A pesar de que la bebo con cierta regularidad, no es la cerveza un tema atractivo para mí.
Me agradan sus propiedades aperitivas (un pretexto original, espero), aparte de las alcohólicas, pero -mucho más- no.
Ayer, para no ir muy lejos, leí el artículo correspondiente de El País y solo me llamó la atención, porque acogía un grave error ortográfico: consignaba equivocadamente Maas, en vez de los correctos Maß ó Mass para la jarra de un litro. (‘Medida’ en castellano.)
Sin embargo, hoy temprano, al encender el televisor para que mis dos hijos menores vieran su programa favorito de los domingos por la mañana, me topé con las Noticias Infantiles y con un pequeño reportaje sobre el Festival de Octubre bávaro, el Oktoberfest.
Me quedé con la boca abierta, porque no tenía idea del número de extranjeros visitantes, principalmente de EEUU, Italia y Australia, y, últimamente de Asia y África, que llegan a Alemania exclusivamente para ello.
¡Hasta el 7 de octubre, Munich espera alrededor de 6 millones de cerveceros de todo el mundo!
Solo el primer día, ayer sábado, se congregaron más de 500.000 en la inauguración.
Hasta a mí, a quien jamás se le ocurriría asistir a algo así –aunque a punto estuve de hacerlo alguna vez por fidelidad a un grupo de amigos alemanes que tenía-, se me despertaron las ganas con ese reportaje.
Bueno, sí, el programa estaba dirigido a niños. Y tal vez ahí esté la explicación de mi interés. (Me provocó una buena cerveza bien helada, la verdad.)
Se dice que es el festival folklórico (Volksfest) más grande del mundo. La cifra es para no dudarlo. Pero, sobre todo, me imagino que debe ser la Borrachera Más Grande del Mundo.
O, lo que es lo mismo, la mayor reunión drogadicta (legal) mundial.
La Oktoberfest –d’Wiesn en el dialecto o habla bávara, algo que se empieza a pronunciar a la perfección después de un par de días allí, no existe control lingüístico alguno- se realizó por primera vez del 12 al 17 de octubre de 1810, con motivo del matrimonio del príncipe Luis I de Bavaria con la princesa Therese von Sachsen-Hildburghausen. De allí el nombre de Prado de Teresa, Theresienwiese, con que se denomina al lugar de celebración de este festival.
A pesar del nombre, suele comenzar un sábado de finales de setiembre para aprovechar el final del verano europeo y se prolonga unas dos semanas hasta comienzos de octubre. Este año durará 16 días.
Debido al éxito de la primera celebración, se decidió institucionalizarla. Este año, se cumple la número 174.
Al leer esto me restregué los ojos.
-¿Qué pasó con las 3 restantes? -preguntó enseguida mi Lector Atento, adelantándose.
Enseguida me acordé de las dos grandes guerras intermedias en las que se vio directamente inmerso este país y me volví a restregar los ojos. ¿Sólo 3 veces dejó de celebrarse este festival a pesar de las dos guerras?
La sed de este pueblo bávaro –no confundir con bárbaro– debe ser mucha, me dije.
Para ser justos –me he conminado a serlo-, también sus ganas de vivir. Seguramente.
Como recuerdo amargo, figura un atentado terrorista ocurrido en 1980 y en el que murieron 13 visitantes y resultaron heridos más de 200. El portador de la bomba, un neonazi de 21 años llamado Gundolf Köhler, murió en el acto.
Para tener idea de cómo ha ido creciendo este evento, basta revisar los datos de la celebración de su centenario en 1910, en el que a 12.000 invitados se les sirvió 12.000 hectolitros de cerveza de alto contenido alcohólico.
Nada menos que un hectolitro por cabeza. Cien litros, por persona.
Bueno, sí, tuvieron casi dos semanas para beberla y el resto del año para recuperarse.
Pero eso ya habla de la constitución bávara, que por algo debe necesitar el uso de pantalones de cuero y jarras de a litro.
La basura que se llega a recoger actualmente está por el orden de las 1.000 toneladas. Solo el número de retretes ha sido aumentado en 20% desde el 2004 cuando la policía tuvo que intervenir para regular el orden en las colas de espera. Hoy, los visitantes tienen a su disposición unos 1.800 retretes, entre urinarios e inodoros.
El líquido que se sirve es una cerveza especial llamada Wisn, preparada especialmente para la ocasión con mucho más contenido de alcohol que el normal.
El atractivo no solo lo constituye la Borrachera Gigantesca, sino la serie de programas y atracciones, atractivos y, por supuesto, el ambiente de fiesta de pueblo –pero a gran escala- que se vive en el lugar. Hay juegos mecánicos, concursos y conciertos. Y hasta un Circo de Pulgas, con verdaderos insectos parásitos sin alas que viven de la sangre de los mamíferos como nosotros. Ya saben cuáles.
Para evitar grandes problemas, los bebedores se suelen reunir en gigantescas carpas que ofrecen programación musical y el pollo asado bávaro. La idea es pescar asiento en una de las innumerables mesas y no moverse hasta que sea estrictamente necesario; y dejar el tiempo correr, hablando y riendo lo más fuerte posible, escuchando música folclórica bávara en vivo y balanceándose con o contra el vecino.
Muchos vienen a buscar el amor de su vida en alguna de las gigantescas carpas.
Muchos también lo encuentran, pero al día siguiente ya lo han olvidado. La mayoría solo media hora después.
No todos beben cerveza, porque muchos de los visitantes son niños. Y, me imagino, para gustos más exigentes debe haber, por lo menos, agua.
Para los infantes existe una serie de programas, actividades y atracciones, y, me imagino –no lo mencionaron en el reportaje-, el servicio de guardería más grande del mundo, también.
Al revés de lo que suele suceder en la vida diaria, me pregunto, ¿cómo harán muchos padres para después de un par de jarras de a litro acordarse de dónde dejaron a sus hijos?
Curiosamente, alguna vez llegué a Munich en octubre. Creo que hice bien en no quedarme.
Esa pintoresca ciudad, por su parte, con sus 1,3 millones de habitantes, es la tercera ciudad de Alemania por el número de ellos.
De paso, es la capital de Bavaria. Una especie de estado dentro de otro, pero que, a diferencia del país vasco, o de los países de la antigua Yugoslavia, a sus habitantes y a sus políticos ‘jamás’ se les ocurriría pensar en el separatismo.
¿Para qué? Así son los reyes de este país. Por lo menos en el aspecto económico. Y los reyes, se sabe, necesitan súbditos.
Una forma bastante sana, pienso, de resolver ese apuro nacionalista que, creo, es algo inherente a toda nacionalidad y todo ser humano, pero que también muchas veces más aprieta y hunde que da aire.
Sólo en el área metropolitana muniquesa viven cerca de 2,6 millones de habitantes, en la que es considerada la zona urbana más cara de este país: casi 8 euros mensuales (más de 11 dólares, al cambio de hoy) es lo que se paga ahí por cada metro cuadrado alquilado. Prácticamente, el precio de la jarra en el festival, que, con 7,90 costará 40 centavos más que el año anterior.
Alrededor de 5 millones de personas viven en el área urbana agrupada alrededor de la capital bávara.
Durante mucho tiempo fue Die Weltstadt mit Herz (‘la ciudad global -o cosmopolita- con corazón’) su lema. El actual quiere ser más moderno y acorde a los nuevos tiempos. Simplemente: München mag Dich (‘Munich te ama, te quiere o gusta de ti’). Tal vez en un par de años el lema se vuelva a cambiar y se transforme simplemente en München es cul. Ya saben cómo cambian los tiempos.
Si bien el clima de la ciudad se caracteriza por sus continuas lluvias, debido a su altitud (520 msnm) y a su cercanía a los Alpes, es octubre, precisamente, el mes que más fiel suele ser a su apodo de Goldener Oktober, Octubre Dorado.
Recuerdo la primera vez que visité Alemania. Era finales de ese mes, y en mi pequeña pieza de becario, despertaba, por primera vez, en un país lejano.
Era domingo y, como había olvidado correr las cortinas, un sol tremendo me había despertado, golpeándome la cara desde muy temprano.
Di un salto para levantarme, contento de que todo empezara tan bien en este país (entonces no sabía que volvería para quedarme). A continuación, me vestí –vaqueros, sandalias y un simple polo playero- y salí a comprar el pan.
Creo que llegué a avanzar unos 50 metros. Tal vez 100.
Más no pude, porque el frío amenazaba con ‘congelarme’ (esa era mi impresión de limeño ‘recién caído’ al frío), a pesar del claro y brillante sol reinante.
Así es Octubre Dorado en este país, para que se lo puedan imaginar.
Ayer, justamente, como decía al comienzo, leí el correspondiente artículo de El País, y solo me llamó la atención porque contenía un grave error ortográfico casi imperdonable, si se tiene en cuenta que no es lo mismo decir la Buelta a España que la Vuelta a ella, ni Festival del Bino o Vinno.
La típica jarra en la que se expende la cerveza se llama Maß en alemán y Mass, en bávaro, que es ‘casi’ equivalente, pues está permitido escribir ‘ss’ por ‘ß’ en alemán (antes muy pocas máquinas de escribir acogían tal letra), que es como suena esta última.
Se dice que, en bávaro, se pronuncia casi con tres eses juntas: sss. Algo que debe variar de acuerdo con el nivel de alcohol en la sangre casi hasta el infinito, me imagino.
Si se fijan bien en la fotografía del mismo artículo de El País, las jarras no se llenan hasta arriba, de tal manera que esto me lleva a pensar en la millonaria estafa, la millonaria ganancia y la millonaria evasión al fisco que eso debe significar.
Si la gente suele recibir de un cuarto a un quinto de litro de cerveza menos en su jarra y se tiene en cuenta que se esperan vender más de 6 millones de litros, ya podrán darse cuenta de la millonaria estafa que está en juego.
-¿Hasta ahora nadie se ha quejado? –pregunta mi Lector Atento, ese loro que duerme sobre mi hombro derecho y que solo se despierta para hacer preguntas incómodas.
Leo que sí.
Existe, incluso, una asociación especializada en controlar y evitar que se llegue a romper la marca de un joven expendedor que llegó una vez a vender casi 300 jarras de ‘a litro’ de un barril de solo 200 litros de contenido. Buen negocio para él.
(Fueron 289, según dicen.) (Comparable a recibir el mismo número de dólares por los actuales euros, debido al excelente o –dependiendo desde dónde se mire- pésimo cambio actual.)
Esta asociación, reconocida oficialmente, se encarga de evitar que exista una variación de más del 10% por jarra.
-¿Y cómo lo hacen? –pregunta mi Loro Atento.
Debo reconocer que es una pregunta que no se puede responder, porque es obvio que solo puede existir un control multi-puntual, mas no uno general o completo.
-¿Y si se sirviera la cerveza en botellas? –añade, respondiéndose él mismo con una pregunta. Pero eso sería algo como pedirle a la FIFA que permitiera jugar un mundial con pelotas de tenis.
Y ya que estamos en el terreno de las cifras, cabe señalar que un expendedor de cerveza rápido, llena una jarra con su sifón en más o menos 1,5 segundos como promedio.
Junto a los aspectos interesantes de una congregación humana así –regada además de una droga como el alcohol- también están los menos interesantes y, por supuesto, los más asquerosos.
No los voy a mencionar.
Baste decir que existen tropas completas de policías, médicos y sanitarios, expertos en limpieza, personal de seguridad, psicólogos y toda una maquinaria dispuestos todos a solucionar inmediatamente los problemas que un consumo masivo y exagerado de alcohol puede producir.
Ignoro el número de personas que debe morir cada año en este evento. Lo que sí sé es que el número de aquellas que después desearían devolverle al mundo más que lo tomado, no debe ser despreciable.
Están los que se creen los reyes del mundo después de un par de jarras.
Los leones que apenas pueden mantenerse en pie.
Los conquistadores que ya han perdido su timidez y, junto con ella, la capacidad para articular palabras.
Las peleas por quítame esto del hombro. Los enfrentamientos por simples tonterías no son lo común. Si algo tiene de bueno el alemán, es su capacidad para emborracharse y evitar los líos.
A los organizadores les vendería, sin embargo, este lema que se me acaba de ocurrir:
«Si llegas a sentir que unos toros de hombre con gorra y uniforme te están golpeando, relájate, son los encargados de tu seguridad».
Al visitante se le recomienda que beba, digo yo. Creo que no habría otra forma de soportar –a la larga- todo lo descrito líneas arriba.
Tal vez lo que –particularmente- menos soportaría es algo que sigo sin entender, asimilar ni soportar tampoco desde que llegué a este país.
Me refiero a esa gran capacidad que tienen sus habitantes de poder transformarse masivamente con una simple bebida alcohólica.
Lo que no ha logrado la economía, ni los psicólogos y ojalá nunca –no mediante un simple pulsar de un botón- la industria farmacéutica o la genética del futuro, lo consigue la chusca y trivial cerveza: alegrar a los alemanes.
Eso es algo que sigo sin poder asimilar, como digo. Sería algo comparable –para mí- a ver cómo una monja de monasterio se entrega durante dos semanas del calendario –exactamente programadas- a los placeres de la carne, para volver luego a su claustro, a su encierro.
U observar a quien nunca suele saludar a nadie, cómo se vuelve, repentinamente, un amigo cariñoso de todos con solo pulsar un botón.
No sé, para mí eso tiene mucho de disfraz de los peores defectos del alma humana. Absurdamente, quizás –defecto mío-, ese tipo de escenas me hacen recordar demasiado a cómo la misma gente que alguna vez había llegado a convivir perfectamente con millones de judíos en este país, después, alguna vez, les llegó a voltear la cara de tal forma, que se hizo cómplice y testigo del asesinato y la desaparición de más de 5 millones de ellos.
¿Volverían a repetir los alemanes una inhumanidad así?
No lo sé. Tal vez por lo mismo, dejo de interesarme por este tipo de acontecimientos.
Es lo mismo que sucede durante apenas una semana, aquí en el famoso Carnaval de Colonia.
Doctor Jekyll y Mr. Hyde, alentados a convivir abiertamente en público ayudados por una droga.
Los mismos coloneses suelen partir de vacaciones cuando llega el carnaval, escapándose de sus propios compatriotas carnavaleros. Tal vez, la mejor decisión que se pueda hacer como residente, no visitante.
¿Harán lo mismo los muniqueses?
No lo creo, porque el festival se realiza sobre el Prado de Teresa, fuera del núcleo urbano, de tal manera que, a diferencia de Colonia, la acción principal se desarrolla a cierta conveniente distancia.
Aunque se dice que Alberto Unapiedra –Einstein- trabajó alguna vez como ayudante en uno de estos festivales en su época, no deja de causarme cierto escalofrío la mera idea de pensar en esa esquizofrenia perversa y latente que por ahora quizá duerme o solo parece dormir en ciertas mentes.
La verdad, calculo que tal vez podría soportar por un par de horas el ambiente, pero precedidas por una buena jarra de buena cerveza alemana.
Quién sabe.
Debe depender de la sed que lleve.
HjorgeV
Colonia, 23-09-2007
P.D.: Para quien creía que el humor alemán era algo que no existía, aquí una ligera traducción de las 10 reglas básicas a observar según web.de:
1. Uno no va al “prado” ni a la “fiesta”, uno va “auf d’Wiesn”.
2. Para evitar problemas de comunicación se recomienda solo decir “No a Maß”, que significa, al contrario de lo que se podría creer: “Una medida más”.
3. Para mantener las manos bien aceitadas para aplaudir, se recomienda comer el pollo asado que se ofrece con las manos. Suele ser inútil pedir cubiertos a la camarera, pues esta conoce solo una respuesta: “Yo prefiero comer con los dedos”.
4. Se recomienda anunciar que uno abandona su lugar para ir al retrete. («I geh zum biesln«.)
5. La pregunta “¿Está libre esta mesa?” se suele responder diplomáticamente con un “Vendrán más”.
6. La regla anterior no es válida si quien pregunta se parece a la mujer u hombre ideal (según el caso). Pero tenga cuidado que no se trate de un simple cebo que trae detrás 10 italianos que ya no pueden sostenerse o un grupo de hooligans ingleses.
7. Respetar estrictamente la orden de los hombres con ojos vidriosos y con gorra. Son los encargados de su seguridad.
8. Para recorrer grandes distancias en poco tiempo dentro o fuera de una carpa, se recomienda aprender la frase en bávaro “I muas schbeim”. Estoy a punto de vomitar, quiere decir.
9. A partir de las 21:00 horas ó de los 1,8 mililitros de alcohol por litro de sangre (¿o era al revés?), se recomienda al personal administrativo, encubrir la propia identidad y pasarse al bando contrario.
10. Se permite cerrar contratos, aumentos de sueldo y hermandades, sin ninguna restricción, puesto que a más tardar al día siguiente, habrán perdido su validez. HjV