FUERA LA MÁSCARA

Repasar las novelas más importantes del siglo que acaba de pasar, puede ser un magnífico ejercicio mental, aparte de un placer literario.

En la novela -casi- homónima de D. H. Lawrence, Lady Chatterley tiene un amante. Es el guarda del coto, un simple y rudo obrero.

En Trópico de Cáncer el protagonista ha sido enviado a París por una razón que él mismo no entiende.

El lector, por su parte, solo sabe que es artista y vive en una villa donde todo reluce y está en orden.

Pero, sobre todo, percibimos su completa libertad para escribir.

¿No parecen historias de otro planeta?

Hoy las relaciones se deciden por el consumo, que, ya convertido en emblema y seña personal, es el que une por encima del amor.

La gente se enamora ‘mercadotécnicamente’: atendiendo a las marcas que consume el otro.

Por otro lado, ¿aún existen artistas libres?

Personalmente, tengo la impresión de que los últimos que había se murieron de hambre.

Si sobrevive alguno, debe hacerlo en muy malas condiciones.

En Trópico de Cáncer, Henry Miller refiere cómo decide marcharse a Francia para llevar una vida de escritor bohemio en París.

Sus primeros tiempos allí son más que miserables, durmiendo cada noche bajo un puente distinto y comiendo de la caridad.

Lo salva un compatriota (un tal Richard Osborn, abogado), que le ofrece usar gratuitamente una habitación de su apartamento y le deja cada mañana 10 francos sobre la mesa de la cocina, para sus gastos.

¿Quién haría hoy algo así?

Ni siquiera somos capaces de donar 10 euros mensuales para un sintecho o de acoger por una sola noche a un refugiado.

Es más: pagaríamos para evitar que duerma en nuestra casa, pues podría dañar los muebles escandinavos o dormiríamos mal pensando que nos puede robar.

En cambio, que los grandes bancos (y eso en contra de uno de los principios del capitalismo) se sigan salvando gracias al dinero de todos y sin nuestro permiso expreso, no nos quita un minuto de sueño.

Deberíamos quitarnos la máscara:

El experimento que Stanley Milgram realizó hace medio siglo, demostrando que somos capaces de torturar sin piedad si se nos ordena hacerlo, no ha caducado.

No deberíamos levantar el dedo para señalar a otros.

El cerdo nazi, el gran terrorista, el supremacista, los llevamos dentro.

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HjorgeV 25.06.2017

LIBROS CONTRA UN AVIÓN EN CAÍDA LIBRE

¿Es posible hacer feliz a alguien con un libro?

Hace poco, en la fiesta de fin de temporada de uno de mis equipos infantiles, recibí tres libros de regalo.

Se trataba de un vale que podía hacer efectivo en una librería del pueblo vecino, más cercano a Colonia que el nuestro (que solo tiene una iglesia).

Acababa de leer una entrevista a Lorraine Fouchet, una escritora que, en su anterior vida como médica de urgencias, tenía que levantarse a cualquier hora para levantar actas de defunción.

Indagando en la Red, me topé entonces con una frase de su última novela:

«Si lloras en mi entierro, no volveré a dirigirte la palabra», o algo así.

Y enseguida quise leer el libro.

Empero, cuando recibí el vale, pensé en tres mujeres, familiares de mi esposa, a las que podría hacer feliz con su lectura.

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Tal vez lo más problemático de toda vida sea/es que la vemos como un relato o película, como una novela.

Y, como partimos de que esta tiene que ser una buena historia (para empezar: es la nuestra) y queremos lo mejor para el protagonista, nos encontramos muchas veces con pasajes, sí, con capítulos enteros, que nos gustaría corregir, reescribir o reinventar.

Eso no es posible, bien sabemos.

De ahí que abrir un nuevo libro es la mágica posibilidad de empezar una nueva vida sin tener que levantarse siquiera.

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Cuando partes de que tu novela tiene que ser buena y al personaje principal no le pueden salir mal las cosas, no es infrecuente el deseo de arrancar algunas de sus hojas.

Tal vez por eso existen los suicidas:

Gente que no acepta su propia historia (acaso por simples cuestiones estéticas/literarias en alguno) y desea tirar, como un escritor frustrado, al tacho sus hojas.

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Lo menciono, porque hace un par de días, corrigiendo un párrafo de la novela que estoy por concluir, me di cuenta de que lo hacía como si en ello se me pudiera ir la vida (o la muerte, más bien: espantándola).

Entendí que para los humanos cada día, cada hora de nuestra vida puede verse como una historia completa en sí misma.

De hecho, un solo minuto de muchas vidas dan para toda una historia.

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Si el trabajo de un entrenador es como construir un avión mientras está volando, como ya dijo alguien, solemos no notar que así es la vida misma, en realidad:

Un avión que siempre está cayendo en picada, independientemente del paisaje exterior, de la temperatura interior y de la calidad y cantidad de la comida a bordo.

Aunque nos repugne la idea, cualquier avión (aventura o empresa humana) está condenado, más tarde o más temprano, a estrellarse.

Perecer es nuestro sino.

Lo más común que tenemos.

De ahí la importancia del vuelo mismo y no (o menos) de la meta.

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Curiosamente, actuamos como si no lo supiéramos, como si lo nuestro fuera la eviternidad.

La muerte es la causante de la peor de las cegueras.

No pienso volver a hablarle.

Prefiero leer un libro.

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HjorgeV 19.06.2017

«MADRE»

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Me pariste para traerme al mundo cada día.

Por las mañanas el pan

tenía

el sabor de tus manos blandas.

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El estupor es grande

cuando entiendo que somos

iguales

y es peor cuando

comprendo que las antípodas es

el único lugar posible de todo hijo.

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El atardecer sangra.

La mañana respira.

El mediodía quema en tu nombre.

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Al llegar la noche, vuelvo a nacer en tu

regazo: lejano,

como las últimas horas

de un reloj

olvidado en la penumbra de una

casa abandonada y cuyo

dueño nadie

conoce.

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HjorgeV 10.06.2017