DOMINGO DE LLUVIA, MODAS SECUESTRADAS

I

Entre pausa y pausa, entre partido y partido del campeonato de fútbol de nuestro hijo menor, los padres coincidimos a veces en el espacio alrededor de las canchas de juego y conversamos de esto y de lo otro.

De pronto, alguien saca a tema el asunto de la moda.

«¿No es la moda la mejor demostración de que nuestros intereses como seres supuestamente superiores sobre el planeta apuntan a la absoluta nada?», pregunté.

«Lo que hoy nos puede parecer ridículo, absurdo y horrible, tal vez mañana o pasado mañana lo estemos vistiendo con gusto», traté de explicarme.

…Qué

II

Desde hace una década aproximadamente, se han puesto de moda los llamados comediantes (lo que hacen lo denominan Comedy) acá en Alemania.

Son un ejemplo de lo que bien se podría llamar la nueva Generación Party alemana. Sí, la Generación Fiesta, aquella cuya partida de nacimiento coincide más o menos con la caída del muro de Berlín.

Desde entonces, los jóvenes y no tan jóvenes del país, han (re)descubierto el gusto por grandes concentraciones masivas y jubilosas.

La elección del Papa y los Mundiales de fútbol, han sido ejemplos de acontecimientos celebrados masiva y eufóricamente de una manera tal que, si Hitler se enterara, se revolvería en su tumba y acaso en una nueva vida lo volvería intentar.

Pero sabría que, como medio de atracción de las masas, tendría que amenizarlo y aderezarlo todo con el nuevo concepto de fiesta alemana: música estridente y machacona, baile anticoreográfico y espástico, júbilo automatizado, alcohol y otras drogas.

(El viejo concepto de fiesta alemana consistía en comer, beber y conversar en grupitos hasta empezar a bostezar, sin bailar ni mezclarse esos subgrupos.)

Solo teniendo en cuenta este cambio de mentalidad en la sociedad alemana (el trabajo ya no es tan importante de por sí, existen otras formas de vida aparte de la estrictamente disciplinada y otras formas de diversión personal y colectiva diferentes de las de los abuelos y abuelas -si las tenían-), es que se puede entender el nuevo repunte económico de Alemania justo en plena crisis mundial.

…Qué

III

Escuché a uno de esos llamados comediantes en la radio no hace mucho.

He olvidado el nombre, lo recuerdo por lo que dijo.

No sé qué edad tendría el personaje en cuestión, pero debía haber vivido los setenta o rezagos de la moda de esos años, puesto que le escuché decir lo siguiente:

«También van muchos jovencitos a mis actuaciones. Y ya he tenido alguno que me ha preguntado, en son de burla, por qué suelo llevar la moda que me fascinaba de adolescente. Yo les respondo que la pequeña diferencia entre ellos y yo, es que yo me puedo quitar en cualquier momento mis pantalones acampanados y mis camisas floreadas imposibles, mientras que ellos no pueden hacer lo mismo con los tatuajes y piercings que cubren todo su cuerpo.»

…Qué

IV

A los seres humanos nos gusta tanto identificarnos con alguien o con un cierto grupo, como diferenciarnos también de los demás o de otros individuos concretos.

Para lo último se suele tomar ejemplos puntuales, especialmente aquellos que nos permiten apreciar nuestro ‘elevado’ nivel de vida o gusto escogido. (No lo pensamos ni lo decimos así, por supuesto.)

(Pienso que no escogemos nuestro gusto personal, que es solo el resultado de una simple suma de circunstancias, en las que nuestra posible influencia personal es mínima. Lo máximo a lo que se puede aspirar es a un poco de rebeldía y disonancia con cierta mayoría. Terminamos vistiendo y determinando nuestros gustos en base a una simple selección de lo que hay, y en la que la presión social inmediata y mediata es mayor de lo que pensamos.)

Vemos a un grupo de borrachitos vagabundos e inofensivos por las calles de Colonia y muchos (de no sentires asqueados) deben apreciar en ese momento el hogar limpio y caliente (el cobijo), la comida, el televisor o libro, y la seguridad que les espera.

…Qué

V

Los gitanos son mirados de una manera particular por la gente de este país.

Alemania tiene su especial relación con los Roma y los Sinti.

Don Adolfo fue el responsable del asesinato de cientos de miles de ellos.

No he entendido del todo el caso de los gitanos como fenómeno migratorio. Lo que sé y veo, es que son despreciados por una gran banda ancha de la sociedad alemana y que esa discriminación los debe llevar a dedicarse a labores marginales.

Muchos de los gitanos que viven en esta región suelen dedicarse a la recolección y reciclaje de todo tipo de muebles y artefactos usados que la gente suele dejar en las aceras de acuerdo a cierto calendario municipal.

Es una actividad que no está prohibida: la gente se deshace de lo que ya no quiere o no le sirve y la pone frente a la puerta de sus casas para que las recoja un servicio especial municipal.

Cualquier pasante puede llevarse ese escritorio, lámpara o sofá desechado si lo cree conveniente.

…Qué

VI

Una de las cosas más interesantes que se me ha permitido comprobar en este país es el sistema de doble examen que la sociedad alemana se permite frente a los gitanos.

Por un lado, se les critica (generalmente solo con la mirada, es decir, de forma muda: la más efectiva de marginación) su forma de vida y el no conseguir modos ‘dignos’ de vivir.

Por otro, cuando algún gitano, sube a su Mercedes o BMW, la gente los mira con esa misma reprobación.

Es decir, son reprobados tanto cuando ‘progresan’ como cuando ‘no progresan’.

…Qué

VII

Muchos gitanos son reconocibles por su forma de vestir antes que por su aspecto físico.

Algunos completan su indumentaria con joyas doradas y grandes relojes, ubicadas las primeras en lugares preferentes, vamos a decir.

Los alemanes de a pie, se los quedan mirando con una mezcla de burla y compasión. «¡Qué ridículos!», deben pensar.

…Qué

VIII

Uno de los acontecimientos más atendidos de este año por todos los públicos de Alemania, fue, después del Mundial Africano (con mayúscula porque seguramente pasarán décadas de décadas antes de que vuelva a haber uno), un matrimonio de la llamada realeza europea.

Lo sé, porque justo durante el Mundial y a modo de contraste, la televisión alemana no se cansó de mostrar el fasto y el derroche pecuniario (pagado por los contribuyentes, claro) de la corona sueca.

Vi con mis propios ojos, como a los alemanes -especialmente a ellas- se les humedecía los ojos con la contemplación de ¡joyas doradas a granel!

…Qué

IX

Una de las prendas de vestir de los gitanos alemanes que más miradas atraían/atraen era/es el calzado. Estoy hablando de mis propias observaciones, por supuesto.

He visto con mis propios ojos, por ejemplo, cómo alemanes y alemanas se quedaban pasmados con los zapatos que usaban/usan muchas mujeres de esas etnias (aún perseguidas en Europa).

Me estoy refiriendo a un tipo de calzado en especial.

Concretamente, a una especie de media sandalia, totalmente cubierta por delante y terminada en una punta agresiva, por lo general libre por detrás y con la suela -tacañamente calculada- apoyada en el talón sobre la punta de lo que bien podría ser un estilete.

En los días más fríos, las he visto ser usadas por las gitanas con medias gruesas de lana.

¿El origen de esa moda?

Lo desconozco, pero sí creo reconocer una ventaja para las mujeres de peso elevado: como las elevaciones son de apenas tres o cuatro centímetros, pueden permitirse llevar ese tipo de calzado durante horas.

…Qué

X

Como también soy un mono, el título de un artículo de la lista de los más consultados de El País llamó mi atención.

«Los tacones se apean del andamio», era ese título.

En mi país -el Perú- se entiende lo de ‘tacón’, pero se suele usar simplemente ‘taco’ o ‘taco alto’, en plural este último término.

¿A qué se referirán?, me pregunté.

Hasta que di con la noticia: las grandes marcas -la exclusivísima Prada entre ellas- han ‘descubierto’ los llamados kitten heels.

¿Qué son?

Una especie de media sandalia, totalmente cubierta por delante y terminada en una punta agresiva, por lo general libre por detrás y con la suela -tacañamente calculada- apoyada en el talón sobre la punta de lo que bien podría ser un estilete.

…Qué

XI

Pero, ojo, que en esto de burlarse y mirar mal a los gitanos, pero terminar secuestrándoles y adoptando sus modas, las alemanas no están solas.

No sé cómo será en el resto del mundo.

Pero, incluso hoy, todavía existe acá en Alemania cierta moda masculina, extendida especialmente entre los círculos empresariales y entre todos aquellos que se sienten ‘alguien’ en el mundo económico alemán, vamos a decir.

Me estoy refiriendo a un modelo de calzado que también he visto en los gitanos, pero sobre todo en otro grupo de inmigrantes: hindúes, paquistaníes y vecinos.

Un modelo caracterizado básicamente porque tiene una nariz de Pinocho, una punta exagerada, payasesca, freudianamente larga.

De las Mil y Una Noches, vamos a decir.

Ya que hemos podido observar en los últimos años cómo los rollos de adiposidad abdominal de jovencitas y damas -mostrados a la intemperie y alegremente en público- han llegado a ser el último grito de la moda:

¿Cuándo llegará la moda zapatera de dejar los callos y los juanetes al aire?

-Mira las cosas en las que te pones a pensar en un domingo de lluvia -me dijo un padre de familia entre partido y partido.

…Qué…Quéçç

…Qué

...HjorgeV 31-10-2010

MATANDO AL MENSAJERO (y II)

A PEQUEÑOS EMPUJONES

Si los grandes sistemas socio-económicos propugnados teóricamente por el comunismo y el socialismo han fracasado o caído en desprestigio en la práctica, ¿qué soluciones tiene la gente de a pie, la común y corriente?

El siglo pasado fue escenario del intento del hombre por cristalizar ciertas ansias de justicia, de bien común, de cultura y desarrollo integral del individuo, en sistemas que devinieron en regímenes totalitarios sin posibilidades de supervivencia como tales.

Ha fracasado la implantación de esos grandes sistemas de organización social con carácter minimalista y que no tenían en cuenta ni la trivialidad, ni el egoísmo ni la facilidad de manipulación y corrupción del ser humano.

Pero el capitalismo ha resultado ser también un huevo sin yema ni clara (pura cáscara), un gran casino tramposo, lábil y peligroso para el bien común, capaz, como sistema de vida y eje de la organización social y política, de llevar a la humanidad al caos y a la ruina moral y económica.

Lo estamos viendo actualmente.

El establecimiento del dinero como máxima virtud y, a la vez, como fin común social, ha destruido y está destruyendo los pocos buenos principios que había alcanzado el hombre en su desarrollo civilizatorio.

Torturar en nombre de un Estado democrático, ocultarlo y declarar enemigo al mensajero revelador, es solo un síntoma de todo un grave cuadro infeccioso.

Mirar para otro lado ahora que todo se sabe, es parte de esa gran infección.

¿Y las soluciones?

Creo que hace falta una ética sin Religión, es decir sin dioses ni reglamentos coercitivos.

Una ética con sentido práctico y no represivo.

Si la convivencia es una necesidad absoluta (si no lo es, la alternativa es expulsar o acabar con aquellos con los que no se desea convivir: allí tenemos los abusos neonazis contra ciertas minorías inmigrantes en Europa y el conflicto entre Palestina e Israel), entonces el civismo debería ser un bien máximo de nuestras sociedades.

Una sociedad en la que el civismo sea uno de sus grandes valores tiene una gran ventaja práctica: el que aprende desde niño a respetar a sus semejantes y vecinos, después de adulto lo reflejará en cualquier actividad que desarrolle en esa sociedad.

Pero el civismo se aprende y se contagia con el ejemplo.

No se impone con reglamentos.

Porque entonces la naturaleza humana tiende a concentrarse en la trampa, en cómo hacer para saltarse esas reglas.

(Acabo de leer lo sucedido en Pamplona, España, a un cuarteto de música clásica, al que se le quería multar con 600 euros por tocar en la vía pública tras quejarse un vecino que hacía su siesta, y eso en una ciudad que se postula como capital europea de la cultura para el 2016. Acá en este país, gran parte de los abogados alemanes vive -y bien- de la guerra entre vecinos.)

Pero el civismo se mantiene también con coherencia y honestidad.

De allí que los errores desvelados por los documentos de Wikileaks por parte de EEUU sean básicamente tres:

  1. Creer que se puede crear conciencia con la fuerza bruta (el mismo error de los regímenes llamados comunistas y de los islamistas fanáticos).

    Lo que se consigue es el efecto contrario y además la animadversión de gran parte del mundo contra -en este caso- EEUU.

  1. Ignorar o desconocer que la guerra -cualquier guerra- pervierte y puede convertir en monstruos a los contrincantes.

    Concentrados solo en aniquilar al pretendido enemigo, sus propios soldados se han vuelto representantes de lo que decían querer combatir.

  2. La inutilidad y lo contraproducente de una conducta guiada por una doble moral.

    Vale decir, querer combatir el terrorismo con más terrorismo y no aceptar ni castigar los propios errores: crímenes de guerra incluidos.

Esto de la doble moral es grave, porque sus enemigos quedarán más convencidos de su causa y porque acaso servirá para promover la conciencia mundial de que hasta los más grandes y ‘mejores’ también torturan, mienten y ocultan.

Que cuando son descubiertos se enfadan sin reconocer sus errores ni corregirlos.

Si el País Guía -para muchos- se permite todo esto, ¿qué se puede esperar de los que siguen sus pasos?

¿Soluciones para este mundo?

Gran pregunta, en un mundo en el que la política se ha convertido en un gran negocio, los grandes consensos sociales son casi imposibles y la democracia es una farsa acaso insalvable.

Propongo ir horneando panes pequeños, como se dice en alemán.

Crear Microcosmos de Bien Común donde se esté y practicar ese bien común contra viento y marea.

Sin doctrinas religiosas.

(Porque el que cree en su dios, no aceptará los dioses de los demás. Con lo cual está garantizada la guerra o los conflictos.)

Crear mentes conscientes de la necesidad de cuidar la convivencia mundial, empezando por la convivencia más cercana, la vecinal, la barrial, hasta llegar a influir en la de la ciudad.

No puedo imaginarme grandes grupos capaces de formarse solo por deseos y buena voluntad.

Se pueden formar puntualmente para una elección (Obama, Lula, son ejemplos de ello), pero un proyecto a largo plazo no puede vivir de lanzar una boleta a un(a) ánfora electoral y echarse a dormir esperando que los políticos profesionales hagan todo lo demás.

Se aprende civismo en la convivencia, a partir de un simple principio: el respeto a todos los demás, independientemente de su estatus social, creencias políticas y religiosas, y de su color de piel y origen.

Necesitamos el ánimo de hacer las cosas porque nos gusta y no porque nos las imponen.

Es triste, en parte, reconocer todo esto, porque eso significa que el Hombre no entiende razones sino solo impulsos de sus glándulas.

Pero eso es lo que hay.

(Queda, por supuesto, una pregunta: ¿qué hacer colectivamente ante grandes amenazas sociales? Las protestas en Francia de estas últimas semanas no son un buen augurio para los que están pensando en grandes protestas sociales. ¿Se acabó el efecto de las grandes manifestaciones y protestas populares? Me temo que en parte sí. Porque la gente ya no se concentra por todo un ideario sino por ideas puntuales. Agotadas o vencidas estas, implican también la disolución del grupo humano que las sostenía.)

Un ejemplo clarísimo de la importancia de hacer las cosas porque nos gusta y no porque nos las imponen, lo dan Richard H. Thaler y Cass R. Sunstein de la Universidad de Chicago en su libro Un pequeño empujón (Nudge, en inglés).

Allí refieren cómo la ciudad usamericana de Tejas invirtió grandes cantidades de dinero en publicidad para convencer a los tejanos de que tenían el deber cívico de mantener limpia su ciudad.

O sea, el padre pregonando el civismo y sus reglas frente a sus hijos.

¿La respuesta?

Oídos sordos.

Casi como en la vida ‘real’.

Entonces a alguien se le ocurrió apelar al orgullo tejano y se creó el lema «¡Cuidado con Texas!».

Luego se lo encargaron a deportistas famosos y a Willie Nelson, un cantante de country, para propagarlo.

¿El resultado?

Reducción de un 29% -casi un tercio- de la basura en las aceras después de un año.

¡Y reducción de más de dos tercios -el 72%- seis años después!

Habíamos venido probado algo parecido, pero bastante trivial en casa.

En vez de rogarles o exigirles a nuestros pequeños hijos que coman sus ensaladas y verduras, ahora nos preocupamos porque sean infantilmente atractivas: con muchos colores, detalles de decoración y aspecto apetitoso.

¿El resultado?

Ya vamos por lo menos por ese 29 %.

Pero no lo olvidemos: la máxima perversión humana es que todavía existan ejércitos, armas y guerras.

De existir un organismo interplanetario controlador de lo que sucede en el Universo, nos habría prohibido siquiera llegar a la Luna.

Antes -como hace la Unión Europea con sus nuevos miembros antes de acogerlos-, ese ente nos habría exigido resolver nuestros graves problemas fundamentales: sed, hambre, salud, violencia, injusticia, corrupción, contaminación ambiental.

Ese mismo organismo controlador no permitiría que se fabricara ninguna bomba atómica.

Fuera iraní o no.

Y menos que se torturara y asesinara a gente indefensa e inocente (¡a nadie!) en nombre de ningún fin.

…Qué

...HjorgeV 27-10-2010

MATANDO AL MENSAJERO (I)

MUERTES COLATERALES Y CRÍMENES DE GUERRA

Y ahora resulta que no nos habíamos apartado demasiado de las conductas del hombre de las cavernas.

De ese antepasado nuestro, que, si no le gustaba tu cara, levantaba su garrote y te la partía, pensando -de paso- en su cena de la noche, claro.

Sí, lo último es solo una metáfora de los tiempos actuales, pero muy verdadera.

No sé si a ustedes, pero a mí los más recientes desvelamientos de Wikileaks y ahora los del diario londinense The Guardian me han producido verdadero espeluzno.

No, estimados coplanetarios: el terrorismo no es practicado solo por ciertos grupos islamistas fanáticos y violentos.

Sino también por quienes dicen combatirlo.

Como era más o menos de esperar, ante las revelaciones de Wikileaks, los políticos de EEUU se han portado como el que mata al mensajero porque le ha traído una mala noticia.

Soy un padre violento.

Cuando mi hijo saca malas notas, entonces me enfurezco.

El otro día tocó la puerta su profesor y, al abrirla, me informó que mi hijo había sacado peores notas.

-Oiga -le dije al profesor-, lo que usted me dice pone en peligro la salud de mi hijo.

Así es que, como soy un padre violento, le di una patada al profesor por poner en peligro la salud de mi hijo.

Lo de arriba es ficticio y de mal gusto.

Pero así ha sido más o menos la respuesta de EEUU ante las revelaciones del australiano Julian Assange y su Wikileaks.

Para mí, personalmente, quedará el triste recuerdo histórico de la actitud de Obama y de Hillary Clinton al declarar afanosamente a Julilan Assange como el enemigo público N°1.

Pero sin soltar ni una palabra de piedad, compasión o arrepentimiento, por los más de 100.000 iraquíes muertos desde que empezó su invasión ilegal, 70.000 de los cuales eran simples civiles, según los datos de la misma Wikileaks. (Otros datos multiplican por lo menos por  cinco esa cifra.)

Dios.

¿Cómo quejarse del terror de los narcos mexicanos luego?

Ahora lo grave es la divulgación del crimen y no el crimen mismo, como bien lo ha recordado el periodista español Ramón Lobo.

Es que es obvio: si no se conoce un problema, no hay problema.

Lo espeluznante de este nuevo caso de gran barbarie revelado no son -solo- las vejaciones a los prisioneros, los actos encaminados a crearles terror, ansiedad y despojarlos de su humanidad y de su dignidad como personas; las prácticas de asfixia, privación del sueño y la utilización del sexo como instrumento de poder y humillación.

Todas, prácticas prohibidas por la Convención Europea y que atentan en grado sumo contra la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Lo peor no es que ya hubiera un precedente -Basora-, cuando el Ministerio de Defensa británico accedió a pagar casi 4 millones de euros de indemnización a diez iraquíes por las torturas infringidas por militares británicos en el 2003.

(La autopsia de uno de esos prisioneros, un sencillo recepcionista de hotel llamado Baha Moussa que fue confundido con un insurgente, reveló 36 horas de tortura y 93 lesiones distintas.)

(Con ese dinero se compró el «perdón», por así decirlo, porque seis de los soldados británicos involucrados fueron absueltos y un séptimo terminó un año en la cárcel y expulsado del ejército al tener el valor de reconocer que había «dispensado trato inhumano a los detenidos».)

Lo verdaderamente escalofriante, decía, y a mi modo de ver las cosas, es la comprobación de que en Estados conocidos como democráticos, desarrollados y modernos como Inglaterra y EEUU, existen manuales enteros de cómo saltarse las convenciones internacionales de guerra.

Y que este último país haya invadido Iraq y Afganistán en respuesta a los atentados del 11-S y sus más de 3.000 muertos, pero que ya vayan más de 5.000 soldados estadounidenses muertos desde entonces.

Personalmente siempre me ha resultado una gran contradicción insalvable el que nos creamos civilizados pero que sigan existiendo convenciones y tratados de guerra detallados.

¿O alguien soportaría que existiera por escrito, por ejemplo, que «queda prohibido terminantemente sacarle los ojos a los prisioneros delante de sus familias y colgarlos como trofeo de guerra en Youtube fuera de las horas que van de las once de la noche a las cinco de la mañana»?

La Barbarie está ganando este Mundial del Nuevo Milenio.

Allí tenemos a los más de 28.000 mexicanos muertos en tres años de una guerra que se le ocurrió declarar al presidente Felipe Calderón por recomendación y presiones de EEUU y porque él sí se puede sentir seguro con su guardia pretoriana protegiéndolo.

Los mexicanos de a pie, la absoluta mayoría que no tiene nada que ver con el narcotráfico ni con que en EEUU exista un gigantesco mercado de millones de adictos (la demanda que propicia la oferta), son las balas de cañón de ese grave error.

Los que están ganando ahora esa guerra que la periodista mexicana Sanjuana Martínez llama «injusta, nebulosa y criminal» son:

a) los narcos, porque la población civil aterrorizada difícilmente se opondrá a sus dictados;

b) EEUU, porque así podría tener la chance de enviar sus tropas al país vecino, al que ya le esquilmó la mitad de su territorio una vez; y

c) los comerciantes y fabricantes de armas.

90% de las armas que se usan en esa guerra son hechas en EEUU. Lo dice la revista alemana Der Spiegel.

La famosa fábrica Colt, se permite fabricar incluso modelos con nombres como El Rey o El Presidente, en clara, macabra y triste alusión a las denominaciones de los carteles mexicanos.

(Pienso en esos 28.000 mexicanos muertos y me estremezco y no me puedo imaginar que en el país más poderoso de la Tierra se puedan dar cosas así; pero se dan, y peores: ese ha sido el trabajo de Wikileaks.)

No hay que ser un admirador de Eduardo Galeano para reconocerle algo de razón cuando afirma que el mundo vive en una economía permanente de guerra:

«El mundo tiene una economía de guerra funcionando y necesita enemigos. Si no existen los fabrica. No siempre los diablos son diablos y los ángeles, ángeles. Es un escándalo que hoy, cada minuto, se dediquen tres millones de dólares en gastos militares, nombre artístico de los gastos criminales. Y eso necesita enemigos. En el teatro del bien y del mal, a veces son intercambiables como pasó con Sadam Husein, un santo de Occidente que se convirtió en Satanás.»

El segundo punto (b), que EEUU pueda pronto instalar tropas en México, no es -visto así- un chiste.

Si existe el Plan Colombia y ya estuvo a punto de existir el Plan Perú, ¿por qué no puede existir el Plan México, tan cercano geográficamente, además?

La industria armamentística no se puede detener.

Además, EEUU, por las razones que sean, es un Imperio acostumbrado a buscar la solución a sus problemas fuera de sus fronteras.

No sé cómo se pueda explicar este fenómeno, pero allí están las guerras de Corea y Vietnam, las invasiones ilegales de Irak y Afganistán, y el Plan Colombia, para no señalar con nombre propio sus secretas y no tan secretas injerencias en los asuntos internos de un gran número de países.

La solución que plantea el Gran País del Norte para acabar con la adicción de las drogas es acabando con los productores.

Otra vez, la idea es matar al mensajero: en este caso al encomendero.

¿A alguien se le ocurriría, ante el alcoholismo de nuestro hijo, salir a matar al dueño de una tienda o al vendedor del supermercado que le ha vendido cerveza, vino o ron a nuestro hijo?

¿O a los industriales que la producen? ¿A los agricultores de cebada y caña de azúcar o a los productores vitivinícolas?

Hay más.

EEUU es un país que no solo busca sus (lejanas) guerras y sus grandes ganancias en ellas, también es un país que ayuda, pero que no se sabe ayudar a sí mismo.

Allí está el ejemplo del Katrina.

«La tragedia que aún sonroja a EEUU», como bien se titula un artículo publicado en El País, y de la que parece no haber aprendido.

De tal manera que difícilmente podremos esperar que se ocupe (dentro de propias sus fronteras) del problema del gran consumo de drogas por sus ciudadanos con otros métodos que no sean la represión y la violencia estatal.

Hay mucha más maldad cavernaria en este mundo.

Sufrientes callados y silenciosos, para quienes las leyes y sus derechos no valen nada.

Me permito mencionar un solo ejemplo entre miles: el caso de los agricultores palestinos.

En el país de los olivos, Palestina, de casi 100 querellas presentadas a la policía israelí por agricultores palestinos relacionadas con el destrozo de sus olivos y cultivos en los últimos cinco años, ninguna ha conseguido convertirse en una acusación formal.

Es el terrorismo de baja intensidad que practican los colones legales e ilegales israelíes, con el contubernio de la policía y la justicia de su país.

El pisoteo de la dignidad humana como trofeo de guerra.

El terrorismo contra árboles como si fueran humanos y que tampoco es castigado.

Nombrar, criticar, es fácil.

¿Existen soluciones?

Continúa pasado mañana…

HjorgeV 28-10-2010

ARNE DAHL: «MISTERIOSO»

Me interesé por esta novela del escritor sueco Dahl (se llama, en realidad, Jan Lennart Arnald y trabaja para la Academia Sueca, sí, la del Nobel), porque estaba muy bien ubicado en los estantes del negocio en el que me encontraba y por lo que decía en la faja (la cinta de papel) que la abrazaba.

En ella lo comparaban con Raymond Chandler.

La trama de la novela tenía, además, un reclamo añadido: el tema Misterioso de Thelonius Monk, del que deriva su título, justamente.

Soy un gran admirador de Chandler.

Y el compositor de ‘Round Midnight (¡auriculares, por favor!) es uno de los músicos más interesantes y misteriosos que conozco.

Me encontraba en la tienda fnac de la Plaza de Cataluña en pleno centro de Barcelona, buscaba libros para llevármelos de regreso a Alemania. Podía llevarme solo unos veinte y mi tiempo de criba era limitado. Mis ansias lectoras, ingentes.

¿Don Raymundo y don Thelonio en un solo paquete?, me dije.

Me lancé a leer las primeras páginas. Si soportaba ese criterio, el del buen comienzo, entonces la novela pasaría también a mi lista de compras irremediables.

Terminé de leer las primeras páginas. Me sobé los ojos. Respiré hondo. Bajé a tomar un espresso en la esquina, en el inevitable, famoso y architurístico Café Zurich.

Regresé al tercer o cuarto piso del edificio. Volví a releer el comienzo.

Ni sombras del gran Chandler.

¿Se habría caído del libro mientras me tomaba el café que no suelo tomar?

No soy ingenuo.

No era que esperaba que hubiera nacido la reencarnación literaria de Chandler.

Tampoco esperaba que alguien se hubiera especializado en sus guiños narrativos: es imposible, me imagino. Lleva más de medio siglo y medio muerto, ¿por qué nadie lo ha intentado o conseguido todavía?

Pero, pero, por lo menos, esperaba cierto aire, cierta vena chandleriana inmediatamente reconocible.

Ningún rastro en las dos o tres primeras páginas. Busqué en las siguientes. Nada.

Me había gustado la primera línea:

«Algo se abrió camino a través del invierno.»

Dejé el libro en el anaquel de donde lo había tomado, con cuidado, decepcionado, aunque no rendido del todo. Lo agregué a mi lista eventual de compras. Hay novelas que mejoran, tanto como nuestro humor cambia, pensé.

Continuando mi rastreo de libros por el tercer o cuarto piso de la fnac, cada vez que desechaba claramente alguno de los preseleccionados, me decía que eso aumentaba las chances de la novela de Dahl.

¿Mejoraría Misterioso páginas más adelante?

Después de todo, el comienzo prometía, me dije.

Había cierto aire especial en esas primeras líneas, el esfuerzo por hacer una narrativa diferente, lejos de los tópicos del género.

¿Poesía?

Bruma, me permito decir, un intento de bruma poética: como esas primeras imágenes de una película en las que domina la indefinición del paisaje.

Un inicio denso, una niebla vigorosa que invade cosas y mentes hasta que todo se va aclarando.

Si la música de Monk parece a veces una burla de las convenciones y Chandler destrozó varias más, la novela de Arndt Dahl prometía por las mismas razones.

Me decidí y me llevé el libro.

De vuelta en estos arrabales de Colonia, lo leí con atención y cuidado.

¿Qué tiene que ver el jazz en esta novela?

Aparte de que el argumento consiste en que los investigadores se dedican a rastrear a los poseedores de una copia de la grabación original de Misterioso, creo que nada.

Chandler, por su parte, empezó muy tarde una carrera literaria que creó toda una secta religiosa amorfa, a la que este bitacorero pertenece.

Vamos, el autor de El largo adiós y de Adiós, muñeca (qué terrible traducción de Farewell, my lovely, pero tampoco conozco una mejor) no es un dios, decía, pero escribe (como Gardel, cada vez mejor) tan bien, que hasta sus errores nos parecen sagrados y santos.

Quiero destacar de forma impajaritable (está en el diccionario real) un defecto de esta novela.

Aunque el libro va mejorando conforme se pasan las páginas, porque se crea cierta curiosidad en el lector, el estilo de la escritura decae especialmente en los momentos en que la trama tiene que avanzar: todo no puede ser poesía y ensoñación, debió decirse Dahl, y pisó varias veces el acelerador a las diablas. Se nota, porque cuando avanza la trama en pasajes de difícil solución, su lenguaje se empobrece ostensiblemente.

Tampoco quiero dejar pasar mi descontento con la traducción. Y no es que hable o entienda sueco, pero entiendo mi idioma y no soporto gatos por liebres y menos por perros.

Supongo que la dificultad ha debido deberse al afán poético de Dahl.

Sin embargo, es simplemente imperdonable un error como el siguiente:

«Bajo los titulares había una vieja fotografía de hace casi diez años del entonces agente de policía Paul Hjelm.»

¿Qué costaba poner ‘hacía‘ por ‘hace’? Me explico.

El libro es de 1999. Si suponemos que la historia es contemporánea a la escritura y había una fotografía de «hace diez años», entonces la foto es de 1989.

Sin embargo, un lector improbable del año 2999, al leer lo mismo, podría creer que la foto es del 2989, de «hace diez años», con toda razón.

¿Me dejo o hago entender?

Ese es el sentido de usar bien los tiempos verbales; no por adorno, estilo o gracia.

Ahora, Dahl debe ser un tipo simpático.

Basta ver la foto de la solapa de la portada (bonita la imagen de esta última, por cierto).

Pero lo digo también por la cantidad de chistes que incluye en su novela.

Veamos.

Un asesino en serie ha empezado a matar a empresarios en Estocolmo.

La policía empieza una criba, hace una selección rigurosa de todos los empresarios de Estocolmo que encajan en el esquema del homicida para poder alertarlos y salvarles la vida.

¿El criterio que usa la policía para ubicarlos?

Buscan empresarios que «deben volver solos y llegar tarde a casa».

¿Otro chiste?

En las primeras páginas: nuestro inspector Paul Hjelm ha baleado a un inmigrante secuestrador y ya ha aceptado que su carrera en la policía ha terminado, acusado de racismo y violencia policial indebida.

Pero entonces, del cielo (o sea, del lápiz o del teclado de Dahl) baja uno de sus superiores policiales y lo premia incorporándolo ¡a un equipo de investigadores de élite!

El que se va a encargar de investigar, justamente, el caso estrella del momento: el del asesino en serie.

Mamita linda.

(Ojalá que no lean esta novela los policías racistas e inclinados a la violencia abusiva de todo el mundo. Y que además desean ascender, claro.) (Hablaré con los de Wikileaks.)

¿Qué dócil el papel, no?

Agrego un solo chiste más, porque ya me cansé (también hay un personaje que es vagabundo, alcohólico y ¡físicoculturista!)  y porque el siguiente ejemplo habla bien de la atmósfera irreal y altamente inverosímil de toda la novela, y de ese estilo que es muy similar a la continua ensoñación en la que vive el protagonista, pero que se siente tan falso como un Mundial jugado con pelota de trapo (Dahl usa, además, jugadores de madera alemana o nórdica).

Cuando nuestro inspector Hjelm se folla (o al revés, más bien) a la guapa colega del comando especial (como no podía ser de otra manera: para eso está el arte, para follar imposibles por lo menos), luego Hjelm ¡no puede recordar si ha sido un sueño o realidad!

Simpático el nórdico autor, como les digo.

Propongo que el dueño de un burdel contrate a este escritor sueco (de quien no dudo que haya leído a Chandler) para ahorrar costos (y desgastes epitélicos).

También podríamos presentarlo de candidato al premio Escritor Alternativo y Fotogénico del año, por la foto, digo yo.

Mucho más misterio ni enjundia hay en su Misterioso. Que debió haberse titulado Pretencioso.

O, vamos, ya, simplemente: Soso.

…Qué

HjorgeV 24-10-2010

LAS SEMILLAS AJENAS (Engendro)

uéué

¿Qué se hicieron las semillas

que llevabas de niño

al parque?

¿Qué pasó con el gatito que

salvaste de morir

ahogado en el mar?

Es otro el día

en tus deliberaciones del

tiempo y tu

destino parece una

simple obstinación

uéué

Eres otra

persona, sin duda

Ya no eres el que baja por la

la escalera

a encontrarte con alguien que espera

escondido detrás de las sombras

y que ahora es un fantasma que recorre

las calles

huyendo de ti

uéué

Es otro el día

Es la felicidad

negada la que pulsa su ingratitud

en tus sienes

Bajas

desciendes

Afuera te espera el

sol enamorado, el mundo

descomponiéndose en pedazos mustios

(el mundo del que querías

huir por sus mentiras

y su ajedrez infinito)

pero ella ya se ha

ido

hace muchos años ya

huyendo de tu camisa

y tu bata blancas

Luego sales a libar la medianoche

Flaco, horrendo

todo tiene en ti la entidad

que se merece

excepto la culpa

el mareo en las noches

la angustia

de no entender del todo

uéué

Intuyes que quisieras regresar al otro lado

de tu cuerpo

saber lo que sería

si no estuvieras tú mismo ahí

impidiéndote pasar

uéué

Tú:

Ese ser imposible

que arremete con tu

propia nariz contra la suya

Y, con cariño,

luego te calmas:

las cosas no son de quien

las posee

son

simplemente

saludos de almas desde

la aurora

y sigues cantando

así en el atardecer

uéué

No eres más tú

y eso apenas te importa

cuando el enfermero

te lleva de regreso a tu habitación

del manicomio

uéué

A tu rito de asus-

tarte cada

vez que descubres a

alguien observándote desde

el fondo de tu

propio espejo

uéué

...uéué

...HjorgeV 23-10-2010

«EL USO DEL MIEDO» (Relato)

[Leer en formato PDF]

Dedicado a NJDV

 

La divisó a lo lejos en una galería del museo contiguo al hotel y, cuando notó que ella también lo había visto, intentó relajarse.

Evelyn caminaba bastante rápido y él tuvo que detenerse mucho antes de lo previsto porque deseaba decirle: «Te estaba buscando. Quiero hablar contigo.»

Su propuesta sería simple: un paseo, un simple paseo de los dos solos (sin su hijo, el de ella) para sacarse todas las cosas del alma.

En sus cinco años de matrimonio, Evelyn le había reprochado con mayor frecuencia precisamente eso: «Escribes miles de páginas, pero no hablas. No te salen las cosas del alma cuando hablas.»

Estaba harta de comunicarse por escrito con él o teniendo que leer en sus cuentos o rastreando en las tramas de sus novelas lo que él le quería decir.

Ahora Mike se sentía capaz de soltar todo lo que ella quisiera. Un torrente de palabras habladas le daría. Su humanidad dictada. Había llegado a un punto insoportable de su matrimonio.

 

-Ahora no puedo -contestó ella fríamente al pasar, con la ira reflejada en el rostro y continuando su camino.

Llevaba la prisa de quien está a punto de abofetear a alguien de pura indignación. Por eso la había admirado tanto al principio: por su determinación, pero ahora eso mismo estaba echando a perder sus planes de sincerarse de una santa vez con ella.

Él se había quedado detenido en posición oblicua en medio del pasillo, en el típico gesto de quien acaba de perder el autobús en plenas narices y no se lo puede creer.

Luego vio pasar a Romme, su hijo, con su eterna cara de «yo no he hecho nada otra vez» y entonces comprendió todo. Se dirigían a un lugar discreto para discutir otra vez.

 

El chico tenía diecisiete años, era hijo del primer matrimonio de su esposa y ella había insistido para que los acompañara a esas vacaciones en el campo.

«Hay caballos y un lago con canoas para remar», le había dicho ella.

Y Mike había descubierto en los ojos de Romme que esos eran atractivos que llegaban demasiado tarde en su vida. ¿Qué podía haber hecho ahora el muchacho para provocar esa ira en su madre?

 

Salió del museo, que era un conjunto de varias salas de exposición con temas tan variados como caprichosos (pero todos eran cuadros de la exposición personal de Klaus von der Geige y en los círculos intelectuales de la ciudad la gente se había alterado y había corrido la voz y convertido a ese anodino centro recreativo campestre en un lugar de moda de la noche a la mañana) y se dirigió al hotel.

¿Cómo decírselo?, pensó.

Su plan de proponerle un paseo y soltarle todo lo que llevaba dentro acababa de fracasar.

Cuando ella se hubiera repuesto de la discusión con su hijo, Mike probablemente ya no se sentiría con ganas como para sacarlo todo.

 

*

 

En la recepción quiso preguntar discretamente si alguien había visto o sabía qué había sucedido con el muchacho.

Se imaginó que no había pasado la noche en su habitación o que había sido pescado borracho o fumando marihuana.

Se asombró cuando el recepcionista, un hombre que ocultaba su calva bajo una boina que debía haber conocido varias guerras mundiales, y que tenía los modales, las carnes y la velocidad de un librero de antigüedades, lo saludó como un viejo amigo desde lejos.

-¡Eh, amigo Pancrasius! -casi gritó el hombre, avergonzando a Mike, porque varios huéspedes del hotel se voltearon a ver de quién se trataba.

Él no podía tener la culpa de tener ese apellido. Cuarenta exactos años y seguía sin acostumbrarse a esas diez letras que apuntaban a «páncreas», «anacrónico» y «craso» a la vez.

 

Se acercó al portal de la recepción dispuesto a quejarse. Él era un cliente más, con los mismos derechos de cualquier otro cliente. Había visto lo que costaba el hotel en las cuentas que le había mostrado su esposa y sabía que pagaban media fortuna por un par de días allí.

Evelyn ya se había topado con varios escritores famosos, otros críticos literarios y divisado a varias promesas del cine y del teatro, de tal manera que la inversión ya se había rentabilizado para ella. Pero Mike no conocía a ninguno de ellos. Y de hecho no se interesaba por ningún tipo de cenáculos ni mundillos de ninguna clase. Su mayor debilidad eran los resultados de la liga. Algo que no podría mencionar abiertamente en enclave así.

-¡Tengo buenas noticias para usted! -siguió hablando en voz alta el encargado de la recepción, a pesar de que la distancia que ahora separaba a los dos era de apenas metro y medio.

«¿Van a cerrar esta estafa de hotel?», pensó mordazmente Mike.

-Lo han llamado de la editorial -dijo el hombre.

«No puede ser», fue lo primero que pensó Pancrasius.

 

No le había dicho a nadie dónde pensaba pasar esas cortas vacaciones, menos a ninguna editorial.

Había enviado un manuscrito a un concurso simplemente para que su esposa se tranquilizara y lo dejara en paz. No le había dicho que era la última vez que pensaba participar en un certamen así. ¿Podía ser la llamada de esa editorial? Imposible.

Además, estaba harto de gastarse otra media fortuna en eventos amañados y en los que los ganadores podían ser anunciados públicamente desde días antes con todo el descaro del mundo y contraviniendo los propios reglamentos. Acababa de suceder con el último Premio Universo. No eran inventos suyos.

 

Hizo un gesto con la nariz. La tenía respingada y se le daba bien hacer gestos con ella. Era una ventaja, porque, que él supiera, no existía ningún manual para descifrar su lenguaje. Ahora era de asco, por ejemplo.

-Tiene que llamarlos a este número -dijo el hombre, con el entusiasmo y la piedad de quien anuncia «¡Acaba de ganar la lotería, amigo!» y entregándole una nota.

Mike no era supersticioso y menos ingenuo.

Leyó en el papel que se trataba del nombre de una de las editoriales que más apreciaba su esposa. A su concurso, precisamente, acababa de enviar El uso del miedo para que Evelyn dejara de presionarlo y hacerle la vida (la de escritor y la otra, que para él era lo mismo) imposible.

Quiso preguntarle al recepcionista el por qué de su excitación, pero el hombre se le adelantó.

-¿No es Perro Mundo la misma editorial del Premio Mundo, amigo? -inquirió, abriendo al máximo sus ojos ansiosos-. ¡Es uno de los mejor dotados, señor Pancrasius!

Mike asintió, frunció el ceño, cogió el papel con el número al que debía llamar y se despidió del hombre con la terrible certeza de que el recepcionista debía saber mucho más.

Se lo imaginó habiendo llamado a la editorial, haciéndose pasar por él y enterándose de más detalles. ¿De qué, de qué?

Bueno, ya se enteraría, se tranquilizó.

 

Se dirigió a su habitación.

¿Había ganado acaso con El uso del miedo el concurso de la editorial Perro Mundo? ¿El primer o segundo puesto? ¿O solo se trataba de un premio consuelo?

Marcó el número con demasiada excitación como para poder hablar pasablemente, pero ya era demasiado tarde.

-Hola, soy Mike Pancrasius -musitó al teléfono, desconociendo su propia voz.

-Un momentito, por favor, señor Pancrasius -escuchó al otro lado de la línea.

¿Había escuchado nerviosismo en la voz de la secretaria, cuchicheos, excitación, al fondo? ¿Habría ganado realmente el Premio Mundo? ¿Podía ser verdad?

Se sintió temblar. No podía ser. Simplemente no podía ser. Dios, ampárame. ¡Por fin alguien se acordaba de él! Sintió que el corazón se le salía de pura angustia y ansiedad.

 

-¡Por fin usted, señor Pancrasius! -dijo finalmente una voz al otro lado, sin que Mike pudiera reconocer si se trataba de la voz masculina de una mujer o de la afeminada de un hombre, pero la siguió escuchando y todo quedó claro.

Era Karme Dellas, la temida, temible y aclamada dueña de Perro Mundo.

De ella se hablaban muchas cosas, pero Mike no la conocía salvo por fotografías. Evelyn decía que era la persona más inteligente y trabajadora que había conocido en su vida, un ejemplo para el mundo editorial. Mike volvió a sentir un traspiés en la mecánica de su corazón.

-¿En qué la puedo servir, señora Dellas?

-Llámeme Karme, simplemente, por favor, Pancrasius. Lamento tener que interrumpirlo en plenas vacaciones, pero tengo una noticia que le va a hacer olvidar todo lo demás en su vida. Qué digo. Su vida acaba de cambiar, amigo Pancrasius.

Otra persona que lo llamaba «amigo». Además, pronunciaba su apellido como una marca de lavadoras o el dentrífico de moda.

-¿Cómo ha podido saber dónde me encontraba? -desconfió Mike.

-Llamamos al número que consignó en la plica del envío que nos hizo de su manuscrito y en el contestador nos encontramos con un mensaje grabado y el número de su hotel. ¿Fácil no?

Por eso les habían vaciado la casa el verano pasado, pensó Mike. ¿Por qué diablos no le había dicho Evelyn a la policía toda la verdad entonces?

 

Dios, tenía ganas de salir corriendo y decirle a su mujer que acababa de recibir su pase al otro mundo. Un mundo lejos de sus presiones y sus críticas. Lejos de todo lo que significaba ser, intentar, ser escritor y vivir junto a una de las críticas literarias más fieras que había conocido el planeta.

-Mike. Lo llamaré Mike a partir de ahora, ¿mejor, no? -dijo ella, sin esperar a que él se lo confirmara con su aceptación-. Nos ha gustado, me ha gustado su novela El uso del miedo.

-Me alegro -dijo él, empezando a entrar en pánico porque acababa de darse cuenta de que algo no encajaba: la fecha en que se iba a dar a conocer al ganador del concurso no era ese día sino dos días después, justo cuando terminaran las vacaciones. ¿Qué estaba sucediendo?

-Queremos, quiero -remarcó Dellas-, hacer un trato con usted.

-Dispare.

-No sea agresivo. -Una pausa dramática-. Su novela me ha gustado. A mí, quiero decir. ¿Entiende lo que eso significa, no? A mí.

«No», quiso responder Mike.

Pero estaba lo suficientemente enterado como para saber que se estaba refiriendo a lo que ya era conocido sotto voce: que los ganadores del Premio Mundo eran elegidos a dedo y exclusivamente por Karme Dellas y que el concurso era una simple farsa publicitaria, con jurados como tigres de papel (transparente) y centenares de tontos útiles como participantes.

«Como la democracia de este país», le había escuchado decir a alguien. Un gran circo mediático, en el que se sabía de antemano quién ganaría.

-Pero quiero un trato -continuó Dellas, empezando a cambiar su tono de voz. Del rogativo y amable del comienzo, había pasado a uno crítico y exigente, claramente agresivo ahora-. Su novela apenas tiene 80 páginas, amigo Pancrasius.

«No es una novela», quiso decir Mike.

 

Y era cierto. Era el primer texto que había escrito de un tirón, sin ningún plan ni intención de nada y aprovechando un viaje de su esposa. El primer texto que, en cinco años de matrimonio y de crítica literaria despiadada (los años que le habían servido a Evelyn para practicar a sus anchas y convertirse en la estrella del medio), no había pasado por el molino de palabras, carne, huesos y honor incluidos, de su esposa.

-80 páginas son un chiste, Mike, para empezar, porque las reglas del concurso dicen que 200 es el número mínimo de páginas.

-Una cláusula dice que el jurado se permite la aceptación de desviaciones de las reglas en casos excepcionales -replicó rápidamente Mike.

¿A qué quería llegar Dellas?

 

Se decía que muchos premios literarios eran una forma sutil de lavar dinero. Se ofrecía medio millón, pero en el intermedio los editores hacían un trato secreto con los posibles ganadores. Y siempre había quien estaba dispuesto a renunciar contractualmente a la mitad o más de esa cifra. ¡El mundo estaba lleno de escritores muriéndose de hambre dispuestos a aceptar simples migajas que tenían que recoger -además- del suelo!

-Sí, sí, sí -respondió Dellas, animando a Mike porque la editora parecía ahora más sumisa-. Pero si anunciamos una novela y esta tiene solo 80 páginas, puede sonar a estafa en el público, ¿no cree?

«No. Ninguna estafa. Si le ha gustado a usted, es porque está bien así», volvió a pensar Mike, sin decirlo.

En cambio, sintiéndose del todo fuerte, aunque trémulo, siguió desconfiando:

-¿Qué trato me quiere proponer, señora Dellas?

-Por fin -dijo ella, con verdadero alivio-, una persona consciente y directa. Evelyn me ha hablado mucho de usted, ¿sabe? Una excelente crítica literaria, ella. En fin. Se lo diré en tres palabras. Que se comprometa a ampliar su novela a por lo menos 200 páginas.

Mike se demoró para responder porque se había puesto a contar el número de palabras de la proposición: 13. ¿O él había escuchado mal y ella había dicho esa cifra en vez de 3, porque esa era una frase que había practicado hasta la perfección antes de llamarlo?

 

Tras su última pelea con Evelyn, en plena medianoche, iniciada justo cuando había estado a punto de quedarse dormido, su idea de fuga había sido montar un caballo.

Había sido un deseo tan infantil como diáfano en su mente. Se dirigiría después de la medianoche a las caballerizas del hotel campestre y robaría un caballo.

«¿Para qué me quieres?», le había preguntado Mike más de cinco años atrás a Evelyn, cuando ella le había salido con que quería casarse con él.

«Para robar caballos y bajar un par de estrellas del cielo, por ejemplo», le había respondido ella, con un brillo tal en los ojos, que solo su índice de luminosidad había bastado para convencerlo y aceptar el casamiento.

Montar sobre un caballo.

Y hacerlo trotar sin nada más en la mente que gozar ese trote hasta el fin de los caminos. O de los tiempos. Esa había sido su idea de fuga.

 

Despertó de sus sueños. Se dio cuenta de que Karme Dellas había seguido hablando todo ese tiempo.

-… porque mi función también consiste en hacer que este barco se mueva, ¿me entiende? Perro Mundo es un gran barco, Mike. Un acorazado. ¿Usted sabe cuántas personas dependen de este negocio? ¿Cuántos empleados, cuántas futuras jubilaciones?

«Y cuántas futuras vacaciones y bajas por enfermedad. Y automóviles y casas y departamentos. Ropa, peluquerías y cines. Restaurantes, alcohol y otras drogas», quiso añadir. No conocía el negocio. Pero tenía que ser como cualquier otro: el dinero tenía que moverse, porque la inmovilidad desesperaba a los comerciantes y banqueros.

-Lo sé. Mejor dicho, no lo sé -se corrigió-, pero me lo puedo imaginar.

-Comprométase usted a ampliar su novela a 200 páginas, exactas si desea, eso es irrelevante, y pasado mañana puedo anunciarlo como el ganador del Premio Mundo de este año. ¿Algo que no haya quedado claro? -preguntó, con ese exacto sentido de triunfalidad que Mike solo había visto en las entregas del Óscar y en algunos Mundiales.

El uso del miedo… -empezó a decir Mike.

-¡No lo estoy amenazando, amigo Pancrasius! Esto es un negocio, para empezar, le repito, y como negocio…

Mike la interrumpió educadamente.

-Me estaba refiriendo a mi novela, a mi panfleto, señora Dellas.

-Karme, simplemente, vamos. Llámeme Karme -dijo ella con suavidad y voz aterciopelada, la del terciopelo que envuelve la daga-. No sea tan humilde, Mike. Ni tímido.

El uso del miedo no es mi mejor trabajo.

Escuchó las carcajadas de Dellas al otro lado de la línea.

-¡Entonces podremos entendernos durante años! -declamó ella.

Mike se imaginó enseguida siendo el autor de moda y sacando cada año o dos una nueva novela al mercado. ¡Ya había acumulado material para unas diez en los últimos cinco años!

-Otro punto. No menos importante -dijo de pronto Dellas, como quien dice «Nos estamos olvidando de lo más importante, tontillo».

-Todo ha sido una broma, ¿no? Mi esposa está molesta por la discusión de anoche y le ha pedido que me haga esta pasada, ¿no? Ustedes dos se conocen y han planeado esta pérfida patraña, ¿No?

Mike cortó. Sin más.

 

Se había quedado paralizado. Estaba sentado sobre la cama matrimonial de su habitación del hotel. Frío y lívido como un bloque de mármol. El mundo parecía haberse detenido, congelado. Sonó el teléfono. Aturdido, resignado, levantó el auricular.

-No se trata de una broma -dijo una airada Dellas, conteniéndose para no explotar-. Karme Dellas no hace bromas, grábeselo bien, Mike. No cuelgue hasta que termine de hablar. Se lo diré en pocas palabras para terminar porque no quiero más escenitas innecesarias. Mire: de aceptar el trato, usted se tendría que comprometer por contrato a participar durante un año en las actividades promocionales de Perro Mundo relativas a su novela.

-No entiendo -dijo Mike, sabiendo que entendía a la perfección y sintiendo que en algún lugar del mecanismo de su corazón una pieza hacía clic.

-Giras para empezar. Conferencias, charlas, entrevistas. Charlas digitales y el mantenimiento de una bitácora o blog en nuestro portal oficial. Responder cartas de lectores y lectoras. Firmar autógrafos. Volver a viajar si resulta que las ediciones se agotan y tenemos que reimprimir nuevas. Sus ganancias dependerán de su capacidad para venderse al público -terminó ella-. Solamente de usted dependerá de cuán rico se quiera hacer. ¿Me está entendiendo, no? ¡Lo espera el futuro!

«¿Y de dónde sacaría tiempo para escribir, y vivir, además, en todo ese año?», se preguntó con pánico Pancrasius.

-Es lo que está de moda -alcanzó a decir antes de desmayarse porque había sentido otro clic.

 

*

 

Evelyn lo había encontrado tirado sobre el suelo de la habitación y primero había creído que se trataba de otra de las feas bromas de su esposo.

El auricular del teléfono colgaba como un animal muerto al que se había torturado enroscando su cuerpo alrededor de un largo tubo candente. «¿Se habrá desmayado?», pensó luego, sintiendo que el cuerpo le empezaba a temblar.

Después había tratado de despertarlo, se había convencido de su inanidad real y había empezado a entrar en pánico.

 

Tomó el teléfono para marcar el número de emergencias. Temblaba. Al no recordarlo inmediatamente, se quedó con el auricular pegado a su oreja izquierda como una tonta que detenía el rumbo del universo simplemente porque no atinaba a encontrar el pedal del acelerador. Estaba en esas, cuando la asustó una voz en la línea.

-¿Aló?

-¡¿Sí?! -gritó Evelyn, con pavor, porque no contaba con escuchar ninguna voz y se había asustado realmente, mucho más de lo que ya estaba. Se sentía a punto de romper en llanto, de estallar en mil pedacitos por el aire. Su cuerpo apenas respondía a sus órdenes. Sentía terror verdadero.

-¿Está el señor Pancrasius allí?

-¿Karme? ¿Eres tú? -había reconocido la inconfundible voz de la dueña de Perro Mundo-. ¿Eres tú, Karme? ¡Oh, dios!

-¿Evelyn? ¡Evelyn! Tu marido acaba de hacerme la peor broma que se haya permitido ninguno de mis escritores. ¡Y tú bien sabes que tengo un Nobel y medio en mis filas!

-Karme, escucha, por favor, escucha -clamó Evelyn, sintiendo que se podría desmayar en cualquier momento. La sangre se había escapado de su cabeza y sentía que hacía lo mismo de sus manos y sus pies. Empezaba a sentir frío y un dolor a la altura del pecho-. Mike se ha desmayado -dijo finalmente-. O está muerto.

-¡Oh, dios! -exclamó la mujer al otro lado de la línea-. ¿Ya llamaste a la ambulancia?

-En eso estaba cuando…

-¡Entonces ahora cuelgo para que lo hagas!

 

*

 

El Premio Mundo de ese año fue uno de los más raros en décadas o acaso de toda su historia.

El uso del miedo se vendió por millones y fue traducido por todo el planeta a pesar de sus escasas 80 páginas.

Y se vendió como novela, en contra de todas las rabiosas diatribas de críticos literarios y las quejas de muchos editores. El favorito del público de ese año le proporcionó las mayores ganancias de su historia a la editorial Perro Mundo, haciendo sonreír a Karme Dellas ante las críticas.

 

El morbo -y negocio para Dellas- añadido surgió, empero, cuando alguien conjeturó que Mike Pancrasius había muerto al enterarse de que su esposa había ganado el premio y no él. El pobre.

Un bitacorero de esos, especializado en pescar lectores a cualquier precio o payasada, había comentado que Mike Pancrasius había muerto realmente de miedo.

Lo había sustentado con una fotografía hecha por el recepcionista del hotel. En la imagen se veía claramente el miedo dibujado en un rictus mortal sobre el rostro del finado Pancrasius, junto al del recepcionista anticuario con una sonrisa triunfal.

Evelyn había publicado entonces una crónica, en la que contaba con pelos y detalles cómo habían sido sus cinco tortuosos años de matrimonio, la envidia y el recelo mutuo.

Cómo había sufrido como crítica literaria para motivar a su esposo escritor sin conseguir que se sentara a trabajar y cómo, harta y desesperada, había empezado ella misma a escribir El uso del miedo. De puro miedo -no era necesario que lo dijera- de que su esposo hubiera resultado un palangana.

(Usó otros términos después, claro, dependiendo del programa de televisión o revista en la que hacía la promoción de su libro: zascandil, botarate, chiquilicuatro, tarambana, mamarracho, buenoparanada, donnadie. Nadie se quejó tampoco por la deshonra que eso significaba para el nombre del esposo muerto. Después de todo, además de haber transcurrido el plazo de un año desde su deceso, eso era también realismo crudo: el corazón abierto en tajo al público, ávido de ver las desgracias más atroces con sus propios ojos y escuchar las más fieras revelaciones con sus propios oídos.)

 

Mas todo no había quedado allí como negocio para Karme Dellas.

Porque, luego, a una bitacorera famosa y perversa se le había ocurrido hacer un macabro chiste y proponer a toda mujer frustrada con su matrimonio, comprarle la novelita a su marido.

Para asustarlo, por lo menos, con el título.

 

Fue el mayor éxito comercial y social en la historia de la gran Karme Dellas y su famosa editorial Perro Mundo.

A partir de un libelo de apenas 80 páginas y una escritora tan imaginativa como cruel.

 

* * *

HjorgeV , arrabales de Colonia, jueves 20-10-2010

DAVID GILMOUR: «THE FILM CLUB»

Lo acabo de leer en alemán, idioma en el que lleva un título a mi entender decepcionante: Unser aller bestes Jahr (algo así como ‘El mejor de nuestros años’ o ‘Nuestro mejor año’).

He leído el libro de pie, sentado, echado, caminando.

También lo he leído corriendo.

No es una broma.

Me sucedió poco después de empezar el libro.

Había llevado a mi hijo de cinco años a su entrenamiento de fútbol y me había propuesto correr una hora y cuarto alrededor de la cancha de fútbol.

Y, entonces, justo cuando empiezo a correr, me descubro pensando que preferiría estar leyendo el libro de David Gilmour que acababa de empezar.

Como soy de los que se han acostumbrado a leer caminando, me pregunté: ¿Y por qué no probar a leer corriendo?

Me fui enseguida a buscarlo al automóvil (donde lo tenía porque primero había pensado traicionar con la lectura a los kilómetros que dan salud).

No fue cómodo, pero tampoco imposible.

Así de bueno es el libro de David Gilmour. (No confundir con el homónimo integrante de Pink Floyd.)

De mis épocas de universitario en Lima recuerdo especialmente las horas que me pasaba en el transporte público cada día. Uno de los paliativos era leer.

Así, me creé un buen criterio para juzgar la calidad de un libro: si la lectura podía soportar empujones, los brazos y axilas, codos y piernas ajenos, los saltos del vehículo, olores y hedores, y hacerla también parado, entonces tenía que ser bueno.

The Film Club es uno de ellos.

Sus metáforas vivaces y capaces de hacerte sonreír de envidia (porque son de las que a ti te gustaría haber escrito o escribir), son de lo mejor.

Pero no lo único.

¿Qué hacer si tu hijo, de 17 ó 18, ya no quiere ir a la escuela?

«Ajá», pensé, mirándolo con desprecio, cuando mi esposa me pasó el libro, «quiere que aprenda a ser padre».

El título escogido para el alemán me pareció entre rosa y amarillo, de novela y revista rosa, del corazón, y de prensa amarilla, sensacionalista.

Además la presentación de la contracarátula tenía un tufillo a libro de autoayuda. (Me causa gracia este apelativo: si te ayuda el autor del libro entonces ya no es auto-ayuda.)

Sin embargo, por simple curiosidad, empecé a leerlo. Me atrapó enseguida. Llegué de un tirón hasta la parte en que el padre se da cuenta de que su hijo no quiere ir a la escuela, porque simplemente le aburre, no le dice nada.

El joven, Jesse, es un muchacho como muchos otros de su edad: simpático, en plena fase de estiramiento vertical, bonachón, inocente y bastante haragán.

Sus padres se han separado y ahora Jesse vive con él.

¿Qué hacer?

El padre le propone un trato a su hijo.

Este no dejará de ir a la escuela, pero, a cambio, se debe comprometer a ver tres películas con él por semana y a no consumir drogas duras.

No delato más.

No es una novela -aunque se lee como tal-, es una memoria. Una travesía.

Un hecho real que le sucedió al periodista de televisión, crítico de cine y escritor David Gilmour (London, Ontario, 1949).

The Film Club tiene un ingrediente atractivo añadido, aparte de la incierta aventura que emprenden genitor y vástago: me refiero a la lista de las películas que el padre va escogiendo para ver con su hijo y los respectivos comentarios que ambos hacen de ellas.

Así, el libro se lee también como una gran y entretenidísima guía y crítica del cine de todos los tiempos.

A mí me ha contagiado una fiebre cinemera por los grandes clásicos, para empezar.

(Y ya empecé hoy con El gran dictador, de Chaplin. Sobre la cual es interesante anotar que fue su primera película hablada y que se estrenó en Alemania recién casi veinte años después de su rodaje en 1940 y en España en 1975, tras la muerte de Franco. ¡Treinta y cinco años después!)

La mala noticia: aunque el libro es del 2007, aún no existe en nuestra lengua.

El consuelo: existe en portugués, bajo el título de O clube do filme. De tal manera, que debo sospechar que pronto aparecerá en castellano.

Acá en este país es su primera novela publicada en alemán, a pesar de que ya lleva siete en el suyo, Canadá.

David Gilmour vive en Toronto.

…Qué

...HjorgeV 17-10-2010

EL REINO DE LA MEMORIA INFINITA (Engendro)

Ha llegado la noche y con

ella el carrusel de las sensaciones

Tus ojos extraviados

buscan en las palabras

que una vez

hipotecaste

ilusionada

Mas no eres capaz siquiera de

encontrar los dedos de tus manos

y el gato de la casa

ha maullado

y es por hambre

Con los ojos de ver buscas en la alacena

y sacias el hambre

del animal

Ejerces luego el derecho

a regresar a tu habitación

Con los ojos perdidos

lo buscas ahora en el fondo de la

almohada más suave y

elevada que tienes

Procurando no confundir los

recuerdos con el inicio de

tu sueño

Pero hay noches -como esta-

en que él tarda un huevo

en

lle-

gar y ay

tu evocación

es como un sol brillante

pero sin la energía

suficiente

para llegar a ningún planeta

Con el cuerpo perdido

te hundes entonces

en una simple palabra

alguna vez pre-

sentida

en un gesto suyo e insignificante

del pasado:

en el reino injusto de

los deseos

Harta de la memoria infinita

...HjorgeV 15-10-2010

LA RUTA DE MAQUIAVELO A FALKNER (Chanza)

Un lector de esta bitácora, pregunta desde Honduras si la siguiente cita atribuida a Faulkner no es de Maquiavelo:

«El novelista ha de estar dispuesto a mentir, robar, falsear e incluso a vender a su madre con tal de conseguir crear la Obra.»

Es exacta la suposición.

De Nicolás Maquiavelo (Florencia, 1469-1527) pasó a Pedro de Médicis y de este a Alejandro de Médicis, primer duque de Florencia, allá por enero de 1537.

Su hermano Octaviano, el papa León XI, se la comunicó a Felipe III como parte de los acuerdos para restablecer la paz en el reino.

El rey español, a su vez, se la habría hecho saber secretamente a Cervantes, a Lope de Vega y Góngora, y uno de estos tres la habría pasado a Shake-speare o Shaksper, aunque aún se está investigando cómo y dónde.

(Se cree que cifrada en una obra de teatro, al más puro estilo del espionaje moderno.)

En una borrachera, antes de morir, Shakspeare (recordar que la grafía inglesa en tiempos isabelinos no era fija ni absoluta) se la habría pasado a Ben Jonson y aquí temporalmente se pierde la huella documental de la cita.

Se estima que Richard Lovelace (Woolwich, Kent o Holland, 1618-1657 ó 1658), después de una alteración de uno o dos sustantivos, la habría recibido de su maestro en una noche de luna y año nuevos y que, luego, tras venderla para pagar deudas de juego y bebida, y como parte de una herencia familiar dictada por su padre Sir William Lovelace del cual era su hijo, habría llegado finalmente a través de uno de los tripulantes del Mayflower al nuevo continente.

Falkner (su apellido original), el gran Willy o Billy y gran amigo de las botellas, habría encontrado la cita perfectamente cifrada en un pergamino dentro de una (botella) que había supuesto llena en una inundación de su sótano.

Todo es un poco confuso -la oscuridad del sótano, cómo diablos había llegado una botella lanzada al río Misisipi hasta él y para qué carajo querría beber alguien papel- pero es probable que al referirse a la Obra, Faulkner se haya querido referir al Alcohol, como bien saben muchos de sus biógrafos beodos.

Otros biógrafos más sobrios del gran modernista estadounidense han apuntado a que el título de su primera novela La paga de los soldados bien podría ser una alusión encubierta al Alcohol (otra vez), pero lo más probable es que este hecho no haya tenido nada que ver con ese otro hecho insólito de adjudicarle el Nobel de Literatura de 1949 ¡en 1950!

(Aunque quién sabe, dicen otros, que creen ver en el alto índice de alcoholismo de la población sueca actual a uno de los culpables de esta confusión retrasada o tardía.)

(Otros autores han visto en el título de su novela Desciende, Moisés, otra alusión a ese sótano. Otros más atrevidos aún, afirman que el nombre del condado de Yoknapatawpha proviene de un intento forzoso por pronunciar en plena borrachera un poema de Yorch Bush titulado Yok Napa Tawpha, burdo plagio del idioma quechua como sabe todo buen limeño.)

(Faulkner llegó a afirmar que significaba «agua corriendo por las praderas», pero los que lo conocían bien saben que -por las dudas- él nunca dejaba desperdiciar ningún tipo de aguas, especialmente de las más concentraditas.)

(También está la anécdota que refiere la página en alemán de la Wikipedia sobre Faulkner, según la cual, y en una premonición de la confusa entrega del Nobel de Literatura de ese año o dos años, el sobrino que lo acompañaba trató de mantenerlo sobrio mientras esperaban la partida hacia Estocolmo para recibir el premio sueco. Empero, acaso porque el familiar tenía más de sobrino que sobrio él mismo, se equivocó al referirle la fecha de un partido de football, dándose Faulkner cuenta del chanchullo y pasando a vengarse dilatadamente de ese burdo intento de atentar contra su naturaleza en el bar del avión o barco, a esas alturas ya igual le debía dar, y a recuperar el líquido tiempo perdido.)

En todo caso, vaya dios a saber cómo diablos pasó después este bien resguardado secreto familiar a Catracholandia (vulgo para Honduras), gran país de eternos abstemios en el que nadie cambiaría a su suegra ni por un buen trago de ron.

…Qué

...HjorgeV 2010

LA MÉTRICA DE LOS SUEÑOS (Engendro)

Tu sueño devorado:

ese pajarito que había aprendido

a volar con tanto

esfuerzo

la maldad del mundo en una

sola decepción

hay veces que el corazón

desconoce cualquier métrica

y la paciencia se seca como una

uva pasa de dolor

y todo para descubrir después que la realidad

tiene más caras que ojos

y aún más

porque nunca hemos consultado

a los animales ni a los bebes

su opinión

dejas tu libro sobre el velador,

el lapicero, con el que has marcado

las partes más emocionantes,

separando las páginas

has llorado

no lo puedes ocultar

y te sientes tan ingenua

que quisieras echar a correr

hasta destrozarte los pies

luego vendrán otros libros y

otras lecturas

que también te emocionarán

(el mundo no se acaba con una

lágrima

como la vida no termina en una

risa)

y cientos de pajaritos muertos

como sueños apenas nacidos

aprenderán de nuevo a vivir

volando en tu imaginación

...HjorgeV 09-10-2010