LA NUEVA AFICIÓN ALEMANA

Vi el partido de Alemania con Inglaterra rodeado de una cincuentena de mis convivientes teutones.

Cómo ha cambiado este país.

Niños, adultos y ancianos, familias enteras, parejas y desconocidos compartiendo su tiempo libre para contemplar un partido del deporte que hasta no hace muchos era sinónimo de proletario, rudeza y mal gusto en Yérmani.

El cambio ha ocurrido en apenas un lustro.

Hasta antes del Mundial alemán del 2006, nadie habría creído que las cosas se desarrollarían como ahora se puede ver por toda Alemania: banderitas, banderines y banderolas (los colores más odiados de la Segunda Guerra Mundial) en las casas y los automóviles, pintados en los rostros del alemán común y corriente; interés general por el Mundial.

No es algo generalizado, pero comparado con la indiferencia del pasado (pienso en el Mundial antepasado, por ejemplo) es un cambio brutal.

¿Qué ha ocurrido?

Hay varios factores que lo explican.

  1. Las generaciones que tenían problemas para expresar sus sentimientos nacionalistas por temor a ser confundidos con los nacionalsocialistas -los nazis- empiezan a desaparecer. Los jóvenes ven el pasado de su país como algo lejano que no les atañe.

  2. El crédito del llamado Milagro Alemán en pleno auge del turismo. De pronto, los alemanes empezaron a viajar masivamente, y, en vez de encontrarse con desprecio internacional por su pasado nazi, descubrieron que eran admirados por todo el mundo. Que no tenían que avergonzarse de su bandera.

  3. Las nuevas tecnologías y la bonanza económica. Para evitar quejas por el contingente limitado de entradas a los estadios en el último Mundial y puesto que más o menos cualquier ciudadano alemán podía pagar su entrada a cualquier estadio, los gobiernos locales decidieron organizar centros de proyección pública gratuita de los partidos por todo el país. Por su parte, cualquier bar o restaurante ofrecía su propia pantalla gigante. Nació así una nueva forma de entretenimiento masivo.

  4. El Papa alemán. Alemania no solo había dejado de ser recordada por su pasado nazi, ahora resultaba que uno de sus ciudadanos también podía ser un guía religioso mundial. Otro motivo más de orgullo.

  5. El auge de los espectáculos masivos al aire libre. En los últimos diez años se ha multiplicado este tipo de actividades en este país. Lo que empezó como un negocio propiciado por la crisis económica que sucedió a la implantación del euro, se ha convertido en una manía: nada que no reúna miles de personas de golpe vale la pena.

  6. La suerte del equipo alemán. A pesar de su juego simple y ramplón de las últimas décadas, el equipo de Alemania no ha dejado de ser lo que aquí se denomina un “equipo de torneos”, es decir, uno que se crece en este tipo de campeonatos cortos como el Mundial. De haber sido eliminados en la primera fase de su propio Mundial o en la de este africano, otra habría sido la historia.

  7. El afán de diversión del alemán trabajador. Aunque el alemán sigue siendo un tipo aburrido y desabrido como dicta el cliché, cada vez más las nuevas generaciones adoptan nuevas modas y costumbres que están empezando a hacer trizas lugares comunes como ese. El alemán de ahora quiere divertirse más y trabajar menos.

  8. Alemania acaba de descubrir que ser multirracial y multicultural tiene más ventajas de las conocidas. Las ansias de la mayoría de los alemanes de no ser tomados injustamente por racistas, es algo que con este equipo mestizo se ve más que satisfecho. Los alemanes saben que alentando al equipo de Löw están alentando a sus turcos, polacos, africanos, españoles y brasileños, lanzando así, de paso, un mensaje positivo indirecto a sus convivientes de origen extranjero.

  9. Las eliminatorias. A diferencia de lo que sucede en otras partes del mundo, como en África y Sudamérica, Alemania tiene una ronda eliminatoria relativamente fácil: Rusia, Finlandia, Gales, Azerbaiyán y Lichtenstein, fueron los países de la última. Los alemanes saben que su equipo estará más o menos con cierta «garantía» en los próximos mundiales.

  10. El nuevo equipo alemán, símbolo de una nueva identidad alemana. Jugar bien al fútbol y hacerlo exitosamente, es algo saludable y bien recibido. Si además coadyuva a la formación de una nueva identidad alemana (orgullosa y no vergonzosa de sus símbolos patrios) en la que la alegría ya no es potestad de los españoles o italianos (según dictaba un cliché alemán), entonces sea más que bienvenido este nuevo equipo alemán y sus triunfos.

¿Qué sucederá cuando Alemania sea eliminada en su próximo partido contra Argentina o en el siguiente, de tener la suerte de ganarle a los gauchos?

En el Mundial del 2006 el equipo llegó a la final sin haber jugado bien y eso se lo tomaron los alemanes muy deportivamente: segundo puesto, por favor, qué más podemos querer.

Hoy todo puede cambiar si en el próximo partido Argentina le da una paliza, por ejemplo. Entonces, el sueño alemán se caería por los suelos y todos correrían a esconder sus banderitas y despintarse los rostros.

La (nueva) afición alemana es tan reciente que no sabe qué es perderse un Mundial, ser eliminado en la primera ronda o no pasar a una semifinal, por ejemplo.

Por ahora todo es sueño y encanto, pero habrá que ver cómo reacciona esta afición, relativamente engreída con triunfos y un Mundial en casa, ante la derrota.

Si sabrá apoyar a su equipo también en los momentos amargos.

O si solo se trataba de un apoyo comodón, gratuito e interesado.

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HjorgeV 28-06-2010

NUNCA MÁS AL SUR (Engendro)

Y

Nunca más al sur

A los atardeceres lilas

a la flor de los encuentros

al libro de las postergaciones

Nunca más al sur

y

Henchido de deseos

simples y primarios

elatos como los de los demás seres

me acogollo y

me atulanto con tu solo nombre:

Sur

y

Nunca más al Sur:

porque el amor es una planta

extraña y

de una sola flor

yyytan bella

que puede marchitarse al primer

contacto

y

Y los atardeceres también se me atraviesan

cuando son un ejercicio de

nostalgia

pura

y sigues sin aparecer

Sur

y

HjorgeV 27-06-2010

LOS ROSTROS DEL MUNDIAL

Las ciudades suelen tener varias caras, diversos rostros.

A mí me fascinaban especialmente las horas del amanecer limeño en tiempos de calor, cuando la ciudad todavía dormía pero ya empezaba a desperezarse.

Después están los rostros de cualquier ciudad de día y de noche.

Las ciudades en invierno y en verano.

O cuando se visten de fiesta o de luto.

Una novia alemana me dijo una vez en Lima, antes de que yo siquiera soñara con abandonar mi país y menos para llegar al suyo, que lo que más extrañaba, lo que más echaba de menos de su país, eran las estaciones del año.

El cambio de la naturaleza, de la vegetación, especialmente, a lo largo del año; el desfile de colores en el paisaje y los cambios de temperatura; la acción del agua en todas sus formas sobre la superficie terrestre.

Como limeño, acostumbrado a dos estaciones anuales (tiempo de frío y tiempo de calor, ambos sin lluvia), esas eran cosas que no podía entender porque simplemente no podía imaginármelas. El limeño vive soñando con una estación permanente de calor. Y, como cualquier ser humano cualquiera, cuando esta llega puede llegar a maldecirla.

No es diferente aquí en Alemania.

Ayer, el rostro que mostraba Colonia me tomó completamente por sorpresa.

Había ido al aeropuerto a recoger a mi madre que venía de Lima y, al regreso, para variar, volví a confundir las autopistas.

El que ha nacido aquí no tiene mayores problemas. Sabe desde niño que la A3 lleva a tales y cuales ciudades, lo mismo de la A1, 2 y 4, y que la 59 te puede llevar a Dusseldorf lo mismo que la 52. Y que alrededor de Colonia existe un nudo de autopistas que todos conocen.

Menos yo.

Por temor de ir a parar a Dusseldorf u otra ciudad, tomé el primer desvío hacia Colonia y me resigné a atravesarla de cabo a rabo. Me dije que de paso estaría haciendo de guía turístico para mi madre y me lo tomé de buen grado.

Escogí una ruta por la que no había pasado por lo menos dos años. La última vez había sido en invierno, los árboles estaban desnudos, las calles se habían quedado casi desiertas por el frío y la nieve blanqueaba el paisaje urbano como lo hace solo cada decena de años en esta región.

Mis hijos me hicieron recordar que entonces había detenido nuestra camioneta y me había bajado y me había puesto a bailar sobre la nieve.

Ya ni lo recordaba.

Y sí, era cierto. Había visto la ciudad nevada después de muchos años entonces y había recordado mi primera nieve en Colonia, como quien recuerda la inocencia perdida, y había querido celebrarlo con un baile corto y solitario sobre el níveo suelo, ante la atónita mirada de mis convivientes alemanes.

¿Quién detiene su automóvil en una ciudad para ponerse a bailar sobre la nieve?

Ayer venía tenso del aeropuerto porque, confiado en los sistemas de información, esperé en la salida indicada, pero se había tratado de un error informativo y pasamos un buen susto al ver que no llegaba mi madre.

Felizmente, un joven alemán y una venezolana la habían ayudado todo el tiempo y la acompañaron hasta que la pude ubicar.

De la emoción, les agradecí efusivamente el gran favor desinteresado a los dos y me despedí casi entre lágrimas, pero olvidé preguntarles si podía hacer algo por ellos. Llevarlos en la camioneta, por ejemplo.

Faltaba poco menos de una hora para el inicio del partido cuando empezamos a cruzar la ciudad y las calles ya habían empezado a transformarse: los colores de la bandera alemana se podían ver en los rostros de los coloneses, en banderas colgando de las ventanas y en los banderines de los automóviles.

En varios puntos claves se veían enjambres tupidos de bicicletas que nunca antes había visto en mis largos años en este país. (Para poder beber, la gente deja sus automóviles y se mueve en dos ruedas.)

Cómo ha cambiado Alemania, pensé, de la mano de la tecnología de las telecomunicaciones (pantallas gigantes y televisores de plasma) y de cierto creciente interés por el fútbol que antes no existía en Teutonia.

Mi primer Mundial en este país, justamente el de la Mano de Diego en el 86, lo vi casi clandestinamente (porque había que oscurecer la sala por completo para ver las imágenes y el público era escaso), en el único bar universitario colonés que en ese entonces ofrecía ese servicio, rodeado de los pocos latinos que había entonces en Colonia y un par de universitarios alemanes más despistados que nada.

Hoy, y desde el Mundial de Alemania hace cuatro años, ya se ha generalizado el llamado Public Viewing: un neologismo para referirse a las retransmisiones gratuitas hechas en pantalla gigante para grandes masas humanas.

(Curiosamente, la expresión se usa en el ámbito anglosajón también para referirse a un velorio público, como el que se usa para honrar a ciertos personajes importantes. Así como aquí el celular o móvil se llama Handy, y todos creen que es un uso inglés o norteamericano.)

En Berlín, por ejemplo, se reunieron ayer nada menos que cerca de 300.000 personas para ver el partido contra Ghana frente a la Puerta de Brandenburgo.

El fútbol, la nueva religión, está cambiando a este país de gente que vive aislada, a esta nación de mentes cerradas y mentalidades muchas veces hurañas.

El Mundial ha conseguido volver a sacar a los alemanes a las calles para vivir pública y colectivamente una serie de emociones que en otras ocasiones (entierros, bodas, simples cumpleaños) no son expresadas: euforia, alegría, arrebato, llanto, decepción, júbilo, alivio, terror.

Los alemanes han descubierto un nuevo entretenimiento: gritar, vibrar, temblar y hasta llorar en masa.

(Hitler debió intuir esa inclinación del pueblo teutón -¿o es humana?- y la usó para sus dementes fines.)

LA MANO DE DIOS

Un lector hondureño -Román Pineda- me ha hecho recordar todo esto y también mi primer Mundial en Alemania al mencionar la doble mano de Fabiano en el partido de Brasil contra Costa de Marfil.

Así fue, efectivamente.

Por otra parte, menciona la conducta del árbitro francés que dirigió el partido entre Brasil y Costa de Marfil, quien habría advertido la mano de Fabiano y le preguntó al respecto para cimentar su decisión de aprobar el gol.

Esto es algo que no se ha comentado mucho. Curioso, porque ¿desde cuándo un juez consulta a un jugador para poder tomar sus decisiones?

Lo que sí no se ha mencionado, por lo menos no abiertamente en los medios alemanes, es la mano de Lahm ayer en la puerta del arco germano.

En la repetición se ve claramente que la pelota le golpea en el brazo derecho y no solo en el pecho.

Los comentaristas de la televisión alemana ignoraron por completo el asunto ayer y hoy la principal revista deportiva de este país, Kicker, lo menciona entre paréntesis y como una pregunta: “con el pecho (¿y con el brazo?)”.

Otra vez en este Mundial, un equipo africano es el perjudicado. Y otra podría haber sido la historia si esa mano alemana le hubiera costado a Ghana el paso a la siguiente ronda.

Si Fabiano dijo que no, obviamente mintió. Después aprovechó la ocasión para compararse con Maradona al declarar: “Quizás fue la mano sagrada de dios”.

Muchos pensamos que cuando El Pelusa dijo que “si ha habido una mano, ha sido la de dios” no había mentido pues se estaba refiriendo a sí mismo (considerándose dios o un dios).

Pues no, porque luego en su biografía declaró lo siguiente:

«Ahora sí puedo contar lo que en aquel momento no podía, lo que en aquel momento definí como “La Mano de Dios” Qué mano de dios, ¡fue la mano de Diego! Y fue como robarle la billetera a los ingleses también.»

Pienso que el gol con la mano de Maradona no se puede comparar al de Fabiano con los brazos.

El primero fue un gran acto de picardía y de coordinación física que consiguió convencer al árbitro de su falsa validez.

Una falsificación perfecta.

El del brasileño, a pesar de su belleza por los dos sombreros seguidos y el buen disparo final, es un manual de cómo no hay que utilizar los brazos al parar el balón con el pecho.

En el primero, Maradona no tenía más que ese recurso ilegal para hacer su gol falso. Fabiano, en cambio, también pudo haber hecho su gol de forma reglamentaria de haber tenido más cuidado.

Por lo demás, el partido de Argentina contra Inglaterra de México 86 tenía un cariz especial porque cuatro años atrás, en 1982, los militares de la dictadura argentina habían decidido recuperar en acto populista las Islas Malvinas (invadidas desde 1833 por Inglaterra y que Argentina sigue reconociendo como suyas) y el tiro les había salido por la culata.

La llamada Guerra de las Malvinas fue no solo un fiasco que precipitó la caída de la dictadura argentina, fue también una matanza absurda en la que murieron más de 900 personas: 649 militares argentinos, 255 británicos y 3 mujeres isleñas cuya casa fue bombardeada por error.

La mano dura de la Dama de Hierro Margaret Thatcher fue “vengada” así con la mano falsificadora de un joven argentino que provenía de los estratos más pobres del país que alguna vez había llegado a ser una potencia mundial y que en esos años andaba metido en una crisis de la que hasta ahora no se ha podido recuperar del todo.

Algo interesante que anotar respecto al gol falso de El Pelusa:

El locutor argentino se alegra por el gol ilegal de Maradona, pero reconoce abiertamente que ha sido hecho con la mano, como se puede apreciar en este video.

Mientras que anoche con la mano de Lahm los comentaristas alemanes se hicieron simplemente los suecos, a pesar de la nitidez de las imágenes.

Y con ellos millones de alemanes delante de cientos de pantallas gigantes por todo el país.

Italia se ha despedido.

De los llamados «grandes» (qué término tan anticuado) solo quedan Alemania y Brasil.

Invito a apostar por Chile y Paraguay -a pesar del antifútbol de este último, junto con mi apuesta primera por Argentina- para llevarse esta Copa del Mundo.

Pero no porque sean los mejores.

Solo porque creo que si Argentina o Brasil no se la llevan, esta copa será sudaca.

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HjorgeV 24-06-2010

EL D10S QUE NOS MERECEMOS

De Maradona y, en general, de los latinoamericanos, el alemán se suele burlar.

Es su forma de ser, para replicar también con un cliché.

Lo hace con más, menos o ningún cuidado, con mayor o menor discreción, pero es un lugar bastante común. Como si quisieran decir:

¡Tantas riquezas naturales, tanto pasado y cómo están ustedes los latinoamericanos!”

Lo suelen hacer de buen grado, como queriendo imitar el buen humor que ellos nos atribuyen -también como un cliché- y como si hacerlo encajara con nuestra idiosincrasia y así no se notara.

En el partido de Chile contra Suiza, se volvió a repetir la figura.

Cuando se produjo la expulsión de Valon Behrami por un manotazo a Arturo Vidal, nadie menos que el teatral Oliver Kahn fungiendo de comentarista para la televisión alemana, espetó indignado:

¡Típico sudamericano!”

Se refería a la caída teatral del chileno, llevándose las manos a la cara para expresar su dolor y así provocar la amonestación del rival suizo.

Al margen de si lo de Vidal era solo teatro o no, cuando un jugador suizo hizo lo mismo en un incidente mucho menos intenso pocos minutos después, Kahn, por supuesto, no dijo:

“¡Típico suizo!”

De Mundiales ya pasados, y, en general, de los comentaristas deportivos, recuerdo el especial encono con que los alemanes suelen tratar a Maradona.

Eso es algo que ahora, por su posición de entrenador de su país, se ha generalizado.

-Será todo lo bueno que quiera -me dijo una de mis vecinas el otro día, viendo un partido en su casa-, pero dicen que como persona es una calamidad.

Bueno, lo he traducido «civilizadamente», por así decir.

Por lo demás, equivalentes de cocainómano o coquero, y drogadicto, son los términos que se suelen usar para referirse a Diego Armando Maradona.

¡Una persona con problemas de drogadicción!, nada menos.

No importa que este Mundial esté patrocinado por una droga (el alcohol que vende Heineken con sus cervezas) ni que los alemanes con sus 116 litros por persona por año lideren las listas de consumo mundial de cerveza.

Maradona es sudamericano.

Que es, más o menos, como decir «culpable».

Vamos, estoy exagerando. Pero no demasiado.

Sin embargo, todo está cambiando en estos días.

Empiezo a percibir un nerviosismo generalizado entre mis convivientes teutones.

Los alemanes empiezan a temer que su selección no pase siquiera de la primera ronda y ya empiezan a redistribuirse sus preferencias.

Si esta noche Alemania pierde, muchos alemanes tomarán entonces a Brasil como guía espiritual.

El segundo partido del equipo de Robinho y Kaká (este último -sudamericano- no hizo ningún teatro cuando lo expulsaron injustamente en el partido contra Costa de Marfil porque Kaider Keita se llevó teatralmente las manos a la cara a pesar de haber sido tocado por el brasileño en el pecho), por ejemplo, lo vi en un restaurante latino al lado de una pareja de alemanes que primero tomé por brasileños por sus camisetas de la Canarinha.

No son los únicos en este país.

Puede parecer una paradoja esta inclinación, pero no olvidemos que, después de todo, los brasileños están jugando como alemanes: a Dunga le importa el triunfo, todo lo demás no.

EL SÍNDROME HITLER

A este reacomodamiento -que se da en también en la política de este país y que no creo que sea una característica solo alemana- lo llamaré el Síndrome Hitler.

Es lo que podría explicar el ascenso y el auge del nacionalsocialismo en este país.

Podrá ser todo lo malo que quieras”, habrán dicho muchos alemanes en su momento, “pero allí está Hitler: victorioso y manteniendo el país en orden”.

Es lo que explica también, se me ocurre ahora, los disparates criminales de los poltíticos israelíes en los últimos tiempos y, obviamente también, la derechización de la política europea de los últimos años: la gente empieza a tomar partido por alguien o algo y no desea hacerlo por quien considera perdedor.

¿Cuántas elecciones de las llamadas democráticas por todo el mundo se habrán resuelto no por convicciones políticas sino por esa tendencia humana a alinearse con el ganador?

Bueno, pues.

De seguir las cosas como van, es probable que el alemán termine reconciliándose con nadie menos que con Maradona.

De salir Argentina campeón mundial, me atrevo a decir que muchos alemanes le perdonarán casi todo, como a Hitler, cuando empezó a sentirse el amo del mundo y a actuar consecuentemente.

Aquí en Alemania, incluso, se usa mucho un dicho –Ende gut, alles gut– de difícil traucción y que proviene del título de una obra de Shakespeare, All’s well that ends well.

A buen final no hay mal principio. Bien está lo que bien acaba. Lo importante es cómo terminan las cosas.

Un buen final hace olvidar todo lo demás.

Si Jesús -dice ese cuento de hadas que es la Biblia- murió para resucitar, ¿qué mejor explicación para las escapadas de Maradona, y que lo llevaron al borde de la muerte justamente, que haberle servido para poder resucitar en este Mundial?

¿Qué mejor demostración de la existencia de D10S (por el número 10 de su camiseta) que su resurrección?

Si dios existiera (y fuera sensato, honrado y trabajador), entonces acaso estarían prohibidos los Mundiales y él estaría dedicado a resolver los verdaderos problemas del mundo.

(Y volvería a haber Mundiales de Fútbol cuando consiguiera resolver la pobreza, la injustica, la violencia y el hambre planetarios).

Como dios no existe (o, por lo menos, se hace el desentendido), acaso tengamos que contentarnos con uno terrestre.

Un dios más hecho a nuestra medida: pletórico de errores y absurdos, tonterías, peligros y contradicciones.

Uno de grandes triunfos y grandes derrotas.

Uno de grandes pasos y graves caídas.

Un dios tonto e inteligente. Glorioso y desastroso a la vez.

Cariñoso, eso sí.

Como Maradona.

Acaso el D10S que más nos merezcamos.

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HjorgeV 23-06-2010

ESTUPIDEZ SUECA: ESTULTICIA MUNDIAL

Me sorprende este mundo.

En medio de la peor crisis económica -acaso- de toda la historia de la humanidad (porque ahora la crisis es global, recién acaba de empezar y los mercados y las economías están tan imbricados entre sí que un paso al abismo financiero de uno puede arrastrar a todos), en un país del llamado ‘Primer Mundo’ (con esto ha demostrado que Suecia no lo es) se escenifica una fastuosa escena propia de un cuento de hadas pero pagada con el dinero de los propios contribuyentes suecos.

Esto tiene varios nombres.

Para empezar, estupidez.

Que un grupillo minúsculo de personas se crea sus propios cuentos de sangre azul, noblezas y princesas, puede ser motivo de burla para muchos, a lo más.

Pero cuando esos ‘derechos’ están consagrados en las constituciones de varios países de los llamados ‘desarrollados’ y se sufragan con el dinero de todos sus contribuyentes, entonces, más que estupidez, es un disparate.

Y un abuso, de paso, contra todos aquellos que no tuvieron la ‘suerte’ de nacer privilegiados por el mismo Estado y conforman los ejércitos de desempleados (un millón en Suecia), pobres y olvidados, y gente sin ventajas innatas que también tiene Suecia.

Además está el culto (estatal) a la personalidad, que es justamente uno de los más graves problemas actuales de la política internacional actual: baste mencionar los casos de Corea del Norte, Irán y Cuba, por ejemplo.

Le comenté todo esto a una pareja de mujeres alemanas y me hicieron notar algo: el flujo de turistas atraídos por este espectáculo propio de Disneylandia es tal que puede haber resultado un gran negocio para Suecia.

¿Justifica el lucro, la ganancia, esto? ¿Es decir, la proclamación estatal de la vanidad, la propaganda mundial de lo fatuo?

En nuestro mundo actual, por lo visto, sí.

Dejar en el desempleo y sin techo a millones de personas por todo el orbe para poder garantizar la rentabilidad de empresas privadas, es decir, para garantizar el aumento de la ganancia de un grupillo de inversores o dueños ricos que deberían saber y respetar que las bancarrotas forman parte del -su propio- sistema, se ha vuelto algo normal.

Hacerlo con el dinero del Estado, o sea, de todos, también.

La estupidez de la economía, vale decir, quitarle al pobre para hacer más rico al rico ahíto (si la idea es Estimular el Consumo, ¿por qué permitir más acumulación de riquezas de quien no tiene mil vidas para gastarlas y no dárselas mejor a quien sí podría consumirlas inmediatamente y, además, las necesita con urgencia?), se ha trasladado ahora a la vida social.

Cuando los presidentes o poderosos africanos organizan sus propios fastos absurdos, Occidente se levanta soliviantado.

¿Cómo se puede hacer eso en un continente que se muere de hambre?, se pregunta, verdaderamente indignado.

¡Los africanos llevan siglos esperando copiar los fastos de Occidente que antes se hacían pagados con su trabajo gratuito y a punta de látigo y dolor!

(Sin olvidar lo del secuestro de por vida que era la esclavitud y sin soslayar que ahora Occidente le regala migajas de su pan a África a cambio de siglos de explotación inhumana y lucro propio. Y mal aprovechado, de paso.)

Y si esto no basta como discurso, entonces se podría hacer ahora la misma pregunta a los suecos y ponerles un solo argumento:

¿Cómo se puede hacer esto en un mundo en el que se nos muere un niño de pobreza cada tres segundos?

Empero, la estupidez no es solo sueca.

Aquí en Alemania (en la Alemania progresista que pretendía ser diferente después del Holocausto, en un mundo ávido de lucro y de acumulación diogénica de riquezas) los medios de comunicación -con los estatales a la cabeza- se han pasado estos días aplaudiendo turulecos frente a los fastos suecos.

Y aquí están mis convivientes alemanes, lejos de sus sueños de una sociedad mejor, más justa, culta y solidaria, babeando frente al cuento de hadas sueco y al borde de las lágrimas porque esa otra fábula infantil que es el fútbol puede terminar en una tragedia temprana para ellos.

¡Oh, Progreso!

Muy bien, los que gustamos del ajedrez que se juega con los pies, deberíamos ser justos con los que babean -literalmente- ante las bodas de princesas de trajes de cola de varios metros (símbolo temprano histórico de abundancia) y príncipes que antes eran sapos (otro símbolo temprano de la coincidencia en un 99% del mapa del genoma humano con el del ratón).

El fútbol también se puede leer como una fábula infantil (tiene sus reyes desnudos, sus patitos feos, su Cenicienta inicialmente despreciada y sus sastrecillos valientes) y el Mundial -con sus fastos propios y millonarios- también se hace en el mismo continente que se muere de hambre.

(Por lo menos no es asunto estatal. Qué consuelo.)

Fútbol frente a la Prensa del Corazón.

La Sublimación de la Guerra versus la Vanidad Pura.

Ejercicio Muscular frente al Ejercicio de lo Fatuo.

Estupidez contra Estulticia, acaso no con poca justificación, podría decir alguno.

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HjorgeV 20-06-2010

EL MUNDIAL DE LOS QUE LA SABEN MOVER

Vi el partido de Alemania contra Serbia en “campo” alemán.

Fue en un patio de una antigua granja de este pueblucho de la periferia de Colonia que ahora acoge varios cómodos departamentos y oficinas.

Había una pantalla gigante, salchichas a la parrilla y cerveza (a un euro el vaso de 0,2 L), buen ambiente general, con mis vecinos alemanes -todos, unos 250 en total- convencidos de que el juego contra Serbia sería otro paseito.

Antes del partido hice dos apuestas.

-Uno a uno -le dije primero a la joven que se encargaba de recibirlas.

-¿Uno a uno? -me preguntó con extrañeza. Otra que estaba cerca, y me conocía, dijo: “Es que no es alemán”.

-No es por eso -dije-. Deseo que gane Alemania, pero otra cosa es la realidad. Mi segunda apuesta es 1-2.

-¿Contra Alemania?

Asentí.

Al final resultó que no estuve tan lejos, y, si Podolski no hubiera errado el penal, habría sido el único ganador con mi primera apuesta.

El equipo teutón se lució contra Australia, pero con Serbia volvió a la dura realidad: jugadores con -a veces- graves problemas para controlar el balón, distribuirlo y dispararlo; falta de fluidez en el juego de conjunto, poco sentido de los espacios; ausencia de ideas y de entusiasmo.

La alabada Alemania se redució a lo que era antes del partido contra los cándidos australianos: un conjunto de jugadores que contra la abuela pueden jugar bien, pero que contra un simple gallito se les puede caer la máscara.

¿Exageró el árbitro español con sus tarjetas amarillas y la expulsión de Klose?

Los gritos y los silbidos de los presentes así lo indicaban.

Disiento.

En todo caso, ¿cómo se le puede ocurrir a un jugador ya amonestado con tarjeta amarilla atacar a un rival por detrás y no muy lejos del centro del campo de juego?

Un misterio.

Por lo demás, el resultado no me ha asombrado, pues los jugadores germanos han hecho lo que suelen mostrar los fines de semana cuando se juega la Bundesliga: mucha mediocridad adornada por un par de chispazos de buen juego.

Pero nunca de genialidad ni excelencia.

Algo que sí he visto en las selecciones de Argentina, México y Chile -que, incluso, tienen gol-, y en la de España a pesar de su derrota frente a Suiza. (Brasil nos debe todavía no solo un buen partido y más goles no casuales sino jugadas individuales para deleitarse y combinaciones geniales.)

Tendría que jugar muy mal Ghana o tener mucha mala suerte para perder frente a esta Alemania el próximo miércoles. Aunque con los equipos africanos nunca se puede saber y a veces se desploman sin ninguna presión especial. Otro misterio.

Después de ver a la soporífera Inglaterra contra una entusiasta pero incapaz Algeria, a una desnortada Holanda ganándole con ayuda de su propio arquero a Japón, a una triste Francia con graves problemas internos y a una Alemania aterrizando sin paracaídas, me parece cada vez más claro:

Este Mundial no será de los llamados “grandes” del Viejo Mundo.

Sino de los que hasta ahora han demostrado que realmente saben de qué va el juego y cómo llegar al arco rival.

Este será el Mundial de los que realmente la dominan, la mueven, la pisan.

De aquellos a los que el balón -Jabulani o no- realmente les obedece.

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HjorgeV 19-06-2010

LA APLANADORA MEXICANA

Si en el inicio con Sudáfrica México pareció un boxeador dispuesto a pasarse el partido en un continuo estudio del rival, pero sin arriesgar demasiado, esta vez salió como un peso pluma rápido, ágil y contundente, dispuesto a causar el mayor daño al peso pesado rival.

Qué trabajadores los futbolistas mexicanos.

Si correr es una necesidad en el fútbol, más aún cuando se tiene un balón tan rápido y rebotón como el Jabulani, México lo utilizó como una verdadera arma contra Francia.

Incansables, tapando huecos y cubriendo espacios, los mexicanos llegaron a sorprender tanto a los franceses, que, tras el penal convertido por el veterano Blanco, se lllegó a tener la impresión de que los dirigidos por Domenech querían que se terminara el partido -y con él la pesadilla- antes de tiempo.

De ser un entrenador no querido, el hijo de emigrantes españoles que se exiliaron a Francia durante el régimen de Franco pasará a ser uno odiado.

Por su parte, El Vasco Aguirre ha demostrado que es un entrenador de más de una receta y que sabe aplicarlas correctamente, además.

Salvo Rafael Márquez y Cuauhtémoc Blanco, un grupo de desconocidos norteamericanos (si México no está en Norteamérica, entonces tampoco lo están Florida ni Nueva Orleans) con sus flechas y sus arcos salió a apabullar a punta de ataques rápidos y sorpresivos a la escuadra francesa, y esto con una inusitada alegría, como si el premio fuera el sacrificio mismo.

No habían transcurrido ni diez minutos y México ya había puesto un par de veces en peligro la portería francesa. El que pensó que se trataba de simples casualidades, se había equivocado por completo.

Me ha gustado el sentido de los espacios que tiene la Tri y su olfato para las jugadas peligrosas. Me ha sorprendido también la fineza técnica de gran parte de sus jugadores en su control del balón, algo que no había apreciado en el primer partido contra Sudáfrica.

De seguir así, el equipo de Aguirre podría dar otra gran sorpresa en este Mundial.

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HjorgeV 18-06-2010

JABULANI: CAOS ESFÉRICO

¿Cómo se explica un partido de profesionales en el que estos no pueden controlar el balón?

¿Alguien se imagina pidiendo al heladero una bola de helado y recibiendo una de arena?

¿O a un carpintero haciendo una mesa con dos patas?

Hay un detalle en el Mundial de Sudáfrica al que nadie parece haber prestado atención.

Me refiero al balón, Jabulani.

Pero no al tema ya conocido de su ligereza e impredecibilidad.

Sino a lo que sucede cuando se le insufla demasiado aire.

Quien ha jugado partidos oficiales alguna vez, sabe de lo que estoy hablando.

Un balón puede ser bueno en condiciones normales, pero la cantidad de aire que se le insufla puede alterar por completo sus características.

Con demasiado aire, cualquier balón se vuelve rebotón y difícil de controlar.

Antes, cuando los balones eran duros y pesados aún con poco aire, bastaba hiperinflarlos para convertirlos en verdaderas armas bélicas.

Parte del poderío alemán de las últimas décadas se explica porque en este país se juega con balones grandes, rígidos y pesados desde las divisiones inferiores.

De esta manera, se ha tendido a formar verdaderas legiones de levantadores de pesas y luchadores, antes que finos técnicos y manejadores del balón.

Uno de los comentarios alemanes que más recuerdo sobre Maradona es el siguiente, y dicho con la admiración de quien no cree lo que está viendo:

«¡La pelota le obedece!»

Bueno, pues, en este Mundial veremos partidos en los que la pelota obedecerá a los jugadores si tiene la cantidad de aire adecuada y otros en los que se podrá pensar que no son profesionales los que están jugando. O que se han olvidado de su oficio.

Es más o menos lo que se vio en el encuentro entre Paraguay e Italia y ayer entre Corea y Brasil. Y lo que explica -en parte- la desastrosa actuación del pentacampeón.

En el partido entre paraguayos e italianos, los jugadores apenas tenían control sobre el balón, los pases eran deficientes y la pelota iba de un lado a otro más o menos sin ton ni son.

Se podía notar en la gran dificultad que tenían los brasileños para controlar el balón e impulsarlo a voluntad.

Es un problema antiguo.

Basta que a alguien se le ocurra hiperinflar la pelota y se tiene otro partido.

Para remediar esto, la FIFA ha ido reduciendo el tamaño y el peso del balón, hasta hacerlo ideal para las finezas técnicas.

Es lo que explica el repentino desarrollo y evolución del fútbol femenino: desde que el balón ya no es de cuero, y es más pequeño, más liviano y menos rígido, ha cambiado por completo la imagen de fútbol mal jugado que se tenía antiguamente del femenino.

Cuando a alguien se le ocurra hacer jugar a los más pequeños con un balón proporcionalmente adecuado en medidas y peso a su tamaño (¿acaso los mayores juegan con un balón que les llega a las rodillas?), tendremos jugadores más técnicos y, por lo tanto, más concentrados en el desarrollo del juego mismo que en controlar y no perder el balón.

El Jabulani no es malo.

Lo que no hace la FIFA es controlar a los encargados de inflar los balones.

Basta que haya alguno que piense que la pelota “tiene que ser dura y pesada porque se trata de un juego de hombres” y se jodió el asunto.

Muchos de los que critican al Jabulani no han pateado jamás una pelota o jugado un partido de verdad. De tal manera que solo se guían en sus críticas por lo que ven en la televisión: errores tontos de arqueros, centros que se van al cielo, pases sin medida, disparos absurdos.

Personalmente, pienso que el futuro tiene que estar en hacer balones perfectamente herméticos y con una cantidad determinada y fija de aire y peso, es decir, que no puedan ser alterados.

Cuando haya uniformidad en la herramienta, entonces podrá haber uniformidad en su tratamiento.

Mientras tanto, los fortachones que están acostumbrados a patear balones medicinales sufrirán con el Jabulani porque es ligero y elástico, y los que son técnicos y finos sufrirán lo suyo cuando a alguien se le ocurra hiperinflarlos.

Y esta tendencia será la dominante en este Mundial, porque con el Jabulani se tiende a tener la impresión de que le falta aire.

ITALIA 1:1 PARAGUAY

Italia se salvó por los pelos y, eso, gracias al portero paraguayo, quien salió a cazar mariposas en un centro sin mayor riesgo real, pero en el que la pelota llevaba bastante efecto.

¿Por qué puso los manos de costado?, es mi pregunta, o sea, ofreciendo la menor superficie de contacto posible a la pelota.

Un misterio.

Muchos de los espectadores (alemanes) con los que vi el encuentro, se asombraban de que Paraguay estuviera ganándole a Italia durante gran parte del partido.

Los alemanes suelen creer que los únicos equipos latinoamericanos fuertes son Brasil y Argentina.

Más de una sorpresa se habrán de llevar en este Mundial, entonces. De eso estoy completamente seguro.

BRASIL 2:1 COREA

Brasil, uno de los favoritos, sudó la gota gorda ayer para ganar a una oncena de norcoreanos bien parados y corajudos.

Pero los brasileños sudaron la gota de nervios no la del esfuerzo físico.

En todo momento se vio la sombra de la mano de Dunga sobre la cabeza de los jugadores, un técnico cuyos principios parecen bélicos y que si para ganar hay que perder (la fama y el honor), pues a perderlos.

No por nada es llamado el ‘alemán’ en su país, a pesar de haber estado solo dos años en el Stuttgart.

Con los coreanos le funcionó con las justas su apuesta tacaña.

Lo malo es que un Brasil así no puede soñar con llegar a la final.

¿Podrán los finos maestros españoles con el Jabulani?

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HjorgeV 16-06-2010

ALEMANIA MESTIZA: AUSTRALIA CÁNDIDA

Acababa de ganar Ghana y un comentarista alemán destacado en ese país, dijo en la televisión:

A juzgar por el ambiente aquí, Ghana ya es campeón mundial”.

Los alemanes sonrieron con suficiencia con el comentario solapadamente burlón.

En un par de horas debutaba su propia selección.

Pues, bien, ahora que ha terminado el partido, lo mismo se podría decir de Alemania en este momento: a juzgar por el ambiente que se ha creado en las calles de este país tras el 4:0 frente a Australia, los alemanes ya se sienten campeones del mundo.

Mas una cosa es jugar por segunda vez un Mundial -el caso de Ghana- y otra, ser tricampeón mundial y siete veces finalista, y lucirse con un equipo de tercera.

Pero de tercera división de un país aún no descubierto.

Acaso salvo el primer gol, los otros tres alemanes fueron una clase magistral de candor futbolístico por parte de los australianos.

(El gol de cabeza de Klose, por ejemplo, me hizo recordar a esos «magos» especializados en hacer trucos para niños menores de cinco años y que terminan repitiendo su truco cinco veces sin garantía de que haya sido entendido por la infantil audiencia.)

Otra cosa será cuando Alemania se tenga que enfrentar a la misma Ghana o a Serbia, tipos más duros, más técnicos y no tan cándidos.

Y otra más diferente aún, cuando se las tenga que ver con Argentina, Brasil, España o cualquier otro país con verdadera tradición futbolística.

Hay que reconocerlo: Alemania ha mejorado notablemente su fútbol y hoy apenas se sintió la ausencia de Ballack.

Pero, ojo: la selección alemana es más multikulti (expresión que es diminutivo de ‘multicultural’ en alemán y que se usa para referirse a las olas migratorias en la Alemania de los últimos años), es decir, más mestiza que la sociedad misma a la que representa.

El actual equipo de Löw tiene a un germano-nigeriano (Aogo, de padre nigeriano y madre alemana, nacido en Karlsruhe), dos turcos (Özil y Taşçı, ambos hijos de turcos y nacidos en Alemania), un germano-tunesino (Khedira, de padre tunesino y madre alemana, nacido en Stuttgart), un brasileño (Cacau, nacido en Santo André, Brasil, nacionalizado recientemente alemán), un germano-español (Gómez, hijo de un español de Granada y una alemana, nacido en Riedlingen), un germano-ghanés (Boateng, de padre ghanés y madre alemana, nacido en Berlín) y tres jugadores de origen polaco (Podolski, Trochowski y Klose, los tres nacidos en Polonia).

De los diez, solo cuatro -Cacau y los tres polacos- nacieron fuera de Alemania.

Si actualmente se dice que cada quinto habitante de Alemania tiene raíces extranjeras (recientes, se entiende), en la selección alemana ese 20% pasa a ser el 45%, casi la mitad.

(Algo de lo que se enorgullecen los alemanes, por si acaso.)

Lejos han quedado el juego de cañoneos bélicos por las alas, el ataque con tanques blindados por el centro y los pelotazos más o menos a ciegas al centro del área rival esperando activar alguna granada hacia el arco rival.

Vamos, a la selección alemana le ha caído más que bien el mestizaje, el aporte de sus inmigrantes.

Y también el nuevo balón mundialista, Jabulani, más ligero y elástico, es decir, más fácil de impulsar, disparar y dominar, aunque con las inconveniencias (preguntarle al portero Green inglés y al argelino Chaouchi) de sus nuevas características.

Ahora solo falta ver a esta nueva Alemania Mestiza frente a selecciones serias y de peso para cuantificar su verdadera valía.

Lo de Australia solo ha sido un paseo, una pichanguita.

El examen sin nota de jóvenes que pueden cambiar la historia del fútbol alemán.

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HjorgeV 14-06-2010

DECISIONES CON EL PESO DE UNA COPA

Si esta es la Argentina que se va a seguir viendo en este Mundial sudafricano, entonces ya podemos hablar de un claro favorito.

Un equipo de fútbol tiene cuatro bloques o cuerpos: el portero, la defensa, el mediocampo y la delantera.

Son muy raros los equipos que pueden presumir de tener sus cuatro bloques bien conformados. La gran mayoría debe conformarse con la ‘mediocridad’ en uno de ellos, esperanzada en que los otros tres lo compensen de alguna forma.

No es el caso de Argentina.

Puede presumir de excelencia en sus cuatro bloques.

De lo poco que se ha visto de su arquero, se puede decir que es un puesto del que no hay que preocuparse más.

Por su parte, salvo un par de errores más o menos perdonables frente a Nigeria, la defensa es una roca maciza y, a la vez, maleable.

Es decir, capaz de adaptarse a diferentes tipos de ataque: abiertos o concentrados, rápidos o pausados, caóticos o maquinados, masivos o solitarios.

El mediocampo argentino es trabajador, responsable y solidario, por más que su cerebro –La Brujita Verón- ya sea un veterano de 35 años y nunca haya sido de los más rápidos.

Pero Verón tiene la gente adecuada a su lado y Maradona parece haber apostado por él en uno de los varios planteamientos que debe tener en la cabeza (el siguiente, con Maxi Rodríguez reemplazando a Verón me pareció un fiasco).

Van tres bloques.

En la delantera, sin embargo, el Pelusa lo va a tener dificilísimo como responsable de los cambios de la selección argentina.

Y no por falta de buenos jugadores. Al contrario.

Tiene un cofre de joyas de altísimo valor y solo siete partidos para lucirlas.

Si falla con la combinación de ellas en una sola de las fiestas, puede perder la entrada a las restantes.

Y no son joyas mudas: se mueven y reclaman -con palabras o no- su participación.

Por lo menos con Messi parece no haber discusión.

Pero todavía están Agüero -yerno del entrenador-, Diego Milito y Palermo.

El problema es que Milito es un jugador que necesita los 90 minutos. Lo demostró en la final de la Liga de Campeones ante el Múnich.

Solo hizo dos disparos al arco alemán en todo el partido.

Pero los dos fueron gol.

Higuaín es otro jugador que rinde más según pasan los minutos.

Es decir, ambos no son comodines, de esos que pueden entrar en los últimos minutos de un partido para salvar al equipo. Y lo mismo se puede decir de Agüero.

La Brujita Verón -volviendo al tema principal porque creo que este punto definirá si Argentina se lleva esta Copa del Mundo o no- es un caso muy especial.

Hay quienes lo aprecian como a un dios y hay quienes no entienden cómo puede estar -y eso a su edad- en la albiceleste.

Opino que Verón es un caso raro de jugador.

Un volante organizador más preocupado de darle estabilidad al equipo que de hacerlo peligroso en el ataque.

Un volante estabilizador más que uno creativo.

De aquellos que le dan una especie de centro existencial a su equipo, muchas veces a punta de pases sin mucho sentido aparente ni sabor.

Pero, justamente, un centro existencial así necesita un equipo en el que las estrellas son mayoría y corren el riesgo de ahogarse o atorarse con las burbujas de su propio champán.

Si Messi deja de pensar en que tiene que meter goles y se concentra simplemente en hacer lo que sabe, y Maradona se decide a apostar consecuentemente por Verón, pienso que esta Copa del Mundo ya tiene -por lo menos- un claro finalista.

La Argentina de Maradona, Messi y Verón.

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HjorgeV 13-06-2010