Vi el partido de Alemania con Inglaterra rodeado de una cincuentena de mis convivientes teutones.
Cómo ha cambiado este país.
Niños, adultos y ancianos, familias enteras, parejas y desconocidos compartiendo su tiempo libre para contemplar un partido del deporte que hasta no hace muchos era sinónimo de proletario, rudeza y mal gusto en Yérmani.
El cambio ha ocurrido en apenas un lustro.
Hasta antes del Mundial alemán del 2006, nadie habría creído que las cosas se desarrollarían como ahora se puede ver por toda Alemania: banderitas, banderines y banderolas (los colores más odiados de la Segunda Guerra Mundial) en las casas y los automóviles, pintados en los rostros del alemán común y corriente; interés general por el Mundial.
No es algo generalizado, pero comparado con la indiferencia del pasado (pienso en el Mundial antepasado, por ejemplo) es un cambio brutal.
¿Qué ha ocurrido?
Hay varios factores que lo explican.
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Las generaciones que tenían problemas para expresar sus sentimientos nacionalistas por temor a ser confundidos con los nacionalsocialistas -los nazis- empiezan a desaparecer. Los jóvenes ven el pasado de su país como algo lejano que no les atañe.
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El crédito del llamado Milagro Alemán en pleno auge del turismo. De pronto, los alemanes empezaron a viajar masivamente, y, en vez de encontrarse con desprecio internacional por su pasado nazi, descubrieron que eran admirados por todo el mundo. Que no tenían que avergonzarse de su bandera.
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Las nuevas tecnologías y la bonanza económica. Para evitar quejas por el contingente limitado de entradas a los estadios en el último Mundial y puesto que más o menos cualquier ciudadano alemán podía pagar su entrada a cualquier estadio, los gobiernos locales decidieron organizar centros de proyección pública gratuita de los partidos por todo el país. Por su parte, cualquier bar o restaurante ofrecía su propia pantalla gigante. Nació así una nueva forma de entretenimiento masivo.
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El Papa alemán. Alemania no solo había dejado de ser recordada por su pasado nazi, ahora resultaba que uno de sus ciudadanos también podía ser un guía religioso mundial. Otro motivo más de orgullo.
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El auge de los espectáculos masivos al aire libre. En los últimos diez años se ha multiplicado este tipo de actividades en este país. Lo que empezó como un negocio propiciado por la crisis económica que sucedió a la implantación del euro, se ha convertido en una manía: nada que no reúna miles de personas de golpe vale la pena.
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La suerte del equipo alemán. A pesar de su juego simple y ramplón de las últimas décadas, el equipo de Alemania no ha dejado de ser lo que aquí se denomina un “equipo de torneos”, es decir, uno que se crece en este tipo de campeonatos cortos como el Mundial. De haber sido eliminados en la primera fase de su propio Mundial o en la de este africano, otra habría sido la historia.
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El afán de diversión del alemán trabajador. Aunque el alemán sigue siendo un tipo aburrido y desabrido como dicta el cliché, cada vez más las nuevas generaciones adoptan nuevas modas y costumbres que están empezando a hacer trizas lugares comunes como ese. El alemán de ahora quiere divertirse más y trabajar menos.
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Alemania acaba de descubrir que ser multirracial y multicultural tiene más ventajas de las conocidas. Las ansias de la mayoría de los alemanes de no ser tomados injustamente por racistas, es algo que con este equipo mestizo se ve más que satisfecho. Los alemanes saben que alentando al equipo de Löw están alentando a sus turcos, polacos, africanos, españoles y brasileños, lanzando así, de paso, un mensaje positivo indirecto a sus convivientes de origen extranjero.
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Las eliminatorias. A diferencia de lo que sucede en otras partes del mundo, como en África y Sudamérica, Alemania tiene una ronda eliminatoria relativamente fácil: Rusia, Finlandia, Gales, Azerbaiyán y Lichtenstein, fueron los países de la última. Los alemanes saben que su equipo estará más o menos con cierta «garantía» en los próximos mundiales.
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El nuevo equipo alemán, símbolo de una nueva identidad alemana. Jugar bien al fútbol y hacerlo exitosamente, es algo saludable y bien recibido. Si además coadyuva a la formación de una nueva identidad alemana (orgullosa y no vergonzosa de sus símbolos patrios) en la que la alegría ya no es potestad de los españoles o italianos (según dictaba un cliché alemán), entonces sea más que bienvenido este nuevo equipo alemán y sus triunfos.
¿Qué sucederá cuando Alemania sea eliminada en su próximo partido contra Argentina o en el siguiente, de tener la suerte de ganarle a los gauchos?
En el Mundial del 2006 el equipo llegó a la final sin haber jugado bien y eso se lo tomaron los alemanes muy deportivamente: segundo puesto, por favor, qué más podemos querer.
Hoy todo puede cambiar si en el próximo partido Argentina le da una paliza, por ejemplo. Entonces, el sueño alemán se caería por los suelos y todos correrían a esconder sus banderitas y despintarse los rostros.
La (nueva) afición alemana es tan reciente que no sabe qué es perderse un Mundial, ser eliminado en la primera ronda o no pasar a una semifinal, por ejemplo.
Por ahora todo es sueño y encanto, pero habrá que ver cómo reacciona esta afición, relativamente engreída con triunfos y un Mundial en casa, ante la derrota.
Si sabrá apoyar a su equipo también en los momentos amargos.
O si solo se trataba de un apoyo comodón, gratuito e interesado.
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HjorgeV 28-06-2010