PIEDRAS DEL CAMINO (Poesía)

Son cinco las piedras que llevo

En mi bolsillo

Las mundanas

Las abruptas

….

Arrojo una a mi perro

Comestible del ser

Para que corra tras de ella

….

Son cuatro las piedras que quedan

En mi esternón

Las memoriosas

Las ocultas

El germen del pan de cada

Ojo

….

Arrojo una al cielo

Lienzo ignoto

….

Son tres las piedras que restan en

Mi zapato

Las insoportables

Las crónicas

Las que arrancan el olvido a

Las palabras

….

Una lanzo al arroyo

….

Son dos las piedrecillas que quedan

En mi memoria

Una es de luz

La otra una aurícula

Y se desconocen entre sí

….

Dejo una abandonada en el camino

Como una pena o un pesar

….

Una es la piedra sola que queda

En mi camisa

La de los vuelos

La que abre las ventanas

La redentora

La que llevarán los hijos de

Mis hijos

….

Y que es la que arrojo ahora a los

Trigales

Al amarillo de los campos

Lejos de todo mal

Amén

….

….

HjorgeV 28-02-2009

ÚLTIMO DÍA DE CARNAVAL


MIÉRCOLES DE CENIZA

-¿Y? ¿Celebraste bien el carnaval? –me pregunta uno de los vecinos del pueblo.

Como yo, está esperando que su hijo termine su clase de gimnasia de los miércoles por la tarde.

Tengo un libro en mis manos, levanto la vista y debo suponer que no ha notado que estoy leyendo.

Como hace buen tiempo, es decir, no está lloviendo, muchos de los adultos que esperan han salido al aire libre o han regresado a sus casas para volver al final de la clase de gimnasia. Vivimos en un pueblucho de las afueras de Colonia, las distancias se recorren a pie o en bicicleta y muy raras veces en automóvil.

-¿El carnaval? –repito la pregunta, porque no sé qué responderle, me ha pescado concentrado en mi libro.

 

 

Normalmente yo mismo suelo hacer la pregunta a los demás de otra forma:

-¿Y? ¿Has sobrevivido al carnaval?

Lo digo así, porque es sabido que muchos coloneses huyen de su propia ciudad en estos días. Muchos extranjeros hacen lo mismo, si pueden. Pero esto es un pueblo. En el centro de Colonia, el rostro de la ciudad se transforma notablemente para recibir (y sobrevivir) el carnaval.

¿Alguien puede pensar que exagero?

En las calles más críticas, se construyen barreras provisionales para impedir que el gentío destroce con su simple paso fachadas, escaparates, jardines, maceteros y ventanas.

Los dueños de los bares más concurridos cubren las paredes de sus establecimientos con varias capas de papel metálico de colores: aparentando decoración, lo que hacen en realidad es proteger las paredes contra todo tipo de golpes, secreciones humanas y devoluciones estomacales.

No estoy exagerando. Una vez vi a un tipo orinando en una maceta de un negocio. Dentro del negocio, quiero decir.

El negocio era mío.

He sido testigo de lo mejor y de lo peor del carnaval colonés en todos estos años y sigo siendo de los que prefieren mantenerse lo suficientemente alejado de él, a pesar de haber vivido algunas buenas aventuras en los primeros tiempos (cuando el sida apenas se conocía).

-Me he mantenido al margen, como siempre –le respondo al hombre, con una de mis respuestas estándar.

Debe haber empezado la treintena y lleva el cabello al rape, como está de moda en aquellos que ya a esa edad les queda muy poco pelo.

-¿Cómo? –pregunta él, asombrado-. ¿No has celebrado el carnaval?

Manteniendo el libro entre mis manos, pero sin cerrarlo, me lo quedo mirando y no se me ocurre qué diablos responderle.

¿Cree este tipo verdaderamente que todo el mundo lo celebra por estos lares? Pienso un momento, y concluyo que todo lo que quiere es buscar un poco de conversación.

Le cuento que cuando llegué a Colonia hace más de veinte años viví por primera vez el carnaval colonés sin que me hicieran ninguna advertencia.

-Fue una experiencia desconcertante –le empiezo a contar-. De pronto, los tímidos se habían vuelto unos payasos programados para reír y cantar durante varios días, y los más abiertos te querían abrazar todo el tiempo. El resto hacía cosas que no le habías conocido el resto del año. Creo que sigo sin soportar ese tipo de metamorfosis temporal.

-Eso es justamente lo bueno del carnaval –me dice él, con una sonrisa de complicidad.

-Puede ser –le respondo-. Lo malo fue que a la semana siguiente, inocentemente, quise hacer lo mismo con mis amigos y conocidos coloneses (ya había acabado el carnaval) y me ignoraron por completo. Otros se molestaron en serio. Desconocía que la gente aprovechaba el carnaval para soltar el cerdo, como se dice en tu idioma.

-¿No celebran el carnaval en tu país?

Trato de hacer memoria. Recuerdo fiestas de adultos con orquestas, mascaritas y mucho confeti. Recuerdo el juego con agua en las calles, tan molesto para los afectados, tan divertido para los jugadores. Recuerdo las magníficas fiestas del Club Regatas Unión de La Punta, en mi época de remero de ese club. Las chicas guapísimas.

A esas fiestas nos colábamos subiendo una simple escalera desde los dormitorios destinados a los bogas. Como no estaba prohibido hacerlo, entrábamos disfrazados de salvavidas. Se lo cuento. No me entiende.

-¿Cómo que disfrazados de salvavidas?

-Con una simple ropa de baño –le explico.

-¿Y el frío? –pregunta él.

-En nuestro hemisferio es verano.

-Ah.

Mientras me cuenta que él no se ha perdido ningún día del carnaval y que lo ha aprovechado para presenciar varios desfiles en diferentes lugares, recuerdo que uno de los últimos desfiles que presencié voluntariamente se celebraron a -18ºC. Sí, a 18 grados bajo cero.

¿Por qué varios desfiles?, quiero preguntarle, pero enseguida recuerdo la razón: la mayor atracción de los desfiles para muchos la constituye el lanzamiento de caramelos, dulces, flores y chucherías diversas desde los vehículos participantes del corso.

Muchos adultos gozan pescando caramelos y chocolates en el aire, o recogiéndolos del suelo, en una actividad que se podría tomar como neta y exclusivamente infantil. Pero, no, paradójicamente, muchos adultos gozan como niños peleándose por un par de caramelos lanzados al paso por los carnavalistas.

Mientras me cuenta sus hazañas carnavaleras, me pongo a pensar en mi lectura, un magnífico libro de Ray Bradbury, con un extraño título: Zen en el arte de escribir.

Luego me lo imagino levantando sus brazos y gritando para exigir el lanzamiento de caramelos. Llenando con contento sus bolsas. Llegando a casa y esparciendo todo el contenido sobre el suelo, como un niño.

¿Y si alguna vez no hubiera carnaval?, me pregunto.

¿Qué haría toda esa gente que espera estas fechas del año para sacar afuera el cerdo (diablo, tigre, cucaracha, serpiente o vampiro) que llevan dentro?

Los coloneses, por lo menos, se han dejado arrebatar muy pocas veces su carnaval.

Desde su aparición en 1823, solo las guerras han podido interrumpir la celebración que empieza puntualmente el 11 del 11 (noviembre) a las 11:11 horas, y que incluye reuniones multitudinarias, diversas ceremonias y desfiles (siendo el principal el Lunes de Rosas), y la quema del Ño Carnavalón la noche del martes al dar las doce y pasar al Miércoles de Ceniza, hoy.

En 1871 fue por la guerra franco alemana.

Luego, la Primera Guerra Mundial y la ocupación de Renania hicieron imposible la celebración durante más de una década, de 1915 a 1926.

La pausa a la que obligó la Segunda Guerra fue ligeramente más corta, de 1940 a 1949.

Pero tal vez uno de los carnavales más interesantes que haya vivido esta ciudad fue el del año 1991.

Debido a la Guerra del Golfo, el comité organizador decidió cancelar esa vez los desfiles oficiales para no coludir con diversas manifestaciones antibélicas.

Sin embargo, y para sorpresa de toda la ciudad, los manifestantes y los carnavalistas terminaron recorriendo juntos las calles de la ciudad, reunidos bajo el lema: Kamelle statt Bomben (‘Caramelos en vez de bombas’).

(¡Kamelle! ¡Kamelle! es el grito de las masas exigiendo el lanzamiento de caramelos y demás golosinas al paso de las comparsas.)

Había resucitado, así, y haciendo honor a su nombre, el casi olvidado Desfile de Fantasmas.

Una especie de desfile alternativo –y con marcado carácter político contestatario- presente desde el comienzo, 1823, y que había sido prohibido en la Primera Guerra Mundial.

En el Desfile de Fantasmas, el Geisterzug, puede participar cualquiera con cualquier tipo de disfraz y cuando lo desee, a diferencia del carnaval oficial que tiene normas muy estrictas de participación.

Los grupos que más suelen llamar la atención en los últimos años y que se han puesto de moda en el Desfile Fantasmal, son las Escolas de Samba alemanas.

Si bien al comienzo había que saber qué tipo de música era la que estaban tocando para poder entender de qué iba la cosa, me cuentan que ya no es tanto así.

Vuelvo a la realidad.

Salen los niños de su clase de gimnasia, me despido del vecino del pueblo y regresamos a casa.

En el camino me encuentro con una joven vecina, una rubia de cabello corto, madre de un niño compañero de mi hijo.

-¿Qué te oprime? –le pregunto, porque la conozco y la veo especialmente descompuesta.

Echa a reír.

-Es el carnaval –me dice-. Hoy es el último día.

-Caramba –digo, más para mí, al imaginarme qué es lo que ha tenido que beber todos estos días para que se le vea así.

Luego recuerdo haber escuchado en la radio que los casos de peleas callejeras se han multiplicado por cuatro en este carnaval y que la cajera del supermercado (una turca con aspecto de alemana) me contó que las señales de tránsito de la vía que une este pueblo con el suyo amanecieron destruidas el domingo.

En el camino procuro aguzar mi vista, y descubro en las calles principales del pueblo restos minúsculos de envolturas de los caramelos y demás dulces lanzados por los carnavalistas en su desfile.

Aguzo más la vista y veo que esas partículas de colores están por todas partes: aceras, pistas, jardines y parques.

Los vehículos de limpieza trituran los restos y luego los barren, pero no pueden evitar que queden diminutos restos.

Solo es cuestión de prestar atención a ese mosaico de colores.

Concentrándose bien es posible reconstruir la misma imagen repetida: adultos con sus niños al lado presenciando el desfile carnavalesco.

Los niños son un pretexto, estoy seguro.

A lo que en verdad han venido esos adultos, es a llenar sus propias bolsas con golosinas y a elevar los brazos, y a gritar al paso de las comparsas.

Luego, la mayor parte de esos dulces y chucherías terminarán en el basurero porque son mayormente de pésima calidad.

Y pasará un año más y la misma gente traerá a sus niños y volverá a levantar las manos para gritar:

¡Kamelle, Kamelle!

Como cuando ellos mismos eran pequeños.

Para sacar -también- el niño que cada uno lleva dentro.

$ …..

HjorgeV 23-02-2009

UNA CONVERSACIÓN DE ESAS

-El asunto es que tú no puedes confundir tu fama con lo que tú realmente vales. Es como confundir el valor de algo con su precio.

-Lo dices negativamente, ¿no? Me quieres joder.

¿Lo ves? Tú estás convencida de que cuando la gente te aplaude es porque te quiere. Para empezar, la gente no te aplaude a ti, sino a tu imagen pública. Menos aún, solo a una parte de esa imagen, a la parte artística de ella. No te aplauden porque eres buena madre, o buena amante (por los líos que te conocen), porque pagas o no tus impuestos. Aplauden a la artista y punto. ¿Me entiendes?

-Explícamelo. Ahora resulta que tampoco soy artista. Que aplauden a otra que soy yo, pero, en realidad, no a mí.

-A ver, a ver. Tu problema es que si alguien te dice una verdad o, como en mi caso, una simple generalidad, es decir, si no te aplauden, no solo crees que no te quieren, ¡te sientes atacada!

-Confundo el precio de algo con su valor, está bien. Lo puedo entender. Una piedra que en cierto país no se considera como preciosa (y que no ha costado nada recogerla de su estado natural), puede valer una fortuna en otro. Es muy fácil de entender, ¿sabes? Pero muy difícil de asimilar. Yo soy yo. No soy dos personas ni menos tres. Y así quiero que los demás me vean.

-Tu deseo es justo, sano, real, humano, como quieras llamarlo. ¿Está bien? Pero es un deseo y nada más que un deseo. La realidad es otra. El día que no estés más en los escenarios, por ejemplo, salvo que seas Gardel, Presley, Jackson o Madonna, la gente te olvidará y quedará solo tu arte. Si es que queda. Del resto te puedes olvidar.

-Hay muchos artistas que aún cuando se jubilan siguen siendo aclamados.

-Son pocos. ¿Tanto te interesa saber qué pasará cuando ya no seas nadie ni nada? ¿Sacrificarías el presente por un futuro incierto y que no vas a percibir de ninguna manera? ¿Qué te puede importar lo que pase cuando los gusanos te hayan adoptado?

-Ahora te me pones amoral, tú.

-¡No, no, no!

-Mira, tu problema es que si alguien te dice una verdad, te sientes atacado.

$ …..

HjorgeV 23-02-2009

PRIMERA LUNA (Poesía)

….

Famoso, provecto y pintor

Su azul estrella la lleva

Pegada en las suelas de sus zapatos

Que cambian ahora de posición

Sobre el asfalto

Para enfrentarse a la luna

Que se esconde detrás de

Los rascacielos

….

La noche todavía es una estampa gris

Con astutos brillos laterales

El escenario de lo jocoso y de lo absurdo

Del escarnio y de la podredumbre

….

La respiración del

Herido se agosta

Se quiebra en las esquinas

Que desde su cúbito dorsal

Todavía puede avistar

….

Pero el pintor ya no puede más

Ha entendido que en su reino

No mandan los dioses

Pero es el vacilar de las luces

Lo que lo hace dudar primero:

¿Me han herido mortalmente?

….

Se toca el costado y su mano enrojece

….

Arremete entonces con

toda su humanidad

Contra el lucero del alba y

La primera luna

Arremete como un toro indignado

Como un cura rebelde

Como un marinero que ha perdido

Su brújula en los labios de una mujer

Y no recuerda en qué puerto

Y daría cualquier cosa para que le devuelvan

El mar:

El suelo de sus pies

….

El alcalde de sus propios sueños

Ya no es él mismo

El pintor gime

Provecto y seco

Atragantado y mudo

Secándose los labios

A la luz del amanecer:

Arremeter para moverse apenas un

Par de centímetros

Le ha acortado la vida

….

¿Has venido hasta el mundo de los famosos solo

para morir bajo la polución de la

prisa, no?,

Le espeta un mendigo que

Ha perdido encontrando su camino

Por allí

….

El pintor pasa a probar las olas del desierto urbano

El despertar a la angustia del amanecer

Al Gran Ruido Metálico de la gran ciudad

….

Más allá, muge un toro

En plena avenida

Que ahora él podría plasmar con un par

De pinceladas

….

Un semáforo cambia de malva a gris

Y un policía se acerca señalando el lugar

Del crimen

….

Una hora más tarde

El banco y los negocios

Vecinos abrirán sus puertas

Unos metros más allá

Y para entonces

No habrá más sangre de colores

Sobre la acera

….

….

HjorgeV 21-02-2009

In Memoriam Víctor Humareda (Puno, 1920-Lima, 1986), pintor expresionista

UN ARMA QUE PUEDE SER MORTAL

Leyendo un artículo de El País sobre los índices de mortalidad de la población extranjera en los accidentes de tránsito en España, me llamó la atención la facilidad con la que una simple cifra estadística terminaba siendo usada por los xenófobos para cargar contra los inmigrantes en la sección de comentarios.

El título del artículo era el siguiente:

El 14% de los muertos en carretera son extranjeros.

Ahora, algunos de los comentarios:

“Pues la verdad es que la mayoría de los extranjeros son un peligro al volante.”

“¿Cuántos hemos de morir todavía para que se endurezca la concesión vía convalidación de permisos a extranjeros de países como esos ?”

“Bueno si conducen aquí y provocan accidentes que a todos nos pueden involucrar, deben conducir con las mismas reglas y controles. Pero el problema es complejo sobre todo cuando son conductores de paso como ocurre con algunos conductores marroquís [sic] que van de paso a su país y hacen caso omiso a la mayoría de las normas.”

UN CRUCE ESPECIALMENTE ACTIVO

Según el censo INE 2008, el 11,3% de la población de España es de nacionalidad extranjera.

Obviamente, si el 14% de las víctimas mortales pertenece a ese segmento poblacional, son ellos mismos los especialmente afectados.

Un comentarista especialmente xenófobo, pero despierto, podría haber sacado entonces otra conclusión (macabra, claro):

“Por lo menos estos puestos que nos quitan no nos interesan”.

O algo así.

Mi pregunta:

¿Por qué suponer que la víctima mortal de un accidente tiene por qué haber sido la causante del mismo?

No tiene por qué ser necesariamente cierto.

En los accidentes graves, los ocupantes de automóviles sin escudetes de aire ni frenos de la última generación, serán los más damnificados.

¿Cuáles son los accidentes más graves?

Aquellos en los que hay vehículos con excesiva velocidad involucrados.

Esto no es raro de ver en Alemania: son los coches más veloces y potentes los presentes en los peores accidentes.

Pero, a la vez, son sus ocupantes los que menos sufren las consecuencias gracias a la serie de sistemas de seguridad con que cuentan los vehículos modernos.

Entonces, si partimos de que la población emigrante en España no pertenece a los segmentos de altos ingresos, podemos decir que cierto porcentaje de su mortalidad podría deberse a que usan vehículos en mal estado o deficientes, sin grandes prestaciones de seguridad y mayormente antiguos.

Con lo cual tendríamos que si esa población inmigrante tuviera más recursos, el porcentaje de mortalidad correspondiente podría corresponder más o menos a ese 11,3% que representa su presencia real en la población total española.

Es decir, los xenófobos podrían decir cualquier cosa, en la práctica quedaría demostrado que la población extranjera se comporta como todos los demás también en cuestiones de tráfico en España.

UN ARMA QUE PUEDE SER MORTAL

Algo por lo menos ha quedado claro acá en Alemania: quien conduce un automóvil, está conduciendo un arma que puede ser mortal.

En este asunto de los accidentes de tránsito (y alejándonos del particular uso xenófobo mencionado) hay otros factores que no hay que olvidar.

Mucha gente ve al automóvil como símbolo inmediato de estatus y escalamiento social.

Así como hay mucha gente –especialmente hombres- que lo ven (lo usan) como una prolongación de su ego y su machismo.

De tal manera que mucha gente adquiere un vehículo teniendo en cuenta estos intereses pero sin preocuparse mucho de la seguridad que ofrece, sobre todo cuando se trata de gente con pocos recursos y muchas ganas de realizar sus particulares sueños.

Por otra parte, el automóvil es un producto fetiche, al que es posible ‘agregarle’ características que no posee materialmente y que varían de persona a persona.

Así, se suele mencionar en la publicidad la sensación de ‘poder’ o de ‘libertad’ que puede brindar un automóvil.

A más caballos de fuerza, más despegue, por así decir.

Y a partir de ahora, más que nunca, la industria automovilística buscará -aún más- emplear sutiles manipulaciones psicológicas para poder vender sus productos.

Es decir, cada vez habrá más automóviles especialmente veloces, potentes y seguros (para el conductor) con gente buscando sus personales ‘sensaciones’, pero que, paralelamente, harán más inseguras las pistas y autopistas de cualquier país.

¿Por qué las leyes no amparan la salud pública e impiden que la publicidad de ese sector comercial no recurra a ese tipo de manipulación?

¿Por qué no se limita la potencia de los automóviles, así como no se permite que perros peligrosos vayan por la calle y solo a la policía portar armas?

Ya lo dijo alguien.

Si de verdad nos interesara proteger la vida en los accidentes de tránsito, tendríamos que llevar todos los conductores la punta de una lanza sobre el volante apuntando hacia nuestro pecho.

Entonces sí manejaríamos con extremo cuidado.

Bastaría un frenazo inesperado para eliminar a un conductor imprudente.

$ …..

HjorgeV 20-02-2009

2 POEMAS DE LA CIUDAD

….

PETRIFICADOS TODOS

….

Cada paso que da

Es como una herida que se abre para

No cerrarse nunca más

….

Desde la inquietante

Quietud de una simple

Esquina de la ciudad

Contempla el paso de la

Gente

….

No quiere más herir a nadie

….

Ergo: se detiene

Y permanece suspendido en el

Aire

….

Entre el paso de los transeúntes

Y la mirada atenta de los dioses

Allá arriba

….

También

Petrificados

….

….

LUZ

….

Sí, pero por ti

Parecían flotar los mendigos

Al atardecer en la plaza

….

Y exudaba el sol su

Último llanto de

luz

….

….

HjorgeV 18-02-2009

LIBROS QUE SE ATRAGANTAN

SE ME CAYÓ EL PODER DEL PERRO DE LAS MANOS

Se me cayó la novela El poder del perro de Don Winslow de las manos.

¿Cuándo sucedió, que apenas me he dado cuenta?

¿En qué momento perdió (perdí) su magia que me había llevado a dosificar su lectura como si de un magnífico manjar o de una droga singular y de alta calidad se tratara?

¿En qué momento pasó a las huestes del Desencanto, esa dama a la que le tienes que rogar mucho para que se vuelva a animar?

¿Cuándo se me escapó de las manos y pasó a formar parte de ese contingente de libros que no he podido terminar de leer y que mantengo en un estante de cristal en una esquina de mi dormitorio para poder tenerlos siempre presente y recordar que siguen como tareas pospuestas?

Me había entusiasmado tanto que había llegado a escribir algunas líneas sobre la novela de Don Winslow en estas páginas.

GOMAESPUMA: EL VENDEDOR DE LIBROS

Aunque sabía que se trataba de un libro del género sangriento (por decirlo de alguna manera, así como hay películas hemorrágicas, es decir, cuyo primer fin es satisfacer a esos millones y millones de dráculas visuales que parecen poblar este planeta), género que suelo detestar y evitar, el libro me fascinó desde un comienzo.

Las primeras 200 páginas se leen de golpe, con frenesí.

Pero, entonces, el pulso de la narración empieza a decaer también de golpe. La sangre parece habérsele terminado al narrador y éste llega casi a desaparecer, tal vez porque es el único acreditado para ir a conseguir más combustible carmesí.

El relato se llena entonces de lugares comunes gringos como aquel de la supuesta maldad innata de los mexicanos.

Y no es que crea que los mafiosos narcotraficantes de ese país son unos santos y que no sepa que se están matando actualmente con especial empeño y fantasía. Pero, ¿qué podríamos decir para hablar de maldades -por comparación- del lindo trabajo de EEUU en Afganistán e Irak y del de Israel en un par de semanas en Gaza?

Que esas son cosas de ejércitos, podría decir alguno, es decir, de matanzas oficiales. (Lo cual es, obviamente, peor.)

(¿O tengo que mencionar Hiroshima, Nagasaki y Vietnam? ¿O bastaría con Al Capone y su época? ¿O con esos muchachitos que despiertan un día y se bajan a tiros a medio colegio o universidad?)

Luego, aparece en el relato una guapísima prostituta usamericana de alto nivel, quien, justo cuando está en el centro de la Ciudad de México, y habiendo vivido momentos atrás un terremoto que la ha sacado de su hotel, se entiende de buenas a primeras con un sacerdote mexicano (en castellano), a quien le confiesa inmediatamente cuál es su profesión.

Reproduzco el diálogo en mención:

-¿Vives en la Ciudad de México, Nora?

-No, vine por negocios.

-¿A qué clase de negocios te dedicas?

Ella le mira a los ojos.

-Soy una call girl.

-Me temo que no…

-Una prostituta.

-Ah.

-¿A qué te dedicas tú?

Él sonríe.

-Soy cura.

-No vas vestido de cura.

-Tú no vas vestida como prostituta –replica él-. De hecho, soy algo peor que un cura, soy un obispo. Un arzobispo.

Hay que tener en cuenta que la conversación anterior no tiene lugar en un cóctel de bienvenida ni nada por el estilo, sino en plena calle y muy poco después de haber ocurrido el gran terremoto de 1985, es decir, cuando toda la ciudad se encuentra todavía totalmente conmocionada y preocupada solo por rescatar a los posibles sobrevivientes.

Detallitos como el anterior y otros más (especialmente memorable el de la invención de unos ‘lavabos públicos que hay alrededor de la plaza’, en los que después se encuentran dos mafiosos y uno de ellos ‘empieza a examinar los cubículos para ver si están vacíos’) son los que seguramente contribuyeron a desinteresarme más de la lectura.

¿Lavabos públicos alrededor de la plaza con motivo de unas festividades en una provincia mexicana?

De ser cierto, tendría que felicitar a los mexicanos, porque ni aquí en Alemania se llega a tal nivel de organización para muchas festividades.

Lo peor es que el narrador luego vuelve con fuerza a lo suyo (narrar bien), pero ahora el tema de fondo es El Alcance de los Chorros de Sangre, es decir, una guerra especialmente sangrienta en la que Winslow, como buen useño (de USA) no deja de recurrir a uno de los temas y lugares comunes más trillados de la cultura de su país: El Salvador Solitario del Mundo.

Sí, creo que ese fue el momento en que se me debió caer la novela de las manos y, cuando me volví a dar cuenta, El poder del perro había terminado en el grupo de los libros de mi estante de cristal.

Una pena.  Sí.

Aunque me he propuesto insistir con su lectura. (En este específico caso, la curiosidad por el desenlace de la historia es grande.)

A ese grupo de libros casi-descartados que mencionaba al comienzo, acababa de agregar varios libros interesantes más:

1. Tokio blues, de Haruki Murakami.

El japonés me tenía fascinado con todo lo que había leído de él (más bien poco) hasta empezar esta novela, que bien me ha hecho recordar las nunca bien reconocidas cualidades somníferas de la lectura a ciertas horas o momentos del día.

¿Por qué la he dejado?

¿Por qué tendría que haberla seguido?, sería mi contrapregunta.

Creo que se trata de un asunto de concepciones. Para mí, una novela que no sea un relato coherente y con un principio y fin definidos, tiene que tener mucho de otras cosas (magia narrativa, personajes interesantes y vivos, humor) para poder seguir leyéndola.

Tokio blues no tenía mucho para ofrecerme en ese otro sentido.

Algo que podría hablar también muy mal de mí (por no saberlo apreciar), claro.

2. El mal de Montano, de Vila-Matas.

El barcelonés es un tipo divertido, al cual muchas veces no se le entiende el chiste. Su novela seguramente lo es también, o tendría que haberlo sido, y no está mal para tratarse de un Mal tan importante para gente como el que esto escribe (su personaje es un enfermo de literatura), pero me dejó pronto con la sensación de estar observando al mago por detrás. Sin que él lo sepa, se entiende.

Peor, tal vez.

La sensación del que descubre cómo la bailarina que tanto admiramos en sus funciones nocturnas, cuida de día sus afeites, postizos y prótesis que la convertirán de noche en otra persona.

Ver los mecanismos y trucos de un escritor no tendría por qué haber sido decisivo para mi abandono (porque bien podría haber aprendido mucho de él), pero su texto saturado de citas y guiños literarios me cansó rápidamente.

Me hizo recordar el caso de un amigo escritor al presentar su último cuento.

La noche de la presentación notamos que el texto estaba tan salpicado de citas ajenas, que a punto estuvimos de preguntarle al final de la velada si no había traído algo suyo.

3. El ruido y la furia, de Faulkner.

Considerada una de las obras claves del gran escritor usamericano, me ha servido varias veces para cuajar una buena siesta.

Como se dice que el título de la novela alude a una escena del Macbeth de Shakespeare, que la novela sería una síntesis del verso que inspiró a Faulkner y que describe la vida contada por un idiota, me siento aliviado.

Porque, así, puedo ampararme una y otra vez en mi idiotez para justificar mi aburrimiento.

Curiosamente, cada vez que menciono que no he podido pasar de las primeras páginas de esta novela de puro tedio, siempre aparece alguien y me lo vuelve a recomendar con especial encomio.

4. Guerra a la luz de las velas, del limeño Daniel Alarcón.

Este libro ha sido alabado, loado y vuelto a alabar.

A pesar de las loas y alabanzas, no he conseguido –en varias oportunidades- siquiera amistarme con él.

Del libro de Alarcón debo decir que, a pesar de que sus relatos se suponen localizados en el Perú (donde vivió de niño, ahora debe ser useño), no he podido evitar la sensación de extrañeza: de estar leyendo algo que teniendo que ver conmigo (con mi pasado), no lo siento así.

Lamentablemente, su prosa (traducida del inglés) no me ha atrapado lo suficiente en su magia, como para pasar por alto esa rara sensación. Estoy seguro de que lo volveré a intentar.

5. Fever Pitch, de Nick Hornby.

Este es un libro que cada año (¡es del 1992!) me propongo terminar de leer, sin haber podido pasar en todos estos años de las primeras páginas.

¿A qué se debe?

Del libro de Hornby debo decir que solo conozco la versión en alemán y que tal vez en el subtítulo esté la razón de mi atragantamiento: La historia de un fanático.

La gente que sabe que me fascina el balompié y que sigo jugándolo regularmente –además de ser entrenador de un equipo de muchachitas- me lo sigue recomendando.

Aquí en Alemania tiene muy buena fama y goza de un estatus de gran culto.

No obstante, una cosa es amar el balompié (mi caso), y, otra, ser fanático del fútbol.

Para empezar, el balompié es la versión original y no necesariamente comercial de este último.

Para terminar: a los fanáticos, no los entiendo.

Y a estos últimos pertenece Hornby. Para mi desgracia. Aunque no pierdo las esperanzas de poder continuarlo alguna vez.

¿Considero a estos libros que se me han atragantado como malos o mal logrados?

De ninguna manera.

La interacción libro/lector es mucho más compleja y un fenómeno del que –curiosamente- no se ha ocupado la publicidad.

Porque un buen lema propagandístico de muchas grandes obras podría ser el siguiente:

¡Compre este libro: alguna vez llegará a gustarle y a comprender su importancia!

$ …..

HjorgeV 17-02-2009

UNA TETA ASUSTADA EN BERLÍN

[Hoy, domingo 15 de enero, un día después de escribir estas líneas, leo que la película hispano-peruana La teta asustada ha ganado el Oso de Oro en el Festival de Berlín. La uruguayo-argentina Gigante se ha llevado el Oso de Plata del jurado.]

Muchos inventos o grandes hazañas se hacen persiguiendo un sueño.

Con el microscopio se buscaba llegar hasta el fondo de la materia.

La llegada del hombre a la Luna satisfizo por lo menos dos sueños: el de volar y el de llegar a tocar otro cuerpo celeste.

Rubén Darío, en uno de los poemas infantiles que más me gustan (A Margarita Debayle), describe las vicisitudes que afronta una gentil princesita que, por traviesa, se va por el cielo y más allá en busca de la blanca estrella que la hacía suspirar.

No sé si en el cine y sus antecesores, el daguerrotipo y la fotografía, siempre estuvo claro que, de lo que en realidad se trataba, era de pescar un imposible.

Aunque su origen común tiene que ver con el comportamiento de la luz (piénsese en la cámara oscura, por ejemplo), lo que ‘oficialmente’ se perseguía era capturar el movimiento por medios mecánicos.

Pero, detrás de todo eso, estaba la persecución de un sueño imposible, tal vez el mayor de todos: la detención del tiempo. La posibilidad de detener el tiempo.

De detenerlo en el justo instante en que está por morir un ser cercano o cualquier otra desgracia, incluido ese No, gigante como un planeta lejano, que te va a decir la persona que amas. O, simplemente, detener el tiempo en los mejores momentos de cualquier vida. En la simple sonrisa que te regala tu hijo.

(La conocida propuesta del mexicano Roberto Cantoral –Reloj, no marques las horas– es bastante sensata, también: no pide detener el tiempo, solo su simple conteo.)

Berlín, sin ser Cannes ni Venecia, tiene su Festival Internacional de Cine, la Berlinale, que, con sus 270.000 entradas vendidas este año, es el evento cinematográfico con mayor afluencia de público en todo el mundo.

La Berlinale se abrió en 1951 con una película fuera de concurso: Rebeca, de Hitchcock; primera que había rodado el londinense en EEUU y que ya, diez años atrás, en 1941, había ganado dos Oscar.

(¿Por qué abrir un festival de cine con una película de una década de antigüedad?

Por la guerra, es la respuesta.

Acababa de terminar la guerra y la Berlinale era, además de un evento cinematográfico, una prueba más de que la normalidad regresaba a la vida de Alemania.)

Al festival berlinés se presentan anualmente unas veinte películas, escogidas por la dirección de la Berlinale entre aquellas producidas en los últimos 12 meses y que no han sido todavía presentadas fuera del país de origen.

Todo esto viene a cuento porque acabo de leer que la primera película peruana que se presenta a la Sección Oficial de la Berlinale en toda su historia, ha ganado el Premio de la Crítica del evento.

A pesar de que el festival está dotado (si no he contado mal) con 29 premios, el de la Crítica está considerado en el quinto lugar de importancia, después del Oso de Oro, de Plata y de Cristal y del premio al mejor debutante.

Se trata en realidad, de una coproducción hispano-peruana de la directora Claudia Llosa (Lima, 1976), sobrina del escritor Mario Vargas.

Al parecer, la película ha sido recibida con el calor y el entusiasmo que los alemanes saben dar cuando están convencidos de algo o alguien y no tienen reparos en demostrar su aprecio e inclinación. Lo dice alguien que lleva más de 20 años por estos lares. (Aunque tampoco puedo dejar de pensar en Hitler al decir esto.)

El siguiente es el comentario del Berliner Morgenpost:

Una mujer trata de alejar su miedo cantando

“En primera línea es un film misterioso el que Claudia Llosa ha presentado en la Berlinale. La teta asustada es la historia de una mujer y sus miedos. Una película llena de símbolos, tragedia y canto, y que exige a sus espectadores.”

Al parecer, la película ha fascinado al director y a los organizadores del festival.

Es un título ciertamente atrevido, porque tiene de vulgar y provocador, por más que no tenga nada que ver (no he visto aún la película) con la serie Sin tetas no hay paraíso, basada en el libro homónimo del colombiano Gustavo Bolívar.

Las palabras de una emocionada Claudia Llosa:

“No puedo estar más agradecida con el festival. Nos han recibido con los brazos abiertos. Todo el mundo le teme a la crítica, por eso este premio nos ha entusiasmado tanto.”

Milch des Leids es la traducción propuesta para el idioma de este país; bastante cómoda, por lo demás, porque, si bien Milch es ‘leche’, el término Leid tiene varios significados: pesar, angustia, desgracia, sufrimiento, pena, dolor.

¿Leche del dolor, de la desgracia, del sufrimiento?

La película ha sido rodada en una barriada de los grandes arenales que rodean Lima (la costa peruana es un desierto de más de 2.200 kilómetros de longitud, apenas interrumpido por algunos valles) y trata de la violencia contra las mujeres, concretamente, del drama de aquellas violadas en los años de 1980 al 2000 en la guerra sucia entre el Estado y Sendero Luminoso: dos décadas de terror y guerra civil que dejó más de 70.000 muertos en el Perú.

La teta asustada es algo que no me consta haber escuchado alguna vez en mi país, aunque bien podría tratarse de una expresión del quechua, idioma que se usa hasta en un 40% en la película.

“Su madre le transmitió el miedo por la leche” dice uno de los protagonistas, explicando de paso el por qué del título.

La prensa alemana habla de poesía en el lenguaje cinematográfico y de misterio. Y de emoción.

De una narrativa rica en elipsis y espacios vacíos (a ser llenados por la imaginación y la voluntad del espectador).

Quede expresada mi curiosidad por esta producción hispano-peruana que acaba de estrenarse en España, por más que aún no se haya inventado nada eficaz contra las peores pesadillas.

Parte de la curación parece estar en enfrentarse abiertamente a ellas.

$ …..

HjorgeV -14-02-2009


CAPITÁN A SU NAVÍO (Poesía)

….

Y en las noches cuando

el sueño escoce

y saco un

pie de la cama

me encuentro con un Lagarto

en el piso

que me asusta y me dice

que mi Ruina será la del

Rinoceronte.

….

Entonces vuelvo a la

cama y me encuentro con el

cuerpo de una mujer que no es

Mía pero igual

la abrazo con fuerza porque

no me vaya a caer, porque

además es bella, me da calor

y al parecer le gusto.

….

Por eso ya no bebo

una gota

porque

tengo miedo al Saurio en las noches

y la fuerza de su abrazo

es buena y es recíproca y

escondite perfecto.

….

Pero de día camino con la

certeza de que alguien

alguna vez llegará corriendo,

se me acercará y me

dirá

al oído:

“Capitán, ya se solucionó

el problema.

Puede volver a su navío”.

….

….

HjorgeV, viernes 13-02-2009

¿ES MARADONA UN (BUEN) ENTRENADOR?

FRANCIA 0:2 ARGENTINA

Interesantísimo partido.

Más por sus implicancias que por el juego mismo.

Se jugaba en Marsella, ciudad en la que Francia no perdía desde 1960.

La mayoría de los jugadores, tanto argentinos como franceses, no tuvo problemas para desplazarse desde sus lugares habituales de residencia para este cotejo amistoso.

Por el lado argentino, solo los jugadores Papa (Vélez Sarsfield), Angeleri (Estudiantes de La Plata), Montenegro (Independiente) y Ledesma (San Lorenzo) tuvieron que cruzar el Atlántico.

Los demás jugaban en casa.

El arquero Carrizo tuvo que trasladarse desde Roma, Samuel y el veterano Zanetti desde Milán; Daniel Díaz, Gabriel Heinze, Gago, Maxi Rodríguez, Agüero (el nuero del entrenador) y la Pulga Messi desde España; Demichelis desde Múnich; y Tévez y Mascherano desde Inglaterra.

Y el encuentro fue un verdadero cotejo, antes que un partido.

Me explico.

Cotejar es ‘confrontar algo con otra u otras cosas; compararlas teniéndolas a la vista’.

Y eso es lo que hicieron argentinos y franceses. Se midieron, además.

Pero sobre todo en el primer tiempo y, especialmente, durante la primera media hora de juego: se esperaba lo máximo de Henry, Anelka y Ribéry.

Pero no llegó.

El caso del apático Anelka es conocido: nadie sabe a qué santo hay que rogarle para que juegue excepcionalmente.

Como nadie parece saberlo, y por lo visto tampoco su entrenador, Domenech, ¿qué sigue haciendo en la selección francesa?

(¿A pesar de, o justamente por el gol hecho que se falló?)

(En el balompié, perdón, no hay goles hechos. Un gol lo es. O no. Punto.)

El caso de Henry es otro: tenía la camiseta equivocada, la que lo habría puesto al lado de Messi, como en el Barcelona.

(Thierry es un tipo muy sensible. Si los muebles de la sala, el comedor, el baño y el jardín no hacen juego, él desaparece de la casa. ¿De qué le pueden servir sus 10,8 en el hectómetro y su fino dominio del balón entonces?)

En contra de lo que muchos podrían haber esperado con Diego Armando como entrenador, el equipo argentino jugó muy bien defensivamente.

Con una buena línea de cuatro tigres atrás, un medio campo poblado de eficaces e implacables guardias de tránsito.

Y dos cogoteros (Messi y Agüero) delante.

(El cogote es la nuca. Los cogoteros son los ladrones o atracadores especializados en caer por detrás a sus víctimas.)

Curioso, porque muchos habían esperado, seguramente, payasadas o excentricidades por parte de Maradona. Es decir, un simple reflejo de su propia vida proyectándose sobre su nueva carrera.

Pero no, pues.

El Pibe está demostrando no solo que sabe jugar al fútbol (todavía la mueve) sino que también lo entiende como juego estratégico.

Algo que, para quien conoce su trayectoria (la ha visto, observado, contemplado, por lo menos en imágenes grabadas), tendría que estar más que claro desde hace mucho tiempo.

Sin embargo, una cosa es dominar el balón. Otra, entender el juego.

Otra, diferente, hacer de entrenador:

Entender, dominar, moldear y dirigir a esa masa de veinte y tantos jugadores y elegir a once que te rindan lo máximo sin que los no elegidos se te rebelen. Motivar a todos. Escoger las palabras para cada uno.

Hacerles hablar (cantar) en coro, tu particular idioma o concepto futbolístico. Jueguen o no.

Opino que el Pelusa lo puede.

Leí por ahí que en los entrenamientos antes del partido hizo colgar un par de grandes carteles con la camiseta de la selección argentina, y que habría repetido una y otra vez a sus jugadores:

“Esa es la única individualidad que vale para mí”.

La idea es genial y le funcionó.

Sus muchachos se tomaron el partido en serio y lucharon como en un partido oficial de campeonato. Corrieron juntos -sin chistar- el campo de arriba abajo, cerraron todas las puertas con candado y la pisaron, tocaron y movieron con esmero.

Aunque Anelka, tras un pase de Yohann Gourcuff (comparado en Francia con el gran Zinedine Zidane), estuvo a punto de marcar el primer gol francés en el minuto 29 y un disparo de Ribéry del Múnich dos minutos después hizo presagiar por un momento lo peor para los argentinos, el gol de Jonás Gutiérrez en el minuto 41 definió el partido.

El resto fue un cursillo de Administración de un resultado.

El gol -hay que decirlo- fue un medio regalo del guardameta francés Steve Mandanda (nacido en Kinshasa, República Democrática del Congo).

Algunos guardavallas parecen olvidar que la función primordial y básica de un portero es impedir que la pelota cruce el plano vertical perpendicular comprendido entre la línea final y sus tres pértigas.

Que en la mayoría de los casos es mejor sujetar el balón, para no entregarlo a los cómodos pies del rival, es claro, pero no lo principal.

Mandanda quiso detener y apoderarse del balón ante el disparo de Gutiérrez y se olvidó del principio de los principios: un arquero tiene que atajar.

Como calculó mal y no se había lanzado como barrera o bloqueador para atajar (sino como flecha al balón), éste rebotó justo antes de sus manos y pasó por encima de ellas.

Gracias.

Y un lazo encima al regalo.

Argentina, emocionada por el detalle, terminó el primer tiempo tocándola como en un entrenamiento y trasladó ese espíritu al segundo.

Porque entonces sí desapareció el equipo francés.

Si no me equivoco, Carrizo, no fue exigido a lo largo de toda la segunda mitad del encuentro.

Y aquí viene otro detalle interesante sobre la figura de Maradona como entrenador: conforme iba desarrollándose el juego, le hacía indicaciones a su asesor y éste corría a avisar a alguno de los suplentes para que empezara a calentar.

Al costado de la cancha estuvieron preparándose para ingresar, entre otros: Ángel Di Maria (del Benfica, el que le dio el oro a su país con un genial gol cuchareado desde fuera del área contra Nigeria en las Olimpiadas de Pekín), el Apache Tévez (sigue sin estar claro su futuro como suplente de Rooney en el Manchester, puntero en Inglaterra) y Angeleri (del Estudiantes de La Plata).

Pero solo entraron los dos últimos.

Angeleri entró para ajustar los cerrojos; Tévez por Agüero para entenderse y trenzar con Messi.

Y funcionó.

En el minuto 83, tras un tiro de esquina francés y despeje de cabeza de Demichelis, el Apache –fuertemente marcado- se lanza verticalmente hacia el campo contrario a recoger el balón, que se lo encuentra Messi.

La Pulga se la pasa en corto de taquito y Tévez se la lleva y cruza la línea central a toda viada, con Diarra a sus espaldas -como un bebé tremendo- y con el balón perfectamente dominado.

(El mismo Diarra que tenía seco a Messi y que no llegó a ser amonestado en todo el partido.)

El Apache, entonces, gira sobre sí mismo hacia la izquierda, se da toda la vuelta y se la devuelve en cortito a Lionel, que venía envalentonado por la zona vertebral del campo.

La Pulga se enfrenta a la carrera a dos defensas (uno y hasta dos más se mantienen a la expectativa por si hay que atacar en grupo al díptero), todos esperan una genialidad messiana y se preparan.

Son profesionales, se las saben casi todas. Casi.

Casi, porque lo único que hace la Pulga es seguir avanzando rodeado de sus rivales, escorar ligeramente el balón hacia la izquierda para pescar al toro con el paso cruzado, adelantarse lo justo para preparar el golpe y disparar con la zurda.

Dos a cero y los Azules no volvieron a aparecer.

Ribéry y su público francés habrán entendido que una cosa es jugar en la insípida Bundesliga y, otra, con jugadores que apenas nacen ya ven hacer fintas y piruetas con la pelota.

El estadio que hubiera querido terminar entonando la Marsellesa, terminó aplaudiendo las jugadas de los argentinos y pidiendo la renuncia de Raymond Domenech, el entrenador de la selección de ascendencia catalana.

(Su padre catalán llegó a Francia huyendo de la dictadura de Franco.)

Personalmente, en las pocas veces que había tenido la oportunidad de observar a Maradona como entrenador, me había quedado intrigado por su tenso gesto al borde del campo de juego.

La tipología del entrenador es variada: hay quienes quisieran dirigir telepáticamente las jugadas de sus pupilos; están los que solo exigen lo máximo de cada uno en cada jugada; los que se la pasan entendiendo cómo podría jugar mejor su equipo en el futuro.

Otros apuntan lo peor y se aferran a ello en el trabajo.

Están los teóricos y los prácticos. Los que han sido grandes jugadores y los que no.

(Todo gran jugador no llega a ser un gran entrenador. Como todo gran entrenador no tiene que haber sido un gran jugador.)

Maradona -lo ha demostrado- tiene su propio estilo como entrenador.

En la entrevista que un canal argentino le hizo justo después del partido, Diego Armando soltó una frase maestra:

“Tardamos en descifrar a Francia, pero lo conseguimos.”

¿Sabe jugar Maradona ajedrez?

Porque de eso se trata justamente -también- en el balompié (Ajedrez Pedestre lo llamo por eso): de leer el juego y descifrar al rival. Sus mañas y sus debilidades. Sus tendencias.

Sus conspiraciones y sus intenciones.

Para, a partir de ello, empezar a golpear.

Si esa lectura exigía retirar a Messi –ya lo había advertido con los carteles en los entrenamientos- o a cualquier otro del campo, Maradona lo habría hecho.

Con ese mensaje, consiguió que todos se esforzaran y jugaran un partido inteligente: Messi, por ejemplo, se las pasó más o menos escondido, casi haciéndose el tonto, pero esperando el momento para golpear.

Más no se espera de un delantero y la Pulga lo entendió.

El fútbol, después de todo, es un deporte básicamente femenino: un juego de paciencia, imaginación, anticipación y previsión.

No se sabe si después del claro abucheo del público, Domenech seguirá en su puesto.

Lo que sí parece seguro es que con Maradona de entrenador, tenemos para rato.

Diego Armando recién está empezando.

Mis más altos respetos.

…..

HjorgeV 12-02-2009