«EL QUE PRESTA LOS ZAPATOS»

Para vivir desbocado, he

descubierto tu risa

al viento.

.

Para volar en tus labios,

una gaviota gris

me ha prometido

llevarme, rauda, a

tus olas.

.

Pero ya más de una vez

he confundido arte con

posesiones materiales

y valores con la capacidad

adquisitiva de mi músculo

cardíaco.

.

El tiempo solo es el observador.

No lo deberías olvidar.

.

El que presta los zapatos,

por así decir.

.

No el carcelero ni el juez

de tu ruta. Solo el observador.

.

Y mira ahora cómo son las cosas:

.

Empezar con una simple

corrección estética de

nariz o párpados.

.

Y terminar en todo un

absurdo harakiri,

como una canción

con un buen inicio pero

un desastroso final.

.

HjorgeV 31-08-2015

POSTALES DE PORTUGAL (III): «EL MUNDO» SIN POLICÍAS

Varias de las mejores horas que pasé en Ericeira, las transcurrí (¿o no somos como los meses o días, hechos de vacío?), para variar, con un libro.

Cuando lo terminé me puse de pie.

E hice algo que, hasta ese momento solo había reservado para conciertos, actuaciones artísticas y al final de alguna película:

Aplaudí.

¿Quién se levanta a aplaudir, emocionado, el final de un libro?

*

Le debo esa magia a Juan José Millás (Valencia, 1946).

De él, precisamente, es una de las citas que más admiro y más me ayudan:

«Un paseo, en cierto modo, es un relato en el que se mezclan los dos asuntos que se deben entrelazar en todo relato: peripecia y reflexión sobre la peripecia. La proporción entre lo que te ocurre y lo que piensas sobre lo que te ocurre depende de que el paseo haya salido bien o mal. Y de eso depende también que una novela salga bien o mal. Que la proporción entre el argumento y la reflexión sea la adecuada.»

*

Estaba aplaudiendo el final de El mundo, de todo un mundo, el particularísimo de Millás.

La paradoja era que aplaudía a pesar de que se me acababa de terminar un libro -un mundo- magníficamente narrado. Un mundo narrativo.

Una manera de contarlo y verlo. De narrarlo con las mejores armas del lenguaje.

Leyendo El mundo entendí que el escritor siempre está -debería estar- a la búsqueda de la conjunción más difícil:

La del corazón con la mente, por las vías del nervio, la sangre y la lengua.

*

También aprendí de la fuerza que dan los clavos que se nos quedan atravesados.

Del incalculable, cruento dolor de los amores no correspondidos.

Que muchos dardos que recibimos se nos quedan pululando dentro hasta convertirse en lanzas que alguna vez tenemos que desenterrar (y lanzar de vuelta) para poder respirar por fin.

*

Entro a la panadería-cafetería que desde el primer día decidí que sería mi morada temporal matutina en este puertucho portugués al pie del Atlántico.

Lo hago apenas abre, a las siete.

Sobre una mesa veo boletas de pagos de diez y más minutos atrás.

Me asombro porque significa que las empleadas han empezado a trabajar mucho antes de lo que indica el horario de atención.

Me asombro al compararlo con la relativa puntualidad con que se abren los negocios en estas tierras teutonas y la más exacta puntualidad con que se cierran.

Mientras espero mi turno, veo a dos amigos que desayunan café y pasteles sobre una de las vitrinas. Son muebles para exponer los productos, no para uso de los clientes.

Los dos sujetos ríen y vociferan, como si fuera la cosa más natural del mundo desayunar así, a gritos casi, sin usar las mesas, como el resto.

Las empleadas y los clientes ni se inmutan. (¿Ni las empleadas ni los clientes?)

De pronto, uno de los jóvenes, que ha apoyado su cabeza sobre la vitrina por un instante, da un respingo porque se ha quedado dormido y ha estado a punto de caer y precipitar su taza.

Ninguna reacción especial por parte de las empleadas ni el público.

Recién entonces caigo en la cuenta de que se ha quedado dormido con la cabeza apoyada sobre la angosta superficie de vidrio y que ambos vienen de una noche de farra.

Dos borrachos tras su larga juerga nocturna, refaccionándose.

Incapaces de mantenerse de pie por efecto del cansancio y del alcohol.

Nada de especial. Nada de qué asombrarse. El placer también tiene sus bemoles.

En algún otro país alguien habría llamado a la policía.

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HjorgeV 19-08-2015

POSTALES DE PORTUGAL (II): EL FUTURO DE LOS LIBROS

Tuve que caminar casi dos kilómetros (muchos más de los ‘cincuenta metros’ que había creído entender; tal vez eran quinientos), aunque solo para comprobar que en el lugar indicado no había lo que buscaba.

No me quejé por la vana caminata.

A diferencia de lo que sucede en la vida, donde algunos experimentos fallidos pueden significarnos años, décadas o, incluso, todo el resto de nuestra existencia, mi caminata extra solo me significó unos sesenta minutos del resto de mi día.

Para regresar escogí otra ruta. Y terminé desembocando en una especie de parque abierto, en lo alto de una gran explanada frente al Atlántico.

Era inmenso, como esos terrenos que, en muchas ciudades, permanecen baldíos durante años como una gran herida de guerra que nadie se atreve a tocar.

Un área abierta, sin siquiera un monumento, de esos que aún ni mirándolos con mucha imaginación se puede saber qué quiso expresar el artista.

Vi que al fondo, al final del amplio terreno, había una inmensa carpa blanca.

Allí, en medio de ese tierra de nadie, con el Atlántico rugiendo más abajo, a alguien se le había ocurrido levantar una inmensa carpa, como una estación de la Cruz Roja en pleno desierto.

Quise saber qué contenía, cuál era su función, su sentido. Para qué estaba allí.

Tuve que dar toda una vuelta rodeando una serie de jardines mal planeados y peor conservados.

Hasta que llegué a la parte anterior de la carpa y vi que había un pequeño letrero sobre la entrada:

Feria del Libro

Me asomé, realmente asombrado, pues soy un fanático de los libros.

No había nadie dentro.

Solo un joven con aspecto de estudiante universitario, que debía hacer de vigilante y cobrador a la vez, sentado, manoseando su fono.

Y miles y miles de libros repartidos sin ton ni son sobre una veintena de mesas distribuidas a la mala:

Saramago junto Cristiano Ronaldo, Stephen King sobre Borges, Dan Brown inmediatamente detrás de Gabo, Bradbury entre libros sobre el tarot; preguntándome, ya que una biblioteca es el paraíso para muchos, ¿sería una librería un exclusivo prostíbulo?

Así será el futuro, pensé:

Un montón de tesoros que antes muchos llegaban a hurtar debajo de la camisa para alimentar su alma y que ahora nadie se acerca a oler siquiera.

Un joven más interesado en su fono que en los frutos del paraíso.

Todos los géneros y autores entreverados y revueltos.

Apretujados. Como en una barcaza de refugiados sobre el Atlántico.

Nadie entra. Ni siquiera a robar un libro, pienso.

En eso, una silueta se recorta en la entrada.

Parece un espejismo en plena tarde canicular, porque el calor y la humedad han empezado a arreciar notablemente y todo parece flotar.

Es una joven que sonríe, como solo pueden hacerlo quienes se saben bellos y están acostumbrados a su llave mágica.

Me alegro de esta imprevista y rara conjunción de cultura y belleza física.

Un bello rostro. Frente al más bello de un buen libro.

La chica empieza a hablarle al vigilante. Lo hace en portugués y primero no entiendo.

Posso usar a casa de banho, por favor? -le pregunta con el infantil mohín de una vejiga en aprietos.

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HjorgeV 10-08-2015