El último día del año me pesca trabajando en mi novela, que es como decir trabajando en mí.
(Sí, así de ardua e inacabable es la labor.)
Este 2017 también me ha devuelto al trabajo más minucioso con las palabras, la artesanía letral:
Ese intrincado y vano empeño por ensartar palabras y tramar frases, hilando significados e intercalando imágenes con ellas.
La memoria me regaló días atrás un recuerdo juvenil.
Como en la bola de cristal de un adivino, un día muy lejano me vi como profesor de matemáticas (lo que estudiaba en ese entonces) en una universidad de provincias, mientras dedicaba mi tiempo libre a escribir poemas.
Me vi -y acepté- clandestino, desconocido y perennemente balanceándome sobre la duda.
Un artesano torpe, vamos.
Lo recordé ayer, después de cenar, reunidos en la mesa.
Mencioné que seguía fascinado con ¿Quién soy y cuántos?: un divertido, necesario y poco convencional libro sobre filosofía -un viaje filosófico- del alemán Richard David Precht.
(El título original es genial y amplio, algo así como: ¿Quién soy y, de ser así, cuántos?)
Preguntaron por qué y mencioné un detalle del libro, un letrero que el autor había leído en una taberna griega, el verano que decidió que estudiaría filosofía:
To be is to do -Sócrates
To do is to be -Sartre
Do be do be do -Sinatra
Después de leer en voz alta un par de fragmentos, mi hijo de 16 me reclamó enseguida que no le hubiera hablado mucho antes de los existencialistas, de Schopenhauer, Kant, Descartes.
(La magia de Precht es hablar del tema como si se tratara de fútbol o la canción de moda.)
Le dije a J. que mi caso no era muy diferente al suyo, pues seguía sin entender a Sartre y su existencialismo.
Que, sobre todo, veía una imprecación contra el desecho -no solo intelectual- humano.
(Sartre sabía de lo que hablaba: vivió la Segunda Guerra Mundial en carne propia y fue prisionero de guerra en Tréveris, la cuna de Marx y la ciudad más antigua de este país. ¿Qué diría hoy de Trump?)
Le prometí a J. que le pasaría el libro el próximo año y me devolvió una sonrisa.
Pensé que sería para burlarse de mi mención al cambio de calendario y adopté una actitud defensiva, pero solo dijo:
-Ya no falta mucho entonces.
Amamos las convenciones.
Es lo que nos permite soportar mejor el paso del tiempo: esa puerta siempre abierta al futuro y su contingentes.
Nunca se va un año.
Solo se va lo que vivimos en él.
Absoluta y relativamente nada, bien visto.
Que el 2018 nos permita seguir recordando; que también es una forma -contingente- de vivir.
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HjorgeV 31-12-2017