HAMBURGUEANDO (IV)

1

Paseo por las calles de la Speicherstadt (el distrito almacén de Hamburgo) y me doy cuenta de que me contento con ser viajero de mí mismo, de mis días pasados, de mis recuerdos, de ‘mis’ personas y ‘mis’ paisajes.

Soy un navegante sin barco, un viajero barato, por así decir.

(Los mejores viajes los haría al pasado. Antes se deseaba viajar al futuro. Hoy se sabe que nos hemos metido a una espiral de depredación incontrolable.)

A las personas que más aprecio las mantengo en mi caótico álbum familiar mental que nunca llego a armar.

(También están los otros: ningún álbum personal estaría completo si solo documentara el lado bueno de nuestra existencia.)

A las buenas personas, las mantengo en mi particular caja de zapatos (o bombones) mental.

Llegada la ocasión, me entretiene buscarlas y reconocerlas en mi caos personal.

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2

Entre los recuerdos, hay más de uno que duele lo suyo cada vez que sale a la superficie a respirar.

Recuerdo la separación de mi esposa hamburguesa.

También están los recuerdos de varias épocas que me llenan de verdadera dicha.

Una dicha que no puede ser humana, me digo, porque si lo fuera, ¿qué hacen los hombres allá afuera entonces, inventándose guerras y artimañas para obtener riquezas -que no alcanzarán a gastar en vida-, sin aprovechar la puerta permanente al paraíso interior?

En un muelle nos acercamos a una barca o barcaza muy antigua, de casi dos siglos de antigüedad. Está hecha de roble o encina, me imagino, o de otra madera imputrescible.

De pronto, una mujer que está sobre la cubierta se acerca a la baranda de babor y se le cae su bolso al agua. Pega un grito.

Con estupor, los que estamos cerca vemos que, debido al aire que encierra el bolso, aún flota.

Mein Handy ist drinnen! -grita la mujer: su celular está dentro.

¿Qué hubiera gritado una dama de hace veinte años?

¿Qué una del Renacimiento?

¿Qué una de la Edad de Piedra?

De forma inconcusa, se me viene a la mente una frase de Charles Simic, mientras el barquero se acerca orondo y galante con una especie de arpón a rescatar el bolso:

«El poema que quiero escribir es imposible. Una piedra que flota.»

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3

Luego se me viene a la memoria un juguete que perdí.

Era una miniatura.

Como constante viajero interior de mis días remotos, puedo ver claramente al niño que acaba de olvidar su diminuta tina de plástico (con un bebé dentro) en un taxi y, mientras ve a este alejarse ineluctablemente, percibe la gran pérdida como algo especialmente ominoso:

La convicción de que al mundo lo domina el caos y de que no hay solución posible.

Cuando se pierden las cosas, ¿adónde van, mamá?

Cuando se pierden las almas, ¿adónde van, padre, sacerdote?

Las cosas nunca se pierden. A lo más, se transforman.

Las cosas siguen su camino natural (el caos también forma parte de la naturaleza, solo que, por no haber sido advertidos convenientemente, nos asombra.)

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4

Gustavo Adolfo Bécquer (se apellidaba, en realidad Domínguez Bastida, y descendía de una familia de comerciantes de origen flamenco y de apellido -sí- Becker) lo dijo así en su Rima XXXVIII:

Los suspiros son aire y van al aire

Las lágrimas son agua y van al mar.

Dime, mujer, cuando el amor se olvida,

¿sabes tú adónde va?

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5

William Anthony Colón Román (Bronx, 1950) alteró ligeramente la letra de Bécquer (en Gitana) y me pasé muchas noches escuchando su álbum Tiempo pa’ matar (1984).

Título que me sigue pareciendo insoportable y me ha hecho recordar las palabras de Rafael Chirbes:

«Para matar el tiempo (como si él no se matara solo, no nos matara), me he puesto a leer.»

Pero ese era el único disco latino que había en el bar que frecuentaba en la Zülpicher, la calle principal del Kwartier Latäng (Barrio Latino en colonés, por cacografía del Quartier Latin parisino), y en el que había conocido a mi primera esposa.

(No la quería con convicción, pero terminé sufriendo la separación como un cordero degollado.

Acaso porque perdiéndola perdía mi patria emocional, ya que entonces no tenía a nadie más en Alemania.)

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6

Mientras caminamos por las calles de Barmbek en dirección al paradero del tren urbano que nos llevará al centro de Hamburgo, juego con mis dos chicos a ver quién descubre más bicicletas abandonadas.

Están asombrados de la facilidad con la que la gente parece olvidar sus cosas -para ellos- más preciadas y dejarlas abandonadas para siempre.

El juego lo ganará quien haya descubierto la de mayor antigüedad (en estado de abandono).

También se trata de calcular el tiempo que lleva allí, oxidándose, contemplando el paso del tiempo y de la vida de los demás sin otra constancia documental que su propia entidad.

Veo una, casi totalmente marrón.

¿Cuánto tiempo lleva ahí, dos, tres años?

¿Qué más expresión de su abandono que una gruesa pátina de óxido?

¿O nuestro problema es que también seguimos sin descifrar el lenguaje de las bicicletas oxilvidadas?

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7

Me había propuesto aprovechar el viaje a Hamburgo para hacer una pausa en la escritura (corrección final) de mi novela actual, pero me descubro volviendo a ella compulsivamente a cada paso.

Ha sido un duro trabajo de casi dos años.

Acabo de pasar las mil páginas.

Y, a pesar de que he escrito (revisado, corregido y vuelto a corregir para no sentir vergüenza de ninguna página, de ninguna línea y de ninguna palabra) a conciencia, en una especie de batalla con el lenguaje y el hilo narrativo, sé que al final la trasquiladora tendrá harto trabajo.

Quedará más o menos la mitad.

Y si los piojos también tienen derecho a vivir, por lo menos me queda la tranquilidad de haberles dado una existencia -aunque pasajera- digna.

Escribiendo no me ganaré la vida, como se suele decir, pero me gano dignamente el trabajo.

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8

Paseo por Hamburgo, pero, en realidad, estoy paseando por mi historia, la de mi novela.

Me doy cuenta de que busco una atmósfera que envuelva al narrador y lo mantenga libre de cualquier coordenada del tiempo y del espacio.

Busco proveerlo (al narrador) de una mirada que sea a la vez compasión por estar vivo el objeto de su observación y gran asombro por la vida misma.

Como si se nos hubiera dado la oportunidad de regresar a alguna de nuestras vidas anteriores y tuviéramos la potestad de contemplarnos como un fantasma que nos observa, y sufre y se alegra con nosotros.

Y ese fantasma quisiera ayudarnos a corregir todo, pero tiene prohibido intervenir, porque solo le está permitido contar (a otros) lo que ve o sabe.

(Ahora noto que es una especie de ángel de la guarda atado de manos, mudo e imposibilitado de ayudar.

Un tipo circunspecto, medio burócrata, solo capaz de narrar, mientras flota contemplando.)

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9

En un mundo que cada vez confunde más el Ruido con la Música, me sorprendo de un detalle en Hamburgo:

No veo músico callejeros por ninguna parte.

(«No soy un cantante, soy un contante», dijo alguna vez Joaquín Sabina, que fue músico callejero en Londres.)

Veo a los turistas pasar, revolotear, reunirse y separarse, llevando a veces sus pensamientos como un apurado camarero de restaurante que de pronto ha quedado desorientado y no sabe adónde con su bandeja llena.

Pero, ¿adónde estoy yendo con mi vida y con mis pasos?, parecen preguntarse los turistas por un instante.

La estación destino, final, es la misma: vayas en tren, Ferrari, burro o simple bicicleta.

Los turistas de Hamburgo me parecen ahora viajeros desangelados.

O alguien les ha cortado las alas y giran sobre sí tratando de descubrir qué les falta.

Mas, como no saben que tenían alas, no pueden notar la pérdida.

Parecen buscar su futuro en las conspiraciones del aire que los rodea.

Pero el futuro es cada nueva palabra que decimos, cada nueva aspiración, cada nuevo paso.

No el árbol junto al que enterrarán nuestras cenizas.

Ese es el futuro de nuestras cenizas, no el nuestro.

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10

Acabo de asombrarme de no ver ningún músico callejero, cuando divisamos primero un solista y luego con un cuarteto.

El primero es un muchachito que apenas sabe tocar el acordeón y cada tanto acierta con el estribillo de una melodía muy conocida en este país.

Tan conocida, querida y famosa es esa canción, que hace algunos años fue declarada como el «Éxito del Siglo» (Jahrhunderthit) alemán.

¿Se imagina alguien que en Chile, Venezuela, Argentina, España, Brasil o en el Perú se escogiera a una canción alemana como la canción del siglo del país?

Pero eso es lo que ha sucedido aquí.

Solo que la ignorancia les hace creer a muchos alemanes que se trata de una típica canción teutona.

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11

Es curioso, porque solo por el ritmo debería notarse inmediatamente que La paloma es una canción foránea.

Avanzamos bajo el sol torrante del mediodía.

El cuarteto alemán que toca como a punto de perder el tren, está conformado por tres mujeres y un hombre.

Se mueven con entusiasmo, casi como en una competición deportiva: una maratón (en España esta carrera o competición es masculina) militar.

Me toma unos segundos reconocer el tema que le exprimen -literalmente- a sus sendas cajas de música a manivela:

Satisfaction (1965), del Bocón Jagger.

.án

12

Existe un documental de Sigrid Faltin sobre La paloma, la canción que los alemanes creen alemana y que se suele asociar con Hamburgo y la vida marinera.

Traduzco a la ligera del texto de presentación:

La Paloma. Añoranza/Nostalgia. Mundial. De pequeña habanera a gran dama de la música pop.

Tratando de traducir parte de la introducción, me doy cuenta (¡a los años en este país!) de que los alemanes también tienen su saudade.

Y se llama Sehnsucht, palabra, por lo demás, bastante común.

Interesante, porque la traducción que suele dársele a esta palabra en nuestro idioma es ‘nostalgia’.

Pero, sin ser la misteriosa saudade de los brasileños (que también es capaz de añorar lo que se habría querido vivir y no solo lo realmente vivido, así como de nostalgiar el futuro), Sehnsucht es más que la ‘nostalgia’ de nuestro idioma.

Añoranza podría ser una mejor traducción.

No obstante, el vocablo alemán es más complejo, porque Sucht es adicción y el verbo Sehnen, en su forma reflexiva sich sehnen, significa anhelar/añorar algo o a alguien.

Con lo cual la Sehnsucht alemana estaría contenida en la saudade brasileña y sería más que nuestra simple ‘nostalgia’ (el recuerdo dulce empapado en el dolor de la lejanía) y también más amplia que nuestra ‘añoranza’ (ese mismo recuerdo azuzado por el deseo de revivirlo).

Sehnsucht sería, así, la adicción a añorar algo o a alguien.

Porque cuando se añora, especialmente cuando se llora o se sufre, también se goza.

Masoquistas que somos.

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13

Decía el texto de la introducción referida:

Es la canción más tocada/interpretada del mundo. En Zanzíbar es el punto culminante de las bodas. En Rumania acompaña las exequias. En México es el himno en contra del presidente recién elegido.

Es la canción preferida de los alemanes. En el 2003 los lectores del diario Bild la eligieron como Éxito del Siglo. En Alemania es la quintaesencia del Norte, personalizado por Freddy y Hans Albers [famosos cantantes ‘folclóricos’ alemanes]. En realidad, no tiene nada de romanticismo marinero. La película acompaña a la canción en su viaje por todo el planeta. ¿Cuál es su secreto? ¿Por qué conmueve hasta las lágrimas a gente de diversas religiones y color de piel?

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Todo esto, algo que no llegó a saber ni podía intuir su compositor, el músico (principalmente organista), vividor y dandi vasco Sebastián de Iradier (después Yradier).

Tras una visita a Cuba, compuso esta habanera, género -precisamente- que debió descubrir en La Habana.

Vueltas que da el mundo y el tiempo alrededor de una canción.

14

Mientras mis hijos dan una vuelta con su madre por un rincón del gigantesco puerto, aprovecho la pausa para sentarme en una terraza a beber una cerveza.

Pido una Weizen, la cerveza de trigo que antes no podía soportar. Las sirven en altos vasos de medio litro. Parecen trofeos.

(Le cogí el gusto -como no diría un argentino- un domingo de pura casualidad. Me apetecía una cerveza y mi vecino solo me pudo ofrecer una Weizen.)

Delante del negocio hay una gran explanada en la que veo trabajadores limpiando los restos de frutas y verduras del famoso Fischmarkt (‘mercado pesquero’) hamburgués.

Es una de las atracciones de la ciudad (también hay conciertos gratuitos) a la que hemos llegado con una hora de retraso, pero no nos parece grave.

En una mesa vecina, observo a un parroquiano frente a su cerveza. Su cabeza se bambolea, manteniendo los ojos cerrados al hacerlo.

Un par de minutos después, el dueño se le acerca y le pide que se vaya.

El borrachín señala su vaso semilleno y barbotea que aún no ha terminado.

Vuelve a cerrar los ojos y regresa a su ensueño borrascoso. El dueño refunfuña y se aleja moviendo la cabeza, indignado.

Esto también es Alemania, me digo.

Termino mi cerveza más rápidamente de lo que pensaba porque veo que ya no hay más mesas libres y prefiero hacer sitio a posibles futuros clientes.

Al levantarme, observando de reojo al borrachuzo, llego a la conclusión de que nos han entregado dos mundos, exterior e interior.

Y que, mientras los dioses aprenden a dosificar las catástrofes del de fuera, nos permiten a nosotros jugar a destruir ambos.

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HjorgeV 28-06-2011

HAMBURGUEANDO (III)

1

En una estación de Hamburgo diviso el letrero de <Prensa extranjera> y me abalanzo al oasis como un resaqueado en pleno desierto.

Como es sábado, lo primero que hago es separar Babelia del resto del periódico. Es un rito, casi prehistórico ya.

(Voy a pasarme todos los días en Hamburgo releyendo los artículos babélicos, como un adicto al papel. ¿O seré solo fetichista y no me he enterado?)

Y, a pesar de ser ateo contratado, la revista me hace recordar cada vez más la conocida frase de Jesucristo al expulsar a los mercaderes del templo.

Está en San Juan (2, 13-22) (no memorizar estos guarismos: no son la contraseña -para entrar- al cielo):

«Han convertido mi casa en una cueva de ladrones. ¡Corruptos!»

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2

Como ya lo ha dicho Jonathan Franzen, el mercado y la literatura son enemigos acérrimos.

La economía de consumo lo que quiere son productos que dejen mucha utilidad, que envejezcan pronto o que se puedan mejorar continuamente para ofrecer nuevas versiones y poder aumentar así su precio, como en el caso de los automóviles.

¿Se imaginan ustedes salir a comprar y pedir la nueva Rayuela 300 C?

¿O La danza inmóvil TURBO X (¡Nueva fórmula!)?

Lo curioso es que los dueños del mercado del libro (las grandes editoriales) apenas apuestan por nuevas (buenas) traducciones de los grandes clásicos.

¿Por qué?

¿Porque entonces tendrían que pagarles (bien) a los (buenos) traductores?, me pregunto.

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3

La economía de consumo exige bajos costos (tendientes a cero) y precios que den la máxima utilidad posible, independientemente del verdadero valor de lo que se venda y dando más o menos igual cómo se consigan esas metas.

Franzen lo ha dicho de forma insuperable:

«Una obra literaria clásica no es cara, tiene una utilidad inagotable y, lo peor de todo, es inmejorable.»

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4

Digámoslo abiertamente.

Babelia o publicaciones similares no son revistas de literatura (o cultura o artes) estrictamente hablando.

Son Revistas de Novedades Literarias Comerciables, que no es la misma chola con otro calzón.

Tampoco es un crimen, que se entienda.

De otra manera, no podrían irse de vacaciones ni pagarse el café o un nuevo automóvil sus empleados. Ni alimentar a sus familias.

(Ni celebrarse a sí mismos y a sus amigos.)

Pero deberíamos tenerlo todo el tiempo patente, por lo menos.

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5

Abro el diario en el tren que nos lleva a la zona portuaria de Hamburgo y el tema de la deuda griega, como una gran tragedia helénica (ese podría ser un buen título: La Deuda Helénica; perdón por las mayúsculas), me salta a los ojos.

Como decía Paul Nyrup Rasmussen:

¿Cómo diablos podemos seguir creyendo ciegamente en que las mismas políticas y los mismos políticos y banqueros que nos han llevado a la crisis, pueden sacarnos de ella?

Reproduzco, de un artículo de Andreu Missé, el párrafo (casi) completo del ex primer ministro danés:

«La Unión está siendo conducida por los conservadores por el camino equivocado. Ya sea Merkel, Sarkozy, Cameron o los presidentes de las instituciones como Barroso o Van Rompuy, la orientación es la misma: hay una ciega creencia en que las mismas políticas que nos han llevado a la crisis económica pueden sacarnos de ella.»

(¿Por qué la experiencia -me pregunto- se convertirá/convierte en una palabra tan hueca cuando se abarcan los grandes problemas del planeta?)

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6

Nos bajamos en una estación desconocida, bastante desorientados.

Un hamburgués (reconocible por su acento) nos ha guiado mal y, además, la línea del tren urbano está interrumpida parcialmente por obras y hemos tomado el bus equivocado.

No es la primera vez que me sucede:

Las señalizaciones y explicaciones las puede entender acaso un lugareño, pero un turista o forastero tiene problemas para conseguirlo.

No es un defecto exclusivamente alemán.

Para empezar, las siglas y abreviaciones no se explican, porque se parte de que todo el mundo las conoce.

Acercarse a una máquina expendedora de boletos, por eso, es peor.

Los encargados de hacer las descripciones, indicaciones o instrucciones correspondientes tiene que ser gente verdaderamente capaz, con estudios, vamos a decir.

Pero es gente que no usa el transporte público.

(O, si lo usan, tienen la deformación clásica del que ha usado tanto algo, que no se puede imaginar que un novato no lo pueda entender.)

Mientras esperamos el siguiente tren, levanto la vista y veo que la estación semeja casi un museo por su estado de conservación.

No puedo dejar de imaginarme entonces tiempos pasados.

Ni evitar que un escalofrío recorra las crestas de las vértebras de mi columna como un ratoncillo asustado.

Veo entonces aglomeraciones a mi alrededor, soldados, gente con el sufrimiento escrito en el rostro, oficiales dando órdenes, perros militares.

Vagones repletos con gente de miradas vacías.

Puedo escuchar silbatos y órdenes. (Los estoy escuchando.)

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7

El Reichbahn, hoy Deutsche Bahn (Trenes de Alemania digo yo), fue una de las herramientas más importantes del Nazismo.

Los Trenes de Alemania transportaron mi-llo-nes de prisioneros (principalmente judíos y gitanos) desde todos los países ocupados por los nazis hasta los campos de exterminio.

El (o la) Reichbahn (porque en alemán es femenino) realizó 1.600 de esos transportes.

Según la documentación del portal Enciclopedia Temática del Holocausto, se sabe que en cada vagón (para ganado) viajaban hacinadas 50 personas.

Si cada convoy estaba compuesto por unos 50 vagones, el resultado (50 x 50 x 1.600) es espeluznante:

4 millones de personas transportadas directamente a la muerte por el antecesor de la Deutsche Bahn.

(Hace un par de años esta empresa trató de sabotear el proyecto El Tren de la MemoriaDer Zug der Erinnerung– que buscaba recordar la historia de los niños y adolescentes que eran obligados a subir a esos trenes de la muerte.)

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8

Y allí está él -Adolfo- dentro de uno de los vagones (para personas) de la DB, saludando con el brazo derecho en alto, un poco escorado a la derecha.

Esa y otras fotografías recién descubiertas se pueden ver en LENS, la bitácora de fotografía del The New York Times.

¿Quién tomó las imágenes?, fue la pregunta que se planteó inmediatamente ese diario.

Un austríaco, Franz Krüger, fotoperiodista de Salzburgo se sabe ahora.

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9

El temor de la DB al intentar detener El Tren de la Memoria judío-alemán (hay ‘otro’ español) no era infundado.

Porque una vez que se aceptara que su antecesora había sido responsable del traslado de millones de prisioneros a los campos de exterminio y había obtenido las respectivas ganancias.

No había sino solo un paso hasta verse en un juicio por «complicidad en un asesinato masivo».

Leo que la acusación se presentará a fines de este mes de junio. (Utilizar, por favor, el traductor gúglico para ver el artículo respectivo.)

La DB, por supuesto, no se considera responsable ni co-responsable.

Claro, no se trata de memoria o desmemoria.

Sino de un pago de 2 millardos de euros en base a por lo menos 3 millones de casos documentados.

No conozco institución más democrática que la muerte. (Te acepta sin importarle tus ingresos, tu color de piel o tus creencias religiosas. Ni siquiera el carnet del partido te pide.)

Pero una cosa es morir, vamos a decir, por atragantarse con un melocotón, y otra que adelanten a la fuerza tu entrada a esa institución.

Eso se llama asesinato.

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10

Una amiga del colegio me escribe desde otro continente. Me pregunta qué estoy leyendo actualmente.

¿Qué le puedo decir?

¿Que me fascinan las notas (artículos) sobre fútbol?

Cuando era niño y viajaba a otra ciudad, una de las primeras cosas que hacía era coger el diario local y pasar directamente a la página de deportes.

Entonces leía, con la avidez de un empresario especializado en la venta de jugadores al extranjero, todo lo referente al fútbol de la región.

Absurdo, tarado, beocio, estulto, necio, imbécil, bobo, lerdo, obtuso, sandio, baboso.

Llámenlo como quieran.

Yo ya me cansé de buscarle el adjetivo preciso.

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11

No sé qué responderle a mi amiga emílica (lustros sin vernos) porque, como siempre o casi siempre, leo caóticamente.

Además, muchas veces, leyendo, me quedo dormido.

(Dormir puede ser una forma de crítica en el teatro.

Pero la buena literatura también puede ser buena para descolgarse placenteramente a las profundidades de los sueños. Y, cuando vuelves a despertar, descubres que el libro no se ha asustado con tu pausa reparadora.)

Si tengo suerte, cada par de meses o semanas, me encuentro con un libro que me fascina y, entonces, por un par de días, hago depender mi vida -y todas mis actividades- de su lectura.

Me acaba de volver a pasar con Causa justa.

Es la cuarta vez que leo la novela de John Grisham, esta vez fascinado por la buena traducción de Antonia Menini.

¿Me conmocionó esta obra de Graham?

¡Pocos libros me han hecho expeler tantas toxinas por los rabillos oculares!

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12

Mientras trato de ordenar mis notas y recuerdos de Hamburgo, de terminar mi última novela, atender a mi familia y realizar mis otros trabajos y ocupaciones (entre ellas, desde hace dos semanas, ir al gimnasio una hora todas las mañanas), recuerdo que he empezado a leer una novela interesantísima.

El título en alemán es Der Klang der Zeit (2003) (algo así como ‘El sonido del tiempo’).

(Es más que eso: ¿La resonancia del tiempo?)

Su autor, Richard Powers, es un escritor absolutamente desconocido para mí.

Encontré su novela entre los libros de mi esposa, alguien se la había regalado.

En la contratapa -o contraportada- leí impactantes frases publicitarias y estuve a punto de reír:

«La mejor novela de la última década.» STERN

«Casi 800 páginas tiene esta novela y ninguna está de más.» SÜDDEUTSCHE ZEITUNG

Parecían una chirigotada.

Un chiste tan bueno como las definiciones de la Real Academia para dos palabras que acabo de mencionar:

contratapa.

  1. f. Carne de vaca que está entre la babilla y la tapa.

(Única acepción. No es una broma.)

contraportada.

1. f. Impr. Página que se pone frente a la portada con el nombre de la serie a que pertenece el libro y otros detalles sobre este.

¿Frente a la portada?

¿Dónde?

¿En el aire?

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13

Por curiosidad, y desconfiando de esas líneas publicitarias, me atreví a echarle una hojeada (y una ojeada) a la novela.

Debo confesar que me costó entrar a la función de Powers (no me rendí a la primera ni a la tercera), especialmente porque está escrito en un lenguaje bastante académico y enciclopédico.

Y me cuesta mantener el ritmo en mi segundo idioma (que tampoco domino como me gustaría).

Tengo la suerte de conocer muchos términos musicales, de tal manera que por ese lado respiro aliviado.

Pero me topo con una serie de vocablos y nombres que apenas conozco o desconozco por completo.

Un ejemplo.

Traduzco a la volada del alemán (p. 7 de mi ejemplar de la editorial Fischer):

«Lo estoy viendo en la noche de su primer triunfo en público, a cuatro décadas de distancia. Su rostro es aún tierno alrededor de los ojos, allí donde la vida más tarde grabará sus huellas. La barbilla le tiembla un poco en las negras de Dowland, sin embargo los tonos son impecables.»

Las «negras» son las notas musicales, queda claro en alemán (Viertelnoten).

Pero, ¿quién diablos es Dowland?

Con todo, el libro es un gozo.

Voy avanzando por las páginas como por un territorio comanche que debo ir descubriendo poco a poco y con cuidado, para no caerme.

Si tropiezo, recurro al diccionario o a una enciclopedia (Oh, Red) para levantarme y seguir.

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14

Soy un mal turista.

Siempre lo he sido.

Detesto tomarme fotos delante de monumentos, entre otras manías.

Estoy convencido de que los turistas son seres extraterrestres que han aprendido a dominar nuestros idiomas para pasar desapercibidos.

Debemos ser sumamente cuidadosos. Ellos saben tener paciencia.

Hasta ahora la han tenido. Y ya van siglos así.

De tanto fijarnos en los aliens, talibanes y talibanqueros, olvidamos que los verdaderos invasores del planeta podrían ser los turistas.

(Basta ver sus indumentarias, dios.)

(Y por lo menos ya no se desplazan con esas armas extraterrestres sobredimensionadas al hombro y del tamaño del equipaje de mano aéreo actual, tratando de filmar todo para llevárselo después a su Jefe Supremo y preparar la invasión.)

(«¿Qué tar tu viaje?», le pregunta un japonés a otro. «No sé. Todavía no he reverado ras perícuras.»)

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15

Viví varios meses en París y no visité la Torre Eiffel, el Louvre, los Campos Elíseos ni el Arco del Triunfo.

¡Tendrían que haberme puesto una multa! (O erigido un pequeño monumento de hielo, en verano.)

Estuve viviendo mi supra o sobre-vida (por aquello de sobrevivir, digo, es un decir) en otra ciudad.

Seguramente debajo de París. No lo sé.

(Pero besé, y mucho, y me besaron las francesas, mucho también, y todo lo que vi ya apenas lo recuerdo.)

«El cielo de París», dijo alguna vez Auster, «tiene sus propias leyes, las cuales funcionan con independencia de la ciudad que hay abajo.»

Don Pablo Auster vivió más tiempo en la Ciudad Luz. Lo debe saber.

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16

¿Por qué soy un mal turista?

¿Me faltará o fallará algún gen?

Lo ignoro.

Debería avergonzarme.

Hace mucho me propuse visitar todas las galerías de arte de Colonia, por ejemplo, y llevo años sin hacerlo.

Cuando recibo a algún visitante del extranjero, me limito a llevarlo a pasear por el casco viejo de la ciudad y sé que las vistas turísticas serán tan imponentes o interesantes por sí mismas, que me ahorrarán las explicaciones respectivas.

Tal vez por eso me gusta Colonia.

O tal vez todo se deba a que mis primeras experiencias con turistas fueron bizarras.

A los primeros turistas extranjeros que conocí, los encontré en la cárcel.

En la carceleta de Seguridad del Estado, para más detalle.

No era moco de pavo entonces, ojo: los últimos años de la dictadura militar, nada menos.

Como no tenía documentos y andaba junto a unos alemanes que me habían pedido que los llevara a ver una manifestación obrera en el Centro (de Lima), la policía me detuvo.

Por imitar el acento de un español, me metieron a una celda junto a otros turistas que habían estado tomando fotos de la manifestación.

Creyéndome -aún- un turista, me soltaron con los demás después de hacernos pasar un buen susto a todos.

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17

(Volver a los diecisiete, después de vivir un siglo.)

Mi segundo encuentro con los verdaderos alienígenas fue en los Caminos del Inca.

No es un chiste.

Al empezar la famosa ruta pedestre, conocí a un grupo de italianos, suizos y alemanes que empezaron a burlarse de mi equipaje.

Solo llevaba una bolsa con sánguches y naranjas, y una chaqueta de lluvia amarrada a la cintura.

Empezaron a llamarlo «equipaje peruano».

Cómo reían.

Sus mochilas pesaban ¡hasta más de 30 kilos!

Aparte de toda la parafernalia habitual que llevaban: cámaras fotográficas, cantimploras, gorras, sombreros y demás.

Por practicar mi alemán, me quedé con ellos y soporté sus bromas durante un par de buenas horas. Eran simpáticos.

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18

Cuando empezó a llover y el camino empezó a hacerse pesado, resbaloso y por partes peligroso, tendría que haber empezado a burlarme yo de ellos (humanas mulas de carga).

Pero supe morderme la lengua.

Después tuve que cargar con la mochila de una muchacha con sobrepeso para poder avanzar a buen ritmo.

Nadie se atrevió a burlarse.

La mochila también tenía sobrepeso. Y sudé lo mío.

(Desde entonces no he abandonado la costumbre de llevar solo un equipaje mínimo en mis viajes. De ser posible, un buen libro.)

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19

Cuando cayó la noche, el grupo empezó a buscar un lugar donde acampar y dormir hasta la mañana siguiente.

Yo buscaba una casa de campesinos de la que ya me habían hablado antes y me despedí del grupo.

-¿Adónde vas? -me preguntaron los suizos, en su extraño alemán para mis oídos.

Les expliqué lo anterior y que pensaba pasar la noche bajo techo. Uno de ellos decidió seguirme.

Cuando volteé, vi que todos los demás imitaban el ejemplo de su compañero.

Nadie armó su carpa esa noche, por supuesto.

¡Los había corrompido!

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20

Soy tan mal turista, que quería terminar de escribir sobre nuestro reciente viaje a Hamburgo.

Y he acabado en una noche andina y lejana.

En plenos Caminos del Inca rumbo a Machu Picchu.

(La bolsa con los sánguches y las naranjas ya está vacía. Y a la mañana siguiente la vista de la ciudadela desde arriba, viendo disiparse las nubes sobre ella, debajo de nuestros pies, nos va a resarcir de todas las molestias e incomodidades.)

Por todo esto, yo nunca podré ser japonés.

Eso de pégate más, sonríe, cariño, un poquito más a la derecha, que no sale la estatua, no es para mí.

Mi mejor equipaje para viajar, ya lo dije, es un buen libro.

¿Mi sueño asociado? Leer un buen capítulo de él en la Capilla Sixtina, por ejemplo, mientras pasa la muchedumbre con sus gorros alienígenas a mi lado.

Pero en un par de días habré tomado nuevamente valor para continuar con nuestro viaje a Hamburgo.

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HjorgeV 22-06-2011

HAMBURGUEANDO (II)

I

Un marciano que paseara por las ciudades de este planeta de depredadores terminales (no miren en derredor muy lejos, basta un espejo), notaría enseguida algo especialmente notable:

El gusto del Mono Sapiens por las luces.

De todo tipo.

Las del alumbrado público (aquí en este pueblo renano he descubierto que por las noches solo se encienden la mitad de los postes de luz, ¡vamos Alemania!).

Las del comercio y sus reclamos, las del televisor y sus programas, las de los vehículos.

Las luces navideñas, las de los fuegos artificiales.

Las del oro y otros metales. Las de las joyas verdaderas y falsas.

Las luces que prometen y las otras que ofrecen (fuegos artificiales por alguna festividad) políticos y gobernantes.

Las luces cada vez más apagadas del arte no pensado para el comercio.

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II

Por la noche, mientras cenamos en la pequeña cocina del departamento que nos ha prestado su primo por unos días, mi esposa diserta sobre el Museo de Miniaturas de Hamburgo.

Nuestros chicos (de 6 y 10) ya estuvieron el año pasado y quieren volver a visitarlo, me refiere.

-¿Qué esperas de mí? -le pregunto.

Somos una pareja que ha durado mucho, entre otras cosas, por atrevernos a preguntarnos y decirnos abiertamente las cosas.

-Que los acompañes. Yo lo hice el año pasado, ahora te toca a ti. Así puedo aprovechar para dar una vuelta y tomarme un café sola.

¿Por qué no?, me dije.

Salvo el bonsái, quizá, las miniaturas artificiales no me atraen. (Pero me fascina mirar la Tierra desde la ventanilla de un avión al aterrizar o decolar.)

Enseguida me llega la imagen de un amigo -un vecino- de la infancia.

Su padre le había reservado todo un gran cuarto de su casa solo para sus fabulosos juguetes.

Una vez a la semana (el sábado o domingo por lo general, solo cuando podía el padre, porque él tenía que estar para que el niño no fuera a estropear nada), mi amigo podía entrar y «jugar» con sus caros juguetes.

Los conservaba en sus cajas originales, como si se tratara de una oficina de reclamo y devolución de una gran juguetería.

Había, entre otros, una pista de carreras y un trencito eléctrico, los dos a control remoto.

Aún recuerdo la fascinación con la que su padre jugaba (se sentaba sobre el suelo con las piernas cruzadas y su cara de niño grande) con el mando (a distancia) en las manos.

Como un dios que te hubiera dado la vida -y creado el universo alrededor- solo para que seas un afásico espectador de sus astracanadas.

Mientras que a mi amigo y sus amigos solo nos estaba permitido observar el movimiento de los diminutos vehículos, se entiende.

¿A mí un museo de miniaturas?

Como era por mis hijos, lo hice con gusto.

Mi entrada costó 12 euros (6 la de cada niño).

Creo que son pocos los ‘guardaespaldas’ o cuida-niños del mundo que pagan por cumplir su trabajo.

Para compensarlo, me senté, sin perder de vista a mis chicos: a contemplar.

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III

A veces agudizaba mi observación, especialmente cuando las luces del recinto en el que nos encontrábamos empezaban a apagarse.

El público lanzaba entonces un «¡Ooohhhhhh!» emocionado y ávido, porque se anunciaba la «noche».

Acto seguido, las ciudades, puertos y lugares en miniatura (Las Vegas no podía faltar) adquirían otra luminosidad con el reverbero de sus luces minúsculas.

Recuperé mi dinero observando los ojos embelesados, las miradas fulgurantes de los presentes que absorbían las luces de los diminutos vehículos y de los letreros de publicidad en miniatura como si fueran de otro planeta.

Pensé en la mirada de nuestros antepasados, cuando aún no existían los talibanqueros.

Me imaginé a un grupo de Monos Sapiens, parados frente al fuego causado por un rayo.

Viajé al pasado sin moverme y pude ver reverberar la luz en sus ojos alucinados ante ese milagro de la naturaleza.

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IV

Tal como está el mundo.

¿Quién se puede sorprender porque la gente, especialmente la juventud, proteste?

Lo sorprendente es que la última gran protesta (digamos, de las más mediáticas que personalmente recuerde) en el hemisferio occidental fue la de Mayo de 1968 en París.

¡Más de 40 años han pasado desde entonces!

Cuando la gran riqueza de pocos se sustenta en el hambre o en el gran trabajo de muchos, se crean presiones sociales.

Hay pueblos que se pasan siglos conteniendo sus gritos, sus lamentos, sus reclamos por las injusticias y robos.

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V

En mi país, por ejemplo, muchos reniegan de la Reforma Agraria de la dictadura militar del general Juan Velasco Alvarado ocurrida en los años setenta.

El Chino Velasco había derrocado a Belaúnde en el año de 1968, precisamente.

Pero pocos saben que Fernando Belaúnde Terry, asustado por los levantamientos campesinos y brotes guerrilleros en varios puntos del país, se preparaba para implementar varias reformas.

Entre ellas la agraria, nada menos.

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VI

Cuando regresamos en tranvía a Barmbek, al departamento del primo de mi esposa, nos topamos con una pareja de una española y un alemán y sus hijos.

Los reconocemos porque la madre les habla en su castellano peninsular y los niños le responden en alemán.

(A los nuestros no les permito hablarme en alemán. Les digo que soy peruano y que tengo otro idioma que ellos también dominan. Felizmente, lo han aceptado. Si me hablan en alemán, simplemente me hago el sueco y no les entiendo.)

(Tengo un respeto profundo por mi idioma.

Tal vez porque lo siento como mi verdadera patria, como ya no sé quién lo dijo.

Por si acaso, también soy consciente de que bien podría haber sido el chino. No elegí mi idioma al nacer.)

La menor del grupo, una rubicunda niña de unos cuatro años, recorre el vagón a gran velocidad, como en un patio escolar.

En su carrera tiene que esquivar pies y algunas maletas.

Observo que un par de alemanes mueve la cabeza reprobatoriamente.

A la velocidad que va el tranvía: un mal paso, un tropiezo de la niña con alguien que se levanta repentinamente o un frenazo del mismo ferrocarril, y prefiero no imaginármelo.

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VII

Y hablando de nuestro idioma.

Hoy, 18 de junio, es el Día E, el día de nuestra lengua.

Alguien ha tenido el tino -y lo agradezco- de no llamarlo el Día del Idioma Español, sino, llanamente, el Día E.

En el Perú nuestra lengua es el castellano.

Entre otras razones porque decir español puede crear confusiones:

¿No son el catalán, el aranés, el gallego, el euskera y las demás lenguas vernáculas de España también idiomas españoles?

Me paso un buen rato viendo los videos preparados por el Instituto Cervantes para la ocasión.

En el que Mario Vargas habla más sobre su idioma, me salpica un dato interesantísimo y que él mismo refiere. (Es el video del comienzo. Lo pueden ver también aquí.)

Me quedo con la frase del catalán (pero que habla como un gringo) Valentín Fuster:

«Porque todas las formas de hablar español tienen el mismo aire de familia.»

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VIII

Vivimos en un mundo bastante confuso, bizarro:

Grecia está a punto de quebrar debido a sus deudas.

Empero, sus ‘salvadores’ -Alemania y Francia- lo harán ¡endeudándose ellos mismos mucho más a su vez!

En esta bizarría, ¿a quién se le ocurriría incluir a un banquero en la nómina de las personalidades representantes de nuestro idioma que aparecen en los videos antes mencionados?

Y se trata de nadie menos que de don Emilio Botín, un banquero español investigado por un fraude fiscal de grandes dimensiones.

(Los abogados de la familia ya reconocieron evasión de impuestos del 2005 al 2009 y se calcula que la familia tendría un patrimonio oculto en Suiza de más de 2.000 millones de euros. Una bicoca. Ver un asaz interesante artículo al respecto aquí.)

O sea, estamos hablando de un criminal de alto vuelo.

Suelto, además. Presidente de un ‘gran’ banco.

Así se hacen las grandes fortunas, vemos.

¿Cómo no puede haber indignados entonces, pues, señoras y jóvenes, jóvenas y señores?

Y así, de estos crímenes de alto vuelo, viven países como Suiza.

Con absoluta tranquilidad e impunidad. Bien a la corbata, como dirían en mi país.

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IX

De Botín se recordará en el futuro su gran dominio del inglés. Ver aquí.

(Y aquí la traducción subtitulada. No hay pierde.)

Y ya que estamos en el tema, descubro que España también tiene su Cantinflas.

Femenina y política, en este caso: Magdalena Álvarez, La Impredecible.

Fue ministra de Fomento durante varios años, para más señas.

(Pulsar aquí para escuchar más.)

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X

Situado en la confluencia de los ríos Elba, Alster y Bille, Hamburgo es el segundo puerto con mayor tráfico de la Comunidad Europa, solo por detrás de Róterdam.

A pesar de que el estuario del río Elba en el Mar del Norte se encuentra a 110 km de distancia, se considera a Hamburgo como un puerto marítimo por su tráfico de buques oceánicos.

Vuelvo a tratar de imaginarme a los viajeros de otros tiempos, con sus maletas llenas de ilusiones, partiendo hacia una nueva vida, a un nuevo destino.

(Debe ser un pensamiento recurrente de todo migrante, debo barruntar.)

Tomando 1876 más o menos al azar, veo, en un portal interesantísimo de un argentino que se ha tomado el trabajo de revisar las listas de pasajeros de esa época, que ese año salieron unas 60.000 personas desde Hamburgo.

Y que parte de ellas zarparon en 14 barcos con destino a Sudamérica.

Alemanes emigrantes de otras épocas, principalmente a EEUU.

Un viaje de semanas el de esos 14 barcos, que tenía como destino los puertos de Río de Janeiro, Santos, Paraná, Río Grande do Sul, Buenos Aires y La Plata.

¿Cuántos morían en esos viajes?, me pregunto, mientras mis dos hijos avanzan saltando -con cuidado y bajo mi supervisión- sobre los bolardos menos peligrosos de las veredas.

(Hay muchos -gruesos y de unos setenta centímetros de altura- por tratarse de un puerto).

Muchas de las amplias avenidas y las calles laterales de la Speicherstadt, el barrio o distrito almacén de Hamburgo, están desiertas por ser feriado.

Y los edificios -tanto antiguos como modernos- parecen abandonados.

No puedo evitar a ratos tener la sensación de estar recorriendo (en el futuro) una ciudad abandonada repentinamente y en magníficas condiciones.

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HjorgeV 18-06-2011

HAMBURGUEANDO (I)

I

Aprovechamos el fin de semana-puente por Pentecostés para viajar a Hamburgo con dos de nuestros hijos.

Le tengo aversión a las autopistas. De hecho, no me gusta manejar, conducir.

La responsabilidad es simplemente muy grande.

Sobre todo, cuando son varias las personas -nuestros dos chicos y mi esposa- las que van conmigo y bajo mi responsabilidad.

Sucede, simplemente, que a altas velocidades cualquier pequeño error o descuido puede multiplicarse sinérgicamente y convertirse en un verdadero infierno.

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Lo he visto varias veces en las autopistas.

Una sola vez en este viaje -por suerte- y sin heridos de consideración.

Pero allí estaba, apoyado contra la barrera central de la autopista como si estuviera recuperándose él mismo -pedazo de chatarra ya solamente el automóvil siniestrado- del choque emocional.

II

El problema es que en la vía pública la responsabilidad es compartida.

No solo depende de que uno no provoque un accidente.

Siempre hay quien tiene prisa (o simple estulticia o inexperiencia) y quiere compensarlo con velocidad y algunas maniobras arriesgadas.

Y siempre hay quien yerra en su cálculo y desencadena una serie de descontroles que llevan a un descontrol mayor.

El año pasado murieron 3.657 personas en accidentes de tránsito Alemania.

‘Poco’, comparado con los picos de 15.000 muertos en 1957 y 22.000 en 1970 en este mismo país.

Pero verdaderas masacres siempre.

Cifras terroristas de verdad.

III

El número de accidentes que se producen cada año en Yérmani es colosal:

Casi dos millones y medio el año pasado (2.398.414).

La cifra de 1970 (ver arriba) alarmó a las autoridades alemanas.

Para remediarlo, primero se fijó en 50 km/h la velocidad máxima en zonas urbanas.

Luego, en 100 km/h la máxima para las carreteras.

Después se introdujeron los controles de alcoholemia, la obligatoriedad del cinturón de seguridad y del casco para los motociclistas.

Hoy la muerte en las autopistas -debo suponer- depende también del nivel de ingresos de los involucrados: tienen más chance de salvarse aquellos que cuentan con la seguridad que brindan los modelos más modernos y más caros.

Pero también son estos últimos -debo también suponer- los que provocan los accidentes más graves, creyéndose a salvo de todo peligro gracias a la comprada tecnología.

¿Existirán estadísticas al respecto?

(La Red me responde inmediatamente: ¡sí existen! Y, lamentablemente, no he errado con mi barrunto.)

IV

No sé quién dijo que si se querría realmente reducir drásticamente el número de accidentes y muertos por accidentes de tráfico, se debería recurrir a una simple y barata solución:

Colocar una saeta o un punzón en el centro del timón o volante de lo automóviles.

V

Hemos pasado unos días bonitos en Hamburgo.

Cuando veo que tras casi 500 km de recorrido solo nos quedan unos 50 por completar, cambio totalmente de forma de conducir.

Dejo pasar a los que llevan prisa.

Independientemente de la religión que profeses, me digo, todos vamos -años más, años menos- directo al mismo portal.

VI

El primo de mi esposa nos dejó por unos días su departamento en el barrio hamburgués de Barmbek.

Vive solo allí, después de haber roto con su anterior pareja de años y haberse mudado a una vivienda más pequeña tras la separación.

A. es un treintañero que tiene un puesto muy bien pagado en una conocida empresa alemana y no tiene ninguna otra obligación que la de cumplir bien su trabajo y ver si alguna vez puede volver a formar pareja. (Menudas tareas.)

Para nosotros, el paso de una casa en un pueblucho semirrural de los arrabales de Colonia (donde viven seis personas, un perro, un gato y cuatro conejos: todos nosotros), a un departamento de una sola persona de una zona urbana de Hamburgo nos toma por sorpresa.

Los caminos a la cocina y a la sala son más cortos y no hay sillas para todos. No tenemos que subir ni bajar escaleras para ir de una estancia a otra y para usar el retrete tenemos que esperar.

¿La refrigeradora? Llena, como pensando en un batallón. Hay chocolatitos en las camas y las mesas, y la pantalla de casi metro y medio del televisor extraplano completan nuestro desquicio.

Es para no volver.

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VII

En la puerta del edificio nos encontramos con un letrero firmado por -debo suponer- una estudiante universitaria que dice (en alemán):

«Queridos vecinos, hoy celebro mi cumpleaños y lo haré hasta muy tarde. Pido disculpas anticipadas.»

Recién a partir de las doce de la noche puedo escuchar (los demás ya duermen) el ruido de la fiesta porque antes hemos estado atosigándonos con la televisión que no vemos en casa.

Desde lejos y entre sueños reconozco una sola canción que es especialmente repetida y coreada en sus estribillos. Es en castellano.

¿Cómo hizo la bachata para pasar de ser un género asociado a la prostitución, a la pobreza y a la llamada ‘gente de mal vivir’ en la República Dominicana, a ser un producto comercial interesante en Alemania?

Una bachata (en castellano, además) estuvo varias semanas en el primer puesto de las listas alemanas en el 2004.

¿Cómo hizo ese tema para seguir sonando aún siete años después en este país y en esta fiesta de universitarios alemanes?

(Me refiero al tema Obsesión del grupo Aventura.

Y mi pregunta debe tener como respuesta principal un nombre: Juan Luis Guerra.)

VIII

No es mi primera vez en Hamburgo. He estado ya un par de veces aquí.

La primera vez, justo después de haber llegado a Alemania (por segunda vez), fui recibido con temperaturas de 20 grados bajo cero (-20º C).

Felizmente, venía preparado con mi casaca de invierno y mis mocasines limeños.

O sea, bien podría haber estado desnudo.

¿Pasé frío?

Fue una masacre.

Recuerdo una escena con la muchacha que me llevó de visita desde Colonia a la casa de su madre y con la que después terminé incurriendo en matrimonio.

Nos habíamos ido en el automóvil de su madre a dar una vuelta por el centro de la ciudad.

Tomamos un par de copas, ella menos que yo porque tenía que conducir de regreso, y caminamos un poco por las calles completamente cubiertas de nieve de Hamburgo.

Cuando nos acercamos a buscar el bolbaguen (Volkswagen significa carro o coche del pueblo en alemán y se pronuncia en nuestro idioma más o menos como ‘folcsvaguen’), B. se solivianta porque los conductores vecinos le han dejado muy poco espacio para maniobrar y poder salir.

-Si quieres yo lo saco -me ofrezco.

No tengo brevete (permiso de conducir en peruano) y he bebido algunas cervezas, pero soy un experto en maniobrar automóviles en muy poco espacio.

De hecho, esa es prácticamente casi toda mi experiencia automovilística hasta ese momento, salvo un par de incursiones en el tráfico limeño: unos tíos me dejaban cuadrar (estacionar adecuadamente, el verbo es exacto a pesar de ser un peruanismo) sus carros (así llamamos en el Perú a los automóviles) en su garaje y así pude aprender los rudimentos del caso.

Con paciencia y buen humor, y después de unos diez ‘ataques’, consigo sacar sin incidentes el bolbaguen de mi futura suegra de su encajonamiento de apenas cinco centímetros de espacio por delante y otros tantos por detrás.

-Si quieres puedes seguir manejando -me dice mi futura esposa, aliviada.

Quiero decirle que, entre otras cosas, no llevo mis lentes de contacto encima y que ella sabe que he bebido un par de cervezas.

Pero B. ya empieza a dirigirme por las calles hamburguesas y pronto veo que, debido a la nieve, el tráfico se ha vuelto especialmente lento y cuidadoso.

Para no tener brevete, haber tomado un par de cervezas y ser miope, no lo estoy haciendo mal, me digo.

El poder de las drogas.

(El alcohol también es una y ese es uno de sus efectos: hacerte creer que es lo que no es.)

Y el poder de Lima como escuela de manejo, me digo ahora, titantos años después.

IX

Recuerdo la escena en este preciso instante y una vibración fría y metálica recorre mi espalda.

Llegamos sanos y salvos a casa. Sí.

No puse en peligro la vida de nadie, incluidas las nuestras. También.

Pero, ¿tan irresponsable pude ser o era?

¿Eso es lo que explica que ahora sea tan cuidadoso al manejar?

Ruego de que sea así.

X

Antes de viajar a Hamburgo le he enviado un emilio a Eldani, un peruano que conocí por la Red, haciéndole saber de mi viaje.

Ya nos hemos encontrado en Berlín, donde él vivía, y en Colonia.

Estamos recorriendo la Speicherstadt, cuando me pega una llamada.

«Estoy en Berlín», me dice, «pero mañana regreso a Hamburgo».

Quedamos en encontrarnos a la noche siguiente.

La Speicherstadt es la zona del puerto repleta de antiguos y grandes silos, de la época (1883) en que la ciudad recibía tantos cargamentos desde todas partes del mundo que tuvieron que construir toda una ciudad (Stadt) para poder alamacenarlos.

El distrito-almacén es el más grande del mundo en su género.

Hamburgo, a juzgar por su arquitectura y sus amplias calles y avenidas (su planificación) tiene que haber sido una ciudad con muchos ingresos.

Aún hoy lo es y se nota en los llamados edificios de diseño, dispersos como simples cajitas de fósforos que parecen caídas con cuidado y esmero desde el cielo.

De este mismo puerto salían/salieron los miles y miles de alemanes que, huyendo de la pobreza y del hambre, llegaban desde todos los rincones de Alemania para embarcarse con destino al norte (y al sur) de América.

A un país, especial y concretamente: EEUU.

De aquí salió Levi Strauss (sí, el de los famosos tejanos o vaqueros o jeans: era un judío de Bavaria), y seguro que también por aquí pasaron Albert Einstein, Thomas Mann, Heinrich Mann, Bertolt Brecht, Marlene Dietrich y Billy Wilder.

De este mismo Hamburgo salieron los miles de niños judíos que tuvieron la suerte de escapar de las garras nazis en los Kindertransporte (‘transporte de niños’) hacia Inglaterra.

Y también los nazis que lograron huir (muchas veces con ayuda de la Iglesia y de los mismos usamericanos) una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial pasaron por aquí.

(Existían incluso extensas mafias que se encargaban de que Hamburgo fuera el único puerto de embarque alemán hacia el exilio o la emigración.)

Trato de imaginarme a los emigrantes y exiliados, a los viajantes: con sus trajes de la época, con sus sueños de toda la vida, con sus pertenencias y sus miedos al hombro, instantes antes de subir a los barcos.

XII

Luego de varios telefonazos, decidimos con Eldani a qué hora y dónde encontrarnos.

Vive a unos diez minutos en bicicleta de Barmbek, me dice. Y así llega a la cita.

Escogemos la terraza de un restaurante porque está en una esquina, el sol la ilumina y ya empieza a oscurecer y a hacer más frío.

Me toma tiempo darme cuenta de que estamos en un restaurante turco porque todos los comensales son alemanes.

Luego llega un grupo de chinos y solo recién más tarde un grupo de tres ‘jóvenes’ turcas.

-Esto apenas existe en Colonia -le digo a Eldani-. Allá los restaurantes turcos (salvo un par de excepciones) son más bien evitados por los coloneses. No conozco a ningún alemán que sepa decir «Muchas gracias» en turco -añado y seguimos con el tema de las migraciones y los viajes.

XII

Terminamos la conversa horas y litros de cerveza después, cuando ya están a punto de cerrar (las sillas sobre las mesas son más que una clara señal) y el frío empieza a calarnos los huesos.

Nuestras conversaciones deben ser autobiografías que vamos alterando o completando conforme nos vamos conociendo más, quiero imaginarme.

Ya hemos conversado en Berlín, en Colonia y ahora en Hamburgo: ¿dónde lo haremos -dado el caso- la próxima vez?

Tengo la sensación de haber hablado demasiado.

No me sucede a menudo, pero me molesta especialmente cuando acontece.

En algún momento de la conversación, quise decirle a Eldani que tenía la impresión de que estaba buscando su lugar en el mundo, sin darse cuenta de que todos lo tenemos desde el momento en que nacemos.

Que nadie puede saltar (muy) lejos de su sombra.

Pero no lo hice y me alegro de no haberlo importunado con mi opinión.

XIII

De regreso a Colonia, nos encontramos con autopistas sin congestionamientos ni atascos.

Como no tengo en el auto ningún disco de los que me gustan, escucho la radio para acompañar el viaje.

Los dados se apiadan de mí:

A lo largo de las cinco horas del itinerario me encuentro con tres emisoras y sus respectivos programas que me alegran la ruta.

La primera es una emisora que emite música de los setenta y los ochenta en inglés y las alterna con versiones en alemán.

Solo escuchar That’s the way (I like it), el tema que más me gusta de KC & Sunshine Band junto con Please don’t go, me resarce de todo el esfuerzo.

Al pasar por una hondonada, la señal radial se estropea y se pierde, y me pongo a buscar una nueva señal.

Detengo la nueva búsqueda al escuchar el título de un programa especial de la WDR 2: Originale und Cover.

El título es programa, como diría un alemán.

Así, me entero de que el original de In the Ghetto, el éxito de Elvis Presley de 1967, fue una composición de Scott Mac Davis, simplemente ignorada en su momento.

Escucho, entre otros, la versión original de Mandy de Barry Manilow: Brandy de Scott English.

Y American pie en su extensión original: más de 8 minutos célebres.

Qué invento la radio, me digo.

XIV

Cuando la señal vuelve a fallar, paso directamente a WDR 5 y me encuentro con su ronda de los aquí llamados Kabarettisten (cabaretistas: artistas de cabaret):

Comediantes o humoristas solistas que entretienen (haciendo pensar) con monólogos inteligentes y especialmente sagaces y mordaces sobre las rarezas de la sociedad.

Dos ejemplos.

Uno de los artistas propone que Sarrazin (el político que se ha hecho famoso con un libro en el que propugna cierta supuesta inferioridad intelectual de los turcos) recorra Berlín y Hamburgo con un letrero que diga:

«Los turcos no saben leer.»

Pronto aparecerá uno y «le romperá la nariz», dice.

Demostrando que sí sabe leer, claro.

XV

El siguiente monóloco (un loco monologando, disculpen mi pobre proposición) propone abrir simplemente los ojos para encontrar un tema social satirizable.

Propone como ejemplo un aeropuerto.

La paranoia desatada por los medios de comunicación y los gobernantes de EEUU tras el 11-S es tal que, aún hoy, diez años después, nos dice, la gente tiene más miedo de viajar en avión que en automóvil a pesar de las estadísticas de accidentes de tránsito.

(Noto que algunas de mis entradas se muerden la cola, pero no porque lo haya planeado así.)

Haga un experimento, nos dice:

Acérquese a alguna de las personas que esperan delante de los mostradores de cualquier línea de aviación para hacerse chequear su documentación de vuelo.

Escoja a alguien que le parece simpático, continúa.

Acérquese y dígale en voz baja, casi con desenfado y guiñándole un ojo paternalmente:

«Oiga, usted. ¿Sabe qué? Me cae simpático. No suba a este avión.»

Desaparezca luego lo más rápido y discretamente posible, termina.

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HjorgeV 14-06-2011

«NOCTURNO SALTADO» (Engendro)

.

Y volver a llegar desconcertado

al final de la noche

postrado ante el

tenebroso efugio que todo lo

marca e invade

.

No pedir explicaciones por los fenómenos

Dejar escapar las voces

de la caverna interior

como rayos dispuestos a

tramar una guerra de incidentes

frente a los perros rabiosos

del mundo de afuera

.

Oh, paso divino

oh, arrolladora sed del no

ser:

«La vida es un hospital donde cada

enfermo quiere cambiar de cama»,

nos decía Bo del Aire

.

El instante de toda derrota

siempre es infinito

siempre es eternal.

El dolor que se ignora

es una herida que nunca cierra

.

Los rostros muestran las máscaras

que los desnudan

.

Déjame en esta emoción inventada

por un pato

.

De mis tibias nacerá verticalmente el hombre

futuro que seré mañana

dentro de mis zapatos

.

Al despertar habré

olvidado el camino de

la noche

y de los perros

(me reconocerás, canta

conmigo y repite:

Soy esa figura

que salta apresurada

buscando escapar

de su sombra)

.

.

HjorgeV 10-06-2011

...HjorgeV 20-07-2010

LOS OJOS DE PIZARRO SE ME CIERRAN

El sueño y el cansancio me vencen.

Me mencionan el racismo y un ojo se me abre rápidamente. Alerta.

Lo primero que se me viene a la mente somnolienta es una frase de Joseph Conrad (del primer capítulo de El corazón de las tinieblas):

«La conquista de la tierra en su mayor parte no consiste más que en arrebatársela a aquellos que tienen una piel distinta o la nariz ligeramente más achatada que nosotros.»

El racismo aún se sigue practicando en mi país.

Y fue la mejor arma que pudieron encontrar Pizarro y sus esbirros invasores para su sed de oro, fama y riquezas ajenas siglos atrás.

Casi cerrándoseme los ojos, trato de hacer volar a mi imaginación.

.

.

¿Qué cara debió poner el chanchero extremeño cuando llegó a Tumbes y enseguida debió darse cuenta de que la leyenda de El Dorado que había escuchado en Panamá tenía mucho de cierta?

Cuando fue rodeado por miles de soldados incaicos en Cajamarca y fue recibido y agasajado por el Inca y la nobleza del Imperio, ¿qué cara puso?

Cuando vio las magnificentes joyas arquitectónicas, la monumental hidráulica, la cerámica, la artesanía, la orfebrería y la ‘textilería’ del Imperio, ¿qué ojos hizo?

¿Pensó: «Qué raza de incapaces»?

¿«De ignorantes y holgazanes»?

¿Podía ser Pizarro racista ante tanta maravilla cuando llegó al Perú?

La respuesta la conocía el mismo Bartolomé de las Casas. Alabado.

Pizarro debió asombrarse, admirar, enmudecer y temer a esos indígenas portentosos y geniales.

Mas, ¿cómo quedarse con todo su oro?

El padre Valverde le dio la primera solución: cuando Atahualpa despreció su biblia, acaso porque estaba muy lejos de verse como un notebook. (Es el sueño que me vence.)

El racismo fue la mejor arma de Pizarro y sus españoles inmigrantes ilegales y violentos llamados ‘conquistadores’.

La Iglesia les regaló enseguida el botín entero al declarar a los indios:

«ociosos y viciosos y de poco trabajo e malencólicos e cobardes [sic], viles y mal inclinados, mentirosos y de poca memoria y de ninguna constancia».

¿Quién construyó entonces Sacsayhuamán?

¿Quién los Caminos del Inca?

¿Se estaría mirando en un espejo el cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo cuando escribió aquello?

Hecho perro el indio, el resto constituía una simple cosecha de su oro y su plata. De sus excrementos, como quien dice.

Así han pasado los siglos y los nuevos ‘conquistadores’ nos quieren hacer creer ahora que sin minería y sin inversiones no hay futuro para las capas más olvidadas y oprimidas del pueblo peruano.

Un ojo se me cierra y lo vuelvo a abrir. Avizor.

¡Siglos han sobrevivido millones de los mal llamados indios sin apoyo de ningún capital y con apenas para comer!

Maltratados y explotados.

Educados religiosamente en la creencia de ser inferiores.

Decir que sin minería no hay futuro para el Perú es una especie de nuevo racismo.

Significa decir que los peruanos de hoy solo sirven o son buenos para trabajar como topos bajo la tierra.

Para que otros acumulen absurdamente capitales que no podrán gastar ni en mil vidas a cuerpo de rey.

Y, además, envenenando sus tierras y sus aguas.

Decir que sin inversiones el país no sobrevivirá es más de lo mismo.

¿Acaso el dinero se come?

Racismo, el gran negocio colonial, refrendado por la Iglesia.

La mentira explotadora aún presente.

Pasaporte a la ‘distinción’ personal.

¡Como si los fetos pudieran decidir en qué continente nacer y a qué familia pertenecer!

Pero aún existen inmorales parásitos comodones con nombres como Juan Carlos, Isabel, Máxima y Guillermo, me digo, mientras mis párpados no pueden más.

Quería haber escrito versos y me ha salido esto.

Qué bazofia.

Antes de quedarme dormido, querría imaginarme solo una cosa.

Los ojos que debió poner Pizarro cuando vio por primera vez las grandezas del fastuoso Imperio.

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HjorgeV 08-06-2011

¿SALTO A LO DESCONOCIDO O AL DESAGÜE?

Revisando documentación sobre la historia de mi ciudad, me he sorprendido de la facilidad con la que se puede entender la historia y la realidad de Lima -y del país entero- por medio de su arquitectura.

¿Por qué el Centro de Lima no está rodeado de barrios elegantes y ricos como sucede en otras ciudades del mundo?, fue una de las primeras preguntas que me hice, buscando documentarme para mi novela actual.

Revisando fotos y documentos históricos, me di de narices con lo obvio: por supuesto que el Centro Histórico estuvo parcialmente rodeado de tales barrios.

¡Él mismo fue un barrio de los llamados aristocráticos!

.

.

Algo que el paso de los años, la acumulación de mugre, polución, grajo y la pátina de la desidia y del olvido unida a la de la pobreza y la miseria hacen olvidar con facilidad.

Abraham Valdelomar, un escritor de comienzos del siglo pasado, dejó la siguiente frase, retrato de época de nuestro país:

«El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert  y el Palais Concert soy yo.»

(El Palais Concert fue un café-cine-bar en el que se reunía la élite intelectual limeña de comienzos del siglo pasado.

Por el Jirón de la Unión, una de las calles que circunda el Palacio de Gobierno y hoy una simple vía peatonal, muy popular, comercial y turística, los limeños de las clases -económicamente- más altas jironeaban, como en la década de los setenta larqueaban por la avenida Larco de Miraflores.)

(No existe constancia escrita de que Valdelomar pronunciara esa frase realmente.)

Basta recorrer avenidas como la Colmena y el Paseo Colón para reconocer lo mencionado.

O por la vía que une visceralmente Lima con Miraflores, la aún majestuosa avenida Arequipa, con su impresionante y continua arquitectura (mansiones, casonas y palacetes) que la cubre a lo largo de sus 6 kilómetros.

Empero, ¿por qué la huella ‘aristocrática’ (para llamarla de alguna manera) solo sigue en una sola dirección -hacia el sur- y no hacia el norte, el este ni el oeste del Centro de Lima?

Hacia el oeste, en dirección al Océano Pacífico y partiendo desde la Plaza San Martín, la arquitectura magnificente avanza un solo kilómetro, hasta la Plaza Dos de Mayo, y allí se detiene abruptamente.

Por el norte y el este: miseria mayoritaria por todos lados.

Es como si la ciudad hubiera nacido atrofiada por tres de sus cuatro lados, sin posibilidad de desarrollo ni prosperidad por ellos.

¿Por qué tiene el Centro Histórico de Lima prácticamente una sola dirección de acceso (la que viene de Miraflores) para los turistas?

La respuesta es doble, y sencilla, y la da la historia.

El nombre del actual distrito del Cercado, que comprende el Centro Histórico de Lima, por ejemplo, se debe a que era un barrio cercado, precisamente.

(Más detalles en la bitácora de Juan Luis Orrego Penagos, historiador limeño.)

La reducción del Cercado, cuyo nombre original era Doctrina de Santiago del Cercado, fue fundada en 1571.

Las reducciones eran pueblos en los que los españoles inmigrantes confinaban o reducían a los indios sobrevivientes y dispersos con el fin de cobrarles tributo, evangelizarlos y enviarlos a la mita (trabajos forzados).

La reducción amurallada del Cercado tenía solo tres puertas y la administración estaba a cargo de la Compañía de Jesús.

Hitler no inventó los guetos ni los campos de concentración, quiero decir.

La existencia de este pueblo-cárcel indígena, colindante con el llamado Damero de Pizarro y centro del poder virreinal español invasor de ese entonces, es lo que explica en gran parte el desarrollo de la huella ‘aristocrática’ solo en dirección sur.

Se trataba de alejarse de los llamados indios.

(Hay una segunda e interesante razón, que trataré en una entrada futura de esta bitácora.)

Como se ve en este y en otros aspectos de nuestra vida nacional, el racismo y la génesis de la pobreza (para luego huir de ella como si fuera un producto extraterrestre) han influido también en el desarrollo urbano y arquitectónico de Lima.

Quien se detiene hoy delante de los bellos edificios de la Plaza Dos de Mayo (haciendo un esfuerzo por ignorar por un momento la mugre, la polución y la desidia que la cubren), con su claro aspecto y trazo parisino (el arquitecto conceptor fue Claudio Sahut, un francés, precisamente), tiene que llegar a la conclusión de que la historia del Perú más reciente también tuvo sus épocas de relativo esplendor económico.

Curiosamente, los ochos edificios de tres pisos que circundan esa plaza fueron donación de un solo ciudadano, el hacendado trujillano Rafael Larco Herrera.

No es casualidad que el apellido corresponda al nombre del hospital psiquiátrico más conocido de Lima y sinónimo de manicomio para muchos: el Larco Herrera.

Fue su hermano Víctor quien hizo posible con su propio peculio, y su dedicación y esfuerzo personal, la creación de un nosocomio psiquiátrico que prescindiera de métodos inhumanos en sus tratamientos.

Así, pues, muchas obras importantes que aún perduran en Lima y hablan de cierto pasado de riqueza y bonanza fueron obra de particulares, no del Estado.

Personalmente, leo, casi radiográficamente, en la arquitectura limeña uno de nuestros grandes dramas como país:

La poca y aislada riqueza rodeada de excesiva y continua miseria.

Muy pocos ricos por un lado y demasiados pobres por todas partes: la riqueza mal repartida.

Y lo más bonito de la ciudad, muchas veces, obra de particulares y no del Estado.

Hoy que mi país elige en las urnas su futuro, creo que allí está también el principal miedo que se le tiene a Humala, uno de los dos candidatos.

El miedo a que ese orden de cosas, esa desigualdad, esa asimetría de siglos, esa indiferencia del Estado frente a las mayorías pobres, pueda cambiar.

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Una ex compañera del mismo colegio me cuenta que su hija le ha dicho:

«Mejor el salto al vacío que el salto al desagüe.»

Más que al vacío, un salto a lo desconocido, me digo.

No sé quién ganará las elecciones de hoy.

Por esas cosas que tiene la vida, podría decir que ‘conozco’ a los dos candidatos.

Humala es el segundo o tercero de siete hermanos, todos con nombres inusuales (algunos quechuas) incluso en nuestro país: Ulises, Antauro, Pachacútec, Katia, Cusi Coyllur e Imasúmac.

Con varios de ellos compartí el mismo colegio. No sé si Ollanta estaba entre ellos. Uno de sus hermanos era/fue mi compañero de salón, es lo seguro.

A Keiko Fujimori la ‘conocí’ (besito cortés de saludo y despedida, más un poco de conversación ritual o de compromiso) en una pequeña reunión a la que llegué de pura casualidad.

Richar, un amigo y músico peruano, en uno de esos arranques tan típicos de los limeños, me había llevado a un cumpleaños sin que yo conociera al cumpleañero, un músico cuyo nombre he olvidado.

A esa discreta reunión de unas diez a quince personas, llegó la entonces ‘primera dama’ oficial de la nación, hija del hoy ex presidente reo, rodeada de sus guardaespaldas. (Su padre, Alberto Fujimori, había retirado del cargo a su esposa Susana Higuchi cuando esta lo acusó de corrupción.)

Me llamaron la atención su trato afable, sencillo y abierto. Tal vez, simplemente, porque había esperado encontrarme con una creída, como decimos en Lima.

Sospecho que ganará Kako -perdón, Keiko- Fujimori.

(Aunque nuestro país se ha dado varias veces a sí mismo más de una gran sorpresa electoral.)

El apoyo que tiene es el del Gran Capital: inmensamente múltiple, omnipresente, poderosísimo y sutil.

Capaz de hacer olvidar, ignorar o soslayar a los electores que el fenómeno de Sendero Luminoso fue la expresión patológica de grandes presiones sociales contenidas y acumuladas a lo largo de siglos, en los que se construyó boyas de bonanza (de ahí el ejemplo de la Plaza Dos de Mayo) en medio de un mar de pobreza y desigualdad de oportunidades; y no la causa de ellas.

Un solo ejemplo de la sutileza y de lo absurdo de esta contienda:

La hija de un japonés nacido en Lima que reafirmó su ciudadanía japonesa para poder huir de la justicia peruana.

La ciudadana peruana casada con un usamericano y con asistentes extranjeros (como el ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani) y controvertidos personajes como PPK (candidato perdedor de la primera vuelta, peruano de padre alemán y madre francesa, que renunció a la nacionalidad peruana para obtener la usamericana y poder ser director de un banco en EEUU) a su lado.

La que representa a la derecha peruana que suele malvender sin ningún empacho nuestro país a empresas extranjeras con tal de enriquecerse (creando más presiones sociales).

Esa misma candidata se ha dado el lujo de criticarle a Humala apoyo de venezolanos y de brasileños allegados ¡de Lula!

La historia del Perú desde la llegada de los españoles inmigrantes ilegales de la época de Pizarro es también la historia documentada (hasta en la arquitectura de la ciudad) de la exclusión de las grandes mayorías indígenas y mestizas.

¿Dará mi país hoy el salto a lo desconocido o el salto de cabeza al desagüe?

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HjorgeV 05-06-2011

MI «PUNTUACIÓN TELEGRÁFICA»

Un pasajero lector de esta Bitácora Inútil -Luchín Gallardo León- me pregunta (¿desde Lima?) si he tomado algún modelo ajeno para escribir los párrafos como lo hago aquí:

Cortos, de una sola oración -por lo general- y, muchas veces, incluso, de una sola línea.

Mi respuesta:

No.

No he copiado a nadie esta forma de puntuación, separación y segmentación que llamaré ‘Puntuación Telegráfica’ para darle algún nombre.

Es algo que he ido «puliendo» por varias razones:

(El video que sigue no tiene nada que ver con esto, pero me ha fascinado por la transparencia de sus explicaciones, algo que admiro.)

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1.

Al comenzar esta bitácora, me propuse escribir textos de 5 páginas como promedio.

Fue un duro ejercicio, para también uno excelente como aprendizaje y práctica, que me llevó a aprender, entre otras cosas, que los textos parecen poseer una pauta musical.

Y que cada «extensión» (el número de páginas) requiere su propia melodía.

De la necesidad de hacer legibles esos mamotretos en la pantalla, empecé a separar los párrafos primero y, luego, continué acortándolos.

Siempre de acuerdo a cierta pauta musical, como decía.

En otras palabras: empecé a separar el texto para que “suene” mejor, esperando que fuera más agradable su lectura.

2.

La otra razón tiene que ver con este medio, con la Red.

Pronto me di cuenta de que es más fácil volverse un internauta gráfico o visual (y superficial) que un internauta lector (y más profundo).

Aunque se esté a la caza de buenos contenidos, la Red te atrapa fácilmente en su trama y te hace un zapero: un saltador compulsivo y cada vez más rápido en tus saltos.

Para que mis improbables lectores no se asustaran -por así decirlo- con mis largos textos, reduje al máximo no solo la longitud de las oraciones.

Sino también la de los párrafos.

Se me ocurrió que, si podía ir ‘engatusándolos’ o encandilándolos línea por línea, como quien jala un cebo o una carnada en cierta dirección, sería más fácil que llegaran al final.

3.

Llegado cierto punto, me di cuenta, por otra parte, de que esta forma de escribir aliviaba, propulsaba y activaba mi actividad pensante.

Por lo menos a mí, me resulta ahora más fácil articular pensamientos y razonamientos si utilizo esta forma de puntuación y separación parrafal (¿o parráfica?).

4.

También descubrí una ventaja en la escritura:

Como es más fácil ‘esconderse’ en un texto denso que en uno separado en oraciones y párrafos cortos (que quedan descubiertos “a la intemperie”).

El recurrir a estos últimos te obliga a expresarte clara y concisamente (independientemente de la longitud del texto).

Y te obliga, en consecuencia, a pensar también más claramente.

5.

La mejor visualización de mis textos, derivó también en una más fácil corrección de ellos para mí mismo.

6.

Hay o debe haber, sí, con todo, cierta influencia del alemán, mi segunda lengua. Sobre todo del alemán moderno y periodístico.

Si los grandes pensadores alemanes -como Nietzsche, Kant, Schopenhauer o Hegel- eran también famosos por sus densos textos, en los que las oraciones muchas veces tenían la longitud de párrafos.

(Y muchas veces entenderlos era, para empezar, una titanía -labor de titanes- lectora o lectoral.)

(La sintaxis del alemán no solo permite y alienta las oraciones largas; muchas veces, como la negación y el verbo van al final, hay que prestar verdadera atención también hasta el final.)

(Si alguien escucha «Ich liebe dich», el «yo te amo» del alemán, tiene que tener cuidado de que no haya un nicht al final: «Ich liebe dich nicht». Mientras que en nuestra lengua queda claro al principio: «Yo no te amo».)

El alemán moderno, por lo menos el de los medios de comunicación, es más telegráfico, por así decirlo.

Se permite, por ejemplo, licencias como la que me acabo de permitir (incluyendo, además, varios paréntesis en medio) y la que ahora me permito:

Separar en dos partes, oraciones que tradicionalmente eran/son indivisibles.

Todo en aras de una mejor comunicación y, por ende, de un mejor entendimiento.

7. Finalmente, debo sospechar que mi interés y fascinación por las matemáticas (me pasé un par de años estudiándolas) me llevan asimismo a tratar de expresarme en una especie de «unidades de pensamiento» y tender a imitar la certeza de una fórmula matemática, donde nada (ningún signo, letra o palabra) está de más.

Esperando haber respondido de forma clara la pregunta de Luchín Gallardo León, pregunto ahora:

¿Vale esta forma de puntuación solo para los textos de la Red en su escritura y su visualización (los que se escriben y se ven en una computadora)?

¿O también es aplicable a los libros y a los textos, en general, sobre papel?

No lo sé.

Tengo sentimientos y percepciones encontradas.

La novela El poder del perro de Don Winslow, por ejemplo, me irritó al comienzo por sus oraciones aisladas.

Me llegaron a parecer desencajadas, a pesar del uso esporádico que hacía/hace Winslow de ese recurso en ella.

Confieso que esas oraciones sueltas me causaban cierta aversión irracional.

Sin embargo, en la novela que estoy tratando de terminar (la quinta y también la quinta sin publicar) (no es una queja), he empezado a usar esta forma de puntuación más libremente.

Y me satisface.

Pienso, por esto, y salvo excepciones, que esta forma de Puntuación Telegráfica se presta más para su uso en la Red y, más concretamente, para su uso bitacorial.

Que para su uso en los libros de formato tradicional.

No puedo imaginarme -por ahora- leer un libro (de papel) escrito usando la puntuación, separación y segmentación de oraciones que he utilizado (exageradamente) en esta entrada (número 842 de esta bitácora).

Puede tratarse de una simple cuestión de comodidad visual, no lo sé.

Me despido con una gran pregunta derivada de lo anterior.

¿Requerirán los elibros -los libros electrónicos- también de una puntuación especial, algo parecido a esta telegráfica, para terminar de imponerse en el mercado?

.

.

HjorgeV 03-05-2011

«LOS JEFES» (Engendro)

..

Vengo a decirte que he llegado

al fondo de los infiernos

y que al abrir la escotilla

de una nube para orinar

he visto debajo a los dioses

riendo

en un descuido de sus jefes

de seguridad

all.

Tendríamos que volver a descubrir nuestra casa

aunque solo sea un departamentito con la puerta tan

pegada a la cama que no hay forma

de abrirla del todo al entrar

all.

(El verdadero tamaño de un refugio

no se mide en metros

se mide en miradas y recuerdos

En la capacidad de escorzar

del observador

Se mide en la mano mutua

en el deseo asimétrico que

traen las horas

del esfuerzo)

all.

Tendríamos que volver a aprender a

descubrir los instantes en las

cosas, reconocerlas por el valor

que agregan a nuestras vidas:

la simple cuchara

que nos ayuda a alimentarnos

o la sencillez geométrica de una

cama

all.

(Las cosas también tienen un alma que vaga

sin rumbo en alguna dimensión desconocida

Las paredes también se deben doler con el llanto

de un niño cuando es injusto)

all.

Tendríamos que volver a inventar nuestras

vidas,

partir de pequeños recuerdos

sin olvidar que el futuro siempre es esa parte

insaciable de lo que se sueña cada día

.

Tendríamos que salir a las calles a luchar por el

Instante

ese pajarito que levanta vuelo

cada vez que nos acercamos

all.-espantado-

all.

Tendríamos que aprender

de la lluvia

del mar cuando besa la playa

De la paciencia i-límite de

una simple

piedra que observa todo como

un dios real

Aprender del poder de una lágrima

vibrante

all.

O acaso tendríamos que dejarlo todo

y dedicarnos solo a contemplar a los

dioses riendo

allá abajo

ajenos a toda culpa

completamente confiados en sus jefes de seguridad

(también los dioses tienen derecho al solaz después de tanta

creación fallida)

all.

.

HjorgeV 01-06-2011