DOS POEMAS

HOY UN POCO

Hoy he nacido un poco

De espaldas al cuello

Dilecto en la memoria nula

 

Bacante la esperanza

En lo que tiene

De flaco el hombre

De anchas sus grandes dudas

 

Hoy el día ha sido

Especialmente generoso con las horas

A las cuales ha saludado una a una

Como seres tontos que desfilan

Ante la impotencia del alma

 

Hoy he nacido un poco

Sediento de ser alguien un par de centímetros

Más allá de su paso

Una persona al fin

Por delante de sus sueños

 

Hoy he nacido un poco

En esto de ser a diario humano

En esto de verle el diente al Mono

Y no salir a la calle a caminar

Con un solo zapato

 

¡Hoy he pensado dos veces el mundo

con la angustia de quien mastica sin la certeza

de tener algo verdaderamente en la boca!

 

CONCÉNTRICO

-Gracias –le dijo la muchacha a su lado.

Su sangre bullía.

-Bueno -murmuró él.

¡Se había atrevido a decirle algo!

Ella le regaló una sonrisa que él no

supo cómo interpretar.

Una sonrisa de treinta quilates y una estrella grande.

¿No era mejor no estar interpretando las cosas, a veces?

Sentía que despertaba de una gran apatía que

no se había preocupado de registrar antes.

Así era su vida, entonces:

Una serie de baterías vitales revueltas y

mucha ignorancia en los sentidos.

Cuando despertaba, las cosas ya estaban pasando.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

¿Se atrevería esta vez?

Su sangre bullía.

¿Cuál era el castigo por abrir la boca y decir algo?

¿Qué costaba decirle: «No se me ocurre ningún argumento

para decirte que sería mejor que te quedaras un poco a mi lado»?

Pero sólo pudo ver cómo la muchacha

se alejaba, seguramente decepcionada

por haber gastado una sonrisa en vano.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, 18/19 y 24-06-2007

 

ALAS AL PENSAMIENTO Y RUEDAS AL CUERPO

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Karl Friedrich Christian Ludwig Freiherr Drais von Sauerbronn rezaba el nombre completo de este inquieto, inventivo y febril barón alemán, que murió pobre y víctima del escarnio público.

La historia del mundo está plagada de hombres como él, cuya memoria ha sido simplemente carcomida por el olvido, a pesar de sus indiscutibles y utilísimos aportes hechos a la humanidad.

Karl Drais (1785-1851) murió y nació en Karlsruhe, al sureste de Alemania.

Estudió Arquitectura, Explotación Agrícola, Matemáticas y Física en la Universidad de Heidelberg.

A pesar de ocupar un cargo forestal del gobierno, al terminar sus estudios, lo dejó todo para dedicarse a su verdadera pasión: inventar. En 1818 se le adjudicó un profesorado de Mecánica.

Inventó un piano impresor que podía registrar una especie de partituras sobre cintas de papel, incluida la graduación acústica; también, un lenguaje codificado o secreto; varias cocinas con dispositivos que permitían ahorrar carbón o leña; un pantómetro o pantómetra agrimensor, entre otros inventos más.

Entre ellos también figuran el molino o picadora de carne, y un estenógrafo o taquígrafo.

Conocido como el pionero de la movilidad individual o personal, por su invento del velocípedo, Drais fue también un propulsor de esa otra verdadera movilidad humana, aquella que permite al hombre volar sin moverse de su sitio.

La movilidad del pensamiento.

En 1821 dio a conocer la primera máquina de escribir (probablemente del mundo) con 25 letras e impresión sobre una cinta continua.

(Como muchos otros inventos, éste de la máquina de escribir no fue único en el mundo. Según ya se ha visto en artículos pasados de esta bitácora, varios países reclaman haber sido los pioneros en este campo.)

Personalmente, veo la importancia de Karl Drais en su papel de doble impulsor de la movilidad humana.

Por un lado su invento de la humilde y revolucionaria máquina de escribir. Por otro, el del velocípedo, llamado Draisine o Dandy Horse durante mucho tiempo .

Drais le dio alas al pensamiento humano y ruedas al hombre.

Su velocípedo o Draisine de 1817, fue el verdadero precursor de la bicicleta actual.

No fue el Abuelo de la Bicicleta, fue el padre de ella.

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Se trataba de una construcción de madera, con dos ruedas, un asiento, un timón y apoyabrazos, y que debía ser impulsada con los dos pies.

¡El hombre se podía mover por fin más rápida y autónomamente en toda su historia sin necesidad de correr ni de montar una bestia!

Pero no todo empezó color de rosa para su invento.

Su velocípedo fue copiado desde Calcuta hasta Nueva York, ya que no se hallaba protegido por ninguna patente.

Él fue el precursor inmediato de la bicicleta actual.

Empero, en su país -en esta Alemania-, se reían de él. Se burlaban de su supuesta locura y de su interés gratuito por los inventos.

En 1812, las pésimas cosechas de ese año y los consecuentes astronómicos precios de la avena, que era el principal alimento de los caballos en ese entonces, hicieron pensar a más de uno en medios alternativos de transporte y locomoción.

Con este fin, Drais creó un coche o carro de 4 ruedas accionado primero por molino a pedal, en 1813, y luego por un eje cigüeñal posterior o trasero, también a pedal, en 1814.

A pesar de que las pésimas cosechas persistían, no le fue posible continuar con esta idea.

(Posteriormente adaptó este invento para su uso sobre las vías del tren y accionado por pedales, ya no manualmente por palancas de movimiento vertical, como lo había inventado pocos años antes un compatriota suyo.)

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Recién en 1816 pudo continuar Drais con su trabajo inventivo.

Fue el famoso año sin verano, en el que llegó a caer nieve en plena canícula, como consecuencia de la explosión del volcán Tambora, en Indonesia, y que provocó la pérdida total de las cosechas y la muerte masiva de caballos por falta de alimentos en extensas regiones del planeta.

En 1817, presenta su Draisine, velocípedo o bicicleta sin pedales.

Por esas cosas para las que nadie tiene explicación, justo en el otoño de ese año las cosechas se recuperaron, bajó notablemente el precio de la avena y los caballos volvieron a ponerse de moda como animales de tracción.

Entonces. se volvieron ‘visibles’ e incómodos los velocipedistas en las veredas y aceras peatonales, que eran las únicas superficies por donde se podían desplazar sin peligro de tropezar y caer.

Obligados, mediante fuertes multas, a usar en todo el mundo las vías no peatonales, pronto desaparecieron también de las demás pistas y vías, las cuales, por su estado, no podían utilizar sin perder el equilibrio.

La gran idea nacida en Mannheim y que permitía -por primera vez en la historia del hombre- movilidad individual sin recurrir al caballo, tuvo que ser enterrada durante por lo menos 50 años.

Con la Revolución de Baden, en 1835, y su pública revelación como demócrata, Karl Drais empezó a sufrir persecución política y aún más escarnio público.

Cuando, finalmente, decidió renunciar a su título nobiliario de barón, fue razón suficiente para terminar de creerlo un loco -¡qué noble reniega públicamente de sus títulos!- y retirarle su pensión oficial como empleado forestal del Estado.

Se dice que murió pobre debido a eso y que aún después de muerto, cuando fue trasladada su tumba a otro cementerio, se siguieron burlando de él.

Esta era moderna, de hombres inteligentísimos y capacitadísimos (que bien podrían ocuparse de tratar de resolver los problemas básicos que agobian a nuestro mundo, pero que prefieren mirar a la Luna y a nuevos planetas, o a automóviles aún más rápidos, o cómo hacer para ganar en los deportes con trampa y crear medicamentos cada vez más caros), se ha vuelto a acordar de él –honrándolo, sin saberlo-, al volver a poner de moda la bicicleta.

Ese medio de locomoción por el que nadie, hace un par de décadas, habría dado un céntimo salvo en el terreno recreativo, pero que ahora se vuelve cada vez más y más moderno, útil e indispensable.

La bicicleta significa menor contaminación ambiental, menor gasto en combustibles naturales, más cuerpos saludables y disminución del congestionamiento vehicular en las ciudades.

Hoy, variaciones de sus inventos, sirven como medios de sano esparcimiento.

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En su época se reían de Drais porque era inconcebible que con un solo invento -su velocípedo Draisine- se pudiera prescindir del coche y del caballo de un solo golpe.

Algo semejante a decir ahora: un invento capaz de hacer superfluos la gasolina y el automóvil a la vez.

Él dio una prueba más de que el hombre sabe correr.

Si así lo desea.

Pero muchas veces no sabe adónde. Ni por qué.

¿Tendrá que volver a erupcionar un gran volcán (léase: catástrofe) para ponernos a reflexionar?

¿No necesitará este mundo de más locos como el gran Karl Drais, ese doble pionero humano?

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, sábado 23-06-2007

P.D.: A este gran hombre he llegado de pura casualidad, mientras me informaba sobre uno de mis temas favoritos: la máquina de escribir. No se debe, pues, a ninguna especial conmemoración o aniversario esta página de mi bitácora. Es más, soy de los que no esperan una fecha especial para recordar o elogiar algo.

Cabe suponer que Leonardo da Vinci pudiera haber inventado ya, unos cuatro siglos atrás, un prototipo de la bicicleta moderna. Pero no existen claros indicios de que las pruebas presentadas no sean una falsificación; visto que ni el mismo boceto se le puede atribuir a él, por lo grosero de su trazo.

Debe suponerse, también, que en muchos pueblos del mundo a lo largo de toda la historia de la humanidad –como sucede con muchos inventos- se estuvo muy cerca, seguramente, de inventar la bicicleta.

Fuentes: diversas enciclopedias.

Enlace interesante: Experiencia ‘bicicletera’ europea de un mexicano: http://weblocked.blogsome.com/2006/10/16/lo-que-necesitas-es-una-bicicleta/


UNA HUMILDE PERO REVOLUCIONARIA MÁQUINA

 

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A la máquina de escribir no se le reconoce el verdadero y gran valor que le corresponde en la historia de la humanidad.

Sucede con muchos inventos y descubrimientos. Una vez que son tan conocidos y usados, y pasan a formar parte de la rutina diaria, se convierten en triviales.

Nos sucede con las cosas y las gentes.

Recién cuando perdemos un bien o alguien importantísimo en nuestras vidas y que -tontamente- creíamos perennes, nos damos cuenta de cuán ciegos habíamos sido.

¿Por qué habría de ser de otra forma con tantos importantes descubrimientos humanos, como la humilde máquina de escribir?, me pregunto ahora.

Ella fue al mundo de las comunicaciones y los negocios, lo que la locomotora a los transportes y al comercio, en su tiempo.

Bien visto, si la actual gran revolución tecnológica y cultural se debe a las computadoras y a internet, la última, hace siglo y medio atrás, se debió a la humilde pero revolucionaria máquina de escribir.

Hay que poder imaginárselo.

Consideremos el pensamiento humano.

Nos parece algo tan natural (además, es gratis), que solemos olvidar que es, precisamente, la capacidad de pensar, la que nos define y diferencia como seres, como los monos pensantes que somos.

Sin pensamiento, seguiríamos viviendo salvajemente (todavía lo hacemos en parte, a pesar de nuestras ropas, nuestra educación y adelantos tecnológicos) libres en la naturaleza.

Cuando el Mono Sapiens aprendió a escribir, dio un paso gigantesco en la evolución: se iniciaban la civilización y la cultura. (*)

La historia del pensamiento humano es, también, la historia de su registro y de su difusión.

La escritura –su registro– significó un gran salto cualitativo en el camino del hombre. En muchos sentidos.

No es, pues, lo mismo decir que alguien dijo tal cosa –deformando casi inevitablemente el original-, que mostrar sus palabras escritas.

Pero no bastaba con la escritura.

Faltaba la difusión de lo que ella encarnaba: poder llevar –con facilidad- a otros lugares la palabra del hombre. Sus pensamientos, sus conocimientos, sus sentimientos, sus órdenes y noticias.

De nada -o poco- valía tener el pensamiento escrito sobre, vamos a decir, una gran piedra o sobre pesadas tablas.

(Recuérdense, por ejemplo, las Tablas de Moisés, que eran de piedra y contenían los Diez Mandamientos cristianos, y reconózcanse ahí los inicios de la religión cristiana actual. Después va a ser el invento de la imprenta el mayor motor de su propagación por el planeta.)

Más tarde -o más temprano- el hombre descubriría el papiro y luego el papel. Ese fue un gran paso tecnológico, pero no uno verdaderamente importante.

El siguiente y verdaderamente importante lo constituyó la imprenta.

Se considera que las primeras técnicas de escritura humana tienen unos 6.000 años de antigüedad: 4.000 antes de nuestra era.

(Intentos más rudimentarios, como ideogramas y las famosas pinturas rupestres son mucho más antiguos, se entiende.)

Tuvieron que pasar, empero, unos 1.000 años más hasta el invento del papiro, el padre y madre del papel actual. Cito a la Wikipedia:

El papiro más antiguo conocido está en blanco, y se descubrió en la tumba de Hemaka, el visir del faraón Den, de la Dinastía I, c. 3000 adC, en la necrópolis de Saqqara.

Si consideramos como correcto el primer cálculo, entonces, tuvieron que pasar 5.500 años más hasta el siguiente descubrimiento verdaderamente revolucionario: la imprenta, del alemán Johannes Gutenberg en 1450.

Lo cual quiere decir que hasta el año 1449 los libros eran difundidos solamente a través de copias manuscritas.

Hay que poder imaginárselo: monjes y frailes dedicados únicamente a rezar y a copiar a mano, por encargo del propio clero o de reyes y nobles. O de quien pudiera pagarlo.

(Aquí es fascinante enterarse de que la mayoría de esos monjes eran simples copistas analfabetos. Algo que se hacía adrede, para evitar que se enteraran del contenido de los libros que copiaban. Esto explica en parte lo ilegible de la caligrafía antigua, especialmente de los títulos, adornados por esos monjes que desconocían que podían alterar las letras con demasiada pompa gráfica.)

(Una modalidad de imprenta, muy usada en toda la Edad Media para dar a conocer bandos, decretos y avisos oficiales en general, ya había sido descubierta en China un par de siglos atrás: la xilografía. Lo que Gutenberg inventó fue la tipografía propiamente dicha.)

Como un solo trabajo de un copista -un libro-, podía llegar a tardar hasta 10 años, Gutenberg apostó por rebajar el tiempo de impresión hasta la mitad.

Él desconocía que su cálculo era -positivamente- errado y que su invento conllevaría una gran transformación del mundo de entonces.

Hagamos un salto con garrocha histórica de unos 400 años. De cuatro siglos.

Los años que van de 1800 a 1899, el siglo XIX (valga remacharlo), recibieron a una humanidad ilustrada (al conjunto ‘adelantado’ de ella). A una que ya había dado -o estaba dando- una serie de saltos tecnológicos y culturales, pero que todavía no parecían servirle de ‘mucho’.

Se conocía ya la pila y el acumulador eléctricos. La luz y la energía eléctrica en general pasaban a usarse en la vida diaria. Se conocía la máquina de vapor y el ferrocarril. Las telecomunicaciones de entonces: el telégrafo y el incipiente teléfono. Los motores y el condensador eléctrico. La imprenta en colores. El hombre era un experto navegador.

Sin embargo, habiendo pasado 4 siglos desde el invento de la imprenta gutenberguiana, se seguía escribiendo todo tipo de original A MANO.

Los conocimientos científicos y tecnológicos, la literatura y la historia.

El tráfago documentario que requerían y requieren los negocios y el comercio.

Todo ello, se tenía que hacer a mano.

Con los consiguientes riesgos, dificultades y simples malentendidos que ese sistema conllevaba.

(El oficio de linotipista debía ser muy preciado en aquella época.)

 

Hasta más o menos 1850, entonces, la transmisión y difusión del pensamiento y del conocimiento humano, semejaba el juego ese de calcar la figura de un tigre consecutivamente por varias personas. Quien lo conoce o ha experimentado, sabe que la figura obtenida por la última persona poco se parece a un tigre.

(Para decirlo en términos populares, semejaba el juego del Teléfono Malogrado, como decimos en mi país, o Teléfono Descompuesto.)

Lo que digo es una exageración, claro, pero sirva para ilustrar históricamente esa época.


Entonces, hace su aparición en el mundo la Máquina de Escribir. (El primer ejemplar producido industrialmente, se puede considerar que fue una Remington, de 1874.)

Con ella, aparece la LEGIBILIDAD en todo tipo de documentos.

También, la mayor velocidad en su producción.

Cuando apareció la primera máquina de escribir, pocos –tal como le sucede a muchos ahora- fueron capaces de poder ver o adivinar su importancia.

Se revolucionaron los negocios y con ellos el comercio.

Aumentó enormemente la velocidad del intercambio de ideas e información.

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Periodistas, escritores, estadistas, profesores y negociantes abandonaron inmediatamente ese laborioso proceso manual de escribir rápido y cifrado (para no interrumpir el flujo del pensamiento), y de tener que descifrarlo o de volver a escribir todo más adelante, para sí mismos o para la persona encargada de pasarlo al papel o documento oficial.

El nuevo producto no solo les aliviaba el trabajo, contribuía también a la proliferación y al desarrollo de las ideas.

En menos de 50 años, el mundo (el adelantado, tal como ahora con internet: el primer mundo se aleja cada vez más, triste e irremediablemente, del mundo mísero) dio más pasos cuantitativos y cualitativos que en varios de los siglos anteriores juntos.

No creo equivocarme al afirmar, que la máquina de escribir fue uno de los inventos –sino el principal- más catalizadores de la llamada Revolución Industrial y de muchas de las revoluciones tecnológicas posteriores.

No por nada, una de las bases de las computadoras actuales la constituye el teclado de la desaparecida máquina de escribir. ¿Les parece exagerado decir base? ¿Se imaginan una computadora u ordenador sin él?

Sin este teclado sería imposible aprovechar el potencial y la rapidez que esconde esta armazón que está aún en sus inicios.

Claro que llegarán los tiempos en que la máquina pueda leer los pensamientos y se haga superfluo el teclado, por lo menos en cierta manera. Pero no creo que en muchas.

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La disposición de las teclas que ahora pulso terminando de escribir esta breve loa a la revolucionaria, humilde y ya desaparecida máquina (para muchos, como para mí, la computadora u ordenador no es otra cosa que una moderna máquina de escribir con más y mejores aplicaciones), no es –de lejos- la ideal.

Dudo que al Mono Sapiens se le ocurra alguna vez rectificar este error.

Se dice que el problema es el dinero.

Tontamente, la industria considera –como a comienzos del siglo pasado- que perdería dinero, si hubiera que adoptar una nueva disposición de las teclas de una computadora.

Personalmente, opino que el comienzo sería difícil, pero que una vez superado ese obstáculo, ocurriría una pequeña nueva revolución cultural, al ganarse mucho más gente de todas las actividades humanas para la mecanografía.

Me atrevo a decir que muchos empezaron a utilizar solo dos dedos, porque notaron enseguida que la disposición de las letras no es lógica. Es, en realidad, caótica, además.

La industria boicoteó a los primeros rápidos mecanógrafos y mecanógrafas, distribuyendo las teclas de tal manera que rebajaran su velocidad y con ella la frecuencia de los atascos de las varillas, patillas o palancas percutoras.

Lo mejor hubiera sido mejorar el producto en su momento. Regresar al principio lógico de «letra más usada, letra más a la mano».

Pero ¿cuándo le interesó a la industria realmente el verdadero desarrollo humano?

Bastaría, propongo aquí -como un burdo ejemplo personal-, con distribuir las teclas alfabéticamente. Así, sería posible ubicar las letras de un solo vistazo, aún sin tener mayor experiencia con el teclado.

Cualesquiera de las inteligentes propuestas que ya tienen más de un siglo de antigüedad y que han sido sistemáticamente desoídas por la industria, bastarían para dar un paso adelante.

Habría mayor difusión de ideas, pensamientos, propuestas, sentimientos y mensajes en el mundo.

Aumentando la probabilidad de mejorarlo, entonces.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, viernes 22 de junio del 2007

(*) Según mi parecer, la agricultura forzó la aparición de la escritura primero, junto con la ganadería. Y ésta última la de las matemáticas, en su sección aritmética, inicialmente. Pero ese ya es otro posible tema de esta bitácora.

La primera fotografía muestra una de las primeras máquinas de escribir portátiles. La intermedia una evolución de la Remington. La tercera fotografía muestra un modelo ‘combinado’ de la Olivetti que pasó rápidamente al olvido.

APRENDA MECANOGRAFÍA (EN ESTA ERA)

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Este era un reclamo o anuncio publicitario muy común en mi época de estudiante: Aprenda mecanografía.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Parado en una esquina esperando la línea 73 –los verdes– en dirección a la U.N.I. y leyendo los carteles publicitarios clandestinos de las paredes.

Estoy hablando de finales de los años 70. ¿La ciudad? Lima, la horrible. (Mi desesperadamente extrañada Lima. Mi queridísima Lima Limón. La del Cielo Color Panza de Burro, marca registrada.)

Entonces, llevábamos en la universidad un curso de informática, en el que nos servíamos de unas tarjetotas perforadas y perforables de la casa IBM. Y la máquina computadora era del tamaño de un órgano de una catedral o de una iglesia mayor.

Estoy hablando del siglo pasado, sí, pero apenas de finales de los años setenta y comienzos de los ochenta.

Los muchachitos de ahora lo tienen fácil.

¿Muchachitos? ¡Qué digo! Mi hijo José Antonio de dos años y medio ya sabe cómo hacer para ver su video favorito de la serie Tractor Rojo en esta portátil desde la que esto escribo.

Mis hijas, de 11 y 12, entran a la otra computadora que tenemos aquí en este cuarto de trabajo y zas, zas, pum, pum, ya tienen su monografía sobre el tema pedido –impresión incluida- en menos de una hora.

Nosotros, en la universidad, teníamos que aprender a programar la computadora u ordenador para que cumpliera las funciones que deseábamos.

Pro-gra-mar.

No estoy hablando de aprenderse un algoritmo más o menos complicado, y luego a probar, como se hace ahora con todo. Sin ningún temor, más o menos. (Salvo a los virus.)

¡¿Probar en esa época?! Bastaba cometer un par de errores entonces para poner en juego todo un semestre de estudios.

Y para poder programar, lo que uno hacía, tenía que tener pies y cabeza, aparte de lógica.

Hoy veo que cualquiera puede ser experto en computadoras. Me hace recordar a los expertos sentados de fútbol. También llamados de sillón.

Curiosamente, casi nadie sabe escribir a máquina hoy en día. Mecanografiar. De tal manera que todavía podría ser un buen negocio ofrecer ese curso del que hablaba al comienzo.

No es difícil. Ya no hay que gastar papel ni tinta como antes. Y los errores ya no se corrigen con tipex. Tampoco es complicado el aprendizaje.

Mi hija mayor consiguió aprenderlo en apenas dos días. Después de dos sesiones de ejercicios de dos horas (con los ojos tapados por mí) ya podía escribir a ciegas y con los diez dedos. Lentamente, pero para eso está la práctica, después.

Lamentablemente, dice que sus amigas la quedaron mirando raro y, por ahora, no lo quiere usar. Y allí está, la pobre, dándole con dos deditos al teclado como un pianista con un solo dedo en cada mano.

Ni siquiera ya es una cuestión de prestigio.

Mensajes he visto de académicos y de gente con formación ‘superior’ que, yo pensaba, provenían de algún adolescente, por los errores, la composición y la particular ortografía mostrados.

Lo interesante es que hoy ya no puede existir ninguna disculpa.

Hasta hace pocos años escribir a máquina –a ciegas y con diez dedos- era algo exótico, reservado a las secretarias, principalmente.

Ahora el correo electrónico se ha hecho indispensable y lo será más aún en el futuro: no requiere papel, es o puede ser gratuito, es rápido y su manejo simple. Aquí en Alemania cada vez más dependencias del Estado lo usan. (Cuando quiero prorrogar el préstamo de algún libro, me basta enviar un emilio a la biblioteca municipal.)

Pero, no.

Otra vez el Mono Sapiens y sus grandes paradojas. Pero esta es sólo una más, insignificante. Nada comparada con la principal.

En la cumbre tecnológica de nuestra especie, ahora que bien podríamos encargarnos del Proyecto Tierra -pues tendríamos la tecnología, el dinero y los conocimientos para hacerlo-, el Mono Sapiens Mentirossisimus Violenticus Rapiñensis mira hacia otro lado.

Como los nuevos ricos: incapaces de poder mirar hacia el hogar de donde vinieron.

La historia de la máquina de escribir es peculiar.

Me imagino que muchos de ustedes –menores de cuarenta- no habrán llegado a ver esos monumentos vivos de la especie, marca Remington.

Yo tampoco.

No las recuerdo, en concreto; aunque sé a qué se refieren cuando hablan de esa marca.

En ‘mis tiempos’ las más famosas marcas eran Olympia y Olivetti, cuando ya las máquinas puramente mecánicas eran una rareza.

Fue mi niñez, ya, la gran época de esos armatostes eléctricos de casas como la IBM, Brother, la misma alemana Olympia y la italiana Olivetti, y otras más.

Pero en ellas el principio seguía siendo el mismo. Lo único que disminuía era el esfuerzo muscular de las manos.

(El paso triunfal de la computadora no tuvo piedad con Olympia. La firma alemana cerró sus puertas a comienzos de 1990, después de una agonía que duró décadas.)

No mucho después, a comienzos y mediados de los ochenta, ya, hicieron su aparición una serie de máquinas que trataban de aliviar los pesados procesos de corrección y tachado, intercalando una pequeña computadora que retrasaba la impresión final.

Pero fue, todavía, la gran época del tipex: esa tinta que servía para cubrir todo de blanco, menos el alma y los pecados.

Hasta que llegaron las computadoras u ordenadores personales y todos los que escribíamos mucho, por la razón que fuera, respiramos aliviados.

El paso a estas máquinas compactas y transportables (llamadas primero laptop y después notebook, o, simplemente, portátil) (propongo plegable) no fue ya tan grande ni nada del otro mundo.

Pero los pasos de las primeras máquinas de escribir estuvieron plagados de muchos obstáculos.

Baste decir que la actual disposición del teclado -aún cuando varía de idioma a idioma sensible pero no fundamentalmente- debe su existencia a simples exigencias del mercado en un momento dado de la historia.

¡La disposición de las teclas no responde para nada a principios prácticos o ergonómicos!

Están donde están porque esa fue la primera solución que ofreció la industria a los ultrarrápidos mecanógrafos y mecanógrafas de entonces, cuya especialidad parecía ser la de atascar a grandes velocidades las patillas o varillas metálicas que impulsaban los tipos hacia el papel sobre el cilindro.

Así, debajo de los dedos principales, ahora, no están las vocales ni las letras que más se usan, sino las que menos problemas ocasionaban a las patillas de las pioneras máquinas de entonces.

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1682 puede ser el año en que vio la luz la primera máquina de escribir.

1715 es, sin embargo, el año de la primera patente expedida al inglés Henry Mill: Patente Real Nº 395.

Como no existen restos, dibujos ni planos del diseño o construcción de esta máquina, se supone que Mill recibió la patente sólo por su idea, algo no poco común en su época. Traduzco:

„Una máquina o método artificial para imprimir o copiar letras, individual o continuamente una tras otra como en la escritura a mano, de tal manera que el texto impreso sobre papel o pergamino es tan claro y definido que no se puede diferenciar de cualquier otro impreso normal”

La primera máquina de escribir de la cual se sabe que existió, funcionó y funcionaba, aunque rudimentariamente, fue hecha y patentada por el italiano Pellegrino Turri en 1808.

Fue la verdadera pionera en su campo.

La impresión se hacía por medio de papel carbón. De tal manera que Turri es también considerado el inventor de este papel, tan útil hasta no hace mucho tiempo para la humanidad.

La segunda patente, documentada históricamente, es la de un tal W.A. Burt en 1829 en EEUU. Pero su invento tenía más de tipógrafo.

El alemán Karl Drais, contemporáneo de Goethe, fue el primero en construir una máquina con teclado y que asignaba a cada letra, una determinada tecla. La hizo para ayudar a su padre a comunicarse, debido a que se había quedado ciego.

¡Así fueron los comienzos de esta máquina que ha permitido, silenciosamente, potenciar el avance de la ciencia y la tecnología, ayudando a la creación y la difusión de las ideas individuales y a poner las cosas y las cuentas claras en el papel!

(Si la humanidad se hubiera restringido a esos dos dedos percutores en los dos últimos siglos, seguiríamos, seguramente, como en los albores de la revolución tecnológica, cuando creíamos que ver televisión en blanco y negro era lo máximo y escuchar música de un aparato del tamaño de una maleta de viaje por barco, algo parecido.)

Pero ese será ya tema de la siguiente página (o una de las siguientes, quién sabe) de mi bitácora y la continuación de ésta de hoy.

La desgraciada vida del barón inventor, o algo así, se llamará. Dedicada a ese alemán febril, Karl Drais, que fue autor de varios inventos aparte del citado, que también fue perseguido en vida por declararse ¡demócrata! y que murió pobre.

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Yo sigo esperando que salga al mercado una máquina básicamente para escribir y realmente pequeña. (Arriba una antigua Olivetti portátil y totalmente mecánica.)

Como soy de los que detestan cargar bultos y tener muchos bolsillos –no voy con la moda, lo siento-, tendría que ser verdaderamente portátil.

He probado algunos de los modelos actuales y ninguno me satisfizo hasta ahora.

Digamos que estaría dispuesto a soportar los mínimos tamaño y peso disponibles en el mercado. Lo malo es que entonces el teclado es diferente –más pequeño- y ya no permite la escritura tan rápida. Tal vez sólo sea cuestión de costumbre.

Busco una máquina actual, para gente que la necesita básicamente para escribir.

En verdad, lo que me imagino para el futuro es lo siguiente:

Una especie de teclado deplegable o enrollable, que podría ser de látex o de una goma parecida. O una lámina. Algo que se pudiera plegar con facilidad y no sufriera con esa manipulación.

El problema de la pantalla lo resolvería el celular, que sería una minicomputadora en sí, de usos múltiples.

(Yo aquí lo bautizaría ahora mismo como oCel. Con la o de omnipotente.)

El oCel sería capaz de proyectar la pantalla virtual sobre cualquier superficie, incluso en el aire. Al tamaño que se desee, con los caracteres que pida la imaginación y la posibilidad de alterar contraste, brillo y definición al gusto.

El teclado estaría conectado al oCel por vía infrarroja o algo similar.

(Todavía es temprano, lo sé. El papel, la pantalla, en blanco, aguanta todo.)

Así, aquellos a los que nos gusta o necesitamos escribir, sólo tendríamos que agregar un solo adminículo más a nuestro bagaje o equipaje.

Como soy de los antiequipaje, o antibultos, propongo finalmente que ese teclado plegable como una lámina flexible, pueda guardarse dentro del oCel.

(Mi idea llega muy tarde. Vean la fotografía arriba: un teclado virtual de Virtual Devices.)

Pero creo que el futuro de mis hijos va a ser teclear directamente sobre sus propios muslos. Sobre microsensores-transmisores adheridos invisiblemente a la piel.

No crean que estamos muy lejos.

Y la idea se me acaba de ocurrir en este momento. (La idea del celular que proyecta imágenes sobre alguna superficie ya no sería nueva, como muestra el invento de Virtual Devices. Lo que aún no se ha inventado, es un oCel capaz de hacer proyecciones en el aire.)

¡A la oficina de patentes!

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, jueves 21-06-2007


P.D.: Acabo de descubrir que ya se ha empezado a trabajar en esa tecnología, aunque todavía está en pañales. ¡Qué alivio! Fuera de bromas, el terreno es interesantísimo y las posibilidades de uso al estilo de la ciencia ficción no son pocos. ¿Una idea? Conferencias virtuales en tres dimensiones y a tamaño natural con alguien que está en otra parte del mundo, se me ocurre en este momento. O clases magistrales a distancia, con pizarra virtual incluida. ¿Otro uso? Para asustar al vecino. O a alguien que no te cae bien. Lo malo es que ya sé que también puede tener muchos usos bélicos. El Mono Sapiens, como siempre. (Y lo del teclado virtual no lo veo tan fácil. La ventaja de tener una lámina de cierto mínimo grosor, es que ayudaría a reconocer la posición de las teclas por contacto. En la versión virtual, las manos tendrían que mantenerse en una posición bastante rígida para no cometer errores. Aunque, seguro, todo sería una cuestión de costumbre, como casi siempre.)

http://www.tendencias21.net/Producen-imagenes-de-tres-dimensiones-que-flotan-en-el-aire_a882.html

TRADUCCIONES: EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ

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Ya creo haber descubierto quién es el Hermanón, el Gran Hermano, el Big Brother espía de quien hablaba ayer.

El nombre de quien se ha encargado de traducir al inglés todo el contenido de mi bitácora y de cualquier enlace que haga en casi un instante, suena a chicle y a pasta dental (por lo de las gárgaras): Google.

Se trata, concretamente, de su Servicio de Traducciones.

Al parecer, a pesar de haberme imaginado varias posibilidades nada agradables, todo no pasa de ser una simple y automática traducción.

¡Pero qué autómata!

Para quien desee comprobarlo (lo recomiendo), la dirección exacta de la página en castellano o español es: http://translate.google.com/translate_t?hl=es

En alemán, la dirección exacta es: http://translate.google.com/translate_t

Allí, en cuestión de instantes es posible obtener una traducción de cualquier página web que se desee: diarios enteros, revistas completas, libros digitales. Basta copiar la dirección deseada. Hay varios idiomas disponibles de inicio y de llegada.

En instantes.

Parece propio de un relato de ciencia ficción, pero no lo es.

Hagamos la prueba con esta bitácora. (Lo acabo de hacer y funciona, pero no es posible copiar aquí la dirección porque se ‘escapa’ a la original. Sólo lo pueden hacer ustedes en su máquina.)

Ingresen a la dirección arriba indicada: http://translate.google.com/translate_t?hl=es

Luego, copien o introduzcan en “Traducir una página web” la dirección de esta bitácora. Ver arriba o copiar textualmente (sin pulsar) de la siguiente línea:

https://hjorgev.wordpress.com

(Tener cuidado de no repetir el «http://» inicial.)

Finalmente, escoger la opción deseada de idiomas de partida -o inicio- y llegada.

Y ya está.

(A la derecha, en la traducción de esta bitácora, todavía aparecen al comienzo los títulos en castellano, pero basta pulsar en uno de ellos, para que la siguiente vez ya aparezcan también esos títulos traducidos.)

Lo verdaderamente fascinante:

A mí me basta hacer –desde esa página en inglés- un enlace a cualquier página, vamos a decir a PRUEBAH, para iniciar un efecto dominó traductor y expansivo (al parecer, sin fin definido) de todas las demás páginas -a su vez- enlazadas con PRUEBAH.

Es decir, partiendo de “mi” página en inglés, puedo entrar a mi enlace de El País, por ejemplo, y de allí, a todo lo que llegue, lo haré en ese idioma anglosajón.

Automáticamente y sin aparente desfase temporal. Es decir, en instantes. Y sin tener que usar ya el servicio de traducciones mencionado.

Esto me hace suponer que todos los sitios del mundo virtual, ya deben tener su propio gemelo (casi) sincrónico, pero en inglés.

La red ya está doblada al inglés.

Ya tiene un doble virtual en inglés, que se completa y va de la mano del original segundo a segundo. No es ciencia ficción. Es sentido práctico.

¿Para qué esperar que se solicite una traducción?

Yo sospecho que Google -y no sólo ellos- ya la hacen (de toda la red) sin que se lo pidan. Lo único que haría el Servicio de Traducciones sería abrir la puerta a la versión que se dobla cada segundo paralelamente.

Por eso es tan rápida.

Hagan la prueba.

No tienen nada que perder y hasta se podrán divertir y sorprender a sus amigos enviándoles la traducción “hecha por ustedes mismos” de su página web.

No sólo hay perlas.

La maquinita de marras tiene sus cosas.

«All the things you are», el título de una entrada, por ejemplo, lo traduce como «All the things you PLOWS».

No puede con las formas compuestas del tipo “hágalo”, “créame”, etc.

Tampoco con aumentativos ni diminutivos.

Pero, en general, es sorprendente cómo ya hay una gran diferencia con las primeras traducciones de la era digital. De tal manera que ya no es tan difícil leer a primera vista y es posible reconocer la mayor parte de lo traducido.

Personalmente, con la imaginación inflamada que tengo, ya había elucubrado una historia de espionaje con este asunto, aunque confiaba en encontrar una solución más racional a este caso.

Parece que alguien, simplemente, hizo traducir esta bitácora, aplicando el servicio de Google. El resto ya lo conocen ustedes.

Es probable que exista un programa que traduce automáticamente todo nuevo texto de la red en el que aparezcan ciertas palabras o nombres como terrorismo, Afganistán, Irak, talibán, entre otras. Pero esas son cosas que me tienen sin cuidado.

[En mi ficción, Jorsche Digah descubre de pura casualidad que los contenidos de su bitácora están siendo traducidos al inglés como parte de una observación encubierta que le están haciendo ciertos servicios de inteligencia.

Su vida corre peligro, porque él, inocentemente, empieza a compartir sus hallazgos.

Primero descubre que no sólo su página es observada y traducida, sino que eso también le ocurre a cualquier visitante o enlace entrante. Y que ese efecto se contagia y se expande a ellos.

Finalmente, (como ya lo he detallado aquí y ustedes ya habrán experimentado o lo podrán experimentar personalmente) descubre que el Hermanón ya lo controla todo y tiene una Super Copia en inglés, que se actualiza cada segundo, de cada uno de los millones de sitios de la red.

Cuando decide que lo mejor será contactar con alguna autoridad de este país, para informar de su hallazgo, recibe una llamada en la que se le ofrece dinero a cambio de su silencio.

Pero Jorsche Digah sabe que es una trampa. Sabe que si ya tienen su teléfono, puesto que su bitácora es anónima, significa que ya lo han ubicado.

Ahora sólo le queda escapar.

Para evitar sospechas y ganar tiempo negocia un precio y propone un lugar de encuentro.

Pero él sabe que quienes lo buscan para silenciarlo, ya pueden estar al otro lado de su puerta.]

Imaginación aparte, para alguien con interés en traducir toda una página web o simples textos que no entiende en determinado idioma, resulta de gran y valiosa ayuda este servicio googliano.

Existen varias empresas que ofrecen servicios similares. Pero dudo que alguno tenga la velocidad casi supersónica de esta firma chiclosa.

El futuro, en lo que se refiere a idiomas y traducciones ya está aquí. Y si esto es sólo el comienzo, ¿qué nos deparará el futuro en cuestión de idiomas y traducciones?

(Por mi parte, ya descubrí varias formas de ‘tontear’ al traductor automático.)

Los profesionales de la traducción tienen en este servicio una gran e incalculable ayuda.

Pero no menos trabajo.

Ahora simplemente es de otro tipo: hacer de correctores de errores y estilo.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, miércoles 20-06-2007

LLEGOME EL HERMANÓN

Llegome el Hermanón. (A ver cómo sale la traducción.) El Gran Hermano que hablaba George Orwell en su obra 1984.

Desde que publiqué ayer mi artículo Bárbaro Lunes, he descubierto que alguien o algo (una máquina) se ha tomado la molestia de traducir todo el material de mi bitácora al inglés.

Fascinante ver cómo las traducciones a veces son tan buenas que parecen hechas por un ser humano.

A aquél que se está encargando de leer esto: ¡Hola!

¡Menudo trabajo le espera! Son unas 130 entradas las que tengo a golpe de más de tres páginas por entrada. Yo calculo unas 500 páginas de lectura.

¿Y para encontrar, qué?

Pero así están las cosas en este mundo, del que me asombro que haya tanta pobreza y miseria, pero sus mejores cabezas estén ocupadas en cómo conseguir vender más chicles o automóviles, cómo llegar a otros planetas, cómo hacer más rápida una motocicleta o cómo hacer esto que digo hoy aquí.

La máquina traductora hace su trabajo en instantes.

Ya lo he comprobado escribiendo un comentario en el portal El Boomeran(g) y viendo enseguida si ya está traducido al inglés: ¡y lo está!

Lo fascinante es que según cómo se vaya enlazando una página a este Cuaderno Contable, la onda expansiva traductora sigue avanzando.

Fascinante, también, cómo quien programó este asunto sabía lo que hacía: al querer yo copiar la dirección en uno de mis comentarios, me he dado con la sorpresa que la ruta presentada sólo lleva a la página original.

Como curiosidad: la traducción de mi entrada titulada -como la canción- «All the things you are», ha sido traducida como «All the things you PLOWS».

Si desean comprobar lo que digo, apenas termine esto lo copio del inglés y lo pego al comienzo de la sección «HjorgeV». O también visiten la sección de comentarios de las bitácoras de El Boomeran(g).

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, 18/19-06-2007

BÁRBARO LUNES

(DE CÓMO VOLTEAR UN PARTIDO)Son dos las noticias que me han llevado a nombrar este lunes como de barbarie.

Van 2.000 los muertos en lo que va del año en ese país, Afganistán, que fue el primero en sufrir las consecuencias de una nueva definición unilateral usamericana: la guerra preventiva.

2.000 m-u-e-r-t-o-s.

Definición, la de la guerra preventiva, que se puede resumir más o menos como sigue:

“Ni me mires, sino te ataco. Y si estás pensando en atacarme, también te ataco primero, aunque tenga que inventarte las armas que la imaginación permita. A ver, muestra, qué tienes”.

Aquí va la primera:

http://www.elpais.com/articulo/internacional/ninos/varios/insurgentes/mueren/Afganistan/ataque/EE/UU/elpepuint/20070618elpepuint_7/Tes

No sólo es terrible esta noticia (se trata de la vida de por lo menos siete niños inocentes), también es ominosa la argumentación:

En el colmo del cinismo, ¿de qué estatus protector hablan si la mezquita fue bombardeada de todas maneras?

Otro habría sido el cantar, si estos niños hubieran sido usamericanos o europeos.

Pero su desgracia es ser solamente afganos, del Tercer Mundo para ser más precisos. Y encima, ya muertos, ellos, tienen que sufrir con la altamente impertinente explicación que da un llamado portavoz.

Esos valientes soldados gringos no son militares sin medios.

Tienen acceso a una tecnología punta en cuestiones bélicas. No estuvieron fumando sus cigarrillos y alguien les dijo: “Allí hay talibanes”. Y ellos no respondieron: “¿No estarás haciendo bromas?”

Son profesionales con alta formación y avanzados equipos, que pueden hacer uso desde rayos infrarrojos a otros medios más avanzados –como la teconología térmica- para saber si dentro de la mezquita atacada había personas, cuántas había y si se trataba sólo de adultos o, también de niños. O, por lo menos, de enanos.

Barbarie es la palabra exacta.

En nombre de la lucha contra el llamado terrorismo, más barbarie.

Deseo expresar mi pesar profundo y sincero a los familiares de estos niños que no tuvieron la ‘suerte’ de vivir en las Torres Gemelas (perdónenme el sarcasmo, pero mi duelo es real), porque, sino, por lo menos, el mundo entero lloraría por ellos en estos momentos y los recordaría durante años en el futuro.

BARBARIE ‘PAISANA’

La siguiente barbaridad me cayó como una bofetada.

Soy lector asiduo y atento de El País –por eso lo de paisano– y lo considero uno de los mejores del mundo. Ha ganado, dicho sea como argumento, varios premios como mejor diario europeo.

Pero hoy entré a su sección Cultura y me he vuelto a encontrar con más de lo mismo -más barbarie- este lunes de junio. Nada menos que con una celebración del toreo.

¿Alguien no entiende el sentido de mi protesta?

¿Le parece exagerada mi adjetivación?

Ponga -usted- un perro en vez del toro.

Reúna a unos ‘valientes’ a los que les guste ver cómo acosan, punzan y terminan asesinando a un pobre perro.

Dele a un grupo de los presentes un gran puro y publique, finalmente, todo muy bonito -con sus fotos- y como noticia titular en la Sección Cultural de cualquier diario, para que vean.

Tal vez esté dando un mal ejemplo.

Usted. Hágalo con monos. O con gorilas o gatos.

(Por cierto, Barcelona se autonombró ayuntamiento antitaurino alguna vez. Bah, pero de qué les hablo.)

http://www.elpais.com/cultura/

El problema no es solo si la tauromaquia es cultura o no.

A ver. Seamos prácticos. Si se considera que lo es, entonces tienen absoluta razón los activistas antitaurinos cuando afirman:

“Si el toreo es cultura, entonces el canibalismo es gastronomía”.

Pero para mí lo más grave es el mensaje claro que se da al resto de la sociedad a la cual también pertenecen los niños, esas personas muy jóvenes que mañana se encargarán de regir nuestro mundo.

El mensaje es claro: acosar con ventaja y terminar asesinando a un animal, por simple placer, es algo natural.

Hasta saldrá como un acontecimiento cultural en uno de los mejores periódicos de Europa y del mundo. Y miren que hasta Sabina y Serrat asisten contentos.

Eso es lo realmente grave.

El toreo es la otra cara de lo mismo: de las invasiones de Afganistán e Irak y de la violencia doméstica.

El valiente Mono Sapiens abusando del más débil o del que no puede defenderse convenientemente. No sólo es barbarie. Es absoluta cobardía.

Allí está el mejor diario de España celebrando ese acoso por un lado. Y publicando a diario el número de mujeres que mueren por mano de sus valientes maridos, en la siguiente página.

¡Que VIVAN los toros!

COINCIDENCIA LATINA

(Como la palabra bárbaro no acepta una sola acepción, pasemos a otro tema: una corta crónica. Un tema por el que muchos madrileños pueden adjetivar este lunes que se acaba con la misma palabra, pero en sentido positivo. Para los aficionados, por lo menos.)

-¿Qué? ¿A ti también te ha dado permiso tu mujer? -me pregunta alguien detrás mío en el bar al que acabo de entrar.

Giro mi cabeza y veo a Pepe.

-Claro, pues -le respondo-. ¡Por el día del padre, como a ti!

real.jpg

Nos reímos juntos y nos saludamos.

Pepe es de Nicaragua y vive en la ciudad que estoy visitando esta noche. Es profesor de deportes y conoció a su esposa alemana jugando balonvolea (voleibol) en Managua. Nos conocemos por mi (ex) trabajo como entrenador en las divisiones inferiores del equipo de la ciudad donde estamos, precisamente.

Me he venido en bicicleta a través de los campos para ver un partido de fútbol, el último y definitivo de la liga española.

Qué coincidencia, me digo. Aunque pensándolo bien, no es mucha.

He venido a este bar de la ciudad que le da nombre a esta zona, Pulheim, porque es el único en varios kilómetros a la redonda que muestra los domingos por la noche los partidos de la liga española.

El bar cuenta con tres pantallas grandes dedicadas a eventos deportivos. Hoy se decide todo. Es decir, anoche. (Anteayer, cuando ustedes lean esto que escribo acabándose este lunes.) Hoy deben estar los aficionados madrileños todavía en las calles celebrando el triunfo.

A pesar de la fascinación que profeso por el balompié, no me gustan para nada los camisetismos, equipismos ni las aficiones absurdas, tontas y antropoides.

Es algo que me viene de hace mucho tiempo.

De niño decía ser hincha del Sporting Cristal, pero sólo para no ser de la U ni de Alianza Lima, los equipos favoritos en ese entonces. Y mucho no debe haber cambiado el panorama en mi país. No lo sé.

En cambio, me gusta ver todo tipo de partidos. Soy de los que ven una especie de ajedrez bailado en ellos, como bien me decía un lector (bajo el seudónimo de Filemón Pi). Ajedrez cinético es el término que me he inventado yo.

Como cada nueva jugada es una nueva posibilidad de juego para ponerse a pensar, puedo pasarme horas viendo partidos intrascendentes, como quien observa una partida de ajedrez, que es más lenta, claro.

Por supuesto que si los jugadores son muy malos, como suele suceder, lamentablemente, no soporto mucho.

Creo tener la suerte de haber experimentado la emoción que puede hacer vivir a una persona un deporte, sin necesidad de pertenecer a ningún equipo en especial. Además, puedo ser camaleónico.

Puedo pasarme de uno u otro equipo sin ningún problema, porque lo que me interesa es el juego y no quien gane.

Tengo que reconocer que ayer me habría gustado que ganara el Barcelona. Pero qué bonito que haya ganado el Madrid.

-Mira, Jorge, allá afuera hay un cubano. Pero ese sólo sabe de beisbol –me dice Pepe, pronunciando ésta última palabra como aguda, con acento en la última sílaba-. Después te lo presento.

-¿Un cubano? –pregunto extrañado. ¿Más coincidencias?

Estamos en la pausa y en el bar hay un grupo de jóvenes alemanes a los que ya hemos conseguido contagiar nuestro entusiasmo por el partido.

-¿De dónde eres tú? –me pregunta uno de ellos.

Le respondo de dónde y le cuento que me he venido en bicicleta desde dos pueblos más allá sólo para ver el partido y poder tomarme un par de cervezas.

-¿Esposa alemana? –me pregunta. Asiento.

(El domingo pasado había ido al mismo lugar en automóvil y habiendo bebido una sola copa de vino y mucha agua, no me sentí del todo cómodo al conducir. Por eso esta vez decidí irme en bicicleta y pedalear unos veinte minutos por los campos vecinos.)

-Creo que sólo hay tres latinoamericanos en esta ciudad y los alrededores –les digo a los alemanes en la pausa-, pero todos están hoy aquí.

El cubano sigue el partido desde su lugar en la terraza del bar. Al terminar salimos con el nica a hacerle compañía. El cubano nos presenta primero a su novia checa.

-¿Y, asere? –le pregunto-. ¿Qué hace por acá un pelotero?

Me refiero al béisbol.

Asere dicen los de la Habana. Yo soy de oriente. De un pueblo cerca de Santiago de Cuba –añade, ofreciéndonos su mano como saludo.

Nos ponemos a conversar de todo y de nada, protegiéndonos de una leve garúa debajo de una sombrilla gigante en la terraza del bar. Descubrimos que tenemos conocidos en común y me cuenta que su rama es la hotelería.

-Gracias a mis cómodos estudios cubanos estoy aquí –me dice.

Intuyo que ha pasado duros momentos en Alemania.

-Eres de los pocos que no reniegan de Fidel –le digo, con mucho cuidado.

He conocido todo tipo de cubanos. Los que llegan a Europa suelen tener los pies bien puestos sobre la tierra.

-No, hombre. Yo reniego de Fidel, pero también reconozco lo que ha hecho. Mucha gente de mi país que no conoce el extranjero, se imagina que todo es un paraíso. No sabe lo duro que hay que trabajar para pagarse todo. Yo estudié tranquilo para hotelero, sin que me costara nada y aquí me ves, trabajando duro y con una novia checa. En Alemania, además, imagínate.

-Ya quisiera yo para mi país la educación y la cultura, el sistema de salud, los médicos y los deportistas que tiene Cuba –le digo.

-Es lo mejor que tiene, es cierto.

Seguimos conversando, contento yo de encontrarme con alguien capaz de reconocer lo bueno y lo malo de su país. De saber apreciar las dos caras que tienen todas las cosas.

Pensando en eso, me acuerdo que tengo que pedalear los cinco kilómetros que me separan de casa y que ya se hace tarde. Y ese va a ser ahora el lado malo de mi asunto.

Pero le doy igual -con gusto- a los pedales, después de despedirme.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, lunes 18-06-2007

MIS FANTASMAS DE BERLÍN

Ha pasado ya un mes desde mi última visita a Berlín.

Recuerdo especialmente mi último día allí.

Eso de salir arrastrando mi maleta con varias horas de anticipación, para no molestar más a mi hermano y sentarme en la terraza del café de la esquina a dejar pasar las horas.

Salí con él temprano camino a su oficina de un ministerio gubernamental para no tener el problema de devolverle ninguna llave. No le gustó mucho el asunto, pero eso de dejar una llave en un simple buzón de correo expuesto a cualquier pasante no es algo que sea deporte de mi predilección.

La hora de partida para el regreso había sido concertada para el mediodía y ya a las ocho y media de la mañana estaba yo en la calle dejando correr el tiempo.

Pero me acompañé bien: El País del día, varias ediciones pasadas del mismo que no había podido leer del todo y la prensa alemana. De beber, casi medio litro de jugo de naranja fresco y dos botellines de agua natural. Para comer, dos medialunas con chocolate.

El clima, agradable, sin viento ni demasiado calor.

De vez en cuando me fascina esa actividad. La de sentarme en un lugar de observación a seguirle por un par de horas el pulso a una ciudad.

Combinando la lectura con apuntes, el beber con la simple contemplación y el comer con el no hacer nada, verdaderamente. Nada especial.

Se produjo esa magia que no siempre es posible: ambos, contemplación y lectura, amalgamados como almas gemelas, flotando juntos para no permitir el paso del otro a las profundidades.

La esquina era una bastante ajetreada del barrio berlinés de Prenzlauer Berg, con paraderos (paradas) de ómnibus, metro y el tren interurbano muy contiguos.

La hora punta debía haber pasado. En cambio, fui testigo de esa otra que mezcla a oficinistas tardíos, jubilados, estudiantes, amas de casa y desempleados. Turistas, los clásicos, no llegan hasta esa zona de la ciudad.

El día anterior lo habíamos pasado juntos, mi hermano y mi familia.

La mañana y el mediodía los habíamos aprovechado para que nos mostrara su barrio, el Prenzlauer Berg que menciono, famoso ya porque es uno de los pocos barrios de la ex DDR que concentra un alto número de artistas, ateliers, talleres y muchos negocios alternativos.

Fascinante eso de ver una especie de ‘pequeño capitalismo intelectual’ (porque es un barrio de los llamados intelectuales alemanes) naciendo y expandiéndose en pleno corazón del que fuera un estado socialista. A su manera, se entiende, lo de socialista.

Estuvimos dando vuelta por ciertas partes del barrio que me hicieron recordar mucho las calles de París. Pero del París del hombre y la mujer de a pie, lejos del turismo marabunta de ciertas grandes zonas parisinas.

Esa tranquilidad burguesa, me voy a atrever decir, del que sabe –o ya ha aceptado- que la vida no es nada más que una sucesión de días en los que hay que comer para sobrevivir y para sobrevivir hay que trabajar.

Todavía hay muchos edificios en malas condiciones, pero no existe prácticamente ninguno abandonado. Sin embargo, ya, el peor rostro del negocio inmobiliario y la especulación ha empezado a asentarse en este interesante barrio berlinés.

En algunas paredes se podía leer la inscripición: “¡Suabos fuera!”, refiriéndose a la gente de Suabia, concretamente de Stuttgart.

Me contó mi hermano que mucha gente de esa región -profesionales, académicos y negociantes bien situados- se habían asentado en el barrio, habiendo conseguido generar una notable subida de los precios de alquileres e inmuebles en la zona.

Por eso el grito xenófobo en alemán. Alemanes echando a otros alemanes. Eso solo puede ocurrir en Berlín, me digo.

prenzlauer.jpg

Como me quedé un día más, después de que mi familia regresara a Colonia, mi hermano me llevó el domingo a jugar fútbol a un lugar interesante. Es decir, a hacerme feliz.

Cuando llegamos todavía se estaba jugando algún partido oficial de alguna liga de las tantas que existen en este país. (Más o menos en todas se juega igual –de mal-, y a mí, a pesar de los años que llevo aquí, me sigue llamando la atención, cuán difícil es reconocer si se trata de una liga superior o de alguna mínima.)

Todos los jugadores con sus uniformes relucientes, jugando sobre canchas muy bien cuidadas, con árbitros oficiales y entrenadores gritando junto a una de las líneas laterales. Pero jugando mal.

A veces es posible reconocer la categoría por el número de espectadores. Pero no siempre.

El complejo deportivo tenía dos canchas impecables de pasto artificial. Apenas terminó el partido oficial, todos los que esperábamos para jugar saltamos a hacerlo.

La pasé bien jugando con algunos jóvenes chilenos, peruanos, un brasileño, dos croatas, un par de árabes y varios alemanes. Jugando ocho contra ocho y usando sólo la mitad del campo.

Metí tres goles y creo que ganamos, ya no lo sé, porque después de más de dos horas de jugar sin pausa y con tantos cambios espontáneos realizados, perdí la concentración.

En la noche cenamos muy bien en la terraza de un restaurante de cocinero turco (¡una sopa marinera exquisita!) y más tarde vimos el partido Barcelona-Atlético en la televisión de un bar contiguo, en el cual solo había tres mesas. La de unos españoles y un argentino, la nuestra y la de unos alemanes que debían haber vivido o conocer muy bien Barcelona, a juzgar por lo que decían y cómo lo decían.

Pero fue el día anterior el que más se me ha quedado grabado en la memoria y adonde quería llegar hoy en este cuaderno que cuenta.

Estuvimos paseando con mi familia por todo Berlín. En la mañana visitamos el zoológico. Se trataba de ver el cachorro de oso polar albino, Knut, que era y es la atracción infantil del momento.

Y al parecer lo es de toda Alemania.

La cola que tuvimos que hacer sólo para comprar la entrada fue de casi hora y media. La siguiente de casi dos horas. Curiosamente, más de las tres cuartas de la gente esperando para ver al osito albino eran adultos.

Como detesto las colas y no me interesaba ver un osito por más blanco que pudiera ser, me desentendí pronto del asunto y me dediqué a consolar a un par de jarras de buena cerveza alemana y revisar la prensa del día en la terraza del zoológico.

Más tarde, en pleno centro de la ciudad, por la Kaiser-Wilhem-Gedächtniskirche (en la foto arriba) una iglesia que fue casi totalmente destruida en la Segunda Guerra Mundial por los bombardeos y que ha sido conservada en ese estado, pudimos comprobar que los precios berlineses son una sorpresa total. Generalmente en el buen sentido.

A media tarde nos comimos medio metro de una pizza crocante, rica y nutritiva que nos costó apenas 6 euros. Que es el precio que aquí en Colonia se paga por una individual en cualquier puesto de comida al paso (!) en el Centro Histórico de la ciudad.

Salvo el primer día, que fue de lluvia, el resto de los días que pasamos en la capital de Alemania, tuvimos la suerte que el sol nos acompañara casi todo el día.

Cerca de la Gedächtniskirche –Iglesia ¿Conmemorativa? ¿de la Memoria?- me quedé esperando al aire libre a mi esposa y mis dos hijas, interesadas en visitar no sé qué tiendas.

José Antonio se había quedado dormido en el cochecito y en la zona donde estábamos, debido a la presencia de retratistas, caricaturistas, bailarines de house, hip hop, y floor, patinadores y otros, yo sabía que Jorge Juan, que tiene seis, iba a encontrar suficiente distracción para su vista.

Y allí fue que me los encontré, a mis cuatro fantasmas de Berlín.

El primero tenía aspecto de vietnamita. Aunque bien podría haber sido de cualquier otro país asiático. No sé por qué se me ocurrió lo de vietnamita.

Vestía como lo hace la gente que vive donde los coge la noche o en un escondite propio: un agujero del metro, una casa abandonada o debajo de algún puente, por las lluvias. Su cabellera era un perfecto ejemplo de lo que es una greña.

Tal vez pensé en vietnamita, porque su ropa lustrosa, andrajosa y mugrienta, me hizo pensar en túneles, en los túneles de los Vietcongs. (Ahora que lo pienso bien, el hombre tenía la edad, alrededor de los 50, como para haber estado en esa guerra abusiva.)

Escarbaba el hombre en un basurero, no muy lejos de donde yo me hallaba sentado, entre otros turistas, esperando.

Trataba de rescatar una especie de cucuruchos de cartón. Había muchos de ellos, en los basureros cercanos, todos repletos y desbordante, como ofreciendo sus dones a la gente que vive de comer los desperdicios como éste personaje asiático del centro de Berlín.

Me volteé a mirar y pude comprobar que los cucuruchos provenían de un puesto de comida asiática para llevar, situado no muy lejos de allí.

Al comienzo no entendí bien lo que buscaba. Pensaba que era comida, pero después me di cuenta que se dedicaba a rescatar unas varillas de metal que servían para sujetar el cucurucho.

Allí estábamos nosotros, turistas, pintores, acróbatas del patinete, bailarines y este personaje que recogía tranquilamente sus varillas de metal, como si pudiera pasar desapercibido con su vestimenta que denotaba que hacía muchos años que no dormía en una cama.

Lo fascinante es que lo conseguía. Nadie parecía fijarse en él. Como si se tratara de un verdadero fantasma.

Le hablé. Le pregunté si ya tenía suficientes varillas.

Por un momento se detuvo en su tarea sin mirarme y yo pensé: «Ya lo distraje de su cometido».

Pero enseguida se puso de rodillas y me mostró un bolsillo lleno de ellas, de uno de las tantas piezas de vestir que llevaba encima. Luego continuó con su tarea, pasando a ignorarme por completo, como antes.

El segundo fue un africano. Éste no era como los otros, pero lo añado en la lista por la forma en que me trató: bastante grosera y agresivamente. Lo cual no es una queja. Es hasta comprensible para mí. No se lo tomé a mal.

Se había sentado a mi lado o yo al suyo, ya no lo sé.

Tenía yo en mis manos una bolsita de pistachos y me dedicaba a pelarlos, mientras cuidaba a uno de mis hijos que dormía y al otro que observaba a unos muchachos bailar acrobáticamente a unos veinte metros más allá.

Le ofrecí, por acto reflejo, de mis pistachos, cuando cruzamos la mirada.

Él era muy moreno, de ese color de piel muy oscuro que a muchos no nos parece real. Normalmente he tenido muy buenas experiencias con los africanos con los que me he cruzado en mi vida y que han sido muchos. Pero este era diferente.

Ante mi ofrecimiento, él sonrió provocativamente, como diciendo: “¿Crees que voy a aceptar tu limosna?”

No me dejé intimidar.

-¿De dónde eres? –le pregunté.

-¿Cómo de dónde? –me preguntó él, agresivamente.

Hablaba un alemán que recién debía estar aprendiendo, pero se defendía más que bien.

-Sí, de dónde. De qué país. Yo soy peruano, de Perú, por ejemplo.

-De África. ¿No lo ves? –me replicó.

-África es muy grande –le dije, y solté una lista de todos los países africanos que se me vinieron a la memoria.

-Tú preguntas por preguntar, pero no te interesa –me dijo.

No supe qué responderle. Tenía y no tenía razón. Mi interés era real, pero no una necesidad acuciante. Lo que me sorprendía era su actitud entre arrogante, a la defensiva, dura y ofensiva contra alguien que él no conocía y sólo trataba con prejuicios.

Exactamente como se trata a los africanos por el mundo, a pesar de ser nuestros verdaderos primeros antepasados, pensé y ya no dije más. Otro fantasma, me dije. No porque no se lo pudiera ver. Sino porque él no se quería dejar ver. Por lo menos no conmigo.

Mi tercer personaje se acercó a mí por propia voluntad.

Era una alemana de edad indefinida, entre los 50 y los 70 años. La dentadura delantera la llevaba como mucha gente de muchos países pobres. Debía haber perdido la mayoría de dientes hacía mucho tiempo atrás por la forma tan natural con que movía su boca y sus labios y dejaba ver esos vacíos.

Le preocupaba nuestro niño durmiendo. Quería que lo tapara, para que no se resfriara. Supuse que sería de la ex DDR, de ese gran grupo de personas que habiendo salido del socialismo nunca encontraron un bastión en el que asentarse en la nueva sociedad capitalista.

Le dije que no se preocupara y ahora me arrepiento no haber conversado más con ella. Tenía la mirada un poco extraviada, tal vez por eso no me atreví a hablarle, pero esa también es la gente a la que no suelo temer.

Tal vez pensé que la podrían haber incomodado demasiado mis preguntas y no quise hacerla sentirse mal.

O quizás porque simplemente el número de personajes, que yo llamo mis fantasmas de Berlín, ya era bastante alto para un solo día, una sola tarde. Ni una sola hora completa en total allí.

Fantasmas, digo, sin ningún afán peyorativo. Porque era como si nadie los pudiera ver a pesar de ser de carne y hueso como todos nosotros.

La dignidad humana jamás debe medirse por el precio o la limpieza de la ropa que alguien viste. Nadie sabe la vida de nadie (desconocido) y cuáles han sido las circunstancias que lo han llevado a donde está. Bien o mal.

A mi último personaje yo ya lo había visto y escuchado hablar un par de días atrás.

Había supuesto yo, falsamente, que era cubano. Debía pasar de los cincuenta años o estar a punto de cumplirlos.

Llevaba el cabello mal cuidado, pero no como para decir que no se lo lavara nunca. Y un maletín de esos antiguos, que se usaban los universitarios para llevar libros. (Ahora sólo llevan el iPod, creo.)

Era el largo del cabello, sobre todo, lo que causaba esa impresión de descuido. El maletín compensaba de forma bizarra esa impresión.

Vestía ropas que unos veinte o treinta años atrás debían haber estado de moda. Un intelectual descuidado, moreno y con labia, me dije. Y pobre. Anclado por décadas en Berlín por dios sabe qué razones y amigo de hablar con cualquiera.

Dos días atrás ya lo había visto en el mismo lugar dirigiéndose como un orador a otro de los personajes que han convertido ese lugar del centro turístico de Berlín en su sala de estar.

Esta vez, me paré cerca de él, sin alejarme demasiado del cochecito donde dormía uno de mis hijos. Lo único que sabía era que le gustaba hablar y yo lo creía cubano. Como quien habla solo, le pregunté sin mirarlo:

-¿Y qué dice la linda isla de Cuba, chico?

Normalmente me sale bien imitar el acento de la isla de José Martí.

-¡¿Usted es cubano?! –me preguntó él, como si en eso se le fuera una apuesta y tuviera que pasar a endeudarse toda una vida.

-¿Y usted qué cree, chico? –le dije.

-No, usted no puede ser cubano, amigo. Gente como usted no hay en Cuba. O son morenos como yo o mucho más blancos.

Sonreí. Le dije que era peruano y él me contó que era dominicano.

Estábamos empezando a conversar, cuando vi que mi esposa y mis dos hijas se acercaban para seguir camino.

El hombre lo notó enseguida.

-Un día de éstos conversamos -me dijo él, como espantado, a modo de despedida -. Y le muestro mi novela inédita.

Lo vi alejarse con su maletín que ahora entendía por qué llevaba siempre consigo. Como llevado por el viento que no había, y sin darme la oportunidad de despedirme.

¿Hacía cuántos años habría escrito su novela? ¿Y cómo de gastadas debían estar esas hojas que tanta gente debía haber visto ya, pero que no habían conseguido pasar a ser un libro como muchos otros?

Allí deben seguir mis fantasmas de Berlín, me digo ahora.

Llenos de vida tan pura y tan real como la de todos nosotros.

Nosotros, ese resto de fantasmas que somos en este mundo de hoy.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, domingo 18-05-2007

REUNIÓN DE PADRES DE FAMILIA

Llego temprano a la reunión de padres de familia en el colegio de mis hijas.Una señora que dice conocerme, pero no recuerdo de dónde, y que después resulta ser la representante de los padres de familia, me abre una de las varias puertas que vamos a cruzar hasta llegar al aula en donde tenemos que reunirnos.

Mientras recorro los laberínticos pasadizos y la antojadiza arquitectura de la construcción que, después de casi diez años su renovación sigue sin ser terminada (¿quién paga el chiste de esa demora de años y cientos de miles de euros?, no es una broma, es un escándalo), me pregunto:

¿Quién construyó esto?

¿Bajo qué criterios?

Me propongo recordar que si alguien alguna vez me pregunta por una nueva profesión, voy a decir Constructor de Escuelas. Un profesional que dedique años de su vida a sumergirse en el mundo escolar, su psicología y sus necesidades, mientras va aprendiendo el arte –y la responsabilidad- de construir.

El o los que concibieron esta edificación han sido simples constructores, me digo.

Ayudado por nuestra representante logro encontrar el aula que ella ya conoce de memoria por otras reuniones.

Como he llegado con quince minutos de antelación por temor a no encontrar estacionamiento como la última vez –no soy el único: la mitad de los participantes ya está ocupando su lugar-, pregunto por el retrete.

Un señor en los cincuenta, pero que aparenta ya 60 años, me lo dice de tal manera que su descripción parece infalible. Pero, mientras habla, ya he descubierto lagunas en ella, algo que callo.

Los alemanes tienen fama de ser muy exactos en sus descripciones a la hora de describirte un camino, pero ya he descubierto que muchas veces se olvida esa ilusión, bah, qué digo, esa permanente imposibilidad del Mono Sapiens de poder ponerse en el lugar de la otra persona, en su cabeza, en su sentir o en su sufrimiento.

(Tendríamos, simplemente, menos miseria en el mundo si no fuera así.)

Encontrar el retrete me cuesta más tiempo del necesario, de tal manera que llego casi en punto a la hora de inicio de la reunión. ¡Ni siquiera había un letrero! Debido a las reformas que están haciendo, me imagino.

Para mi sorpresa, la reunión propiamente dicha recién se inicia diez minutos más tarde.

-Estimados padres de familia….-dice la profesora que dirige el encuentro, levantándose de su asiento.

La acústica es muy mala y vuelvo a pensar en esa nueva profesión que mencioné al comienzo.

Mientras la profesora o maestra empieza a hablar, varias voces femeninas continúan sus conversaciones al parecer sin importarles mucho que la primera haya empezado hacerlo.

Luego de un momento sus voces se apagan.

Soy de los pocos hombres en la sala. La reunión es a las 19 horas, de tal manera que nadie debería poder argumentar problemas de horario, pero las madres parecen ser las únicas verdaderamente interesadas en la educación de sus hijos.

La profesora nos dice que va a empezar con lo positivo. Se trata de un buen grupo. Es homogéneo y relativamente tranquilo. Positivo en muchos sentidos.

Lo malo. Muchos niños no respetan siempre las reglas y continúan hablando cuando ella empieza a hablar. También es negativo que nadie tenga notas sobresalientes en la clase.

-¿Cuál es la finalidad de estas reuniones? –le he preguntado a mi esposa antes de venir a esta reunión de padres de familia de la clase de mi segunda hija Marisol.

-Básicamente informativa –me ha respondido ella.

-¿No pueden enviarme un emilio? –le he preguntado.

-¿No te interesa la educación de tus hijos, ver cómo va todo y cómo se desarrolla?

Quiero responderle “Lo veo a diario”, pero comprendo lo que me quiere decir.

-También lo podría leer –le he dicho.

-Mira, allí tienes la oportunidad de dar tu opinión y participar. Eso también es importante.

Alguna vez leí que cuando en un examen hay demasiados desaprobados, la deficiencia no tiene que ser necesariamente de parte de los alumnos. Es algo relativamente lógico: si hay mucho desaprobados, entonces no han entendido la materia. Ha sido mal o insuficientemente explicada. O no han entendido el examen, que también suele ocurrir, por estar mal hecho.

-Perdón –levanto mi mano, en una pausa que hace la profesora, la señora Gierschenke, que es alguien que debe estar en los cuarenta como yo, tiene el cabello corto y teñido de rojo muy oscuro-. ¿Sería posible dar mi opinión?

-Claro, para eso estamos aquí –me responde ella, animándome.

-No sé si sea capaz de expresarlo en su idioma tan estrictamente como lo he pensado en el mío.

Es cierto. Lo he pensado en castellano y sé que ahora tengo que traducirme. Lo digo porque lo que voy a decir podría ser malentendido. Y sé que si tengo que traducirme y tener mucho cuidado con mi pensamiento, hablar en alemán no va a ser tan natural como ya normalmente lo es.

-Sé que puedo ser malentendido con facilidad –comienzo-, pero como soy extranjero en este país, ya estoy más o menos acostumbrado. Valga la advertencia.

Empiezo a plantear lo que quiero exponer. Doy vueltas, tal como lo estoy haciendo ahora, porque lo que quiero decirle es sencillo y claro, pero sé que puedo despertar falsos orgullos y ofenderla. Pero es mi opinión y mi esposa me ha dicho que puedo participar.

Lo que quiero decirle es que si ya con los adultos tiene problemas para hacerse oír, ya me puedo imaginar cómo debe ser de difícil con los niños. Si no sería mejor cambiar de metodología. No empezar a hablar si todos no se han callado, por ejemplo.

Mi experiencia personal y profesional me enseña que los niños saben respetar las reglas, siempre y cuando se sepan dar claramente, se den a conocer las consecuencias de romperlas y –el detalle- se actúa consecuentemente. En este último punto se suele fallar.

El mismo problema tuve no hace mucho como entrenador. Un par de chicas solían seguir conversando muy bajito mientras yo exponía algo.

-Si vuelve a ocurrir, me quedo cinco minutos callado –les dije.

En realidad era una solución un poco absurda, porque podría haber pasado que ellas tomaran esos minutos como una pausa para conversar. Curiosamente, me funcionó, y allí estuvimos mirándonos las caras todos en silencio durante esos largos minutos.

Lo bueno es que aproveché para dar una regla.

-Cuando estoy dando indicaciones o intrucciones no quiero que nadie me interrumpa. Nadie. Si alguien quiere intervenir, debe levantar la mano. ¿Está claro?

En un colegio el asunto no debe ser tan simple.

-¿Quiere poner usted en duda mi formación profesional, señor V.? –me contesta ella y me agarra desprevenido.

Veo que la he ofendido.

Una de las cosas bonitas que tiene escribir, es que eso no puede suceder.

Por lo menos uno tiene tiempo para reaccionar y, de ser preciso, prepararse. En la vida real, muchas veces no.

-¿En qué parte de su carrera profesional aprendió que una simple y puntual recomendación puede tomarse como una crítica al conjunto de ella? –podría haberle preguntado, por ejemplo, contraatacando.

-Lo siento mucho, señora Gierschenke, pero acabo de ser testigo de cómo muchas personas aquí presentes han seguido hablando a pesar de que usted ya había empezado a hablar. Me imagino que los niños se lo deben tomar aún con mayor libertad.

Peor.

Pero ya no tengo salida.

Quiero decirle que si va a estar tomando una simple crítica, consejo o proposición como una afrenta personal sólo estamos perdiendo el tiempo, pero no lo hago.

Todo esto me ocurrió el miércoles de la semana pasada. Ahora ya se me ha pasado el mal sabor de boca que me dejó el suceso aquél.

Pero en ese momento lo único que me salvaba de la horca es que había dicho todo con mi mejor voz, con esa que alguna vez me permitió trabajar como locutor y con la parsimonia de un profesor universitario, que no soy. No fue fácil conservar la figura al ver cómo cambiaba el color de su rostro con lo que le iba diciendo.

La tipa me interrumpió un par de veces, le pregunté aún más cortésmente si me podía permitir terminar lo que quería decir. Faltaba todavía el tema de los exámenes y las notas. Pero ya no parecía haber forma de que se controlara tan rápidamente.

-Siento que lo tome como una ofensa, pero si estamos aquí es para buscar soluciones y no estoy haciendo otra cosa que dar una propuesta –me estoy dirigiendo nuevamente a ella.

Cuando la representante interviene para decir que no es mi intención poner en tela de juicio la profesionalidad de la profesora y yo ya estoy dispuesto a decir que por qué no, que si partiéramos de que todos hacemos nuestro trabajo a la perfección y sin errores, no tendríamos por qué estar sentados aquí, suena mi celular.

Como he olvidado apagarlo y no puedo rescatarlo tan rápidamente como quisiera del bolsillo de mi pantalón, tengo que levantarme para hacerlo y pedir disculpas en una misma pincelada. En la pantalla veo que es mi esposa.

-Quedó en llamarme en caso de emergencia –digo, sonrojándome, y pido permiso para abandonar la clase.

-Tus hijas no se han aparecido todavía –escucho decir a quien me ha salvado de la situación. Por un momento no sé de qué me está hablando.

Entonces recuerdo que se han ido por primera vez en bicicleta a la piscina de un pueblo cercano junto con una amiga.

-Ya llevan una hora de retraso.

Repaso en mi mente. Mis hijas no suelen hacer cosas así. Repaso la constelación. Pero están con una amiga que puede haber hecho de catalizador en ellas. Y viceversa. Esas cosas normales de los niños.

-¿Puedes venir enseguida y buscarlas en el automóvil por aquí por los campos, por favor?

El susto repentino me hace olvidar dónde estoy y por qué, pero no lo que acaba de ocurrir. Mi intento de buscar solución a un problema concreto ha sido tomado como una afrenta personal.

Regreso al salón y digo en pocas palabras qué sucede. Ruego disculpas. Antes de partir me dirijo expresamente a la profesora:

-Sé apreciar el trabajo de los docentes. Siento mucho no poder haberlo transmitido tan claramente como me habría gustado.

No me contesta. Agradezco que las miradas no maten.

La tardanza de mis hijas resultó ser una chanza suya, un experimento. Para ver qué pasaba. No ver televisión hasta fin de mes, es lo que ha pasado. Se han ganado esa prohibición.

Pero los gestos de la profesora no se me van de la cabeza.

No quiero imaginarme ahora cómo trata a sus alumnos cuando desean dar su propia y abierta opinión.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, sábado 16-06-2007

(AQUÍ VA EL TÍTULO)

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Leí el siguiente artículo de El País.

http://www.elpais.com/articulo/internacional/millar/ninos/fueron/secuestrados/China/vendidos/esclavos/euros/elpepuint/20070614elpepiint_12/Tes

Ahora que ya está claro que China tolera el esclavismo, incluso el de niños, no veo ni escucho que nadie se haya quejado especialmente. Ha pasado como otra noticia más, de esas al estilo «Perro de la reina hace pipí en la calle».

Me refiero a los grandes medios de comunicación, claro.

Hoy en día hay que ser rubia -yo no podría- y te tienen que meter y sacar varias veces de la cárcel para ganarte un lugarcito en el corazoncito de los lectores del mundo.

Yo no podría, porque ¿cómo voy a ser rubia siendo hombre?

Además, ¿ustedes creen que me iría a las discotecas sin calzón (bragas)? No, a mí se me enfriarían aquí no más cruzando la puerta, ya, las, ustedes ya saben.

Ah, sí. Y hay que tener un nombre de ciudad y apellido de hotel. Roma Sheraton. Antananirabo Amaranto Beau Manoir. O Lima 5 y Medio, por ejemplo. (Pregúntenle a un limeño que haya nacido el siglo pasado.)

¿Será que se habla de otra China, de una que está en otro planeta? ¿Se nos habrá escapado sin que nos diéramos cuenta?

¿Es la expresión ‘tolerar’, una exageración?

Imagínense que esto sucediera en -vamos a decir- Cuba o Venezuela.

“Hijo de un alto dirigente comunista cubano…”

Ó: «Sobrino de Chávez…»

Que quede claro: no existe el comunismo. Nunca existió. Ni nunca, por suerte, va a existir.

(Pero no crean que la humanidad está mejor. ¡Ni de lejos!)

No -o ni siquiera- por lo malo o lo bueno que pueda tener ese sistema e ideología utópicos.

Simplemente no, porque el objeto -y sujeto a la vez- pertenece nada menos que a esa raza que yo, particularmente, denomino Mono Sapiens Mentirossisimus Violenticus Rapiñosus.

O sea, como querer hacer mermelada de huevo o salchicha de hígado de hormiga.

Inténtenlo.

¿Por qué entonces el mundo no alza la voz contra China, además teniendo en cuenta su ya conocida, criticada y desastrosa política de derechos humanos? ¿No sería un buen momento para conseguir con protestas y quejas algo en ese país que es tan democrático como Cuba?

No, polque con chinito habel mucho dinelo en juego, pue.

A China, parece ser que ya no hay quien la pare en su despegue económico.

Rabiosamente capitalista, por lo demás, y por más que el gobierno y sistema de gobierno se sigan llamando comunista. Y todo lo hagan por supuesto amor y lealtad a esos principios que no hace mucho dieron tanto que hablar al mundo entero.

Si uno -muchas veces- no puede entender a su propio cónyuge, a sus hijos o al jefe:

¡¿Cómo esperar entender a los chinos?!

Para entender la política de doble rasero (también llamada de doble moral, o sea: hipocresía pura) que la mayor parte de la comunidad mundial aplica a ese país, otrora primera potencia mundial (en los tiempos de Ñangué: cuando China era un verdadero imperio y nadie se podía atrevel a imital su folma de hablal, siquiela: ¿así habría nacido el Kung Fu?), veamos el ejemplo alemán.

El país que se vanagloria de haber aprendido de las enseñanzas de las dos guerras y de ese pérfido y demente hombre que no fue alemán, sino austríaco (ya me negarán la visa de entrada a ese país, pero así es), Adolfo Hitler, se ha convertido, muy discreta, silenciosa y sibilinamente en uno de los mayores exportadores de armas del mundo.

Pero ese ya es, en realidad, otro tema, y tiene que ver mucho más con la naturaleza humana, es decir, con lo desnaturalizado que es el Mono Sapiens.

http://www.solidaridad.net/articulo3399_enesp.htm

Baste decir que Alemania es uno de los países que más armas ha exportado a China en los últimos años. Ahora entiendo por qué estuvieron durante un tiempo tan empeñados en el respeto de los derechos humanos en ese país oriental.

¿Tan colta es la memolia?

No hace mucho el anterior presidente alemán, Schroeder, socialdemócrata, dijo lo siguiente: «Alemania no suministra armas de guerra, no puede hacerlo y no lo hará».

¿Pruebas?

http://www.lukor.com/not-mun/europa/0504/14193510.htm

Así estamos por este rincón del planeta.

Lo único que consuela, es saber que los alemanes no son tontos, por lo menos no tanto como mercaderes de armas. Procuran vender los productos de su alta tecnología bélica a zonas no conflictivas del mundo.

¿Usará alguna vez China esas armas?, me pregunto yo y es lo mismo que deben haberse preguntado los alemanes al hacer estas ventas.

La respuesta es: no.

Espero no equivocarme.

Si desean datos e historias sobre el sexo chino, aquí he recopilado algunos ejemplos, exclusivamente para ustedes: 大篆書小.篆草書甲骨文大篆.書小篆草書甲骨文. 大篆書小篆.

Noten los puntos intermedios, por favor, para evitar mezclar las historias.

(Si usted es de los que prefieren un buen gráfico, una imagen que hable más que mil palabras, vea al final de estas líneas.)

En verdad, si a ellos se les ocurriera amenazarnos, yo les recomendaría empezar con una huelga de restaurantes chinos por todo el mundo.

¿Qué haríamos nosotros pobres seres humanos, entonces?

Los dejo con hambre.

Que tengan un buen fin de semana.

(¿No tienen dinero? ¿Pero saben francés y tienen hambre?

Pulsen a continuación. El curso tiene una duración de un minuto y 33 segundos. No es broma.)

(Si esta entrada le pareció corta a usted, pues, a mí también. Si desea leer algún artículo de esta bitácora que tenga que ver con China, ya lo acaba de hacer. ¿O usted es de los que se saltean los contenidos y sólo leen el final? Si quiere leer otro, busque bajo Dlink a chail en la lista de la derecha. Traducido a nuestro idioma: tome a chalina, del inglés Drink a chair. Si desea visitar China hoy, precisamente el día de hoy, no lo intente. No va a llegar.) (La foto inicial no tiene nada que ver con este artículo. ¿Por qué siguió leyendo y no se quejó?)

            HjorgeV

            Pulheim-Sinthern, viernes 15-06-2007

P.D.: Imagen prometida:

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