AHORA LOS VERDES: ¿MAÑANA LOS BLANCOS?

Al comienzo fueron vistos con una mezcla de burla y compasión por el resto de la sociedad.

Los llamaban con sorna die Ökos, los ‘ecos’, por ecologistas.

El movimiento no era nuevo en la Alemania de finales de los años setenta, cuando aparecieron más o menos masivamente sus primeros adeptos.

Había sido precedido por un Primer Movimiento Ambientalista o Pro-Naturaleza de finales del siglo antepasado.

El caso de Berlín lo ilustra muy bien.

Era una ciudad que en plena era industrial y en apenas 50 años (de 1861 a 1910) había pasado a cuadruplicar su población del medio a millón a los 2 millones de habitantes.

Y en el transcurso de apenas 10 años más la había casi duplicado hasta alcanzar los casi 3,8 millones en 1920.

Para poder satisfacer las necesidades de vivienda y de agua y desagüe de todos ellos, se empezaron a destruir entonces indiscriminadamente los bosques contiguos.

Tal situación forzó la firma del Contrato del Bosque Permanente (floja traducción de Dauerwaldvertrag, propongo ‘Contrato de Sostenibilidad Forestal’): una previsora política forestal pensada para proteger los bosques y utilizarlos parcialmente como áreas de reposo ciudadano.

El segundo movimiento Pro-Naturaleza iniciado en los 70 fue más disperso en sus intereses.

En él concurrían diversos grupos provenientes tanto de la izquierda tradicional como del movimiento hippie alemán.

No solo propugnaban la protección de la naturaleza, sino también una forma de vida alternativa, lejos del consumismo capitalista y lo peor de la industrialización.

Sus inicios también estuvieron plagados de cierta histeria y exageración.

Personalmente, recién llegado a Alemania a finales de los 80, recuerdo que afirmaban que al paso que se iba, en unos diez o veinte años desaparecerían los bosques en Alemania.

Muchos críticos de ese Movimiento Pro-Naturaleza se burlaban por eso de ellos.

Pero los Ökos (de Ökologisten: la ö se pronuncia poniendo como para una o pero emitiendo una e) se atrevieron a evolucionar.

De ser un grupúsculo más preocupado por la contaminación ambiental y el efecto de la industrialización en la naturaleza (y, por lo tanto, en la calidad de vida de todos) que por la luchas de clases de la izquierda tradicional, decidieron convertirse en una alternativa de gobierno.

Muchos se burlaron.

Tal vez uno de los mejores golpes estratégicos lo dieron cuando decidieron pasar a llamarse Die Grünen, Los Verdes, alejándose del peyorativo Öko.

(Con el que se relacionaba, sobre todo, cierta forma de vida marginal y ciertos tics en la vestimenta: sandalias extra anchas, ropa especialmente holgada, cabello poco cuidado y un gusto por la mezcla de estilos emparentados con el hippie.) (Se decía entonces que para proteger el medio ambiente no usaban jabón y el agua solo para beberla.)

De ser víctimas del escarnio de otros grupos políticos , especialmente por parte de la derecha (sus propuestas pueden ser buenas y bonitas, les decían, compadeciéndose, pero son impracticables y caras) han pasado a convertirse ahora en una fuerza política a ser tomada mucho más en serio.

Han pasado más de 30 años desde su fundación en 1980 y los bosques alemanes no han desaparecido (se recuperan incluso), pero, en cambio, los Ökos tienen desde ayer su primer gobernador o primer ministro de un Land (Estado federado alemán).

El primer gobernador verde de la historia de Alemania.

Algo impensable apenas 5 años atrás.

O incluso el año pasado.

Y Los Verdes (la coalición se llama Bündnis 90/Die Grünen: Alianza 90/Los Verdes) lo han conseguido nada menos que en Baden-Württemberg.

Un Estado en el que la Democracia Cristiana no perdía unas elecciones regionales desde 1953, en pleno Milagro Económico Alemán y en plena Era Adenauer.

Pero ojo que el caso de Baden-Württemberg es muy especial.

No solo la catástrofe nuclear de Fukushima explica este sorprendente resultado electoral de Los Verdes en ese Estado.

Hay que entenderlo también en el contexto de los problemas que se venían presentando en Stuttgart, la capital estatal, desde finales del año pasado.

Cuando, después de mucho tiempo en este país, gente común y corriente había empezado a salir a las calles a protestar periódicamente contra el llamado Proyecto Stuttgart 21.

Un proyecto que había sido presentado como uno con muchas ventajas para la región, pero que pronto se convirtió en una gran fuente de críticas y protestas.

Cuando un gran sector de la ciudadanía empezó a oponerse activamente contra el proyecto y el gobernador Mappus, de la CDU, el partido ahora derrotado, no vio otra solución mejor que utilizar a la policía para disolver a los manifestantes, él mismo firmó su certificado de defunción política.

Pero para llegar hasta donde están, Los Verdes han tenido que sacrificar mucho.

Coalicionaron con la misma derecha, por ejemplo: un paso estratégico que en su momento casi les costó la existencia.

En su caso fue el tan mentado (y poco cumplido) caso del tigre que da un paso atrás para tomar vuelo y dar dos o más hacia adelante.

La conciencia ecológica es algo que crece en las sociedades de los países industrializados, sin duda.

Mayor progreso y mayores ingresos, traducidos solo en mayor capacidad de consumo, empero, es algo no demasiado interesante para grandes capas de la población de este país.

Para alguien que tiene una casa, un trabajo relativamente bien remunerado, un automóvil y todos los aparatos modernos al uso, ¿qué más puede comprar con el dinero que le sobra?

¿Tres, cuatro televisores o refrigeradoras?

¿Una casa más?

¿Y qué sentido tiene seguir consumiendo solo por consumir?, es una pregunta que se deben hacer muchos alemanes.

Y esos ‘muchos’ son los que han elegido -quiero imaginarme- a Los Verdes ayer.

Lo ecológico está de moda y goza de buena y mucha reputación, pero hace algunos años, cuando abrieron los primeros supermercados exclusivamente ecológicos (aquí se llaman bio, de biologisch, ‘biológicos’) lo primero que hicieron fue adquirir la fama de exclusivos.

¿Quién deseaba pagar por un ‘mismo’ producto muchas veces el doble y a veces hasta mucho más, por cualidades, además, no visibles y difícilmente demostrables por una persona común y corriente?

La crisis de la economía alemana de comienzos de este siglo XXI, y que ahora se considera superada (personalmente, dudo de que sea así: la ventaja de Alemania es que puede seguir endeudándose, pero alguna vez llegará el momento en que la burbuja no soporte más presión), alteró de golpe la conducta del consumidor promedio.

De ser un comprador crítico e informado, pasó a preferir artículos simplemente por su bajo precio.

Fue el auge de toda una época que duró casi los últimos diez años y que ha quedado bien caracterizada por el lema de la empresa alemana, Saturn, del año 2003, en plena recesión.

La mentalidad Geiz ist geil (ese era el lema o eslogan: algo así como ‘la avaricia es sexy’ o ‘arrecha‘, seguramente copiada del «Greed ist good», ‘la codicia es buena’, el eslogan del gurú de las especulaciones bursátiles, Ivan F. Boesky, de los años ochenta en EEUU) llevó a la quiebra a todo un segmento de la economía alemana, el comercio minorista.

Los tradicionales negocios pequeños, de barrio, al no poder concurrir con los precios de las grandes cadenas, se vieron obligados a cerrar. (En cambio, empezaron a proliferar los quioscos con horarios de atención inhumanos: simples supermercados en pequeño. Lo malo fue que la mayoría de los antiguos bodegueros no supo adaptarse a las nuevas condiciones.)

(Una entidad católica, Adveniat, llegó a iniciar una campaña titulada «Geiz ist gottlos»: ‘la avaricia es atea’.)

La competencia a cualquier precio por los precios más bajos tuvo un efecto principal: la calidad de los productos empezó a decaer.

Hasta que el consumidor alemán empezó a darse cuenta de que su codicia/avaricia lo había llevado al borde del suicidio (consumista) voluntario:

El reciente escándalo por contaminación alimentaria con dioxinas (alimentación masiva de cerdos y pollos con aceite para máquinas por ser más barato), es solo uno de una larga cadena de casos parecidos.

Hoy han empezado a aparecer en Alemania supermercados exclusivamente ecológicos, pero ya orientados al público en general y no solo hacia las clases más pudientes.

Algo que ya existía en EEUU desde los años ochenta.

La llamada globalización descubre, por otra parte, un interesante efecto paradójico.

Si en 1954, el caso de un solo barco atunero -el japonés «Daigo Fukuryu Maru» (Dragón Feliz V)-, contaminado por los ensayos nucleares de EEUU, provocó toda una actitud antinuclear y una ola de protestas en Japón y en otros países.

Hoy, a pesar de que estamos en plena Era de la Red, vale decir, en la era de la información instantánea y documentada, y de que el desastre de Fukushima ha sido abismalmente mayor que ese hecho aislado ocurrido hace casi 60 años, la respuesta antinuclear global no ha sido comparativamente proporcional.

Hay y ha habido y una gran preocupación, pero apenas masas ciudadanas por todo el planeta exigiendo a voz en cuello el cierre inmediato de las centrales nucleares de sus respectivos países.

(Una de esas excepciones fue Baden-Württemberg, precisamente.)

El desastre japonés ha ‘servido’ en Teutonia para concientizar a la sociedad de los peligros de la energía nuclear, así como para ganar su primer gobernador verde, y probablemente, para acordar la clausura de los reactores aún activos, pero, personalmente, me sigo preguntando por qué sigue sin aparecer el Movimiento Blanco en este país.

¿Alguien ha propuesto recientemente eliminar las armas nucleares del planeta?

¿Por lo menos la posibilidad de ponerse a pensar en ello?

¿De qué nos sirve prepararnos para el peor caso natural (un terremoto, un tsunami) si seguimos dejando abierta la posibilidad de una conflagración atómica mundial?

¿De qué vale cerrar centrales nucleares pensadas para usos pacíficos si siguen existiendo y proliferando las destinadas a la guerra?

Como bien lo ha hecho notar El Roto (ver aquí), Europa y el resto del mundo contemplan cómo el tirano Gadafi se defiende porque está muy bien armado, pero poco se dice sobre el origen de esas armas, por ejemplo.

Los Verdes empezaron desde abajo, sufriendo la sorna y la incomprensión del resto de la sociedad.

¿Nacerá alguna vez de la misma o parecida manera el Movimiento Blanco, antiarmamentista?

¿Existirán alguna vez Los Blancos?

¿Llegarán a tener también su gobernador?

¿Alguien que se atreva a poner coto a la gran hipocresía de armar a un tirano para después asombrarse y quejarse de que esté usando esas armas?

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HjorgeV 28-03-2011

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Fuentes:

http://de.wikipedia.org/wiki/Gl%C3%BCcklicher_Drache_V

http://de.wikipedia.org/wiki/Umweltbewegung

http://www.elpais.com/articulo/internacional/Verdes/alemanes/ganan/primer/Estado/desastre/nuclear/japones/elpepuint/20110327elpepuint_7/Tes

http://en.wikipedia.org/wiki/Stuttgart_21

http://www.elpais.com/articulo/internacional/Saulo/Pablo/asombrosa/conversion/antinuclear/Stuttgart/elpepuint/20110317elpepuint_13/Tes

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/60000/alemanes/protestan/energia/nuclear/elpepuint/20110312elpepusoc_13/Tes

MICHAEL CONNELLY: «EL VUELO DEL ÁNGEL»

Si una característica principal tienen las novelas de Connelly, es que son como la (buena) (perdón por la redundancia) literatura:

Quiero decir que dan para más de una lectura: se pueden leer más de una vez.

Es más, a veces, como con las novelas de Raymond Chandler, se hace imperativo regresar a ellas.

Especialmente cuando -para el lector adicto- la vida se ha convertido momentáneamente en un hueco lleno de soledad y perplejidad porque no se tiene ninguna lectura que permita el escape a otro mundo.

Connelly no es Chandler.

Ni El vuelo del ángel (1999) es la mejor novela del escritor nacido en Filadelfia en 1956 y que desde que descubrió su compulsión por la lectura de novelas del género negro supo que alguna vez tenía que escribirlas.

 

Para conseguir ese objetivo, se las pasó doce años trabajando para el Los Ángeles Times, diez de ellos como reportero de policiales.

Esa fue parte de su preparación, su forma de aprender los mecanismos de la labor policial.

El resultado fue Hieronymus Harry Bosch.

Un detective del Departamento de Policía de Los Ángeles, cuya madre, una prostituta de Hollywood asesinada cuando Bosch tenía 11 años, le puso ese nombre como homenaje a la fascinación que le producía el cuadro El jardín de las delicias.

Hieronymus Bosch es el nombre del pintor neerlandés conocido en nuestra lengua también como Jerónimo Bosch o El Bosco: en neerlandés Den Bosch, la ciudad donde nació en 1450.

Cuando aún trabajaba como reportero, Connelly inició con Bosch la serie formada por El eco negro, Hielo negro y The concrete blonde (La rubia de hormigón).

El Premio Edgar 1993 por El eco negro, lo convenció de que iba por buen camino.

Pero su meta no eran los premios sino escribir.

La obtención del Edgar lo animó a convencerse de que tenía que abandonar todo lo demás y dedicarse solo a escribir.

El último coyote (1995), su cuarta novela, fue el resultado de esa independencia del mundo periodístico, de su alimentador externo.

Con El poeta (1996) hizo una pausa en la serie Bosch, que luego retomó con Pasaje al paraíso (1997) y con esta que nos ocupa: El vuelo del ángel, de 1999.

No es la mejor novela de Connelly, repito.

Tiene los mismos defectos que son comunes a muchas obras del género negro:

Una necesidad imperiosa de cimentar la trama (un autor de novela negra sabe que por bueno que sea como escritor y por refinadas que sean sus tramas, sus historias siempre son ficticias).

Cierta manía por la argumentación genial (tratando de contrarrestar lo anterior).

Un exagerado acento en determinados tics y manías de los personajes principales (la novela no debe pasar de las 400 a 500 páginas y la condensación debe ser efectiva) con el fin de vivificarlos como personajes.

Vías e historias paralelas que se abren sin esperanza (como en todo buen relato) y caminos demasiado obvios como subsidiarios.

Y uno de los defectos que -particularmente- más me atizan: esa compulsión por explicar todo al final del relato.

De ser posible, de la misma boca de los culpables.

Y entonces se echan a soltar su expiación y culpa como un chorro que todo lo contamina, a la vez que les sirve de redención.

Y de explicación al lector, claro.

Rafael Chirbes, un escritor español del género negro, dijo, hace poco en una entrevista, una verdad de Perogrullo, que sin embargo muchos olvidan:

«Un escritor no debería hablar sobre su libro. Lo que quiso decir con su libro está en sus páginas y no en lo que pueda decir sobre él.»

Lo mismo podría valer para esas escenas finales que algunos autores utilizan para explicar su trama dentro del mismo libro:

Si el autor no ha conseguido mostrarlo (su argumento, su trama) a lo largo de su historia, puede resultar cargante que intente hacerlo en un resumen final.

Y si lo consiguió, si su trama está bien expuesta, ¿para que remacharla?

Con todo.

Las novelas de Connelly, por sus elementos que se repiten y van formando mundos y submundos unidos y dependientes entre sí, me hacen recordar las geometrías fractales.

Tal vez por eso también soportan varias lecturas: porque sus historias pueden verse desde diferentes puntos de vista y están tan bien escritas que resisten el cambio de perspectiva del lector.

De la escritura de Connelly aprecio especialmente los finales de los capítulos: se nota un esfuerzo claro por empaparlos de poesía o por darles el carácter de un epitafio o de una anunciación esperanzadora.

El vuelo del ángel, comienza con Bosch al borde del fracaso matrimonial y esperando ansiosamente la llamada de su esposa.

Cuando el teléfono suena, se apresura a preguntarle dónde se ha metido.

Pero es su jefe quien le habla y le ordena que se apersone de inmediato a la escena de un crimen.

El lugar es el Angel Flights, un funicular construido en 1901, que funciona a contrapeso de sus dos únicos coches y que también es conocido como «la línea de ferrocarril más corta del mundo».

De allí el título de la novela.

El caso es especialmente delicado porque el asesinado es nadie menos que Elias Howard un abogado afroamericano que se ha hecho famoso ganando litigios contra los abusos de la policía de Los Ángeles y odiado, por lo tanto, por el cuerpo policial.

Bosch comprende enseguida que lo que se espera de él no es la solución del caso sino una especial demostración de acrobacia y malabarismo: cómo hacer para dejar contentos a todos, a la opinión pública, a las masas de marginados que esperan volver a salir a manifestar su descontento, y, acaso especialmente, a la misma policía.

El relato turbulento y emocionalmente profundo de Connelly no da tiempo a preguntarse cómo diablos se le ha podido encargar justo un caso así a alguien conocido por no soltar su presa una vez que la ha mordido.

Todo se complica y se torna más interesante (para el lector, especialmente), cuando Bosch descubre que Howard estaba a punto de desenmascarar al verdadero asesino en el caso que lo ocupaba.

Noto un juego claro con el lector en esta sexta novela de la serie de Harry Bosch.

Si un buen relato promueve toda una serie de identificaciones con uno o más protagonistas por parte del lector.

En esta novela, Bosch/Connelly se lo pone difícil.

De una manera sutil, pero creíble, por humana.

Porque el mensaje es que no hay seres (tampoco Bosch, por supuesto) ni mundos perfectos.

Pero que en esa imperfección, bien vale la pena seguir luchando por los propios principios.

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HjorgeV 28-03-2011

ALEXANDER ALEKHINE: MONSTRUO Y GENIO TRÁGICO

Su padre era un rico empresario textil moscovita, terrateniente y miembro de la Duma.

Su madre, hija de un empresario, vivía entregada a obras benéficas, a reuniones sociales y, supuestamente, también a la bebida.

La vida de Alexander Alekhine (Moscú, 1892- Estoril, Portugal, 1946) casi coincidió con la primera época de los mundiales de ajedrez (1886-1948) en la que el campeón escogía a sus rivales e imponía sus condiciones arbitrariamente al defender su título.

Se dice que como sus padres solían dejarlos solos, su abuela les enseñó un buen día a los tres hermanos a jugar al ajedrez.

No existen constancias de que Alexander practicara el ajedrez formalmente de niño.

La leyenda -y muchas se han tejido alrededor de su vida- cuenta que cuando tenía 13 años se coló a la presentación del ajedrecista usamericano Harry Nelson Pillsbury, evento prohibido para menores de edad en ese entonces, y que este hecho marcó su futuro interés por el juego ciencia.

La buena posición económica de su padre le permitió entonces al jovencito dedicarse con pasión al ajedrez.

Su primer torneo lo ganó en 1908 a la edad de 16 años.

 

 

Su fama había empezado poco antes, cuando ese mismo año (aún con 15) quedó 5º en un torneo en Düsseldorf y le ganó al campeón alemán Curt von Bardeleben días después en una partida en la misma ciudad.

En 1914 se graduó en Derecho en la Escuela Imperial Superior de Leyes de San Petersburgo, entonces la capital del Imperio Ruso.

Como no le había estado permitido por ser menor de edad el ingreso a los clubes de ajedrez, lo había practicado jugando por correspondencia, algo nada inusual entonces.

Como estudiante leyes, se habría pasado muchas de las clases resolviendo partidas de ajedrez mentalmente.

Un ejercicio que le sirvió después para adquirir renombre en la modalidad a ciegas, también llamada a la ciega.

Ese mismo año recibió el título de Gran Maestro de manos del zar Nicolás II.

Junto al legendario ajedrecista cubano José Raúl Capablanca, Emmanuel Lasker, Frank Marshall y Siegbert Tarrasch, fueron los primeros jugadores en recibir ese título.

Aunque el ajedrez moderno ya existía cuatro siglos como tal (el poema valenciano Scachs d’amor, considerado el documento más antiguo sobre el ajedrez moderno, data de 1470 a 1490), el primer Campeonato Mundial de Ajedrez había tenido lugar en 1886, poco antes de su nacimiento.

Entonces el excéntrico Wilhelm Steinitz le había ganado a Johannes Zukertort.

Pero solo porque Steinitz se había proclamado a sí mismo campeón del mundo en 1872: sin que nadie lo pusiera en duda hasta que lo retó Zukertort, quien también se había proclamado a sí mismo campeón mundial poco después.

Algo difícil de comprender hoy.

Al parecer, Alekhine llegó a ejercer la judicatura antes de que la I Guerra Mundial lo pescara en tierras alemanas mientras jugaba un torneo.

Fue apresado en Mannheim junto a otros compatriotas y los meses de su cautiverio en Triberg los aprovechó para jugar a ciegas con sus compañeros de prisión.

Los extraños avatares de su vida se continuaron cuando fue liberado y regresó a Moscú para ser testigo de la Revolución de Octubre.

Su familia sufrió entonces la confiscación de todos sus bienes y Alekhine fue a parar a la cárcel en Odesa, en 1919.

Acusado de espionaje y condenado a muerte.

Allí contrajo la escarlatina, una enfermedad que lo marcaría para toda la vida.

Hay diversas leyendas sobre cómo llegó a salir de la prisión para luego abandonar Rusia, en un momento en el que a nadie le estaba permitido hacerlo.

Una de ellas cuenta que León Trotski, entusiasta del ajedrez, se presentó en su celda para jugar una partida y quedó tan fascinado que ordenó que lo dejaran libre.

(Otra leyenda cuenta que Trotski le habría propuesto jugarse en una sola partida la libertad y la vida.)

Alekhine emigró de su país acaso más por buscar mejores perspectivas para su futuro como ajedrecista que por razones ideológicas.

De hecho, hasta su exilio voluntario, se encontraba trabajando como juez instructor en la administración castrense.

De mayo de 1920 hasta su emigración en febrero de 1921, trabajó en ese puesto.

Nunca más volvería a su país.

No podía imaginar el gran papel que el ajedrez iba a tener en la Unión Soviética, ni la supremacía de más de medio siglo de los jugadores soviéticos.

Siguiendo la ruta habitual de los emigrantes de su país de ese entonces, llegó a Berlín, donde existía toda una colonia rusa.

Pero no duró mucho en la capital alemana.

Pasó a la Ciudad Luz, donde adquirió cuatro años después la ciudadanía francesa y homologó sus estudios de Derecho.

A partir de 1926 se hizo llamar «doctor Alekhine», por un supuesto doctorado hecho en la Sorbona, sin que existan pruebas de él ni de la tesis con el supuesto título de «El sistema penitenciario en China».

En París llevaba una vida mundana y cosmopolita, gracias al ajedrez y a que hablaba ruso, francés, alemán e inglés.

En 1925 había batido su propia marca de 26 partidas en una sesión de partidas simultáneas a ciegas.

La fama de Alekhine aumentaba cada día.

Lo mismo que sus ataques coléricos.

Su máxima meta era convertirse en campeón mundial, objetivo que la guerra había truncado momentáneamente y en el que ahora podía concentrarse.

Para conseguirlo tenía que vencer al legendario Capablanca.

José Raúl Capablanca y Graupera (La Habana, 1888- Nueva York, 1942) exigía 10.000 dólares de la época a quien lo quisiera retar a un duelo por el título mundial.

En Nueva York, en un torneo en 1926, Alekhine quedó segundo detrás del cubano, quedando validado como aspirante al título.

Faltaba vencer el llamado «muro dorado» de Capablanca: una suma para que la necesitaba un patrocinador.

Lo encontró en el gobierno argentino (Argentina era una potencia mundial en aquel momento), quien se comprometió a pagar la suma mencionada a cambio de que el encuentro se realizara en Buenos Aires.

En septiembre de 1927, contra casi todos los pronósticos y después de más de una treintena de partidas y cuatro meses de juego, Alekhine consiguió su sueño.

En el banquete de agasajo, prometió a Capablanca la revancha.

Promesa que nunca cumplió. (Al contrario, evitó cualquier posible encuentro con el cubano. Recién casi diez años después se volvieron a enfrentar en Nottingham en 1936, pero no por el título.)

Tal era el poderío de Alekhine y su reconocimiento mundial, que la recién fundada FIDE, la Federación Internacional de Ajedrez (la 2ª en el mundo, después de la FIFA, por el número de afiliados), no se atrevió a reclamarle el título.

En cambio, le opuso a su propio campeón, Max Euwe, en dos oportunidades.

Y en las dos -1929 y 1934- Alekhine le ganó al holandés, deslegitimando así a la FIDE.

Después de ganarle a Capablanca en Buenos Aires, el genio ruso se tomó un año sabático y se dedicó a dar exhibiciones por Europa y América.

También escribió libros, artículos y análisis de partidas.

Es posible que en ese periodo haya descubierto o alentado su afición a la bebida. En todo caso, empezó a tener claros problemas para organizar su vida y controlar su economía, acaso porque había crecido sin preocupaciones pecuniarias.

Es posible que esa haya sido también la razón que lo llevó a casarse cuatro veces, siempre con mujeres mayores y bien situadas económicamente, y con las que tuvo dos hijos.

De vuelta al mundo de la competencia, en 1935 volvió a defender su título frente al holandés Max Euwe.

Confiado en que le ganaría sin problemas, llegó a presentarse alcoholizado a las partidas.

Se dice que para poder asistir a una de ellas tuvo que ser reanimado, después de haber sido encontrado tirado en la hierba de un prado vecino, completamente borracho.

El holandés ganó finalmente.

Pero Alekhine se preparó para la revancha: dejó el alcohol y el tabaco y retó al nuevo campeón.

Cometiendo el mismo error que su oponente, Euwe descuidó su preparación y no contó con que Alekhine había cambiado el alcohol por la leche.

A partir de ese momento la vida privada y la vida profesional de Alekhine se convirtieron en un caos permanente: había dejado de ser invencible en el mundo del ajedrez y su estrella empezaba a declinar.

Se encontraba preparando encuentros contra la nueva élite ajedrecística de la Unión Soviética, cuando una nueva guerra (la tercera en su vida) volvió a interferir en sus planes.

Entonces empiezan a producirse raros cambios en la conducta de Alekhine.

Tras dos décadas como ciudadano francés, y ya comenzada la guerra, participa en la Olimpiada de Ajedrez de Buenos Aires de 1939 defendiendo los colores franceses y muestra una clara postura antigermana.

Al regresar a Francia se alista en la Resistencia francesa como traductor e intérprete. Y como tal es capturado por los alemanes.

Al ser reconocido como el campeón mundial de ajedrez, se le ofrece un trato especial a cambio de jugar torneos en la Alemania nazi y en los territorios ocupados.

Alekhine acepta.

Y cuando Alemania ataca a la Unión Soviética en 1941, se vuelve un fanático propagandista de los nazis y un asiduo de Hans Frank, el gobernador general alemán de la Polonia invadida, gran aficionado al ajedrez.

Ese mismo año aparecen artículos suyos (seis en total) con claro contenido antisemita en la prensa de la ocupación alemana. Concretamente, en el Pariser Zeitung (‘Diario de París’) y en el Deutsche Zeitung in den Niederlanden (‘Diario alemán en los Países Bajos’).

Poco después, se publican más artículos suyos en el Deutsche Schachzeitung, la publicación alemana especializada en ajedrez.

Alekhine propugnaba y alentaba una supuesta superioridad de los ajedrecistas arios sobre sus pares judíos: cobarde y defensivo era el juego de estos, frente al romántico y atrevido de los primeros.

Aquí se inicia el calvario de Alekhine.

(Es interesante anotar en este punto, que Alekhine, la modalidad de su apellido que se usa tanto en nuestro idioma como en francés e inglés, no era precisamente lo que él prefería.

En alemán se le conoce como Aljechin, pronunciado más o menos como Aliejin, con la jota aspirada.

En vida reclamó que su apellido se pronunciara de esta forma. Deseo respetado hasta hoy por los alemanes. En nuestro idioma también se le conoce como Aliejin.)

Asentado en Praga desde 1942, y consciente de que el final de la guerra se acercaba, se dio cuenta de que se encontraba en un punto geográficamente vulnerable.

Sus contactos con los nazis le permitieron viajar a España y ser recibido cordialmente por la España fascista de Franco, donde vivió el final de la guerra.

El conflicto mundial había terminado, pero los más graves conflictos de Alekhine recién acababan de empezar.

Después de la guerra, los ingleses asumen la responsabilidad de organizar el primer campeonato mundial postbélico e invitan a cinco ajedrecistas.

Entre ellos, y a pesar de ostentar el título, no se encontraba el nombre de Alekhine.

Quiso justificar sus artículos antisemitas con su amor por el ajedrez: argumentaba que él no había hecho otra cosa que rendirse ante su pasión por el juego ciencia.

Afirmó que sus artículos no los había escrito él mismo.

Nadie le creyó. Y no existen constancias de sus aseveraciones.

Tischa -como también era llamado por su familia- trasladó entonces casi por completo su pasión por el tablero a la botella.

Cuando llega a España es ya un hombre casi destrozado y le advierten que su hígado no soportará más borracheras.

El haber orinado borracho en plena sala de un torneo le podía garantizar su paso al libro de las anécdotas de la historia del ajedrez, pero no le servía de nada para aliviar sus penurias económicas.

La I Guerra Mundial lo había infectado con la escarlatina, la Revolución de Octubre había despojado a su familia de sus bienes y a él de su herencia, y la II Guerra Mundial lo había dejado sin su título.

«Me han destruido las dos guerras» tituló un artículo que escribió por ese entonces.

Sin apoyo en España, busca refugio en Portugal.

Concretamente, en la costa de Estoril, a unos 25 km de Lisboa.

En ese balneariol ocupa una habitación de un establecimiento de lujo, parcialmente cerrado por ser temporada baja, el Hotel do Parque. Es invierno.

Mikhail Botvínnik, el ganador del quinteto invitado a disputar el título, le acaba de dar una luz de esperanza en una carta.

Le dice que, a pesar de la oposición de la mayoría de ajedrecistas debido a su historial en la guerra, lo reconoce como legítimo campeón y que está dispuesto a disputar su flamante título con él, tal como habían acordado antes del inicio de la guerra.

Tischa, el virtuoso del ajedrez de ataque, se emociona.

La BCF, la Federación Británica de Ajedrez, le confirma en un telegrama del 23 de marzo de 1946 que se ha alcanzado un acuerdo entre los dos campeones.

Alekhine hace un último esfuerzo, se encomienda a la diosa Caissa y consigue una tregua con su gran rival: la bebida.

Tiene 53 años.

Ha sido campeón mundial durante 17 años.

Estaba intentando cuidarse y mantener alcohol alejado al alcohol, cuando un rival mayor -el mayor rival humano- lo sorprendió sentado a la mesita de su habitación cuando se disponía a cenar.

Era la noche del sábado 23 de marzo de 1946.

Prácticamente en la indigencia -a pesar del hotel de lujo, seguramente un favor de sus contactos- y confiando en poder concertar alguna partida importante, murió mientras comía.

Su muerte obligó a la Federación Internacional de Ajedrez (creada en 1924) a ocuparse de la organización y control de los campeonatos mundiales a partir de 1948.

Sobre su deceso se tejieron una serie de conjeturas.

Habría sido el primero (por sus iniciales A.A.) en una lista de personas a ejecutar por su colaboración con los nazis.

La policía portuguesa encontró su cuerpo en la habitación de su hotel al día siguiente, el domingo 24 de marzo, después de haber sido alertada por el personal del negocio.

En la foto que le tomó un agente, estaba vestido como para salir al invierno de Estoril y ligeramente inclinado sobre su asiento, como si se encontrara echando una cabeceada antes de proseguir sus actividades.

Al lado había un tablero con las piezas listas para iniciar una partida que nunca empezó.

La autopsia indicó que un pedazo de carne de unos 8 cm de longitud -sin masticar- había bloqueado su laringe produciéndole la asfixia.

¿Se queda tranquilamente sentado a esperar su muerte (sin mover un solo objeto de todos los cercanos de su mesa, ni siquiera su silla) alguien que se ha atragantado con algo?

¿No lucha, no se retuerce por toser o conseguir respirar?

Alekhine bien pudo morir de un simple ataque al corazón repentino, provocado por la asfixia también repentina.

Era aficionado a comer con las manos, siempre que podía (y por eso habría preferido comer solo), sin utilizar cuchillo ni tenedor.

Al ser encontrado muerto en su habitación, se habría encontrado también un pedazo de bistec en su mano derecha.

Sus restos reposan en el cementerio de Montparnasse desde 1956, año en que fueron trasladados a iniciativa de la FIDE del cementerio de Estoril a París.

Un crítico lo llegó a llamar el Wagner del ajedrez. Otros lo llamaron genio y monstruo en uno.

Trágico, en todo caso.

Fue el creador de la extravagante Defensa Alekhine (o Aliojin), a pesar de ser conocido por su ataque singular y agresivo.

Era de los jugadores genialmente tácticos que podían sacrificar un caballo o, incluso, una dama al comienzo de la partida como parte de su estrategia vencedora.

Alguna vez dijo que no veía el ajedrez como un juego, sino como una lucha. A la que también añadía estrategias psicológicas propias del juego sucio:

Como amante de los gatos, conocida es la anécdota al enfrentarse a Max Euwe por el título mundial: sabiendo que el holandés no los soportaba, mantuvo a un minino sobre sus rodillas durante toda la partida.

Es muy posible que para la novela La defensa de Luzhin (1929-1930), su compatriota y contemporáneo Vladimir Nabokov, se haya inspirado en él. (En la novela, el protagonista termina rindiéndose.)

En 1999, debido a un fuerte vendaval en la capital francesa, el monumento de la cabecera de la tumba -una pieza de mármol de Carrara sobre un pedestal de granito rojo- cayó sobre la lápida principal y se partió.

La tumba fue reparada.

Pero, curiosamente, el tablero de ajedrez que la preside, al ser reparado, fue erróneamente girado 90º, dejando un escaque negro a la derecha y no uno blanco como debería ser.

Una incongruencia.

Una menor, encuentro personalmente.

¿Por qué estaba vestido con un abrigo (gabardina o gabán) si se había sentado a cenar?

¿Se disponía a salir?

Era marzo, finales del invierno europeo. Tanto frío no podía hacer fuera y menos en la misma habitación.

¿Esperaba a alguien para jugar (por el tablero listo para iniciar una partida)?

Alekhine era un experto en el juego a ciegas. No requería necesariamente de un tablero para ejercitarse.

Otro detalle: en la inscripción de su tumba figura el 25 de marzo de 1946 como el día de su deceso.

Según otras fuentes bien documentadas la mañana del domingo 24 de marzo de 1946, un camarero del Hotel do Parque de Estoril se acercó a su habitación con el número 43 a llevarle el desayuno.

Y se encontró con que el famoso huésped no había llegado a tocar la sopa de la noche anterior.

Y se encontró con que el famoso huésped no había llegado a tocar la sopa de la noche anterior..

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HjorgeV 24-03-2011

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Fuentes:

http://www.ajedrezdeataque.com/04%20Articulos/06%20Alekhine/Alekhine.htm

http://www.chessbase.com/espanola/newsdetail2.asp?id=4120

http://www.elabedul.net/Ajedrez/Documentos/campeones_mundiales.php

http://es.wikipedia.org/wiki/Alexander_Alekhine

http://de.wikipedia.org/wiki/Alexander_Alexandrowitsch_Aljechin

http://www.wdr5.de/nachhoeren/zeitzeichen.html

http://www.chesshistory.com/winter/extra/alekhine3.html

DIVAGACIONES SOLARES DESDE TEUTONIA

1

Mi rodilla está mejor.

Anteayer, por primera vez después de casi dos meses, bajé y subí las escaleras rápidamente sin pensar en mi rodilla.

Cuando volví al segundo piso, me di cuenta de ese pequeño ‘milagro’.

Haber pensado que no volvería a poder pisar con la pierna izquierda sin miedo (y sin necesidad de una operación) es todavía un hecho cercano.

Tan perceptible en la memoria como las dos semanas que me pasé con un agudo dolor al caminar.

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2

Se lo dije al médico y me quedó mirando.

-A reforzar la musculatura y esperar -me dijo.

Por lo menos estoy más tranquilo ahora que me ha dicho que no cree necesario hacer ninguna artroscopia ni alguna otra terapia invasiva.

Pienso en todas esas personas que salen a la calle y sus sentidos están puestos (incómoda e infelizmente) en cierta parte de su cuerpo.

Pienso también en todos aquellos que deben cargar con el lastre de tener que pensar en cierto aspecto de su ser (el color de su piel, sus inclinaciones sexuales, su visible pobreza, su gran infelicidad) cada vez que salen a la calle.

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3

Al salir del hospital me crucé con dos estudiantes o internos de medicina.

Me hicieron recordar a esos ‘jóvenes’ que se reúnen a patinar junto a la catedral de Colonia y que deben llegar de ciudades y pueblos vecinos.

Aunque todos desearían pasar -a lo máximo- por veinteañeros, entre ellos hay varios treintones y hasta algún cuarentón.

Los estudiantes del hospital habían pasado claramente la treintena, pero caminaban como solo suelen hacerlo sin rubor los adolescentes.

Solo les faltaba su patinete bajo los pies.

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4

Estaban vestidos del cuello a los pies de blanco.

Si no son médicos o aspirantes a médico, me dije, entonces todavía no ha acabado el carnaval en Colonia.

Me hicieron recordar mi época limeña de estudiante universitario..

Pensé en los alumnos de Medicina de la facultad de San Fernando.

Esos tipos no se sacaban sus batas blancas ni para jugar un partido de fulbito.

Su mayor interés no parecía ser aprender a curar a la gente sino vestir eternamente de blanco.

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5

Llegué a Colonia a finales de los ochenta.

Apenas había extranjeros entonces en Alemania. Los latinos éramos un puñado: estudiantes la mayoría de nosotros.

(Latinas había muy pocas. Contadísimas. Eran casi una rareza.)

De nuestra relación con los alemanes, recuerdo especialmente la facilidad con la que algunos solían burlarse de ciertas y supuestas debilidades nuestras.

Siempre me quedé intrigado con esa facilidad.

¿Supondrían que nuestro supuesto permanente buen humor nos hacía indolentes a todo tipo de bromas?

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6

En una oportunidad, mientras corríamos por una montaña, un profesor se asombró de mi facilidad para correr por las alturas.

-Las llamas son peruanas -me dijo, creyendo que hacía un gran chiste.

Ya llevaba yo algunos años en este país y había aprendido a defenderme.

Reaccioné mal, pero logré taparle la boca:

-Y eso que no tuvieron que cargar con el oro de las dentaduras de los judíos -fue mi respuesta.

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7

¿Cómo son los alemanes?

Ayer acompañé a mi hijo de diez años a su partido de fútbol en una localidad vecina y me volví a juntar con otros padres de familia.

No pude resistir hacer las correspondientes observaciones como cada vez que se presenta una oportunidad así.

Para empezar, partimos en caravana.

Lo digo, porque a los pocos kilómetros al que iba delante -guiando supuestamente al grupo- lo perdimos de vista.

En la autopista, un BMW descapotable nos pasó a toda caña. Íbamos a 150.

Mi hijo me dijo que era el auto del entrenador.

¡Caravana!

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8

En la época en que llegué a Alemania, muchas de las chicas de la universidad tenían la sana costumbre de quitarse la blusa o la camiseta en el prado vecino al campus en sus horas libres.

A los muchachos de entonces (especialmente a los latinos, recuerdo que los alemanes se hacían los desentendidos) nos fascinaba algo así.

No creo estar diciendo algo especialmente penoso, desconocido o especial.

Recuerdo que nuestra reacción natural era tomar una pelota y ponernos a pelotear en ese prado: la famosa Uni-Wiese de Colonia.

Así podíamos observar discretamente aquello que hasta entonces solo conocíamos de las revistas que nuestros padres nos prohibían.

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9

Vengo del Perú. El dios principal de mis antepasados era (¿el?) Inti, el sol.

Junto al campo donde juega mi hijo (en todo pueblo o localidad alemana, casi sin excepción, hay una cancha oficial de fútbol, lamentablemente de gravilla por lo general) recibo en pleno rostro los rayos solares y me asombro de haber salido tan abrigado.

Un poco más allá un padre de familia está en mangas de camisa y varias madres se han puesto sus lentes o gafas de sol.

Hay una onda casi vacacional en el ambiente. Los fuertes rayos solares de este día de fin de marzo han empezado a enloquecer a la gente.

Sé que luego se lanzarán todos a copar las alamedas y los parques, las playas del Rin y, especialmente, los Biergarten (‘jardines cerveceros’ en la traducción literal).

¿Por qué no hicieron los alemanes como los incas?

¿Nunca se les ocurrió adoptar como dios al Sol?

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10

Hay una luna casi irreal colgando del cielo en esta noche con ambiente casi veraniego, ahora que saco al perro a dar su último paseo del día. (Es la superluna.)

El termómetro marca 5ºC y sé que en un par de horas los 15ºC alcanzados durante el día se convertirán en 4 bajo cero.

Recuerdo una conversación telefónica con mi primera novia alemana.

La había conocido en un viaje al interior de mi país y aún después de haber regresado a su país (aquí a Alemania, justamente), seguíamos llamándonos de vez en cuando por teléfono.

(Esa simple actividad de hoy era toda una empresa y un gasto oneroso en ese entonces. Recuerdo que tenía que ir al centro de Lima para llamarla desde unos locutorios especiales.)

-¿Qué tal? -le pregunté una vez.

-Tenemos un tiempo maravilloso -me respondió.

-¿Cuántos grados? -le pregunté, porque tenía entendido que estaban en invierno.

-Casi 0ºC -fue su respuesta.

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11

Un día de mediados de comienzos de este siglo (no habían pasado ni diez años desde mi paso por la universidad) me di una vuelta por el prado vecino al campus colonés.

Allí donde antes había universitarias luciendo sus pechos al aire, me encontré ahora con un nuevo espectáculo: basura por doquier.

Latas y botellas de cerveza y otros envases vacíos desperdigados por el pasto.

Parrillas improvisadas abandonadas a su suerte después de su uso. Parrillas de aluminio de usar y tirar desparramadas por casi todo el perímetro del antaño agradable prado universitario.

¿Cuándo había ocurrido el cambio?

¿Y por qué?

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12

¿Qué es ser extranjero en Alemania?

¿Qué es ser peruano, concretamente?

Trató de explicármelo hoy mi hijo de 6 años.

Se acercó y me dijo que es alemán, pero también peruano, porque su padre es peruano.

No español ni castellano, me aclaró.

Pero que en verdad es alemán porque ha nacido en Alemania, habla alemán y su mamá es alemana.

-Claro -le respondí, sabiendo que las verdades infantiles son irreductibles.

-O sea que soy peruano pero no la mitad, sino menos.

-Puede ser -le dije-. Claro. Si has nacido y crecido en Alemania, eres hijo de alemana y hablas alemán, entonces eres más alemán que peruano. Tiene sentido.

-Pero no puede ser -insistió.

-¿Por qué?

-¡Porque yo soy medio peruano, pues!

Me quedé confundido.

Le propuse darle un poco a la pelota para divertirnos un poco y olvidarnos del tema.

Aceptó.

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13

Este sol, tremendo, me ilumina y me calienta mientras jugamos e intento perder contra mi hijo menor sin que lo note.

¿Cuántos días al año se tiene un sol así, tan generoso, en este país?

(Mi padre, quien también pasó un par de años por estos lares, contaba un chiste que recién entendí como tal décadas más tarde: «¿El verano alemán? ¿No fue un miércoles?»)

Me doy cuenta de que mis antepasados incas hicieron bien en elegir al Sol como dios principal.

Si los teutones lo hubieran hecho su dios, me digo, tal vez le podrían haber inculcado algo de su disciplina.

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HjorgeV 20-03-2011

¿APRENDEREMOS DE LA CATÁSTROFE NIPONA?

Pasé esta mañana por una gasolinera y lo primero que me llamó la atención fue el gran titular de un diario alemán sensacionalista (el de mayor tirada):

«¡Explota otro reactor!»

Las imágenes de Japón que muestra la televisión en estos días hacen recordar las peores producciones (de películas de catástrofes) de Hollywood, de esas con efectos especiales que nos parecían imposibles y de mal gusto.

Sin embargo, la realidad, una vez más, ha ‘superado’ al ‘arte’.

Creo que todos llevamos, a la vez, un periodista y un gran curioso dentro.

Necesitamos saber qué sucede en nuestro entorno cercano y lejano y, muchas veces, por ese afán, terminamos absorbiendo simples mentiras.

Una cosa es informar y, otra, engañar por el simple afán de vender: eso es el sensacionalismo.


 

Para empezar: no ha explotado ningún reactor en Japón.

Si llegará a suceder o no, es algo que, lamentablemente, se hace cada vez más probable si hay que atender a lo que dicen los medios.

Las grandes explosiones ocurridas se han debido al contacto del hidrógeno con el aire al dejarse escapar gases (radioactivos) para evitar consecuencias peores. Ha habido también otras explosiones e incendios en las centrales.

Veamos los hechos concretos.

¿Por qué, estando Japón en una zona conocida por sus -relativamente- frecuentes sismos de alta intensidad y los consecuentes tsunamis, ha construido sus centrales nucleares justo a la orilla del mar?

¿Y cómo ha llevado esto último a la catástrofe japonesa?

Para empezar, opino que en el fondo de todo esto, hay una característica humana que explica gran parte de lo ocurrido: la Necedad Humana.

La compartimos todos. Sin excepciones de credo, raza o ideología.

Cuando ocurrió el accidente de Chernóbil en 1986, por ejemplo (el más grave accidente nuclear de la historia y uno de los mayores desastres medioambientales del planeta), hasta en 13 países europeos llegó a detectarse radioactividad.

El accidente de Chernóbil había ocurrido en el transcurso de una simple operación de rutina, mientras se simulaba el corte del suministro eléctrico.

Sin embargo, a pesar de los daños irrebatibles inmediatos y de posteriores estudios como el espeluznante informe de la sección alemana de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (AIMPGN), aquí en Alemania no se cerraron las centrales nucleares.

Algo parecido ocurrió en el resto de Europa.

Los seres humanos creemos que somos capaces de vencer a la naturaleza. De imponernos a los más fieros desafíos y a todo tipo de riesgos.

Es la misma creencia que nos hace confiar en la ingeniería genética, por ejemplo, por más que sepamos que una vez que llegue al mercado libre las consecuencias de su uso indiscriminado y delincuente podrían ser monstruosas.

Lo demostramos también en cosas menores: como cuando creemos que los escudetes de aire de los automóviles (los airbags) nos pueden salvar la vida independientemente de la velocidad a la que vayamos.

Es la misma característica humana que nos lleva a creer que cada nueva guerra será la última y que la nuestra es justa e inevitable.

Es probable que lo llevemos en los genes: empezamos a fumar por esa misma razón: queremos demostrar que somos más fuertes y mejores.

Por eso nos dejamos convencer por los cabilderos de determinadas empresas para emprender viajes a la Luna y a otros planetas, cuando ni siquiera podemos con el hambre y la injusticia del nuestro.

No somos capaces siquiera de regular nuestros recursos de energía.

Seguimos sin adoptar otras formas de energía (como la eléctrica) para nuestros vehículos, por más que sabemos que con el petróleo solo existe un futuro limitado e inseguro.

Personalmente, sigo sin entender cómo a estas alturas de nuestra llamada civilización hemos podido conseguir incluir la educación sexual en las escuelas (por más que haya fanáticos religiosos que se opongan y en grandes partes del mundo sea todavía un gran tabú), pero seguimos sin un curso escolar sobre la Necedad Humana.

Aunque no fuera todo un curso, por lo menos deberíamos impartir en las escuelas conocimientos históricos y ejemplos reales y prácticos que nos alertaran de lo estúpidos que podemos ser y de lo fácilmente influenciables que somos.

(Algo así pondría también en un lugar crítico a la democracia tal como la conocemos hoy, puesto que se ha convertido en una simple lotería circense de dos resultados -malos-; pero podría ayudar a mejorarla.)

Esta vez, por lo menos, después de que la catástrofe nipona haya dejado claro que una central nuclear implica riesgos que los humanos no podemos controlar, Suiza ha reaccionado inmediatamente y ya ha anunciado la cancelación de todos los proyectos de renovación de sus 5 reactores nucleares. Y eso a pesar de que representan el 40% de la producción requerida en ese país.

Pero Alemania, sin embargo, sigue cojeando.

El gobierno de la señora Merkel acaba de anunciar una moratoria de 3 meses al plan de extender la existencia de las centrales nucleares aprobado el año pasado.

La ley respectiva fue aprobada con el argumento de que las centrales son seguras.

Si son seguras, la pregunta de cajón es: ¿por qué entonces la moratoria?

Solo quedan dos posibilidades:

  1. El gobierno de Merkel mintió. O:
  2. No tiene verdadera idea sobre la seguridad de las centrales nucleares.

Lo segundo parece lo más probable, visto que pronto habrá elecciones y entonces el principal partido en el gobierno podrá tocar el tema de la seguridad de los reactores en funcionamiento de acuerdo a sus ‘necesidades’ electorales.

Vale decir, la seguridad de un reactor nuclear se hace depender en este país de un calendario electoral.

Algo que parece desconocer el ciudadano alemán promedio.

Pero volvamos al caso concreto de Japón.


EL CASO NIPÓN

Japón es la tercera economía mundial.

Es un país de casi 130 millones de habitantes que necesita ingentes fuentes de energía para sus industrias y su modelo de vida.

Pero no posee recursos naturales como el gas, carbón ni petróleo.

Por otra parte, es un archipiélago rodeado por el Mar del Japón (un brazo del Océano Pacífico), en el que el suministro exterior de energía es dificultoso.

Por todo esto, Japón optó por la energía nuclear y hasta el viernes pasado el 29% de la energía japonesa provenía de sus reactores nucleares.

Una verdadera bomba de tiempo, en una región donde hay terremotos y tsunamis regularmente.

Sin embargo, Japón tomó la decisión a sabiendas.

(Ahora Chile, que había empezado estudios para abastecerse de fuentes de energía nuclear, va a tener que pensárselo seriamente, porque está en una zona de alto riesgo como Japón, con terremotos y tsunamis similares.

¿Qué sucederá este viernes 18 que se pensaba firmar en Santiago de Chile un acuerdo sobre cooperación en energía nuclear con EEUU?)

Según la Asociación Nuclera Mundial, las centrales japonesas fueron construidas para soportar terremotos de hasta 8,25 en la escala de Richter.

Soportaron incluso este reciente terremoto de magnitud 9.

Lo que ocurrió fue algo no previsto.

Los tres reactores de la central de Fukushima (la más afectada) se apagaron automáticamente y se activó el sistema de refrigeración de emergencia.

Es un procedimiento previsto que tiene como objetivo evitar la fusión del núcleo.

Sin embargo, una hora después del terremoto, el tsunami dañó los generadores de emergencia que refrigeraban el núcleo.

Sin refrigeración se empezaron a acumular gases radioactivos, aumentando la presión interna.

Para reducir esta presión se empezaron a liberar controladamente gases radioactivos hacia el exterior.

Las grandes explosiones reportadas se han producido al soltarse los gases, entre ellos el hidrógeno, que es el que en contacto con el aire provoca una explosión.

Por eso, no es cierto lo que decía el titular del diario sensacionalista alemán cuyo titular leí esta mañana: no ha explotado un reactor.

(Aunque podría suceder.)

Ahora, ¿por qué las centrales nucleares japonesas están en la costa, justo donde los efectos de un tsunami son directos?

Todas las centrales nucleares necesitan una fuente continua de agua para refrigerarse.

Esta es la razón por la que se busca la cercanía del mar o de ríos.

Aunque normalmente se usa agua destilada, en Fukushima se ha usado ya agua marina (no destilada), con lo cual ha quedado estropeada la central.

Por otro lado, conforme pasan los días, la temperatura va bajando, aumentando la esperanza de que se aleje el peligro.

Lo malo es que es dudoso que el gobierno de Japón esté informando sobre el verdadero alcance de los daños.

Hay dos razones para ello:

1. La economía y los mercados financieros nipones podrían verse mucho más afectados de desatarse aún más el pánico.

(El banco central japonés ya invirtió 60.000 millones de euros para frenar la crisis y la bolsa de Japón cae en un 10%. es la pérdida más grande desde el desastre de Lehman.)

2. No decir la verdad por cortesía (tatemae) y no mostrar símbolos exteriores de debilidad forman parte de la idiosincrasia japonesa.

«Los japoneses lloran en silencio», han relatado españoles residentes en el Japón:

«¿Sabes lo peor de todo? Ver en la televisión a una japonesa buscando a sus padres… ver que encuentran a sus padres vivos y que no corre a abrazarlos, no hace nada ni los toca… Sólo coge al perro que llevaba su padre en manos, se pone a llorar y salen los tres andando. ¿Acaso no es triste?»

¿Qué sucederá en Japón?

Aunque por ahora todavía hay cierto control de las centrales y a pesar de las explosiones, incendios en los reactores, de que la vasija que protege al reactor 2 podría estar dañada, de que los supermercados empiezan a quedarse vacíos, de que la bolsa de Tokio sigue cayendo y de que ya existe radioactividad en el aire, el verdadero peligro se dará si continúa la evacuación del personal de la central nuclear de Fukushima.

Porque mientras haya alguien para (intentar) mantener la refrigeración de las centrales hay una esperanza.

Sin embargo, de producirse una reacción en cadena hasta llegar a la fusión nuclear, o de llegarse a niveles de radioactividad tan grandes que nadie pueda ni quiera quedarse a intentar controlar la refrigeración (ahora solo quedan 50 ingenieros intentándolo), las leyes físicas podrán seguir su curso natural (reacciones en cadena) dentro de las centrales sin control alguno.

Entonces las consecuencias podrían ser incalculablemente catastróficas no solo en cuestiones de salud pública.

Y no solo para Japón.

Es probable que los medios no estén exagerando actualmente cuando empiezan a mostrar los más temibles escenarios futuros, entre ellos el de un colapso económico de la tercera economía mundial y una reacción en cadena que afecte al resto del mundo.

Mi temor es que la Necedad Humana sea tan grande, que ni de esta catástrofe podamos aprender para el futuro.

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HjorgeV 15-03-2011

90 AÑOS DE «EL ASESINO DEL TANGO»

Si aún viviera, hoy celebraría su nonagésimo cumpleaños.

Se fue apesadumbrado porque aún deseaba tocar su bandoneón y el cuerpo ya no le daba para hacerlo.

Una de sus aficiones era pescar.

Tiburones.

Decía que el día que no pudiera halar más del agua un tiburón de 30 kilos de peso, no podría tampoco con el bandoneón.

Para tocarlo, el maestro ponía un pie sobre una silla y colocaba su instrumento sobre el muslo. Y entonces empezaba un baile de poco alcance pero con la intensidad de un amor eterno expresado en un par de minutos.

En cada concierto llegaba a bajar hasta dos kilos de peso.


 

En 1989 llegó al punto de no poder halar ningún tiburón más del agua.

Se pasó 2 años en el hospital.

«No puedo vivir sin tocar», le decía a su familia.

Cuando murió el 4 de julio de 1992, tenía más de 3.500 composiciones en su haber.

«Me dedico al tango y el tango es algo que se lleva bajo la piel», había dicho alguna vez.

Pero el deseo de diferenciarse de los tangueros tradicionales, de alejarse del compadrito y de los demás lugares comunes del tango tradicional, le consiguió la indiferencia y el odio. Los tangueros ortodoxos lo llamaban «el asesino del tango».

«Eso no es tango», le decían.

Cuando en 1967 empieza su colaboración con el poeta uruguayo Horacio Ferrer en Buenos Aires, ya había aceptado el fracaso del jazz-tango y se encontraba enfrascado en pulir algo nuevo, su propio estilo.

La época dorada del tango ya había pasado y ahora tenía que competir con músicas foráneas y su masiva difusión por la radio y el nuevo medio: la televisión.

María de Buenos Aires ópera nacida del trabajo conjunto de Ferrer y Piazzolla fue recibida así por los críticos:

«La obra es incomprensible, no tiene pies ni cabeza, y encima con música de ése.»

Ése era Astor Pantaleón Piazzolla, por supuesto.

Pero Astor era una persona luchadora. En una entrevista de 1954 a la revista Antena de Buenos Aires había dicho:

«Sí, es cierto, soy un enemigo del tango; pero del tango como ellos lo entienden. Ellos siguen creyendo en el compadrito, yo no. Creen en el farolito, yo no. Si todo ha cambiado, también debe cambiar la música de Buenos Aires. Somos muchos los que queremos cambiar el tango, pero estos señores que me atacan no lo entienden ni lo van a entender jamás. Yo voy a seguir adelante, a pesar de ellos.»

Había “descubierto” la música a los 11 años en Nueva York, al escuchar por una ventana abierta a un pianista ensayando durante horas piezas de Bach.

En Nueva York, adonde había migrado con su familia a la edad de cuatro años, había escuchado mucho más: música judía y jazz, mientras su padre no podía otra cosa que añorar su Buenos Aires querido escuchando tango todo el día.

Había nacido en Mar de Plata, el 11 de marzo de 1921, como hijo único de los inmigrantes italianos Vicente Nonino Piazzolla y Asunta Mainetti.

En Greenwich Village su padre se estableció como peluquero y notó pronto el talento musical de su hijo.

En 1929 Nonino le regaló un bandoneón como complemento de sus estudios de piano y Astor aprendió a tocarlo por hacerle un favor a su padre.

Pero la música clásica -especialmente Bach- y el jazz ya habían calado demasiado hondo en él.

Nonino le decía que eso no era música.

En 1934, un tanguero estaba de paso por Manhattan, y su padre le encargó llevarle un regalo. También le pidió que ayudara al visitante con el idioma.

El cantante argentino encontró simpático al chiquillo. Para agradecerle por su ayuda como traductor e intérprete lo invitó a participar al año siguiente en una película que se iba a rodar en el mismo EEUU.

La película era El día que me quieras (1930) y Carlos Gardel -la leyenda del tango- el cantante y protagonista.

Astor hizo de canillita en ella.

El primer tango de su vida (antes solo había tocado música clásica con su bandoneón: lo cuenta él mismo en una entrevista) lo tocó, precisamente, acompañando a Gardel, algo que describe en una carta imaginaria de 1978:

«Jamás olvidaré la noche que ofreciste un asado al terminar la filmación de El día que me quieras. Fue un honor de los argentinos y uruguayos que vivían en Nueva York. Recuerdo que Alberto Castellano debía tocar el piano y yo el bandoneón, por supuesto para acompañarte a vos cantando. Tuve la loca suerte de que el piano era tan malo que tuve que tocar yo solo y vos cantaste los temas del filme. ¡Qué noche, Charlie! Allí fue mi bautismo con el tango.
Primer tango de mi vida y ¡acompañando a Gardel! Jamás lo olvidaré. Al poco tiempo te fuiste con Lepera y tus guitarristas a Hollywood. ¿Te acordás que me mandaste dos telegramas para que me uniera a ustedes con mi bandoneón? Era la primavera del 35 y yo cumplía 14 años. Los viejos no me dieron permiso y el sindicato tampoco. Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa.»

Charlie es el Carlitos que cada vez canta mejor y lo del arpa es una alusión al cielo, puesto que Gardel lo había invitado a unirse a su gira en la que perdió la vida con toda su banda poco después en un accidente aéreo en Colombia.

En 1937, la familia regresa a Buenos Aires, y allí Piazzolla tiene la oportunidad de tocar en la orquesta de Aníbal Troilo.

Un día no se aparece el bandoneonista y Astor se ofrece para tocar en su lugar:

«Lo puedo reemplazar. Conozco todo el repertorio y tengo mi bandoneón.»

Tenía 18 años y desde que había escuchado al sexteto del violinista Elvino Vardaro por la radio y había descubierto con fascinación que podía haber otra lectura del tango, se había entregado con verdadero devoción a la música que amaba su padre. (Después Vardaro tocó en la banda de Piazzolla.)

Por las noches trabajaba como músico tanguero y de día estudiaba piano. Andaba en busca de algo nuevo. No sabía bien de qué, pero trabajaba duro.

La idea de juntar la música clásica, el jazz y el tango rondaba por su cabeza incesantemente.

Justamente a los 18 tuvo otro encuentro determinante en su vida al conocer a Arthur Rubinstein, el genial y excéntrico pianista polaco de origen judío, y que en ese momento vivía en Buenos Aires. Piazzolla le había llevado una composición para piano que le había dedicado. Tras escucharla, Rubinstein le preguntó si le gustaba la música. El jovencito asintió entusiasmado. ¿Entonces por qué no se va a estudiarla?, obtuvo como respuesta. Lejos de amilanarse, replicó: «Para eso he venido». De esa manera terminó estudiando composición con Alberto Ginestera.  (Lo cuenta el mismo Piazzolla en una entrevista que pueden ver aquí.)

Una beca del gobierno francés le volvió a cambiar la vida, al ganar un concurso de composición de música erudita en el que había causado un escándalo al incluir dos bandoneones en la orquesta. Toda una herejía para algunos.

Ya en París, Nadia Boulanger, su profesora, pudo convencerlo de que lo suyo era verdaderamente algo nuevo y que tenía que seguir los pasos de Bartók y Stravinski, grandes compositores que revolucionaron la música erudita.

La famosa pedagoga le dijo, al escuchar su tango Triunfal, después de que su discípulo le ‘confesara’ su pasado tanguero y que tocaba el bandoneón:

«Astor, sus obras eruditas están bien escritas, pero aquí está el verdadero Piazzolla, no lo abandone nunca.»

El argentino quería ponerle swing al tango y se avergonzaba de sus esfuerzos. Boulanger lo alentaba.

Como persona, siempre estaba dispuesto a gastarle alguna broma a sus compañeros.

En una oportunidad metió un gato al estuche del instrumento de uno de ellos y cuando este lo abrió, el animal salió espantado causando un gran alboroto en la orquesta.

Le decían que estaba loco porque había cambiado el tango: un pecado mortal para los argentinos.

Cuando regresó a Buenos Aires, se dio cuenta de que con su octeto no iba a conseguir sobrevivir económicamente (porque no lo contrataban) y por ello regresó a Nueva York.

Cuando murió su padre, Nonino, pidió a sus hijos que lo dejaran solo.

Se encerró durante dos horas y cuando salió tenía listo Adiós Nonino, acaso su obra más emblemática y característica. El dolor hecho estilo y género.

Entonces su música se radicaliza aún más, pero apenas le hacen caso a su Nuevo Tango (el nombre de su quinteto también) cuando regresa a la Argentina.

Hasta que en los 80 empieza a ser reconocido y se le abren los grandes escenarios del planeta.

«Me moví y por eso mi música no está muerta. Mi música es Buenos Aires», sentenció alguna vez.

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HjorgeV 11-03-2011

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Fuentes:

http://es.wikipedia.org/wiki/Astor_Piazzolla

http://de.wikipedia.org/wiki/Astor_Piazzolla

http://www.piazzolla.org/biography/biography-espanol.html

http://www.wdr5.de/sendungen/zeitzeichen/s/d/11.03.2011-09.05.html

http://www.revistaenie.clarin.com/escenarios/musica/noventa-anos-Piazzolla-Horacio-Ferrer_0_441556078.html

MENISCOS & SISTEMA SANITARIO ALEMÁN

A finales de enero pasado, mientras me encontraba calentando antes de un partido, empecé a sentir un dolor en la rodilla izquierda que luego se hizo insoportable.

Había estado jugando fútbol intensamente: sobre césped artificial (como se acostumbra aquí en el invierno alemán), tres veces por semana.

Como no había sufrido un golpe o torsión extrema previa, me dije: «Meniscos».

Me la pasé (un español diría «me lo pasé») cojeando unas dos semanas antes de visitar al ortopeda.

El dolor era tan intenso en ciertas posiciones, que no quería que el médico hiciera un falso diagnóstico solo guiándose por mi percepción generalizada de dolor.

Incluso al levantar la pierna estando echado, la presión sobre la rodilla era simple y llanamente insoportable.

Personalmente, debo decir que detesto acudir a los médicos alemanes.

Son pocos los que verdaderamente han hecho su carrera por vocación y son menos, según mi pobre opinión, los que tienen verdadero ojo clínico: esa combinación de ojo radiográfico (capaz de «ver» en el interior del cuerpo), conocimientos académicos coherentes e interconectados, psicología y gran tacto que necesita todo verdadero galeno.

La medicina en Alemania ha tomado un claro rumbo: un consultorio es un taller «de mecánica» al que tiene que acudir -lo necesite o no- regularmente toda la población para que los médicos y toda la industria a su alrededor (especialmente la farmacéutica) puedan vivir con cierto boato y lujo.

Si el paciente es un verdadero paciente (o solo alguien necesitado de consejo o compañía -esto último sucede con muchos ancianos que viven solos-, o de una simple palabra de consuelo) y se cura realmente, eso es algo que importa poco en este sistema.

La culpa no es solo de los políticos, de la industria farmacéutica y de los médicos.

Creo que el sistema, tal como está diseñado, cría hipocóndricos. Por lo menos, preocupación constante y angustiosa por la salud propia.

Un alemán acude en promedio más de 16 veces al año a un consultorio médico.

Lo necesite o no.

La reciente obligación de pagar 10 euros por trimestre (si se acude a una consulta) no ha conseguido rebajar esta cifra escandalosa. (Patológica casi, se podría decir.)

Si a los alemanes les debe fascinar entonces eso de pasarse horas esperando ser mal atendidos por un profesional estresado, poco competente y desorientado (¿cómo puede aprender alguien que practica con pacientes falsos?, ¿cómo puede aumentar su experiencia alguien que es exigido mayormente como interlocutor psicológico y no como profesional de la salud?), a mí me resulta tan insoportable como mi dolor en la rodilla.

No hace mucho leí las experiencias de un médico alemán que había trabajado 20 años en Noruega y al volver había sufrido un choque sociocultural tremendo. (Usar el traductor de Google, por favor, o con la aplicación directa de la barra de Google.)

Los noruegos van al médico 3 veces al año en promedio.

Un alemán, repito: más de 16 veces.

¿Son los alemanes, por tanto, cinco veces más sanos que los noruegos?

¿O cinco veces más enfermos?

Obviamente, las cifras indican que hay algo, que hay muchas cosas que no funcionan bien en este país en lo que se refiere al sistema sanitario.

Ojo.

Un sistema casi «gratuito» como el alemán tiene sus grandes ventajas.

-La asistencia a la población está garantizada en cualquier punto del país (pero esto se debe también a las características geográficas de Alemania: un país casi plano y de geografía poco cambiante).

-Cualquiera, pobre (el número aumenta cada vez más) o rico, puede recurrir a los servicios sanitarios. Cuantas veces desee.

-Las instalaciones médicas suelen ser de última tecnología.

-Los seguros médicos (estatales o privados) cubren casi todos los tratamientos.

-Alemania con su sistema «gratuito» gasta menos que el infierno sanitario que puede ser EEUU: 10,6% del PBI contra el 15,3% de la gran potencia mundial y una calamidad en cuestiones de asistencia médica a amplias capas de su población.

(El alemán no es un sistema gratuito: en términos generales, se puede decir que parte del sueldo -oficial- de toda persona va a parar obligatoria y directamente a un seguro estatal -donde cotiza el 90% de la población- o a uno privado de desearse expresamente esto último.)

Las desventajas son también patentes:

-El abuso está preprogramado: allí están esas 16 visitas al año. (Aunque desde que empezó la última crisis económica, las visitas al médico han disminuido, por temor a perder el trabajo.)

-Es un sistema que tiende cada vez más a la tecnología punta, dando prioridad así a los casos más interesantes para la industria correspondiente y, en particular a la cirugía implantativa. Algo que se podría resumir así: «¿Le duele el brazo? No se preocupe, se lo cambiamos».

Esto es así, porque quien es operado o recibe algún implante o prótesis, necesita de toda una infraesctrutura apropiada y, además, empieza a depender inmediatamente de una serie de fármacos, entre ellos los analgésicos (contra el dolor), con el consiguiente y creciente negocio para la industria farmacéutica.

-Acaso uno de sus pocos defectos patentes, en mi opinión, sea que el sistema alemán no premia a los que se esfuerzan por vivir sanamente. (Sea reduciendo la cuota de pago o con otro tipo de incentivos.)

Por otro lado, si una gripe dura una semana con consulta médica y siete días sin ella, ningún médico alemán (me imagino que en el resto del mundo, salvo excepciones, ocurre lo mismo) te lo va a decir: está contento de poder amortizar los pagos de su nueva casa o de su nuevo automóvil.

Si, además, un médico consigue convencerte para que te dejes operar (no me estoy refiriendo a los casos en que una operación es algo inevitable), entonces, tendrá más ingresos para pagar su casa veraniega en Mallorca o Sylt.

Estoy generalizando, claro.

Pero esta es la razón por la que esperé hasta que me pasara el dolor para acudir al ortopeda, volviendo al tema de mi rodilla.

Ayer, último día de carnaval, estuve en el centro de Colonia para que me hicieran la tomografía correspondiente.

La cita era a las 07:00 (siete de la mañana) y me encontré con una ciudad doble: la que despertaba al trabajo rutinario y la que se iba a la cama después de una noche de juerga carnavalera.

Después de la tomografía, salí a desayunar (las esquinas principales de Colonia parecen haberse convertido ahora en grandes panaderías-cafés) y me senté al lado de un par de carnavalistas.

¿Se puede aguantar una noche de farra dura, sin las correspondientes drogas de apoyo?

No lo creo.

No por el aspecto de la gente que vi a mi lado, a unas mesas más allá.

Hoy llamé al ortopeda y me han dado una cita para al análisis respectivo de las placas tomográficas. (El consultorio está en plena zona clínica de la Universidad de Colonia. Todo un lujo que muy pocos conocen y accesible para todos.) (Pueden ver la página aquí. Traducir con la aplicación de Google, por favor.)

Lo curioso es que, a pesar de que llegué a pensar que nunca más iba a poder jugar fútbol, desde hace dos semanas ya puedo caminar sin dolor y desde hace un par de días ya peloteo con mis hijos (sin dolor, también).

Hace diez años, un dolor parecido me llevó a un ortopeda.

Entonces tenía un seguro privado y, como me lo podía permitir, saqué una cita en la consulta del médico del FC Köln, del Colonia, el equipo de fútbol de esta ciudad que está (por ahora) en la primera división.

Después de esperar casi una hora, el tipo me auscultó durante 30 segundos y me dijo: «Saque una cita en la recepción.»

-¿Para qué? -le pregunté.

-Es una pequeña operación. Simple rutina. La hacemos a diario.

-¿Operación?

-Sí, algo sencillo. Los meniscos.

-Muy bien -le respondí-. Dígame su diagnóstico.

-No se preocupe -sonrió, como quien se burla compasivamente de un ignorante-. Es una intervención de apenas media hora.

-Muy bien. Quiero escuchar su diagnóstico.

-Saque su cita, amigo, no se preocupe.

-Dígame su diagnóstico.

-Buenas tardes -se despidió.

No me lo pudo decir, por supuesto.

Sin radiografía, tomografía ni artroscopia de por medio (salvo que tuviera ojos con rayos x) no podía decirme nada más allá que una simple suposición.

Entonces dejé de hacer deporte por un par de semanas, fortalecí luego los músculos de la pierna y pude jugar los últimos diez años sin problemas.

Ahora este ortopeda ha empezado a hablar también de una operación.

Después de ver la tomografía, veremos.

La rodilla es una articulación crítica y, como tal, tiene un sistema de alarma más sensible que otros puntos del cuerpo. Eso explica el dolor intenso cuando se ve afectada.

Los meniscos son cartílagos y no tienen nervios, no se regeneran (salvo en los bordes) ni cicatrizan.

Si se rompen, quiebran o rajan, lo que duele no son los meniscos mismos (no tienen nervios) sino las estructuras circundantes que lanzan su señal de alarma.

Se puede vivir (y hacer deporte) con meniscos rotos, siempre y cuando no exista dolor y algún fragmento que se pudiera haber desprendido de ellos no bloquee la articulación.

Además, la función de los meniscos es amortiguar y evitar el choque entre los huesos que llegan a la rodilla (la bisagra que forma el fémur con la tibia). Un menisco roto puede seguir cumpliendo esa función.

Uno inexistente no, con lo que una artrosis es más o menos algo seguro a la larga.

Salvo eso, son los músculos de la pierna los que pueden compensar una rotura de meniscos, dándole estabilidad a la articulación.

(No confundir con la lesión del ligamento cruzado anterior. Eso es algo completamente diferente y, que yo sepa, no se puede evitar una operación si se ha roto.)

A la luz de los conocimientos modernos en el caso de los meniscos es preferible esperar a operar.

¿Me lo dirá este ortopeda cuando me toque la consulta?

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HjorgeV 10-03-2011

LEE CHILD & JACK REACHER

¿Cómo descubrir un buen libro, un buen autor?

Chupándose varios huesos prometedores (y de los otros) hasta encontrar algo de carne o tuétano.

Los que gustamos de leer, agradecemos cuando encontramos un autor interesante, porque entonces sabemos que hay material para roer.

Lee Child (Coventry, Inglaterra, 1954) es apenas conocido en nuestra lengua.

Acabo de leer por tercera vez una de sus novelas.

Han leído bien: la he leído por tercera vez.

Lo he hecho en la versión alemana: Die Abschussliste (2006) (difícil de traducir: algo así como ‘La lista de condenados’), The enemy (2004) en el original.

 

Para los que no conocen a Lee Child (Coventry, 1954), habría que empezar contando que ha creado un personaje bastante singular –Jack Reacher-, protagonista de una serie que ya se va por la veintena.

Buscando en la Red, he descubierto que existe una versión en castellano de esta novela y que lleva el título de El enemigo (2005).

Todo no es rosas en la obra de Child (Jim Grant es su verdadero nombre).

Personalmente, a pesar de ser un gran aficionado al género negro, siento una gran aversión hacia la violencia, especialmente hacia aquella gratuita y puramente adrenalínica.

En El enemigo, Jack Reacher todavía es un oficial castrense, un policía militar concretamente, y encargado, por tanto, de investigar delitos y crímenes dentro del ejército.

Reacher es un tipo taciturno con un particular sentido del humor, un ser solitario con cierta tendencia a la marginalidad y bastante acartonado, pero capaz de meterse en las venas del lector y comprometerlo en sus aventuras.

Reacher tiene mucho de personaje de historieta, de cómic: una especie de sheriff de un pueblo lejano y anodino del Lejano Oeste siempre dispuesto a arriesgar el pellejo por llegar a la verdad y que suele encargarse de casos que no le competen necesariamente.

Rudo e inmisericorde con los ‘malos’ y defensor de los débiles, sin ser un mujeriego termina acurrucándose a alguna compañera de viaje: en esta novela, a una guapa colega afroamericana.

Es un tipo frío y lleno de contradicciones (tal vez este sea uno de sus puntos más fuertes), que puede llegar a ser brutal, pero solo en defensa de sus -particulares- principios.

Un personaje que pasaría inadvertido por su forma reservada y honesta de ser, sino fuera por que mide casi dos metros, detesta la injusticia y a los pedantes abusivos, y tiene una sed de justicia implacable.

Su retrato se puede completar diciendo que le gusta recorrer el mundo y le resbala poseer cosas: entre ellas, el dinero , que solo le importa en la medida que le permite pagar los moteles en sus desplazamientos (tirando dedo o en autobús preferentemente).

Child es un narrador nato, con defectos, manías y altibajos, pero de los que te llevan a poner un letrero de «No interrumpir» en la puerta de tu vida mientras dura la lectura de una de sus novelas.

¿Por qué apenas se le conoce al tándem Child/Reacher en nuestro idioma?

Es un misterio para mí.

(Tengo entendido que de las 15 novelas de la serie, solo 3, El camino difícil, El enemigo y El inductor, además de Un disparo, han sido traducidas al castellano.)

No es literatura.

Mas, si muchas de las obras que son catalogadas como tal tuvieran solo la mitad del temple y del nervio que Child pone en su oficio, tendríamos a muchas más personas leyendo en los buses, calles y parques. En otras palabras: además de en su hogar, donde lo pesque la vida (la lectura).

Personalmente, aprecio la rigurosidad narrativa de Lee Child.

Detesto -especialmente en el género negro- las incongruencias o inverosimilitudes absurdas y necias.

Tal vez de lo único que me podría quejar de sus novelas es del inevitable tributo a Hollywood que hace el autor en los episodios culminantes: demostrando así que la guerra no solo es el mejor negocio de EEUU como Estado, sino también de su cine y su novelística.

(Child no es usamericano. Es un escritor inglés que escogió adrede EEUU como escenario de sus novelas, especialmente por el tamaño de su mercado editorial y la variedad de sus escenografías.)

Ahora.

¿El haber leído esta novela en alemán me permite aconsejarla en otro idioma?

Contrapregunta:

¿Cómo creen ustedes que se han hecho conocidos Shakespeare, Tolstoi, Mann, Beckett, Kafka, Camus en otras lenguas? ¿Y cómo nuestros escritores hispanoamericanos en inglés, alemán, francés, ruso?

Por si a alguien le interesa (lamentablemente solo en inglés por ahora), esta es la lista de las novelas de Child:

Para terminar, dos detalles.

El primero es un pasaje de El enemigo que me llamó especialmente la atención y me permitió tomármela/o más en serio.

Se refiere a la Invasión de Panamá de 1989 dirigida por Bush padre y que era en el fondo un ajuste de cuentas con el objetivo de capturar al general Noriega, ex agente de la CIA y presidente panameño en ese momento.

Reacher está conversando con su hermano, a quien no ha visto durante mucho tiempo y están resumiéndose mutuamente sus vidas más recientes. Traduzco libremente:

-Estabas en Panamá -dijo él-. En la Operación Causa Justa, ¿no?

-Operación «Porque sí» -respondí-. Así la llamábamos.

-¿Cómo así?

-Porque sí, porque podíamos. Porque sí, porque todos necesitábamos ocuparnos de algo. Porque sí, porque nuestro jefe máximo quiere mostrar lo duro que es.

No es la única crítica abierta que hace Child al Imperio y a su militarismo.

El segundo detalle se refiere a la otra novela del mismo autor que ha caído en mis manos en estos días.

También la estoy leyendo en alemán y lleva el título de Zeit der Rache (2002) (‘Tiempo de venganza’), The visitor (2000) en el original.

En esta, Reacher presenta otras tonalidades (más rudas) como personaje, aunque mantiene muchas de sus características antes mencionadas.

Sin embargo, hay un detalle que ya antes me había llamado la atención en otras de sus novelas y que en esta se nota más patentemente.

Jack Reacher es alguien que prefiere viajar con muy poco equipaje y prácticamente con solo lo puesto.

Muy bien.

Lo inverosímil es que Reacher no pierda nada de su jale (atracción sexual) a pesar de no cambiarse regularmente de ropa interior.

Salvo eso, gran atracón de letras que me estoy dando gracias a Child en estos días del carnaval colonés.

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HjorgeV 05-03-2011

EL CASO GUTTENBERG: «¡GUTT-BYE!»

Su caída se veía venir, por más que él mismo no lo quería reconocer y parecían importarle un ardite las críticas y las pruebas documentales de su delito.

Tal vez porque tenía el apoyo (cómodo y fuera de la línea de fuego) de la canciller Angela Merkel y en las encuestas una gran mayoría de la población de este país estaba a su favor.

El (tramo) final del ahora ex ministro de Defensa alemán, Karl-Theodor zu Guttenberg, el famoso Dr. Plagio, vino de a pocos:

Peter Häberle, su tutor o supervisor de la tesis doctoral, se acababa de distanciar de su ex alumno criticándolo abiertamente por el daño que le estaba causando a la buena fama de la Universidad de Bayreuth.

Además, aparte de las pruebas documentales sobre los pasajes plagiados en su tesis doctoral, periodistas de investigación habían encontrado varios casos en la Bundeswehr (las Fuerzas Armadas alemanas) relacionados con el Caso Guttenberg:

Habían descubierto que alumnos de diferentes universidades de la Bundeswehr habían sido degradados por haber plagiado.


Guttenberg, como ministro de Defensa, esperaba un trato especial por su demostrado plagio, a pesar de ser el responsable de esas universidades castrenses.

El gato quería ser despensero.

El zorro deseaba hacerse responsable de la seguridad de las gallinas.

Su problema mayor, según mi punto de vista, fue que había intentado cubrir una mentira con otra mentira. Y luego había vuelto a mentir para tratar de salvar el pellejo. Tomando por tonto a todo un contingente de gente capaz de informarse y comprobar esa información en la Red.

No era moco de pavo lo que Guttenberg intentaba salvar.

Probablemente habría sido el próximo canciller alemán, una especie de John F. Kennedy teutón: amado y admirado por todo el país no solo por sus cualidades políticas.

Este país sigue esperando su gran figura, la persona con la cual puedan identificarse las masas y completar el sentido y la emoción de nación que como proceso se inició en 1989 con la caída del Muro de Berlín.

Un proceso que se había visto reforzado con la emotiva y feliz organización del Mundial de fútbol en el 2006 y apenas una años atrás con la Jornada Mundial de la Juventud (católica) en el 2005, aquí en Colonia precisamente.

Lo viví personalmente.

Era tan perceptible en el ambiente, en las calles, en las conversaciones y en los medios de comunicación, que daba la sensación de poder tocarse con las manos.

Y no había que ser católico (soy ateo) ni creyente en general, ni alemán siquiera (mi único pasaporte es peruano) para percibir que estaba ocurriendo todo un gran cambio de mentalidad en la ‘nueva’ sociedad alemana.

Las nuevas generaciones de alemanes ya no se sentían más responsables ni se daban por aludidas cuando se hablaba de los grandes crímenes sucedidos en este país apenas 60 años atrás.

Los ‘nuevos’ eran jóvenes que no tenían ningún empacho en levantar la (su) bandera alemana para celebrar una reunión religiosa masiva internacional y luego alentar a la propia selección nacional de fútbol un año después, coreando el nombre del país y ondeando su bandera por las calles.

¿Qué había sucedido en Alemania para que ocurriera un cambio tan sesgo?

¿Qué ha sucedido en este país?

De esconder la bandera alemana hasta hace apenas una década, se había pasado casi de golpe a llevarla con orgullo pintada en el rostro, colgando de ventanas y balcones y flameando en los automóviles.

Era una nueva generación de alemanes que no solo había dejado atrás el pasado nazi del país, sino que tampoco querían ser como sus padres: conocidos en el mundo solo por trabajadores, disciplinados y aburridos.

Eso fue apenas cinco años atrás y entonces se vino la crisis económica y toda Alemania temió lo peor.

¿Se cumplieron los peores vaticinios?

Aparentemente, no.

Porque esa misma nueva generación innovadora (y fiestera) se ha visto ratificada en estos últimos años con el repunte conseguido por la economía de Alemania a pesar de la crisis económica y financiera mundial.

Se esperaba todo de esta nueva generación: sacrificio absoluto, capacidad de cambio, flexibilidad, aceptación de una alta incertidumbre en el mercado laboral y de recortes de todo tipo.

Y lo ha conseguido.

A un precio altísimo, lamentablemente.

Porque sus logros se deben también a la simple receta neoliberal de la antigua casta política del país (más trabajo y menores sueldos, más esfuerzo y menos derechos laborales).

Y a la simple fórmula del endeudamiento criminal.

Hoy no se habla de esto. O apenas.

Pero más tarde, en cinco o diez años, quizás, cuando por alguna razón (guerras petroleras, desastres climáticos, inestabilidad política, conflictos sociales y laborales) Alemania pierda parte de su credibilidad bancaria y no se le concedan más créditos como ahora, entonces se verá el alto nivel de criminalidad con el que se está endeudando actualmente el país.

(De EEUU mejor no hablemos, donde ya hay no solo municipios sino estados enteros al borde de la quiebra.)

La deuda alemana actual ya ha alcanzado la cifra de 2 billones de euros. En números:

2.000.000.000.000

(Ojo, tanto en alemán como en nuestro idioma, un billón es un millón de millones y no mil millones como en inglés. Mil millones es un millardo en castellano y Milliarde en alemán.)

Esta cifra repartida entre todos los habitantes de este país, da una deuda de 25.000 euros por cabeza.

¡La deuda de Alemania se ha más que cuadriplicado desde la caída del Muro de Berlín en 1989!

Y casi se ha duplicado apenas en el último decenio y primero de este siglo. No es un chiste. (Ver gráfico.)

(Existe incluso un Reloj de la Deuda. Usar, por favor, el traductor automático de Google.)

De cada cuatro euros que se recaudan actualmente, uno se usa para pagar la deuda.

En este contexto, ¿cuál es el significado de Karl-Theodor zu Guttenberg, el Dr. Plagio alemán?

¿Cómo se puede explicar que Karl-Theodor zu Guttenberg, el plagiador y estafador académico, se mantuviera tanto tiempo en las escalas más altas de la simpatía popular, hecho refrendado por encuestas más o menos confiables?

Una posible explicación podría estar en el apoyo que le brindó a toda página y con grandes titulares el diario de mayor circulación en Alemania (también el de mayor tirada en Europa y el tercero en el mundo), el Bild.

Un apoyo incondicional a lo largo de las poco más de dos semanas que duró el Caso Guttenberg.

Sí, Dr. Plagio era el integrante más popular del gabinete de Angela Merkel, pero pocos sabían que un pariente suyo -Karl Ludwig von Guttenberg- es uno de los responsables del Bild.

Y no solo eso. Había también intereses económicos detrás de ese apoyo mediático.

El ministerio de Defensa alemán planea (¿planeaba?) una gran acción propagandística (para reclutar soldados) justamente en ese mismo diario.

Personalmente, sigo creyendo que el apoyo popular masivo incondicional reciente que ha recibido Guttenberg tiene mucho que ver con ese sueño colectivo que toda sociedad de este planeta parece tener: una cierta necesidad de ser representado por una figura especial. Por un caudillo carismático.

Especialmente en épocas difíciles como esta, en las que un miedo profundo al futuro recorre no solo Europa.

(Eso explica, por ejemplo, que Berlusconi siga sin caer. Aunque también habla, claro, del nivel de las poblaciones respectivas.)

Creo que esto es lo que explica esta ‘ceguera’ de la opinión pública alemana.

Pero no solo esto.

Es perceptible en Alemania, como en el resto de Europa, una gran relajación moral, ética, de valores y de principios en general.

Lo que hace veinte o treinta años hubiera sido un claro crimen y un gran escándalo (un ministro plagiando su tesis doctoral y mintiendo para intentar ocultarlo, la canciller apoyando con argumentos estúpidos al estafador y mentiroso), se convirtió en este comienzo de año del 2011 en una simple bagatela.

No me asombra.

¿Cómo podía ser de otra forma si ya hace dos años, en el 2009, la Fiscalía de Colonia abrió una investigación contra 100 profesores universitarios que cobraban hasta 20.000 euros por un título falso de doctor?

¿Cómo podía ser de otra forma en una Alemania en la que se acaba de descubrir un caso terrible y casi imposible de creer: empresas alemanas que habrían reimportado de África medicinas contra el sida subvencionadas por el gobierno alemán para venderlas aquí con un alto margen de ganancia?

(Usar el traductor automático de Google para ver el artículo anterior o ver aquí en nuestro idioma.)

¿Cómo podía ser de otra forma, si en plena Era Internet y de las fantásticas tecnologías que conocemos (las mismas que ayudaron a desenmascarar al plagiador y estafador Guttenberg) la Universidad de Bayreuth, la misma que le concedió el summa cum laude a su tesis doctoral, alega no usarlas para calificar las tesis doctorales y que por eso no pudieron darse cuenta del engaño?

Dejémoslo ahí.

Guttenberg acaba de renunciar hoy.

Pero una pregunta queda en el aire: ¿no habrá sido el apoyo encubierto de Merkel una buena forma de deshacerse de su principal rival?

Guttenberg se ha despedido reconociendo (casi) todos sus errores y culpándose abiertamente a sí mismo.

Lo cual podría interpretarse como la conducta del jugador que acepta finalmente la tarjeta roja y espera volver al campo de juego después de cumplir su castigo.

¿Se atreverá a volver?

Las masas siguen con él. (Personalmente, apuesto a que lo vuelve a intentar y que esta renuncia es un paso muy bien calculado.)

Una curiosidad final.

Apenas iniciado el escandaloso Caso Guttenberg, un articulista del Bild, el diario que defendió a Guttenberg a capa y espada en estas dos últimas semanas, escribió en uno de sus panegíricos guttenbergianos:

«worum geht es bei den Plagiatsvorwürfen um Ihre Doktorarbeit? Um die Reinheit der Wissenschaft? Oder darum, einen Superstar zu entzaubern?»

Traduzco libremente:

«¿Qué pretenden las denuncias de plagio sobre su doctorado? ¿(Conservar) la pureza de la ciencia? ¿O destronar a una superestrella?»

Y luego concluyó así:

«Ich habe keine Ahnung von Doktorarbeiten. Ich flog durchs Abitur und habe nie eine Universität von innen gesehen. Also, ich kann von außen sagen: Macht keinen guten Mann kaputt. Scheiß auf den Doktor.»

«No tengo idea sobre tesis doctorales. No aprobé el Abitur [bachillerato o secundaria superior] y nunca he visto una universidad por dentro. Así que puedo decir desde la distancia: No revienten a un buen hombre. A la mierda el doctorado.»

(Ojo: Alemania es un país escatológico por excelencia. Scheiße -‘mierda’- es una palabra cuyo uso se ha generalizado tanto que aparece frecuentemente en cualquier conversación, incluso en la mesa mientras se come e independientemente de la procedencia social del que la usa. Para desesperación de un extranjero como yo cuando tengo invitados.)

Para redondear esto, agrego que el mismo articulista, había escrito lo siguiente dos años atrás (a propósito del escándalo de los títulos doctorales malbarateados) en su artículo titulado Querido falso Dr. Schmidt:

«Ein Doktortitel ist kein Busen, kein Facelifting und keine Straffung des Popos.

Der Doktortitel war einmal das Edelste der forschenden Studierenden. Wenn der Doktortitel heute verramscht wird, dann müssen wir uns nicht wundern, wenn Nobelpreise andere kriegen. Der Doktortitel war früher ein Juwel, er ist heute Blech. Er ist für Geld zu kaufen.

Ein weiteres „Made in Germany“ geht kaputt.»

Que traducido libremente daría lo siguiente:

«Un título de doctor no es un [implante de] busto, cirugía facial o de trasero.

El doctorado fue alguna vez la meta más noble de cualquier estudiante serio. Si un doctorado ahora se malbaratea, no nos asombremos que sean otros los que ganen el Nobel. El título de doctor, antes una joya, hoy es un pedazo de lata que se puede comprar con dinero.

Otro producto Made in Germany que se destruye.»

(Compruebo estupefacto que la Academia reconoce ‘malbaratar’ y no ‘malbaratear’, pero sí ‘baratear‘, de donde proviene. ¿Para cuándo una institución congruente?)

En este país -Alemania- de grandes contradicciones pasadas, actuales y -con toda seguridad- futuras, el mencionado articulista del Bild (y de principios anualmente cambiantes) no lo ha podido expresar mejor en su ingenua contradicción.

Lo que está en juego no es un ministro presidenciable más o menos carismático y atractivo. (Mediático se dice hoy).

Está en juego la etiqueta Hecho en Alemania.

El apoyo multitudinario del pueblo alemán al encantador plagiador, estafador y público mentiroso Guttenberg, demuestra que la mayoría de este país aún no se ha dado cuenta de que pronto lo que podría estar exportando Alemania ya no serían motores sino títulos académicos falsos a granel.

Después de todo, de una u otra forma tendrán que pagar las generaciones futuras la criminal deuda que acumulan hoy los políticos a ritmo vertiginoso aquí en Yérmani.

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HjorgeV 01-03-2011