Era 1975.
Tenía 42 años.
Se había pasado casi media vida en diferentes penitenciarías.
Él conocía el significado de esta última palabra.
Y debió dibujar una leve sonrisa de triste e irónico sarcasmo al salir por la puerta de hierro.
penitenciaría.
(De penitenciario).
1. f. Establecimiento penitenciario en que sufren condenas los penados, sujetos a un régimen que, haciéndoles expiar sus delitos, va orientado a su enmienda y mejora.
¿Sabía, al cruzarla, que sería su última vez?
Bunker conocía como un artesano qué era eso de entrar y salir de prisión.
Ahora tenía una novela sobre el hombro y poco más: acaso solo la constancia de sus ojos para vislumbrar el horizonte.
Gran parte de su vida se había dedicado a hacer honor a su apellido.
Bunker es tanto ‘fortín’ como ‘refugio subterráneo contra bombardeos’ en alemán; de paso, probable origen de su apellido.
Al salir de prisión, se cansa de ser martillo y decide ser pluma para que del cielo le lluevan papeles.
(También le llovieron de los otros papeles: llegó a participar en 22 películas, mayormente en pequeños roles.)
En 1977 (no ha vuelto a delinquir), tiene lista su segunda novela The Animal Factory, relato de su vida reducida a pocos pasos entre cuatro paredes.
Las críticas favorables no se hacen esperar.
Al año siguiente, Dustin Hoffman lleva al cine No beast so fierce, bajo el título de Straight Time.
La película no cosecha buenas críticas ni resulta un éxito comercial, pero Bunker había participado en la confección del guión y, además, había tenido un pequeño papel en ella.
¿Qué más podía desear un hombre que se había pasado casi media vida prisionero?
En la película de Hoffman y Ulu Grosbard, Max Dembo, acaba de entrar en la treintena y de pasar seis años en la prisión por un asalto a mano armada.
Su estricto y desconfiado (fiero) supervisor de su libertad condicional, Earl Frank, le advierte que no le perdonará ninguna: el momento de portarse bien (‘straight time’) ha llegado y Dembo tiene que demostrar su interés por la vida normal y anodina fuera de la jaula.
Max lo intenta.
(En la vida real, Bunker pasó por una escuela militar y hasta por un sanatorio psiquiátrico: lo intentó todo, realmente.)
Max alquila un cuartucho de mala muerte, se presenta en la oficina de empleo de Los Ángeles.
Jenny Mercer, la guapa empleada que lo atiende, le consigue un puesto como simple títere obrero en una fábrica.
Max se fija en ella y la ‘amenaza’ con una invitación para cenar juntos. Esa misma noche se encuentra con su viejo camarada Willy Darin y le cuenta que una chica ha mostrado interés por él.
Willy lo acompaña a su cuartucho recién alquilado y propone inyectarse un poco de heroína para celebrar el reencuentro.
Max le dice que está limpio, que quiere permanecer así y que acaba de conseguir empleo.
Al día siguiente, al terminar su primer día de trabajo, llama a Jenny y, cumpliendo su ‘amenaza’, la invita a cenar. Su ángel de la guarda acepta y Max empieza a confiar en la vida.
Al final de la segunda jornada pasa por su cuarto para cambiarse de ropa y encontrarse con Jenny, y encuentra que su supervisor Earl Frank lo está esperando.
Max no tiene nada que temer. No ha hecho nada malo.
No obstante, Frank encuentra restos de los utensilios usados por Willy y acusa a Max de haberse inyectado también.
Max se defiende. No entiende que Frank no le pueda creer ni una sola palabra.
Termina esposado y otra vez en la cárcel.
El análisis de sangre resulta negativo como era de esperar, pero Max se ha pasado una semana injustamente en chirona.
Es la primera vez que le sucede de forma injusta.
Y no solo acababa de conseguir vivienda y trabajo, también de empezar a enamorarse.
El supervisor Frank lo acompaña a su salida de la cárcel, se disculpa y se ofrece a llevarlo a casa, a su cuartucho que no va a poder pagar porque, de paso, ha perdido el trabajo.
Ya en el automóvil, las disculpas del supervisor se convierten en una exigencia: quiere saber el nombre del drogadicto con el que Max ha estado.
Es la gota que colma el contenido del vaso y hace explotar a Dembo.
Max abofetea a su supervisor, le clava su codo en la cara y en el pecho, lo saca del automóvil y lo esposa a una valla de la berma central de la autopista.
Antes de abandonarlo, le baja los pantalones y los calzoncillos y huye en el auto de su supervisor.
Bienvenido al gran Círculo Vicioso.
A Straight Time, un film con estrellas de la época (Dustin Hoffman, Theresa Russell, Harry Dean Stanton, Kathy Bates), le puede más su sutileza pesimista.
En una escena de la película (Max ha roto una pared de ladrillos para poder hacerse con una escopeta y está cubierto de polvo y suciedad), Jenny le pregunta:
-¿Por qué estás tan sucio?
-Tuve que romper una pared.
-¿Por qué?
-Estaba en mi camino.
Eso era en la película.
En la vida real, Bunker ya es un hombre finalmente libre y ha dejado de ver muros y diques por todas partes.
Se ha casado con una joven abogada de nombre casi Jenny (Jennifer), ha encontrado dos oficios que le gustan y ya no se quiere rendir.
En 1992, dos años antes de que nazca su primer hijo, un desconocido le propone un pequeño papel en una película independiente, de 30.000 dólares de presupuesto.
El desconocido, un tal Quentin Tarantino, termina convirtiéndose en un autor de culto con su debut cinematográfico, especialmente por su particular tratamiento de la brutalidad y la violencia en sus escenas.
(En el camino, Reservoir Dogs se convierte en un proyecto interesante y Tarantino consigue reunir 1,2 millones de dólares para la filmación.)
Uno de los actores de esa película era Steve Buscemi (hacía el papel de Mr. Pink –Sr. Rosa o Rosado-, Bunker el de Sr. Azul): el Tony Blundetto, primo de Tony Soprano en Los Soprano, serie que también dirigió Buscemi.
En el 2000, Buscemi se atreve con Animal Factory, una película sobre la vida en prisión, rodada en un presidio abandonado cerca de Filadelfia y con cientos de prisioneros reales.
Está basada en la –casi- homónima novela The Animal Factory de Edward Bunker, su compañero de reparto en Reservoir Dogs de Tarantino.
Buscemi le confía el guión a Bunker (y a John Stepling).
En la película actúan, entre otros, Mickie Rourke y Danny Trejo, este último, compañero de cárcel de Bunker en la vida real.
Edward Bunker ya estaba en la senda.
Y nunca más -es un decir- la dejaría.
Escribió cinco libros más.
Little Boy Blue (1981)
Dog Eat Dog (1995)
Mr. Blue: Memoirs of a Renegade (1999)
Education of a Felon (2000)
Stark (2006)
Hoy, casi 40 años después, acaba de ser traducida y publicada en castellano por Sajalín Editores su primera novela, No hay bestia tan feroz (1973).
Su rostro permitía varias lecturas.
La del obrero que no consigue salir de los círculos laborales y sociales más bajos –y humillantes- por más que lo intenta.
La del duro maleante curtido en prisión, capaz no solo de sobrevivir y sobreponerse a pesar de su juventud y su desventaja física, sino de conseguir prosperar dentro de ella.
La mirada del jovencito que quisiera hacerle entender al mundo de allá fuera que la cárcel es un cruel círculo vicioso, del cual es casi imposible escapar.
La del actor formado en una escuela real.
Hasta la del genial escritor que no ignora que ninguna obra literaria por brillante que sea, puede conseguir que la muerte se apiade de él.
En el 2005, víctima de diabetes, se entregó a las manos de un cirujano para mejorar la circulación sanguínea de sus piernas.
Si no se olvida que la vida, bien vista, equivale a una Gran Libertad Condicional temporal (y que muchos no sabemos aprovechar), Bunker no murió en realidad.
Regresó simplemente, acaso demasiado temprano, a la Cárcel Eterna de todos.
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HjorgeV 25-12-2009
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Fuentes:
http://es.wikipedia.org/wiki/Edward_Bunker
http://de.wikipedia.org/wiki/Stunde_der_Bew%C3%A4hrung
http://es.wikipedia.org/wiki/Animal_Factory
http://es.wikipedia.org/wiki/Reservoir_Dogs
http://www.labutaca.net/films/1/animalfa.htm
http://thekankel.blogspot.com/2009/11/no-hay-bestia-tan-feroz-de-edward.html