INQUISICIONES INFANTILES (Engendro)

¿Se queja la silla por

la presión de un trasero?

¿Te pega un golpe la mosca

cuando gritas o hablas y te mueves

dando vueltas sin saber qué hacer ante la indecisión?

¿Oscurece el día su luz

cuando falla la trama de tu universo?

De niño tenías preguntas más absurdas:

Por qué los perros

no se lavaban los dientes ni

usaban papel higiénico

Por qué los animales no usaban ropa

y la historia universal parecía

una cruel y cruenta guerra sin fin

Oteas el techo de tu habitación,

sabes que no encontrarás respuestas

en las figuras que ha creado el azar

sobre la pintura descascarada

Y sin embargo

no puedes dejar de

observarlas

De clavarles la mirada

Como gatas dispuestas a saltar

y destrozar tu rostro

ante tanta incertidumbre

...HjorgeV 27-09-2010

LA ESTANCIA (Engendro)

Imaginar una estancia con entradas

sin puertas

Imaginar una habitación

en la que la única

ventana dejara ver todo

el mundo

a tus pies

Imaginar tu cuerpo fulgurante y desierto

como un deseo sin dueño

una voz que recorre la habitación

vestida de blanco

en busca del aire y la luz

Imaginar luego

la calma, la tranquilidad absoluta

La compenetración

mutua

El rumor de los solos cuerpos

volviendo a crear de nuevo el

universo

en un solo grito

común

cada día

con cada jadeo

en cada instante

...HjorgeV 25-09-2010

BRIAN WILSON: «GOOD VIBRATIONS» (1966)

La ironía de componer este tema de su álbum inconcluso SMiLE, alcanzar inmediatamente el puesto 1 en el Reino Unido y en EEUU, para trenzar luego varias décadas de pésimas vibraciones.

Un músico al que su padre violento había dejado sordo del oído derecho al golpearlo con un plato.

Un compositor de pop afín a los coros, a los contrapuntos y a los sonidos sinfónicos.

Fanático de la música de Gershwin y al que los mismísimos Beatles consideraban -públicamente- una de sus mayores influencias.

En 1961 había fundado el mítico grupo californiano The Beach Boys con sus hermanos Carl y Dennis, su primo Mike Love y un amigo de los años escolares.

Cinco años después el grupo ya era tan famoso y exitoso como los Melenudos de Liverpool, acababan de publicar su undécimo álbum –Pet sounds– y el sencillo Good vibrations.

Y llegados a este punto, a Wilson se le ocurre un nuevo proyecto.

La idea era partir -precisamente- de Good vibrations y hacer «una sinfonía adolescente para Dios».

Dar El Gran Golpe.

La gran ambición creativa.

Pero Brian se traba, se sofoca, se encoge.

Se le debió juntar todo: su perfeccionismo obsesivo, la borrachera y la resaca de la fama, el auge de los medios de comunicación y de grabación, sus demonios pasados y presentes.

Entonces, con el mismo fervor con el que se había entregado a la composición, cedió sistemáticamente su cuerpo a varias sustancias legales y prohibidas: comida basura, tabaco, marihuana, heroína, cocaína, alcohol y los correspondientes tranquilizantes.

Todo eso hasta llegar a pesar 150 kilos, desentenderse de la música, recibir sus dosis de cocaína y alcohol en la cama de la que no se movía, y a estar a un paso de la muerte.

Casi diez años de malísimas vibraciones.

Su esposa había contratado a un psiquiatra, Eugene Landy, quien había conseguido sacar a Wilson de su personal versión del corredor de la muerte y que volviera a componer y actuar.

1982: Brian ha vuelto a las andadas por el paraíso/pantano blanco de la cocaína y los servicios de Landy vuelven a ser requeridos.

Estonces el psiquiatra llega con un régimen radical y tiránico, y lo convierte en un adicto a sus medicinas y en su rehén financiero.

Segundo infierno.

Hasta que un juez decretó su alejamiento.

Separado del psiquiatra esclavista, Wilson resucitó, se levantó y sobrevivió incluso a sus hermanos.

(Uno de ellos, Dennis, había recogido una vez a dos chicas que tiraban dedo en la carretera y había resultado que eran del clan de Charles Manson, entonces músico y esotérico, después condenado por los asesinatos de su grupo La Familia. La amistad que iniciaron llegó a tanto que The Beach Boys grabaron una de las canciones de Manson. Dennis murió ahogado, poco después de cumplir los 39.)

En el 2004, casi 40 años después de iniciado, Brian Wilson consiguió terminar SMiLE, el álbum inconcluso, la gran piedra de su camino que lo había llevado a un largo paseo por los bordes del abismo.

Todo se había iniciado con Good vibrations (1966), uno de esos temas que no pierden en frescura con el paso de los años.

Seis meses, seis estudios diferentes y una veintena de músicos fueron necesarios para grabar este típico tema de estudio.

(En directo pierde fuerza. Aunque Wilson se atrevía a cantar su canción solo acompañado de su piano. Era su composición, se podía permitir desafinar incluso.)

Dicen que Brian no es el mismo de antes y que, aunque parece feliz, tiene la mirada perdida, seguramente debido a las drogas autorizadas (fármacos antidepresivos) que debe seguir tomando.

Vibraciones adormecidas. Quién sabe.

Lo cierto es que ha conseguido seguir creando sonidos sinfónicos de sus demonios personales y se acaba de atrever a completar dos temas inconclusos de su dios George Gershwin.

¿El nombre de su nuevo álbum? No hay mucho que adivinar.

Brian Wilson reimagines Gershwin (2010).

Había escuchado Rapsody in blue por primera vez a los diez años y esa fascinación le había transformado la vida.

El título de su nuevo álbum es un agradecimiento a su particular ángel de la guarda musical.

…Qué

HjorgeV 23-09-2010

VIKAS SWARUP: «SEIS SOSPECHOSOS»


He terminado este juguete de Vikas Swarup (Allahabad, India, 1963) con cierto esfuerzo.

No es un halago para una novela de intriga que empieza de forma convincente, casi brillante.

La adaptación de ¿Quién quiere ser millonario? (Slumdog Millionaire), la primera novela de Swarup , arrasó en los Globos de Oro y con 8 Óscar el año pasado.

El inicio de su segunda, Seis sospechosos (Anagrama, 2010), es estupendo, trepidante y bien estructurado.

Una novela de esas que tras leer los primeros capítulos se desea salir corriendo para recomendarla con encomio.

Vicky Rai, joven rico, playboy e hijo de un político tan prominente como corrupto, es asesinado de un balazo mientras celebra su injusta absolución del asesinato de una camarera que se negó a servirle el último tequila en un bar.

La policía detiene a seis sospechosos en la fiesta, todos portadores de una pistola, entre ellos su propio padre.

La novela arranca con un artículo del periodista de investigación Arun Advani, en el que promete solucionar el caso.

«Puede que el asesinato sea turbio, pero la verdad lo es aún más. Atar cabos sueltos será difícil, lo sé. Habrá que rebuscar en las peripecias vitales de los seis sospechosos. Habrá que establecer los mócivle. Habrá que reunir pruebas. Y sólo entonces descubriremos al auténtico culpable.

¿Cuál de estos seis será? ¿El burócrata o la tía buena? ¿El extranjero o el aborigen? ¿El pez gordo o el mindundi?»

El tema es tan antiguo como la mentira misma, es decir, tan ancestral como la humanidad.

El juego es el clásico de la novela de intriga: ¿quién de todos es el asesino?

He transcrito el párrafo anterior, porque es, a la vez, declaración de principios y mapa de ruta de esta novela.

Seis sospechosos se estructura en seis partes con cuatro bloques principales -de seis capítulos cada uno- dedicados a los seis sospechosos, a sus respectivos móviles (sus posibles o supuestos motivos, no a sus teléfonos celulares), a las pruebas y a la solución.

Y se cierra con una confesión inesperada.

Pero esta no es una novela centrada en el enigma, sino en la caracterización y evolución de sus dispares sospechosos.

Una novela coral por eso, en la que el coro de voces diferentes abre su oratorio de una manera convincente.

No es fácil conseguir recrear las voces de personajes tan desemejantes y que el lector olvide que todo lo que está leyendo no es más que un juego inexistente que sucede en su mente, pero que lo lleva a reír, sudar, conmoverse, desear y maldecir como si se tratara de la vida real.

Vikus Swarup lo consigue inicialmente en su novela, que es una tomadura de pelo, una burla y dura crítica de su país, sus gentes y sus lados oscuros.

Una farsa que no se detiene ni ante el gran nombre del Cine (con mayúscula) ni ante ciertos símbolos sagrados de la India (Mahatma Gandhi incluido).

Swarup sale inicialmente indemne y limpio de esta inmersión en un pantano de cacao, porque lo suyo es la fina sátira y la burla inteligente.

Antes de olvidar mencionarlo: la traducción del inglés de Damián Alou me parece de excelente factura.

Salvo algún exceso de regionalismos (¿qué es una tía buena?, me pregunté al comienzo, en el párrafo transcrito aquí, hasta que entendí que no se refería a una anciana benevolente), la traducción de Alou no parece adolecer de errores resaltables ni de falta de fluidez.

Con todo, debo decir que me costó entrar al mundo de Swarup: la colorida India como escenario, con su gamas increíbles de miseria y riqueza, religiones ancestrales y tradiciones, sus castas y sus costumbres, mugre y exotismo, no son temas ni asuntos que suelan entusiasmarme.

Pero la novela de este hijo de abogados, que estudió Historia Moderna, Psicología y Filosofía, como en toda buena historia, te hace olvidar el decorado y sobreponerte a la dificultad de retener nombres y términos complicados y raros jamás escuchados ni leídos.

Lamentablemente, a la mitad del libro se empieza a atracar, cuando Swarup te suelta un rollo de más de 200 páginas que por un pelo es salvado por la cuenta bancaria abierta por el excelente comienzo.

Estuve a punto de rendirme.

Así de cansinas y espeluznantes me parecieron las largas sumersiones en las vidas de algunos de los seis sospechosos.

Debo confesar que tentado estuve de pasar directamente al final.

Había comprado la novela para pasar un buen rato y empezaba a aburrirme. Peor, aún: empezaba a tener ganas de arrancarle hojas.

Hay novelas así: un buen recorte de cabello y afeitado puede/podría salvarlas del olvido.

Cuidado.

Muchas veces los laberintos (sin terminar) que se abren con historias y personajes paralelos pueden enriquecer una novela, una historia principal.

Pero para eso hay que emprenderlos con la misma maestría y oficio. Es decir, toda ramificación es bienvenida, siempre y cuando esté contada con una magia y empeño tales que te hagan olvidar momentáneamente la historia principal.

Otra cosa es cuando las ramas no solo aburren sino que están repletas de situaciones jaladas de los pelos y que no aportan más bagaje a la historia que su función de relleno.

Por suerte, el final de Seis sospechosos sin ser la hostia vuelve al cauce, a la pauta inicial.

Lo que no hace olvidar sus defectos.

Una bella actriz de películas de serie B de origen y formación humildísimos pero que piensa como una filósofa y se expresa a veces como una académica.

Un aborigen de las Islas Andamán, de un metro y medio de estatura y de piel como el ébano barnizado, que llega al mundo caótico de la India moderna para recuperar una piedra sagrada de su comunidad y que se mueve en sus urbes con la misma comodidad que en una aventura por las selvas de su isla.

Un simplón y provinciano obrero usamericano que llega a la India para casarse con una mujer que ha conocido por la Red, sin saber que ha sido engañado, pero que en ese país se comporta como un gran pensador y un cosmopolita acostumbrado a todo tipo de nuevos ambientes y situaciones.

Un universitario, pobre desde la agujereada suela de sus zapatos hasta el cuchitril donde vive con su familia, que vive de robar celulares (móviles) y que de pronto encuentra una fortuna en un barril de basura.

Son todos estos algunos de los personajes y escenas con los que el autor trasgrede uno de los principios básicos de toda narración: la verosimilitud.

No se puede poner como pretexto que esta segunda novela de Swarup es/sea una farsa, una comedia: un trasunto de esas bufonadas simplonas (slapstick en inglés) en las que las risas se provocan con tortazos en la cara, golpes contra la pared, sartenazos en la cabeza y necedades simiescas que tampoco faltan en el Quijote ni en las comedias de Shakespeare y que solo son reflejo de uno de nuestros peores genes comunes: el placer por la desgracia ajena.

La verosimilitud no tiene que ver con el realismo: te pueden contar tu propia muerte y si se hace bien, puedes llegar a emocionarte y lamentarlo como si fuera real.

Es la apariencia de verdadero lo fundamental.

Y Swarup con sus vueltas y revueltas, rizos y escapadas absurdas por los mundos de sus seis sospechosos, tensa demasiado la cuerda.

Creo que un solo párrafo de la novela la retrata de cuerpo entero:

«El hombre yacía boca abajo en el suelo de piedra, vestido con un kurta pijama de color blanco. Era alto, corpulento y estaba totalmente muerto.»

¿Habrá en la India gente que se muere parcialmente?, provoca preguntarse. ¿Y luego resucita o qué?

(Me hizo recordar el chiste de la mujer un poquito embarazada.)

Decir que alguien «estaba totalmente muerto» hace perder verosimilitud al relato, de la misma forma como disquisiciones absurdas, densas y sin mayor sentido le hacen perder el rumbo.

Lo más logrado: el personaje que se cree la reencarnación de Mahatma Gandhi.

Divertidísimo.

Solo el capítulo en el que Mohan Kumar asiste a la reencarnación pública de Gandhi en un teatro de la ciudad a insistencia de su amante, y luego termina siendo el cuerpo elegido por el alma de Gandhi para reencarnarse, vale el precio del libro.

(Curiosamente, Swarup comete allí acaso el único error en su credibilísimo personaje: presentándose, viviendo ya y hablando como Gandhi y convencido de serlo, cuando Kumar tiene que firmar un cheque lo hace inexplicablemente con su nombre original.)

Con todos sus defectos, este libro ha significado la redención por verdaderos bodrios recientemente leídos como Los coleccionistas de Baldacci y el mismo  El Informe Pelícano de Grisham.

Una truculenta historia contada por un payaso agudo de mente, aunque parcialmente exagerado en sus recursos. Como todo payaso.

Porque solo venidos de un bufo podemos soportar a veces retratos tan crudos de varias de nuestras grandes debilidades y defectos humanos comunes.

…Qué

...HjorgeV 19-09-2010

HE LLEGADO AL DÍA (Engendro)

No sigo mis pasos

me resigno a fomentar caminos para mis

zapatos

a creer que ellos se contentan con

simples huellas

He llegado al día caminando desde el lado de

la oscuridad

Mis trofeos son varios decilitros de sudor

del altar de las sensaciones

Mi remedio es la impaciencia

las ganas que tengo de darme una patada

en pleno rostro

(y eso que soy la bondad encarnizada)

He llegado al día siguiendo las

indicaciones del señor del reino

de lo imposible

Nada puede fallar:

allí donde nace un día es que

también ha nacido un deseo

o una simple

miseria

...HjorgeV 17-.09-2010

DAVID BALDACCI: «LOS COLECCIONISTAS»

Hay libros que tal vez solo se editan para que el papel del que están hechos cumpla lo más rápidamente posible su ciclo natural.

De paso, hay incautos -como el que esto escribe- que, al comprar un libro, confían a ciegas en un autor y en una editorial, sin pensar para nada que se puede tratar de una simple estafa.

Los coleccionistas (Ediciones B, Zeta Bolsillo, 2008), del usamericano David Baldacci (Richmond, 1960), es un ejemplo de ambas cosas y también la demostración de que el caos y la desorientación en el mundo editorial es cada vez mayor y más patente.

No voy a pecar de ingenuo: siempre existieron bazofias impresas.

Tampoco nos engañemos: Ediciones B lleva ese nombre por algo, por más que en su catálogo se les haya escapado alguna novela de Michael Connelly o de John Connolly (no confundir a ambos, por favor).

Sospecho que cuando se descubrió que también con libros se podía ganar un par de buenos millones como en una lotería (pienso enseguida en el fenómeno Potter), el desastre empezó a cuajar.

Y esto -la confusión casi total en el mundo de los libros- es solo el comienzo de lo que nos espera en el futuro.

Lo acaba de decir Paul Auster en una entrevista, refiriéndose al aún más complejo futuro del libro digital:

«Necesitamos gente con criterio literario que haga una criba. Qué pesadilla un mundo con infinitas propuestas virtuales sin nadie que nos oriente.»

Bueno, pues, la pesadilla ya está aquí.

Y tiene varias facetas.

Está la del plagio, por ejemplo.

Mi compatriota Alfredo Bryce Echenique ya demostró que, hasta un autor de renombre y tan conocido como él, se puede dar el lujo de pasarse varios años plagiando artículos de otros (y cobrando por ello), sin que apenas se entere nadie.

¡Más de 30 plagios debidamente documentados existen en su caso!

También tenemos el reciente caso de una jovencísima autora alemana, Helena Hegemann (Freiburg im Breisgau, 1992), a quien los críticos corrieron a aupar con su ópera prima para bajarse inmediatamente a empujones del tren propagandístico apenas empezaron las denuncias de plagio.

«Igual no existe lo original, solo lo auténtico», se defendió la muchacha.

Al hacérsele notar que había copiado pasajes enteros de varias obras y textos, pidió disculpas porque su «egoísmo y desconsideración» le habían hecho olvidar «mencionar a todos aquellos que con sus ideas y textos la habían ayudado».

En mi país eso tiene un nombre: concha.

Caparazón de alta dureza.

Pero en este caos del mundo (negocio) de los libros, no solo son jóvenes supuestamente ingenuos los que aprovechan el pánico para copiar y pegar y venderlo luego como propio.

El mismísimo Michel Houellebecq acaba de ser pescado con las manos en la copia y en el pegado.

Astutamente, me imagino, ha copiado de la Wikipedia, disminuyendo así los riesgos de un juicio porque los textos de esa enciclopedia digital no identifica al autor o autores de los contenidos y suelen ser trabajos conjuntos.

El escritor argentino Alberto Manguel, radical como pocos, acomete directamente a los mercaderes en su nuevo libro La ciudad de las palabras:

«Los grupos editoriales son criminales porque matan la imaginación. Debería haber un tribunal internacional que los juzgara, porque están matando la imaginación, la creatividad y son responsables de convertir a los lectores en consumidores de basura.»

Los acusa también de tratar a la literatura como «producto de supermercado».

Cuando leí esto, reí un poco, por la exageración.

Pero después de haber terminado la novela Los coleccionistas de David Baldacci, puedo entenderlo perfectamente.

Eso sí, se trata de una obra altamente didáctica: leyéndola, uno aprende cómo no se debe escribir una novela.

Lamentablemente, nada más.

No solo eso.

Baldacci ha supeditado toda su escritura a la fuerza del «espectáculo». De tal manera que la trama se lee como la lista de las ideas presentadas por frenopáticos a un concurso en un manicomio, pero hecho con el solo fin de ilusionarlos, no para soltarlos.

Los coleccionistas es una de las peores burlas que he visto en el mundo editorial de los últimos tiempos, un bodrio hecho con el único fin de engatusar a posibles compradores.

No sé si celebrar que no pueda leer tanto como me gustaría por simples razones de tiempo y dinero, porque a partir de ahora voy a irme con muchísimo cuidado. Especialmente con este tipo de editoriales como Zeta o Ediciones B.

Ojo. No tengo absolutamente nada en contra de que un escritor escriba por encargo o con la simple meta de ganar dinero, mucho o poco.

Todo escritor tiene que alimentarse e ir al retrete. O creer tener la necesidad de comprarse un Porsche.

Ese no es el problema.

Pero de allí a tener que soportar que unas editoriales obviamente analfabetas culturales te vendan gato, gatito, por liebre, es un tiro que espero alguna vez les regrese como un bumerán en plena sien.

¿O será que los lectores somos los únicos consumidores a los que se nos puede restregar barro inmundo por la cara, pero como leemos ‘oro’ en la etiqueta, nos quedamos tranquilos y contentos en casa?

Si el libro se ha convertido en un producto de supermercado, ¿por qué no puede regirse por las mismas leyes que permiten devolver un producto en mal estado o cuyo etiquetado miente?

Los coleccionistas es un tinglado narrativo en el que solo falta que a los protagonistas les salgan alas para sortear el peligro o la contingencia de turno.

Así de fantasiosos son los recursos que presenta Baldacci.

¿El argumento?

Dos historias paralelas que empiezan a entretejerse.

Annabelle Conroy, una estafadora profesional de familia (bella, fuerte y experta en todo, por supuesto), está buscando vengarse del asesino de sus padres.

Este es nadie menos que el poderoso, mafioso y asesino dueño de un gran casino de Las Vegas.

La chica, que ha escogido a sus socios con métodos que hasta en un libro de Harry Potter llamarían la atención (no he leído ni pienso leer nada de la heptalogía de la británica J.K. Rowling, pero sé lo que es fantasía), se ha propuesto dar la gran vindicta.

Mientras tanto, en otro lugar de EEUU, un grupo fantástico (híbrido de Los Ángeles de Charlie y Los Tres Chiflados, y con nombre de propaganda subliminal: el grupo Camel), trata de resolver un misterioso caso de espionaje que tiene como punto de partida el asesinato del presidente de la Cámara de Representantes de EEUU.

Hasta aquí, todo puede sonar tan bien como el texto de la contratapa:

«El Camel Club entra de nuevo en acción en Los coleccionistas. El asesinato del presidente de la Cámara de Representantes sacude Estados Unidos. Y el Camel Club -un cuarteto de ciudadanos que se resiste a creer en la versión oficial de los acontecimientos- encuentra una sorprendente conexión con otra muerte: la del director del departamento de Libros Raros y Especiales de la Biblioteca del Congreso. Los mienbros del club, a quienes se une un poderoso personaje femenino – Annabelle Conroy, una estafadora profesional-, se precipitarán en un mundo de espionaje, códigos cifrados y coleccionistas.»

Las claras pifias empiezan cuando, para crear tensión, Baldacci acerca a sus héroes a la muerte y, luego, para salvarlos y poder proseguir con la acción, no escatima ningún tipo de recurso:

Bien matan con la facilidad y certeza de profesionales de la Black Water en Afganistán o Irak (y eso a pesar de ser ancianos) o bien recurren a extravagancias como la de levantar las manos para rendirse y lanzar (sin que el enemigo -que tiene dos pistolas en la mano- se dé cuenta) un cuchillo que va directo, ¿adónde? A la yugular, claro.

Y es que hay de todo en esta novela.

Un circo, también -con sus lanzadores de puñales y grandes payasos-, como habrán podido apreciar.

Será por los añitos que llevo en este país, pero he vuelto a cometer el error de leer una novela con ese espíritu alemán que obliga a mis convivientes a comerse el plato (completo) que han pedido en un restaurante (aunque no les guste nada), solo porque saben que tendrán que pagar el precio (completo).

Lo peor es el final.

(Seguí leyendo pensando que el autor podría salvar por lo menos la trama.)

Las dos historias jaladas de los pelos que al final tendrían que haberse unido, no lo hacen.

¿Eeehhh?, te dices al terminar el libro.

¿Y qué sentido tenía presentar la historia de la estafadora si iba a quedar en el aire como el final de un capítulo de una telenovela hindo-peruana?

¿Cuál es la razón para dejar media historia en el aire?, te preguntas.

Ah, te dices.

Porque ya te lo empiezas a imaginar.

Se trata de una supuesta buena estrategia de mercadotecnia: para que los lectores compren el siguiente libro de la serie, porque están ansiosos de saber cómo sigue esa, esa. (Elijan la palabra que corresponde a sus respectivos países, por favor.)

En fin.

No buscaba en esta novela de Baldacci (de quien ya había leído una o dos y por lo menos me había entretenido) nada más que pasar un buen rato.

Bueno, pues: he pasado varios malos ratos con Los coleccionistas.

Por suerte, también he reído.

Y las risas que he soltado ante tantos disparates del autor, me han servido para no perder del todo la esperanza en la humanidad escribiente de este planeta.

Saque usted la metralleta no obstante, amigo Manguel.

Qué

...HjorgeV 13-09-2010

LA MATERIA SE TRANSFORMA (Engendro)

Rastros

Huellas

Elementos disecados a tu paso

O a punto de perecer

La materia solo se transforma en

color

silencio o estruendo

La energía nunca se pierde

afirman las enciclopedias

Firmas tu postal

La introduces a un buzón mudo

Sigues por las calles que pronto se llenarán

de hojas muertas

En tu alma hay un compás

de espera

una canción

que se ha quedado

detenida

Sientes que un remolino de sensa-

ciones empieza a acompañar

tu paso a la

Nada

Y empiezas a creer que el Cielo te escoce en las pal-

mas de tus manos

...HjorgeV 12-09-2010

LOS NOBELABLES DE ESTE AÑO

Un lector de esta bitácora inútil, Ramón Nipedo Catrachus (Comayagüela, Montaña de Jutiapa, 1968), jugador compulsivo y escritor clandestino de Honduras, me pregunta por mis favoritos para el próximo Nobel de Literatura.

¿Acaso soy pitoniso o timbero?

¡Qué preguntita!

¿Sacamos los dados?

Le mencionaba -para empezar- que así como el amor no se puede comprar con dinero (dicen, tengo mis dudas comprobables), un premio literario tampoco es garantía de excelencia.

Añadiendo, de paso, que el éxito en las ventas y la calidad muchas veces son inversamente proporcionales.

De allí, el relativamente poco interés que este y otros premios me suscitan.

Sin embargo, paso el guante lanzado por Nipedo Catrachus.

¿Quién será designado por la Academia sueca este año -dentro de apenas un par de semanillas, entre comienzos y mitad de octubre- Nobel de Literatura?

Punto primero: no nos hagamos locas ilusiones.

Ni tú ni yo.

La clara gran mayoría de los premiados (más del 70%) son de países de Europa Meridional y Europa del Norte. (Contando a EEUU más del 80%.)

Los idiomas que predominan son europeos: inglés (27 ganadores), francés (14), alemán (12) y español (10).

Los siguen muy de cerca dos idiomas europeos más: el italiano y el sueco (qué increíble coincidencia), ambos con 6 ganadores.

¿Por qué es así?

Porque los de la Academia no son bolivianos, pues.

Es decir, una explicación podría estar en la conformación del jurado: todos sus miembros son escandinavos.

Punto segundo: la Academia es famosa por haber ignorado autores de renombre mundial y grandes clásicos como Joyce, Proust, Kafka, Borges, Cortázar, Vallejo y Tolstói.

(¡Siguen ignorando a Pelé los muy insulsos!)

Punto tercero: lo es también por haber aupado a una larga ristra de autores que pasada la ceremonia de entrega del premio volvieron a pasar al relativo anonimato o al olvido.

(¿Quién recuerda ya a Aznar o a Bush, por ejemplo?)

Ramón Nipedo Catrachus me ha retado a nombrar a mis favoritos.

¿Cuáles son?

No es una tarea fácil.

Sobre todo cuando uno es casi un analfabeto. Pero, vamos, caminante no hay camino: se hace camino al pagar. (Sé -por nuestras últimas vacaciones- lo que es cruzar España y Francia y pasar por sus peajes.)

Para comenzar, la Academia maneja -como la CIA- grandes listas de todos los continentes y países. (Y creo que también una bola mágica que sabe mucho de geopolítica: por ello no me asombraría que pudiera ganar el Nobel un musulmán, sobre todo si prospera esa bendita y muy gringa idea de quemar el Corán en La Florida pasado mañana.)

Personalmente, por eso, solo podría referirme a conocidos con ciertas posibilidades de ganar.

(Yo se lo habría dado a Vallejo y al olvidado Manuel Scorza, acoto.)

Estas son mis listas (soslayo escribir los correspondientes nombres de pila y los segundos apellidos, salvo excepciones, y, enjabonándome, aclaro que no reflejan necesariamente mi gusto, como en el caso de Marías, por ejemplo), en orden algo cartesiano:

Roth, Auster y DeLillo; Fuentes y Vargas; Marías y Vila-Matas; Banville y Murakami.

Como a los suecos les gusta sorprender, agrego otros ‘nobelables’: al español Muñoz Molina y al usamericano McCarthy. (¿A Piglia y Aira?)

(Hay que reconocerle a la Academia no solo su puja por dar a conocer autores olvidados o casi anónimos, sino también su esfuerzo por premiar toda una vida dedicada a la literatura; por lo que en estas listas bien podría entrar mi compatriota Bryce, si no fuera porque ya se cortó las alas con sus plagios.) (¡Más de 30! Qué descarado don Alpedo Bryce Echenique.)

Y si este año la onda de los suecos resulta que es provocar a lo lindo: propongo al chileno Rivera Letelier o al usamericano Jonathan Franzen.

(Si desean atraer atentados terroristas, que nombren a David Baldacci, del que acabo de regurgitar una de sus últimas novelas. Más al respecto, pronto aquí.)

(Me hablan también maravillas de Pynchon, pero solamente una vez hace muchos años intenté leerlo, sin poder salir de las primeras páginas. «Me gusta leer, no nadar como si estuviera haciéndolo contra la corriente y, encima, con cieno en los ojos», le dije entonces al amigo que me recomendó su novela V.) (Un día de estos voy a volver a intentarlo con su novela Contraluz, por ejemplo.)

Ninguna mujer en estas listas, compruebo con verdadero pesar.

(Es una pena que Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, Condesa de Murillo y Grande de España, sea una desconocida fuera de su país. ¡La de turistas -añadidos-, por lo menos, que tendría el Circo Madríz!)

¿Y mi favorito?, preguntará alguien, haciéndome recordar la apuesta catracha inicial.

Eso es sencillo:

Tal vez uno de los anteriores.

Qué

...HjorgeV 20-07-2010

SANGRE ABSURDA (Engendro)

Nos enseñaron el agua,

el canto, el llanto y el sudor.

Nos enseñaron cómo hacer

para devolver una bofetada

con una mano

(pero predicando con la otra el contrario absoluto).

Nos enseñaron el mar, el aire

y el trigo.

Los poderes de la tierra.

(No hay niño que no haya conocido

la fuerza enseñadora de todo padre

y de toda madre tras ensuciar sus ropas

recién planchaditas.)

¿Pero por qué olvidaron las procesiones

de emociones

en el aire,

las oscuras horas de feliz

consuelo?

¿O qué hacer

cuando los días amenazan con

inquietas noches prietas de conciencia limpia?

¿Qué con la sangre absurda,

con el estigma del silencio en

la brevedad de una

mirada,

con la terca y diaria tiranía

de la boca ante el dolor?

No nos enseñaron qué hacer

cuando la ficción ya no nos sirve de consuelo.

uéç

...HjorgeV 20-07-2010

LA ESTACIÓN DE LAS PROMESAS PERDIDAS (Engendro)

Fin del verano

El sol domeña mi espalda

con la fiereza de un águila

hambrienta

pero compasivo como un

aristócrata que ha ignorado al mismo

mendigo durante

años

y lo descubre el día que ha sido abandonado

por su novia y busca a alguien

para desahogarse

Fin del verano

La primavera pasada me prometiste

una hoja

La guardarías en un libro

y se convertiría en el recuerdo de

una promesa

Fin del verano

El sol se ensaña con mi espalda:

la muestra de su poder postrero

El calendario es una noria

incansable

Los árboles aún conservan sus hojas

Llegará el otoño,

me consuelo:

la estación de las irresponsabilidades

la nación de de las promesas perdidas

...HjorgeV 06-08-2010