DEL PALTO A BERLÍN (III)

Desde París, para llegar al Disneyland Paris (el negocio que, cuando dejó de llamarse Euro Disney Resort, consiguió sus primeras ganancias), hay que tomar la Autoroute A4 en la Porte de Bercy, al pie del Sena, y seguir unos 40 kilómetros en dirección este.

La A4 continúa luego hacia Reims y pasa por Metz, apuntando hacia Saarbrücken, capital del estado federado alemán del Sarre.

Pero entonces, como atendiendo a un repentino ataque de desconfianza o duda, la A4 francesa se desvía en dirección sudeste hacia Estrasburgo y, si se desea cruzar la frontera, se debe cambiar a la A35.

Esta última desemboca en Baden-Baden, balneario de la burguesía europea de hace dos siglos, famoso por su baños termales y su casino, y residencia de Dostoyevski y Brahms -el más clásico de los románticos-, entre otros.

.

*

Acabo de verlo en los mapas gúglicos, recorriendo la ruta con un dedo y recurriendo a la Wikipedia para comprobar lo de Brahms.

Por lo demás, el cruce de la frontera se hace hoy de forma prácticamente inadvertida para el viajero, salvo por los letreros (europeos a ambos lados) que indican el cambio de jurisdicción.

Ya no hay puestos de aduana ni policías revisando vehículos, pasajeros y pasaportes.

Y el contraste entre las señales de tráfico, el tipo de las construcciones y las luces (la de los postes de luz y la de los faros de los automóviles era blanquecina en el lado alemán y amarillenta en el francés) hace mucho que ha desaparecido.

Esto último lo sé por mi memoria, no por la Red.

.

*

Debí haber dormido durante el trayecto de París a Múnich, pues, tras más de diez horas de viaje, cuando llegamos en el Peugeot azul a la capital bávara poco antes del mediodía, no me recuerdo especialmente cansado.

No era mi primera vez en Alemania. Con todo, era como si acabara de llegar a otro planeta, para el que, ilusamente, me creía preparado.

(De eso va la vida: de creer ilusamente muchas cosas, sobre todo las referidas a uno mismo. Aprender o no, es parte de su escuela.)

Hablaba el idioma local. Conocía las costumbres y la idiosincracia alemanas. Había pasado un par de meses en Mannheim, gracias a una beca (que, en realidad, fue a cambio de gestar a una criatura, pero esa es otra historia). Nada podía fallar.

Eso creía, por lo menos, aunque, como ya sabemos: precisamente cuando nada puede fallar, todo falla.

Para empezar, ni siquiera sabía que los muniqueses hablaban su propio idioma.

(Que es más o menos la misma sorpresa que se llevan muchos alemanes cuando visitan por primera vez Barcelona, por ejemplo.)

.

*

Adiós, París, adiós.

Adiós a los amigos y conocidos, a los colegas musicales, a las atrevidas y liberales francesas. A la gente que me había ayudado.

A sus cafés y bares, a sus callejuelas y avenidas, a la algarabía y los tumultos de sus estaciones de transporte, a sus turistas y artistas incansables, a su arquitectura, a la particular lengua de la capital.

Pero, sobre todo, adiós a la incertidumbre cotidiana.

Mi principal bandera en ese preciso momento.

*

Darío, un peruano que había conocido en la explanada del Centro Pompidou, finalmente me convenció para que dejara todo en París y me fuera a Múnich.

Y ahí acababa de llegar.

La idea era que, como músico, podría ganar mucho más, y el problema de la vivienda, a diferencia de París, sería pan comido.

Él mismo, por ejemplo, aparte de vivir en una residencia estudiantil, tenía tres novias, por lo que, en total, podía dormir en cuatro lugares diferentes.

Y, puesto que yo hablaba alemán, conseguir una plaza de estudios se me haría mucho más fácil.

Le creí todo al pie de la letra y me atreví a dejar París para siempre, como antes había hecho con Lima.

.

*

Me veo confiado, por lo menos seguro de mí mismo, cuando me apeo del Peugeot azul que he abordado la noche anterior en Saint-German-de-Prés.

Por ignorar, ignoro cierta especial inclinación -de la gran cineasta llamada Vida- por la tensión, el drama, la comedia, las farsas, los fantoches.

Por ignorar, ignoro mucho.

.

*

Múnich es otro planeta.

Para empezar, ¿es real esa merma, cierta frialdad, en las expresiones de la gente que creo percibir a mi paso, o solo un espejismo?

¿Y qué es esa especie de contención casi fúnebre que flota en el U-Bahn muniqués, comparada con las estaciones del metro parisino?

.

*

Mi plan es ir acercándome poco a poco a Monnheim am Rhein, una localidad a 500 km hacia el norte, muy cerca de Colonia, donde estudia y vive Babsy.

Quiero darle una sorpresa a la chica que he conocido de una manera casi novelesca en el Centro Pompidou.

Por teléfono me ha dicho que puedo visitarla cuando desee. Al preguntarle por cuánto tiempo, me ha vuelto a responder que «para siempre».

Me siento animado y confiado.

Pero algo me reconcome: ¿Estoy enamorado de ella o de su belleza?

¿De ella o de lo que representa?

¿Estoy enamorado?

¿Qué es esa atracción incontenible, casi sofocante, y que nadie puede saber (por definición) cuánto durará?

.

*

Algo, mucho, no encaja o funciona entre nosotros, pero no sé qué es.

No somos nuestras respectivas medias naranjas.

Tal vez ni siquiera somos cítricos.

Dos simples frutas que la vida ha acercado geográficamente en su eterno lance de dados.

La atracción que siento por ella me impide ahondar ahora en el tema.

He decidido iniciar una nueva vida.

Y no es cuestión de ponerme a dudar justo en la primera página de este nuevo capítulo.

.

*

Así que, por así decir, vuelvo a bajar del bolbaguen de Carloncho, el amigo que me llevó al aeropuerto limeño el día que dejé el Perú.

Solo que ahora el conductor es francés y en el asiento trasero no va Catrin, mi chica alemana, sino dos francesas con las que apenas he cruzado palabra en todo el trayecto.

A paso lento, a la vez empujado y retenido por fuerzas contrarias en permanente conflicto y discusión, avanzo hacia el Studentenwohnheim: la residencia estudiantil en la que vive Darío.

.

*

En la entrada hay un teléfono público, desde el que marco su número.

Me contesta que ahora no tiene tiempo y que lo vuelva a llamar en un par de días. Tengo la impresión de que acabo de despertarlo, pero no lo menciono.

Le remarco que he dejado París por su expresa recomendación y que no tengo dónde pasar la noche.

-Tú te has venido solo. Nadie te ha obligado a nada, oye -me reprende.

.

*

Tras recorrer el pasadizo acristalado que hace de entrada al edificio principal, me encuentro con una caseta. Es una especie de panóptico y punto de control: la oficina del conserje de la residencia estudiantil.

Sentado en su interior, un rubio habla por teléfono. Gesticulando más que hablando. Sin dejar de girar y pivotear en su sillón.

Cuando me acerco, me doy cuenta de que habla como un limeño y lo está haciendo con alguien que debe estar en Lima, a juzgar por lo que dice.

Se lo comento cuando termina de hablar unos diez minutos después, pero no parece interesarle. Voy al grano:

-¿Sabes dónde puedo encontrar al encargado?

-¿Qué buscas? ¿Habitación? No hay ninguna libre por ahora.

-¿Tú eres el encargado?

-No.

-Busco a Darío Herrera. 

-No vive aquí.

-Pero es lo que me ha dicho.

-Será. Pero no vive aquí.

-¿Sabes dónde podría encontrarlo?

-A veces duerme aquí.

-¿Entonces sí vive aquí?

-Solo duerme.

*

Toco la puerta que el rubio limeño me ha mencionado en su ‘oficina’ (la llama así, aunque después resultará que es el amante del cura que dirige la residencia y por eso puede hacer todas las llamadas que quiera a Lima).

Obtengo como respuesta un gruñido lejano, como el de un oso que ve interrumpido su sueño en plena hibernación.

Es mediodía. Qué vida para ser la de un estudiante, me digo.

-¿Quiénnn esss?

-Busco a Darío.

-No vive aquí.

-Ya lo sé. ¿Puedo entrar?

Otro gruñido. Abro la puerta con extremo cuidado. Una cama a la izquierda, un ropero a la derecha. Al fondo una ventana, sobre la que está apoyado un contrabajo. Ropa tirada por todas partes. Dos libros y un diario despatarrados, como alcanzados en plena huida por un francotirador.

-¿Sabes dónde lo puedo encontrar?

-Ni’dea.

-¿Pero vive aquí?

-Duerme aquí.

-Es lo que me han dicho abajo.

-Pero solo a veces. Y ahora déjame dormir.

Solo hay una cama en la diminuta habitación.

-Una última pregunta.

-Mmm…

-¿Dónde duerme?

El tipo me señala el suelo a su costado. El único lugar libre del recinto.

*

Debo haber recorrido Múnich ese mismo día, pero solo recuerdo jirones, retazos, imágenes incompletas, las de un borracho que no sabe bien cómo ha llegado a casa.

Cuando oscurece (El verano termina ya…), me dispongo a volver a la residencia de estudiantes para ver si ubico a Darío. Un hotel se llevaría gran parte de mis ahorros y no quiero arriesgarme.

Estoy en una estación del metro muniqués. Llevo un sombrero, que es parte del atuendo de mi exgrupo parisino. Pero también mi indumentaria de guerra: mi protección en caso de que tenga que recurrir a la música callejera para sobrevivir.

Estoy pensando en los extraños meandros y vuelcos de la vida.

No he perdido del todo la serenidad, pues acabo de llamar a Babsy y me ha vuelto a asegurar que se alegraría de volver a verme. Oxígeno puro.

*

Estoy pensando en los grandes tropiezos de la lotería de la vida cuando, de pronto, alguien se detiene a mi lado y pronuncia mi apellido.

-¿Es correcto, no? -añade.

-Sí, es correcto.

-Conozco a tu padre -me dice el desconocido-. Ha sido mi profesor en la UNI.

-Ah, mira.

-A ti creo haberte visto un par de veces allí.

Asiento con la cabeza.

-Dos años de Física y tres de Matemáticas. -No sé qué más decir.

-¿Qué haces en Múnich? ¿Vas a estudiar aquí?

-Estoy de paso, buscando a un peruano que me ofreció un lugar donde dormir -respondo, porque es la verdad y espero espantarlo con ella.

-¿No sabes dónde pasar la noche? Mi novia está ahora de viaje, así que ahora tengo…

-… dos casas -completo.

-¿Cómo lo sabes?

-Conozco la historia.

.

*

Pero su historia resulta ser verdadera y, después de comprar dos medios pollos con ensalada y unas cuantas cervezas, nos instalamos en su departamento de becario, donde E. saca su guitarra y empezamos a cantar.

Por él me entero de la extraña historia entre el rubio limeño y el cura que dirige la residencia estudiantil.

Poco después de las doce, E. se despide y me deja solo en su departamento.

No me ha mentido. La vida sigue.

Más arriba, sobre el mapa de Alemania, al borde del Rin, alguien me espera.

.

HjorgeV 19.08.2019