ESCARMIENTO Y MUERTE POR UNAS CERVEZAS

Cuatro vigilantes franceses y una noticia sobre la política exterior de EEUU me permiten comprobar que nos estamos acercando (retrocediendo) rápidamente a la barbarie.

Lo bueno es que el año se acaba y solo le queda este día para empeorar.

Los vigilantes en cuestión -según la nota periodística– no solo tardaron 50 minutos en llegar al supermercado donde se había producido un Gran Robo (de cervezas), se demostraron además incapaces de controlar al (supuesto) ladrón.

Quien lo había mantenido bajo control durante esos 50 minutos había hecho bien su tarea: el hombre no se había escapado ni había sucedido nada más.

¿Para qué entonces era necesaria la presencia de los vigilantes?

Pero entonces llegaron ellos y el asunto terminó en la muerte del supuesto ladrón: un vagabundo conocido del lugar.

¿Cuántas cervezas se quería robar?

¿Un sixto (un paquete de seis)?

La muerte por un sixto.

Obviamente, una o más personas tomaron varias decisiones de carácter mortal.

Desde decidir a llamar a los vigilantes, hasta no denunciar al ladrón a la policía, pasando por desatender su trabajo habitual en el supermercado en todo ese lapso.

Obviamente, de lo que se trataba era de darle un escarmiento al hombre.

Escarmiento. Palabra clave.

escarmentar.

(De escarmiento).

1. tr. Corregir con rigor, de obra o de palabra, a quien ha errado, para que se enmiende.

De escarmiento también trata la otra noticia que viene de EEUU.

Obama ha anunciado un bombardeo a las supuestas bases de Al-Qaeda en Yemén como represalia por el frustrado ataque de un nigeriano a un avión en Detroit.

Escarmiento.

Palabra clave.

EEUU quiere hacer escarmentar a Al-Qaeda.

Al-Qaeda a EEUU.

La era en que toda persona era inocente hasta que se demostraba su culpabilidad ha sido superada.

«Toda persona puede morir hasta que no sea inocente» parece ser la nueva regla.

O algo así.

Quién lo sabe.

Qué más da y qué diablos importa en este segundo milenio de nuestra era.

Mientras tanto, del escarmiento se ocupa el personal de seguridad de los aeropuertos, descargando la frustración y la impotencia del Gran Imperio en ciudadanos comunes y corrientes.

Mientras tanto, personal de un supermercado francés suspende su trabajo por un par de cervezas robadas para dedicarse a provocar un homicidio.

EEUU sabía de la peligrosidad del nigeriano.

Su mismo padre lo había advertido.

Ahogado en un inmenso mar de informaciones, EEUU ya no es capaz siquiera de controlar su propia creación: el control exagerado e inútil.

Control de controles, datos, control de datos, control de los controles de datos de datos.

En fin.

(Para el aplicar el escarmiento, por lo visto, existen suficientes voluntarios.)

Que el 2010 nos pesque confesados.

Personalmente, estaré en desventaja porque, gracias a dios, no soy creyente.

Pero, igual, ¡salud!

(A ver si escarmentamos.)

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HjorgeV 31-12-2009

LA NOVELA LLEVADA AL CINE

Una buena novela negra es como una gran enciclopedia en muchos sentidos.

Al leer una buena historia trepidante, el lector con una mirada simple y plana se queda con la violencia, la acción y la adrenalina.

Pero hay más en una buena novela negra.

Un buen escritor del género nos destapa las profundidades del mal desde lo que él debería dominar: los lados oscuros de la naturaleza humana.

Desde allí donde apenas llega la luz y el cieno reina.

Es bueno no olvidar que el crimen es como un gran baile.

Están los buenos y los malos, los indiferentes, los malos buenos, los buenos malos (los buenos buenos no existen), los malos malos, los acomodaticios, los irresponsables.

Todos bailan, pero algunos hacen como si la fiesta fuera en la casa del vecino y su pareja estuviera bailando sola.

Hay quien opina que toda versión cinematográfica de una buena novela está condenada al fracaso.

Sí y no, me atrevería a decir.

Sí, porque aparecen dos paradojas:

1. Mientras más intente parecerse al original, más se notará que no podrá igualarse nunca a él.

2. Mientras menos intente parecerse al original, más decepcionará a los fanáticos del original.

Personalmente me inclino por adaptar una novela lo más fielmente posible al original.

Algo que muy pocos directores deben aceptar, puesto que el cinematográfico es un lenguaje diferente, una herramienta distinta que tiene su propia dinámica y sus propias velocidades y tesituras.

Sucede hasta dentro de los límites de la misma escritura cuando se trata de trasvasarla a otro idioma.

Me sucedió una vez que me propuse escribir una novela y decidí hacerlo por las mañanas, para por la tarde hacer la correspondiente traducción al alemán.

No la pude terminar en el idioma de mis hijos.

Y la versión original en castellano no como me lo había propuesto.

Aparte de quedarme a punto de ser internado en un establecimiento psiquiátrico (tal vez mi estado natural), me salieron dos novelas diferentes.

Los moldes lingüísticos del alemán me forzaban -literalmente- a alterar la historia de acuerdo a sus particulares leyes, ritmos y necesidades.

Me sucedió así porque se trataba de una historia abierta que creaba día y día, y con la cual no corría ningún riesgo de lastimar algún derecho de autor, claro.

Dos herramientas diferentes conducen a dos soluciones diferentes.

Una novela y su versión cinematográfica es como un partido de fútbol y uno de futbolín (el de mano).

O como un polvo y un homenaje a Onán.

Como una declaración de amor en vivo y en directo y una hecha por carta.

Con suerte (es un decir), te puedes ahorrar las palabras en el primer caso. En el segundo, las palabras son la declaración de amor.

A lenguajes artísticos diferentes, soluciones artísticas diferentes.

Quien busque ser satisfecho con goles de madera (los del futbolín) igual que con los del césped de un estadio, tal vez solo conoce el cariño de su mano.

Es un decir.

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HjorgeV 29-12-2009

JAMES ELLROY: LA COLINA DE LOS SUICIDIOS

ADIÓS MIRADA, ADIÓS MACDONALD

Mi entusiasmo inicial por la novela La mirada del adiós de Ross Macdonald ha ido disolviéndose con el paso de las páginas y los días.

Sé que logré cabalgarla y domarla, que tiene su valor y calidad, a pesar de su inicio con gran metida de pata (lo referí aquí).

Sin embargo no me urge su lectura.

Está allí.

(Hoy la retomé y me encontré con que la historia se iba haciendo más enrevesada y aburrida, pero también con cierta poesía. Ejemplos:

«La marea estaba alta y la sentía rugir y retroceder como un lobo marino asustado por el sonido de su propia voz.»

«El rocío flotaba como una nube luminosa alrededor de las diseminadas luces.»

«Caminó hacia mí y se volvió, apretando su pecho forrado de piel, contra mi brazo. La atraje hacia mí. Había lágrimas en su rostro, o tal vez era rocío. De todos modos, tenían sabor a sal.»

Me despido de Ross Macdonald. Esta noche deberé acabar La mirada del adiós. No espero sorpresas de ningún tipo.)

JAMES ELLROY: LA COLINA DE LOS SUICIDIOS

Unos días atrás, buscando de prisa un libro en mi caótica biblioteca porque sabía que en el viaje que tenía que hacer a los alrededores de Colonia me iban a quedar varios huecos de tiempo, cogí al vuelo un libro.

Resultó ser uno del cual no recordaba su compra: La colina de los suicidios.

James Ellroy es genial.

Fui un fanático lector suyo durante un buen tiempo.

Y esta novela, cuya existencia o compra había olvidado, habiendo conseguido despertar mi interés al comienzo, estuvo a punto de soltarme.

Lo cual habría sido una pena.

Me decepcionaron sus iniciales escenas carcelarias.

No estaban mal escritas, eran –incluso- buenas en el sentido de que eran realistas, pero ¿cómo decirlo?

No tenían el sabor de lo verdadero, esa sensación que se tiene cuando se rompe de pronto el preservativo (peligroso y exagerado ejemplo, perdón) o se ha chupado por fin el caramelo sin la envoltura de plástico (para explicarlo infantilmente).

He terminado ahora de leer La colina de los suicidios (título que a mí me parece despreciable, por más que sea la traducción literal de Suicid Hill).

Y lo he hecho con gusto y hasta por partes con el pesar que causa la proximidad del final de una buena historia.

Ópera esperpéntica.

Baile de fantasmas en busca de la redención eterna.

Un policía noble consigo mismo, pero construido de debilidades a punto de hacerlo explotar.

Policías y seres incorregibles con sus obsesiones colgándoles delante de los ojos como un piercing diabólico a modo de zanahoria caballuna.

El final es el broche de oro pálido de un vuelo alucinado en el que la violencia es solo un pretexto para mostrar el compartimento humano -llamado M- al descubierto.

M de verdadera Miseria.

Las máscaras de los protagonistas son simples cubiertas tras las cuales se esconde su rostro más débil: el humano.

La novela es como la narración de una borrachera y un vuelo psicodélico que  otros han vivido, pero que agradecemos no haber tenido que pasar por su resaca.

El final de la lectura de La colina de los suicidios de Ellroy resarce al lector por ese empeñoso y fatuo uso de la violencia, por una trama que demora en cuajar y por un inicio pantanoso, que casi me hace renunciar a su lectura.

Cuando, empero, uno acaba por subir al Caballo Ellroy, es difícil querer apearse de él y menos perderse el paisaje a recorrer sobre su grupa.

James Ellroy es un poeta de lo oscuro.

No sé si la traducción hace honor a esa cualidad: una de las tantas que como escritor tiene.

Su oscura poesía tiene la majestuosidad y el ritmo de un monstruo drogado que sale del fondo de un pantano todo cubierto de cieno para asistir a la boda de una verdadera virgen y desea bailar con ella la marcha nupcial.

(Sin permiso del padre ni del novio, se entiende.)

Durante un buen tiempo fui aficionado a Ellroy, a su estilo, a sus manías y a su forma de envolverte sugerentemente con su poesía tétrica y oscura.

Aunque también llegó a cansarme su uso apocalíptico, quasi divino de la violencia.

Casi como un fin en sí mismo, como sucede en gran parte de los crímenes más absurdos perpetrados por nuestra especie.

Ellroy es de los pocos al que se le puede perdonar por ello.

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HjorgeV 27-12-2009

EDWARD BUNKER (y II)

Era 1975.

Tenía 42 años.

Se había pasado casi media vida en diferentes penitenciarías.

Él conocía el significado de esta última palabra.

Y debió dibujar una leve sonrisa de triste e irónico sarcasmo al salir por la puerta de hierro.

penitenciaría.

(De penitenciario).

1. f. Establecimiento penitenciario en que sufren condenas los penados, sujetos a un régimen que, haciéndoles expiar sus delitos, va orientado a su enmienda y mejora.

¿Sabía, al cruzarla, que sería su última vez?

Bunker conocía como un artesano qué era eso de entrar y salir de prisión.

Ahora tenía una novela sobre el hombro y poco más: acaso solo la constancia de sus ojos para vislumbrar el horizonte.

Gran parte de su vida se había dedicado a hacer honor a su apellido.

Bunker es tanto ‘fortín’ como ‘refugio subterráneo contra bombardeos’ en alemán; de paso, probable origen de su apellido.

Al salir de prisión, se cansa de ser martillo y decide ser pluma para que del cielo le lluevan papeles.

(También le llovieron de los otros papeles: llegó a participar en 22 películas, mayormente en pequeños roles.)

En 1977 (no ha vuelto a delinquir), tiene lista su segunda novela The Animal Factory, relato de su vida reducida a pocos pasos entre cuatro paredes.

Las críticas favorables no se hacen esperar.

Al año siguiente, Dustin Hoffman lleva al cine No beast so fierce, bajo el título de Straight Time.

La película no cosecha buenas críticas ni resulta un éxito comercial, pero Bunker había participado en la confección del guión y, además, había tenido un pequeño papel en ella.

¿Qué más podía desear un hombre que se había pasado casi media vida prisionero?

En la película de Hoffman y Ulu Grosbard, Max Dembo, acaba de entrar en la treintena y de pasar seis años en la prisión por un asalto a mano armada.

Su estricto y desconfiado (fiero) supervisor de su libertad condicional, Earl Frank, le advierte que no le perdonará ninguna: el momento de portarse bien (‘straight time’) ha llegado y Dembo tiene que demostrar su interés por la vida normal y anodina fuera de la jaula.

Max lo intenta.

(En la vida real, Bunker pasó por una escuela militar y hasta por un sanatorio psiquiátrico: lo intentó todo, realmente.)

Max alquila un cuartucho de mala muerte, se presenta en la oficina de empleo de Los Ángeles.

Jenny Mercer, la guapa empleada que lo atiende, le consigue un puesto como simple títere obrero en una fábrica.

Max se fija en ella y la ‘amenaza’ con una invitación para cenar juntos. Esa misma noche se encuentra con su viejo camarada Willy Darin y le cuenta que una chica ha mostrado interés por él.

Willy lo acompaña a su cuartucho recién alquilado y propone inyectarse un poco de heroína para celebrar el reencuentro.

Max le dice que está limpio, que quiere permanecer así y que acaba de conseguir empleo.

Al día siguiente, al terminar su primer día de trabajo, llama a Jenny y, cumpliendo su ‘amenaza’, la invita a cenar. Su ángel de la guarda acepta y Max empieza a confiar en la vida.

Al final de la segunda jornada pasa por su cuarto para cambiarse de ropa y encontrarse con Jenny, y encuentra que su supervisor Earl Frank lo está esperando.

Max no tiene nada que temer. No ha hecho nada malo.

No obstante, Frank encuentra restos de los utensilios usados por Willy y acusa a Max de haberse inyectado también.

Max se defiende. No entiende que Frank no le pueda creer ni una sola palabra.

Termina esposado y otra vez en la cárcel.

El análisis de sangre resulta negativo como era de esperar, pero Max se ha pasado una semana injustamente en chirona.

Es la primera vez que le sucede de forma injusta.

Y no solo acababa de conseguir vivienda y trabajo, también de empezar a enamorarse.

El supervisor Frank lo acompaña a su salida de la cárcel, se disculpa y se ofrece a llevarlo a casa, a su cuartucho que no va a poder pagar porque, de paso, ha perdido el trabajo.

Ya en el automóvil, las disculpas del supervisor se convierten en una exigencia: quiere saber el nombre del drogadicto con el que Max ha estado.

Es la gota que colma el contenido del vaso y hace explotar a Dembo.

Max abofetea a su supervisor, le clava su codo en la cara y en el pecho, lo saca del automóvil y lo esposa a una valla de la berma central de la autopista.

Antes de abandonarlo, le baja los pantalones y los calzoncillos y huye en el auto de su supervisor.

Bienvenido al gran Círculo Vicioso.

A Straight Time, un film con estrellas de la época (Dustin Hoffman, Theresa Russell, Harry Dean Stanton, Kathy Bates), le puede más su sutileza pesimista.

En una escena de la película (Max ha roto una pared de ladrillos para poder hacerse con una escopeta y está cubierto de polvo y suciedad), Jenny le pregunta:

-¿Por qué estás tan sucio?

-Tuve que romper una pared.

-¿Por qué?

-Estaba en mi camino.

Eso era en la película.

En la vida real, Bunker ya es un hombre finalmente libre y ha dejado de ver muros y diques por todas partes.

Se ha casado con una joven abogada de nombre casi Jenny (Jennifer), ha encontrado dos oficios que le gustan y ya no se quiere rendir.

En 1992, dos años antes de que nazca su primer hijo, un desconocido le propone un pequeño papel en una película independiente, de 30.000 dólares de presupuesto.

El desconocido, un tal Quentin Tarantino, termina convirtiéndose en un autor de culto con su debut cinematográfico, especialmente por su particular tratamiento de la brutalidad y la violencia en sus escenas.

(En el camino, Reservoir Dogs se convierte en un proyecto interesante y Tarantino consigue reunir 1,2 millones de dólares para la filmación.)

Uno de los actores de esa película era Steve Buscemi (hacía el papel de Mr. Pink –Sr. Rosa o Rosado-, Bunker el de Sr. Azul): el Tony Blundetto, primo de Tony Soprano en Los Soprano, serie que también dirigió Buscemi.

En el 2000, Buscemi se atreve con Animal Factory, una película sobre la vida en prisión, rodada en un presidio abandonado cerca de Filadelfia y con cientos de prisioneros reales.

Está basada en la –casi- homónima novela The Animal Factory de Edward Bunker, su compañero de reparto en Reservoir Dogs de Tarantino.

Buscemi le confía el guión a Bunker (y a John Stepling).

En la película actúan, entre otros, Mickie Rourke y Danny Trejo, este último, compañero de cárcel de Bunker en la vida real.

Edward Bunker ya estaba en la senda.

Y nunca más -es un decir- la dejaría.

Escribió cinco libros más.

Little Boy Blue (1981)

Dog Eat Dog (1995)

Mr. Blue: Memoirs of a Renegade (1999)

Education of a Felon (2000)

Stark (2006)

Hoy, casi 40 años después, acaba de ser traducida y publicada en castellano por Sajalín Editores su primera novela, No hay bestia tan feroz (1973).

Su rostro permitía varias lecturas.

La del obrero que no consigue salir de los círculos laborales y sociales más bajos –y humillantes- por más que lo intenta.

La del duro maleante curtido en prisión, capaz no solo de sobrevivir y sobreponerse a pesar de su juventud y su desventaja física, sino de conseguir prosperar dentro de ella.

La mirada del jovencito que quisiera hacerle entender al mundo de allá fuera que la cárcel es un cruel círculo vicioso, del cual es casi imposible escapar.

La del actor formado en una escuela real.

Hasta la del genial escritor que no ignora que ninguna obra literaria por brillante que sea, puede conseguir que la muerte se apiade de él.

En el 2005, víctima de diabetes, se entregó a las manos de un cirujano para mejorar la circulación sanguínea de sus piernas.

Si no se olvida que la vida, bien vista, equivale a una Gran Libertad Condicional temporal (y que muchos no sabemos aprovechar), Bunker no murió en realidad.

Regresó simplemente, acaso demasiado temprano, a la Cárcel Eterna de todos.

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HjorgeV 25-12-2009

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Fuentes:

http://es.wikipedia.org/wiki/Edward_Bunker

http://de.wikipedia.org/wiki/Stunde_der_Bew%C3%A4hrung

http://es.wikipedia.org/wiki/Animal_Factory

http://es.wikipedia.org/wiki/Reservoir_Dogs

http://www.labutaca.net/films/1/animalfa.htm

http://thekankel.blogspot.com/2009/11/no-hay-bestia-tan-feroz-de-edward.html

EDWARD BUNKER: NO HAY BESTIA TAN FEROZ (I)

Cuando murió, no podía imaginarse que empezaría una nueva época para sus novelas.

Tenía 71 años y los médicos pretendían mejorar su calidad de vida, realizándole una operación para mejorar la circulación (sanguínea) de sus piernas que le costó la vida.

Lo había tratado todo.

Tanto en el crimen como con la máquina de escribir.

Sin embargo, no había pasado de un mediocre éxito como novelista de pasado exótico y vibrante, éxito que, por suerte, le había deparado un trabajo más o menos seguro en la industria cinematográfica como guionista y actor eventual, pero no mucho más.

Con todo, había logrado enderezar su vida.

Algo casi impensable, para alguien que había sido introducido desde los 5 años de edad a la maquinaria estatal de reformatorios juveniles y prisiones, que, pretendiendo recobrar para la sociedad a los infractores, termina profesionalizándolo en el delito.

A esa corta edad de 5 años, antes de poder ser siquiera consciente de lo que estaba sucediendo en su vida, sus padres habían logrado poner fin a sus disputas alcohólicas divorciándose y Edward había ido a parar a una familia de acogida, de donde se escapó apenas pudo.

La lucha entre David (Bunker) y Goliat (el Estado que todo lo quiere corregir, menos a sí mismo) la ganó este último, consiguiendo internarlo una y otra vez en instituciones cada vez más draconianas.

Hasta que a los 14, acogido por una tía, se le presentó la primera verdadera oportunidad de escapar del asedio estatal y del círculo vicioso delictivo que el panameño Blades intento condensar así:

«Si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos»

Las malas costumbres aprendidas con apoyo (económico) del Estado, su falta de madurez y la mala vida aprendida, lo llevaron a cometer una serie de faltas menores, hasta que fue pescado violando las reglas de su libertad condicional.

En vez de ser enviado a un correccional de menores (decisión salomónica), fue enviado a prisión.

Bunker, rebelde y desafiante, no se dejó amedrentar y aprendió la dura vida de la prisión a tan temprana edad: la ley de la selva (de cemento), el dog-eat-dog de los duros e incorregibles.

A los 17 -corría el año de 1951- había escalado hasta uno de los puntos más altos de su carrera criminal, generosamente patrocinada por diferentes instituciones estatales: se había convertido en el preso más joven en toda la historia de la prisión de San Quintín.

Aunque todavía le quedaba un cuarto de siglo de vida como delincuente (o presidiario), fue en ese establecimiento penal que aprendió el oficio por el que ahora se le admira.

Lo aprendió de un condenado a muerte, Caryl Chessman, el emblema de la lucha contra la pena de muerte.

Quien, además de proclamarse inocente, estudió Derecho y Latín en San Quintín para poder convertirse en su propio abogado, y consiguió posponer ocho veces su ejecución.

Chessman escribió cuatro libros en prisión y Bunker debió quedarse profundamente impresionado con la visión de ese condenado a muerte golpeando las teclas de su máquina de escribir en su (vano, siempre lo es) intento por salvar –literalmente- su vida.

Chessman, tuvo, además, un gesto que decidió el futuro lejano de Bunker: le pasó un número de la revista Argosy, que incluía el primer capítulo de su libro Cell 2455 Death Row (Celda 2455 Pasadizo de la Muerte).

Pasarían muchos años todavía hasta que Bunker saliera libre en 1975 y se decidiera a iniciar una segunda vida, pero la semilla ya había sido arrojada.

La segunda persona que decidió su nueva vida fue Louise Fazenda (Indiana, 1895-California, 1962), una antigua actriz del cine mudo.

A ella le dedicó su primera novela No beast so fierce de 1973, cuando aún le quedaban dos años de condena por cumplir en la cárcel.

Esta es la dedicatoria:

Para Louise Fazenda Wallis, / que le regaló a un preso de dieciocho / años una máquina de escribir y le / ofreció su amistad.

Si Bunker (California, 1933-2005) tenía 18 años al escribir esas líneas, debía ser más o menos el año 1951.

Louise Fazenda, esposa del productor cinematográfico Hall B. Wallis, debía tener entonces unos 56 años.

La relación no podía ser –es solo una suposición- de carácter romántico.

Fazenda, por las razones que fueran, le regaló una máquina de escribir.

Con ella, Bunker se embarcó en el intento de salvar su propia vida golpeando las teclas frenéticamente como había visto hacer al finado Chessman.

El resultado: un manuscrito que tuvo que ser sacado clandestinamente de la prisión por Louise.

¿La opinión de los amigos a los que les mostró el manucristo, que probablemente sirvió de base para No beast so fierce, la primera novela de Burkman?

Interesante.

Pero impublicable.

Al salir de prisión en 1956, Bunker tiene 22 años y toda una vida por delante.

Sin embargo, casi como por automatismo, se balancea entre una vida común y corriente, y una criminal.

Al morir su mentora, Louise Fazenda, en 1962, y acaso la única persona que confiaba en él, Bunker abandona todo intento de corregirse y se entrega de lleno a la vida criminal.

Las acusaciones:

Robo, extorsión, posesión y tráfico de drogas, atraco a mano armada, falsificación, fugas de prisión.

A comienzos de los 70, Bunker se encuentra dirigiendo un floreciente negocio ilegal, la policía le coloca un dispositivo rastreable en su automóvil y se prepara para pescarlo con las manos en la masa.

La idea era detenerlo por narcotráfico.

Bunker los sorprende.

Se dirige a un banco.

Con el fin de asaltarlo.

A punto de caerle 20 años de prisión, la influencia de sus amigos consigue reducir su condena a 5 años.

En chirona continúa escribiendo.

Al cumplir 40 años, en 1973, tiene lista su primera novela No beast no fierce. Un tal Dustin Hoffman la lee y compra enseguida los derechos cinematográficos.

El título es una cita de un fragmento de Ricardo III (Acto 1, Escena 2) de Shakespeare:

GLOUCESTER

Lady, you know no rules of charity,
Which renders good for bad, blessings for curses.

LADY ANNE

Villain, thou know’st no law of God nor man:
No beast so fierce but knows some touch of pity.

GLOUCESTER

But I know none, and therefore am no beast.

Al quedar definitivamente libre en 1975, Bunker debió darse cuenta de que se había pasado casi media vida en una prisión.

No hay bestia tan fiera que no conozca un poco de piedad.

Y se decide a probar suerte como escritor.

¿Qué podía perder?

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Continúa…

HjorgeV 23.12.2009

LA GUERRA DEL CLIMA: EMITA CADA UNO LO QUE QUIERA

La nieve se empieza a derretir y con el deshielo vuelve la normalidad a las pistas.

¿Qué es la normalidad aquí en Alemania?

Dos millones trescientos mil accidentes de tráfico en el  2008, con el resultado de 4.500 muertos para un parque automotor de 50 millones de vehículos.

En los días pasados las temperaturas alcanzaron los veinte grados bajo cero y se registraron, solo en el fin de semana pasado, 1.000 accidentes automovilísticos en esta región de Alemania.

Pero, en estos mismo días pasados, algo parecido sucedía en Canadá, fuertes tormentas blancas azotaban Estados Unidos y hasta grandes regiones de España quedaron cubiertas de nieve.

Curiosamente, todo ello en el marco de la conferencia mundial sobre el cambio climático y el calentamiento global realizada en Copenhague.

Paradojas de la naturaleza.

Por otra parte, la conferencia ha sido un fracaso, una debacle en toda regla.

En esto hay consenso más o menos general.

Creo que quien mejor lo ha expresado es Antonio Ruiz de Elvira en El Mundo.

Me permito citarlo:

Obama dice que el acuerdo alcanzado es «histórico». Sí, pero por la total destrucción del trabajo de dos décadas.

Me ha gustado la comparación que hace Ruiz de Elvira al respecto:

Copenhague recuerda las conferencias previas a la Segunda Guerra Mundial. En ellas se expresaban deseos de que Hitler no siguiese ocupando países a su santa voluntad. Deseos. Hitler decía siempre que no, que por supuesto no ocuparía el siguiente territorio. Horas despues de volver a Berlin, Hitler daba la orden correspondiente de ocupación, al haber constatado la debilidad de sus oponentes.

Efectivamente, la conferencia de la ONU ha servido sobre todo para hacer una gran Declaración de Intenciones.

Nada más que eso.

(¿Qué sucedería si los ladrones y demás criminales solo se vieran obligados a algo así al pedírseles que rindan cuentas a la sociedad? ¿Qué sucedería en las escuelas, colegios y universidades si lo mismo se aplicara a los exámenes y pruebas? ¿O a la hora de pagar un consumo o una compra?)

De paso, esta cumbre será recordada por haber dejado –literalmente- en la calle a miles de activistas y voluntarios de las organizaciones no gubernamentales.

Es la gran paradoja de este II Milenio: la humanidad se esforzó siglos para crear vías democráticas de expresión, para que al final solo valgan y se impongan los intereses de los más poderosos, como en la vieja Ley de la Selva.

Es una estafa, en realidad: reclamar a los demás democracia, pero actuar de puertas adentro dictatorialmente.

EN LA ERA DE LA INFORMÁTICA, LA DESINFORMACIÓN ES REINA

Interesantísima me pareció, por eso, la peculiar batalla de desinformación de El País.

¿Qué intereses defiende ahora este otrora ejemplo de -buen- periodismo europeo?

Me explico.

A la misma hora (10:15 de la mañana del sábado pasado), estos eran los titulares de algunos diarios europeos:

“El bloque bolivariano sabotea el acuerdo de Obama sobre el clima” (EL MUNDO)

“Conferencia sobre el clima a punto de fracasar” (DER SPIEGEL)

“Las potencias resuelven la cumbre con un pacto climático insuficiente” (EL PAÍS)

Es decir, mientras los dos primeros reflejaban a su manera la realidad, para El País la cumbre había sido “resuelta” (insuficientemente) por las potencias.

¿Por qué esta desinformación para algo tan obvio, además?

Sigamos.

A las 20:00 (hora alemana) del mismo sábado, estos eran los titulares de los dos primeros medios:

“La ONU admite que el pacto del clima es una declaración de intenciones” (EL MUNDO)

“Expertos despotrican contra la farsa de la cumbre climática”, “Fiasco de Copenhague horroriza a ambientalistas”, “A todo gas hacia el efecto invernadero” (DER SPIEGEL)

¿Y cuáles eran los titulares de El País a esa misma hora?

“Aprobado el acuerdo a pesar de la oposición de cinco países”, “El pacto final incluye la financiación inmediata para los países pobres a pesar de la negativa de Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua y Sudán” (EL PAÍS)

O sea, el pacto era un éxito, los aguafiestas eran solo cinco países. Estos últimos, incluso, bloqueaban la ayuda económica «inmediata» para los países pobres.

¿A quién querían meterle el dedo –si me perdonan la expresión- los responsables de El País?

Es triste, por decir lo menos.

Porque, además, la cacareada “ayuda” a los países pobres más afectados por el calentamiento global como Bangladesh, por ejemplo, no es tal, es una simple promesa.

Lo acabo de escuchar por la radio, mientras volvía de mi entrenamiento nocturno de los lunes.

Los países ricos no han cumplido su promesa de ayuda que hicieron a Bangladesh en el 2002 y ratificaron el 2003.

(Según el Tyndall Center de Inglaterra, el Perú es el tercer país más vulnerable detrás de Honduras y Bangladesh por efectos del cambio climático.)

Como a veces llueve sobre mojado, de paso, me entero de que no era una casualidad que mis comentarios no fueran aceptados desde hace meses por ese mismo diario español.

Ya decía yo.

Existe toda una ola de quejas, de lectores que se consideran censurados por sus críticas a El País.

¿Cómo dicen que decía Don Quijote y no es cierto?

“Ladran, amigo Sancho, señal que avanzamos.»

Por lo menos, ahora está claro: que cada uno emita a su gusto.

La sartén está bien sujeta por el mango.

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HjorgeV 21.12.2009

APUNTES SOBRE LA DÉCADA QUE TERMINA

I DÉCADA DEL II MILENIO: TERROR, TECNOLOGÍA, CAFÉ

Se termina el año, y, con él, la primera década del segundo milenio de nuestra era.

Nunca como antes ha podido resumir una década las verdaderas facetas de la condición humana.

A mi modo de ver las cosas, se han iniciado grandes eras. A continuación, un par de bosquejos al respecto.

LA ERA DEL TERROR INVENTADO

¿Cuál ha sido el peor ataque terrorista de la década?

¿El de Al-Qaeda al derribar las Torres Gemelas o los de Bush al invadir Afganistán e Irak?

La llamada Guerra Fría ha sido reemplazada por la Guerra Antiterrorista. En caso extremo el peligro terrorista se inventa (ver el caso de Inglaterra) o se genera in situ.

Cualquier conflicto se puede decidir desde el inicio, denominando terrorista al enemigo.

Incluso, se pueden inventar conflictos, valiéndose de la misma figura.

LA TECNOLOGÍA COMO SIGNO EXTERIOR DE RIQUEZA

Nos hemos convertido en esnobs tecnológicos.

Si no tenemos el celular de la última generación, nos sentimos desnudos. Si no almacenamos miles de canciones y fotografías en un adminículo minúsculo, no somos nadie. No importa si no llegamos a escuchar ni ver todas.

Lo que vale es la capacidad para almacenar.

¿Qué demuestra esto?

  1. Nuestra capacidad para crear luces de bengala y fuegos artificiales y llamar a todo eso Adelanto.
  2. Nuestra incapacidad para concentrarnos en nuestras más urgentes necesidades y en nuestros más agudos problemas como especie sobre el planeta.
  3. Preferimos las luces, el color, el deslumbramiento a la realidad acuciante.
  4. Nos fascina almacenar, coleccionar, juntar cosas, independientemente del uso que le podamos dar y de la utilidad que puedan tener.

EL RENACIMIENTO DE LOS CAFÉS

Resulta paradójico que en el milenio de la Red y de las plataformas o redes sociales digitales (Facebook, Hi5, MySpace; aquí en Alemania: studiVZ y schülerVZ), se haya (re)descubierto el placer de sentirse arropado en un hogar público, con una taza caliente en la mano y el calor humano de conocidos compartiendo la mesa o simplemente de desconocidos alrededor.

No son otra cosa las cafeterías o, simplemente, cafés, de hoy en día (coffee shop, coffeehouse en inglés; Café en Alemania).

(Otra característica de esta época: el lenguaje decide si algo es cul, o no. No basta serlo, tiene que ser expresado.)

Por otra parte, la moda redescubierta del café ha salvado de un gran colapso económico a los países tradicionalmente dependientes de este cultivo.

Varios países asiáticos, como Vietnam (hoy ya segundo productor mundial después de Brasil y por delante de Colombia, Indonesia cuarto), nuevos productores de la droga negra, amenazaban con llevar a la ruina a los cafetaleros de Colombia y Centroamérica, por ejemplo.

¿Cuánto durará el auge de la excusa del café como una forma de pasar el tiempo, hacer una pausa e ingerir una buena dosis de una de las drogas más consumidas y extendidas del planeta?

LA ERA DEL SOBRECONSUMO

Pero la moda del café es solo un ejemplo de cómo un simple producto comercial puede encandilar a grandes masas.

No somos solidarios de igual manera, por ejemplo.

Incapaces de satisfacer nuestras necesidades básicas como especie del planeta Tierra, hemos llenado el mundo de objetos de consumo, artilugios llamativos y la basura concomitante.

Si no volamos o no nos desplazamos grandes distancias para hacer nuestras vacaciones, no son vacaciones.

Si el automóvil que conducimos no es último modelo, vivimos como unos desgraciados añorando cambiarlo pronto.

Si la familia solo posee uno, puede ser motivo de infelicidad grupal.

Si nuestro televisor no es de pantalla plana y de por lo menos un metro de diagonal, nos sentimos en la era de las cavernas.

(Aquí en casa, el nuestro televisor ya lleva estropeado una semana y estamos tratando de ver con mi esposa cuánto puede soportar nuestra familia de seis miembros sin uno nuevo.)

Lo mismo vale para nuestra vestimenta y nuestro calzado.

No importa la calidad. La comodidad es más o menos secundaria.

La moda no solo no incomoda, es una dictadura implacable.

EL DESCONTROL Y EL DESCARO DE LOS POLÍTICOS

Todos se quejan de Chávez, pero, muchos lo hacen solo para ocultar algo peor: es el siglo del descontrol y el descaro de los políticos.

Ejemplos recientes sobran:

Berlusconi, Bush, el caso Gürtel (significa ‘correa’ en alemán) en España (¿en qué quedó?), el bien pensado golpe de estado en Honduras, la evasión de impuestos de Blair, los casos de Argentina y mi país, Perú, las mentiras de los políticos alemanes respecto a la matanza de civiles por parte de militares de Alemania en Afganistán.

Nunca como antes, la llamada democracia –sistema por el que lucharon y murieron millones de personas en el mundo- no es más que una farsa.

Nunca como antes, los políticos conforman una clase social empeñada más en perpetuarse más o menos a cualquier precio, que en cumplir su función para la que fue creada.

PIRATERÍA Y RAPIÑA MASIVAS

El Renacimiento de la Piratería no ha hecho sino empezar.

Habrá cada vez más piratas marítimos, más piratería en la Red y en todas las actividades humanas.

Los crímenes informáticos en el sector financiero se incrementarán.

El pirateo no será exclusivo de personas ‘privadas’, gigantes como Google (ver aquí el reciente caso de escaneo de miles de libros sin permiso) se verán involucrados en casos de piratería.

Las grandes compañías transnacionales se verán ‘forzadas’ (para sobrevivir frente a la competencia) a hacer contratos leoninos con los gobiernos de países débiles (y estos a aceptarlos), según los cuales los últimos renunciarán a todo tipo de derechos elementales con tal de garantizar cierto empleo.

Eso tendrá un nombre: piratería de las fuerzas laborales y recursos naturales de un país.

GRANDES OLEADAS DE DESEMPLEO MASIVO

Las grandes oleadas de despidos y desempleo masivo acaban de empezar, no solo en Alemania y España.

Si antes había que ser muy valiente como administrador o gerente para dejar en la calle a miles de familias enteras que habían hecho posible la riqueza de la empresa, ahora es algo tan común que ya ni siquiera llama la atención.

Despedir masivamente se volverá una moda (si ya no lo es), a aplicarse incluso allí donde no sea necesario.

Por otro lado, las empresas habrán ganado temporalmente en calidad competitiva con su ahorro en gastos de personal, pero las leyes de la oferta y la demanda seguirán su curso, obligando a una continua y más feroz guerra de precios.

Las consecuencias se notarán en mayores despidos y la disminución de la calidad de los bienes de consumo.

Los más curtidos y poderosos formarán (segurirán formando) sus monopolios secretos e ilegales y controlarán el mercado clandestinamente.

De ser necesario, comprarán las convenientes leyes o normas para preservar su predominio.

LA ERA DE LA NEO-ESCLAVITUD

La esclavitud (sexual y laboral, en general) ya ha dejado de ser una rareza de ciertos países exóticos de la ‘periferia’ mundial.

La esclavitud inundará tanto el ámbito europeo. así como seguirá desarrollándose con mayor fuerza en EEUU: no solo en la prostitución, en la construcción y en la gastronomía.

¿Para qué buscar esclavos en parajes lejanos si los inmigrantes pobres y necesitados están a la mano?

Por supuesto, los culpables seguirán siendo los inmigrantes, nunca los esclavistas compatriotas.

Ya existen europeos con muchos menos derechos laborales que los que existían décadas atrás. Cuando la gente se haya acostumbrado, se resignará a ganar como en el llamado Tercer Mundo con tal de sobrevivir.

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Continuará…

HjorgeV 18.12.2009

JORGE VOLPI & ROSS MACDONALD

¿QUÉ HACEN VOLPI Y MACDONALD JUNTOS?

Intentando recuperarme del Vacío Larsson (aquella depresión que genera la adictiva lectura de la Trilogía Millennium al terminarse), empecé a rebuscar en mis caóticos estantes, esperando encontrar algún tipo de consuelo de papel.

Pasé mis dedos por dos libros de Bolaño que ya había empezado (Putas asesinas, El gaucho insufrible).

No sentí ninguna atracción.

(Diré, en su defensa -póstuma-, que aún no he leído Los detectives salvajes ni 2666.)

Pasé mis dedos por El mal de Montano, Premio Herralde de Novela del 2002, de Vila-Matas:

Hielo.

(El escritor catalán puede ser divertidísimo y alguna vez se especializó en escribir fajas editoriales, pero leer su novela me pareció como pasar unas largas vacaciones con un tipo que solo es brillante cuando está pasado de tragos. Terminé dejándolos solos en el bar a los tres: novela, autor y beodo.)

(Constato, de paso y curiosamente, que El mal de Montano aún no ha sido traducida al alemán. ¿Por qué será?)

Tomé la excelente La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza, que había empezado a leer por segunda vez con renovado entusiasmo antes de que llegaran a mis manos las dos últimas partes de Millennium de Stieg Larsson.

Esta vez me pareció chocolate frío (la bebida tradicional de mi país para estas fechas y que sirve, entre otras cosas, para quemarse los labios) en plena noche navideña.

Entonces recordé que había vuelto a empezar En busca de Klingsor del mexicano Jorge Volpi.

(El mismo que afirma que América Latina no existe. Un lector argentino comentó: «Me resulta peculiar que el Sr. Volpi base su discurso en una entidad que según él no tiene existencia.»)

Tenía su gracia, aunque no era para devorársela de un tirón.

Entonces vino Larsson y arrasó con todo.

Entre ayer y hoy he intentado retomar la novela de Volpi; me he esforzado, pero he claudicado en mi intento sin ningún remordimiento.

 

ROSS MACDONALD: LA MIRADA DEL ADIÓS

Volví a mi dispersa biblioteca.

El termómetro marcaba 6 grados bajo cero, temperatura ideal para leer. (Siempre y cuando funcione la calefacción, se entiende.)

Tomé la autobiografía de Groucho Marx (releída por lo menos cinco veces, más que genial).

Tomé ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, de Raymond Carver, y una novelita con aspecto de novela negra para camioneros.

Esta última de un tal Macdonald, con hombre muerto (desangrándose y con una pistola en la mano para más detalle) incluido en la carátula (disparate) de la Editorial Bruguera.

Entre los tres libros, me decidí por la novela de Ross Macdonald (California, 1915-1983), La mirada del adiós.

Recordé que había tratado de leerla varias veces.

Y había sido así porque el prólogo me había fascinado una y otra vez, pero no había conseguido pasar de las primeras páginas.

¿Por qué?

Nadie menos que Chandler había alabado el trabajo de Ross Macdonald.

Juan Carlos Martini, el entusiasta prologuista (cuál no lo es), recordaba que el mismo Raymond Chandler había utilizado el método del palo y la zanahoria (látigo y pan dulce, en alemán) con Macdonald:

“…he aquí a un hombre que ambiciona para la novela de misterio un público con su primitiva violencia y que ambiciona, al mismo tiempo, que quede claro que él, como individuo, es un ser de enorme cultura y sofisticación”.

Lo apunto, porque de no haber sabido que eso lo había dicho Chandler de otro escritor –Macdonald en este caso-, habría pensado, inmediatamente y sin ningún tipo de duda además, que alguien se estaba refiriendo al gran Raymond, uno de mis autores favoritos.

(Muchas veces la vida es así, un gran juego de espejos. Con proyecciones -que hacemos sobre los demás por el miedo a herirno- bajo las que nos escondemos para poder decir lo que pensamos sobre nosotros mismos.)

Y el librito (dos centenas y media de páginas: nada, comparadas con las casi 2.500 de Millennium), tantas veces despreciado y dejado de lado como a un@ admirador@ fe@, ha conseguido pescarme por el cuello esta vez.

¿Por qué me ha costado casi 25 años encontrarle el gusto?

Creo que se debe a errores del inicio.

Me explico. Veamos el comienzo.

El protagonista, el detective privado Lew Archer, se acaba de presentar en la oficina de un tal Truttwell, interesado en los servicios de Archer. Truttwell aún no ha llegado. Archer está dirigiéndose a su secretaria, a quien ve por primera vez.

La novela acaba de empezar. Estamos en la decimocuarta línea.

Entonces Macdonald se manda con este fragmento, transcribo:

-Lamento que el señor Truttwell llegue tan tarde. Es por esa hija suya… –dijo la muchacha, de una forma más bien vaga-. Debería permitir que cometiera sus propios errores. Como yo los cometí.

-¿Eh?

-En realidad soy modelo. Estoy haciendo este trabajo porque mi segundo marido me dejó plantada. ¿Es usted realmente detective?

Le dije que lo era.

¿Qué persona que uno acaba de conocer –y, además, en el ambiente formal de una oficina- le suelta a uno de golpe ese tipo de opiniones sobre su propio  jefe además de verdaderas intimidades sobre sí misma? (¿Y ese «cometiera»? ¿Por qué no, simplemente, «cometa»?)

¿Cuántos buenos libros habré desechado por un mal comienzo como este?

(Tal vez por eso hay quienes se pasan la vida entera puliendo las primeras líneas de su novela.)

Esta vez, me dije, acepta el pan duro y sigue. Tal vez se ablande y terminas acostumbrándote a él.

Así que persistí con la lectura.

Y ahora estoy gozando con La mirada del adiós, obra de un autor de quien Julian Symons (no sé quién es, pero alguien a quien le dan bastante importancia en el prólogo aludido) llegó a decir lo siguiente:

“Si todo este talento y esta energía estuvieran mejor controlados, si hubiese un poco menos de violencia y un poco más de desapego, tal vez Macdonald podría ser no solo el sucesor de la línea de Hammett y Chandler, sino incluso superior a ellos”.

Dudo de que lo último sea cierto, por lo menos en el caso del genial autor de El largo adiós (la releeré uno de estos días), pero esta novelita de Macdonald ha conseguido que pueda olvidar por lo menos momentáneamente que Stieg Larsson no volverá a escribir.

Cito dos descripciones de La mirada del adiós a modo de despedida:

Llevaba el cabello gris cortado al cepillo y tenía ojos duros y severos a ambos lados de una nariz rota y llena de cicatrices. Su boca estaba mordisqueada y marcada por una vida entera de dudas y sospechas, que seguían carcomiéndola en este momento. Se sentó frente a mí, al otro lado de la mesa.

[…]

Era un hombre de unos cuarenta años, con un hermoso cabello lacio, ojos atrevidos y una boca pervertida. Parecía la de un poeta que ha perdido su inspiración y tiene que conformarse con satisfacciones más groseras.

Me quedo con estas dos últimas líneas premonitorias que ilustran bien mi Vacío Larsson.

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HjorgeV 16.12.2009

STIEG LARSSON: MILLENNIUM III

LA REINA EN EL PALACIO DE LAS CORRIENTES DE AIRE

Con qué cantidad de sentimientos encontrados empecé a leer la tercera parte de la Trilogía Millennium (Millenniumtrilogin en el original).

Al iniciar La reina en el palacio de las corrientes de aire, tenía, por un lado, la convicción absoluta de estar siendo víctima de una manipulación psicológica larssiana que me había convertido en alguien capaz de más o menos cualquier cosa con tal de no perderme el libro final de la serie.

Por otro, la estupefacción ante un singular hecho: Larsson había cambiado claramente de registro narrativo, convirtiendo su material novelístico en una especie de historieta (cómic o tebeo; chiste se dice en mi país todavía, creo) por lo caricaturesco de sus personajes y ciertas exageraciones del guión, y, sin embargo, eso no había conseguido mellar mi interés por continuar la lectura.

Había lamido sangre, como se dice en alemán, y, claro, quería más.

No me importaba o apenas me molestaba que el autor hubiera incluido un par de escenas rayanas con el disparate (no voy a aguarle la lectura a nadie describiéndolas, no teman).

Me inquietaba, sí, conocer si Larsson no había arriesgado demasiado al llevar a su historia casi hasta los límites de la literatura infantil.

Si bien al comienzo parece divagar con su relato, la lectura de la parte final de la trilogía es posible por a) la inercia generada por la de las dos novelas anteriores, b) la curiosidad de saber qué sigue y cómo culmina todo, y c) la magia de su escritura capaz de hacerte comer una vaca entera para luego hacerte creer que sigues con hambre.

Hay incluso una parte del libro donde uno se espera lo peor: un fiasco narrativo, una estafa como concepción, que la carpa del circo de Stieg Larsson se caiga.

Pero llegado cierto punto, la novela adquiere una nueva dinámica y retorna su capacidad adictiva.

Hasta que todas las piezas empiezan a a volver a encajar y adquirir más sentido, y nuestro interés crece. Entonces descubrimos que en la estrategia y concepción larssiana, la primera historia solo ha sido un (excelente) pretexto para ocuparse de la historia de Lisbeth Salander.

El final no es un castillo de fuegos artificiales pero es un desenlace bien logrado y que resarce al lector por el temor planteado anteriormente: ¿no estará apostando demasiado alto Larsson?

Bien vista, la Trilogía Millennium es un homenaje a su protagonista principal, Lisbeth Salander, y por medio de ella, a las mujeres, en general.

Pero también es una larga historia de amor (con final abierto y felicidad pendiente) a varias bandas.

Además de una historia de amor genialmente encubierta, es un tratado de nuestra incapacidad para relacionarnos y poder entender los juegos, las trampas, las incongruencias, los avatares y las contradicciones de eso que llamamos amor.

No quiero dejar de mencionar que la traducción adolece de dos defectos, según mi limitado entender: una confusión casi esquizofrénica con el uso de los tiempos verbales y un abuso de expresiones ¿madrileñas?, esto último algo que ya había señalado Mario Vargas.

Nuestra lengua es rica en pretéritos (si no he entendido mal, cinco de indicativo y dos de subjuntivo), es decir, en tiempos verbales para referir y tratar los hechos del pasado. Dominarlos todos no es común.

Además, me puedo imaginar que en el idioma sueco, al igual que en el alemán, los tiempos verbales no son los mismos ni se usan como en castellano, algo que puede dificultar tremendamente cualquier traducción.

Por otra parte, el exceso de expresiones regionales o nacionales -por más que la trilogía haya sido pensada solo para España- entorpece la lectura, porque daña la credibilidad de los personajes, credibilidad que tanto trabajo le debió haber costado a Larsson.

Opino que un traductor debe ser consciente de sus propias muletillas (voces o frases que se repiten mucho por hábito) y tratar de evitarlas, más aún, si son regionalismos.

«Que no veas», es una de esas expresiones. ¿Que no vea qué?, me pregunté la primera vez que la leí. (Encima, se trata de una elipsis de «que mejor no veas».)

(Particularmente, detesto cuando, por ejemplo, en las películas dobladas un Eddie Murphy o un Robert de Niro aparecen despotricando y maldiciendo como un madrileño de Madriz, o -ya que estamos en esas- como un típico porteño. ¿Entendés, pibe?)

Pero estos son detalles que apenas consiguen mancillar el conjunto: un portento de concepción intelectual en lo que concierne a la trama y una adictiva lectura en lo referente a la narración en sí.

Me ha sucedido algo singular al terminar la Trilogía Millennium.

Seguramente influenciado por la resaca producto de una celebración del día anterior con mucha cerveza alemana (o acaso debido a mi incapacidad para sustraerme del aire melancólico de la búsqueda existencial de Lisbeth Salander), el vacío que sentí tras terminar la lectura fue tan nítido que prorrumpí inesperada y sorpresivamente en llanto.

Para alguien como este bitacorero que siempre ha esquivado las historias de amor como la peste, esas lágrimas violentas eran más que un homenaje al genio de Stieg Larsson.

Puede ser que en diez años el autor sueco haya pasado a la historia como se preguntaba un lector en un comentario desde Lima hace unos días (es médico y como tal ha quedado en comentar el tema de su profesión en la novela).

Personalmente, difícilmente podré olvidar mi primer llanto al terminar de leer un buen libro, al entender que acababa de dejar todo un mundo más que fascinante atrás.

Al girar mi cabeza para mirar a través de la ventana la inmensidad de la noche, intentando comprender qué era lo que me sucedía, me pareció ver cómo se alejaba, perdiéndose para siempre en la oscuridad, el Universo Larsson.

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HjorgeV

13-12-2009

POR QUÉ ADMIRO A(L) MARIO (ESCRITOR)

Desde Honduras, un lector me menciona tres temas:

1) La exposición personal de Mario Vargas en la Feria del Libro de Guadalajara que acaba de terminar.

2) El discurso leído por la Nobel de Literatura de este año, Hertha Müller, en su investidura.

3) El Bad Sex Award (Premio ¿al Mal Sexo?) conferido a Jonathan Littell por un pasaje de su novela Las Benévolas.

Vayamos por partes.

EL CULTO A LA PERSONA(LIDAD)

Era febrero de 1956.

Acababa de morir Stalin y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (una pausa para respirar) iniciaba una nueva era.

Estamos ahora en la clausura del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (más aire).

Una figurilla rechoncha y baja, con una calva de sien a sien, de carácter temperamental, casi rabioso (poco después usaría su zapato para golpear la mesa y llamar la atención en una asamblea de la ONU), y la voz chillona de un vendedor de mercado pueblerino, alza la voz para denunciar a Stalin.

Esa figurilla se llamaba Nikita Kruschov (transcrito también como Jruschchov, Jruschov, Kruschev o Kruschchev), hijo de campesinos pobres y secretario general del Partido Comunista ruso desde la muerte de Stalin en 1953, .

En su discurso acuñó un término que usó para denunciar (qué valiente, porque ya se había muerto) a Stalin:

Culto a la personalidad.

Esa admiración, adoración con fervor religioso que se rinde por lo general a un ser vivo –también puede ser a uno ya finado- y que no tiene que ser una imposición violenta del ser adorado en cuestión.

El culto a la personalidad, o a la persona, es la adoración que se le rendía al César en la antigua Roma, al Inca en el Perú antiguo, a Sadam en Irak, a Stalin en Rusia y se le rinde a los reyes de la España actual, por ejemplo.

Ese mismo culto a la personalidad es el que sustenta a imperios mediáticos: de esos que dedican páginas enteras a mostrar cómo se ven, comen, se visten, aman, eructan y traicionan los famosos.

Creo que vivimos una época especial.

También especialmente crítica y peculiar de la historia de la humanidad.

Nunca como antes, el hombre se ha sentido tan lejos del mono gracias a las nuevas y fabulosas tecnologías, pero solo para usarlas principalmente en satisfacer sus (nuestros) más bajos instintos: vanidad, chisme, obsesión sexual y dinero fácil.

(¿Conocen los monos alguna sola de estas cosas?)

Céntremonos en la vanidad.

Y concentrémonos en la figura de mi hemicompatriota Mario Vargas, quien se ha pasado los últimos años recibiendo y soportando premios a diestra y siniestra.

¿Por qué existen tantos premios y homenajes literarios hoy en día?

Creo que lo dijo el francés Houellebecq: “Con tantos premios que hay, alguno me tenía que tocar”.

Lo fascinante de este asunto es que la vanidad tiene dos caras: la del vanidoso y la del que lo contempla.

Narciso y el lago en cuya superficie se refleja su rostro.

(¿O era el lago el verdadero Narciso y usaba al humano para contemplarse a sí mismo en el fondo de sus ojos?)

Contemplar la vanidad ajena puede tener dos facetas opuestas entre sí, pero no necesariamente excluyentes: uno puede tanto regodearse en la vanidad ajena como asquearse de ella.

Por otro lado, poseemos una característica de la que la ciencia se ocupa poco, acaso por esa misma vanidad.

Me refiero a nuestra Necesidad de Adoración; esa necesidad vital, ese instinto.

¿Somos vanidosos para poder adorados o la adoración engendra la vanidad?

Todos adoramos a alguien alguna vez: a un familiar, a una amiga o amigo, a un profesor, a una cantante, a un político (cada vez menos, felizmente, espero), a un futbolista, a una pintora, a un héroe cívico.

Hay quien afirma –yo entre ellos- que Hitler se explica por esa misma necesidad, agravada por otro rasgo que le reconozco a las gentes de este país: la Necesidad de Jerarquía, de un Jefe.

Tal vez exagere, pero afirmo de paso que la dureza del idioma alemán tiene que ver con esa necesidad o inclinación a la jerarquía: para determinar y dejar claro quién es el jefe, quién no lo debe ser, a quién se tiene que adorar.

Pero ningún pueblo se escapa del Instinto de Adoración.

El fútbol, para escaparnos un poco del tema sin hacerlo en realidad, se ha vuelto otra válvula de escape para esa misma necesidad. (La otra faceta -la competencia camisetera: mi equipo es el mejor- es más fatal).

Para eso existen ahora los Messi, los Ronaldos.

La religión, por supuesto, fue acaso la primera en hacer usufructo ventajoso de nuestra tendencia humana a adorar.

En este contexto, ahora que ya no se habla de literatura sino de ventas y de mercado del libro, nuestro Instinto de Admiración es el que puede explicar la profusión de premios literarios, homenajes, condecoraciones y laudatorios a conocidos y reconocidos escritores.

Es más, no importa si el galardonado no ha vuelto a tocar la pluma o el teclado en mucho tiempo, o si se ha olvidado de escribir: los premios le caen igual.

(El colombiano García, como poquísimos, se atrevió a decir en el 2006: «He dejado de escribir».)

Por todo esto, es fácil perder el interés por premiaciones, homenajes y adoraciones en general.

Yo también admiro a Vargas, claro.

(Al escritor. El político es como el agua de un olvidado jarrón de flores.)

POR QUÉ ADMIRO A MARIO

Lo que me interesa no es, no son, sin embargo, los premios y adulaciones que le dispensan sino, básicamente, su capacidad nata como narrador.

Esa vena para contar historias (aunque sea improvisadamente, ya lo verán) es algo que muy pocos conocen y que muy poco se difunde de él.

El siguiente video me ha hecho reír con gusto las varias veces que lo he visto y por eso lo recomiendo con encomio.

Es una prueba de por qué don Mario es quién es y dónde está, por más que –opinión personal- dudo de que vuelva a bataquear (golpear) con una obra capaz de superar a su Conversación en La Catedral: la única de sus novelas que él «salvaría del fuego», según su propia confesión, y la que más admiro de su producción.

El tema es «El Cine y su influencia en la Literatura» y Vargas empieza a contar su particular experiencia con las producciones cinematográficas de la siguiente manera:

«Yo tuve una experiencia -de la que preferiría no acordarme- adaptando una novela mía al cine y, bueno, el resultado fue una gran catástrofe.»

Tras las risas del público, Vargas continúa con su relato improvisado:

«Ese fue un disparate sobre el cual un día escribiré una historia que nadie creerá.

[…]

Si yo cuento la historia no me la van a creer.

La voy a contar para que no me la crean.

Yo estaba en México. Sonó el teléfono…»

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HjorgeV 10.12.2009