El escritor guardián de su intimidad, el herméticamente celoso de su privacidad, ha muerto.
El recluso literario, el autocondenado a anonimato perpetuo (a partir de la tercera edición de su libro exigió quitar su fotografía de la cubierta), ya no tendrá que cuidarse del público ni de la prensa.
«No le cuentes nunca nada a nadie. Si lo haces, empezarás a echar de menos a todo el mundo.»
Es el final de El guardián entre el centeno, traducción no del todo exacta (ver más abajo) pero, en cambio, bastante poética y alusiva del tema de la novela The Catcher in the Rye de 1951.
Ese final fue una fanfarronada de su autor.
Porque ese error de empezar a contar cosas lo cometió el mismo Jerome David Salinger (Manhattan, 1919-Nuevo Hampshire, 2010), solo que, en vez de empezar a echar de menos a todo el mundo, se pasó casi dos tercios de su vida huyendo de los admiradores de su narrativa y de los curiosos de su vida.
Ahora, el viejo cascarrabias hijo homónimo de un comerciante judío de quesos kosher y de Marie Jillich, una escocesa-irlandesa convertida al judaísmo por amor, y autoconfinado en su particular y eremita mundo desde poco después de la aparición de su única novela publicada, ya no le importarán más el anonimato y menos la oscuridad completa e irreversible de su nueva morada.
Esto último, porque alguna vez había declarado que «los sentimientos de anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida».
Solo debido a la demanda que le interpuso al escritor británico Iam Hamilton tratando de detener la publicación de su biografía –J. D. Salinger: A Writing Life– fue posible enterarse de que había escrito dos novelas y muchos relatos que no habían sido publicados.
Bueno, tan, tan eremita no fue en vida.
Se dice que mantuvo más de veinte relaciones con aspirantes a escritor, perdón, a escritoras.
Siempre muy jóvenes.
(Joyce Maynard, una de sus discípulas y con la que mantuvo una relacón de un año en 1972, llegó a subastar las cartas que Salinger le había escrito cuando ella tenía 18 años.)
(La primera entrevista que concedió tras blindarse de la humanidad en un claro de los bosques de las afueras de Cornish en Nuevo Hampshire, se la «regaló» a una muchachita de 16 años que hacía sus pininos periodísticos para el diario de su escuela.)
Se dice también que conoció a su primera esposa en Francia, después de haber participado en el desembarco de Normandía. Sylvia habría sido una empleada a órdenes de los nazis que el mismo Salinger habría detenido y de la cual habría terminado enamorado.
Margaret Salinger reveló, en su libro El guardián de los sueños (2000), que su padre sufría de glosolalia, una especie de trastorno mental conocido en la historia de las religiones y que provoca que el afectado se entregue a fases orales en una lengua aparentemente desconocida pero en realidad inexistente.
Margaret Salinger también afirmaba que su padre se bebía su propia orina, que mantenía como una prisionera virtual a su madre y que apenas mantenía relaciones sexuales con esta.
Una familia de lo más común y corriente, como se puede ver.
En un juego de eso-sí-mejor-no-pero-claro-que-sí, su blindaje lo había anunciado en las primeras líneas de El guardián:
«porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas»
El título del libro se refiere a la letra de un poema que alude a un guardián entre el centeno, una especie de ángel de la guarda que evita que los niños caigan al precipicio.
(El guardián en el campo de centeno habría sido demasiado largo como título.)
En la novela, cuando todo le ha salido mal, Holden Caulfield, un muchacho de 16 años, reflexiona que eso es lo que le gustaría ser: un guardián de los niños que juegan entre el centeno y que está para evitar que caigan al abismo.
«…me imagino un montón de chicos jugando en un campo de centeno inmenso. Miles y miles de chicos, sin nadie que los cuide -ningún adulto, quiero decir- excepto yo. Estoy parado cerca de un precipicio de locos y mi única tarea consiste en atrapar a todos los que se acerquen demasiado al borde. Si corren sin mirar para qué lado van, tengo que salir de la nada y agarrarlos. Es lo único que tendría que hacer durante todo el día. Solamente sería el guardián entre el centeno. Sé que suena absurdo, pero es lo único que me gustaría ser.»
El mundo de la literatura –como todo mundo- tiene sus cosas, sus textos y sus seres raros.
El guardián entre el centeno fue un libro maldito y prohibido por la censura oficial (pues hablaba de prostitutas, de la droga que pocos años atrás había estado completamente prohibida –el alcohol-, de la iniciación sexual, del puritanismo y la doble moral) y hoy es un libro de lectura obligatoria en los colegios o institutos de EEUU.
Para más inri, la historia de la novela es la de un desertor, la de un escolar o colegial fracasado que ha pasado sin éxito por tres colegios y acaba de desaprobar en cuatro de cinco asignaturas.
Fue publicada por primera vez en España en 1978, aunque antes había sido publicada en Buenos Aires bajo el título de El cazador oculto.
La muerte de Salinger permite recordar un tema permanente de la literatura.
¿Qué sucede al traducirse una obra?
Mejor dicho, ¿cuánto pierde y gana una obra al ser traducida a otra lengua, especialmente a una muy diferente de la original?
¿Se lee –con la traducción- otro libro, otra obra, en realidad (como se leería una versión, vamos a decir, de Cien años de soledad reescrita por Mario Vargas u otro autor hispanohablante)?
Aquí en Alemania, por ejemplo, aunque se considera que fue Heinrich Böll el traductor, había sido traducida primero por la suiza Irene Muehlon poco después de su aparición en 1951, traductora que le dio el título de Der Mann im Roggen (‘El hombre en el centeno’).
Pero lo hizo basándose en una versión en inglés “revisada” (censurada, en realidad, no olvidar que se trataba de una obra parcialmente prohibida) y Muehlon, por su parte, suavizó el –para esos tiempos- rudo vocabulario juvenil y recortó de paso varias partes del texto original.
Cuando una editorial alemana compró los derechos en 1962, Böll hizo su traducción a partir de esa versión bamba, adulterada.
Curiosamente, además, se dice que el Nobel de Literatura (1972) colonés usó una edición en la que los lectores de la famosa editorial británica Penguin se habían tomado la libertad de realizar 800 cortes adicionales al texto de Salinger.
Desde el 2003 existe una versión (más) moderna en alemán hecha por Eike Schönfeld.
Pienso que lo mismo debería hacerse en nuestra lengua.
Personalmente, por ejemplo, no conocía la palabra ‘puñeta’ (solo la recordaba en vinculación con el arte onánico) que aparece en las primeras líneas de la novela. La que, si se tradujera simplemente como ‘tontería’ o ‘bobada’ tendría más vigencia temporal que la otra palabra, seguramente de moda cuando se tradujo en 1978 el libro en España. Me imagino, quiero decir. (Ver más abajo la versión argentina de ese inicio.)
Sorprendentemente, ‘bobos’ también se les llama o llamaba en mi país a las puñetas originales: esos encajes o vuelillos aplicados en los puños que fueron el último grito de la moda en la era de los dinosaurios y que pronto tal vez volverán a serlo. (¿No vive acaso la moda de morderse permanentemente la cola?)
Notar, por lo demás, que to catch es un verbo difícil de trasladar a nuestro idioma.
Se suele traducir como agarrar, coger, pescar, atrapar algo -generalmente- en el aire o en movimiento; recepcionar.
El catcher es el receptor en béisbol, por ejemplo.
Curiosamente, en mi país existe el peruanismo ‘cachar’, derivado directo del vocablo inglés, y vulgar extremo de fornicar, follar o mantener relaciones sexuales (‘practicar el coito’ dice la Academia: propongo ‘coitear’).
También existe un peruanismo que se acerca muy bien al verbo inglés: ‘emparar’. Asimismo, existe un vocablo castellano oficial poco usado: ‘aparar‘, aunque carece de la connotación de que la acción tiene que ser en el aire o en el trayecto de algo.
En Chile ‘cachar’ algo, es comprenderlo, entenderlo, o sea, pescarlo con el entendimiento.
Por algo de todo esto, debo suponer, y puesto que en Argentina el verbo ‘coger’ es el vulgar de coitear, la primera traducción que se hizo de la novela de Salinger en nuestra lengua recibió el título de El cazador oculto.
(El follador entre el centeno o El emparador del campo de centeno habría traducido algún peruano en esa época. En Chile: El entendedor en el centeno. ¿Y qué dirían de El aparador en/entre el centeno?)
Por otra parte, si no he entendido mal, el poema Comin’ Thro’ The Rye de Robert Burns (Escocia, 1759, 1796) es interpretado incorrectamente en la novela por el joven protagonista Holden Caulfield. Burns aludiría al campo de centeno como el lugar en el que antiguamente se escondían (en verano) las jóvenes parejas para coitear, o sea, como metáfora de la libertad sexual y social.
Detalle que en la novela se lo aclara nadie menos que Phoebe, su hermana de diez años, mientras que Holden insiste en quedarse con la figura del campo de centeno en el que juegan niños, rodeado de precipicios y en el que a él le gustaría ser el guardián (emparador) de los niños que caen.
Es probable que Salinger haya jugado con todas esas posibilidades morales y simbologías ambivalentes tanto consciente como inconscientemente.
Notar también que de ser cierto todo esto, quien le dio el primer título que recibió el libro en la Argentina –El cazador oculto– desconocía el origen del título y el poema de Burns. Acaso ni siquiera leyó el libro. (Suele suceder: el título de un libro suele decidirse por simples cuestiones comerciales no solo al ser traducidos. Y tanto por parte del autor como del editor.)
En fin.
(Y todo esto lo digo gracias a la Red, no porque lo recuerde de la única lectura que le di hace mucho años ya al libro de Salinger.)
Aquí el inicio de la versión argentina:
“Si en serio querés que te cuente, lo primero que vas a querer saber es dónde nací, y cómo fue mi jodida infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme y todo, toda esa mierda bien David Copperfield, pero la verdad es que no tengo ni ganas de entrar a hablar de eso.”
Si no me lo impide con la Colt del calibre 38 que tiene colgada en su cocina -según propia confesión-, en una de las próximas entradas de esta bitácora les referiré la historia del escritor chileno Marcelo Lillo.
La pistola se la compró no por mí, obviamente.
Sino porque se había jurado usarla si no conseguía en cuatro años salir del anonimato como escritor.
O algo muy parecido.
El mundo de la literatura, ya ven, también tiene sus cosas. No crean.
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HjorgeV 29-01-2010
Otras fuentes:
http://www.elpais.com/articulo/cultura/miedo/hacerse/adulto/elpepicul/20100129elpepicul_2/Tes
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/01/28/obituarios/1264708368.html
http://www.elpais.com/articulo/cultura/intimidad/arte/elpepicul/20100129elpepicul_5/Tes
http://www.actuallynotes.com/J-D-Salinger-Memorias-de-un-Escritor-Invisible.htm
Última ficción publicada: http://puenteareo1.blogspot.com/2010/01/hapworth-16-1924.html
Un artículo con detalles biográficos: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-16788-2010-01-29.html
Una página sobre el título y la primera versión argentina: http://weblogs.clarin.com/revistaenie-enminuscula/archives/2010/01/salinger_el_guardian_oculto.html