-¿Cuántos ya son en lo que va del año?
-No lo sé.
Sus respuestas son cortas y precisas. Como un cuchillo que responde a órdenes concisas.
-¿Cuántos? –repite Kalle, tratando de disipar su impaciencia-. Quiero una aproximación, un cálculo.
-Siempre me he guiado por sus principios de no hablar por hablar, Kalle –le dice su joven interlocutor. Kalle detesta tener que repetir que no lo traten de usted, pero en casos así le parece mejor callar al respecto.
-No te lo pide nadie –continúa diciéndole, su voz es algo cavernosa, pero como queriéndole quitar, a la vez, esa cualidad-. Calcular no es hablar por hablar. Pero está bien que digas respetar mis principios. ¿Por qué no lo sabes?
El resto aumenta el nivel de concentración. Cuando el maestro se pone así de detalloso es que está malhumorado. Y eso puede ser peligroso. Muy peligroso, lo saben todos. Ha demostrado no tener ningún escrúpulo en deshacerse de algún integrante. Todos saben que no tendrían ningún empacho en empezar desde el principio. Es su formación, su partido. Lo saben todos desde el comienzo. Aquí no hay nada que discutir. No de eso.
Frank Camper viene de Holanda, es ingeniero informático y para poder llegar al lugar donde se encuentra ha tenido que mentir a -por lo menos- unas cinco personas, incluida su mujer y sus jefes. Sus gastos de seguridad han sido los más caros desde que pertenece a la organización, pues ha tenido que pagar dos vuelos de avión que no ha usado y que espera ‘retocar’ de alguna forma una vez que haya vuelto.
Como todos los demás kalleanos, él también es un fanático del control y se ha puesto ya en todos los casos de riesgo posibles. Uno de ellos contempla que a alguien se le pueda ocurrir revisar las listas de vuelos y comprobar que no ha estado en esos aviones.
Rodrigo Conflitti es italiano. Aunque vive actualmente en Italia, ha pasado la mayor parte de su vida en Alemania y conoce muy bien el país. Es un analista financiero exitoso, quien se mantiene en su puesto de trabajo habitual solo por el hecho de poder pertenecer -ahora- a la organización kalleana. Es soltero, homosexual y sin pareja actual. Es uno de los que más contribuye con sus donaciones a la existencia material del grupo.
Robert Schuspert es un cirujano alemán, uno de los de más edad en el grupo y de los últimos en integrarse. El jefe máximo de la organización, y que todos conocen solo bajo el nombre de Kalle, le debe su nuevo rostro a él. Se dice que el casi anciano cirujano fue un militante izquierdista en su juventud. Casi todos los demás no lo han sido.
Marian Konrad es una empleada bancaria que había roto con su pasado punk en forma -se creía- exitosa, hasta que cayó en un vacío existencial tal que ni siquiera el uso de las antiguas drogas que conocía pudieron calmarla. Se le considera de las más peligrosas, aunque Kalle no le haya confiado hasta ahora ninguna misión especial.
Jan Jansen es alemán y un conocido poeta de las nuevas generaciones. Sus incursiones en el teatro y en el periodismo le han hecho granjearse la aceptación de la crítica literaria. Su especialidad es colocar manifiestos kalleanos muy bien disfrazados en la prensa diaria.
La lista continúa. Se trata de un total de 17 personas esta vez; tres de ellas mujeres. El lugar donde se encuentran huele a metal oxidado, por la gran cantidad de vigas de metal que lo mantienen en pie desde hace más de cincuenta años.
-¿Por qué no lo sabes? –vuelve a preguntar el jefe máximo de la organización y que no goza de ningún título dentro de ella. Mi nombre es Kalle y punto, suele ser su propia respuesta ante indagaciones en ese sentido.
Al interrogado, uno de los más jóvenes de la organización y reciente miembro, se le nota el sudor a pesar del antifaz. Está nervioso. Mala señal.
Los presentes se incomodan. Algunos –especialmente los más antiguos, aunque solo se puedan reconocer por intuición- se atreven a intercambiar miradas muy discretamente.
-Porque tengo la sospecha de que hay imitadores –dice el joven, finalmente.
-¿Sospechas o pruebas? –pregunta Kalle.
-Sospechas, se entiende –replica el otro.
Kalle asiente. Los presentes no hacen ningún ruido por un momento, como un coro especializado en hacer perfecto silencio por ratos. Saben que la respuesta es demasiado atrevida por parte del joven.
-Datos –dice Rodrigo Confitti, sabiendo que Kalle los conoce, tanto como él mismo. La organización tiene más ojos y oídos de los que se les pueda suponer.
-91 automóviles destruidos. Cuatro de la policía entre ellos…
-…¡y por lo menos seis de gente normal como nosotros! –exclama el cirujano.
Kalle hace un gesto con la mano y todos vuelven a su mutismo.
-Continúa –le ordena al joven.
-Tenemos la sospecha que alguien del grupo lo ha hecho a propósito, lo de las camionetas policiales. Para todos nosotros estaba claro que algo así es considerado tabú.
-No podemos darle a la policía ningún motivo para que deje de hacer su trabajo como siempre lo hace: con una mezcla de rutina y aburrimiento. Cosas como ésta la despierta. A sus miembros se les enciende las ganas de jugar al gato y al ratón -interviene Rodrigo Conflitti, el italiano.
La reunión tiene lugar en una pequeña fábrica abandonada de Colonia cuyas instalaciones comparten diversos artistas. Se trata de una construcción que data de los años cincuenta del siglo pasado y que fue construida pensando en la posibilidad de una tercera guerra mundial. Existen muchos lugares así por toda Alemania, se sospecha que fueron judíos los constructores o ingenieros.
Aparte de contar con una serie de vías casi secretas de escape y de acceso, su ubicación es extraordinaria porque están en el medio de nudos en los que convergen autopistas, carreteras, vías menores y de ferrocarril. En este caso, además, se encuentra a un paso del río Rin. Otra vía posible de escape, en caso de urgencia.
Pero eso no es todo, se trata de lugares poco atractivos, a pesar de su magnífica ubicación, tal como suele suceder en muchos partes del mundo. La organización debe el hallazgo de estos lugares por toda Alemania a Andreas Barthold, uno de los cerebros del grupo.
Barthold es un arquitecto que en determinado momento de su fulgurante carrera, lo dejó todo para ponerse a estudiar el por qué determinados lugares de toda ciudad llegan a convertirse en puntos muertos, a pesar de su envidiable ubicación.
Como el asunto le pareció más que interesante, se decidió a abandonar la arquitectura e incursionar en la sociología. En su tesis doctoral llamó a esos puntos los Nudos Bartholdianos. A sus colegas les pareció demasiada pretensión eso y empezaron a apartarse de él.
Lo que todos desconocían: Andreas Barthold había nacido y crecido en varios lugares así.
Su madre había sido una drogadicta que se había visto obligada a buscar morada en cualquier lugar estratégico que le permitiera ‘trabajar’ vendiendo su cuerpo y, a la vez, tener un techo sobre la cabeza para sí y para su pequeño hijo. Pero eso era algo que él no podía contar a nadie.
Barthold no había hecho otra cosa que retomar la fina nariz de su madre para reconocer ese tipo de minúsculos guetos de las diversas ciudades alemanas en las que había crecido. Solo que él lo había hecho con rigor académico y lo había convertido en una profesión.
¡Y todo para recibir las burlas del mundo de la arquitectura y de la sociología!
Ahora, sus últimos estudios, los referidos a la gentrificación (que no significa otra cosa para él que esa maldita costumbre de muchos arribistas de clase media –incluidos muchos artistas entre ellos- de poner de moda un barrio poco atractivo y pobre de la ciudad hasta convertirlo en un lugar solo accesible para gente con dinero), empezaban a ser copiados.
Su ingreso a la organización ocurrió en un momento en el que él mismo había estado a punto de empezar a ver un provecho financiero en sus estudios. Pero su forma de detestar particularmente el dinero había podido más que sus ganas de fundir intereses propios con negocios.
A Andreas Barthold se debía la elección de todos los puntos de reunión de la organización en el país.
-Quiero sus datos –dice Kalle, dirigiéndose al italiano y como diciéndole que permanezca callado.
-Para confrontarlo con los nuestros –dice Rodrigo Conflitti.
Kalle asiente. Por un momento se le pasa por la cabeza aniquilar alguna vez personalmente a este figlio di putana, pero sabe que ese tipo de minúsculas rebeliones pueden servir también para fortalecer la cohesión del grupo y para que los miembros crean en su mínimo carácter democrático.
La última tarea de su organización los ha empezado a meter en problemas.
Una tarea simple y sencilla: incendiar automóviles de lujo. De ser posible los pertenecientes a grandes empresas y no a particulares.
Se trata de una gran tarea de esclarecimiento la de su organización. Esclarecimiento social, lo llaman. Uno de los grandes pilares del grupo clandestino y secreto que lidera Kalle.
No se llaman guerrilleros a sí mismos. Eso de salir al campo a arriesgar tontamente sus vidas no es nada para ellos.
Lo suyo es el pensamiento, el análisis y la minimización de riesgos.
Se hacen llamar neoguerrilleros. Pero eso solo a nivel interno. No les interesa ser conocidos ni cometer errores.
Lo suyo es una tarea de hormigas neoguerrileras anónimas contra un mundo moderno de monstruos.
Pero uno de los miembros ha cometido el error de meterse con la policía.
Ahora Kalle tiene que tomar una decisión drástica.
Todos callan.
HjorgeV
Pulheim-Sinthern, jueves 30-08-2007
(*) Definición wikipédica de gentrificación: http://es.wikipedia.org/wiki/Gentrificaci%C3%B3n
Nota: Se trata de un relato fictivo. Todos los nombres y acciones han sido inventados –hoy- por mí, salvo la principal –el incendio de automóviles de lujo- y lo que se refiere a la gentrificación. Trataré el tema desde otro punto de vista pronto, aquí en esta bitácora.