ENTRANDO DE ESPALDAS AL FUTURO

Nunca he podido entender eso de celebrar la llegada del nuevo año empezándolo mal.

No lo critico ni lo veo mal, pero eso de levantarse a las quinientas con una resaca terrible y dolor de cabeza.

Maldurmiendo en un rincón. Malcomiendo por los desbarajustes estomacales y anímicos causados por la resaca.

Desordenando en más de una forma el primer día del nuevo calendario. No sé.

*

Una vez con mi esposa -en ese entonces no teníamos niños- decidimos recibir el año nuevo bailando en una discoteca de Colonia.

Cuando quisimos regresar a casa de madrugada, nos dimos con que había largas colas de gente esperando en los paraderos de los taxis y los tranvías.

Sufrí pasando un tremendo frío polar esas primeras horas de ese año (con temperaturas bajo cero: las de esta medianoche estarán por encima de los 10ºC, toda una sensación por estas latitudes).

Y rodeado de seres que parecían, por su forma de ‘celebrar’, haber salido recién de la cárcel después de veinte o más años de condena.

No parecía que un año iba a empezar.

Parecía que el mundo se iba a acabar.

*

Ahora se acaba el 2012 y sigo sin concluir mi novela.

Cuando la empecé hace tres años, tenía las ideas tan claras que comencé a escribirla pensando que la podría terminar en tres meses exactos. Me sentía capaz, con experiencia, pleno de convicción y energía creadora.

Los tres meses se han convertido en tres años.

Antes había escrito cuatro novelas y pensaba que ya tenía el entrenamiento necesario para escribir la ‘definitiva’.

Leí entonces varias opiniones y frases sobre el tema. (Lo detallé aquí.)

Según James N. Frey (más consejero que escritor) muchos de los mejores autores que conoce recién publicaron después de producir cinco millones de palabras.

Dios, me dije.

(Partiendo de que una novela de 300 páginas tiene unas 100.000 palabras, entonces 5 millones de estas equivalen a nada menos que 50 novelas de 300 páginas.)

*

Visto así el asunto, pude entender por fin el comentario primero de la lista de consejos de la la escritora irlandesa Anne Enright:

1) The first 12 years are the worst.

Un largo camino, sí, para la gran mayoría.

Sin absoluta garantía de nada, por lo demás.

*

Anteanoche salí con un amigo «a tomar unas cervezas» y me preguntó por mi libro.

Le dije que esperaba acabarlo pronto, pero que vengo pensando lo mismo el número de años arriba indicado.

Tal vez, en el fondo, no quiera terminar mi novela, le dije, después de haber bebido lo suficiente como para que mi lengua se animara a moverse libremente.

In chela etiam veritas.

*

Cuando D. se fue a devolver parte del líquido ya destilado por su cuerpo, se me vino la imagen (mi propia imagen) de un viejo demente que se levanta a diario de madrugada y se queda hasta la noche trabajando en las palabras de su único libro inconcluso.

Alguien que se pasa el día revisando cada frase, cada episodio para que no existan contradicciones, errores o simples pavadas; corrigiendo diálogos; persiguiendo párrafos superfluos y palabras inútiles; leyendo en voz alta para asegurarse de que el tono narrativo es/sea el adecuado.

Las décadas (tres) han pasado para el viejo y la novela aún no ha llegado a su final.

Y nunca tampoco la terminará porque han pasado tantos años que el viejo se ha vuelto senil y olvida cosas, confunde capítulos y personajes, y ni siquiera sabe ya que se ha pasado décadas buscándole un buen final a su novela.

*

¿Qué temo?

¿Dar por terminado un libro que no me ha dejado/deja/está dejando (todavía) satisfecho?

¿Y perder así mi preciado juguete, sueño, diversión, misión, acertijo, búsqueda, laberinto, laboratorio, aventura, escondite, refugio, razón de existir?

*

D., el amigo en cuestión, es un vecino de este pueblucho de los alrededores de Colonia.

Lo conocí hace más de una década cuando nos mudamos aquí. Entonces su propia empresa de informática acababa de quebrar y él hacía todo tipo de trabajos para mantenerse a flote:

Reparaba computadoras y todo tipo de electrodomésticos, pintaba casas, reparaba y cambiaba ventanas, puertas y cualquier cosa que se hubiera roto o estropeado.

Su repertorio era inacabable, porque no le hacía ascos a ninguna tarea y, además, su curiosidad no le permitía dejar nada sin probar.

*

Me cayó bien por eso, justamente, y porque, en contra de las costumbres usuales de este país, cuando nos conocimos no me hizo ninguna pregunta sobre mi ocupación ni mi futuro.

En ese entonces yo ya llevaba bastante tiempo rumiando la idea de cerrar mi negocio y dedicarme a escribir, y prefería no contarlo.

Me ahorró el típico: «¿Y usted a qué se dedica realmente?», con el que se suele empezar muchas conversaciones en suelo teutón y soltarle la lengua al interlocutor.

(A mí me la traba. ¿A qué me dedico realmente? A vivir, como todos.) (Pero esta es una respuesta que mis convivientes geográficos no me toman en serio.)

*

En ese entonces aún teníamos nuestro negocio en Colonia y le encargué a D. una serie de trabajos y tareas que cumplió todos con el sano entusiasmo de un buen aprendiz.

Sé que se pasó en total más de dos años ‘sin trabajo’, pero haciendo de todo para mantener a su familia. O sea, con mucho trabajo. Y sin chistar ni quejarse.

*

En el camino se separó de su esposa y perdió la casa que habitaba con su familia.

Lo volví a ver cuando se acababa de mudar a una casa abandonada y rodeada de un generoso jardín pero todo en muy mal estado.

(Había sido un diminuto burdel, me contó después; una sauna, concretamente.)

Me llamó para pedirme que lo ayudara con la mudanza. Tenía muy pocos muebles, así es que nos quedó bastante tiempo para conversar.

Me contó que acababa de encontrar un puesto fijo en su especialidad (informática) y que le iba muy bien. Tan bien que había comprado la casa a la que se estaba mudando.

Había sido una ganga y había mucho que hacer, reparar, cambiar y construir, pero era suya (la hipoteca) y no estaba mal para comenzar una nueva vida.

*

Lo volví a ver un año después. La casa ya estaba lista y parecía recién terminada de construir.

Le pregunté si le había costado mucho dejarla como estaba.

Me contó que había hecho todo solo:

Levantar un par de paredes, quitar alguna, revocar y pintar todas; cambiar algunas cañerías e instalaciones eléctricas; reparar los pisos (suelos) y poner parqué en algunas habitaciones; instalar la cocina y nuevos aparatos sanitarios. Más innumerables detalles.

Solo.

Sin la ayuda de nadie y en sus ratos libres.

Estaba contento porque uno de sus (tres) hijos se había venido a vivir con él.

*

Nos perdimos de vista y la siguiente vez que me llamó fue para pedirme un favor.

Había perdido la casa:

El que se la vendió había alegado que la había vendido por muy poco precio y había encontrado un abogado dispuesto a la lucha.

(Siempre hay un abogado dispuesto a cualquier lucha. Si pierden el juicio, ganan igual. Si lo ganan, ganan -muchas veces- más.)

Me contó que lo del bajísimo precio era cierto y que no tenía ganas de embarcarse en un juicio que tal vez no podría ganar y que en todo caso serviría para alimentar o engrosar las cuentas bancarias de por lo menos dos abogados.

Lo importante era que había aprendido a construir y reparar casas, que lo habían ascendido en su empresa y que su hijo se había venido a vivir con él.

*

-¿Cuál es el detalle? -le pregunté.

-Recién me dan las llaves en una semana.

-Buscas un lugar dónde dormir.

-Exacto.

Le dije que se podía quedar en el cuarto de huéspedes del sótano.

Me había pasado allí dos años escribiendo mis novelas y acababa de hartarme de él y su escasa luz natural.

*

La semana se convirtió en dos y estas dos luego en tres.

Mi esposa me advirtió que no pensaba soportar la situación más allá de las cuatro semanas.

-Paciencia -le dije-. ¿Y si fuéramos nosotros los que estuviéramos en una situación similar?

Faltando pocos días para que mi esposa me iniciara un juicio familiar, le entregaron las llaves de la nueva casa a D.

*

Anoche, como habíamos quedado, pasó por casa y luego caminamos hasta la calle principal del pueblo.

A pesar de que ahora dirige todo una sección de su empresa, tiene dos automóviles a su disposición y sigue ascendiendo, D. sigue siendo el tipo sencillo y afable que conocí.

Me había ayudado un par de semanas atrás a hacer un par de pequeñas reparaciones en casa.

No había querido aceptar mi dinero y quedé en invitarle un par de cervezas por el favor.

*

La avenida estaba desierta a esa hora del sábado. Había esperado más gente, acaso por las sorpresivas temperaturas otoñales (casi primaverales) de estos días.

Solo estaban allí, reunidos como siempre, la iglesia, el nido (parvulario o kindergarten), un restaurante que es famoso en la región y el bar del pueblo, además de una cabina de teléfono destrozada y el paradero de buses por el que solo pasa una línea a las horas que menos se necesita.

En la puerta del bar había un letrero bastante común en estos días: Geschlossene Gesellschaft.

(Algo así como ‘reunión privada’, aunque significa círculo o sociedad cerrada).

*

Como el bus pasaba recién en veinte minutos, D. llamó a su hijo para que nos llevara a Brauweiler, la localidad vecina.

Brauweiler tiene una abadía imponente de casi mil años de antigüedad. (Fue prisión de la Gestapo y allí estuvo encarcelado Konrad Adenauer, el primer canciller de la República Federal de Alemania.)

Al frente de la abadía y en plena avenida principal hay un hueco inmenso de cincuenta por cien metros, de cuatro años de antigüedad y que nadie sabe cuándo se seguirá construyendo.

Allí se planificó una especie de plaza principal hace diez años, cuando no se escuchaba todavía la palabra crisis acá en Alemania y la economía parecía una cornucopia.

*

La idea era armonizar zonas comerciales y de solaz con un conjunto de viviendas para artistas con alquiler subsidiado por el Estado.

Pero llegó la bendita crisis poco después y alguien debió considerar esta última idea una vergüenza y se paralizó la obra.

¿Por qué entregar espacio tan valioso a simples artistas y perder dinero, debieron preguntarse, si el lugar podía producirlo?

Todo encajado en el nuevo concepto que hace furor en Europa: el arte no hace más ricos a los pueblos, los empobrece.

*

Rodeando el Gran Hoyo que alguna vez será el centro y atractivo de Brauweiler hay una pizzería, una heladería, un chino (negocio de comida -sabrosa- al paso preparada por chinos), un griego (que más vende papas fritas y salchichas que sus especialidades helenas) y cinco bares.

Nuestro objetivo era recorrer los cinco. Hacía mucho tiempo que no salíamos juntos y esa sería nuestra forma de celebrarlo.

(Los alemanes suelen entrar a un bar y no abandonarlo hasta el final. En este país existe la palabra Stammkneipe, el bar o taberna que es como una prolongación del cuarto o sala de estar. De allí que cada nuevo cliente llame la atención cuando entra por primera vez a un bar.)

*

Nos dimos con que la primera taberna llevaba cerrada ya varios meses. (Otro sueño roto.)

La segunda tenía ventanas que no permitían ver lo que había dentro. Dudamos, pasamos dos, tres veces, intentando saber qué nos podría esperar dentro. Desistimos finalmente.

Entramos al tercero: una Brauhaus (cervecería) por el letrero. Un fumadero, más bien, al abrir la puerta.

Dudamos. Los dos detestamos el humo de los cigarrillos.

Pero ya habíamos abierto la puerta y sentíamos curiosidad de hacer algo que no habíamos hecho muchos años, tan común en nuestra época de estudiantes y después también.

Pagamos caro la curiosidad: una media hora aspirando el humo de otros y convirtiendo nuestras ropas en focos de irradiación nicotínica.

*

La escena interior del bar me hizo pensar inmediatamente en un cuadro de Hopper.

Una mujer bebiendo y fumando en la barra, la tabernera al otro lado del tablero.

Dos mesas más.

(Existen en este país muchos grupos así: los típicos de amigos que se reúnen con viento, lluvia o nieve un día fijo a la semana o al mes. De ser posible, a lo largo de años o décadas, religiosamente.

La amistad medida a través de la constancia en las visitas a un bar.

No mucho más como amistad salvo eso.)

*

Sábado por la noche en una ‘ciudad’ de ocho mil habitantes: un bar quebrado.

Y otro semivacío y con mucho menos vida y energía que un cuadro de Hopper.

Ceniceros sucios, iluminación pésima (excesiva para una taberna; y eso que detesto los lugares demasiado oscuros.)

La tabernera, una rubia que debió ser atractiva y esbelta a mediados del siglo pasado, nos quedó mirando con asombro al entrar.

¿Se preguntaría si solo entrábamos para inquirir por la ruta o por una dirección?

Pedimos dos cervezas de trigo.

-Solo servimos Kölsch.

-Qué más da.

*

La cerveza colonesa tiene fama de aguada.

Se sirve en vasos de un quinto de litro (hasta hace unos años incluso en vasitos de un décimo de litro) y los coloneses prestan estricta atención a la medida exacta de espuma servida.

Los vasos tienen una marca para este propósito y, ay, si el tabernero la incumple.

Nos tomamos cada uno tres vasos de agua de Colonia y seguimos nuestra circunnavegación tabernera, contentos de poder respirar al fin un poco de aire fresco.

*

No llegamos al cuarto bar (los bajos del único hotel del lugar).

Nos tomamos el resto de cervezas en el tercero.

Un grupo de personas celebraba un cumpleaños y consideramos que no encontraríamos más acción en varios kilómetros a la redonda.

-Nos dijeron que iban a ser cuarenta pero solo han llegado veinte -nos instruyó el tabernero, un griego llegado a Alemania treinta años atrás, refiriéndose a los invitados.

Sobre una mesa había un barril de cerveza del que se podían servir solo estos últimos (una forma de ahorrar).

Salvo ellos, había dos parejas más en el bar y nosotros.

*

Pregunté por el retrete.

Tuve que pasar por la zona destinada originalmente a la restauración: unas quince mesas, veinte metros de largo, totalmente vacía.

Al final del recinto, sobre el mantel blanco de una mesa inmensa, varias piezas de pan baguette y una olla gigante esperaban a los invitados.

Me imaginé su contenido: sopa de lentejas con trozos de papas y rodajas de salchicha.

*

El retrete quedaba en el sótano y era tan amplio como un departamento.

De no haber estado nosotros y el grupo del cumpleaños allí, ¿cómo habría estado de concurrido ese bar ese sábado por la noche?

Cien metros cuadrados en la planta baja, más cincuenta en el sótano, para atender a un total de tres o cuatro parejas.

¿A quién se le ocurriría que en ese pueblucho podían coexistir cinco bares?

Es otro ejemplo de la crisis en la que se debate Europa actualmente.

El Gran Hoyo inmobiliario frente a la abadía ya no es solo una metáfora, es la honda realidad.

*

Mi esposa dice que hice un ruido fuerte en el baño cuando llegué a medianoche, seguramente porque me golpeé contra la cabina de la ducha.

No lo recuerdo.

-¿Es una queja? -le he preguntado-. Prometo no volver a beber el resto del año.

-Ja, ja.

-Bueno, tal vez solo una de trigo. Quién sabe.

¿O hay alguien que conoce el futuro?

*

Sé que en castellano, en alemán y en muchas de las lenguas europeas, el futuro se representa como lo que tenemos delante, lo por venir, lo que nos vamos a encontrar en nuestro camino.

En nuestra concepción del tiempo, el pasado se representa como lo que está detrás de nosotros, lo que hemos dejado en nuestro recorrido.

Una vez leí que en aymara, la lengua de los habitantes de la meseta del Collao y adyacentes, el futuro está detrás: porque es lo que está fuera de nuestro campo de visión, lo que no se puede ver.

Mientras que el pasado está delante: lo que conocemos y podemos ver porque lo hemos vivido y existe constancia de ello.

Me parece una forma verdaderamente racional de ver las cosas.

*

El nuevo año deberíamos empezarlo bien.

Y, después de una semana, o así, celebrar ese magnífico inicio.

Tal vez deberíamos celebrar el año que pasó y no el que está por venir y aún no conocemos ni sabemos siquiera si llegaremos a vivirlo en toda su extensión.

Es tal la prisa por el futuro en muchas personas, que aquí en este país hay quien planifica todo metódicamente.

Hasta el punto de organizar cómo y en dónde desea ser enterrado.

¿No es una perversión y una especie de negación del presente, o sea de la vida puesto que esta no ocurre en el pasado ni el futuro sino exactamente en el presente?

*

El ensayista, pintor y escritor suizo Friedrich Dürrenmatt dejó una frase genial:

«Cuanto más minuciosamente planea una persona su futuro, más duramente la golpeará el destino.»

(En verdad puso Zufall al final, que es ‘casualidad’ o ‘azar’; pero ‘destino’ me parece más adecuado en este caso: como la suma de toda esa serie de casualidades, azares e imponderables que salpimentan o agrian toda existencia.)

(La Academia dice que ‘agriar’ se conjuga como ‘avisar’. Otras fuentes indican que se conjuga como ‘amar’, que es como más me suena a mí también.)

*

Esta medianoche termina otro año de nuestras vidas, se cierra un ciclo (arbitrario) más.

Pensaré en el punto de vista de los aymaras cuando lleguen las doce.

Que estaremos entrando, en realidad, de espaldas -a ciegas- a un nuevo calendario.

Detrás de mí, en los doce meses próximos, espero que se encuentre el final de mi novela.

Suerte también a ti en tus cosas, lector@ improbable y desconocid@.

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HjorgeV 31-12-2012

«SILENCIO PARA ENTENDERSE»

 

Me pasa que me quedo leyendo a veces

cosas que a otros fascina sobremanera y

me fascina aún más pasar a comparar 

la teoría con la práctica y encontrarme

solo con humo o simples retazos 

 

Muchas veces no soy capaz de encontrar

un solo vínculo, el porqué alguien ve

azul allí

donde yo solo puedo vislumbrar

rojo. O alguien

ve extrema belleza y yo no veosimplemente, 

nada.

 

Me hace recordar que nuestros cerebros

están hechos para separarnos y unirnos a

la vez (¿no le debemos nuestra evolución

principalmente a la caza?) y que alguna

vez los empezamos a usar para

distanciarnos y diferenciarnos de los

demás.

(Ahí la embarramos y dimos en el clavo a la vez.)

 

Tal vez sería bueno de vez en cuando callar

mucho más de lo que nos pide, sugiere o

exige nuestro particular sentido del decoro.

 

Por lo menos en el silencio no debería

ser posible -o muy difícil- no entenderse.

Un año se acaba, dejémoslo nacer de nuevo.

(Me toca callar ahora.)

 

 

HjorgeV 27-12-2012

EL FIN DEL MUNDO DEL «TEMPLO DEL PUEBLO»

Hemos tenido suerte este 21 de diciembre y no nos ha tocado el fin del mundo.

Tal vez los mayas se equivocaron por un par de días. Ya veremos.

En todo caso lo fue para una secta de 909 personas y para varias víctimas más hace casi 35 años.

La del Templo del Pueblo es una historia difícil de creer, como las de otras sectas adornadas con nombres como Puerta del Cielo u Orden del Templo Solar.

Títulos para nombrar lo innombrable: cierta ansia humana, mezcla de vértigo y atracción fatal, que más parece animal por su irracionalidad pero que nos diferencia de los demás animales como la risa y el llanto. (Hay más artistas en el reino animal.)

¿Hasta dónde hay que remontarse para encontrar una explicación a ese fenómeno que más de una vez ha llevado a un grupo de fanáticos a seguir -voluntariamente- a un guía hasta la misma muerte?

¿Dónde empiezan estas historias?

¿Dónde empezar a buscar respuestas?

No es moco de pavo, si se tiene en cuenta que el tipo de democracia que tenemos nos lleva cada vez más a tener que confiar y ponernos en manos de un solo guía: muchas veces de un payaso peligroso.

¿Qué hace que un grupo de personas empiece a creer y confiar ciegamente en una persona hasta el punto de aceptar por válida, por ejemplo, la idea de que en la cola de un cometa que se está acercando a la Tierra, se encuentra una nave espacial que los llevará al paraíso?

No es un cuento infantil ni un chiste.

Fue el caso de la secta Puerta del Cielo.

Su líder, Marshall Applewhite, convenció a 38 de sus seguidores de que solo suicidándose podrían abordar la nave espacial que se encontraba en la cola del cometa Hale-Bopp que se acercaba a la Tierra en 1997.

Por otra parte, ¿cómo y cuándo aparecieron los sacerdotes, los gurús y los guías religiosos en la historia de la humanidad?

Una fase clave tiene que haber sido el Neolítico y la invención de la agricultura.

Cuando los grupos humanos pasaron de una forma de vida basada en la recolección, la caza y la pesca, a una existencia organizada alrededor de la agricultura y la ganadería.

Es probable que un cambio climático fuera el origen de esta nueva era caracterizada por la repentina escasez de animales de caza y de los habituales alimentos de recolección.

Con la agricultura y su novedosa acumulación de alimentos (todo un hito en la historia de un Homo Sapiens acostumbrado a vivir día a día y de la mano a la boca) surgieron las ciudades, así como nuevas formas de organización social, jerarquías y una serie de personajes que antes no existían:

Los llamados nobles, los políticos y administradores, los artistas, los soldados, los sacerdotes, los estudiosos (los primeros científicos).

Tal vez también con ellos los primeros mendigos del planeta Tierra.

Antes no habría sido posible mantener a ninguna de estas nuevas castas.

Imposible cuando en nuestra época de cazadores y recolectores cada quien (salvo quizás los más pequeños y los imposibilitados por alguna razón) debía sudar por su propia cuenta para alimentarse y en esta actividad se le iba la mayor parte de su tiempo.

Bien, ya tenemos al sacerdote:

Un sujeto al que se le daba de comer y se le mantenía con la esperanza de que apaciguara a los dioses (como responsables de las cosechas) y, de ser posible, se comunicara con ellos.

Después ese tipo se dio cuenta de que podía tener más poder (después de todo su terreno era algo que nadie podía conocer, ni él mismo) y este el inicio de ese gran timo llamado iglesia y que perdura hasta nuestros días.

¿Pero cuándo empezó nuestro sentido religioso?

De no haberlo tenido, habríamos tomado a los sacerdotes por simples charlatanes. Pero nos sucede hasta ahora, en este Siglo XXI, segundo milenio de nuestra era.

Lo más probable es que la religión haya hecho su aparición mucho antes del Neolítico, el periodo de la eclosión (maduración sería un mejor término) de la agricultura y de los primeros poblados.

En el Paleolítico Medio concretamente.

Y con alta probabilidad como un subproducto del lenguaje.

Tal vez cuando inventamos la palabra (o intentamos fijar un sonido) para nombrar lo desconocido (lo temible y lejano a la percepción de nuestros sentidos, experiencia e intuición) inventamos también la religión.

Una religión cualquiera se podría definir, así, como un intento por explicar el misterio (los misterios) de la existencia.

La religión empero está actualmente tan inmersa en nuestros sistemas políticos, tan legalmente enquistada en el aparato estatal, que olvidamos que toda creencia religiosa tendría que ser algo estrictamente voluntario.

Una posición que se toma. Y no una imposición por pura tradición o deseo de los padres.

Debería estar, así, prohibido, por ejemplo, hacer abrazar a un bebé o a cualquier niño una religión. Pero se hace a diario millones de veces.

Es un sinsentido -otro timo eclesiástico- que mientras la mayoría de edad legal se fija a partir de los 16 o 18 años, se considere a un niño de 7 capaz de decidirse por creencias en las que ni siquiera los adultos mostramos consenso ni nos sentimos seguros de ellas.

Los no religiosos y no creyentes aceptamos vivir con ese misterio.

Para la gran mayoría de la humanidad, y esto por simples cuestiones culturales y de tradición, es insoportable vivir sin tener respuestas a preguntas como de dónde venimos, por qué existimos, cómo apareció la vida, qué sentido tiene esta.

Pero siendo el de la existencia el quizás más importante y poderoso misterio, no es el único en nuestras vidas.

La matanza de Newtown ha reabierto uno de ellos en El País de los Pistoleros Testarudos: ¿por qué matan y se matan a sí mismas las personas?

La madre de Adam Lanza, el asesino de Newtown, acumulaba armas porque temía un posible caos social, seguramente siguiendo una de las recomendaciones de los vendedores de armas.

(Como muy bien lo ha vuelto a ilustrar El Roto, esa mujer «compraba armas por miedo a la violencia».

Todo un absurdo que, de tan obvio, no debería mantenerse y, sin embargo, es credo en el país del american nightmare, el sueño convertido en pesadilla usamericana.

Porque será mayor la pesadilla cuando, siguiendo las escuelas y universidades la estela del armamentismo, los vendedores de armas consigan convencer a todos de que solo con más armas se conseguirá acabar con la violencia.

Negocios son negocios.)

(Propongo de una vez sistemas antimisiles a instalarse en las mochilas infantiles antibalas, artilugios cuyas ventas se han disparado en estos días.)

Pero sigamos con lo nuestro.

Sobre el cómo una persona puede llevar a la muerte a sus seguidores -como una especie de Flautista de Hamelín– usando simples creencias, religiosas por lo general.

Viajemos mentalmente a la Guyana de finales de los años setenta, un país sudamericano dos veces más grande que Portugal y que apenas doce años atrás se había independizado de Inglaterra.

Su nombre oficial era programático: República Cooperativa de Guyana.

Antiimperialista, habría que agregar. Un caso rarísimo como país, no solo por el inglés como lengua oficial en suelo sudamericano.

Sigamos.

Fecha: noviembre de 1978.

El congresista usamericano Leo J. Ryan ha recibido denuncias contra la secta Templo del Pueblo y se dirige a Guyana para averiguar la verdad de esas incriminaciones.

Viaja concretamente a Jonestown, una localidad que Jones ha comenzado a construir a comienzos de los setenta y en la que piensa construir su propio paraíso comunista y apostólico.

Porque Templo del Pueblo, la secta que el reverendo Jim Jones, el alias de James Warren Jones, ha creado, fusiona nada menos que creencias cristianas con doctrinas del comunismo.

Pues bien, algunos familiares de los sectarios y disidentes de la secta acusan a Jones de explotación laboral, abusos físicos, sexo y embarazos no consentidos, manipulación sistemática y lavado de cerebro.

Las acusaciones e investigaciones han hecho optar a Jones por abandonar rápidamente EEUU e instalarse con su secta en el pueblo que lleva su nombre y que ha construido sobre un terreno de 12 km²arrendado al gobierno de Guyana.

¿Quién es Jim Jones?

La imagen de sus amigos de infancia es la de un niño de ascendencia irlandesa y galesa, obsesionado por la muerte y la religión.

Lynetta Putnam, su madre, estaba convencida de que había dado a luz a un mesías. Y es probable que su padre perteneciera al Ku Klux Klan.

Una asombrosa contradicción esta última, si se tiene en cuenta que, después de recibirse de pastor de la Iglesia Metodista, Jones la abandonó porque sus superiores eclesiásticos se oponían a la captación de afroamericanos.

Muy pronto debió darse cuenta de que una fe férrea podía crear una gran cohesión grupal y que los servicios gratuitos a la comunidad se devolvían con más fe por parte de los asistidos.

Jones luchó por los derechos de sus compatriotas de origen africano y propugnaba una «sociedad arco iris» sin prejuicios raciales.

Pasó un tiempo en Brasil, trabajando en los barrios pobres de Río de Janeiro y probando el impacto de sus ideas acerca de una vida comunitaria apostólica.

Tal vez se dio cuenta de que la manera menos peligrosa -frente al Estado- de seguir los principios del marxismo era usando los caminos de la religión.

Se hizo conocido al establecer una comunidad agraria autárquica en California.

Se comparaba a Jesucristo y había sido miembro del Partido Comunista de su país.

En 1972 se trasladó a San Francisco para poder captar más sectarios.

Templo del Pueblo era una secta particularísima porque a mediados de los setenta la mitad de sus integrantes eran afroamericanos. (Algo inconcebible incluso hoy, 35 años después.)

A pesar de su fama por sus programas de asistencia médica gratuita y servicios a la comunidad, sobre Jones empezaron a aumentar las presiones por acoso sexual y explotación laboral dentro de su secta.

En diciembre de 1973 fue detenido en Los Ángeles por la supuesta comisión de delitos sexuales.

El traslado a San Francisco por otra parte, donde podía ampliar la captación y el reclutamiento de más miembros para su secta, significó también un mayor escrutinio por parte de la prensa.

Fue un reportaje del periodista Marshall Kilduff (una radiografía de Templo del Pueblo) el que forzó a Jones a huir y ordenar el rápido traslado de la secta a Jonestown, su «paraíso comunista y santuario».

En este contexto, el congresista demócrata por California Leo J. Ryan anuncia el 1º de noviembre de 1978 su viaje a Guyana para investigar las denuncias contra la secta.

También manifiesta su intención de liberar a los seguidores de la secta que quieran desertar. Lo arropan un permiso y fondos del gobierno de su país.

Lo acompañan en su misión funcionarios gubernamentales, familiares de los sectarios y un equipo de la cadena NBC.

El 14 llegan a Washington Georgetown, la capital de Guyana, a unos 240 kilómetros de Jonestown.

Esa primera noche gran parte de la delegación debe pernoctar en los pasillos del hotel, porque a pesar de que han hecho reservaciones, alguien ha cancelado las reservas y las habitaciones han sido reasignadas (probablemente a miembros o simpatizantes de la secta).

Después de varios días de negociaciones, Jones decide permitir a la comitiva visitar Jonestown.

El día 17 Ryan aborda una avioneta con algunos funcionarios, nueve periodistas y cuatro familiares de los sectarios. El aparato aterriza en Puerto Caituma, a pocos kilómetros de Jonestown.

El recibimiento en la sede de la secta es caluroso.

Sin embargo, un corresponsal de la NBC recibe una nota de un miembro de la secta, Vernon Gosney, en la que le ruega ayuda para poder abandonar Jonestown junto con otra sectaria, Monica Bagby.

Al día siguiente la delegación continúa su visita, pero el ambiente ya ha cambiado: Ryan recibe el pedido de dos familias completas que desean abandonar la secta.

Algunos de los sectarios enfurecen y uno de ellos intenta atacar con un cuchillo al congresista.

Finalmente Jones accede a que los disidentes abandonen Jonestown.

Es su Plan B.

A las tres de la tarde de ese 18 de noviembre de 1978, 14 desertores abordan un vehículo que los lleva a Caituma. Su deseo más urgente es alejarse de Jonestown y volver a EEUU.

Entre ellos se encuentra un tal Larry Layton.

La avioneta de este último está punto de levantar vuelo -es poco después de las cinco de la tarde- cuando Layton abre fuego dentro de la nave.

Simultáneamente, un grupo de sectarios que habían escoltado el vehículo del congresista disparan contra su avioneta y matan a Ryan, a tres periodistas y a un desertor. Nueve desertores más son heridos en el ataque. Ryan es rematado con disparos en el rostro.

Los atacantes huyen por los campos vecinos.

Pocas horas después, Jones ordena el suicidio colectivo de toda la secta, algo que venían planeando y ejercitando.

Se encontraron los cadáveres de 909 sectarios.

¿Un suicidio masivo?

Más bien un homicidio masivo, si se tiene en cuenta que Jones ordenó a sus seguidores a ingerir o inyectarse cianuro a la voz de «esto no es un suicidio sino un acto revolucionario».

El cadáver de Jones fue hallado con un disparo en la cabeza en medio de los cuerpos de dos de sus seguidores.

La investigación no pudo definir si se trató de un suicidio o si murió por mano ajena.

Tal vez Jones ordenó a uno de sus sectarios que le disparara.

Las autoridades de EEUU escrutan ahora la computadora del asesino de Newtown en busca de motivos y respuestas.

Lo mismo hicieron con los bolsillos de los 39 suicidas (Applewhite, el líder, incluido) de la secta Puerta del Cielo, quienes fueron encontrados vestidos de negro y con pulseras que los identificaban como miembros del equipo ‘externo’ de la secta: Heaven’s Gate Away Team.

(Saludos de Viaje a las estrellasStar Trek-, como dirían los alemanes: pues esta última denominación había sido tomada de la conocida serie de televisión.)

Ignoro qué encontrarán las autoridades de EEUU entre las pertenencias del asesino de Newton.

En los bolsillos de los suicidas de Puerta del Cielo sí encontraron algo.

Todos llevaban un billete de cinco dólares y tres cuartos de dólar.

¿Para comprar su boleto de ingreso a la nave que los esperaba en la cola del cometa Hale-Bopp?

¿Y las monedas por si tenían que hacer una llamada telefónica desde la misma nave o desde los teléfonos públicos del paraíso?

¿Y si resultaba que los extraterrestres solo aceptaban euros?

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HjorgeV 22-12-2012

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Fuentes:

http://es.wikipedia.org/wiki/Jim_Jones_(pastor)

http://en.wikipedia.org/wiki/Jim_Jones

http://es.wikipedia.org/wiki/Tragedia_de_Jonestown

http://www.lanacion.com.ar/65998-la-secta-que-quiso-ser-el-cometa-hale-bopp

http://www.abc.es/internacional/20121219/abci-newtown-victimas-entierro-201212190024.html

http://blogs.elpais.com/vientos-de-brasil/2012/12/arque%C3%B3logos-descubren-que-la-compasi%C3%B3n-es-tan-antigua-como-la-violencia.html

http://peru21.pe/impresa/usar-dolor-entender-dolor-2108544

http://www.leotarot.com/articulos/EEAAAllVAlvjWXSFhS.php

http://en.wikipedia.org/wiki/Leo_Ryan

http://es.wikipedia.org/wiki/Origen_de_las_religiones

http://es.wikipedia.org/wiki/Agricultura

http://de.wikipedia.org/wiki/Heaven%E2%80%99s_Gate_(Neue_Religi%C3%B6se_Bewegung)

http://de.wikipedia.org/wiki/Jonestown

LA NIEVE, DAVE BRUBECK Y «TAKE FIVE»

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Y la nieve apareció de la nada.

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Estaba anunciada desde hacía unos días; sí. Pero siempre es una sorpresa (aún por estas latitudes: 50ºN) despertarse, abrir la puerta o mirar por la ventana y descubrir que todo lo cubre una gruesa capa de nieve.

Hasta de unos 30 centímetros.

Había pensado que no tendría que salir de casa con lo lindo que se pone el tráfico cuando nieva como en estos días.

Pero como tenía que recoger a nuestro chicoco de ocho años de la localidad vecina, no me quedó otra opción que arroparme bien y salir a la aventura nívea.

Para empezar, patiné en la primera curva del pueblo.

Por suerte no había otros vehículos estacionados cerca. Pero me llevé un buen susto. De (peruano) principiante en la nieve. (No es cierto.)

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Siempre que me enfrento a los rigores de un invierno alemán especialmente albo, tengo que recordar mis primeros días en Colonia.

Había llegado a Alemania al final del otoño, después de dejar París, y la ropa que traía era de invierno.

De invierno, pero del limeño.

Mi vestimenta habitual de esos días: mocasines, pantalón de corduroy, camisa, chompa de lana gruesa y una casaca delgada.

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Pasaba tanto frío con las temperaturas bajo cero que una de mis pesadillas recurrentes era ser atacado con armas que disparaban balas de frío.

Para mí, material para una película de terror.

Que yo sepa, existen ese tipo de obras con insectos que lo invaden todo, peces (pirañas y tiburones) y aves (Hitchcock) que atacan, además de las de seres terrestres, extraterrestres y zombis.

Pero hasta ahora ninguna dedicada al frío. ¿O yerro?

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Que lo sufrido también se olvida, me lo demostré dos veces esta semana: entrenando a casi cero grados de temperatura, con lluvia y viento.

Como soy el entrenador, sufrí más que mis muchachos porque ellos por lo menos se mantenían calientes con el movimiento constante.

Pasé más frío que ellos porque tenía que mojarme los chimpunes (zapatos de fútbol en peruano) y los guantes cuando tenía que recoger la pelota de los charcos formados alrededor de la cancha.

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(Ahora estoy en casa, frente a un escritorio. Hogar, dulce hogar.

Sin embargo, el solo pensar en lo que pasé esas dos últimas veces, me ha hecho tiritar.)

Cambio el disco.

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Los caminos del jazz son como los de la genealogía humana, quiero imaginarme.

Hay más o menos un grupo de raíces africanas definidas (el ragtime, el blues, los ‘espirituales’), un claro lugar de nacimiento (EEUU) y luego claras ramas evolutivas que se han ido esparciendo por todo el mundo.

Pero también cruces, mezclas, eslabones perdidos y experimentos sin salida.

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El jazz moderno, por eso, lo veo como ese experimento de la naturaleza llamado Homo Sapiens.

Con todo lo bueno y malo que eso puede significar.

Y con la gran diferencia de que nuestra especie está demostrando cada vez más no ser sino un experimento fallido.

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Acabo de leer el obituario de Dave Brubeck en un diario alemán.

Su cuarteto se hizo conocido en la década de los cincuenta, la del cool jazz.

Brubeck es falsamente tomado por muchos como el autor de Take five, el tema que hizo aún más famoso a su cuarteto, The Dave Brubeck Quartet; perdonen la redundancia nominal.

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Hay que imaginarse a uno de los músicos más importantes de la historia del jazz y, por lo tanto, de la historia de la música en general.

Y famoso por los complejos ritmos que utilizaba: 5/4, 7/4, 13/4, 9/8.

Pero que no sabía leer una partitura.

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Y eso a pesar de que su madre, directora de coro y frustrada concertista de piano formada en Inglaterra, le había enseñado a tocar su instrumento y Brubeck había pasado por un par de escuelas de música.

En una de ellas, justamente, uno de los profesores descubrió que solo tocaba de oído sin leer lo que estaba escrito en los pentagramas y pidió que lo expulsaran.

Su talento en los contrapuntos y las armonías lo salvó.

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Antes lo habían ‘expulsado’ del instituto de medicina veterinaria vecino, donde pretendía seguir la estela ganadera paterna:

Que no perdiera el tiempo allí ni se lo hicieran perder a ellos, le dijo un profesor.

Que se veía que sus ojos, sus oídos y su mente estaban puestos en la escuela de música al otro lado de la calle.

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«Por fin empiezo a entenderme», dijo hace diez años. «Pero hubiera sido fabuloso entenderme cuando tenía veinte y no ahora recién a los 82.»

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Érase un pueblucho ganadero californiano en el que un muchacho que deseaba ser músico soñaba con que las vacas consiguieran detener el bus de su ídolo Benny Goodman que acostumbraba a pasar por ahí.

Y poder tocar para él.

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Ese mismo joven creó después The Dave Brubeck Quartet en 1951 y consiguió hacer popular el jazz en los colegios y universidades.

Con giras por todo su país y discos con títulos como Jazz Goes to College y Jazz Goes to Junior College.

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La década la había marcado Miles Davis con un álbum cuyo título era todo un programa:

Birth of the cool, un disco publicado inicialmente por Capitol en 1954, pero que era una recopilación de temas grabados entre 1949 y 1950.

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Ese mismo año apareció el rostro de Brubeck en la portada de la mítica revista Time: el segundo músico en hacerlo después de Louis Armstrong.

Tal era su fama ya: en los tiempos en que el rock & roll no le había ganado aún la mano al jazz como género favorito entre los jóvenes usamericanos.

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Se terminaba la década (1959) cuando el cuarteto de Brubeck lanzó al mercado una arriesgada apuesta musical.

Time out.

Un álbum de composiciones originales en compases inusuales como 9/8 y 5/4. Solo un tema respondía al clásico 4/4.

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Time out, entendido como un simple experimento del sello editor, recibió inicialmente acres críticas.

Pero después se convirtió en el primer álbum de jazz en vender un millón de copias.

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Se lo debió principalmente a Take five, una composición de su modesto saxofonista, Paul Desmond (San Francisco, 1924 – Nueva York, 1977):

«No soy más que el saxofonista en el cuarteto de Dave Brubeck, al que me uní terminada la Guerra de Corea. Pueden reconocerme con facilidad porque, cuando no toco, lo que sorprendentemente ocurre a menudo, aún sigo allí apoyado en el piano.»

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(Consecuente con su humildad, antes de morir sin llegar a cumplir los 53, Desmond donó sus pertenencias y las regalías de Take five a la Cruz Roja.

Para su último concierto el año de su muerte, se presentó con su antiguo cuarteto brubeckiano en Nueva York, sin que sus admiradores supieran que ya se encontraba muy enfermo.)

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Así, el tema más famoso del cuarteto de Brubeck y uno de los más importantes de la historia del jazz, es/fue obra de Desmond, uno de sus integrantes, y no del mismo Brubeck.

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Un detalle interesante antes de terminar.

En una gira por diversas universidades de su país, las autoridades académicas le exigieron a Brubeck que reemplazara a su bajista -afroamericano- Eugene Wright por uno anglosajón.

Brubeck les dijo no.

Que podían depositar su dinero en un lugar que debían conocer por el trozo de papel que se pasaban a diario por él.

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HjorgeV 07-12-2012

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Fuentes:

http://es.wikipedia.org/wiki/Dave_Brubeck

http://en.wikipedia.org/wiki/Dave_Brubeck

http://www.zeit.de/kultur/musik/2012-12/dave-brubeck-nachruf

http://www.herencialatina.com/Benny_More_Walter/Benny_More.htm

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/12/05/actualidad/1354728794_695720.html

http://centros4.pntic.mec.es/ies.melchor.de.macanaz/Departamentos/Musica/Historiadeljazz.htm

EL SEÑOR BERG Y EL AÑO ETERNO DEL GATO

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Hay gente que no soporta los perros justamente por su rasgo más común.

Por su fidelidad. Porque no pueden decir no y le perdonan -supuestamente- todo a su dueño.

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Conocí a una persona así: en sus momentos más aciagos adoraba a su gata (tal vez era un macho castrado) pero precisamente porque su mascota era indiferente con ella y la despreciaba con constancia insobornable.

Eso ella lo podía soportar, a pesar de que era su mascota.

Lo que no podía soportar era a una persona con fidelidad perruna a su lado.

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En uno de mis cuadernos acabo de encontrarme con una línea de la que ya no recuerdo cómo, cuándo ni por qué la apunté:

Despertar llorando, para no tener que dormir con lágrimas antiguas.

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¿Un deseo? ¿Una simple constatación de un hecho personal? ¿Un apunte para un cuento?

Poco después de encontrar esa frase en mi cuaderno, me topé con unos pensamientos de Massimo Gramellini:

«La cuerda del corazón que te permite sentir el amor está anudada al dolor; si la cortas para no sufrir tampoco sientes el amor. El coraje de un adulto es volver a anudar esa cuerda aun a riesgo de sufrir.»

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(Como si ya no lo hubiera sabido mi abuela, pensé.

O los brasileños. Esos expertos en los subibajas del aparato emocional.

No hay carnaval -grandes júbilos- sin penas anteriores.

Como no puede haber grandes penas sin haber cabalgado antes grandes risas.)

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En mi cuaderno encontré también un relato en el que un hombre que anda buscando cierta calma espiritual (en verdad no sabe todavía lo que busca: solo tiene la urgencia de esa búsqueda), se da cuenta de que ha llegado a uno de los escenarios de su infancia.

En esa zona de su ciudad estaba lo que los niños de su colegio conocían como der Berg (‘la montaña’ en alemán).

Una elevación de apenas dos o menos metros de altura que despertaba grandes fantasías en sus mentes infantiles.

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El hombre se encuentra con que el Berg ya no está.

Ha desaparecido y ahora su lugar lo ocupa una zona urbana mixta, con más negocios que viviendas.

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Intrigado porque su deficiente orientación no le permite ubicar el lugar exacto de la montaña de las aventuras de su infancia, empieza a preguntar a los vecinos de la zona.

Pero no encuentra a nadie que se acuerde del Berg.

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Los años pasan y una mujer en busca de paz espiritual detiene su vehículo porque ha estado a punto de atropellar a un ser desharrapado que vive en la calle y se dedica a hacer preguntas a los pasantes.

Primero siente repudio y miedo, y no se atreve a bajar de su automóvil.

Cuando el hombre se aleja, se baja a indagar y a preguntar a los vecinos y se entera de que es alguien que llegó a ese barrio preguntando por una montaña de su niñez.

Los niños lo conocen como el señor Berg. Es inofensivo, le aseguran.

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En mi cuaderno me encuentro con otra frase:

Lo peor y lo mejor de la infancia es que es irrepetible y nadie puede devolvértela jamás.

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Imagínate empezar perdiéndote por unas calles buscando una ‘montaña’ (una amistad, una casa, una esquina, un recuerdo, un amor perdido) de tu niñez o pasado y no regresar jamás de esa búsqueda porque te has quedado encerrado en un mundo aparte.

Como dando vueltas en un lazo o recodo del tiempo.

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Tal vez así empiezan ciertos casos de demencia:

El afectado se queda encerrado en una búsqueda (felicidad, tranquilidad, una montaña, un amor, dinero, ciertas riquezas, simple paz), como en un laberinto sin salida.

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Estar rayado, como un disco que no puede salir de cierto fragmento de una canción, es justamente la expresión popular para la locura en mi país.

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¿Abrirá esta gravísima crisis europea las compuertas a una gran marea de locuras personales?, me pregunto desde este pueblucho semirrural de las afueras de Colonia.

(¿No son locuras bipersonales todo matrimonio o pareja, y demencia multitudinaria toda sociedad o conjunto humano?)

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Leo que el escritor español Adolfo García Ortega vaticina un traquido social en su artículo El estallido que viene.

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Por lo menos es otro que tiene claro que una de las causas de esta crisis, a la vez que impedimento para su solución, es la Clase Política.

«Asumamos de una vez, con decisión, que la clase política es el gran problema que impide modificar la realidad en Europa. […] Han entregado a los ciudadanos a los bancos, a las instituciones financieras, a los principios inmorales de un capitalismo sin control. Y esto todos: los políticos de derecha y los políticos de izquierda. Porque, en este sentido, en la Europa en crisis, derecha e izquierda han terminado por ser parodias recíprocas. O, lo que es peor, cómplices de una vieja dramaturgia, la de su propia supervivencia.»

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Como muchos, García Ortega está convencido de que la única solución posible pasa por abrir los ojos y la mente en otras direcciones, diferentes de las que nos marca este gran supermercado llamado Europa (Costa-Gravas dixit).

«Creo que la única esperanza, la única vía de salida, radica en ir en dirección contraria a la que vamos. Eso lo saben los políticos. Y si no lo saben, que dejen de ser políticos, porque solo serán imbéciles.»

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En el mismo relato que menciono arriba, la mujer regresa agotada a su automóvil.

Cuando enciende el motor se activa la radio y escucha la introducción de saxofón de una de las canciones favoritas de su madre.

El año del gato.

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La plácida sonoridad del tema la lleva a imaginarse recorriendo ella misma las teclas del piano que había en la casa de su madre pero que nunca se había atrevido a tocar.

La mujer apaga el motor, se concentra en el texto de la canción de Al Stewart y se da cuenta de que el tema es, en cierto modo, un paralelo de su propia vida actual.

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Ella también acaba de despertar al lado de un nuevo amor inesperado.

Y ese hecho ha removido su vida de tal manera que está buscando claridad en su existencia.

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En la canción de Al Stewart, el turista despierta al día siguiente y se da cuenta de que ha pasado la noche al lado de una amante desconocida y de que su bus ha partido sin él.

Y que no le queda -por lo pronto- sino esperar.

Entre otras cosas porque se encuentra en el año del gato y quiere saber qué le espera en él.

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El hecho es que la mujer sabe que el año del gato no existe.

Por lo menos no en el calendario chino. (En el vietnamita creo que es el año sin estrés.)

Se lo había explicado su madre de niña:

El gato y el ratón habían quedado en asistir juntos a la repartición de años del zodiaco, pero el primero se había quedado dormido y el segundo no le había hecho el favor de despertarlo.

De allí la proverbial enemistad entre el gato y el ratón.

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Tal vez vivimos todos en un constante año del gato: en un año que no existe.

Y solo somos capaces de asombrarnos de nuestras existencias.

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En el relato que menciono, la mujer se despierta sobresaltada dentro de su automóvil porque se ha quedado dormida de agotamiento y alguien ha golpeado la ventanilla.

Su primer pensamiento es que se ha quedado dormida como el gato de la leyenda china y que tal vez ha perdido su puesto en algún particular zodiaco.

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Luego voltea y ve que es el hombre (el demente que sigue buscando su Berg) el que la ha despertado.

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Sin saber si encender inmediatamente el motor y huir o tratar de escuchar al hombre para no herirlo en sus sentimientos, se arropa de valor y baja un poco la ventanilla.

-¿Señor?

-Disculpe la interrupción, señora o señorita, ¿pero no sabrá usted por casualidad si hubo una vez en este barrio una montaña?

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-No -le dice la mujer-. Pero yo también estoy buscando mi montaña y aún no la encuentro.

-Es lo que todo el mundo me dice -replica el hombre, el señor Berg, antes de alejarse arrastrando los pies.

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HjorgeV 02-12-2012