilidades de circulación.

Sin embargo, los estudiantes, que eran entonces los usuarios usuales y mayoritarios, empezaron a quejarse:

Demasiadas vías absurdas, desvíos inútiles, señalizaciones deficientes y tramos peligrosos.

¿Quién los había diseñado?

A pesar de que no existían las redes sociales ni los fonos de hoy, enseguida se supo:

Un funcionario que nunca había usado una bicicleta ni se había preocupado de comprobar la idoneidad y practicabilidad de su plan.

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Por eso, Nassim Nicholas Taleb, el autor de El cisne negro, recomienda en su último libro, Jugarse la piel, fiarse solo de aquellos que, al decretar o recomendar algo, también se exponen a las consecuencias.

Su idea la resume así:

«Si alguien quiere quedarse con una parte de los beneficios, también debe estar dispuesto a compartir los riesgos.»

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Los partidarios, defensores e ideólogos de la inmunidad grupal, por ejemplo:

¿Estarían dispuestos a ofrecer sus familias como conejillos de Indias?

(Y lo mismo podría preguntarse a los políticos de profesión -blindados de por vida por leyes que ellos mismos han inventado-, cuando pretenden decretar leyes que no les afectan en absoluto.)

(Su mascarofobia podría haber llevado a los políticos de este país a esperar tanto para decretar el uso obligatorio de protección buconasal en espacios públicos, por ejemplo.)

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Volvamos, para despedirnos, a los espartanos y neandertales:

Dado el caso de elegir entre si deben morir los más jóvenes o los ancianos primero:

¿Quién lo decidiría?

¿Cuál sería la edad límite?

¿Importarían el color de la piel, la ‘posición’ social, la profesión, el sexo, la belleza, la estatura, la identidad sexual, las adicciones, la orientación política?

¿Debería salvarse a un niño antes que a un sexagenario, director del mismo hospital?

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Y dos últimas preguntas:

Puesto que en Alemania viven hoy más de 30 millones de personas mayores de 50 y se calcula que alguna vez serán la mayoría de la población:

¿Podrán decidir entonces alguna vez los ancianos (democráticamente, no como en Esparta), quiénes deberían morir en un triaje?

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Cierro estas interrogaciones y mareos dominicales volviendo a nuestros parciales antepasados.

En el hipotético caso de no haberse extinguido y llevaran una existencia similar a la nuestra:

¿Cómo habrían tratado los neandertales a sus ancianos en los peores momentos de esta pandemia?

¿Cómo habrían cuidado los neandertales a sus semejantes en una pandemia como la actual?.

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HjorgeV

Colonia, domingo 26 de abril del año CV I

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Fuentes:

BBC, ElPaís, Wikipedia, DieZeit, Die Zeit, Wikipedia, Flugrevue, BBC, Wikipedia, Aktion T4, DGDB, Infobae, LaVanguardia

«MADE IN GERMANY»

El ingenio suele ser grande cuando la necesidad agobia.

Este país ya lo demostró, cuando el 23 de agosto de 1887 la Corona británica, harta de que productos alemanes de baja calidad e incluso falsificaciones inundaran su mercado y el de sus colonias, decretó el uso de la etiqueta Made in Germany.

Era una clara estigmatización, con el objetivo de hacerlos desaparecer del mercado.

Pero el tiro les salió por la culata.

Entendiendo que solo una huida hacia delante los podría salvar, los productores alemanes empezaron a mejorar sus productos, y, ya a finales del siglo XIX, Made in Germany se había convertido en un sello de calidad.

*

Me topo con una viñeta en el Spiegel:

«Depósito de máscaras y ropa de protección» dice el letrero de una puerta que un sanitario ha abierto.

El depósito está vacío.

Solo hay carteles amontonados, que dicen:

Gracias, Nuestros héroes, Aplausos a las ocho, Canciones.

Sí.

Alemania también está sufriendo de importantes desabastecimientos en estos días.

*

Lo malo es que, luego de la Fase 2 -la del regreso a la ‘normalidad’-, seguirá la Fase 3:

El cómo hacer para que el virus no vuelva a propagarse.

¿Lo habrán entendido mis convivientes?

*

Uno de los grandes problemas de la era moderna, es que, boquiabiertos ante el vertiginoso avance de las nuevas tecnologías, nos hemos olvidado de algo esencial:

Para resolver un problema, primero hay que entenderlo.

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¿Hemos entendido de qué va esta pandemia?

O sea:

¿Hemos entendido, para empezar, cuál es el problema?

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Muchos creen que consiste en encontrar una vacuna, un antídoto, un procedimiento que permita volver a la ‘normalidad’.

Otros, que la economía no se vaya al garete.

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¿Es así, realmente?

¿Es ese el problema?

Curiosamente, el mismo término lo indica: pandemia.

Que afecta a todos los pueblos o, por lo menos, a una gran cantidad de ellos.

*

El historiador y autor Yuval Noah Harari, lo ha expuesto así:

«No podemos protegernos cerrando de forma permanente nuestras fronteras. Recordemos que las epidemias se propagaban con rapidez ya en la Edad Media, mucho antes de la era de la globalización. Por tanto, aunque situáramos nuestras conexiones internacionales a la altura de las de Inglaterra en 1348, eso no bastaría. Si queremos un aislamiento que nos proteja de verdad, no basta con la época medieval. Tendríamos que volver a la Edad de Piedra.»

«Lo más importante que tiene que saber la gente sobre las epidemias es quizá que la propagación de la enfermedad en cualquier país pone en peligro a toda la especie humana. El motivo es que los virus evolucionan.»

«En los años setenta del siglo pasado, la humanidad consiguió derrotar al virus de la viruela porque se vacunó a todo el mundo, en todas partes. Con que un solo país no hubiera vacunado a su población, podría haber puesto en peligro a toda la humanidad, porque, mientras el virus de la viruela existiera y evolucionara en algún sitio, siempre podría propagarse a todas partes.»

*

El problema actual no es encontrar una vacuna lo más antes posible.

(También. Claro.)

Consiste en que el corona podría haber venido para quedarse, y la absoluta mayoría de quienes nos gobiernan y toman las decisiones, además de la población, no parecen haberlo comprendido aún.

Ahora que han reabierto muchos negocios (los de una superficie menor de 800m²), las zonas peatonales y comerciales alemanas han vuelto a llenarse hasta un 50%.

Por otra parte, la misma población exige el retorno a la ‘normalidad’.

Como si lo normal no fuera el cambio permanente, tal como entendió muy temprano Heráclito.

*

Tal vez lo peor no sea eso, sino la ausencia de una actitud crítica, la necesaria para enfrentar crisis de todo tipo.

Que el ministro de Economía alemán haya presentado como argumento antimascarilla un número supuestamente inalcanzable para las capacidades industriales de este país, por ejemplo, no solo debería llevarnos a comprobar esa cifra:

Debería alertarnos a todos.

*

Pues, al margen de lo absurdo de la cifra, el ministro de marras olvida algo importantísimo:

Que podrían ser hechas por la misma población.

Por lo menos en parte.

De hecho, ya hay numerosísimas iniciativas, grupos de vecinos, costureras, sastres, aficionados y simples ciudadana/os que han empezado a producirlas sin la bendición del bendito ministro.

*

Si algunas grandes enseñanzas debería dejar esta crisis, una de ellas sería la siguiente:

Los grandes problemas no tienen por qué tener ‘grandes’ soluciones.

Pero estas siempre deben ser inteligentes.

Llenas de sentido común.

Y amor por lo simple.

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HjorgeV

Colonia, jueves 23 de abril del año CV I

Alemania se enmascara (por fin)

De pronto, este país despierta y se enmascara.

Jena, la primera ciudad alemana en exigir el uso de mascarilla en los supermercados, edificios y en el transporte público desde comienzos de abril -siguiendo el ejemplo de Austria-, anunció ayer que no se han registrado nuevos casos en los últimos 9 días.

Entonces, de pronto, a las poquísimas ciudades que la habían imitado -tímidamente-, empiezan a sumarse otras.

Fráncfort, Potsdam, Münster, Hamburgo.

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En toda Sajonia es ya, desde ayer lunes, obligatorio el uso de mascarilla en las tiendas, supermercados y en el transporte público.

Berlín planea implantarlo pronto, aunque solo para el transporte público.

En Dresden y Leipzig, los respectivos ayuntamientos ya han empezado a repartir mascarillas gratuitas.

Seguirán en los próximos días Bavaria, Hessia, Mecklenburgo-Pomerania Occidental, Turingia y Schleswig-Holstein.

*

Una curiosidad mencionable:

El uso de un protector bucal y nasal es obligatorio (puede ser una bufanda o un chal), pero no punible su desacato.

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Pero hay también más curiosidades:

Si antes el argumento era que las mascarillas no servían como protección (como le pasó al cinturón de seguridad), para luego pasar a que solo servían en caso de ya estar uno contagiado (para reducir la posibilidad de contagiar a los demás).

Ahora el principal contrargumento es otro:

No habría suficientes mascarillas para todos.

De ahí que no se pueda obligar su uso.

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Podría tratarse de un chiste, de no tratarse de una de las primeras potencias industriales del mundo y pionera en muchos rubros.

Pero no lo es.

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Que este país se declare incapaz de fabricar naves interestelares en el término de un mes: vaya y pase, perfectamente.

¿Pero que no pueda fabricar simples mascarillas para toda la población?

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(Ojo que el tema no son las especiales que necesitan el personal médico y sanitario, entre otras pocas salvedades.

Estamos hablando de simples pedazos de tela u otro material que dificulte o disminuya tanto el paso de gotas de Flügge o microgotas al ambiente por parte de su portador, como en sentido contrario.)

*

El ministro de Economía, Peter Altmaier, se ha sacado del bolsillo una bárbara cifra para justificar esa tenaz renuencia nacional:

12 millardos (miles de millones).

Ese sería el número de unidades que se necesitarían por año para satisfacer las necesidades de toda la población.

*

Si se suele decir que la epidemia es un asunto de virólogos y que el resto de la población no debería meter su cuchara en el tema.

¿Qué hacer cuando alguno comete un error de bulto o demostrable?

*

Una de las ventajas de una democracia es que existe el derecho a la libre información y libre formación.

Y los virólogos no son perfectos: uno de los más famosos actualmente, Hendrik Streeck, fue pescado recientemente por las cámaras mientras se pasaba la mano por la boca y la nariz, justo cuando esperaba su turno para hablar sobre el corona.

Pueden equivocarse, como cualquier otro ser humano.

*

Ahora bien, si dividimos 12.000.000.000 entre la población de Alemania mayor de (vamos a decir) 5 años, que serían unos 80 millones:

Se obtendría 150.

¿Necesita cada uno de esos 80 millones 150 mascarillas al año, más o menos una nueva cada dos días?

¿Acaso toda la población va a trabajar en el transporte público, al banco o a hacer las compras?

¿No podrían, en todo caso, reusar, reutilizar sus mascarillas?

*

(Yo tengo dos, de tela de algodón, que voy alternando en mis salidas a mi trabajo y al supermercado.

Espero que me duren meses, aunque ya estoy pensando conseguirme un par más, para no tener que estar lavándolas y secándolas todo el tiempo.)

*

Obviamente, el problema es otro.

*

Ya lo planteó un periodista de la revista Bento:

Sind wir zu cool für die Maske?

Algo así como:

¿Somos (los alemanes) demasiado vanidosos/soberbios/engolados como para llevar una máscara?

*

Un médico chino ya lo expresó mejor:

«No llevar mascarilla en los países afectados por la pandemia, no es una cuestión cultural.

Es simple estupidez.»

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HjorgeV

Colonia, martes 21 de abril del año CV I

EXTRANJERO Y CON MÁSCARA (6)

La clave me la dio ayer el padre de uno de mis jugadores.

-¿Acaso eres del grupo de riesgo? –me dijo cuando se acercó, tras verme desde lejos y detenerse a cierta distancia con su bicicleta.

-Lo hago para protegerte a ti, por ejemplo.

¿Qué? ¿Estás enfermo?

-No, pero podría ser positivo y no saberlo. ¿Tú sabes que no te has contagiado?

Sonrió un tanto desconcertado, pero no dijo nada más y luego continuó su paseo en bicicleta.

*

Poco más tarde, me crucé con un conocido que suele jugar tenis.

Al verme con máscara, sonrió burlonamente, se detuvo y dijo:

-¿Estás enfermo?

-No, pero no sé si soy negativo. ¿Y tú?

-Estoy totalmente sano.

-¿Cómo lo sabes?

-Hago deporte y la sobrecarga que puedo soportar actualmente…

-Pero igual podrías ser positivo y no saberlo.

Disculpa -me dijo, sacando su teléfono-, me está llamando un amigo que acaba de salir de la estación de cuidados intensivos.

*

Parece un diálogo inventado, pero no lo es.

Y me alegro de que su amigo se haya recuperado.

Muchos no lo consiguen.

Demasiados.

*

Su actitud, inflando el pecho al hablar de su magnífico estado físico, me hizo recordar los comienzos de Facebook.

Cuando conocidos, familiares y amigos me preguntaban si tenía Feis.

Personalmente, la plataforma me repelió enseguida por su carácter de escaparate, de puesto de ventas, donde muestras lo mejor de ti y callas y ocultas el resto.

Un lugar para mostrar solo lo bueno, lo mejor, lo positivo.

«No puede ser sano», fue lo primero que se me ocurrió.

Ni mental, ni físicamente.

«Qué aburrido», fue lo segundo. «Qué gran obvia mentira», lo tercero.

*

Ya lo decía Freud:

«Lo que decidimos omitir cuando contamos la historia de nuestra vida puede ser la clave de nuestra verdad fundamental.»

Por eso a pocos debió asombrar que un estudio británico demostrara que las parejas que más cuelgan fotos en Facebook no son las más felices, sino las más inseguras:

Porque necesitan reafirmarse continua y, además, públicamente.

*

Como lo dijo una periodista española, Ana del Barrio:

«En realidad, cuando uno se encuentra satisfecho, disfruta del momento y no está pendiente de hacer fotos ni se acuerda de actualizar su estado de WhatsApp.»

La vida es eso que pasa mientras miras tu fono, como ya dijo alguien.

*

He vuelto a recordarlo, ahora que ha empezado la Fase 2 en Alemania, y también empieza a verse más gente con mascarilla por las calles, sí, pero también más superhombres y supermujeres.

Inmortales.

De hasta 90 años, que van por la calles, negocios y parques sacando el pecho, como diciendo:

Pertenezco al grupo de elegidos.

Como el pavo de navidad antes del 24 de diciembre.

*

También están los que abogan por la inmunidad grupal:

Cuando se haya contagiado cierto porcentaje de la población, que quedaría inmune (de no morir), el virus no podría seguir reproduciéndose.

¿Nadie les ha preguntado a los partidarios de esa solución si estarían dispuestos a inmolarse junto con sus familias para conseguirla?

Todos conocen la respuesta.

*

También está esta otra pregunta, a propósito de Feis:

¿Hasta qué punto las redes sociales y los nuevos comportamientos derivados de ellas, no habrán influido en esta nueva actitud masiva de presumir de ‘valentía’ ante una pandemia que ya va dejando miles de muertos?

No sé si habrá una relación directa, pero desde la aparición de las nuevas tecnologías, no solo ha crecido exponencialmente el número de las páginas porno, también el de la gente ansiosa por mostrar (todo) lo (demás) que tiene.

*

Y estas últimas preguntas:

¿Será que tenemos miedo de morir de hambre?

¿O de no poder volver a arrojar miles de rollos de papel higiénico a un campo de fútbol para celebrar a nuestro equipo, como solía hacerse hasta hace poco en los estadios alemanes?

¿Qué estúpida herencia genética nos llevará a salir de la cueva a rugir voz en cuello desde lo alto por todo el valle, creyendo que el león ha muerto, cuando podría ser que solo esté dormido?

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HjorgeV

Colonia, lunes 20 de marzo del año CV I

«PUBERTADES»

«Anoche te llamé, M., pero no tuve suerte. Tenía simples ganas de hablar contigo. Estuve recordando esa vez que fuimos a Puerto Supe, ustedes con sus tablas, yo de guía, acompañante. Tiene que haber sido con T., porque él jamás se habría perdido algo así. ¿En qué viajamos? ¿En bus? ¿Qué día? ¿Un viernes? ¿Les dieron permiso así nomás? Recuerdo las miradas atónitas de los supanos. Unos jovencitos limeños pasando orgullosos con sus tablas en dirección a la playa, como cuando aún no había fábricas de harina de pescado y la zona era parcialmente verde y especialmente tranquila, y atraía visitantes de Lima. (¿Sabías que José María Arguedas, el escritor, tuvo una casita en Supe, al pie de la playa?) ¿Dónde dormimos? ¿Qué comimos? En mi memoria, era invierno, así que debieron pelarse de frío. Y, por supuesto, las olas: más rácanas que la pulpa de un aguaje. Alguien debió decirnos que encontraríamos verdaderas olas en Barranca; Puerto Chico creo que se llamaba la playa. Y ahí debimos dirigirnos. Recuerdo casas antiguas, de madera, imponentes. Las de un imperio derrotado. De unos tiempos prometedores, de cuando embarcaban el azúcar de caña de toda una franja de la costa norte, con destino al extranjero, debo suponer, en barcos que atracaban muy lejos del muelle de Supe, hasta donde llegaban nadando mi madre y mis tías (lo más parecido a un viaje al extranjero para ellas: muchas siguen sin haber viajado más de doscientos kilómetros, ni volado, por supuesto). Alguien nos mostró unas viejas tablas hawaianas, que miramos asombrados, como piezas arqueológicas de una cultura ya desaparecida. Yo no tenía tabla (no tuve bicicleta ni guitarra: mi hermana sí, así que ya estaba acostumbrado a esos menesteres: por no tener ni siquiera tenía padre, por así decir), así que ustedes seguro que sí entraron al mar: uno de esos rabiosos, como revolviéndose siempre en su ira, sin saber que la ira es una flecha que siempre regresa, un bumerán infalible. Te recuerdo jovencito. ¿Trece, catorce años, quince años? Aunque tal vez no fue así, porque entonces yo habría tenido por lo menos dieciocho, y me recuerdo especialmente tierno, mucho más adolescente, no tanto como ahora, claro, porque siempre ha sido ese mi problema. Seguro que visitamos La Isla. Y también seguro que comimos el cebiche de las tías Lupe y Nelly, ellas siempre tan comedidas con los visitantes: increíble, con todos los problemas que debían tener (siguen así, y los problemas también; ahora con el corona mucho más). Te recuerdo satisfecho con las olas, aunque en mi memoria, yo trataba todo el tiempo de influenciarlas mentalmente para que crecieran y se elevaran, y el viaje valiera la pena para ustedes. Aunque, por supuesto, todo puede estar siendo solo producto de mi adolescente invención. La memoria, ya sabes, no solo inventa y altera el pasado constantemente, también es errática y ventajista en los más inesperados rincones y bucles de lo vivido.»

«Ich habe gestern versucht, Dich zu erreichen, Miguelín. Hatte aber kein Glück. Ich wollte einfach nur mit Dir reden. Ich war dabei, mich an die Zeit zu erinnern, als wir nach Puerto Supe gingen, Ihr mit Euren Surfbrettern, ich als eine Art Reiseführer, Begleiter. Tomasico muss dabei gewesen sein, denn er hätte so etwas nie versäumt. Wie sind wir dahin gefahren? Mit dem Bus? An welchem Tag? An einem Freitag? Ließ man Euch ohne Weiteres mit mir weg fahren? Ich erinnere mich an die verblüfften Blicke der Supanos. Junge Limeños mit ihren Surfbrettern stolzierend in Richtung Strand -wie in den Zeiten als es noch keine Fischmehlfabriken gab und die Gegend teilweise grün und vor allem ruhig war und elegante Besucher aus Lima anzog. (Wusstest Du, dass José María Arguedas, der Schriftsteller, ein kleines Haus in Supe, am Fuße des Strandes hatte?) Wo haben wir geschlafen? Was haben wir gegessen? In meiner Erinnerung war es Winter, so dass Ihr bestimmt gefroren habt. Und natürlich die Wellen, knauseriger als das Fruchtfleisch eines Aguajes. Jemand muss uns gesagt haben, dass wir in Barranca richtige Wellen finden würden; Puerto Chico hieß, glaube ich, der Strand. Und darauf steuerten wir zu. Ich erinnere mich an alte, hölzerne, imposante Häuser, die eines besiegten Reiches. Aus vielversprechenden Zeiten, als Rohrzucker von einem ganzen Streifen der Nordküste aus ins Ausland verschifft wurde, muss ich annehmen, in Schiffen, die weit vom Supes Dock anlegen mussten -meine Mutter und meine Tanten schwammen bis dahin (für sie das, was einer Reise ins Ausland am ähnlichsten gewesen sein muss: Viele sind immer noch nicht weiter als zweihundert Kilometer gereist und natürlich auch nicht geflogen). Jemand zeigte uns einige alte Surfbretter, die wir mit Erstaunen betrachteten, wie archäologische Stücke einer bereits verschwundenen Kultur. Ich hatte kein Surfbrett (ich hatte weder ein Fahrrad noch eine Gitarre: meine Schwester beides, also war ich irgendwie daran gewöhnt -auch daran nicht einmal einen Vater zu haben, sozusagen), aber Ihr seid bestimmt ins Meer gegangen: eins dieser Tollwütigen, sich immer in seiner Wut umdrehend; ignorierend, dass Wut ein Pfeil ist, der immer wieder zurückkehrt, ein unfehlbarer Bumerang. Ich sehe vor mir einen sehr jungen Mann. Dreizehn, vierzehn, fünfzehn? Aber vielleicht war es gar nicht so, denn dann müsste ich mindestens achtzehn gewesen sein, und ich sehe mich selber besonders zart, viel pubertärer, natürlich so viel wie jetzt, denn das war schon immer mein Problem. Ich bin mir sicher, dass wir La Isla besucht haben. Und dass wir die Cebiches von Tante Lupe und Tante Nelly gegessen haben, die immer so höflich zu Besuchern waren: unglaublich, mit all den Problemen, die sie gehabt haben müssen (sie sind so geblieben, und die Probleme auch). Ich erinnere mich, dass Du mit den Wellen zufrieden warst, obwohl ich in meiner Erinnerung die ganze Zeit darum gebeten habe, sie geistig so beeinflussen zu können, dass sie wachsen und steigen, damit sich die Reise für Euch lohnt. Es kann natürlich aber alles nur ein Produkt meiner pubertären Erfindung sein. Das Gedächtnis, das weißt Du, erfindet und verändert nicht nur ständig die Vergangenheit, es ist auch unberechenbar und vorteilhaft in den unerwartetsten Ecken und Schleifen des Erlebten.»

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HjorgeV

Colonia, domingo 19 del año CV I

SOMOS LO QUE NOS OCULTAMOS

EXPERIMENTOS CORÓNICOS

Imaginemos que pudiéramos colorear o hacer luminoso al coronavirus con algún gas, sustancia o determinado procedimiento.

Luego, en un pequeño pueblo cerrado por una cúpula de vidrio, ver cómo se propaga:

Cómo se mueve y flota en el aire.

Cae o pasa a las diferentes superficies.

Cómo lo recogen luego inocentemente nuestras manos, cabello o ropa.

Y pasa finalmente a nuestras bocas, narices y ojos, muchas veces por contacto directo.

Si pudiéramos saber cómo se propaga el virus realmente (cuáles son sus caminos, medios de transporte y estrategias), podríamos adecuar rápidamente nuestra vida para evitar al máximo los contagios.

Hasta que aparezca un antídoto, vacuna o solución.

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CONTÁNDOSE UN CUENTO

Incluso acá en Alemania, donde las autoridades acaban de decidir que las medidas restrictivas son más que suficientes (Es reicht!, ¡Basta ya!; grito de guerra no dirigido a la letalidad del corona), pues han empezado a recortarlas y pronto se reabrirán parcialmente las escuelas, por ejemplo, el virus sigue bailando invisiblemente delante de nuestras narices.

Pero, ¿han funcionado dichas medidas?

Veamos las cifras:

Los 29.000 contagiados y 116 fallecidos del 23 de marzo.

Han pasado a ser hoy (18 de abril, 22:06), casi cuatro semanas después:

143.141 y 4.479, respectivamente.

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O sea, el número de contagiados confirmados (el total es mucho mayor) se ha quintuplicado.

Y el número de muertes se ha multiplicado por 38.

Treinta y ocho.

(«Pero estamos mejor que en Italia, España y EEEUU», es lo que se suele escuchar como argumento últimamente.)

(Sí, Alemania está gestionando la emergencia con más eficacia y podrá enfrentar la depresión que se viene con mayor vigor que otros países.

Pero eso es como considerarse probo y honesto solo porque uno roba menos que los demás.)

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Lo esencial es que el virus ha sido (y nada apunta a que dejará de serlo) mucho más ágil, rápido y astuto de lo que quienes decidieron esas medidas suponían.

Y no solo ellos, como nos (de)muestran a diario las estadísticas.

Con todo, en una extraña paradoja mortal, muchos países han empezado a recortarlas.

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UNA ECONOMÍA DE CRECIMIENTO INDEFINIDO

Para los cínicos sí que han sido suficientes esas medidas:

Para dañar la economía.

Lo curioso es que, si estamos en un sistema de libre de mercado:

¿Por qué temer a un nuevo reordenamiento de las cosas, de las condiciones de ese mercado que debería ser, precisamente, libre?

¿O es temor, más bien, a perder las ventajas acumuladas?

¿O será que ya está más que claro que no lo es (libre)?

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El ministro de Salud de Alemania, Jens Spahn, dijo el 4 de marzo:

Die Sicherheit der Bevölkerung geht vor – auch vor wirtschaftlichen Interessen.

«La seguridad de la población es lo primero. Incluso por encima de los intereses económicos.»

El 14 de abril, cuando seguía creciendo inquietantemente el número de contagiados y muertos, pero también el malestar de ciertos sectores de la población, especialmente de los mercaderes, su discurso dio un giro de 90º:

Es geht darum, die richtige Balance zu finden zwischen Gesundheitsschutz und gesellschaftlichen und wirtschaftlichen Folgen.

«Se trata de encontrar el balance adecuado entre la protección de la salud y las consecuencias sociales y económicas.»

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En realidad, tal vez lo que no se atrevió a decir (y no porque esté entre los propugnadores de esa idea) era algo diferente, los 90º que faltaban:

Salvar la economía, por encima de las vidas.

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El argumento es sencillo:

La población podría resultar mucho más perjudicada: al perder sus trabajos, negocios, ahorros, posesiones.

O cuando el miedo empiece a convertirse en una enfermedad mental, afectando a niños, mayores y ancianos.

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LA FICCIÓN QUE NOS CONTAMOS

Pregunta:

¿No era ya toda una enfermedad mental comportarse como si la economía pudiera crecer indefinidamente y existiera un segundo planeta debajo, una actitud compartida tanto por los gobernantes como por la población?

Por otra parte, ¿cuál sería el verdadero perjuicio económico, partiendo de que no estamos hablando de morirse de hambre en un país como Alemania?

¿El no poder comprarse una nueva lavadora porque la actual es de un modelo pasado de moda, no está a nuestra ‘altura’ (escala social) o ya se estropeó debido a ese ingenio humano llamado obsolescencia programada?

Reemplácese lavadora por computadora, automóvil, casa, refrigeradora, ropa, zapatos, etcétera, y se tendrá el modo de vida moderno, más o menos mayoritario y creciente.

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Freud decía que lo que decidimos omitir cuando contamos la historia de nuestra vida puede ser la clave de nuestra verdad fundamental.

Los seres humanos vivimos en una ficción, pues lo que queda para cada uno solo es el relato que nos contamos sobre lo vivido.

(E, incluso este, es cambiante.)

La ficción actual es decir que lo más importante es salvar vidas, cuando, en realidad, a todos (los no contagiados) solo nos importa salvar la cartera.

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HjorgeV

Colonia, sábado 18 de abril del año CV I

EXTRANJERO Y CON MÁSCARA (5)

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MASCAROFOBIA AGUDA / FORMAS DE NO QUERERSE

El día llegará (suena a predicción apocalíptica, pero podría ser simple realidad) que la gente recuerde, como en un cuento de hadas distópico, que su país, pionero entre las principales potencias industriales, no fue capaz de ordenar ni coordinar la producción masiva de mascarillas ni en lo peor de la pandemia ni en la ansiada vuelta a la ‘normalidad’.

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Lo digo porque acaba de anunciarse la vuelta (parcial) a clases para dentro de dos semanas.

Pero hasta ahora a nadie parece habérsele ocurrido la necesidad de que todos esos niños y jóvenes lo hagan, por lo menos, con una mascarilla puesta.

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(Por supuesto que una mascarilla no basta para protegerse y proteger a los demás, como el cinturón de seguridad, por sí solo, no evita accidentes.

Pero una mascarilla evitaría -entres otras 4 razones poderosas- que, por nuestra costumbre de tocarnos inconscientemente el rostro, nos lleváramos a la boca, nariz u ojos una mano que -no lo sabemos- podría estar contaminada:

Como se vio hacer continuamente a un conocido virólogo alemán mientras esperaba su turno en una reciente conferencia de prensa.)

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Lo digo porque dos veces a la semana salgo a comprar el pan, un producto que permanece horas al ‘aire libre’ dentro de un recinto cerrado y los empleados siguen sin proteger el ambiente de sus secreciones bucales.

(Sería suerte que las partículas que emiten al hablar y respirar se dirigieran todas solo hacia el suelo.)

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Lo digo porque sigo siendo objeto de burla y escarnio (cada vez más discretamente eso sí: el número de muertos -más de 4.000- y el de contagiados -pronto 150.000- ya no son moco de pavo, nunca lo fueron), cuando voy por la calle con mi máscara.

Más que una aversión a las mascarillas, creo percibir una verdadera mascarofobia.

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Lo digo porque nuestro hijo menor, salió ayer a dar un gran paseo en bicicleta y se quedó asombrado al ver que en la ciudad (Colonia) los parques estaban llenos, que había largas colas para comprar helado y gente paseando sin respetar la distancia mínima.

Salió con un amigo -tal como lo permiten las medidas restrictivas oficiales- y respetando la distancia mínima de un metro y medio, asegura.

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Uno de sus compañeros del colegio sufre de asma, por lo que podría estar considerado dentro de los grupos de riesgo.

Pero no existe aún ninguna disposición que contemple su caso ni otros similares.

Por otro lado, se está dejando en manos de los profesores la organización de una tarea propia de virólogos y de lo que podría ser una nueva rama de la arquitectura: ¿arquitectura viral?, ¿viroarquitectura?, ¿arquitecvira?

Y eso para no mencionar que muchos profesores ya no cuentan entre los más jóvenes de su gremio.

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Suelo visitar las instalaciones del colegio de mis hijos en el pueblo vecino de Brauweiler y, si algo puedo decir en los largos años que vengo haciéndolo (nuestros cuatro hijos han pasado por ese mismo Gymnasium), es que nunca encuentro jabón ni toallas de papel para las manos en los servicios higiénicos.

Mi mala suerte al respecto es tenaz y duradera. De años.

Lo que sí suelo ver son los correspondientes expendedores, que cuelgan como reliquias arqueológicas en la pared. Vacíos, obviamente.

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El tema no es un invento mío, pues en la última reunión de padres (y madres) de familia, una madre se atrevió a mencionar el problema.

-Es desde hace once años así -replicó alguien.

Con lo que quedó zanjado el tema.

Al respecto, un conocido personaje comentó:

¿Cuándo fue la última vez que visitó usted los servicios higiénicos de una escuela? Quien espera que los escolares acaten las reglas de higiene, puede enviar de paso a alcohólicos al Oktoberfest esperando que se curen.

O algo así.

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Por lo menos, alguien acaba de decir una gran verdad, aunque solo sea en forma de pregunta:

Sind wir zu cool für die Maske?

En las encuestas la mitad de la población afirma usar mascarilla, cuando cualquiera que recorra las calles de Alemania en estos días puede comprobar que no es así.

Una especie de mezcla de autoengaño y corrección política.

Como cuando se pregunta en un grupo cualquiera si sus miembros se consideran dentro de la mitad más inteligente y capaz de liderar.

Y el 80% suele considerarse entre los más bellos, listos y ejemplares.

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Antes, la gente solía pasar gran parte de su tiempo en casa.

Era algo común y natural, por así decir.

(¿Qué hace sino la gente en los países escandinavos durante su particular invierno?)

Hoy, obligados a ello, resulta para muchos una tortura insoportable.

Y suelen culpar al confinamiento, a los gobernantes, al corona, al país, al mundo.

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Es una magnífica estrategia esa de definir al culpable fuera de los límites del propio cuerpo.

Ya lo dijo Blaise Pascal, y nada menos que en el siglo XVII:

«Todos los males de los hombres vienen de una sola cosa: de no saber quedarse tranquilos en una habitación.»

Los psicólogos dicen que el ser humano, una vez atendidas las necesidades básicas, prefiere sentirse querido que pagado.

¿Será que el modo de distracción permanente es fácilmente reconocible como una forma de no quererse, ni siquiera a sí mismo?

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HjorgeV

Colonia, viernes 17 de abril del año CV I

LOS FOCOS CORÓNICOS (4)

EL CASO MULHOUSE

EL TRIFINIO ALEMANIA-FRANCIA-SUIZA

Un trifinio es un punto donde convergen las fronteras terrestres de tres países diferentes, de ahí que también sea denominado tripunto.

Existen 157 por todo el mundo.

A más países contiguos, más trifinios tendrá un país.

China encabeza la lista con 14, seguida por Rusia, con 12.

En Europa, Austria tiene 9.

Portugal y Dinamarca, que solo hacen frontera con un país, ninguno.

El de Francia, Alemania y Suiza es uno de los más famosos, por acoger la llamada capital de Europa: Estrasburgo.

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EL RIN

El río Rin nace en los Alpes suizos y desciende como por un tobogán desde el Cuerno del Rin (Suiza) a 3402 m hasta desaguar en el lago alemán de Constanza, a 395 msnm.

Entonces pasa por Basilea y sirve de frontera entre Francia y Alemania, para luego adentrarse en la región industrial alemana del Ruhr y bifurcarse en los Países Bajos, desembocando finalmente en el Mar del Norte junto con el río Mosa, que nace en Francia, y con quien forma un delta común.

Como todo río -accidente geográfico con carácter divisorio-, el Rin ha sido una fuente histórica constante de problemas fronterizos. Entre Alemania y Francia, particularmente.

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ALSACIA

El territorio de Alsacia, por ejemplo, francés desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ha sido objeto de disputa entre Francia y diversos estados alemanes a lo largo de 300 años, cambiando sucesivamente de soberanía en 1871, 1918 y 1945.

Si Prusia había anexionado Alsacia y parte de Lorena en 1871.

Cuando se disuelve el Imperio Alemán en 1918, como colofón de la Primera Guerra Mundial, y Alemania se ve forzada a aceptar el Tratado de Versalles, Alsacia vuelve a ser francesa.

Es posible que esto último haya sido una de las causas de la Segunda Guerra Mundial, pues cuando Hitler ordenó la reocupación de los territorios perdidos, se incrementó de golpe su popularidad en toda Alemania.

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Reflejo de esos conflictos y rivalidades históricas es el idioma de la región.

El francés es la lengua oficial: la de las instituciones, la de los carteles oficiales y de tráfico, con el que se enseña en las escuelas.

Pero también se habla alsaciano, lengua de origen germano, además del alemán estándar, y existen tanto escuelas como diarios bilingües.

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MULHOUSE

En este triángulo geográfico y confluencia de naciones, historias, religiones e idiomas, después de Estrasburgo (sede del Consejo de Europa, del Parlamento Europeo y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, entre otros) está Mulhouse, a menos de 30 kilómetros de distancia.

Mulhouse no es un nombre inglés ni se pronuncia como si lo fuera.

Hay que suponer que es una adaptación al francés del alsaciano Mìlhüsa o bien del alemán Mülhausen (‘edificación con molino’).

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EL DISTRITO DE BOURTZWILLER

Bourtzwiller es el mayor distrito de Mulhouse o Mülhausen. Es también una adaptación al francés; en este caso, del original alemán Burtzdorf.

En la noche del 14 al 15 de agosto de 1914 -la Primera Guerra Mundial acababa de empezar-, dos unidades alemanas se atacaron entre sí por error.

Incapaces de reconocerlo como tal, los jefes alemanes al mando acusaron a los bourtzvillanos del tiroteo y ordenaron ajusticiar a 6 de ellos.

Cada 15 de agosto es honrada su memoria al pie del monumento erigido cerca de la iglesia de San Antonio.

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LA IGLESIA DE LA PUERTA ABIERTA

No muy lejos de ese monumento se encuentra el templo de San Esteban (temple Saint-Étienne, en francés), la principal iglesia protestante de Mulhouse y el edificio protestante más alto de Francia.

Su torre alberga el campanario protestante más alto del país, en una ciudad que expulsó en 1523 a sus habitantes católicos.

Cerca del templo de San Esteban se realizó del 17 al 24 de febrero La Semana de la Juventud de la Iglesia Cristiana de la Puerta Abierta, en un .

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EL CONTAGIO

2.500 fieles llegados de diferentes partes de Francia y países vecinos, además de algunos del extranjero, se congregaron para celebrar el evento.

Por lo menos de 500 a 800 de ellos resultaron contagiados de covid-19.

Y, como en el caso de Ischgl, llevaron luego a sus respectivas ciudades, localidades y países el virus:

A Burkina Faso, a la isla de Córcega, a Guyana y a Suiza.

También a una central nuclear francesa y a una de las mayores fábricas de automóviles de Europa.

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Francia ha pasado a ser hoy (16.04.), por detrás solo de EEUU, España e Italia, el cuarto país con el mayor número de casos confirmados del mundo.

La sigue muy de cerca Alemania, quien hasta ayer ocupaba ese lugar de la lista.

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¿Cómo pudo suceder?

No abundan informaciones al respecto, por lo menos en nuestra lengua y en alemán.

Se sabe que el evento se realizó en un antiguo centro comercial reconvertido en una sala de eventos con capacidad para 2.500 personas.

Que en ese momento en Francia solo había 12 casos confirmados, ninguno en la zona.

Que una madre no pudo acudir por encontrarse enferma (después daría positivo), pero envió a sus dos hijos con el abuelo.

Que al final de la reunión nadie había comunicado estar enfermo.

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Lo cierto es que poco después los hospitales de la región empezaron a colapsar, hasta el punto de que, a finales de marzo, se les negaba el respirador a los pacientes mayores de 80 años en el hospital de Estrasburgo.

Muchos franceses del este de Francia tuvieron que ser evacuados hacia hospitales alemanes al otro lado de la frontera.

Helicópteros, aviones y barcos militares, además de un tren de alta velocidad convenientemente adaptado, sirvieron como medio de transporte.

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El pastor Thibault no se contagió, y pidió después disculpas públicamente por haber subestimado la epidemia.

Como en el caso de Ischgl, se ignora aún dónde contrajeron la enfermedad los respectivos supercontagiadores.

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HjorgeV

Colonia, jueves 16 de abril del año CV I

Fuentes: Bzbasel, Francebleu, Reuters, Clarín, Ansa

ALEMANIA SE CA** EN EL CORONA (21)

Spahn ascensor

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La foto es un acertado retrato de lo que es Alemania en estos días:

Con más de 130.000 (hoy 15 de abril), el cuarto país con más infectados del mundo.

Y, con 3.600, el octavo en muertes (ya más que en China, algo absolutamente impensable apenas semanas atrás).

Y, sin embargo, los gobernantes y la población siguen sin tomarse realmente en serio la pandemia.

Haciendo como si el número de infectados fuera irrelevante y sus muertos un asunto de otro país.

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Lo veo, escucho, experimento y compruebo a diario:

En el supermercado, en la panadería, en mi trabajo, en las conversaciones de la gente, en la calle, en los parques, en la radio, en los diarios, en la Red.

La principal preocupación sigue siendo el regreso a la ansiada normalidad:

El gran deseo y la mayor exigencia actual de un país acostumbrado a planear, y enemigo de la improvisación.

Y eso, a pesar de que pueden salir a pasear, hacer deportes y moverse más o menos libremente (no más de dos personas y manteniendo cierta distancia, salvo los que viven bajo el mismo techo).

O tal vez por eso.

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Que Merkel tuviera que entrar en cuarentena hace un par de semanas, tras conocerse que el médico que la había atendido había dado positivo por coronavirus, no fue casualidad.

Fue consecuencia de esa misma ominosa desidia.

(Curiosamente, lo último que se hizo público al respecto fue que en un primer test Angie había dado negativo y que seguirían más análisis, pero desde entonces no ha vuelto a mencionarse el tema públicamente. De hecho, acabo de guglearlo y no me ha sido posible encontrar nada sobre los resultados de los demás test.)

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La fotografía (por cierto: 10 hombres, una sola mujer) fue tomada ayer y publicada en Twitter por el usuario ‘Bodo Weissenborn’.

Traduzco su comentario:

«En este ascensor del Hospital Universitario de Gießen están, entre otros: el ministro de Salud de Alemania, el ministro presidente de Hessen, el jefe de la Cancillería, el ministro de Salud de Hessen. #GuardarDistancia»

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Jens Spahn, el ministro de Salud mencionado en primer lugar, respondió enseguida, certificando, así, la autenticidad de la fotografía y de los nombres publicados:

«Claro: se puede hacer mejor. Mantener la distancia incluso si se lleva mascarilla. La próxima vez simplemente usar las escaleras.»

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El usuario ‘Tschäff’ comentó entonces:

«Solo como información complementaria: En esa zona hay 4 ascensores. Y, avanzando un poco más, otros 4. Podrían haberse repartido sin problemas.»

El usuario ‘Hektok Maltuk’, puesto que también había médicos en el ascensor, agregó:

«Y peor aún: médicos. Y eso que la campaña de esclarecimiento ya debería haber alcanzado a todos y cada uno de nosotros

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RETOMAR EL CONTROL: LA GRAN ASPIRACIÓN (IMPOSIBLE)

Un grupo de académicos , una especie de consejo de sabios, ya lo dijo ayer:

Es ist wichtig, dass die Menschen einen Silberstreif sehen, dass sie bemerken, dass es aufwärts geht. Das ist wichtig, damit die Motivation der Bürger aufrecht erhalten wird.

«Es importante que la gente vea un halo de luz en el horizonte, que noten que las cosas están mejorando. Eso es importante, para que se pueda mantener la motivación de los ciudadanos.»

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Con todo respeto por los sabios, tanto como por los futbolistas:

¿Mejorando, han dicho?

¿Haber superado a China en el número de fallecimientos es una mejora o progreso?

¿Motivación?

¿Mantener cuál?

Desde hace más de dos semanas intento desprenderme de la basura azul (restos de papel y cartón) de nuestro hogar y no me es posible porque los contenedores de nuestra zona se llenan enseguida hasta rebosar de inmensos cartones y cajas vacías de las que contienen televisores, computadoras y videojuegos.

Harto de estar paseándola en nuestro automóvil, he probado en otras zonas. Con el mismo resultado.

Alemania sigue consumiendo a lo grande.

A partir del próximo lunes abrirán sus puertas una serie de negocios, aquellos con una superficie inferior a los 800 metros cuadrados.

Lo que ya ha provocado una polémica, pues otros negocios ya se sienten discriminados.

¿No debería ser la vida humana -una sola salvada- la mejor motivación?

¿Una sola muerte la peor, verdadera discriminación?

¿

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HjorgeV

Colonia, miércoles 15 de abril del año CVI