EL ASESINO DEL DAKOTA

John Winston estaba ingresando al Dakota, el edificio de la Calle 72 Oeste en Manhattan donde vivía con su esposa japonesa.

Acababan de bajar de la limusina que los había traído de los estudios de grabación.

Eran aproximadamente las 22:50 de la noche, faltaban dos semanas para la navidad de ese año.

John Winston había estado con Yoko en The Hit Factory de la calle 54, trabajando en un tema de ella. Se habían casado en Gibraltar.

Un hombre esperaba en la entrada del edificio.

El portero suplente del edificio, José Sanjenis Perdomo, un cubano ex policía del régimen de Fulgencio Batista y exiliado en EEUU, había entablado conversación con él y discutido sobre la invasión de Bahía Cochinos y el asesinato de Kennedy.

Lo había tomado por un simple cazador de autógrafos, por un fanático.

No era infrecuente que admiradores y fotógrafos merodearan la entrada del Dakota.

John Winston ya había visto a ese hombre esa misma tarde. Le había firmado un autógrafo y se habían tomado una foto juntos.

La última fotografía de Lennon con vida, hecha por el fotógrafo Paul Goresh.

En Hamburgo, varios años atrás, cuando aún era un gran desconocido, John se había pasado semanas enteras sin salir de su borrachera, aprendiendo a comer, vestirse y afinar su guitarra en estado etílico.

Afirmaba que existían fotos en las que se le veía saliendo de rodillas de algún prostíbulo de Ámsterdam, arrastrándose al amanecer.

Ahora la FBI lo investiga desde hace años.

(Después resultó que las 530 páginas de su archivo no contenían nada. Lo más ‘peligroso’ era un informe según el cual se esperaba que Lennon financiara una librería de izquierda y una sala de lectura.)

Afirmaba que con su esposa habían acabado consumiendo heroína por el trato que habían recibido del grupo y su entorno.

Consideraba una tortura ser un genio. En todo caso, nada divertido.

Quien lo espera en el vestíbulo del Dakota es Mark David Chapman, lleva un libro en la mano.

El autograma recibido horas atrás no le basta a Mark David. Es un simple garabato.

Su alma desea más.

Tres años atrás había intentado suicidarse con monóxido de carbono, pero el tubo conectado al escape de su automóvil se había derretido.

Sufría de depresiones. Había estado en un hospital psiquiátrico.

Cuando sus padres se divorciaron, Chapman se fue con su madre a vivir a Hawái.

Es exactamente el primer 8 de diciembre de los ochenta. Lunes.

En las radios de EEUU y de muchos países se escucha la voz de Kenny Rogers cantando Lady

El gobierno polaco acaba de reconocer a Solidaridad, el primer sindicato independiente en un país del bloque soviético. Acaso el verdadero comienzo del fin del gran y fallido intento comunista mundial y de la Guerra Fría.

Ronald Reagan acaba de derrotar en las urnas a Jimmy Carter y el mundo va a entrar en una nueva y vertiginosa carrera armamentista comandada por EEUU.

En mi ciudad, Lima, aparecen pocos días después perros muertos colgados de los postes de alumbrado de la avenida La Colmena. La maquiavélica tarjeta de presentación de Sendero Luminoso.

El mundo tiene un nuevo Nobel de Literatura, Czesław Miłosz. (No he leído nada de él. No lo conozco.)

Ese mismo año Sinatra establece una marca en el Maracaná de Río de Janeiro: 175.000 espectadores en uno solo de sus conciertos. 

Apenas días atrás, en EEUU, millones de espectadores se han reunido el 21 de noviembre frente a sus televisores para saber quién disparaba a J.R. Ewing de la serie Dallas.

Una ficción (violenta) es la obsesión nacional en ese país.

No existía Internet (estaba en pañales, en realidad).

Sony acababa de lanzar un año atrás el Walkman. Faltaba un año para que apareciera la Epson HX-20, la primera computadora portátil.

Acababa de aparecer el CD, el disco compacto que ahora agoniza.

Faltaban tres años para que apareciera el Dynatac 8000x de Motorola, el primer teléfono móvil (pesaba casi un kilo, medía más de 30 cm de largo y costaba cuatro mil dólares).

Ahora, 8 de diciembre de 1980, las 22:50 de la noche en Manhattan, Mark Chapman le dispara a John Winston Lennon por la espalda.

Descarga el tambor de su revólver de cinco tiros tras llamarlo por su nombre en la entrada del Dakota.

Cuatro proyectiles impactan en su espalda y en su hombro derecho, le atraviesan el pulmón izquierdo, destrozan vías sanguíneas primordiales.

Chapman ha seguido un plan, por momentos confuso como la realidad de su mente.

-¡¿Sabes, maldita sea, lo que acabas de hacer?! -le grita el portero cubano.

El cuerpo de Lennon yace ensangrentado en la entrada del edificio, mientras Yoko Onno suelta alaridos espeluznantes. No es para menos, su marido se muere desangrado.

-Sí -responde Chapman y deja caer el revólver calibre 38 que ha sujetado con ambas manos al disparar-, acabo de matar a John Lennon.

Llega inmeditamente una primera pareja de policías. Encuentran a Chapman leyendo su libro. No le creen al portero cubano que ha sido el autor de los disparos.

Lo detienen porque el Sanjenis insiste y Chapman no opone ninguna resistencia. La ambulancia está en camino.

El tiempo parece detenerse.

Lo único que parece correr es la sangre de John Winston.

Chapman continúa leyendo su libro como si nada.

Una segunda pareja de policías se hace presente. Continúan los gritos, las llamadas de auxilio y de pánico. Más curiosos. Los policías recién llegados deciden no perder más tiempo esperando a la ambulancia.

Suben a Lennon a su patrullero.

Lo trasladan rápidamente al hospital Roosevelt, un edificio de ladrillo rojo intenso con ribetes de granito y cuyo quirófano original se construyó gracias a la donación de un vendedor de pistolas.

John Winston llega al Roosevelt alrededor de las 23:07.

Diecisiete minutos después de los disparos. Ya muerto.

Dos años atrás Chapman había hecho un viaje de seis semanas alrededor del planeta inspirado por la película La vuelta al mundo en ochenta días.

Un año atrás se había casado con su agente de viajes, Gloria Abe, una japonesa-usamericana mucho más joven que él.

Mark David la había conocido en Honolulu. Le había pedido que se casara con él.

¿Su propia Yoko Ono?

En octubre del año anterior Chapman había dejado su trabajo como guardia de seguridad de un condominio cercano a la playa de Waikiki y le había dicho a su empleador que se iba a Londres.

Ese 23 de octubre cumplió su última ronda con un pedazo de papel pegado encima de su tarjeta de identificación.

En él había puesto otro nombre que no era el suyo.

Firmó en los registros de vigilancia con ese mismo nombre: John Lennon.

El recuento de sus posteriores pasos está documentado.

El 27 de octubre Mark Davis compra un arma y una explosión de vida (el macabro lema del negocio) en el Sales J & S, Ltd., una armería de Honolulu.

La capital de Hawái también pertenece al país donde aún se cree que si dios creó al hombre, entonces Sam Colt los hizo iguales.

Chapman gasta (¿invierte?) en total unos 200 dólares en su sueño americano.

Una especie de suicidio, en realidad.

El proceso de compra es simple: rellenar un formulario en la estación de policía situada a una cuadra de distancia y otro formulario en la misma armería.

Presentar su permiso o licencia de conducir.

No es necesaria ninguna fotografía.

Luego le pide prestado un poco de dinero a su madre y obtiene otros 2.500 dólares de la cooperativa de crédito del Castle Hospital. Su esposa Gloria Abe trabaja en el departamento de contabilidad.

Poco después aterriza en Nueva York. Se arrepiente. O se confunde. Regresa a Hawái. El 6 de diciembre vuelve a volar.

Lleva, además de la pistola, más de dos mil dólares en efectivo, catorce horas de canciones de los Beatles, su propia Biblia y una novela.

Se registra bajo su propio nombre en el West Side YMCA de la calle 63, vecino al Parque Central y cerca de Broadway.

16,50 dólares por una habitación.

Al día siguiente deja el hostal de la YMCA y pasa al Sheraton.

82 dólares por una noche en el centro de Manhattan.

Habitación 2730.

Desde la que puede avistar el departamento de los Lennon.

¿La novela que Chapman leía cuando los policías lo detuvieron en la entrada del Dakota?

El guardián entre el centeno.

El asesino de Lennon le escribió posteriormente una carta de disculpa a su autor, J. D. Salinger.

Su esposa Gloria Abe lo sigue visitando dos y hasta tres veces por año en la prisión de Attica, Nueva York.

Es improbable que alguna vez salga libre.

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HjorgeV 16-11-2012

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Fuentes:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=14804&dia=04/12/05

http://www.larepublica.pe/08-12-2011/fotos-las-ultimas-imagenes-de-lennon#foto3

http://www.todaslasnovedades.es/documentos/2004/febrero/articulos/Libros.php

http://www.larepublica.pe/12-12-2010/el-dia-que-perdi-lennon

http://en.wikipedia.org/wiki/St._Luke’s-Roosevelt_Hospital_Center

http://www.people.com/people/archive/article/0,,20132708,00.html

http://nymag.com/news/features/45252/index4.html

http://es.wikipedia.org/wiki/John_Lennon

http://es.wikipedia.org/wiki/Jimmie_Nicol

http://es.wikipedia.org/wiki/Mark_David_Chapman

EN EL VIENTRE DE LA BESTIA

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Una vez leí que una de las canciones más conocidas de Nino Bravo, había sido cantada masivamente -y rodeados de metralletas- por los prisioneros que Pinochet había hacinado en el Estadio Nacional de Santiago.

Pero también que sus carceleros utilizaban las canciones del valenciano y de Julio Iglesias para disimular los gritos de los torturados.

En otra oportunidad me enteré de que la canción que yo tanto había cantado de pequeño había sido compuesta por un ser despreciable. (No es la que viene ahora, por si acaso.)

No solo el mundo del arte está lleno de tales paradojas.

Hitler quería con toda su alma ser pintor.

Fue rechazado dos veces por la Academia de Arte de Viena.

¿Y qué decir del lado oscuro de John Lennon, autor del mayor himno a la paz que conozco: Imagine?

No hace mucho me topé con un artículo del escritor español José Ovejero, Los escritores delincuentes.

(Ver aquí parte del libro casi homónimo.)

La lista es sorprendente y escalofriante. Las historias que cuenta ahí, fascinantes siempre.

«Nunca había oído pronunciar las nueve décimas partes de mi vocabulario», cuenta Ovejero que escribió Jack Henry Abbott en su libro En el vientre de la bestia.

Abbott, en la cárcel desde los doce años de edad y dueño de una prosa enérgica y singular, había conseguido impresionar al escritor Norman Mailer con una carta enviada desde la prisión.

A la sazón, Mailer se encontraba escribiendo La canción del verdugo, un libro sobre Gary Gilmore, el asesino que exigió que se le aplicara la pena de muerte.

(No solo la exigió tras haber cometido dos asesinatos en Utah: no aprovechó ninguno de los recursos para apelar o posponer su ejecución.)

Conmovido por la prosa de Abbott, Mailer lo ayudó a publicar su libro y después lo apoyó en la obtención de la libertad condicional.

Poco después de obtenerla, Jack Abbott volvió a asesinar.

Un verdadero autor criminal.

(Acababan de pasar apenas seis semanas desde su salida de prisión y ya era una mediana celebridad en los círculos literarios de Nueva York. La mañana del 18 de julio de 1981 Abbott entró a un cafetín de Manhattan, se enzarzó en una discusión con el nuero del dueño y lo mató de una cuchillada en el pecho. El New York Times, desconociendo este hecho -hay que suponer-, publicaba al día siguiente una muy positiva recensión sobre En el vientre de la bestia, el libro del reincidente asesino.)

No quería ir tan lejos.

(Las verdaderas buenas historias son como las matrioskas.)

Acaba de despedirse Leonardo Favio.

De jovencito elegí una de sus canciones para aprender a tocar guitarra.

Quería embrutecerme en algo (conectar mi cerebro y mi cuerpo a una sola actividad repetitiva) para olvidar una pena de amor.

Me compré en un puesto ambulante de la avenida La Colmena de mi añorada Ciudad del Cielo Color Panza de Burro (marca registrada y donada a un guatemalteco-¿o era panameño?-por problemas legales) un manual para autodidactas y le empecé a dar duro al punteo inicial de Ella ya me olvidó.

(Desconocía la existencia de la versión de Juanes.)

Me propuse dominar ese sencillo punteo inicial en un año. Doce meses.

(Podría haber dicho cinco o diez años también, no tenía la más mínima idea; pero calculaba que ese era el plazo que necesitaba mi cardio herido para olvidar y, además, ¿quién era yo para endilgarle una condena tan larga?)

Lo conseguí apenas semanas después, con arduas horas de práctica diaria robadas y/o compartidas con mis estudios de Matemáticas de ese entonces.

Y ese descubrimiento me abrió los ojos: la práctica continua y concentrada lo es -casi- todo en cualquier actividad.

En medio de las noticias sobre la Elección del Mal Menor, leo hoy una nota esperanzadora.

Alemania, el Reino Unido y Francia han propuesto este lunes en México combatir la evasión de impuestos de las grandes empresas transnacionales.

Se trata de un robo (“tomar para sí lo ajeno, o hurtar de cualquier modo que sea” es una de las acepciones de este vocablo) gigantesco que -incluso- Europa sigue consintiendo so pretexto de no ahuyentar a los macroempleadores.

(El narcotráfico también lo es.)

O por simple desinterés o incapacidad. O colusión.

Mientras continúe existiendo el fatídico secreto bancario poco se podrá hacer al respecto, debo imaginarme.

¡Salud y buen provecho, Suiza!

(Para empezar.)

Pero no me he ido por las ramas.

Después del asesinato en el cafetín de Manhattan, Jack Abbott volvió a publicar un libro en prisión.

(Las ganancias del anterior -varios millones de dólares- fueron a parar a la cuenta bancaria de la viuda de su víctima pectoral.)

Abbott denunció hasta el final desde su celda -se ahorcó en ella en el 2002- que la cárcel solo era un medio deshumanizante y que ese medio había hecho de él lo que había sido en vida.

La sociedad, el sistema, creaba monstruos y seres desadaptados y la única solución que ofrecía a cambio era una cárcel que los deshumanizaba aún más.

Aparte de ser una Alta Escuela del Crimen.

Él era uno de esos ejemplos.

A la edad de 18 había sido condenado a cinco años de prisión por falsificar un cheque de poco cuantía.

Cin-co a-ños por fal-si-fi-car un che-que.

¿Y las transnacionales?

Bien, gracias.

La historia más reciente de la humanidad y la crisis global constituyen también la historia de una atracción fatal, la del dinero.

Esperemos a ver cómo le va a Francia en su intento de recuperar de Google 1.000 millones de euros en impuestos evadidos.

En el vientre de la bestia todo es una cuestión de tamaños, me atrevería a afirmar.

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HjorgeV 07-11-2012

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Fuentes:

http://www.elliberal.com.ar/ampliada.php?ID=47589

http://elpais.com/diario/2011/09/25/eps/1316932018_850215.html

http://www.trutv.com/library/crime/notorious_murders/celebrity/jack_abbott/4.html

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HISTORIAS DE CROONERS: DE ITALIA A MÉXICO

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Se llamaban Pierino Ronaldo, Francis Albert, Dino Paul, Anthony Dominick, Jasper (por Gasparino).

Y sus apellidos eran Como, Sinatra, Crocetti, Benedetto, Cini.

Italianos.

Como sus padres: inmigrantes pobres venidos de Palena, Sicilia, Génova, Montesilvano, Calabria, Abruzzo.

Habían nacido por todo el territorio usamericano: en Pensilvania, Nueva Jersey, Ohio, Nueva York, en Filadelfia.

En 1912, 1915, 1917, 1926 y 1927.

Con el italiano como primera lengua.

(El inglés con acento italiano lo tuvieron que dejar pronto para evitar las mofas en la escuela.)

Después se cambiaron el nombre y Pierino Ronaldo Como pasó a ser Perry Como.

Francis Albert, simplemente Frank y conservando su apellido original.

Dino Paul Crocetti se convirtió primero en Dino Martini y luego en Dean Martin.

Anthony Dominick Benedetto sigue siendo el Tony Bennett de entonces.

Alfred Cini eligió convertirse en Al Martino.

Se inspiraron y aprendieron de Bing Crosby (acaso el Primer Crooner), Al Jolson y Mario Lanza, los dioses cantantes de comienzos del siglo pasado.

Los cinco sabían quién había sido el gran Caruso. Un italiano vero.

Se iniciaron cantando en bares, bodas, concursos.

Eran albañiles (Al Martino), muchachos para todo, soldados (Bennett), peluqueros (Perry Como), vendedores de periódicos (Sinatra), ayudantes de gasolinera, boxeadores (Dean Martin).

Supieron suplir sus carencias y disimular sus imperfecciones vocales con la ayuda del moderno micrófono.

El auge de la radio, las grabaciones eléctricas y los discos, y luego la aparición de la televisión, hicieron el resto.

Fueron famosos prácticamente toda su vida y siguieron actuando hasta que los pescó (salvo a uno) la Última Llamada.

Todos barítonos.

(Bennett cantó inicialmente en la tesitura de tenor.)

Tipos con buen gusto en la elección de su repertorio, con una clara inclinación por el jazz y con una gran vena histriónica.

(Actuaron, en total, en decenas de películas.)

La desgracia del mundo -la Segunda Guerra Mundial- fue su suerte: cabía cantarle a la ausencia, a los corazones destrozados, a los sueños rotos.

Cuando les llegó la primera fama se compraron esmóquines y camisas impecables.

Y, sentados sobre su taburete en medio del humo de incontables cigarrillos de su adicto público, le hacían, con sus voces, guiños a las almas abandonadas, perdidas u olvidadas; con el micrófono elegantemente sujeto en una mano.

Existe constancia de que la mafia les echó el ojo muy temprano.

¿Podrían decir muchos gobiernos del Tercer y Primer Mundo lo contrario?

Carismáticos, tanto como verdaderos entretenedores, la voz les tembló cuando apareció el rock y luego la invasión inglesa de los Beatles, los Rolling Stones y compañía.

Pero siguieron creyendo en lo suyo, a pesar de la música disco y, más tarde, el rap.

Se pasaron largos años creyendo que todo había sido un sueño o algo innecesario quizá.

Dinosaurios del canto.

Con todo, se aferraron a lo suyo y continuaron: modas y tendencias al carajo.

Sabían que productores y comerciantes siempre pueden hacer malabares para ganar más dinero, pero nunca conseguirán robarle a la música su esencia: la melodía.

Quién sabe si penetrar las células cardíacas de los oyentes era/fue su pretexto para cantar. O al revés.

¿Se pregunta un ave por qué vuela?

Perry Como se despidió en el 2001, poco antes de llegar a los 90 y después de cumplir un contrato de 50 años con la misma empresa.

Dean Martin se fue en 1995, dos años antes de cumplir los 80.

Sinatra se despidió a los 83.

Y Al Martino a los 82.

Tony Bennett (86) es el único sobreviviente de los cinco.

Cinco destinos, cinco hijos de inmigrantes pobres, cinco grandes voces.

Cinco crooners.

El último sigue vivito y cantando.

(Combatió, por esas cosas del destino, en este país, Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial. Se dice que la experiencia bélica lo volvió aún más pacifista.)

En su penúltimo álbum –Duets II– descubro con gran sorpresa que hay una composición de Manzanero, cantada a dúo con Alejandro Sanz.

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Esta tarde vi llover, nada menos, convertida en Yesterday I heard the rain en inglés.

Una de las canciones que más aprecio.

La misma canción que busqué esta tarde (que también ha llovido a cántaros en esta región de Renania), porque tengo la parte del piano grabada.

Y me gusta cantar encima, como si alguna vez fuera a grabar un disco y estuviera practicando para mi primera audición.

Pobre de mí.

El descubrimiento me alegra. Porque se cierra un lazo.

El Último Crooner homenajeando a un crooner mexicano.

Acaso uno de los pocos en nuestro idioma que podríamos llamar con toda justicia así.

Habría que inventarle un vocablo a don Armando.

Croonpositor.

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HjorgeV 02-11-2012

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Fuentes:

http://es.wikipedia.org/wiki/Perry_Como

http://es.wikipedia.org/wiki/Dean_Martin

http://es.wikipedia.org/wiki/Frank_Sinatra

http://es.wikipedia.org/wiki/Al_Martino

http://www.tonisubirana.com/?p=1838

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-3552-2007-01-21.html