¿LAS ALEMANAS O LAS BRASILEÑAS?

Deben ser los largos años que llevo en este país y mis cuatro hijos germano-peruanos los que ya no me permiten gritar enseguida «¡Brasil!», ante una pregunta así, como antes.

Además, las jugadoras alemanas se lo han ganado discretamente, sin muchos aspavientos, casi humildemente, y todo eso a pesar de no tener mucho a su favor.

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Son las actuales Campeonas del Mundo y aquí en su propio país, la gente apenas se ha enterado de ello.

El fútbol ya no es capaz –salvo en el Mundial pasado, celebrado justamente aquí- de mover pasiones más allá de los límites que demarcan los verdaderos aficionados.

Además, a su carácter supuestamente proletario que tenía en este país, ahora hay que agregarle el agregado del gran circo mediático que ahora lo envuelve, con todo lo bueno y lo pésimo que eso pueda conllevar y denotar. El Mercado, como siempre, solo quiere vender, aún a costa del deporte mismo del cual se ocupa.

Las mujeres no tienen la suerte de ser consideradas dentro de él. Son prácticamente ignoradas por el común de las gentes. Hay que tener en cuenta, además, que hasta 1970 y por esas razones que hoy no podrían aludirse, el fútbol femenino estaba prohibido en este país.

Hoy las muchachas jugarán la final de este Campeonato Mundial Femenino de Fútbol China 2007 enfrentándose nada menos que a Brasil, equipo que goleó 4-0 a las favoritas de EEUU en la otra semifinal.

Al momento de escribir esto –faltando unas cuatro horas para que empiece el partido-, no tengo la más mínima idea de quién pueda ganar.

He visto, sí, los goles de casi todos los partidos en fifa.com.

Y si algo he notado en el equipo brasileño, son sus grandes cualidades técnicas y su intenso -fogosísimo- deseo de ganar y hacer bien las cosas. Algo que no necesariamente se podría decir de las selecciones brasileñas masculinas de los últimos años, tan medrosos algunos de sus integrantes aún en eso de gastar energías. Lo más natural del mundo en un deportista.

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Solo he visto -parcialmente, además- un par de partidos de todo este Mundial, justamente por lo que digo arriba: los partidos de la selección femenina apenas han sido mostrados por la televisión alemana.

Ahora que Alemania ha llegado a la final, las cosas han cambiado y la curiosidad pública se ha despertado. Es duro, pero es así, y a las chicas no les queda sino seguir adelante con su programa, tan exitoso hasta ahora.

Para empezar, como parte de ese programa, está la nueva entrenadora de la selección, Silvia Neid (43). Los medios de comunicación recién la empezaron a tomar en cuenta, después de que sus chicas pasaran a los cuartos de final.

-Qué gusto de verlos –les dijo a los periodistas, fotógrafos y camarógrafos, entre irónica y divertidamente.

«¿Existo, no?», bien podría haber agregado.

Y es que nadie daba nada por ella antes de este Mundial, a pesar de todo el historial de triunfos deportivos que acreditaba su presencia en el puesto de entrenadora de la selección nacional que ahora ocupa.

Las mujeres lo siguen teniendo más que difícil. Aquellas que se atreven a ocupar algún puesto directivo, aún más.

Hasta el 2003 fue la asistente de su especialmente exitosa antecesora, Tina Theune-Meyer. Hasta la semana pasada, Silvia Neid no había ganado nada como entrenadora.

De tal manera que el escepticismo era algo que rodeaba como un aura a alguien como ella, que aparte de su talento, posee un título profesional que no tiene nada en común con su puesto actual, el de vendedora de carne.

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¿Cómo podría ser de otra manera, si aún las mujeres que juegan en primera profesional, apenas ganan lo suficiente y tienen que ejercer un segundo trabajo o profesión para subsistir?

Lo digo con conocimiento de causa. Fui entrenador de las divisiones inferiores del FFC Brauweiler, el equipo femenino de un pueblo aledaño al nuestro, y que llegó a ser campeón de la Erste Bundesliga, la primera división alemana, por esfuerzo propio.

Llegado a ese punto, el equipo fue desmantelado por los dos o tres equipos más poderosos de este país. Ahora, el Brauweiler, después de haberse pasado la última temporada sin haber ganado ni un solo partido, se encuentra en segunda, soñando con volver a primera.

Pero Neid no es una cualquiera.

Como jugadora estuvo siempre entre las sobresalientes. En su debut en la selección, hace 25 años contra Suiza, marcó dos goles. En el Primer Mundial Femenino de Fútbol –celebrado también en China- fungió de capitana de la selección. Además, es una de un grupo selecto de cinco jugadoras germanas que han estado en todos los 5 Mundiales Femeninos hasta ahora realizados.

Se dice de ella que tiene una alta capacidad analítica, especialmente del rival, y que ha conseguido armar una férrea defensa casi al estilo catenaccio. Ese sistema defensivo a base de sogas, esposas, cadenas, cepos y trampas que inventaron los italianos y que habrían seguido desarrollando hasta concebir jaulas y usar armas para aturdir al adversario si el reglamento se los hubiera permitido.

Que esto no engañe a nadie: Alemania figura con 19 goles en cinco partidos como el equipo más ofensivo del torneo.

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Lo que sí es indiscutible es que ha sabido proporcionarle a su equipo un claro sentido de juego en conjunto, sin temer a incluir jugadoras muy jóvenes e inexpertas junto a sus favoritas, las experimentadas y fogueadas como Birgit Prinz.

Ésta última goleadora absoluta del Mundial del año 2003, elegida como Futbolista del Año a nivel mundial en el 2003, 2004 y 2005; siete veces Futbolista del Año en Alemania y, con 14 tantos, lidera la tabla de goleadoras absolutas de los Mundiales de Fútbol Femenino. ¿Quién lo sabe?

Las más jóvenes se dirigen a ella como Frau (‘señora’) Neid. Las más antiguas la llaman, simple y coloquialmente, Silv, un apócope de su nombre. Algo que solo puede hablar de su gran ascendencia sobre el equipo y del respeto que se le tiene.

Se afirma que si no está contenta con el juego de alguna, se acerca al borde del campo y le espeta “¡Muévete!”, enviando inmediatamente a dos jugadoras del puesto correspondiente, o parecido, a calentar, como prueba de la seriedad de sus palabras o de sus intenciones.

Que es alguien que sabe vender, ya lo ha demostrado como vendedora de salchichas detrás de un mostrador o vitrina de tienda durante largos años y, últimamente, en el negocio mayorista de flores.

Ahora solo le queda saber ‘vender’ bien –aún mejor- este equipo de talentosas jugadoras alemanas.

Que gane la mejor escuadra.

Será un lindo partido.

HjorgeV

Colonia, domingo 30-09-2007

RAÍCES GERMANAS DE HOLLYWOOD

Durante mucho tiempo, y hasta hace pocos años, los alemanes, cuando hacían de turistas en otros países, llegaban –incluso- a ocultar muy discretamente su nacionalidad.

Ya casi no es así; pero lo he vivido.

Con un pasado como el del Holocausto Judío perpetrado en este país, algo comprensible, por lo demás.

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Sin embargo, las nuevas generaciones empiezan a sentirse ‘liberadas’ de ese gran peso moral y carga psicológica.

Para poner un ejemplo muy cercano: por primera vez después de la Segunda Guerra Mundial, el año pasado, los alemanes se atrevieron a sacar a relucir -masivamente- su bandera.

La lucieron en los automóviles, en gorras, camisetas y tatuajes, las colgaron de ventanas y en portales, y la ondearon con orgullo por las calles. Algo que apenas, 5 ó 10 años atrás, habría sido completamente impensable.

Claro que la ocasión no podía ser más que favorable: el Mundial de Fútbol celebrado en casa el año pasado. Pero, con todo, un ejemplo de cómo los tiempos han cambiado. En este caso, para bien. Aunque a primera vista no lo parezca.

(El terreno lo preparó, curiosamente, la mayor reunión de católicos del mundo, la XX Jornada Mundial de la Juventud, celebrada aquí en Colonia en el 2005. Entonces, el millón de jóvenes católicos visitantes llegados de todo el mundo, agrupados por países, dieron el ejemplo paseándose durante casi una semana por toda la ciudad ondeando las banderas de sus respectivas naciones.)

Si alguna vez existió toda una gran corriente social en este país que consideraba cualquier tipo de nacionalismo como la peor de las pestes, eso ya no es así.

Es que, la misma palabreja alemana nazi es un acortamiento de Nationalsozialismus, nacionalsocialismo.

Para mayor escarnio, la ‘t’ en esa palabra compuesta alemana suena -así como la ‘z’ en nazi- como una especie de ‘ts’. De tal manera que pronunciando Nationalismus es inevitable pronunciar justo al comienzo la maldita palabreja hitleriana.

Se sigue condenando el nacionalismo ostracista y excluyente, el retrógado y cavernario. Mas, el saludable, ése que en verdad no tiene por qué tener fronteras físicas bien definidas –por lo menos, no internas- vuelve a ser aceptado.

Es el cariño y el amor por el simple terruño, que no es otra cosa que una retribución emocional al lugar y a las gentes que nos vieron nacer y crecer. Algo, completamente natural, visto así.

Por otra parte, los alemanes tenían y tienen muchas razones para sentirse orgullosos de su nacionalidad. Basta decir que de las cenizas, en apenas un par de décadas, han llegado a construir una de las naciones más ricas, más justas y más desarrolladas de este planeta. Por lo menos hasta ahora.

En este contexto, resulta interesante descubrir que muchas celebridades de Hollywood -por ejemplo- están relacionadas biográficamente con este país teutón.

Veamos una pequeña lista.

LEONARDO DI CAPRIO

Se dice que el actor usamericano, de apellido italiano y famoso por la película Titanic –entre otras- suele visitar el Ruhrgebiet, la Región o Cuenca del Ruhr, que es, de paso, la mayor región industrial de Europa y la aglomeración urbana o metropolitana más grande de Alemania, vecina de esta ciudad de Colonia.

En una pequeña ciudad de apenas 30 mil habitantes y de 7 por 8 kilómetros de extensión, vive su abuela alemana Helena.

No sé si él sea capaz de pronunciar siquiera el nombre de ese su particular enclave familiar: Oer-Erkenschwick. Aunque se dice que habla alemán. De hecho, tendría que ser su idioma materno; puesto que su madre, Irmelin Indenbirken, es una alemana, de profesión original, secretaria.

Para qué (como dicen en mi país elípticamente, por para qué mentir), tiene su encanto el pueblucho. Véanlo aquí.

Bien visto, las tres cuartas partes de las raíces de este famoso actor son alemanas: su padre, George Di Caprio, es mitad alemán y mitad italiano. Sus progenitores se separaron cuando Leonardo, nacido en Los Feliz (sic), en California, tenía 8 años.

(Aunque parezca un error, el lugar se llama así, porque antiguamente -antes de que EEUU le arrebatara a México casi la mitad de su territorio- existía allí el rancho de don José Vicente Feliz. El rancho de los Feliz. De allí el nombre o, también, Rancho Los Feliz.)

Quiero imaginarme que de sus visitas a su abuela proviene su actitud comprometida con la protección del medio ambiente.

Por lo demás, pasó toda su infancia en EEUU y asegura gustarle un plato típico alemán, que muchos peruanos y latinos, en general, solemos circunvalar: Sauerkraut und Eisbein.

Es el Chucrut o repollo en salmuera y Codillo de Cerdo. El chucrut –intento de pronunciación francesa de Saeurkraut- es un plato originario de China y que pasó a Europa a través de los mongoles. Se trata de coles picadas y remojadas en sal, hasta su fermentación. Debido a la salmuera, posee un largo periodo de conservación. Por ello y su alto contenido de vitamina C, fue un plato muy apreciado en épocas pasadas. Los marineros lo utlizaban para combatir el escorbuto, por ejemplo, y el resto de la población principalmente del este de Europa, para cubrir las largas épocas invernales sin verduras frescas.

SANDRA BULLOCK

El caso de Sandra Miss Undercover Bullock es aún más singular, porque, a pesar de haber nacido en Arlington (Virginia), pasó la mayor parte de su infancia hasta los doce años cerca de la ciudad bávara de Núremberg, en un lugar llamado Fürth.

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De allí, que a pesar de negarse a dar largas entrevistas en alemán (por sus problemas con la complicadísima gramática alemana), sí le gusta mostrar que a pesar de los años transcurridos no ha perdido su verdadera lengua materna, idioma que habla –se dice- con marcado acento franco (no francés) de esa región.

Su madre, Helga Meyer, fue una cantante de ópera alemana, fallecida en el 2000.

Su padre, John Bullock, es un profesor de dicción o entrenador vocal (vocal coach) usamericano.

Una de las páginas alemanas que he consultado, colocan -curiosamente- a la salsa en primer lugar en el rubro de su ‘música favorita’. (Ver sexto renglón aquí.)

Sandra Bullock posee la nacionalidad alemana.

NICOLAS CAGE

Nicholas Kim Coppola (Long Beach, California, 1964) es su verdadero nombre.

Este actor no solo es el sobrino del director de cine Francis Ford Coppola -quien acaba de sufrir un importante robo intelectual en su residencia en Argentina, al haberse llevado cuatro ladrones armados material con su trabajo creativo de los últimos 15 años y el guión de la que iba a ser su próxima película, Tetro-, también es hijo de una bailarina y coreógrafa alemana: Joy Vogelsang, nacida en Cochem, un pueblito de 5.000 habitantes a las riberas del río Mosel.

Él mismo afirma que las raíces de su madre están más al sur en la Old Good Bavaria.

Cage se hizo también famoso, por desposar a Lisa Marie Presley, hija del legendario Elvis La Pelvis Presley, para divorciarse apenas cuatro meses después. Lujos de la farándula.

Se dice que su madre sufre de depresiones crónicas. Sus padres se separaron en 1976, cuando él tenía 12 años de edad.

Cage ha empezado a aprender alemán y afirma parecerle sexy el idioma de Goethe. Los alemanes se ríen, teniendo en cuenta que hace poco más de cien años, un escritor usamericano, nada menos que el célebre Mark Twain, escribió un divertido y aplastante artículo titulado The Awful German Language.

Un ejemplo que acabo de pescar a la ligera de la versión original en inglés que acabo de descubrir en la red –solo conocía la versión alemana del mismo-, refiriéndose a las siguientes tres palabras:

  • Freundschaftsbezeigungen. (sic)
  • Dilettantenaufdringlichkeiten.
  • Stadtverordnetenversammlungen.

“These things are not words, they are alphabetical processions.”

También dijo algo parecido a que parecen “mudanzas del alfabeto entero”. Denle un vistazo al artículo, es divertidísimo y no ha perdido nada de actualidad.

En un exceso de frivolidad de este sábado gris y ligeramente lluvioso alemán, debo añadir que Cage adquirió el año pasado -2006- el castillo Neidstein (Piedra de la Envidia, sería una posible traducción), en la localidad de Etzelwang en Oberpfalz, Bavaria.

Se dice que también le gusta el Chucrut con Cerdo. Gustos se gastan ciertos artistas.

ANGELINA JOLIE

Su madre Marcheline Bertrand tiene raíces franco-canadienses e iroqueses. Los abuelos de su padre, el famoso actor Jon Voight, eran de origen alemán.

En el 2002 se hizo acortar su nombre oficialmente, desechando el apellido de su padre, con quien, al parecer, nunca ha tenido buenas relaciones.

BRUCE WILLIS

Walter Bruce Willis nació en 1955 en Idar-Oberstein, una ciudad a unos 200 kilómetros de Colonia y fue bautizado originalmente como Bruno.

Los dos primeros años de su vida los pasó en ese lugar, en el que se encontraba estacionado su padre, David Willis, un soldado usamericano en suelo germano. Su madre es la alemana Marlene Willis, quien mantiene contacto telefónico con gente del lugar.

50 años y medio después de haber partido de allí, Willis regresó hace poco al lugar donde había nacido: un cuartucho en un sótano de una casa que su padre se había visto obligado a alquilar para que viviera su esposa por falta de espacio propio.

Willis es uno de esos típicos actores al estilo de Ronald Reagan y Charlton Heston, quienes sólo conocen la guerra desde los escenarios, pero las apoyan irresponsablemente desde su alta ignorancia estelar.

Como si los muertos y heridos, tal si se tratara del final de una jornada en Hollywood, se pudieran levantar tranquilamente, no tuvieran familiares que los lloraran ni futuros que perder, y, a la salida de los escenarios cinematográficos de Bagdad, una gigantesca limusina negra estuviera esperando para recoger a los 650.000 iraquíes que ya han muerto desde el inicio de la abusiva invasión de Irak por el país de Willis, EEUU.

DORIS DAY

Doris Mary Ann von Kappelhoff nació en Cincinatti, Ohio. Es hija de una germano-usamericana y de un profesor de música alemán.

A sus 83 años vive discretamente en la costa californiana en la localidad de Carmel y regenta un pequeño hotel, el Cypress Inn.

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En su vida activa como cantante llegó a vender más de 17 millones de discos. Aún ahora se puede escuchar con cierta frecuencia aquí uno de sus más grande éxitos, con título y estribillos en castellano: Qué será, será (‘Quei seirah, seirah…’). De tal manera que esa canción, con la que ganó un Oscar, en 1957 en una película del año anterior del inmortal Alfred Hitchcock (The man who knew too much), es conocida por niños y ancianos en Alemania.

En realidad quiso ser bailarina, pero un accidente automovilístico a los 14 años le robó ese sueño.

Su interés y preocupación por el destino de los perros abandonados la ha llevado a fundar la Doris Day Animal League.

GERMAN AMERICAN

Pero estos nombres, más o menos conocidos por todos, solo son un pequeño ejemplo.

Se calcula en 50 millones el número de ciudadanos usamericanos con ancestros alemanes, de un total de 300 millones de habitantes (18%). Con lo cual, se trata de la etnia con mayor número de representantes en ese país.

Se dice que un total de 8 millones de alemanes han llegado a asentarse allí desde 1680, año en que partieron los primeros inmigrantes alemanes, rumbo a Nueva York y Pensilvania. La mayor parte de ellos, unos 6 millones, alrededor de las dos guerras mundiales.

Hacia 1900, ciudades como Cleveland, Milwaukee y Cincinnati llegaron a tener más del 40% de alemanes entre su población.

http://en.wikipedia.org/wiki/German_American

Hay más de una sorpresa en esta larga lista de personajes y personalidades célebres con ancestros alemanes.

Baste un par de ejemplos, como Albert Einstein (judío alemán), Clark Gable, Paris Hilton, Nick Nolte y Henry Kissinger, entre muchos más.

Por cierto, dos presidentes de directas raíces alemanas ha tenido EEUU en su historia: Dwight D. Eisenhower (Eisenhauer originalmente, ‘herrero’ o ‘golpea hierro’) y Herbert Hoover, originalmente Huber en alemán.

HjorgeV

Colonia, 29-09-2007

DORIS DAY: QUE SERÁ, SERÁ (Evans/Livingston, 1956)

POSTALES DE ALEMANIA: UN NUEVO OFICIO

El otro día, a propósito del Oktoberfest (¿o ‘la Oktoberfest’ suena mejor?), me contaron mis hijos que vieron otro reportaje sobre ese festival cervecero muniqués.

-¿Sabes cuánto ganan los que trabajan allí? –me preguntaron.

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-Diez mil euros –dije, por decir-. ¿Se están refiriendo a los camareros, no?

-Sí.

Después me di cuenta de que seguramente había exagerado porque mi cálculo lo había hecho pensando en un mes y el festival solo dura unas dos semanas. 16 días, exactamente, este año.

-Los nuevos ganan de 3 a 4 mil euros. ¿Y los antiguos y los que están en los mejores puestos?

-Diez mil –insistí.

-No. Más.

Como no es un tema que me interese particularmente no supe qué decir. Como niños, les fascinaba la idea de ganar tanto dinero en tan poco tiempo. La respuesta es 15 mil euros. Casi mil por día. Un poco más de 21 mil dólares, al cambio de hoy. No se trata de una broma.

He regresado al tema por algo que vi hace dos noches por las calles de Colonia.

Había salido con la esperanza de hacer un poco de vida nocturna. Era miércoles, medianoche y la ciudad parecía abandonada. La zona del Ring –‘anillo’ en alemán, por su forma y su función circunvalante del centro de la ciudad-, con sus cafés, restaurantes y bares, ¿cuándo se debe llenar?, me pregunté. ¿Sólo los fines de semana?

Como sucede en todas partes, en Colonia no dejan de ponerse de moda ciertas zonas de la ciudad en detrimento de otras. Es algo que muchas veces no tiene ninguna explicación. Racional, se entiende. Y que va dejando una estela de desolación por donde deja su huella.

Cuando llegué aquí hace 22 años, recuerdo que la Südstadt, un barrio al sur de la ciudad, era el de moda. Los fines de semana apenas se podía avanzar por ciertas calles, debido a las verdaderas masas humanas que se formaban, como gigantescos racimos vivientes, sobre todo frente a los locales más de moda. En ese entonces apenas existían los quioscos que en los últimos cinco años han aparecido como hongos por toda la ciudad y que han hecho posible una nueva figura callejera: gente completamente normalita andando de lo más tranquila y feliz con su botella –generalmente de cerveza- en la mano.

Esto último, algo completamente impensable apenas diez años atrás, cuando eso –todavía- constituía la forma más segura de reconocer a los Penner, los clochard, los borrachines sin techo alemanes.

No hace mucho, tuve que visitar esa zona sur de la ciudad –fue un sábado por la noche- y me quedé con la boca abierta. El bar que había sido lo máximo en su momento apenas tenía 8 clientes. Otros habían cerrado sus puertas. Por las calles apenas había gente.

Visitar el centro de Colonia, en ese sentido, es como abrir una caja de sorpresas como la que acabo de mencionar. La llamada recesión económica alemana, que empezó más o menos puntualmente con la implantación del euro y el 11-S, y de la que parece que empieza a recuperarse Germania, ha traído una serie de nuevos fenómenos a este país.

El que acabo de mencionar, por ejemplo: la moda de llevar una botella con algún tipo de bebida alcohólica en la mano. Es más barato, claro, pagar un euro por esa botella en un quiosco, que los 3 a 5 euros que cuesta en los bares.

Junto a este fenómeno, han aparecido otros que son consecuencia inmediata de él. La gente joven ha empezado a descubrir los parques como centro de diversión y esparcimiento. O simplemente ciertas calles, donde se reúnen los fines de semana llegando a bloquear el tráfico vehicular a cierta hora punta de la noche, para desesperación de muchos negocios.

Pero existe otro fenómeno que no ha escapado a mi vista, tal vez porque tiene que ver indirectamente también con mi pasado. Con una cortísima pero particularmente dura etapa de él. (Tuve suerte entonces, pero no quiero saber qué habría sucedido si no hubiera sido así.)

Estaba en París, acababa de llegar de Lima y nada estaba saliendo como había pensado. Las promesas de trabajo no se habían cumplido. La promesa de alojamiento había sido recortada bruscamente. El dinero se me acababa. Por orgullo, abandoné aún antes el lugar donde estaba, sin detenerme ni un momento a pensar que podía estar cometiendo un grave error y salí –literalmente- a la calle. No hablaba todavía francés, no conocía prácticamente a nadie en la Ciudad Luz. ¿Cómo se me ocurrió hacerlo esa vez?

Lo contaré en otra oportunidad. (Un ángel guardián se me presentó; a mí, ateo convicto y confeso.)

De lo que quería acordarme era de los atardeceres que pasaba en la explanada del Centro Pompidou, contemplando -viendo morir el día- la amplia gama de destinos humanos.

Turistas, borrachines sin techo, grupos de jóvenes magrebíes, artistas callejeros, más turistas, personas solas, parejas enamoradísimas, parisienses con prisa, siempre con prisa. Los atardeceres son óptimos para la observación y la contemplación, porque se puede llegar a pasar desapercibido.

Entre toda esa gente, intentando pasar también desapercibidos como yo, unos seres adustos se movían por entre las sombras hurgando en los basureros y por los rincones.

Recolectaban botellas.

Ese mismo fenómeno ha llegado ahora a Alemania.

Lo volví a ver la otra noche y me llamó la atención, porque vi por primera vez a una mujer haciéndolo. Tenía aspecto de extranjera. Más adelante vi a uno que bien podía ser un alemán bastante mayor común y corriente, arrastrando un carrito tintineante y con el ojo bien abierto en busca de botellas abandonadas.

No es algo aislado. Y es uno de los síntomas de los nuevos tiempos, en los que cada vez los verdaderamente ricos son más –innecesariamente- ricos, mientras que cada vez más gente tiene que vivir de recoger lo que otra arroja a la basura.

El oficio es, entonces, relativamente nuevo.

Durante el mundial pasado, hubo quien se vanagloriaba en un reportaje, de haber hecho una media de mil euros diarios recolectando botellas. El tipo –un alemán- se lo había montado como un oficio o trabajo cualquiera. Vestí un mameluco de trabajo, tenía una furgoneta de carga, usaba guantes y unas pinzas especiales que podía alargar a voluntad.

Si es cierta la suma que mencionó en la televisión, tendría que haber recolectado unas 4.000 botellas diarias. Unas 400 por hora, partiendo de diez horas de trabajo. Unas 6 a 7 cada minuto. Una cada 10 segundos. Lo cual es plausible, si se tiene en cuenta que lo hacía en las entradas del estadio de Colonia. Como está prohibido entrar con botellas, la gente las tiene que devolver –haciendo largas colas- para recuperar el dinero (de 10 a 25 centavos de euro) que se paga extra por el envase. O, abandonarlas, que es lo que hace la mayoría.

Cada vez que veo a alguien haciéndolo, entonces, no puedo dejar de pensar en mi corta estadía en París.

En esos atardeceres dedicados a la contemplación de la gloria y la miseria humanas, en la explanada del Centro Pompidou; días en los que, si alguien llegaba a pronosticarme que terminaría casándome, teniendo cuatro hijos y viviendo en Alemania, le habría soltado -simplemente- una gran carcajada.

HjorgeV

Colonia, 28-09-2007

P.D.: También hay quien se lo toma más deportivamente, claro. Pulsar aquí.

ADIÓS A LA MODA CANTINFLAS

Qué pena que el gran Cantinflas ya no viva para verlo.

Y qué pena que no patentara su propia moda, el mexicano. Ahora sus descendientes podrían estar cobrando millonarias regalías por los inventos de don Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes (Distrito Federal, 1911-1993).

Ya van casi diez años desde la aparición de esa moda ridícula, absurda y antihigiénica (en algunos) que consiste en llevar los pantalones muy por debajo de las caderas y mostrando el calzoncillo, en los hombres. Es un decir y una exageración, claro.

Porque toda moda lo es, lo tiene que ser, por lo menos al comienzo, para poder pegar:

Ser llamativa, provocadora, capaz de despertar emociones y sentimientos encontrados y diversos.

En las mujeres esa moda tuvo –en este país- una corta secuela que consistió en mostrar excesivamente la tanga, pero no prosperó demasiado.

Para bien y para mal. (No quiero ni imaginarme a ciertas personas llevando tal moda.)

No hace mucho, de vacaciones por la costa norte de este país tan disímil y uniforme, a la vez, mientras iba sentado en un ómnibus interurbano contemplando el verde y bello paisaje norteño alemán, fui testigo de cómo a uno de esos muchachitos provincianos muy dados a copiar las modas de las grandes capitales, se le cayó varias veces el pantalón que trataba de llevar a las caderas que apenas tenía.

¿Quién se hubiera podido imaginar que después de más 50 años iba a resucitar la vestimenta y la manera de llevarla de ese gran cómico mexicano fallecido a los 82 años en 1993?

Como Cantinflas en sus películas, estos pantalones –lo dijo alguien ya- son para reír y para llorar.

A mí me preocupó un tiempo el asunto, porque, tal como se ve con otras modas que nadie en su primer momento da un medio por ellas, terminan imponiéndose hasta en los ancianos.

¿Terminaríamos viendo abuelitos luciendo esos pantalones carcelarios y lactantes en persona? ¿A los mismos abuelitos que habían reído -en su tiempo- con los pantalones, el pañuelito y la gorrita de Cantinflas?

¿Abuelitos mostrando los calzoncillos?, me preguntaba.

(-¿Por lo menos, limpios? –preguntaba mi Lector Atento, ese loro impertinente que se despierta de vez en cuando sobre mi hombro derecho para interrumpir con sus inquietudes.)

La moda de los pantalones caídos, como si se llevara un gran pañal usado dentro, tuvo su origen, al parece, en las cárceles. De allí también procede esa otra moda de llevar las zapatillas sobredimensionales y sin pasadores o cordones. ¿De quién se podría correr uno en una celda de 3 por 4 metros, sino?

Forges, ese gran dibujante e intelectual español, decía en una entrevista (que todavía se puede apreciar en la sección de videos de El Boomerang, me imagino) que lo que había sucedido en España en los últimos 30 años, se podía resumir diciendo que se ha pasado del pantalón campana, pasando por el pantalón tubo, hasta llegar al pantalón Cantinflas.

Qué potencia visual.

Tal vez el ponerse a hablar sobre una moda signifique, de paso, estar empezando a escribir su carta de defunción. Porque cuando se convierte en tema general, es que ya debe llevar su tiempo en escena. Le toca a la próxima. Adelante.

La moda no incomoda, se suele decir, para justificar las penurias que tenemos y hemos tenido que pasar en nuestras vidas, tratando de estar –justamente- a la moda.

Pero la moda es mucho más.

Ya quedaron atrás aquellas que eran un dictado directo de la industria textil. Eran modas marciales, porque todos las debían llevar a riesgo de pasar por un extraterrestre y de mal gusto, además. Todos debían llevarla.

Hoy en día hay modas diversas y más o menos para todos los gustos.

Hay tanto espacio para todo que vuelven cada cierto tiempo las llamadas modas retro, para hacernos recordar que lo absurdo no tiene fin o, sencillamente, recordar tiempos pasados que vistos a través del lente de trapos tontos y absurdos, nos llegan a parecer mejor.

Cómo sufrí yo aquél día -previo a una fiesta- en que descubrí que ya no se llevaban más los pantalones rectos. Creo que pasé vergüenza hasta que mi madre vino a socorrerme.

Nunca más volvería a llevar pantalones que no fueran acampanados, me prometí solemnemente.

Pero pasé esa vergüenza porque había cambiado mi actitud respecto a las chicas, es decir, había llegado a la pubertad sin que nadie me hubiera enviado la correspondiente comunicación por correo. (Como casi siempre sucede con la pubertad y otras fases de la vida. Un día llama a la puerta y no hay forma de escaparse.)

De no haber sido así, seguramente no lo hubiera notado por un tiempo más.

Hoy veo que mis chicos y mis chicas deciden desde mucho más temprano cómo vestirse y según qué ocasión. Hasta el de dos años sabe qué quiere ponerse en determinadas ocasiones.

¿Éramos así nosotros?

Tal vez lo más lejano que recuerde es el pedido que le hice a mi madre de comprarme ropa negra –por alguna serie de televisión, ¿El Gato?- cuando tendría yo unos diez años y recibí como respuesta que ese color no era para niños.

La gran industria textil ya no tiene el poder de antes, porque, sencillamente, ahora todo puede ser copiado incluso antes de salir al mercado un nuevo producto.

La moda forma y deforma nuestro gusto. Y con él nuestra visión de las cosas.

La moda ata y desata.

La moda es una tirana. Es una Santa Inquisición.

La moda forma grupos, pero también segrega.

Es esa dictadura que nos obliga a creer que lo de hoy es lo ‘máximo’, pero nos caemos de espalda cuando lo volvemos a encontrar –desprevenidos- mañana.

¿Por qué?

Porque la moda también responde a eso que he estado mencionando en estas últimas entradas y que explica los comportamientos humanos más extraños: la psicología de grupos.

Hay modas para todos los gustos. Y en todos los campos. No solamente las referidas al vestir, claro.

Modas musicales, arquitectónicas, automovilísticas, culinarias, educacionales, deportivas, marinas, urbanas.

Existen adjetivos sobre la moda como para dar un gran paseo por el diccionario.

Chistosas: el pantalón cantinflas y la actual –aquí en Alemania- con los pantalones a diversas alturas de la pierna y calcetines de escolar japonesa.

Insoportables: la anterior.

Peligrosas: zapatos demasiado altos, cinturas al aire en invierno, perforaciones y anillos por todo el cuerpo.

Atrevidas: como la de la minifalda y la de mostrar la tanga.

Absurdas: como el pantalón cantinflas y los zapatos sobredimensionados.

Perversas: la del uniforme ranger.

Apuradas: esas que te obligaban a correr a las tiendas porque si no ibas a ser el hazmerreír de las fiestas o reuniones y al final solo lo notaban dos o tres.

Discretas: las que más aprecio.

Personalmente, recuerdo con especial cariño la moda hippie que observé desde mis ojos incrédulos de niño.

Esa mezcla y conjunción de color y psicodelia, de estrafalario y cómodo, de provocación y futurismo, de sensación de libertad y actitud liberal frente a la vida.

Claro, ¿quién sigue al pie de la letra la moda?

Solo unos cuantos.

No ha faltado la vez en mi vida, que, al ver una nueva moda, me he preguntado, espantado, a veces: ¿Eso se va a empezar a llevar ahora? (En el Perú, nos gusta usar una palabrita para eso: adefesio.)

La industria textil ya ha anunciado la próxima moda: los pantalones al tubo y a la cintura. Prepárense.

¿No la conocíamos ya? ¿O estoy desvariando?

Todas las modas –como se dice, ahora, ahorrativamente, para todo– son, simplemente, cul. O lo fueron. Pero solo en su momento.

Es que, por definición, son flores de un solo día. Aunque lleguen a quedarse años y no se quieran ir.

Así es que ya saben, los más jóvenes: prepárense a subirse los pantalones.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, 27-09-2007

POSTALES DE ALEMANIA: BUSCANDO CASA

Un amigo alemán me cuenta que está buscando casa.

-¿Casa? –le pregunto yo y me acuerdo enseguida de un peruano que tenía varios apodos o sobrenombres y uno de ellos era el de Pepe Casa.

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-Muchachas –les había dicho una vez a un grupo de peruanas que formaban corrillo en una reunión-. Estoy buscando casa. Si saben de algo, por favor, me pasan la voz.

Carlitos –le replicó una de ellas, haciendo uso de uno de sus otros apodos-. Tú querrás decir que estás buscando un departamento, un apartamento o un cuarto. O, tal vez, un lugar dónde dormir. O un piso, como se dice en España.

Pepe, conocido por su lengua que era como un revólver bien entrenado del lejano oeste, se vio metido en una incómoda situación. No era la primera vez.

Casa –repitió él, fastidiado-. Si uno dice casa, es porque busca casa, ¿no?

Las chicas se rieron.

-¡Casa! –insistió él, y se alejó enojado.

-¿Y tú por qué tienes que decirle nada? –le reprochó otra de ellas a la que había tratado de aclarar las cosas, cuando Pepe ya se había retirado.

-¿Cómo que no? El bacancito ése viene a interrumpirnos, encima hace una pregunta ostensiblemente tonta y ¿tú te quejas? Estamos en Alemania. No lo olvides. ¿Qué dirías tú si yo dijera que busco un marido de verdad, por ejemplo?

-¡Que estás buscando una aventura por una noche! –exclamó alguien del grupo. Las muchachas se echaron a reír.

Pepe, Carlitos, también llamado Luis, encontró casa. No un departamento, apartamento ni un cuarto. Consiguió casa.

El grupo de peruanas, cuando se volvió a reunir, no lo podía creer.

-¿Consiguió casa, ese, ese personaje, él, el mismo? –fue una de las preguntas que se hicieron como quien ve el cuerpo de un gigantesco dinosaurio rubio y moribundo en plena calle.

Casa –dijo otra.

-¡Casa! –confirmó la que sabía.

-No, no, no –intervino otra-. No bromeen. Ustedes quieren decir que consiguió un lugar donde dormir, vivir o pasar la noche. Ese no tenía dónde caerse, por lo que yo sabía.

-Por eso –dijo la que estaba más informada.

-¿Cómo que por eso? –preguntaron las demás, sin entender nada, casi en coro.

-Sí, por eso –dijo ella, con esa sonrisa de quien sabe que guarda una información como un pequeño tesoro y los demás están pendientes de ella.

-Cuenta, cuenta –dijeron las demás.

-Cortito, nomás –dijo ella-. Ahora vive en una pequeña, vamos a decir, mansión.

Las otras hicieron “¡Oohhhhh!” en coro.

-¿No era que no tenía donde caerse?

-No, pero tuvo suerte. Un embajador lo ha acogido –informó ella, con voz engolada, haciendo una pausa dramática primero-. El Embajador de Lanzarote en Colonia le ha prestado un cuarto de su casa.

¡Prestado! ¡Un simple cuarto, además!

¡Pero, casa, al fin!

Todas echaron a reír al unísono. Lanzarote no tiene embajadores en ningún lugar, es una de las Islas Canarias, solamente. Ella se refería a Tomás G., un empresario canario de Lanzarote conocido por su gran corazón y sus continuas ayudas a todo tipo de necesitados.

-¿Casa? –le vuelvo a preguntar a mi amigo alemán-. ¿O un departamento?

Lo hago porque sé que tiene una novia eterna con la que tienen lo que ellos llaman su hijo: un perro afgano de un lindo color marrón.

-No, no –me aclara él-. Hemos pensado que sería hora de vivir bien. Los dos ganamos un buen sueldo y queremos probar con espacios más grandes. La calle es la Damm, cerca de donde viven ustedes. Estamos ultimando los últimos detalles del contrato.

-¿La Damm? –me pregunto, como si pudiera despertar en mi cerebro conocimientos dormidos, cuando lo cierto es que tengo una pésima memoria para ese tipo de cosas-. Me suena.

-Está al final de la calle que lleva a la zona donde viven ustedes. Es la penúltima o la antepenúltima casa, antes de que empiecen los campos.

Me quedo pensando por un momento. Me suena, me suena algo todo esto.

-Había entendido que tenían un bonito departamento. Y que no pagaban mucho -le digo, para disimular mi ignorancia.

Sabía que vivían en lo que había sido un establo y que es lo que está de moda actualmente. Un grupo de personas, alguien emprendedor o cada vez más empresas pequeñas le ponen el ojo a un establo o pequeña granja y empiezan las negociaciones con el dueño. El trasfondo del asunto es que cada vez menos gente quiere seguir la tradición de sus padres en el campo agrícola. Nadie más quiere ser un agricultor, por más que los de este país conduzcan un Mercedes y hagan vacaciones como el resto de sus compatriotas. Los pocos interesados en el negocio lo hacen cada vez más con ayuda de las nuevas tecnologías y contratando mano de obra temporal. De tal manera que lo que aquí llamo establo, y que es una especie de granja en combinación con unidades habitacionales, es algo que ya no se necesita, pero que tiene su gran encanto rural.

La moda la iniciaron los llamados alternativos. Gente que quería estar cerca de la naturaleza y alejarse del barullo de las grandes ciudades. Muchas veces pagaban el alquiler ayudando en las labores agrícolas o propias de una granja: ordeñar vacas, dar de comer a los animales, limpiar establos, esas cosas. Se trataba de estudiantes, artistas, pasotas y disidentes del sistema.

Las nuevas generaciones de colonos acaso están constituidas por los estudiantes de otrora, que ahora tienen la posibilidad de ganar un buen sueldo y quieren retomar sus sueños de ayer, pero con las comodidades de hoy. Así, hoy, esos establos o granjas que antes permitían solo un par de rústicas comodidades, siguen conservando su apariencia rural por fuera, pero por dentro se trata de modernísimas viviendas familiares, mayormente.

En uno de esos establos refaccionados y modernizados vive mi amigo con lo que él llama su eterna novia, porque llevan más de quince años juntos y no se han casado ni piensan tener hijos.

-El departamento sigue siendo bonito, pero es necesario emprender una serie de cambios y refacciones.

-¿Y cuál es el problema?, si me permites la pregunta.

-¿Qué? –me pregunta él, empezando a reír-. ¿Tienes miedo de que nos mudemos muy cerca a donde viven ustedes o qué?

Touché –le digo, usando una expresión francesa que no es rara en este país.

Significa ‘tocado’, es decir ‘me tocaste’, ‘me diste’, dejándome fuera de combate. ‘Me pescaste’, en este caso.

Reímos un buen rato.

-No, es imposible seguir allí. La dueña nos lo pone cada vez más difícil.

Callo. El que quiere contar, debe hacerlo sin que se lo exijan.

-¿Te lo puedes imaginar? –continúa él-. ¡Su propio departamento tiene ventanas que tienen más de 60 años de antigüedad!

-Falta de dinero no será –le digo.

-¡Qué va! La tipa se pudre en plata.

-Falta de interés, entonces –agrego-. La fuerza de la costumbre.

-Pero eso no es todo –me dice él, habiendo entrado en calor.

Bebemos de un vino blanco griego, Biblia Chora, cuyo nombre no sabemos cómo pronunciar. ¿Cómo ‘cora’, como dice él, o como si fuera castellano, ‘chora’? No conocemos a ningún griego y nos tenemos que quedar sin saberlo por ahora.

-Su departamento no tiene calefacción. Usa una serie de calentadores eléctricos que va moviendo por las habitaciones, según lo necesita.

-Entonces, puede ser por dinero.

-Te digo que no –insiste él-. Tiene una hija que vive con su novio en la misma ex granja. Me acaba de contar entre lágrimas que el departamento de su madre, de la dueña, es el único que no ha sido renovado. ¿Te lo puedes imaginar?

-¿No tiene una chimenea?

-No. Eso es algo en lo que yo también pensé.

-Rarísimo. Tiene que haber otro tipo de problemas detrás de todo esto. No es normal –le digo yo, sin saber, en realidad, qué pensar, porque solo se me ocurren preguntas.

-Lo que yo creo –dice él, adelantándoseme-, es que no puede con la administración de la ex granja.

-Existen empresas que se encargan de eso por no mucho dinero.

-No quiere pagarlo. Es simplemente una tacaña, para qué darle vueltas. Su problema es la avaricia. Punto.

-¿Siempre fue así?

-Te lo repito: su departamento tiene ventanas con más de 60 años de antigüedad.

-De la época de la Segunda Guerra Mundial.

-Ya te lo puedes imaginar. Vidrios simples y el aire que se cuela por todas las junturas.

-Lo conozco –le digo-. En el negocio que tenía, llegué a ahorrar casi el 30% en energía, después de cambiar las ventanas. Costó mucho dinero hacerlo, pero al cabo de un par de años ya estaba amortizada la inversión.

Una vivienda mal aislada necesita más energía, porque en invierno se cuela el frío por todas partes, enfriando los ambientes, y, en verano, se calienta más y en menos tiempo.

Los vidrios de las ventanas modernas están constituidos por una doble capa, entre las que se hace el vacío. Eso hace aumentar el aislamiento térmico como en los termos, precisamente: dos capas y el vacío entre ellas.

-¿Te lo puedes imaginar? –repite él, ayudado por el vino, me imagino-. ¿Solo con tres centímetros de corcho o un material parecido, se obtiene el mismo aislamiento térmico que con un muro de un metro de ancho y ellos no están dispuestos a hacer nada por mejorar el nivel de vida de quien les paga bien? Llevamos once años viviendo allí.

-Tiene que haber más detrás –insisto, por mi parte-. ¿Y el marido, el padre de tu amiga?

-No para en casa. Tienen otra granja y se pasa la mayor parte del tiempo allá.

-Ajá –reflexiono-. ¿Alcohol?

-Él debe beber por lo menos un litro de vino al día. Los fines de semana, dos. Ella, creo que un poco menos.

Estoy tentado a preguntar cómo lo sabe, pero recuerdo enseguida que son amigos de la hija de los dueños.

-¿Qué edad tienen? –le pregunto. El efecto del gran consumo de alcohol varía un poco con la edad. Y la constitución de las personas. Y con el momento. Llevo dos copas, es tarde y estoy que me duermo.

-Alrededor de los 60 –me responde.

-Avaricia, crisis emocional por la separación de hecho, alcoholismo, la desesperación por saber que el reloj de la vida no se puede alterar. Amargura. La amargura lleva mucha gente a tratar de arruinar la vida de los demás, cuando se ven en la situación de no poder hacer nada por salvar la suya propia.

-Tenemos un juicio pendiente con los dueños por no haber hecho ciertas refacciones. Estamos hartos. Queremos cambiar de casa.

-¿Ya vieron la nueva?

-Pertenece a unos polacos.

Hago un gesto de asombro.

-A alguien de apellido polaco, querrás decir -le digo, sirviéndole el resto del vino.

-Sí, sí, claro.

Los polacos son conocidos aquí en Alemania como la nueva mano de obra alemana. Vienen de su país por temporadas, hacen los trabajos más duros, ganan mal para los estándares alemanes, pero en relativamente poco tiempo, ganan el dinero que en su país les tomaría años hacerlo.

De pronto, cae una manzana de Newton en mi cerebro. Plaf.

-Ya sé de qué casa se trata –le digo-. El fundamento no es muy nuevo, pero ha sido completamente refaccionada y renovada no hace mucho, ¿no?

-Así es. ¿La conoces? –me pregunta mi amigo.

-Nunca he estado por dentro. Pero mis dos hijos menores sí. Son nuestros vecinos. Nuestros hijos juegan juntos. Se llevan bien, los niños. Él es ingeniero y ella académica. Filósofa creo. Se han pasado casi dos años renovando su casa. Había escuchado que se querían mudar. Increíble –le digo-. ¿Quién se pasa dos años con albañiles desde la hora del desayuno hasta bien avanzada la tarde, para luego decir, no, mejor buscamos otra cosa?

-Suerte para nosotros –me dice él, levantándose de su asiento y empezando a despedirse.

-Oye, Sven -le digo, porque se me acaba de ocurrir-. ¿No será una metáfora?

-¿Qué?

-La reacción de la dueña. Una buena ventana no deja pasar el frío, pero tampoco el calor. Ahorra energía, pero aisla. Tal vez lo que no quiere es aislarse aún más de su medio. O de lo que le queda de su medio y su burda reacción es esa. No se atreve a decir la verdad. Con su terquedad tal vez está diciendo «Jódanse, si no me pueden entender».

-Nos vemos -me dice él, sin hacerme caso-. Creo que has bebido demasiado.

HjorgeV

Colonia, 26-09-2007

¿LE DA OTRA OPORTUNIDAD?

SI ESTÁ TOTALMENTE CLARO PARA MÍ…

Acababa de contar aquí en esta bitácora lo que me sucedió en uno de los aeropuertos de esta ciudad la semana pasada.

La facilidad con la que la gente que debe dar información –porque es la que la conoce- a la que no la sabe, le puede llegar a parecer algo completamente obvio, solo por el hecho de repetirlo incontables veces. En el peor de los casos, a lo largo de años.

-¿Me puede decir cómo llego a tal sitio, señorita o señor?

-¡Pues, no! ¡Estoy harta/o de decirlo y que la gente no lo aprenda!

Acababa de decirle el viernes a la profesora de música (violín) de nuestro tercer hijo de seis años que tenía la sospecha que estaba yendo demasiado rápido con él.

Para ello, le conté lo que me pasó en mi primer día aquí en Colonia. Buscando la iglesia en la que me había citado con alguien, me paré a descansar junto a la catedral y pregunté por el Dom, sin saber que se trataba del mismo lugar que yo buscaba.

-Detrás de usted, jovencito –me respondió un lugareño, sin poder entender por qué lo preguntaba yo-. ¡Está allí a sus espaldas desde hace siglos!

Al final de la clase vi la hoja de tareas de mi hijo y casi me caigo de espaldas. No sabe que si sigue exigiéndole al máximo a mi hijo, todos corremos el riesgo que suceda lo que pasó con mis hijas: un día se cansaron de las exigencias de su profesora de piano y se negaron a seguir tocando.

Acababa de comentarlo un peruano aquí, bitacorero de Berlín, El Dani, quien después de experimentarlo en varios países, se sigue asombrando de ese mismo defecto humano.

La incapacidad que tenemos muchos para ponernos en el lugar del otro. Eso de creer que porque está totalmente claro para nosotros, lo tiene que estar también -y automáticamente, además- para los demás.

O de convencernos de que basta repetir algo hasta la saciedad para que quede claro.

Se lo dije a mi hija mayor –de 12 años- hoy:

-Ten cuidado que eso de casarse no es como salir de compras –esperaba que al final me entendiera-. En la tienda uno puede decir: “Quiero unos filetes de tal. Pero sin huesos ni espinas. Y sin los intestinos”. Cuando uno se casa, no es posible ser tan selectivo.

Se rió.

-¿Qué ha pasado? –me preguntó. Me gustó que sacara sus propias conclusiones.

-Tu madre me ha dejado una linda lista.

-¿Para el almuerzo, no? Hoy llega Anja con su nuevo novio de visita. Trae a sus dos hijos, también.

-¿Anja ya tiene dos hijos?

-No, pues, Mapi. Los hijos son de él.

-Ah.

Me explico.

Me gusta cocinar. Es un placer para mí. Sobre todo un sábado. Un típico día sin mayor apuro y uno que puedo coronar con el ejemplar de Babelia de El País.

Cocinando se me ocurren buenas ideas, mientras me embarco en el mundo de los sentidos puros. Intelecto y sentidos en un viaje multicolor, interesante y con un buen fin: que a todos les guste y queden bien alimentados.

Un sábado me anima a salir de compras –suelo detestar hacerlo-, aprovecho para entrar en relación más profunda con alguno de mis hijos, y sé que mi esposa lo utilizará para llevarse la camioneta y hacer sus propias diligencias.

El sábado tiene su propio encanto para mí. El domingo es más como un día de renuncia o descanso absoluto para la mayoría de la gente. El sábado es vida, todas las posibilidades abiertas. Es un decir. Porque, la verdad, suelo regirme –salvo lo estrictamente necesario- muy poco por la dictadura del calendario.

De tal manera que el sábado pasado, a la hora de pasar a la cocina a prepararme un café descafeinado con leche para acompañar mi revisión de las noticias del diario, me encontré sobre la mesa de trabajo con un mensaje de mi esposa.

“Tenemos visita. No estaría mal si te prepararas unas Yucas a la Huancaína, un Pollo con Mole, arroz y ensalada. Llegan a las 13:30 y ellos traen Mousse de Chocolate. Seremos diez en total”.

¡Zas!

¿Por qué no me pidió una mesa en la Luna y, por favor, el postre en Marte?

Pero, no, así de fácil era la cosa para ella. Como en un restaurante. Encima, ese «No estaría mal». ¿En qué bendito momento de mi vida se me había ocurrido decirle que me fascina cocinar?

En un restaurante, es -más o menos- fácil.

-Tráigame, por favor, un Cebiche para empezar, con su Leche de Tigre, se entiende. Luego me comeré un Carpaccio y una mínima porción de Ñoquis con Salvia y mantequilla. Para continuar deseo una pequeña porción de Sudado de Lenguado, con unos granos de arroz bien graneado de acompañamiento. De plato principal, por favor, un Filete natural, argentino, un poquito tostado por fuera y crudo por dentro; con una Ensalada de Berros de guarnición. Evitaré el postre hoy, ¿sabe? Pero si insiste, tráigame una cucharada de un buen Mousse de Chocolate y un poco de Gelatina de Fresa, por favor.

Así de fácil.

-Ah, lo olvidaba, camarero. Tengo menos de una hora para comer todo. Pero dejaré una jugosa propina.

Así de fácil puede ser en un restaurante. Si está poco visitado, claro. Pero, ¿en casa?

Mi esposa también sabe cocinar. Sabe lo que toma preparar una ensalada y un buen arroz. Lo demás, no sé. Pero lo primero, seguro que sí.

Eran casi las 11:00 de la mañana.

¿Quería que preparara esos 6 platos en cosa de unas dos horas? ¿Y para 10 personas?

En un restaurante todo está preparado cuando llegan los comensales. Todo está a la mano. Comprado, traído (no es desdeñable esto), desempaquetado, lavado, cortado, fileteado si se da el caso y reservado a las temperaturas convenientes. Todos los ingredientes, aderezos, salsas y condimentos están listos y a la mano.

Un cocinero de restaurante no tiene problemas en cocinar para una sola persona o para 50. Conoce las proporciones. Alguien, sin esa práctica, como yo, que está acostumbrado a cocinar más o menos cualquier cosa para las 6 personas que somos, sufre cuando esa cifra varía. Para arriba o para abajo. Es la fuerza de la costumbre. Además, tiene ayudantes.

Repasé el escenario en mi mente. Es lo que hago con muchas tareas que se me presentan. Así puedo ver en la imaginación a tiempo con qué problemas me podría enfrentar.

¡Ni hablar!, me dije, después de hacerlo.

Salvo que renuncie a mi cafecito descafeinado con leche y a las noticias del día, pensé.

Y así fue. Cuando terminé de preparar todo, allí seguía contemplándome mi pobre taza (es un vaso grande), como un amigo o amiga que has ignorado por completo toda la noche en una fiesta.

Cualquier juez me comprendería.

-No supo ponerse en mi lugar, señor juez.

-¿Y por eso se quiere divorciar?

-Era sábado, señor juez. Día de Babelia.

-¿Babelia? ¡Qué feo nombre para una amante!

Por lo menos me concentré en lo que hacía y todo estuvo listo a tiempo.

Les presento aquí el resultado, por si a alguien le pudiera interesar. No sé.

Primero: hay varias formas de hacer arroz.

La más sencilla es uniendo la cantidad deseada de arroz, junto con más o menos el doble de esa cantidad de agua, añadiendo un poco de sal y poniendo todo a fuego fuerte. Cuando el agua rompe a hervir, se baja el fuego casi al mínimo, se destapa un poco la olla y ya está. Solo basta esperar a que se consuma el resto de agua.

Si el arroz es bueno y solo sirve de acompañamiento de algo verdaderamente rico y jugoso, bastará.

Hay otras formas.

La que prefiero empieza por sofreír en aceite de oliva, cebolla blanca y ajo picados muy finamente, hasta que empiece a dorarse todo. Se agrega sal para acelerar el dorado, teniendo cuidado de que no se nos queme el conjunto; se agrega el arroz y más o menos un litro y medio de agua por cada kilo de arroz. Para terminar, se procede como en el caso anterior.

La cantidad de agua es algo que depende de muchos factores. Del tipo de fuego y de la hornilla que se utilice, del tipo de olla o cacerola y –sobre todo- del tipo de arroz. También del gusto de cada persona.

Eso es algo que solo es posible descubrirlo en la práctica. Por eso es importante concentrarse en un solo tipo de arroz.

Segundo. El Mole.

Si existe la posibilidad de comprar la pasta de Mole Poblano (aquí en esta zona de Alemania es relativamente sencillo), no es difícil hacer una versión casera. Según la receta de la etiqueta, basta mezclar esa pasta con caldo de pollo o verduras.

Prefiero hacer una versión diferente.

Tomo Pasta de Maní (suelen tenerla todos los supermercados del mundo) y la mezclo a partes iguales con la pasta de Mole. Sofrío esa mezcla sobre cebolla y ajos previamente dorados en buen aceite; agrego caldo y un poco de crema de leche. Dejo que espese y corrijo al final el punto de sal.

Tercero. El Pollo.

Me gusta adobar el pollo (o pavo) con comino, vinagre blanco, ajo molido, otras especias y un poco de sal antes de freírlo. Si tiene dos hojas de laurel, mejor.

Como hacerlo requiere tener filetes muy delgados y no los tenía (solo pechugas deshuesadas y limpias), y ese procedimiento es muy laborioso, me decidí por utilizar las pechugas enteras y usar el horno para cerrar el proceso de cocción de la carne, después de sofreírla.

Se deja ésta por lo menos una media hora en la mezcla anteriormente mencionada, removiendo de vez en cuando para que se distribuya bien todo.

Recomiendo agregar unas gotas de Siyau o Salsa de Soya al adobo. Y una pizca de azúcar o miel.

Para empezar, precalentar el horno a 200-250 ºC.

Preparar un par de buenas sartenes mínimamente aceitadas a fuego muy alto y disminuir un poco el fuego antes de colocar las piezas de pollo sobre las superficies que deben estar muy calientes.

En este momento hay que tener mucho cuidado para que el ajo residual no se queme al contacto.

Para evitarlo, es preferible limpiar la carne de cualquier residuo de ajo antes de freírla. Pero no tirar el líquido que después servirá para bañar las piezas fritas antes de meterlas al horno.

Freír con rigor las piezas por ambos lados, colocarlas sobre papel de hornear o en una bandeja adecuada e introducir todo al horno por unos 20 minutos.

El truco está en calcular el momento exacto, de tal manera que la carne resulte muy suave por dentro y un tanto crocante por fuera. No es fácil. Hay que equivocarse varias veces.

Cuarto. La Salsa a la Huancaína.

Las Yucas las había comprado mi esposa el día anterior. Las venden los negocios chinos por aquí. Vienen peladas y congeladas, listas para ponerlas a hervir.

Si se agrega unos cuantos granitos de anís, sal y azúcar al agua en las que se las hierve, quedan mucho más sabrosas. Tener cuidado de no recocinar la yuca. Para evitarlo, pinchar con un tenedor o un cuchillo puntiagudo e ir controlando.

La Salsa Huancaína tiene muchas versiones. La verdad: hago siempre una diferente, de acuerdo a las circunstancias y a lo que tengo a la mano.

La que hice esta vez requirió de dos pimientos rojos grandes (a modo de ají no picante), cebollas, ajos, galletas de vainilla, queso fresco, crema de leche, palillo o curcuma y tres huevos duros.

Primero se fríe la cebolla, los trozos de pimiento (o ají) y el ajo en una cacerola de cierta altura, para que después se pueda usar la licuadora de mano directamente en ella, si es el caso. En la misma cacerola o sartén alta, se condimenta con palillo, sal, un poco de caldo de verdura y pimienta. Después de dejar hervir todo un poco, agregar la crema de leche, apagar el fuego y dejar reposar.

Cuando esté todo tibio, agregar unas dos galletas por persona, los huevos duros y el queso fresco a gusto y licuar. Corregir el punto de sal y agregar al final unas gotas de limón para equilibrar el conjunto. Se puede agregar perejil o culantro fresco picado.

Suelo hacerme, cada vez que puedo y consigo ají fresco, una salsa que luego conservo algunos días en la refrigeradora o nevera.

La hago con piezas de ají muy picante, blanqueándolo un poco de acuerdo al grado de picor que se quiera alcanzar. Un buen consejo es no temer que pique demasiado. Los aceites etéreos tienden a desaparecer con los días, de tal manera que ya solo al segundo día, la salsa que el primer dia fue insoportable, es ahora comestible.

Pensaba añadir parte de esta Salsa Picante a la otra, pero finalmente decidí que cada quién se sirviera lo que quisiera.

Dicen que les gustó.

Personalmente, perdí el apetito de tanto ir probando por miedo a calcular mal sobre todo el punto de sal para diez personas. Además, de haberlo sabido, me habría conseguido una buena copa de vino blanco muy frío o un vaso de cerveza bien helada. No fue así.

Los dos niños de la nueva pareja de nuestra querida amiga Anja, resultaron ser vegetarianos que nunca habían comido yucas ni las querían probar. El arroz tampoco les atrajo. Alemania es el país de la papa o patata, volví a recordar. El país de las salsas gruesas a base de harina sin mayor gracia adicional. ¿Qué esperaba yo?

Nada.

La gran pregunta es: mi esposa, siendo alemana y conociendo a su ganado, ¿qué esperaba?

-¿Le da otra oportunidad? –me pregunta el juez.

-Muchas -le respondo.

HjorgeV

Colonia, 25-09-2007

HEDOR DE CONVERTIBLE

Lo contado anteayer, me hizo recordar unos días que pasé a finales del siglo pasado en Tenerife y que estuve a punto de perderme porque había entrado en vigor una nueva regla migratoria española justo el día de mi viaje.

¿Cómo habría podido enterarme en pleno vuelo?

 

Recuerdo especialmente esas cortas vacaciones, sobre todo, porque la noche anterior a mi regreso, se apareció el administrador del hotel en mi habitación para hacerme algunas preguntas.

-¿Preguntas? –le dije yo, irritado porque me encontraba en mi habitación viendo un partido del Barça. ¿Qué preguntas tenía que hacerme el administrador de un hotel un día de fin de semana por la noche, en mi habitación, además?

-Sí, algunas preguntas –remarcó él, más o menos tímidamente, sin saber bien qué tono de voz elegir.

-No, gracias –le dije y empecé a cerrar la puerta de la habitación.

Admiro a la gente que sabe presentarse y te expone su asunto, preocupación, dificultad, tarea o simple problema: “Perdóneme usted, pero se trata de tal o cual cosa y le rogamos su colaboración”.

Colaboración que, entonces, está en tu potestad ofrecer o negar.

-Mire, usted –me dijo él, antes de que yo terminara de cerrar la puerta-. Se trata del coche que usted alquiló.

-Tampoco tengo interés –le dije, deteniéndome en mis movimientos y empezándole a hablarle más claramente.- Mire, señor. Usted vive, se gana su dinero atendiendo a gente como yo que tiene que descansar de vez en cuando para poder ganarse su propio dinero y venir a dejarlo a lugares como este. ¿Me entiende?

-Sí, sí, lo entiendo –dijo él, cambiando de actitud.

-Solo quiero que me deje en paz. No me interesan rifas ni tómbolas, ni nada por el estilo. Es más, no me interesa en absoluto lo que tenga que decirme. Ni siquiera tengo esa curiosidad. No soy curioso para muchas cosas. ¿Está bien? Mañana parto y punto.

Me dispuse a cerrar la puerta.

-Mire –insistió él, rápidamente-. El coche que usted ayer devolvió ha desaparecido.

Detuve mis movimientos y me lo quedé mirando por un instante. Sonreí.

Mi impulsión me quería llevar a decirle: “Entonces, entre, revise mi equipaje, cerciórese de que no me llevo nada parecido y luego déjeme en paz”.

Pero gente así, no suele entender ese tipo de bromas.

Reflexioné sobre si acaso el tipo había llegado a ese cargo por sus méritos, es decir porque era medianamente inteligente y trabajador, o por otras razones. No es raro. Una vez que las cosas funcionan en algún lugar, mantener cierta dinámica no es muy difícil. Solo hay que conocerla. Y para eso no hay que ser ninguna lumbrera en nada. Pero, hay que tener la oportunidad, y eso a veces se consigue con buenos contactos.

Repasé sus palabras. En lo que me había dicho estaba también la respuesta que él buscaba.

-Repítalo, por favor –le dije, mostrando aún más impaciencia.

-Usted, alquiló un Renault convertible rojo, ¿no es cierto?

-No había otro color en ese momento -le respondí-. Póngame las esposas. Me declaro culpable.

Sonrió como con pena. Algo era algo.

-Bueno, pues –continuó-. El coche ha desaparecido.

-Suponiendo que el tema me interesa –le dije-, ¿me permite que repita sus palabras iniciales?

Asintió como un perrito contento de encontrar por fin a su dueño.

-Textualmente: “El coche que usted ayer devolvió ha desaparecido”. ¿Es correcto?

-Exacto.

-¿Está seguro?

-Sí.

-Entonces, déjeme en paz, caballero. Sino voy a llamar a la policía si insiste en molestarme.

-Pero, por favor… –dijo él, empezando a mostrar una especie de indignación.

-Repito: “El coche que usted ayer devolvió ha desaparecido”. ¿Es correcto? ¿Eso es exactamente lo que usted me ha dicho, no?

Asintió.

-Entonces, si ya devolví el automóvil, como usted mismo dice, ¿qué diablos quiere ahora? ¿Que lo saque del sombrero? ¿Qué sombrero? Por favor, le ruego que me deje en paz.

Hay gente que no puede soportar que la despidan. Ellos tienen que hacerlo. Con razón, por mérito o por justicia. Como sea. Esa gente siempre quiere tener la última palabra.

-Pues, sí, sí. Eso es lo que dice la agencia. Pero… -insistió.

-Perdón –lo interrumpí-. De ser cierto lo que dice, ¿qué tiene usted que hacer en todo esto? ¿No me dice que es usted el administrador del hotel?

-Sí, sí. Disculpe que se lo diga –me respondió, sin saber si hacerse el duro, dejarlo en un tono normal o suavizarlo como debería corresponder a ese tipo de relaciones entre un empleado de un hotel y un cliente-. Pero, eh, digamos que no es bonito que nuestro hotel gane alguna mala fama por algo así, ¿sabe?

¿Había escuchado bien? ¿Me estaba insinuando que estaba probado que yo había robado o hecho desaparecer el convertible que había alquilado casi una semana allí?

-Es una broma, ¿no? –le dije, con el gesto más que serio.

No entendió a la primera. Conecté la voz de mando. Detesto usarla, pero a veces es necesario hacerlo.

-Mire, está jugando el Barcelona. Llevamos cinco minutos aquí. Usted se ha aparecido de repente y sigo sin saber de qué va todo esto. ¿Me va a hacer el favor o tengo que traer mi pelota?

Encajó el golpe, pero no se preocupó por entender. Me quedó mirando.

-Puede ser acusado del robo de un automóvil -me dijo, tratando de devolverme el golpe.

Me reí.

-Entonces, por favor. Le recomiendo que vaya a la policía hoy, porque mañana me voy. Y, por favor, le ruego que ahora me deje en paz.

Sabía perfectamente lo que había hecho con el convertible. Volví a recapitular lo sucedido la noche anterior. No podía cometer un error haciéndolo.

La idea había sido alquilar el vehículo hasta el último día de mi estancia en Tenerife, pero, ya en los primeros días me había aburrido solemnemente.

Era la primera vez que conducía un convertible y fue algo que no me entusiasmó especialmente. Tenía su encanto, sí. Pero, también, demasiado ruido ambiental, la sensación de velocidad era otra, el viento jugaba alrededor de la cabeza influyendo en la capacidad de concentración. Hay gente que lo ve como un buen sustituto de un caballo. Y les gusta además el rugir de un fuerte motor debajo de sus nalgas. Digamos que lo puedo entender –no, realmente-, pero sigo prefiriendo un espacio cerrado, climatizado y con buena música, sin ruidos contaminantes.

Otra cosa debe ser conducir acompañado. Por alguien especial o con amigos. A los cuatro o cinco días me harté de recibir el sol en plena cabeza y ofender a mis oídos, y decidí devolverlo.

Me atendió una señorita bastante rubia que tenía que ser española por la forma de hablar. Era guapa, tenía un enorme y lindo busto y un aún más enorme interés en que no pasara desapercibido.

-Lo alquiló hasta mañana –me hizo notar, con una sonrisa.

Había pagado por adelantado.

-Me harté –le repliqué-. ¿Dónde lo dejo?

-¿Se hartó, dice? -preguntó ella, dejando los ojos demasiado abiertos.

-Ha escuchado bien -le respondí, con una sonrisa.

-¿Dónde está ahora?

Le expliqué dónde lo había estacionado.

-Puede dejarlo allí, no se preocupe. Eso sí, le tengo que cobrar hasta mañana. Tiene que comprender. Es decir, no le podemos devolver nada.

Después, habíamos charlado un poco porque quería saber cómo había hecho para hartarme de un automóvil así. Y me había despedido cortésmente, diciéndole que no se preocupara por el dinero perdido.

De todo eso me acordaba perfectamente.

-Oiga –insistió el administrador-. Haga el favor de colaborar. No se ha perdido un perrito. Se trata de un coche. Usted sabe lo que cuesta algo así.

Casi le dije algo feo, tratando de refutar la tozudez que me acababa de decir, pero callé.

-Mire –le dije, después de esa pausa dramática-. Le voy a hacer un favor. Voy a repetir sus propias palabras. “El coche que usted ayer devolvió ha desaparecido”. ¿Es correcto?

-Ya le dije que sí.

-Entonces –volví a cambiar de tono de voz, escogiendo uno severo-. Si lo devolví, repito, ¿qué diablos me importa si el pobre se enamoró después de una vaca que pasaba por ahí, se casaron y se fueron de luna de miel a Irak?

El tipo me quedó mirando. Había comprendido.

Volví a repasar mentalmente la situación. Si lo que decía era verdad, entonces la empleada rubia, guapa y pechugona había cometido un grave error.

Por un momento pensé que eso me podría traer verdaderos problemas, en caso de que ella negara mi versión. Pero, ¿qué podía decir ella a modo de defensa? ¿Que me pidió que le indicara personalmente el lugar donde había dejado el vehículo pero que yo me negué? Imposible. Tendría que haberme denunciado enseguida.

¿Que yo le había mentido? Tendría que haberlo comprobado en ese mismo momento.

Para estas cosas, me dije, existen procedimientos estandarizados. Es obligación de la casa arrendadora hacerlos cumplir, no del cliente. A éste solo le compete interesarse por ellos, en la medida en que tiene que cumplirlos, pero nada más.

¿Qué podía ser lo más grave?

Nada, resumí. Ni hablar. Nada. No tenía pies ni cabeza el asunto. Se trataba de una masa deforme y resbalosa. Por lo demás, me volví a preguntar, ¿qué pintaba el tipo en todo esto? ¿Creía que yo me había tragado lo del prestigio del hotel? El asunto sonaba y olía muy mal. Hedía.

-La empleada dice que lo que usted le dijo no era cierto.

-Qué pena –le dije-. ¿Me deja ver al Barça?

También podía ser que se tratara de un chanchullo de los empleados. ¿Quién roba un vehículo en un lugar tan transitado? Además, robar un vehículo no es tan fácil en una isla como Tenerife. Deben mantenerlo escondido durante un buen tiempo y cambiarle las características externas. No hay muchos convertibles, encima. No. El asunto apestaba como un animal muerto a la vera del camino.

-¿Está seguro que lo dejó donde le dijo a Marga? –preguntó él. No supe qué había en su tono. Tal vez una mezcla fantástica de todo. Pena, vergüenza, pillería, astucia, ruego.

-Marga es su novia, ¿no?

-Sí –dijo con una sonrisa de orgullo y vergüenza a la vez-. Ella puede ganarse grandes líos, ¿sabe?

¿Y a mí qué me podía importar, si no había cumplido su trabajo como debía ser?

-¿Ya denunciaron el caso a la policía? –le pregunté.

No me respondió.

-¿Sería mucho rogarle que nos vuelva a enseñar el lugar dónde dejó el coche? –me preguntó, en cambio.

Sopesé todas las posibilidades.

No me había respondido si ya había denunciado el caso a la policía. De ser negativa la respuesta, eso era un indicador más de que se trataba de un claro chanchullo. ¿Qué esperaban? ¿Qué apareciera el convertible con un helado en la mano y pidiera disculpas por haberse ausentado? ¿Encontrarlo en mi habitación? ¿Que me lo llevara en el avión de regreso a Alemania?

Accedí. Le dije que cuando terminara el partido podría hacerlo. Se alegró de alguna manera.

Ya no sé cómo jugó el Barça. Después bajé, pasé por la recepción y acompañé al administrador hasta el lugar donde había dejado el Renault rojo. Había esperado que apareciera Marga, la que decía que era su novia, pero no fue así.

Por supuesto que no encontramos nada.

Después quiso invitarme a una copa, pero me negué. El asunto apestaba demasiado. El convertible francés, sin tener la culpa de nada, despedía un hedor simplemente insoportable. Tenía demasiadas preguntas para hacerle a ese administrador de hotel. ¿Qué hacía él persiguiendo -aparentemente- las huellas de un automóvil cuya desaparición ya se tendría que haber reportado a la policía y no por él? Y esa solo era una de las primeras preguntas que tenía para hacer.

No volví a saber más del asunto.

HjorgeV

Colonia, 25-09-2007

OKTOBERFEST: FIESTA O FESTIVAL DE LA CERVEZA

A pesar de que la bebo con cierta regularidad, no es la cerveza un tema atractivo para mí.

Me agradan sus propiedades aperitivas (un pretexto original, espero), aparte de las alcohólicas, pero -mucho más- no.

Ayer, para no ir muy lejos, leí el artículo correspondiente de El País y solo me llamó la atención, porque acogía un grave error ortográfico: consignaba equivocadamente Maas, en vez de los correctos Maß ó Mass para la jarra de un litro. (‘Medida’ en castellano.)

Sin embargo, hoy temprano, al encender el televisor para que mis dos hijos menores vieran su programa favorito de los domingos por la mañana, me topé con las Noticias Infantiles y con un pequeño reportaje sobre el Festival de Octubre bávaro, el Oktoberfest.

Me quedé con la boca abierta, porque no tenía idea del número de extranjeros visitantes, principalmente de EEUU, Italia y Australia, y, últimamente de Asia y África, que llegan a Alemania exclusivamente para ello.

¡Hasta el 7 de octubre, Munich espera alrededor de 6 millones de cerveceros de todo el mundo!

Solo el primer día, ayer sábado, se congregaron más de 500.000 en la inauguración.

Hasta a mí, a quien jamás se le ocurriría asistir a algo así –aunque a punto estuve de hacerlo alguna vez por fidelidad a un grupo de amigos alemanes que tenía-, se me despertaron las ganas con ese reportaje.

Bueno, sí, el programa estaba dirigido a niños. Y tal vez ahí esté la explicación de mi interés. (Me provocó una buena cerveza bien helada, la verdad.)

Se dice que es el festival folklórico (Volksfest) más grande del mundo. La cifra es para no dudarlo. Pero, sobre todo, me imagino que debe ser la Borrachera Más Grande del Mundo.

O, lo que es lo mismo, la mayor reunión drogadicta (legal) mundial.

La Oktoberfest –d’Wiesn en el dialecto o habla bávara, algo que se empieza a pronunciar a la perfección después de un par de días allí, no existe control lingüístico alguno- se realizó por primera vez del 12 al 17 de octubre de 1810, con motivo del matrimonio del príncipe Luis I de Bavaria con la princesa Therese von Sachsen-Hildburghausen. De allí el nombre de Prado de Teresa, Theresienwiese, con que se denomina al lugar de celebración de este festival.

A pesar del nombre, suele comenzar un sábado de finales de setiembre para aprovechar el final del verano europeo y se prolonga unas dos semanas hasta comienzos de octubre. Este año durará 16 días.

Debido al éxito de la primera celebración, se decidió institucionalizarla. Este año, se cumple la número 174.

Al leer esto me restregué los ojos.

-¿Qué pasó con las 3 restantes? -preguntó enseguida mi Lector Atento, adelantándose.

Enseguida me acordé de las dos grandes guerras intermedias en las que se vio directamente inmerso este país y me volví a restregar los ojos. ¿Sólo 3 veces dejó de celebrarse este festival a pesar de las dos guerras?

La sed de este pueblo bávaro –no confundir con bárbaro– debe ser mucha, me dije.

Para ser justos –me he conminado a serlo-, también sus ganas de vivir. Seguramente.

Como recuerdo amargo, figura un atentado terrorista ocurrido en 1980 y en el que murieron 13 visitantes y resultaron heridos más de 200. El portador de la bomba, un neonazi de 21 años llamado Gundolf Köhler, murió en el acto.

Para tener idea de cómo ha ido creciendo este evento, basta revisar los datos de la celebración de su centenario en 1910, en el que a 12.000 invitados se les sirvió 12.000 hectolitros de cerveza de alto contenido alcohólico.

Nada menos que un hectolitro por cabeza. Cien litros, por persona.

Bueno, sí, tuvieron casi dos semanas para beberla y el resto del año para recuperarse.

Pero eso ya habla de la constitución bávara, que por algo debe necesitar el uso de pantalones de cuero y jarras de a litro.

La basura que se llega a recoger actualmente está por el orden de las 1.000 toneladas. Solo el número de retretes ha sido aumentado en 20% desde el 2004 cuando la policía tuvo que intervenir para regular el orden en las colas de espera. Hoy, los visitantes tienen a su disposición unos 1.800 retretes, entre urinarios e inodoros.

El líquido que se sirve es una cerveza especial llamada Wisn, preparada especialmente para la ocasión con mucho más contenido de alcohol que el normal.

El atractivo no solo lo constituye la Borrachera Gigantesca, sino la serie de programas y atracciones, atractivos y, por supuesto, el ambiente de fiesta de pueblo –pero a gran escala- que se vive en el lugar. Hay juegos mecánicos, concursos y conciertos. Y hasta un Circo de Pulgas, con verdaderos insectos parásitos sin alas que viven de la sangre de los mamíferos como nosotros. Ya saben cuáles.

Para evitar grandes problemas, los bebedores se suelen reunir en gigantescas carpas que ofrecen programación musical y el pollo asado bávaro. La idea es pescar asiento en una de las innumerables mesas y no moverse hasta que sea estrictamente necesario; y dejar el tiempo correr, hablando y riendo lo más fuerte posible, escuchando música folclórica bávara en vivo y balanceándose con o contra el vecino.

Muchos vienen a buscar el amor de su vida en alguna de las gigantescas carpas.

Muchos también lo encuentran, pero al día siguiente ya lo han olvidado. La mayoría solo media hora después.

No todos beben cerveza, porque muchos de los visitantes son niños. Y, me imagino, para gustos más exigentes debe haber, por lo menos, agua.

Para los infantes existe una serie de programas, actividades y atracciones, y, me imagino –no lo mencionaron en el reportaje-, el servicio de guardería más grande del mundo, también.

Al revés de lo que suele suceder en la vida diaria, me pregunto, ¿cómo harán muchos padres para después de un par de jarras de a litro acordarse de dónde dejaron a sus hijos?

Curiosamente, alguna vez llegué a Munich en octubre. Creo que hice bien en no quedarme.

Esa pintoresca ciudad, por su parte, con sus 1,3 millones de habitantes, es la tercera ciudad de Alemania por el número de ellos.

De paso, es la capital de Bavaria. Una especie de estado dentro de otro, pero que, a diferencia del país vasco, o de los países de la antigua Yugoslavia, a sus habitantes y a sus políticos ‘jamás’ se les ocurriría pensar en el separatismo.

¿Para qué? Así son los reyes de este país. Por lo menos en el aspecto económico. Y los reyes, se sabe, necesitan súbditos.

Una forma bastante sana, pienso, de resolver ese apuro nacionalista que, creo, es algo inherente a toda nacionalidad y todo ser humano, pero que también muchas veces más aprieta y hunde que da aire.

Sólo en el área metropolitana muniquesa viven cerca de 2,6 millones de habitantes, en la que es considerada la zona urbana más cara de este país: casi 8 euros mensuales (más de 11 dólares, al cambio de hoy) es lo que se paga ahí por cada metro cuadrado alquilado. Prácticamente, el precio de la jarra en el festival, que, con 7,90 costará 40 centavos más que el año anterior.

Alrededor de 5 millones de personas viven en el área urbana agrupada alrededor de la capital bávara.

Durante mucho tiempo fue Die Weltstadt mit Herz (‘la ciudad global -o cosmopolita- con corazón’) su lema. El actual quiere ser más moderno y acorde a los nuevos tiempos. Simplemente: München mag Dich (‘Munich te ama, te quiere o gusta de ti’). Tal vez en un par de años el lema se vuelva a cambiar y se transforme simplemente en München es cul. Ya saben cómo cambian los tiempos.

Si bien el clima de la ciudad se caracteriza por sus continuas lluvias, debido a su altitud (520 msnm) y a su cercanía a los Alpes, es octubre, precisamente, el mes que más fiel suele ser a su apodo de Goldener Oktober, Octubre Dorado.

Recuerdo la primera vez que visité Alemania. Era finales de ese mes, y en mi pequeña pieza de becario, despertaba, por primera vez, en un país lejano.

Era domingo y, como había olvidado correr las cortinas, un sol tremendo me había despertado, golpeándome la cara desde muy temprano.

Di un salto para levantarme, contento de que todo empezara tan bien en este país (entonces no sabía que volvería para quedarme). A continuación, me vestí –vaqueros, sandalias y un simple polo playero- y salí a comprar el pan.

Creo que llegué a avanzar unos 50 metros. Tal vez 100.

Más no pude, porque el frío amenazaba con ‘congelarme’ (esa era mi impresión de limeño ‘recién caído’ al frío), a pesar del claro y brillante sol reinante.

Así es Octubre Dorado en este país, para que se lo puedan imaginar.

Ayer, justamente, como decía al comienzo, leí el correspondiente artículo de El País, y solo me llamó la atención porque contenía un grave error ortográfico casi imperdonable, si se tiene en cuenta que no es lo mismo decir la Buelta a España que la Vuelta a ella, ni Festival del Bino o Vinno.

La típica jarra en la que se expende la cerveza se llama Maß en alemán y Mass, en bávaro, que es ‘casi’ equivalente, pues está permitido escribir ‘ss’ por ‘ß’ en alemán (antes muy pocas máquinas de escribir acogían tal letra), que es como suena esta última.

Se dice que, en bávaro, se pronuncia casi con tres eses juntas: sss. Algo que debe variar de acuerdo con el nivel de alcohol en la sangre casi hasta el infinito, me imagino.

Si se fijan bien en la fotografía del mismo artículo de El País, las jarras no se llenan hasta arriba, de tal manera que esto me lleva a pensar en la millonaria estafa, la millonaria ganancia y la millonaria evasión al fisco que eso debe significar.

Si la gente suele recibir de un cuarto a un quinto de litro de cerveza menos en su jarra y se tiene en cuenta que se esperan vender más de 6 millones de litros, ya podrán darse cuenta de la millonaria estafa que está en juego.

-¿Hasta ahora nadie se ha quejado? –pregunta mi Lector Atento, ese loro que duerme sobre mi hombro derecho y que solo se despierta para hacer preguntas incómodas.

Leo que sí.

Existe, incluso, una asociación especializada en controlar y evitar que se llegue a romper la marca de un joven expendedor que llegó una vez a vender casi 300 jarras de ‘a litro’ de un barril de solo 200 litros de contenido. Buen negocio para él.

(Fueron 289, según dicen.) (Comparable a recibir el mismo número de dólares por los actuales euros, debido al excelente o –dependiendo desde dónde se mire- pésimo cambio actual.)

Esta asociación, reconocida oficialmente, se encarga de evitar que exista una variación de más del 10% por jarra.

-¿Y cómo lo hacen? –pregunta mi Loro Atento.

Debo reconocer que es una pregunta que no se puede responder, porque es obvio que solo puede existir un control multi-puntual, mas no uno general o completo.

-¿Y si se sirviera la cerveza en botellas? –añade, respondiéndose él mismo con una pregunta. Pero eso sería algo como pedirle a la FIFA que permitiera jugar un mundial con pelotas de tenis.

Y ya que estamos en el terreno de las cifras, cabe señalar que un expendedor de cerveza rápido, llena una jarra con su sifón en más o menos 1,5 segundos como promedio.

Junto a los aspectos interesantes de una congregación humana así –regada además de una droga como el alcohol- también están los menos interesantes y, por supuesto, los más asquerosos.

No los voy a mencionar.

Baste decir que existen tropas completas de policías, médicos y sanitarios, expertos en limpieza, personal de seguridad, psicólogos y toda una maquinaria dispuestos todos a solucionar inmediatamente los problemas que un consumo masivo y exagerado de alcohol puede producir.

Ignoro el número de personas que debe morir cada año en este evento. Lo que sí sé es que el número de aquellas que después desearían devolverle al mundo más que lo tomado, no debe ser despreciable.

Están los que se creen los reyes del mundo después de un par de jarras.

Los leones que apenas pueden mantenerse en pie.

Los conquistadores que ya han perdido su timidez y, junto con ella, la capacidad para articular palabras.

Las peleas por quítame esto del hombro. Los enfrentamientos por simples tonterías no son lo común. Si algo tiene de bueno el alemán, es su capacidad para emborracharse y evitar los líos.

A los organizadores les vendería, sin embargo, este lema que se me acaba de ocurrir:

«Si llegas a sentir que unos toros de hombre con gorra y uniforme te están golpeando, relájate, son los encargados de tu seguridad».

Al visitante se le recomienda que beba, digo yo. Creo que no habría otra forma de soportar –a la larga- todo lo descrito líneas arriba.

Tal vez lo que –particularmente- menos soportaría es algo que sigo sin entender, asimilar ni soportar tampoco desde que llegué a este país.

Me refiero a esa gran capacidad que tienen sus habitantes de poder transformarse masivamente con una simple bebida alcohólica.

Lo que no ha logrado la economía, ni los psicólogos y ojalá nunca –no mediante un simple pulsar de un botón- la industria farmacéutica o la genética del futuro, lo consigue la chusca y trivial cerveza: alegrar a los alemanes.

Eso es algo que sigo sin poder asimilar, como digo. Sería algo comparable –para mí- a ver cómo una monja de monasterio se entrega durante dos semanas del calendario –exactamente programadas- a los placeres de la carne, para volver luego a su claustro, a su encierro.

U observar a quien nunca suele saludar a nadie, cómo se vuelve, repentinamente, un amigo cariñoso de todos con solo pulsar un botón.

No sé, para mí eso tiene mucho de disfraz de los peores defectos del alma humana. Absurdamente, quizás –defecto mío-, ese tipo de escenas me hacen recordar demasiado a cómo la misma gente que alguna vez había llegado a convivir perfectamente con millones de judíos en este país, después, alguna vez, les llegó a voltear la cara de tal forma, que se hizo cómplice y testigo del asesinato y la desaparición de más de 5 millones de ellos.

¿Volverían a repetir los alemanes una inhumanidad así?

No lo sé. Tal vez por lo mismo, dejo de interesarme por este tipo de acontecimientos.

Es lo mismo que sucede durante apenas una semana, aquí en el famoso Carnaval de Colonia.

Doctor Jekyll y Mr. Hyde, alentados a convivir abiertamente en público ayudados por una droga.

Los mismos coloneses suelen partir de vacaciones cuando llega el carnaval, escapándose de sus propios compatriotas carnavaleros. Tal vez, la mejor decisión que se pueda hacer como residente, no visitante.

¿Harán lo mismo los muniqueses?

No lo creo, porque el festival se realiza sobre el Prado de Teresa, fuera del núcleo urbano, de tal manera que, a diferencia de Colonia, la acción principal se desarrolla a cierta conveniente distancia.

Aunque se dice que Alberto Unapiedra –Einstein- trabajó alguna vez como ayudante en uno de estos festivales en su época, no deja de causarme cierto escalofrío la mera idea de pensar en esa esquizofrenia perversa y latente que por ahora quizá duerme o solo parece dormir en ciertas mentes.

La verdad, calculo que tal vez podría soportar por un par de horas el ambiente, pero precedidas por una buena jarra de buena cerveza alemana.

Quién sabe.

Debe depender de la sed que lleve.

HjorgeV

Colonia, 23-09-2007

P.D.: Para quien creía que el humor alemán era algo que no existía, aquí una ligera traducción de las 10 reglas básicas a observar según web.de:

1. Uno no va al “prado” ni a la “fiesta”, uno va “auf d’Wiesn”.

2. Para evitar problemas de comunicación se recomienda solo decir “No a Maß”, que significa, al contrario de lo que se podría creer: “Una medida más”.

3. Para mantener las manos bien aceitadas para aplaudir, se recomienda comer el pollo asado que se ofrece con las manos. Suele ser inútil pedir cubiertos a la camarera, pues esta conoce solo una respuesta: “Yo prefiero comer con los dedos”.

4. Se recomienda anunciar que uno abandona su lugar para ir al retrete. («I geh zum biesln«.)

5. La pregunta “¿Está libre esta mesa?” se suele responder diplomáticamente con un “Vendrán más”.

6. La regla anterior no es válida si quien pregunta se parece a la mujer u hombre ideal (según el caso). Pero tenga cuidado que no se trate de un simple cebo que trae detrás 10 italianos que ya no pueden sostenerse o un grupo de hooligans ingleses.

7. Respetar estrictamente la orden de los hombres con ojos vidriosos y con gorra. Son los encargados de su seguridad.

8. Para recorrer grandes distancias en poco tiempo dentro o fuera de una carpa, se recomienda aprender la frase en bávaro “I muas schbeim”. Estoy a punto de vomitar, quiere decir.

9. A partir de las 21:00 horas ó de los 1,8 mililitros de alcohol por litro de sangre (¿o era al revés?), se recomienda al personal administrativo, encubrir la propia identidad y pasarse al bando contrario.

10. Se permite cerrar contratos, aumentos de sueldo y hermandades, sin ninguna restricción, puesto que a más tardar al día siguiente, habrán perdido su validez. HjV


PADRE SOL (poema)

Ella me llevaba de la mano a sus playas,

me hacía conocer sus olas

(las dominaba todas).

A veces me soltaba y dejaba que probara

las corrientes y las diversas

profundidades, mar adentro.

 

¡Ven, te va a gustar! –casi me gritaba, de contento.

 

Yo me dejaba llevar como un

niño que ha descubierto acaso un

nuevo mundo y

me esforzaba porque en mi mente

no ocurriera ninguna función

pensante

(bastante tenía ya con el sol

tostándome la piel y su cuerpo

soberbio,

haciéndome recordar a cada momento que la vida

es después de todo

nada más que

un vano

y voraz

reloj).

 

Llegada la tarde,

ella volvía a tomar mi mano

y nos dejábamos guiar por el sol

a nuestras espaldas

para volver a nuestro alojamiento.

 

Me parecía una eternidad

entonces.

¡Habría querido correr cada tarde

de esas

por los arenales

para poder llegar al fin y

abrazarla y creer que así podría

hacerla mía

en la cabaña y dueña

de mis pasos por venir!

 

A lo lejos,

como a escondidas por entre nuestras

sombras alargadas y los

arenales,

veíamos ciertas luces y resplandores

imposibles

que parecían hacernos

señales

que nosotros no sabíamos

comprender.

 

Pero entonces yo

era demasiado feliz de

su mano

como para fijarme en otras cosas

que no fueran el camino o

nuestras huellas sobre la arena.

 

Demasiado feliz como para

desprenderme de su suave tacto, de

su mirada como turbada sobre mi hombro y

del calor solar

sobre nuestras

espaldas,

un calor que se moría como un animalito

que se ha portado bien

y no ve por qué tiene

que abandonar

este mundo.

 

Demasiado feliz como para

comprender

ninguna señal

de los arenales,

ni entender que esa misma

mano

podía irse cualquier

tarde con el

Sol.

 

 HjorgeV

Colonia,  22-09-2007

EL GRAN STAN GETZ: DIPSÓMANO RESPONSABLE

A los alcohólicos -como a casi todos los drogadictos- apenas les tiembla la mano cuando se sirven su medicina, ni suelen dejar caer una sola gota de su jarabe.

En el momento de servírsela no fallan.

Pocas vidas –musicales o no- como las de este músico usamericano hijo de inmigrantes polacos, que llevó una especie de doble vida como dipsómano y gran jazzista durante muchos años, sin fallarle a ninguna de las dos (vidas).

Tenía un fraseo casi negro con su saxofón.

Eso que los músicos anglosajones creen obtener con mucha dedicación, ejercicio y entrega, pero que no se puede comprar, como el color de la piel (Maicol J., excluido).

El tumbao. Ese swing negro.

Ese sabor sin el cual sería impensable el jazz. Y lo mismo vale para la salsa y otros ritmos latinos, por ejemplo.

Stan Getz constituyó una clara excepción. Sabía moverse con sus notas del saxofón en esa especie de mundo paralelo al cual solo ingresan los verdaderamente elegidos de este mundo en cada interpretación.

Por conseguirlo, muchos –músicos- suelen arriesgar además todo. Hasta la propia vida.

Ejemplos hay muchos. Charlie Bird Parker, es quizás, el más emblemático de todos.

Pero la lista es muy larga. Dentro de ella, brilla con luz propia la de Stanley Gayetzsky, su nombre original. Ya saben el por qué de su alias.

Además de su particular e inconfundible fraseo, Getz era/es reconocible inmediatamente por su especial estilo para agrupar las notas. Sus particulares saltos o secuencias tonales.

Hay quien prefiere soltar sus notas ordenadas como un collar de perlas, alineadas por tamaño y color. Otros prefieren mezclar las dimensiones, el valor, las formas y los colores. Stan Getz tenía su propio diagrama musical, su particular lenguaje musical getziano.

Había nacido un 2 de febrero de 1927 en Filadelfia.

En vida se movió básicamente en ese segmento muy particular denominado cool jazz, pero se hizo conocido mundialmente con la grabación de Desafinado (1960, Jazz Samba) del increíble Antonio Carlos Tom Jobim. Otro Dios Musical éste, a quien -quizás- deba Brasil la definitiva internacionalización e inmortalización de la música brasileña.

Apenas tres años más tarde, grabó otra pieza del mismo Tom Jobim, con la que obtuvo aún mucho más éxito, Garota de Ipanema. The Girl from Ipanema, La Chica de Ipanema, con texto del poeta, músico y diplomático carioca Vinícius de Moraes (Río de Janeiro, 1913-1980).

Con el álbum Getz/Gilberto (1963), precisamente, grabado con Astrud Gilberto, João Gilberto y Antonio Carlos Jobim, Stan llegó a ganar uno de los 11 trofeos Grammy que recibió.

Getz llevó, prácticamente durante toda su existencia, dos vidas paralelas.

En 1954 fue condenado a prisión por el atraco de una botica, con el fin de robar drogas de ella. No fue su único ingreso al Infierno Cebra.

Cuando salió de la cárcel volvió a concentrarse en su arte, para después pasar una larga temporada en Copenhagen, entre 1957 y 1961, al lado de su segunda esposa danesa, Monika Silverkjöld, con la que tuvo dos hijos y con la que se había casado en 1956.

Al año siguiente -1962- se inmortalizó con su incursión en la música brasuca.

Antes había acompañado a músicos de la talla de Nat King Cole, Dizzy Gillespie, Sarah Vaughan y a la gran Ella Fitzgerald.

Después, retornó a su clásica línea jazzística, acompañando a Bill Evans y Chick Corea, entre otros grandes más.

Se reconoce su gran olfato melódico, aparte de su ya mencionado talentoso fraseo y sus particulares secuencias tonales.

En escena, por su aspecto, Getz parecía un invitado por error. Un distraído que había salido por cigarrillos y al que alguien se le había ocurrido darle un saxofón en plena calle y lo había empujado hasta el escenario por equivocación.

Su timidez le había impedido al gran Stan negarse.

Pese a esa frialdad escénica –aparente-, sus interpretaciones eran especialmente intensas y de una profundidad emocional asombrosa: la definición, por antonomasia, del cool jazz.

No solo fue reconocido por el público. Recibió el reconocimiento de sus colegas profesionales por su excelente técnica y el sonido preciso de su saxofón.

Se han referido a él como un Melódico Elegante.

No es ninguna exageración, pero no alcanza tampoco para definirlo como el sideral músico que fue y sigue viviendo en sus grabaciones.

Se dice que ya desde el comienzo de su carrera tenía una relación problemática con las drogas. Sus ingresos carcelarios interrumpieron varias veces su carrera.

No le pudo ganar la batalla a las Embellecedoras Vitales (las drogas, por aquello de embellecer la vida; a su manera, se entiende).

En 1987 se vio obligado a aceptar el divorcio de su segunda esposa y a renunciar a la tutela de sus cinco hijos; tres de los cuales, de su primer matrimonio en 1946 con la cantante Beverly Byrne del Krupa Band.

No obstante, trabajó como docente desde 1985 en la Universidad de Stanford, participando en la formación de la cátedra de jazz de ese centro de estudios.

A partir de 1980 volvió a dar conciertos aquí en Alemania. El último, en 1990 en Munich, un año antes de su muerte.

A pesar de su personal trayectoria vital y estupefaciente, jamás le falló a la música.

Nunca erró donde no tenía que fallar: en el escenario.

Un caso raro de drogadicto –dipsómano- muy responsable en su profesión.

Aunque llegó a liberarse de la heroína, su adicción al alcohol lo acompañó hasta su muerte en 1991, en Malibú, a la edad de 64 años.

Un 6 de junio de ese año, su hígado no pudo -simplemente- más y bajó el telón de su doble vida.

HjorgeV

Colonia, 21-09-2007

STAN GETZ: DESAFINADO & GAROTA DE IPANEMA (Antonio Carlos Tom Jobim)

Colóquense los auriculares, por favor. Se trata de una grabación de excelente calidad interpretativa.

Aunque ha sido cortada en su mejor momento, vale la pena escucharla.

El Estilo Getziano está aquí presente como una impronta, tan claro que casi se puede tocar con los dedos.

Observen su aspecto de tímido maestro de escuela, dispuesto a colaborar en la verbena escolar pro AAA. (La asociación de los anónimos.)

Sus fraseos. El dominio de su instrumento. Su intensidad interpretativa y su gran genio melódico.

Getz fue uno de los Verdaderamente Grandes.

Pensar que, acaso porque no lo soportaba, acudía cada vez que podía a ponerse bajo el cuidado de las drogas, sin saber que él mismo nos iba a dejar una inmensa -Droga Musical- a nosotros, pobres terrícolas.

HjorgeV 21-09-2007

STAN GETZ: WAVE (Antonio Carlos Tom Jobim)

STAN GETZ, JOHN COLTRANE & OSCAR PETERSON: RIFFTIDE (Coleman Hawkins)

Interesante grabación, porque reúne a tres figuras emblemáticas del jazz.