Esta semana la canciller alemana, Angela Angie Merkel, acaba de hacer un anuncio sensacional en este país.
Ha dado una especie de garantía a todos los ahorros ciudadanos.
Después de haber asegurado varios límites anteriormente -50.000, 100.000 euros-, ahora se ha lanzado por el todo.
“Atrevida promesa” es el comentario más común en los medios de comunicación alemanes. La gran mayoría se ha parado para aplaudirla. Qué decidida. Qué clara, han dicho.
Consideran su anuncio una verdadera muestra de su coraje y de su valía como dirigente del país en una Europa que hasta hace muy poco se creía inmune al descalabro financiero que empezó en EEUU.
Hasta ahora Angie Merkel ha recibido más o menos unánimes aplausos y casi ninguna crítica. Recordemos que su gobierno fue de los primeros en criticar a Bush por no haber actuado a tiempo. Por eso, avistado el tsunami, Angie ha corrido a actuar para no pecar de inconsecuente, algo que detestan los alemanes a rabiar.
Todo no pasaría por ser una de esas raras decisiones en la política que unen en el consenso a partidarios y contrincantes, sino fuera porque los mismos que aplauden este anuncio –la opinión pública, los partidos y los medios de comunicación- parecen haber olvidado un pequeño gran detalle.
Es fácil aplaudir cuando se es juez y parte y se ha salido favorecido con algo.
¿Favorecido?
Sí, porque los que aplauden son -serían- los mismos beneficiados: sus ahorritos han sido garantizados por la canciller. De cumplirse el anuncio, se entiende.
Es decir, de cumplirse su promesa.
Porque, si bien nadie lo dice abiertamente, tampoco nadie lo ignora: la promesa de Merkel es, para empezar, sólo eso: una promesa.
Podrá sonar muy bonito y ser lo que justamente quería oír el público, pero no por eso ha perdido su quintaesencia: es una simple y bien intencionada promesa.
Y por si alguien quiere olvidarlo en este maremágnum en que se ha convertido tanto la economía como la política mundiales, es la misma promesa que anteayer hacía el Mercado Libre, es decir, el capitalismo:
Sólo tienen que confiar a ojos cerrados, el resto lo haremos nosotros.
Llegado el momento, ¡zas! (y esperemos que no llegue): ya hemos visto que en esto de la dinámica de la Economía Desrregulada y Descontrolada (que es en lo que seguimos) no hay mucho respeto por las grandes ni pequeñas promesas.
Para ilustrarlo, me permito citar a Alan Greenspan, ex director de la Reserva Federal de EEUU, quien en el 2004, hizo la siguiente afirmación:
«No es sólo que cada institución financiera se haya vuelto menos vulnerable a las sacudidas provocadas por los factores subyacentes de riesgo, sino que, además, el sistema financiero en su conjunto se ha vuelto más resistente.»
¡Ja!
Esas fueron las palabras del especialista de los especialistas hace nada menos que cuatro añitos.
Lo que ha hecho ahora Merkel es espectacular, porque ha apagado aparentemente el fuego mucho antes de que se propague y por eso ha sido inmediatamente aplaudida. Pero, ¿con qué lo ha apagado?
Lo curioso es que pocos parecen haberse dado cuenta de que cuando el pánico ya ha empezado a cundir, la visión de las cosas se deforma, lo que antes era importante ayer ya no lo es hoy y lo que hoy nos mueve, mañana puede ser simple olvido; y que, por lo tanto, es indispensable mantener la calma para no cometer errores que pudieran agravar la situación.
¿Dos ejemplos de esto último?
El asunto de la lucha contra el cambio climático ahora se ha convertido ahora en algo molesto.
¡Que espere!
Largos años fueron necesarios para convencer y conseguir que todos los países se interesaran globalmente por un problema global (la palabrita del nuevo siglo), para que ahora resulte un simple problema secundario. Traducido a los términos financieros actuales: algo que se puede olvidar para expoliar las partidas destinadas previamente a esa preocupación.
El otro ejemplo es aún peor.
Los más pobres de la Tierra, esos que dependen directamente de la ayuda internacional para comer, están esperando hoy cada minuto que pasa para no morir porque las ayudas no llegan.
Los grandes países están demasiado ocupados con sus grandes problemas: cómo salvar a sus grandes ricos.
Grave ironía y burla de la historia, si tenemos en cuenta que aún en los mejores tiempos, los países más ricos del planeta apenas cumplían con las ayudas que ellos mismos se habían impuesto.
La promesa de Merkel se ha tomado, entonces, como una medida de rescate en este país.
Lo es en este momento.
Es el grito del líder del grupo llamando a la calma y gritando “¡Tranquilos, aquí no pasa nada!”
Pero nada más.
Porque el mundo sigue inmerso en un juego llamado Economía Global, que si tiene algo de seguro, eso es su inseguridad y su inestabilidad.
Cada uno de estos días que pasan, los diarios lo confirman mostrando el sube y baja de las bolsas: un día alegrándose por los planes de rescate, para, al otro, hundirse inesperadamente por nadie sabe qué carajo.
Si a todo esto le sumamos la ingenuidad de los políticos y dirigentes en asuntos que no les afectan en un centavo a su sueldo ni a su futuro, tenemos una peligrosísima bomba de tiempo como parte de ese mal llamado plan de rescate.
Un solo ejemplo de este país.
Cuando, aquí en Alemania, se frustró el primer paquete de ayuda al Hypo Real Estate por falta de consenso, recién fue posible descubrir en ese momento que el Estado alemán había hecho su promesa (y garantía) de ayuda, sin haber revisado los libros contables de esa institución financiera.
Es decir, la administración alemana había roto los bolsillos de los contribuyentes sin fijarse apenas a quién le estaba dando el dinero ajeno ni por qué; menos en qué condiciones sería retribuida esa ayuda y menos, aún, si volverían a recuperar esas inmensas sumas de dinero.
“Yo los ayudo, ¿cuánto necesitan, chicos?”, preguntó Papá Estado como el Tío Rico que le sobra el dinero.
¿Por qué esa facilidad para tal tipo de ofrecimientos al gran estilo de Bush, como ese de “capturaremos a Bin Laden, pueden estar seguros” o peor, aún, el reciente de “saldremos juntos de esta crisis”?
¿Por qué esa facilidad para prometer y anunciar?
Porque las sumas prometidas provienen –simplemente- de otro bolsillo: son dinero del contribuyente.
Se ayuda, se ofrece, se promete, se asegura, se ilusiona y se miente con el dinero de otros. Gran especialidad de los políticos, dirán algunos y en muchos casos estarán en lo cierto.
En el caso de EEUU el asunto es más grave aún, porque se trata de una simple transferencia de dinero sin mayor intervención fiscalizadora del Estado. (¡Son sus amigotes, pues, tiene que confiar!)
Es lo que está volviendo a suceder con la promesa merkeliana.
Se está prometiendo algo que tal vez se pueda cumplir –ojalá, repito-, pero para poder garantizarlo no sólo se está usando, ¡se está volviendo a arriesgar de la misma manera que antes el dinero de los demás, de los contribuyentes!
Ese dinero que está allí a la mano.
Ese dinerito que de perderlo, en caso extremo, le costará a Angie Merkel ir a parar de nuevo como simple miembra de su partido, una simple política más a la que no le fue bien. Algo que no impedirá para nada que viva la vida de lujo que le garantizan las leyes como ex mandataria.
Es más o menos como ha sucedido en esta crisis: “grandes” administradores que ganaban millones de millones por llevar a sus empresas a la quiebra y con estas a miles de personas al paro laboral.
¿Con sus millones seguros y legales en el bolsillo, qué les podía importar a estos rufianes lo que pasaba después?
Esto es lo que pocos quieren ver en este Gran Enredo Mundial.
¿Lo peor, verdaderamente?
¿Alguien irá a parar a la cárcel, a esas cárceles llenas de enfermos (drogadictos) y gente que no ha hecho ni una infinitésima parte del daño que han hecho los banksters, los banqueros gánsters?
Lo peor, a mi modo de ver las cosas, es que no se están cambiando las reglas.
Pero lo peor tal vez esté ocurriendo ahora, con los llamados Planes de Rescate.
Si ya se sabe que lo que ha ocurrido es por falta de control y regulación, y que el mercado es susceptible de grandes manipulaciones y trampas.
Si, ahora, además, sabemos también que los mercados no pueden autorregularse.
(Lo estamos leyendo a diario: a pesar de las promesas y el dinero invertido, el Mercado Financiero sigue siendo un zafarrancho.)
Si ya lo sabemos, entonces, ¿cómo es posible seguir arrojando tanto dinero a la hoguera de lo mismo? ¿Por qué darle, además, más dinero al jugador que cuando ganaba no compartía sus ganancias.
Al apostador que, si podía, las escondía en Suiza o Lichtenstein, o las multiplicaba criminalmente, incluso.
(Porque para eso están los llamados paraísos fiscales -paraísos delincuentes habría que llamarlos desde este momento- que ya no son un chiste sino uno de los grandes soportes y herramientas del verdadero Crimen Mundial: aquel que es capaz de, por actuar criminalmente, tirarse abajo la economía no sólo de una región sino del mundo entero.
Y también me refiero, de paso, a países como Suiza y Lichtenstein, que no por no ser islas, dejan de ser grandes culpables europeos en este sucio juego de esconder dinero y hacerse el limpio ante el resto del mundo.)
Tengámoslo por lo menos claro.
¿Ha fallado el sistema?
¿O sólo le falta un poquito de combustible (dinero) para funcionar?
Creo que no se puede salvar un sistema dándole una inyección de fuerza a los mismos que habían provocado su colapso.
Las decisiones que se están tomando en este momento, son decisiones al paso y hechas con prisa. No es posible analizar un sistema ni su proceso concomitante en un par de semanas para buscarle sus fallas y las posibles soluciones.
Por lo menos, los países del G-8 acaban de anunciar que abordarán una reforma global de los mercados financieros.
¿Cumplirán su anuncio los del G-8 y cumplirá Merkel su promesa en caso de que las papas empiecen a quemar en Alemania?
Para usar la memoria: hace poco más de tres semanas, los mismos políticos que acaban de aplaudir a Merkel, son los mismos que se mostraron sumamente escépticos cuando se anunció el plan de rescate en EEUU. Se llegaron a burlar, incluso. Hoy, ellos mismos lo promueven en este país.
Así funcionan las cosas en el mundo de los expertos.
Lo que no se debe olvidar de ninguna manera es que el funcionamiento de los mercados financieros depende de mecanismos poco fiables -como vemos- y de empresas con un poder inmenso, capaces, incluso, de saltarse por encima de lo que puedan decidir los países del G-8.
No bastará, pues, zurcir algunas costuras del traje que se rompe y revienta, si lo que se está pudriendo es la tela.
No sé cuál será el caso de ustedes, lectoras y lectores improbables de esta bitácora, pero mi país, Perú, el último de la tabla en la clasificación, acaba de perder de visitante en Paraguay, alejando definitivamente nuestro sueño de asistir otra vez a un Mundial.
Por eso, me digo:
Si Merkel garantiza todos los ahorros de los alemanes y los del G-8 anuncian una reforma de los mercados financieros, entonces, yo, por ahora, garantizo que Perú irá al Mundial de Sudáfrica 2010.
¿Quién me puede impedir prometerlo?
…..
HjorgeV 15-10-2008