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El amor, ese contrato a ciegas e irresponsable
con el futuro, que firmaste con sangre de tus
labios. Ser agua y pan ahora. La humedad de
su boca. El ansia que te acongoja, mientras
el mar te observa sorprendido y acezante.
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No son muchas las formas de ser feliz
y solo en una de ellas su sonrisa delimita
la comarca de lo lejanamente posible.
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Abrumado por tantas incertidumbres caes
sobre la arena como un muñeco inútil.
Preguntarle alguna vez a un pescador
por qué pesca, a un niño por qué vive.
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Azul. Más allá y antes del cielo.
Azul. Hasta donde alcanzan tus ojos.
En medio, un sol radiante, descolocado,
a punto de disculparse por pender ahí, inmóvil.
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Años como las hojas de un gran árbol
que ha empezado a perecer o las piezas olvidadas que
caen de una alacena al querer sacar algo de su fondo:
no es posible adelantarse a nada en la vida.
El tiempo es un guardián inmisericorde.
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Hasta el cuello en la marea que te
arrastra sin detenerse ni
permitirte sombra alguna.
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Su recuerdo es la piedra que acabas de
lanzar hacia las olas para no imprecar al olvido.
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Escribir entonces para salvar un recuerdo
desfigurado. Escribir como máscara de los días,
de las contemplaciones y pasos, de cada señal y
gesto que harás cuando hayas desaparecido de su
memoria. El amor es todo aquello que engrandece,
eleva y amplía nuestra vida, dejó escrito Kafka. Le faltó
añadir: hacia toda altura, profundidad y ángulo,
hasta perderte de vista a ti mismo.
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HjorgeV 18.05.2018