NEOGUERRILLEROS ANÓNIMOS & GENTRIFICACIÓN

-¿Cuántos ya son en lo que va del año?

-No lo sé.

Sus respuestas son cortas y precisas. Como un cuchillo que responde a órdenes concisas.

-¿Cuántos? –repite Kalle, tratando de disipar su impaciencia-. Quiero una aproximación, un cálculo.

-Siempre me he guiado por sus principios de no hablar por hablar, Kalle –le dice su joven interlocutor. Kalle detesta tener que repetir que no lo traten de usted, pero en casos así le parece mejor callar al respecto.

-No te lo pide nadie –continúa diciéndole, su voz es algo cavernosa, pero como queriéndole quitar, a la vez, esa cualidad-. Calcular no es hablar por hablar. Pero está bien que digas respetar mis principios. ¿Por qué no lo sabes?

El resto aumenta el nivel de concentración. Cuando el maestro se pone así de detalloso es que está malhumorado. Y eso puede ser peligroso. Muy peligroso, lo saben todos. Ha demostrado no tener ningún escrúpulo en deshacerse de algún integrante. Todos saben que no tendrían ningún empacho en empezar desde el principio. Es su formación, su partido. Lo saben todos desde el comienzo. Aquí no hay nada que discutir. No de eso.

Frank Camper viene de Holanda, es ingeniero informático y para poder llegar al lugar donde se encuentra ha tenido que mentir a -por lo menos- unas cinco personas, incluida su mujer y sus jefes. Sus gastos de seguridad han sido los más caros desde que pertenece a la organización, pues ha tenido que pagar dos vuelos de avión que no ha usado y que espera ‘retocar’ de alguna forma una vez que haya vuelto.

Como todos los demás kalleanos, él también es un fanático del control y se ha puesto ya en todos los casos de riesgo posibles. Uno de ellos contempla que a alguien se le pueda ocurrir revisar las listas de vuelos y comprobar que no ha estado en esos aviones.

Rodrigo Conflitti es italiano. Aunque vive actualmente en Italia, ha pasado la mayor parte de su vida en Alemania y conoce muy bien el país. Es un analista financiero exitoso, quien se mantiene en su puesto de trabajo habitual solo por el hecho de poder pertenecer -ahora- a la organización kalleana. Es soltero, homosexual y sin pareja actual. Es uno de los que más contribuye con sus donaciones a la existencia material del grupo.

Robert Schuspert es un cirujano alemán, uno de los de más edad en el grupo y de los últimos en integrarse. El jefe máximo de la organización, y que todos conocen solo bajo el nombre de Kalle, le debe su nuevo rostro a él. Se dice que el casi anciano cirujano fue un militante izquierdista en su juventud. Casi todos los demás no lo han sido.

Marian Konrad es una empleada bancaria que había roto con su pasado punk en forma -se creía- exitosa, hasta que cayó en un vacío existencial tal que ni siquiera el uso de las antiguas drogas que conocía pudieron calmarla. Se le considera de las más peligrosas, aunque Kalle no le haya confiado hasta ahora ninguna misión especial.

Jan Jansen es alemán y un conocido poeta de las nuevas generaciones. Sus incursiones en el teatro y en el periodismo le han hecho granjearse la aceptación de la crítica literaria. Su especialidad es colocar manifiestos kalleanos muy bien disfrazados en la prensa diaria.

La lista continúa. Se trata de un total de 17 personas esta vez; tres de ellas mujeres. El lugar donde se encuentran huele a metal oxidado, por la gran cantidad de vigas de metal que lo mantienen en pie desde hace más de cincuenta años.

-¿Por qué no lo sabes? –vuelve a preguntar el jefe máximo de la organización y que no goza de ningún título dentro de ella. Mi nombre es Kalle y punto, suele ser su propia respuesta ante indagaciones en ese sentido.

Al interrogado, uno de los más jóvenes de la organización y reciente miembro, se le nota el sudor a pesar del antifaz. Está nervioso. Mala señal.

Los presentes se incomodan. Algunos –especialmente los más antiguos, aunque solo se puedan reconocer por intuición- se atreven a intercambiar miradas muy discretamente.

-Porque tengo la sospecha de que hay imitadores –dice el joven, finalmente.

-¿Sospechas o pruebas? –pregunta Kalle.

-Sospechas, se entiende –replica el otro.

Kalle asiente. Los presentes no hacen ningún ruido por un momento, como un coro especializado en hacer perfecto silencio por ratos. Saben que la respuesta es demasiado atrevida por parte del joven.

-Datos –dice Rodrigo Confitti, sabiendo que Kalle los conoce, tanto como él mismo. La organización tiene más ojos y oídos de los que se les pueda suponer.

-91 automóviles destruidos. Cuatro de la policía entre ellos…

-…¡y por lo menos seis de gente normal como nosotros! –exclama el cirujano.

Kalle hace un gesto con la mano y todos vuelven a su mutismo.

-Continúa –le ordena al joven.

-Tenemos la sospecha que alguien del grupo lo ha hecho a propósito, lo de las camionetas policiales. Para todos nosotros estaba claro que algo así es considerado tabú.

-No podemos darle a la policía ningún motivo para que deje de hacer su trabajo como siempre lo hace: con una mezcla de rutina y aburrimiento. Cosas como ésta la despierta. A sus miembros se les enciende las ganas de jugar al gato y al ratón -interviene Rodrigo Conflitti, el italiano.

La reunión tiene lugar en una pequeña fábrica abandonada de Colonia cuyas instalaciones comparten diversos artistas. Se trata de una construcción que data de los años cincuenta del siglo pasado y que fue construida pensando en la posibilidad de una tercera guerra mundial. Existen muchos lugares así por toda Alemania, se sospecha que fueron judíos los constructores o ingenieros.

Aparte de contar con una serie de vías casi secretas de escape y de acceso, su ubicación es extraordinaria porque están en el medio de nudos en los que convergen autopistas, carreteras, vías menores y de ferrocarril. En este caso, además, se encuentra a un paso del río Rin. Otra vía posible de escape, en caso de urgencia.

Pero eso no es todo, se trata de lugares poco atractivos, a pesar de su magnífica ubicación, tal como suele suceder en muchos partes del mundo. La organización debe el hallazgo de estos lugares por toda Alemania a Andreas Barthold, uno de los cerebros del grupo.

Barthold es un arquitecto que en determinado momento de su fulgurante carrera, lo dejó todo para ponerse a estudiar el por qué determinados lugares de toda ciudad llegan a convertirse en puntos muertos, a pesar de su envidiable ubicación.

Como el asunto le pareció más que interesante, se decidió a abandonar la arquitectura e incursionar en la sociología. En su tesis doctoral llamó a esos puntos los Nudos Bartholdianos. A sus colegas les pareció demasiada pretensión eso y empezaron a apartarse de él.

Lo que todos desconocían: Andreas Barthold había nacido y crecido en varios lugares así.

Su madre había sido una drogadicta que se había visto obligada a buscar morada en cualquier lugar estratégico que le permitiera ‘trabajar’ vendiendo su cuerpo y, a la vez, tener un techo sobre la cabeza para sí y para su pequeño hijo. Pero eso era algo que él no podía contar a nadie.

Barthold no había hecho otra cosa que retomar la fina nariz de su madre para reconocer ese tipo de minúsculos guetos de las diversas ciudades alemanas en las que había crecido. Solo que él lo había hecho con rigor académico y lo había convertido en una profesión.

¡Y todo para recibir las burlas del mundo de la arquitectura y de la sociología!

Ahora, sus últimos estudios, los referidos a la gentrificación (que no significa otra cosa para él que esa maldita costumbre de muchos arribistas de clase media –incluidos muchos artistas entre ellos- de poner de moda un barrio poco atractivo y pobre de la ciudad hasta convertirlo en un lugar solo accesible para gente con dinero), empezaban a ser copiados.

Su ingreso a la organización ocurrió en un momento en el que él mismo había estado a punto de empezar a ver un provecho financiero en sus estudios. Pero su forma de detestar particularmente el dinero había podido más que sus ganas de fundir intereses propios con negocios.

A Andreas Barthold se debía la elección de todos los puntos de reunión de la organización en el país.

-Quiero sus datos –dice Kalle, dirigiéndose al italiano y como diciéndole que permanezca callado.

-Para confrontarlo con los nuestros –dice Rodrigo Conflitti.

Kalle asiente. Por un momento se le pasa por la cabeza aniquilar alguna vez personalmente a este figlio di putana, pero sabe que ese tipo de minúsculas rebeliones pueden servir también para fortalecer la cohesión del grupo y para que los miembros crean en su mínimo carácter democrático.

La última tarea de su organización los ha empezado a meter en problemas.

Una tarea simple y sencilla: incendiar automóviles de lujo. De ser posible los pertenecientes a grandes empresas y no a particulares.

Se trata de una gran tarea de esclarecimiento la de su organización. Esclarecimiento social, lo llaman. Uno de los grandes pilares del grupo clandestino y secreto que lidera Kalle.

No se llaman guerrilleros a sí mismos. Eso de salir al campo a arriesgar tontamente sus vidas no es nada para ellos.

Lo suyo es el pensamiento, el análisis y la minimización de riesgos.

Se hacen llamar neoguerrilleros. Pero eso solo a nivel interno. No les interesa ser conocidos ni cometer errores.

Lo suyo es una tarea de hormigas neoguerrileras anónimas contra un mundo moderno de monstruos.

Pero uno de los miembros ha cometido el error de meterse con la policía.

Ahora Kalle tiene que tomar una decisión drástica.

Todos callan.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, jueves 30-08-2007

(*) Definición wikipédica de gentrificación: http://es.wikipedia.org/wiki/Gentrificaci%C3%B3n

Nota: Se trata de un relato fictivo. Todos los nombres y acciones han sido inventados –hoy- por mí, salvo la principal –el incendio de automóviles de lujo- y lo que se refiere a la gentrificación. Trataré el tema desde otro punto de vista pronto, aquí en esta bitácora.

 

AGUA, HIELO & QUEMADURAS (Continuación)

Lo que refiero hoy aquí forma parte de mi propia experiencia personal y no pretende nada más que ser registro o constancia de eso.

En el caso de las quemaduras, me alienta el deseo de transmitir un conocimiento empírico que puede sacar a más de uno de un apuro de esa índole.

¿Qué es una quemadura?

No sé qué sucede exactamente cuando sucede algún fenómeno. Salvo muy pocas cosas, de las cuales tengo cierto conocimiento más o menos confiable (así lo creo), de demasiadas cosas no sé nada o muy poco. Pero soy de los que les gusta hacerse preguntas y tratar de hallar sus respuestas.

(Cualquier falta de rigurosidad y profundidad en el tema se debe al carácter casi diario de esta bitácora, a que tengo varias obligaciones laborales y personales más, y, lógicamente, a mis propias limitaciones e ignorancia.) (**)

¿Qué sucede cuando alguien, por ejemplo, toma con las manos un plato que ha estado en un horno a más de 250ºC?

Vayamos por partes.

La temperatura corporal normal puede oscilar entre los 36,5°C y los 37,2°C . Lo cual corresponde en la escala Fahrenheit a los 97,8° F hasta los 99°F.

Por experiencia propia sabemos que temperaturas –del agua, por ejemplo- a partir de las cercanas a la temperatura de su ebullición -100°C – pueden ser bastante dolorosas. Digamos que en circunstancias normales, por la ‘alta’ diferencia de temperaturas interna y externa, a partir de los 70 u 80°C, más o menos, se puede afirmar que “nos quemamos” con el agua. Sentimos dolor.

¿Siempre?

No. (Hasta cierto límite.)

Depende de la persona, del momento (de esa persona: no siempre reaccionamos igual por diferentes motivos psíquicos y fisiológicos, o por una mezcla de ellos) y de las circunstancias.

En las saunas, por ejemplo, existen cabinas –las finlandesas- que pueden llegar a estar a casi la temperatura de ebullición del agua, 100°C (a nivel del mar).

¿Difícil de creer?

Lo he experimentado en carne propia, sin ser esto una metáfora y he llegado a gozarlo (en intercalación con baños helados), aunque por cuestiones culturales no he llegado a convertirlo en una práctica habitual. Pero, si se presenta la oportunidad es algo que hago una y otra vez con gusto, por el alto grado de relajación que puede proporcionar.

(La siguiente página empieza con esta proposición: Estás invitado a quitarte toda tu ropa y entrar en una pequeña habitación donde la temperatura es de casi 100 C y donde tendrás que sentarte desnudo junto a los demás y sudar. Después irás fuera y, desnudo, te meterás de un salto en un pequeño agujero hecho en un lago o mar helado para refrescarte en el agua congelada. Si prefieres puedes revolcarte en la nieve.)

http://www.finland.fi/netcomm/news/showarticle.asp?intNWSAID=26077&intSubArtID=16218

Justo ahora recuerdo con qué celos y sentimientos confusos reaccionaba, cuando una de mis primeras novias de mi etapa limeña, una austriaca, me contaba cómo todo su grupo de amigos y amigas se metían juntos –desnudos, se entiende- a la sauna. Ahora, no es algo que me parezca necesariamente natural, pero ya no lo vería con tan malos ojos.

Decía que depende de la persona, porque hay personas más sensibles al calor (y al frío) que otras. Particularmente, aquí en Alemania me conocen –despectivamente, se entiende- como un Warmduscher, que significa que prefiero el agua caliente para ducharme o bañarme. Aunque pueda parecerle increíble a alguien, no es el caso de todos los alemanes.

¿Qué sucede cuando colocamos al fuego una olla o tetera con agua?

Después de cierto tiempo esta se calienta, hasta que empieza a hervir y el líquido elemento empieza a convertirse en vapor escapando hacia arriba.

Si alguien ha olvidado alguna vez apagar el fuego, sabe que después de otro cierto tiempo adicional el agua terminará consumiéndose y lo que seguirá calentándose ya será sólo el recipiente.

Muchos incendios se originan así.

Alguien olvidó apagar alguna hornilla y, cuando regresa, su casa es un montón de escombros negruzcos.

¿Qué sucede si colocamos el mismo recipiente, pero herméticamente cerrado al fuego?

Sucederá lo mismo, con la diferencia que como el vapor de agua no puede escapar, llegará un punto en que el recipiente explote. El gran peligro de las ollas a presión.

Como el cuerpo humano está constituido más o menos por 70% de agua, cuando nos quemamos alguna parte del cuerpo debe suceder algo parecido, solo que el recipiente es el resto del mismo cuerpo. (**)

Lo he vivido.

Por buscar una vez una fuente de calor, coloqué mis manos sobre unas superficies destinadas a mantener cafeteras calientes y sobre las palmas de mis manos se formaron instantáneamente ampollas enormes.

¿Qué hice?

El caso que relaté ayer sucedió realmente, aunque he cambiado bastante de la escenografía original y del elenco, simplemente para convertirlo en un ejercicio de escritura más.

Me consta que la muchacha no tuvo ningún problema al día siguiente y fue como si no le hubiera sucedido nada.

Me imagino que es gracias a la alta concentración de agua en nuestros tejidos que estos no se deterioran inmediatamente (sino el calor los secaría inmediatamente, dañándolos irreversiblemente y dejando cicatrices, lo que sucede en el caso de quemaduras graves) y que el efecto del agua con hielo es múltiple: desinflama la región afectada, alivia el dolor y le pasa agua a nuestros tejidos –superficiales- afectados.

(Ojo que me estoy refiriendo a quemaduras no graves aquí, como aquellas que nos hacemos al tratar de sacar un plato o recipiente del horno, o por contacto con una plancha, por ejemplo. Doy testimonio de lo que me ha ocurrido y nada más.)

La experiencia que me sirvió para ayudar a esa muchacha polaca ayudante de cocina en el restaurante que me encontraba anteanoche, me ocurrió en uno de los primeros trabajos que tuve aquí en Colonia, más o menos recién llegado a la ciudad.

El lugar se llamaba Café Especial –aún existe- y sé que tiene –o tenía- sucursales en Londres, Amstermdam y París.

Me encargaba en ese entonces de hacer cocteles.

Decir que era barman, sería una pretensión. Lo que había que hacer era litros y litros de margaritas de todos los sabores posibles y servir muchos tequilas. (En una oportunidad vi cómo dos tipos se zamparon 62 tequilas cada uno y salieron por propio pie del lugar al ver que ya no se les quería seguir atendiendo. ¿Pagaron? Sí.) (Ahora sé que debían tener un par de otras drogas dentro.)

Buscando calentarme las manos, llegué a una máquina de café, de esas que pululan en este país y que consisten en un simple filtro y un calentador de agua acoplado.

Como la máquina se sentía especialmente caliente –fue un invierno especialmente frío y eso de estar en permanente contacto con el agua fría y los vasos helados no era ningún chiste para mí-, seguí buscando, con la esperanza de encontrar su lugar más caliente.

Hasta que llegué a una superficie que se usa (no lo sabía) para mantener calientes las jarras de café.

Lo único que recuerdo es cómo se levantaron instantáneamente las ampollas sobre las palmas de mi mano y que mi primera reacción instintiva, la misma de la de la chica de hace un par de noches, fue buscar un chorro de agua fría.

Mi mala –y buena- suerte fue que me equivoqué de llaves y abrí la del agua caliente. También recuerdo que pegué un grito y que mi próxima reacción fue meter mis manos a la máquina de hacer hielo (la buena suerte).

Cuando llegó mi jefe para llevarme al hospital, le dije que no, porque no quería dejar lo que me producía alivio: el agua con hielo. Y porque no quería perder el trabajo.

Ya había probado a retirar las manos, porque el frío también hace doler –y puede causar mucho daño: existen heridas y amputaciones por congelamiento-, pero después de unos instantes no lo podía soportar más y volvía a poner las manos en el hielo.

(Qué curioso, justo ahora que escribo esto, he empezado a percibir en mis manos esa sensación de que se están secando, como me ocurrió entonces.)

El hecho es que después de un buen rato pude empezar a trabajar otra vez, haciendo de vez en cuando una pausa para volver a introducir mis manos al balde que tenía cerca.

Después de más o menos una hora, y cuando ya había pasado la hora punta del negocio, accedí a que me llevaran al hospital, para lo cual improvisé una bolsa llena con agua y hielo para el camino.

En el hospital el médico me dijo que me iba a poner una crema y que me iba a vendar.

-Entonces no voy a poder trabajar –le comenté.

-No se preocupe, yo le hago una dispensa médica.

Ahora viene lo interesante. Antes de salir del restaurante, yo había intentado seguir trabajando y lo había conseguido, tal como lo acabo de referir. Además, el dolor y la sensación de ‘secazón’ habían remitido. Sentía mis manos normales. Era casi milagroso.

Se lo expliqué al doctor.

-Puede ser –me respondió-. Pero nosotros somos los médicos y sabemos cómo tratar su caso. (*)

Me negué. Simplemente me negué.

Y al día siguiente no tenía ninguna señal, marca, ampolla, dolor ni sensación desagradable alguna.

Creo que he repetido la fórmula suficientes veces. Lo haré una vez más, puesto que debo finalizar con estas líneas, ya que tengo –especialmente esta semana- muchas obligaciones laborales. Agua con hielo.

Es importantísimo.

La receta contra quemaduras como las que he referido aquí –me imagino que funcionan para todo tipo de ellas- pero, como no soy ningún médico, insisto en que esto que he dicho hoy se trata de una simple receta casera, con todo lo que eso significa (incluida la ausencia de responsabilidad).

Personalmente me ha ocurrido haberme quemado la lengua con alguna sopa, de esa forma que nos hace arrpentir de nuestro apuro y de nuestra burrada, porque sabemos que nos vamos a pasar días sin poder degustar los alimentos, aparte del dolor inicial y esa sensación desagradable que queda.

Seguí entonces el consejo que había escuchado alguna vez en mi país –creo que de un familiar-: poner ají (chili) directamente sobre la herida. (Abierto y con sus venas.)

Como mi lengua había quedado tan dañada como para sentir algún dolor más, me decidí a quitarme el clavo de la curiosidad y no me importó ponerme un ají picante abierto por la mitad para hacer el experimento. ¿Qué más daba?, por así decirlo.

¿Qué creen que sucedió?

Tal vez trate de profundizar el tema en otra página de este cuaderno que cuenta, pero ya les digo el resultado.

A los diez o quince minutos ya estaba comiendo y degustando yo como si nada hubiera ocurrido.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, miércoles 29-08-2007

 

(*) Me acabo de enterar por una colega, que su hijo sufrió una quemadura en la zona pectoral y en el hospital mantuvieron esa zona varias horas bajo un chorro de agua muy fría. Indagaré por más informaciones concretas.

Recomiendo (a los adultos) hacer un experimento o truco ‘mágico’ que tiene que ver con esto, aunque atacado el asunto desde otra perspectiva. Se trata de sujetar un trozo de hielo entre el pulgar y el índice durante un buen rato. Más o menos hasta que ya no se pueda soportar: unos dos o tres minutos. Luego, hagan la prueba a tomar entre esos mismos dos dedos un cigarrillo encendido por sus extremos: por el filtro y por la punta encendida. (Solo les recomiendo no hacerlo durante más de tres o cuatro segundos.) Que no haya niños cerca, por favor.

(**) Como he estudiado algunos semestres Física en la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, eso me sirvió -aunque tarde- para entender que un análisis verdaderamente riguroso que tratara de enfocar una quemadura como un fenómeno puramente físico, escapaba del marco (de todos los marcos) de una pobre bitácora como ésta y podría -incluso- servir como base para el tema de una tesis de graduación profesional.

 

 

AGUA, HIELO & QUEMADURAS

-Perdón –dice el cocinero del restaurante, con el rostro congelado en un rictus de pánico, al interrumpirnos-. Toni, ¡tienes que venir a la cocina, Ela se ha quemado las manos!

A eso se debía el grito que acabábamos de escuchar y que mi interlocutor ha intentado simplemente ignorar para no interrumpir nuestra conversación.

Toni es italiano y el principal camarero del Flederius, el restaurante en el que me encuentro cenando. Suele fungir de administrador, cuando no está el dueño. Nos conocemos desde hace tiempo y suelo refrescar mi italiano con él.

-¡Llama a Stefan! –le dice Suri, el cocinero, refiriéndose al dueño.

-¡Merda! –espeta Toni-. Perdona, Jorschen, pero siempre es lo mismo –continúa en su italiano con marcado acento siciliano y que a veces hay que pasarlo por un cedazo para poder entenderlo-. Cada vez que tenemos gente nueva ayudando en la cocina tiene que suceder algo. No aprenden. ¡Porca madonna putana!

-¿Porca madonna putana? ¿Puerca virgen puta? ¡Los que no aprenden son ellos! –me dice mi Loro Atento, despertándose de su lugar sobre mi hombro derecho y sin que nadie, salvo yo, pueda escucharlo.

Ha vuelto a hablar después de mucho tiempo. Debería celebrarlo.

-¿Por qué? –le digo, viendo como el siciliano se aleja en dirección a la cocina.

-¿Cómo puede afirmar eso? –dice, ya en voz audible, mi loro-. Si sucede a menudo, es que son ellos los que no han aprendido. No han aprendido a tomar previsiones ni a prevenirlo.

Al abrirse las puertas batientes de la cocina, veo a una muchacha rubia, ligeramente pasada de peso que llora y se mira las manos, mientras deja caer agua fría sobre ellas.

Como me sucede casi siempre en ese tipo de situaciones, no puedo quedarme sentado y me acerco hasta donde está.

-¡Hielo! –pido, entrando a la cocina sin pedir permiso. Sé que casi todos han detenido sus labores y están como paralizados. La mayoría me conoce por Toni, pero, igual, yo sé que apenas debían haberse percatado de mi presencia.

-¡Hielo! –repito, pero enseguida veo a Tony pasándome una balde o cubo de esos que se usan para mantener frías las botellas de vino blanco, repleto de hielo.

La mujer, instintivamente, quiere meter las manos dentro pero la detengo a tiempo y de un salto me acerco al caño (grifo) de agua más cercano.

-¡Las manos dentro! –le digo, mientras veo cómo se le salen las lágrimas.

-¡Le dije a ese tonto que no tiene que estar tratando así a los nuevos! –se queja el cocinero, señalando a su compañero de trabajo, mientras está rebuscando el maletín de primeros auxilios, pero demasiado nerviosamente.

Es afgano y la persona a la que se refiere es su compatriota y colega de trabajo, aunque por lo que he entendido provienen de diferentes etnias y no comparten el mismo idioma materno.

-Saca las manos –le ordeno a la mujer que responde al nombre de Ela y que por la forma de hablar sospecho que debe ser polaca. Tiene unos profundos ojos claros, de color indeterminado o, tal vez, para mí, indescriptible. Debe ser por el pánico, me digo.

¿Polska? –le pregunto, para ganarme su confianza.

Ella asiente y me suelta una retahíla de palabras que no entiendo para nada. Le explico en alemán que no hablo polaco, que solo sé algunas frases de cajón.

-Mantén las manos en el balde –le vuelvo a ordenar.

Por la puerta trasera de la cocina acaba de hacer su aparición una figura de dos metros y con cara de circunstancias. Debe ser el dueño. Lo he visto un par de veces en mis visitas al Flederius, pero no como para memorizar su rostro.

Ahora que está parado y parece un coloso que se ha equivocado de lugar, no estoy seguro de que sea el que supongo. Tiene el aspecto de la gente que sabe que no todo lo que brilla es oro. En este caso, su estatura.

-Tiene que haber una crema en el botiquín –es lo primero que se le ocurre decir al avanzar hacia nosotros, que estamos parados junto a una máquina del tamaño de un lavaplatos automático y que solo sirve para hacer cubitos de hielo.

Al costado tenemos un lavatorio o lavabo, totalmente en metal.

-Nada de cremas –digo, mirándolo fijamente a los ojos por un par de instantes.

Por el brillo de sus ojos, calculo que lo hemos interrumpido mientras cenaba con un par de botellas de vino, ya vacías, al lado.

-El problema es que yo ahora no podría llevarla al hospital –me dice, sin importarle en preguntarme qué hago yo en la cocina de su restaurante ni quién soy-. No podría conducir por lo que he bebido. ¿Médico?

-No. Amigo de Toni. Pero nada de cremas, por favor.

Como me queda mirando le digo:

-Asumo la responsabilidad.

-¿Va a poder trabajar en los próximos días? –me pregunta.

Es de los que tienen el pensamiento tan viciado, que enseguida me hace recordar el chiste del tipo millonario y materialista al que otro vehículo le ha cercenado un brazo junto con la puerta de su Porsche al tratar de apearse de éste.

Debería contárselo, pero no es el momento.

-¡La puerta de mi Porsche! –es lo primero que le preocupa al tipo del chiste.

El policía que se acerca a tratar de ayudar le dice:

-¡Qué preocupaciones! ¡¿No se da cuenta primero que ha perdido un brazo en el accidente, señor?!

-¡Ay! –grita el hombre, ahondándose el gesto de pánico en su rostro-. ¡Mi Rolex!

La muchacha ha seguido llorando mientras tanto y yo me he limitado a controlar que devolviera al cubo de agua con hielo sus manos cada vez que ella creía que ya había pasado todo.

Suele suceder. Que la recuperación sea tan rápida que el o la afectada crea que ya pasó lo peor. Pero no.

-Sóbate las manos, una contra otra –le ordeno, ya con la voz más controlada.

Veo que se las soba con un gesto de estupor. No lo puede creer. Hace apenas un par de minutos se ha quemado las manos por tratar de asir un plato que había estado en un horno con casi 300 grados celsius de temperatura. El triple de la del punto de ebullición del agua.

Sigue llorando, aunque yo ya sé que no puede ser por el dolor.

-El maldito sabía que estaba caliente ese plato y me dijo tres veces que se lo pasara –me dice ella, más con rabia que con alivio.

-Seguramente se le olvidó decirte que estaba caliente.

-¡Había estado diez minutos en el horno!

-Si lo hubiera sabido te lo habría dicho –insisto, mientras veo con alivio, cómo ella se vuelve a sobar las manos entre sí y está segura que tiene que haber ocurrido un milagro.

-Ya no te duele, ¿no?

-Creo que no –me dice, sin saber si en realidad no está mintiendo, tal es el estupor en el que se encuentra-. Pero están muy frías.

-Eso es lo malo. Significa que ahora tienes que hacer una pausa. Prueba a seguir trabajando. Si tienes la sensación de que las manos se te empiezan a secar y te empiezan a doler, devuélvelas al agua con hielo –le digo, mientras observo cómo los demás ya se han reintegrado a su trabajo y han pasado a ignorarnos. La función tiene que continuar.

Sé que a esta hora de la noche su trabajo debe consistir en recoger todo tipo de trastos para lavarlos o introducirlos al lavaplatos y luego empezar con la limpieza de todo tipo de superficies de la cocina. Lo conozco. He tenido un par de este tipo de negocios en mi vida y sé cómo funcionan.

Me quedo un rato más, parado junto al cocinero quien ya está recuperado del susto.

-Mi colega es muy apurado, ¿sabes? ¿Jorsche o Jorschen, no? –me pregunta, mientras hace girar unas costillas de cerdo ibérico, y yo asiento, sin corregirlo-. Como tiene que coger su tren a cierta hora determinada, sabes, a partir de cierto momento de la noche empieza a agitar a todo el mundo. Es imposible trabajar así.

-No ha sido seguramente con intención –le digo, mientras observo cómo la muchacha pasa el trapo por las mesas metálicas de trabajo sin aparentes problemas.

-Otra vez las manos al balde –le digo.

El jefe ya ha desaparecido del lugar, en busca de la puerta de su Porsche, me imagino.

-No –me responde ella, secándose las últimas lágrimas.

Sé que se va olvidar de agradecérmelo. Forma parte del choque que acaba de pasar. Por lo menos deseo que mañana pueda trabajar también.

-Manos al agua con hielo –le ordeno, pasando del consejo al modo imperativo, sin perder la paciencia ni levantar innecesariamente la voz. Solo con convicción. Sé que funciona. Pasé años en eso.

-Ya –dice y obedece, sintiendo vergüenza, pero sin saber por qué.

Sé también que no puede objetarme nada.

El estado de choque se le está pasando y sé perfectamente que la he sacado de lo que para ella ha sido un pequeño infierno.

Esta gente no viene a Alemania a trabajar y en caso de necesidad, declararse enferma. Un accidente laboral puede significar romper con todos los sueños (planeados) de todo un año. Me debe a mí, por lo menos, hacerme caso un par de minutos más. Se lo digo y ella asiente.

-¿Cómo te vas a casa? –le pregunto.

-En mi automóvil.

-Lo ideal sería que pudieras mantener las manos cerca del balde mientras conduces –agrego.

-Es automático.

-Ideal –le digo, sabiendo que es muy raro encontrar esos vehículos en este país. Algo que sigo sin poder entender: embrague, cambio, embrague, cambio. Buen ejercicio para las piernas debe pensar la mayoría. Pero no es por eso.

-Lo mejor es que tengas un pequeño balde o cubo con agua y hielo cerca, por lo menos durante unas dos horas más –insisto-. No lo olvides, si sientes que la piel se reseca y te empieza a doler es que tienes que volver a mantener las manos en agua con hielo. Agua con hielo. Nunca hielo solo.

Se lo repito, porque por propia experiencia sé que la gente lo olvida una vez que ha pasado el primer momento de conmoción.

A los diez o quince minutos se creen capaces de seguir su vida normal, pero el proceso de recuperación con este método puede durar hasta dos horas. O un poco más. Menos, si la quemadura ha sido ligera.

Lo he vivido en carne propia. Y he vivido también el caso de alguien que quiso tratarse una quemadura de lengua con un trozo de hielo seco y se le quedó pegado sobre ella. Por eso la advertencia.

¿Qué sucede cuando se produce una quemadura?

¿Por qué se forman las ampollas en la piel?

¿Por qué se produce una herida y queda una cicatriz después de una quemadura?

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, martes 28-08-2007

POSTALES DE ALEMANIA: Separe su basura y viva feliz

Alguna vez se aparecerá la persona oportuna y hará un estudio sobre esto.

Me refiero a la costumbre -manía, más bien- alemana de separar la basura.

Este país tiene sus paradojas. A pesar de ser bastante limpio y ordenado, arrojar chicles (usados) y colillas de cigarrillos al suelo, por ejemplo, es algo que parece no estar mal visto, a juzgar por la indolencia con que esto se toma y acepta.

Es invisible. Nadie lo nota.

 

Algo también nuevo es ver cómo en las entradas de los supermercados se empiezan a acumular los recibos o facturas que la gente deja en los carritos o cochecitos de compra y que, al final, terminan regadas por el suelo, a las entradas de dichos negocios.

Aldi y compañía han empezado a ahorrar en todo, en la limpieza ‘externa’, en este caso.

Estoy seguro de que hay gente especializada en hacer negocios gigantescos con este tipo de cosas. Con la condición humana, en el fondo. 

No hace mucho un reportaje de la televisión mostraba cómo en muchos estados de este país se separaba la basura en vano, porque todo terminaba mezclándose en un mismo lugar para ser reciclado.

A la gente, eso, no parece importarle. Sigue separándola religiosamente.

El siguiente gran negocio (Rumsfeld acaparó el de la gripe aviar) será hacerle creer a la gente que su vacío personal lo podrá resolver con la cirugía. ¿Le duele la mano? ¡No faltaba más! ¿De qué tamaño quiere la nueva? Etcétera.

Otro gran negocio es el de las curas (de salud). Pero ese ya será tema de otra bitácora.

Lo volví a notar hace un momento cuando me puse a hojear el diario. Antes les voy a contar que recibimos el Anunciador Colonés -el diario más importante de Colonia- gratis. Sí; sin pagar un centavo y en casa.

Parece increíble, pero tiene que ver con una de las costumbres alemanas que más llama la atención a sus mismos habitantes, sin que por esto se les pase por la cabeza cambiar de forma de ser: separar la basura.

No soy de los que podrían hacer un análisis psicoanalítico de esto (los especialistas pueden hacérselo hasta a las piedras, si uno está dispuesto a pagar los honorarios: sino, ¿para qué son especialistas?) ni me siento tentado de verlo como un aspecto más de esa otra gran manía teutona: el orden. Por sobre todas las cosas, además.

Quedémosnos provincianamente en eso: al alemán le fascina separar su basura.

Esos basureros múltiples que ahora se pueden ver en las grandes estaciones y aeropuertos de muchas ciudades europeas y que nadie parece saber para qué sirven y que por eso mismo suelen estar -muchas veces- vacíos, pongo mi mano al fuego, tienen que ser un invento alemán, me digo.

Nuestro hogar, como todos los de esta zona, por ejemplo, tiene un barril para la basura biológica o biodegradable adonde puede ir a para a parar todo lo que pueda convertirse en humus. Su color es el marrón. (Los colores varían de región a región.)

El siguiente barril es azul y allí va a parar todo lo que sea de papel y cartón. Luego tenemos un barril amarillo, adonde tienen que ir a parar plásticos, metales y todo tipo de materiales que hayan servido de envoltura para algún producto comercial.

Todo tiene que estar limpio.

mu.jpg

Lo primero que hacen los empleados municipales antes de proceder a vaciar una vez por semana –por lo general- estos barriles, es abrir las tapas y controlar si se ha procedido correctamente.

¿A usted se le ocurrió tirar el envase de yogur con demasiados restos dentro? Prohibido, su barril no será vaciado y tendrá que esperar hasta la siguiente semana. ¿Se equivocó y puso dentro alguna pieza de plástico o un juguete roto? Lo mismo. Y no hay lugar a queja ni perdón.

Nosotros vivimos en una especie de pasaje que alberga cinco chalets adosados.

Esta manzana está estructurada de tal manera que este modelito se repite tres veces: pasaje, hilera de casas, jardines traseros; pasaje, hilera de casas, etc. No se repite más porque luego viene un riachuelo y más allá empieza otra forma de agrupar las viviendas.

Este pueblucho me gusta, entre otras cosas, justamente por eso: por su caprichosa pero no demasiado complicada geografía. Y las diferentes nuevas urbanizaciones le van dando variedad a la vista. Como se trata de una zona semirural –todo el resto que nos rodea son grandes campos de cultivo-, ese avance urbanístico es todavía bastante lento.

Alguna vez se pondrá aún más de moda y ya todo cambiará.

Mientras tanto, podremos seguir observando fenómenos que sería imposible de encontrar en la ciudad: el caso éste del diario que les digo.

El primer vecino de nuestra fila de casas lo recibe muy temprano por la mañana y lo lee antes de salir a trabajar.

Como no desea coleccionar más basura, se lo pone en la puerta de la siguiente familia: Elfriede y Heinrich, una pareja de alemanes sesentones que nos tienen especial cariño como familia.

(Anteayer, para no ir muy lejos, se apareció Elfriede con un pequeño balde o cubo lleno de frambuesas que había cosechado de su propio jardín. Yo le quise agradecer con una salsa especialmente picante y fresca que me estaba preparando para la semana, pero lo picante apenas se va descubriendo en este país.)

Ya habrán adivinado -correctamente- que luego de leer ellos el diario, más o menos al mediodía, nos lo pasan a nosotros.

A nosotros nos toca, finalmente, leerlo y tirarlo como deshecho al barril azul.

¿Se lo pueden imaginar? ¿Recibir en casa el diario gratis simplemente para que alguien se ahorre espacio en su barril azul?

Curiosamente, no hace mucho operaron a Elfriede de unas várices en las piernas y, al parecer, no estuvo en casa un par de días.

-¿No te diste cuenta de que no recibían el diario? –me preguntó, completamente decepcionada.

Como, a pesar de no ser creyente, procuro no mentir, le dije la verdad.

-Suelo leer la prensa digital. En español, además. El Anunciador Colonés lo leo raras veces –le dije-. Los sábados compro El País y El Tiempo- un semanario alemán este último.

Sé que se molestó de alguna forma, pero así es a veces en la vida, cuando la gente se hace ilusiones gratuitamente y suele ser decepcionada.

-Mi esposa lo lee a diario –agregué, tratando de arreglar un poco la cosa, sin éxito.

Pero ya se le pasó.

Sobre todo porque nuestro pequeño de dos años suele alegrarle la vida tocándole el timbre y reclamando sus dulces.

-Esos no son tus dulces, Yose Toño –le procuramos aclarar las cosas a nuestro hijo que pronto cumplirá tres años.

-Elfriede dice que son míos –remarca él, absolutamente convencido de lo que dice.

Y sí, nuestra simpática vecina alemana le ha dicho que ella compra dulces que son exclusivamente para él y que solo necesita tocar el timbre para recibirlos. Ella es la guardiana de sus dulces, le ha dicho. Él, el verdadero dueño de ellos.

Entonces, nosotros -para devolverles el favor- les tiramos el diario a la basura.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern

SOPAS ASIÁTICAS DE DOMINGO

La vida debería empezar con una sopa asiática.

Creo que si cada bebé recibiera, junto con su primera leche, una buena sopa perucho-asiática, estaría mejor preparado para la vida. Es un decir.

Como anoche me bebí media botella de ron, esta mañana al despertar, el primer pensamiento que tuve fue el de abrirle un juicio a los cubanos.

Aunque no estoy seguro si ellos lo inventaron.

(Hablando de aguardientes, justo ayer en El País me volví a topar con una de esas perlas que últimamente están proliferando en ese magnífico diario español. Uno de los artículos del diario trataba sobre una botella de pisco bautizada con el número de grados del último terremoto ocurrido en el Perú. Lo habían titulado así: Pisco 7.9: un licor de mal gusto. ¿No tienen un diccionario a la mano todos los redactores de ese y cualquier periódico? Qué digo. La Real Academia ofrece gratuitamente el suyo en la red. Al alcance de cualquiera. Que quiera hacerlo, claro está. Además, ¿no tienen correctores? Más aún, ¿nadie les dice nada?

http://www.elpais.com/articulo/revista/agosto/Pisco/79/licor/mal/gusto/elpepucul/20070825elpepirdv_27/Tes

Me refregué los ojos. Pero la ignominia seguía ahí. No había leído mal.

¿Dónde se formarán muchos de los periodistas de hoy?, me pregunté. Porque no me parece normal que un profesional de la noticia no sepa qué significa la palabra licor. Veamos el diccionario.

licor.

(Del lat. liqŭor, -ōris).

1. m. Bebida espiritosa obtenida por destilación, maceración o mezcla de diversas sustancias, y compuesta de alcohol, agua, azúcar y esencias aromáticas variadas.

2. m. Cuerpo líquido.

Me imagino que se podría argumentar post mortem, que ha sido la segunda acepción la utilizada. Lo malo es que en este caso la confusión y la ignorancia, por lo tanto, se podría multiplicar. Y ese ha sido el caso. Ahora puede haber mucha gente que, esperando, al comprar una botella de pisco, un licor, es decir una bebida espirituosa dulce, no lo encuentre y piense que la han estafado. Señores y señoras -son pocas- de El País: el pisco no es un licor. El vino y la cerveza, tampoco.)

(Pero eso no es todo. En el artículo de marras hay varios errores. Pisco sour está escrito con ‘a’ –sauer-, como ¡en alemán! Si bien es cierto que así se pronuncia, no se escribe de tal forma en el Perú, sino que se respeta la grafía inglesa original. Y me imagino que lo mismo sucede en el país hermano de Chile. Por otra parte, al nombre del presidente peruano le han clavado una tilde y, de paso, lo han convertido en agudo. ¡Vaya alguien a escribir Zápatero o Jóse, por ejemplo!

Ahora vean esta frase: «Pocas veces una botella de pisco -bebida alcohólica, aguardiente, que se bebe sola o como ingrediente para hacer el delicioso pisco sauer, y cuya denominación de origen se lo disputan Perú y Chile-, ha causado tanta polémica entre los peruanos. «

¿Qué se disputa? La denominación de origen. Entonces, ¿por qué «se lo disputan»? Buena pregunta. De concordancia.)

Por lo menos hoy ha quedado claro -también, una vez más- para mí, que ninguna persona de este mundo debería empezar ninguno de sus días con una resaca.

Lo peor es esa especie de ingravidez y esa indolencia dolorosísimas (perdonen el oxímoron) que parece que han llegado para quedarse. Esa angustia existencialista a flor de boca.

-¿Vienes con nosotros al desayuno del nido de Tonio? –me había preguntado ya ayer mi esposa.

No tuve necesidad de responderle. Sabe que detesto ese tipo de reuniones, en las que termino aburriéndome absolutamente como un santo de yeso o habiendo contribuido a que los demás estén más convencidos de que me deben faltar un par de tornillos.

(Esto último no es tan fácil. Porque es necesario encontrar por lo menos a una o dos personas que tengan ganas de pasar un simple buen momento sin sentido, es decir, estar con los cinco o más sentidos perfectamente alertas para encontrarle más de un sentido a todo. Y reírse durante un par de horas. Difícil labor en este país.)

La ventaja de vivir en Alemania, está en que, si así lo deseo, puedo esconderme perfectamente detrás de ciertas costumbres germanas. Ser poco o nada sociable, por ejemplo. No está mal visto. Es muy normal.

Estás paseando con tu novia y se les cruza en el camino el antiguo novio, alemanes los dos. Ellos se saludan, tú inclinas la cabeza, empieza el intercambio de palabras entre ellos, pero el sujeto en cuestión no tiene ojos para ti. Encima, es domingo y has dejado de existir. Te has vuelto invisible.

Ahora se ponen a conversar y puedes empezar a rogar que al tipo no se le ocurra alargar la conversación con ella y que todo no pase de un simple saludo espontáneo en la calle, porque, entonces, aparte de sentirte de cartón piedra, vas a tener que escuchar qué magníficos tiempos tienen que haber pasado los dos como pareja, a juzgar por el entusiasmo con el que hablan.

¿Y tú? Allí, a un lado. Sigues invisible. No te han presentado, ni siquiera te han saludado. Ni una sola mirada.

(Tampoco es que me atraiga siempre esa costumbre de mi país que consiste en presentar a todos a todo el mundo, con besito incluido. Pero esta costumbre alemana puede llegar a ser desesperante.)

Me ha sucedido varias veces y en alguna oportunidad aproveché la ocasión para terminar con mi novia de entonces. Simplemente me fui.

-Un momento, por favor –me dijo ella.

-Sí –le dije, sin detener ni un momento mi paso. Creo que ni cuenta se dio, con lo que le gusta a los alemanes conversar.

(Probablemente se casó con el mismo tipo y ahora viven felices. Mi contribución, me alegro.)

Creo que hay ocasiones en la vida de todos en las que no deberíamos dejar de prestarle atención a ciertos signos. Estaba celoso yo, seguramente, sí. Pero, ¿no notaba ella claramente que lo que el tipo estaba haciendo era hacerme notar que yo estaba pasando por lo que había sido su territorio?

Y, si ella lo notaba, ¿por qué no hacía nada para evitarlo? Bastaba despedirse y seguir nuestro paseo dominguero.

Creo que el domingo es el día que decide el futuro de muchas parejas. El día que debería tener pocos pretextos. Si hay que estar inventando demasiados para poderla pasar con tu pareja, puede uno estar seguro que la cosa no funcionará.

-¿Vienes o no vienes?

-No, gracias. Ya sabes cómo me aburro en esas reuniones.

-Siempre es mejor preguntar, ¿no crees? -me dijo ella y se lo agradecí esta mañana cuando volvió a preguntarme si iba con ellos al desayuno de la guardería, organizado -justamente- para que se conozcan los padres de familia.

Después me arrepentí, porque por la resaca me empezó a doler el centro del ser. Esa sensación de que te duele hasta los zapatos. Ese dolor sordo y profundo que se siente como un tren que no quiere –más- arrancar en ti, pero que te está haciendo sentir su presencia todo el tiempo. Para nada. Para ver vacías las paredes de las habitaciones. Vacía tu mente y el cielo. Vacíos los espacios. Vacías las páginas del libro que querías leer.

Si alguna vez exististe, ha quedado muy poco de ti ahora.

El teléfono, me dije.

Buena idea, como una forma para alejar a los fantasmas. Llamé a EEUU, Venezuela, Perú y Alemania. No tuve suerte. No encontré a nadie.

Nunca me ha pasado: cuatro países y casi una docena de llamadas.

Muy bien. Soy enemigo del teléfono y ahora él me lo está haciendo pagar, me dije. Debo aceptarlo. Hay que saber reconocer los signos.

Una sopa.

Sí. Esa tenía que ser la solución a mi falta de todo, empezando por el apetito.

Cuando me quedo solo y siento pavor de tener que preparar o cocinar algo para una sola persona (muchos de ustedes que leen esto, tal vez no saben a qué pavor me refiero: lo peor es tener que comer solo, también, cuando uno se ha acostumbrado a seis personas en la mesa), recurro a las sopas asiáticas instantáneas.

Como soy un amante de las sopas, en general, desde que descubrí las asiáticas en un negocio chino, no las he vuelto a abandonar.

Ni ellas a mí.

Son de las que vienen con fideos que solo necesitan un hervor y llevan unos sobrecitos dentro: uno con yerbas secas, otro con el concentrado de caldo de pollo, uno más para el picante y uno final con el polvo de caldo deshidratado.

Como suelo hacer, desbaraté los fideos dentro de la misma bolsa hasta dejarlos en trozos pequeños (prueben a comer fideos con una cuchara, los asiáticos usan palitos o palillos adicionales) y luego eché todo a una cacerola con agua. Le agregué el jugo de medio limón, trozos de ají, jengibre (kión o quión, en mi país) y ajo picado. Todos frescos.

Como me había preparado días atrás una salsa picante, agregué una cucharadita.

Cuando el agua rompió a hervir incorporé un huevo –sin su cáscara- dentro y di una sola removida fuerte: para que se rompa la yema, pero no del todo, le de cierto color al caldo y quede solo parcialmente cocido y duro.

Apagué inmediatamente el fuego y dejé enfriar un poco. Antes de servir, agregué un chorrito de salsa de soya (cuidado que hay algunas que llevan bastante sal), y unas rodajitas de cebollita china o cebollín.

Esa sopa es la que me ha permitido empezar a escribir estas líneas, esta mañana -ya mediodía- de un domingo inicialmente duro y vacío. Y me ha hecho sudar un poco, de paso, ayudando a despertar a mi metabolismo resaqueado.

Sin ella no me habría sido posible escribir una sola línea hoy. Ni una sola. (No saben qué reconfortantes pueden ser, sobre todo en eso de poder mirarse en el espejo y reconocerse de nuevo. Ah, eras tú.)

Lo decía al comienzo: la vida tendría que empezar con una sopa así. Hagan alguna vez la prueba. Motivos, sobran.

O, ya les tocará.

Que tengan un buen domingo.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, domingo 26-08-2007

UNA HUELLA COMO SU CUERPO DEBAJO DE SU CUERPO (Poesía)

Debajo de usted hay una huella

Con la forma de su cuerpo

Que nadie ha pisado

Una huella que solo a usted le pertenece

Como le pertenece a usted su propia humanidad

(Aunque muchas veces sienta que no puede ser

La completa dueña de sus completos

Deseos)

Cuando deja usted de ser usted por

Curiosidad, descuido

O simple necesidad de movimiento

La huella de su cuerpo sigue allí sobre la arena

Esperando que usted vuelva y la pueda reconocer

(Pero hay quienes no vuelven a encontrar siquiera sus zapatos)

Los que la quieren a usted querrán detener las olas para

Que no borren su huella debajo de usted

Si a usted

Por ejemplo

Se le

Ha ocurrido recorrer el mundo o salir a vivir

Esas vidas imposibles

Que a todo ser humano le gustaría vivir

Mas, ¿quién puede detener al mar aunque no actúe por furia?

¿Quién puede explicarle que en esta orilla todo es vano y pasajero y que

es mejor esperar hasta que usted vuelva?

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, sábado 25-08-2007

LA VERDADERA REVOLUCIÓN FEMENINA (III/Fin)

La verdadera Revolución Femenina se dará cuando las mujeres sean conscientes de que está en sus manos –en su vientre- decidir la procreación humana.

Es decir, la preservación de la especie.

Si -llegado un punto- las mujeres dijeran BASTA, a los hombres solo les quedaría imponerse por la fuerza abiertamente.

Otro gran paso hacia una verdadera revolución femenina se dará cuando las mujeres simplemente se nieguen, por ejemplo, a parir varones. (O a no alumbrar más.)

No solo por lo que eso pueda significar demográficamente (ganar mayoría en la Asamblea Humana), sino también como arma para hacerle entender a los hombres que el verdadero poder lo tienen ellas. Solo que no lo saben y no lo usan.

Felizmente -para los hombres-, aún no es posible seleccionar el sexo de la futura criatura de manera fácil, confiable y barata y los métodos de interrupción del embarazo todavía pueden ser gran causa de mortalidad materna, como leía justo ayer en un diario argentino.

http://www.clarin.com/diario/2007/08/22/um/m-01483295.htm

Cuando sea posible hacerlo, los hombres empezaremos a sudar frío.

Cuando les llegue el turno a las mujeres (me estoy refiriendo para empezar solo a las mujeres de los países llamados desarrollados y a aquellas pertenecientes a las clases más pudientes de los países pobres) de poder decidir autónomamente el sexo del ser que quieren llevar en su vientre, entonces podrían usarlo como arma de presión.

Ese paso lo decidirá la tecnología, y entonces las cosas podrían cambiar con cierta rapidez.

¿Se podrían imaginar a las mujeres uniéndose para traer al mundo solo a mujeres?

“No procrees otro mono violento y abusivo. Tenemos demasiados”

“Procrea un ser verdaderamente humano. Elige a una mujer como tu heredera”

“Los hombres tuvieron su oportunidad. Nos toca a nosotras”

¿Y qué hacer con el amor, con el romanticismo, con el enamoramiento, con la vida de pareja, con esas cosas?

Buena pregunta.

Pero, ¿no es cierto, también, que son muy pocas las mujeres -las personas, en general- que realmente están contentas con la relación –sea oficial o no- en la que están envueltas y que aún son menos las que pueden decir que se han realizado sexualmente, aparte de como personas vistas en forma integral?

Pero eso no es todo.

Como el Mono Sapiens es un ser muy tonto en el fondo (por más que por nuestros avances científicos y tecnológicos nos creamos el último polvo del loro), la ingeniería genética seguirá avanzando de forma más que irresponsable.

Como, también –lo espero- cada vez más mujeres ingresarán a trabajar a campos tradicionalmente reservados para los varones, alguna vez podrá estar en manos femeninas realizar cambios genéticos que conlleven la anulación de ciertas prácticas machistas.

No está claro si existe el gen de la violencia, por ejemplo. De demostrarse su existencia, allí ya hay trabajo para las mujeres.

Lo mismo podría suceder con otros genes.

(De existir el gen de las compras, recomiendo a las científicas, guardar muy bien el secreto.)

Personalmente, me contentaría con que se pudiera extirpar los genes de la violencia y de la dictadura, si existieran. Si me preguntaran por más, mencionaría los genes de la competitividad permanente y de la fanfarronería.

(Creo que el de la burla innecesaria y molesta contra los demás lo compartimos tanto hombres como mujeres.)

Y, claro, también el gen de la estupidez. En ambos sexos.

(El del racismo, ¡inmediatamente! Así nos ahorraríamos tantas noticias crueles e inhumanas que leemos a diario, y, tal vez, Usamérica podría torcer -para bien y a tiempo- su actual rumbo destinatario.)

Creo que si las mujeres consiguieran hacerse con el poder harían las cosas de forma diferente.

Los defectos que también tienen los hombres (la propensión a no aceptar críticas, conductas irresponsables, falta de visión integral y futurista, la inclinación a beneficiar solo a parientes y amigos, para nombrar sólo algunos) permanecerían, seguramente, pero, en cambio, las mujeres con su particular forma de ver y sentir las cosas tal vez podrían hacer que el mundo camine mejor.

Que sea algo comprobado y repetido, por ejemplo, que casi cada tres segundos un niño de los países pobres se muere –justamente- de pobreza, es algo que parece dejar fríos a los hombres.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Mortalidad/infantil/crecimiento/economico/elpporopi/20070818elpepiopi_8/Tes

Los científicos, técnicos, tecnócratas, tecnólogos, ingenieros y demás, siguen empeñados en buscar los vehículos más rápidos y cómo llegar a otros planetas, cómo hacer mejores máquinas para todo y esas cosas.

¡Y viven orgullosos de ello! (De ello y de su ceguera.)

Una mujer –quiero creerlo- no podría aceptar así nomás que un niño, un solo niño, se muriera de hambre.

A nosotros, los hombres –repito-, parece dejarnos fríos. Más les importa a mis congéneres el calentamiento global que podría perjudicar a mucha gente de aquí a 20, 50 ó 100 años, que el hecho de que mueran hoy 30.000 niños diariamente. Como si eso fuera algo inevitable y lo más natural del mundo.

Las mujeres, a pesar de ser especialmente aficionadas –por poner un ejemplo tal vez muy malo- a ese deporte llamado salir de compras, apenas suelen mostrar interés por ese deporte masculino enfermizo y peligroso y que consiste en acumular dinero, si es posible tanto que no se pueda gastar nunca, ni siquiera en mil vidas, para muchos (demasiados ya: y la cifra sigue creciendo).

Lo que quiero decir es que apenas existen mujeres archimillonarias. Y, si existen, suelen guardar un perfil bajo y no me consta que estén permanentemente preocupadas por hacer crecer su fortuna.

Como decía, tal vez, en gastarla, sí.

Las mujeres en el poder tendrían muchas tareas por delante.

Uno de los pasos más importantes a dar sería el de enseñar desde temprano a los niños a resolver problemas. De todo tipo e índole.

Que encontraran especial diversión y entretenimiento en ese acto de enfrentarse a un problema, a una dificultad, a un escollo, a uno o varios impedimentos, a barreras.

Que les resultara natural a los niños interesarse por su entorno y sus problemas, y aprendieran a sentarse y detenerse a analizarlos, a intentar comprenderlos, y a tratar –activamente- de encontrarles una solución.

La educación actual es más bien algo que se mueve por inercia, tanto en los países ricos como en los pobres. La diferencia está en las prioridades de cada país y de sus clases sociales.

Existe la llamada educación orientada al futuro profesional del niño o de la niña. Es decir, se va a la escuela o colegio con el fin de que el sujeto en cuestión se convierta en un profesional de bien para sí y para la sociedad.

Sin embargo, creo que ese enfoque o ideal ha cambiado y el resto de la sociedad ya importa solo un comino.

(Aunque se trate –hablando en términos sociales- de un caso de suicidio con control remoto. Pero, ¿quién lo nota y, si lo nota le llega a importar, y, si le llega a importar, adapta su forma de pensar y actuar a ello?)

Fascinante me resulta, también, como es que hasta ahora no exista en los países desarrollados profesiones orientadas a resolver los grandes problemas del futuro.

Profesiones futuristas.

(Gritos, hay. Allí está, repito, el del calentamiento global, por ejemplo. Pero ni siquiera en este caso, nadie ha propuesto crear una cátedra ad hoc de especialistas en el tema.)

Tenemos grandes científicos y pensadores, pero nadie aboga realmente por el futuro. El Mono Sapiens no conoce otra cosa que mirarse sus pies, el vehículo sobre el que está sentado o la máquina que maneja, o levantar la vista para dirigirla a la Luna. O, ahora, a Marte.

(Para muchos usamericanos ese es el futuro: escapar de la Tierra. A tiempo.)

Mientras tanto, el planeta ya no empieza, sino que ya está metido y embarrado hasta el cuello, con problemas verdaderamente acuciantes y graves: guerras, invasiones abusivas y tremendamente mortales, corrupción generalizada y de todo signo, genocidios cada par de años, cientos de conflictos sin solución a la vista, racismo, problemas derivados de los cambios climáticos y aquellos derivados del aumento de la industrialización en el mundo, para nombrar algunos de los más importantes.

Todo eso, sin tomar en cuenta los verdaderos problemas terrícolas: el hambre, la pobreza en general, la falta de educación y el machismo.

Si ser pobre ya es una gran desventaja y pasado cierto límite es cruel e inhumano, caer en peligro de morir de hambre es una de las peores plagas que no deberían existir bajo ningún concepto.

Si a todo eso le agregamos el hecho de que dentro de esta constelación los hombres siguen teniendo más ventajas que las mujeres, todos los problemas se agravan para estas últimas. (Agréguenle ignorancia a todo eso.)

No; me digo. Hay que darle su oportunidad a las mujeres.

¿Lo querrán ellas?

No lo sé.

Genéticamente, las mujeres podrían significar el futuro de la humanidad (salvarla de su extinción): apenas tienen genes de la violencia, no suelen tener el gen de la dictadura ni el del genocidio y no practican -o apenas o poco- esa desgraciada conducta humana que consiste en cebarse en el más débil o indefenso. Ejemplos: la FIESTA taurina (¡olé!, valientes), la violencia doméstica (más valientes), las invasiones a países que no se pueden defender de otros más grandes y poderosos, independientemente de las razones aludidas… Paro. Me detengo.

No.

Con todos los defectos machistas que debo tener, yo votaría por un gobierno enteramente en manos de mujeres. (Después le daría su oportunidad a los niños. Qué se creen, ustedes.)

Y no me importaría mucho tener que esperar el mismo período de tiempo que han tenido los hombres para demostrar que apenas pueden -y mal- lo que ahora conocemos. Miles y miles de años.

LA VERDADERA REVOLUCIÓN FEMENINA (II)

En la historia que refería ayer y que estuve escribiendo y reescribiendo como un obsesionado durante un buen par de años, las mujeres habían conseguido hacerse con el poder del mundo. Lo dominaban sin cortapisas.

Se trataba de una Dictadura Femenina, en la que los hombres solo tenían derechos muy restringidos.

Era una mezcla de ciencia ficción, crítica social, bola de cristal y sátira. Mi intención había sido escribirla en tono de comedia. (En realidad me burlaba del hombre y sus defectos, llevados a esas potencias llamadas sarcasmo y caricatura.)

A pesar de que la empecé varias veces, no terminé por completo lo que pensé que podía a llegar a ser una novela. No sé cuántas veces la reescribí y nunca quedé contento con el resultado.

(Ni siquiera sé si guardo alguna copia de mis esfuerzos.)

En mi escenario, la gente vivía debajo de la superficie de la ciudad por la alta contaminación radiactiva de la atmósfera. La Gran Guerra Atómica no se había producido, pero los efectos de varios pequeños misiles nucleares, que se habían lanzado como armas disuasivas entre las llamadas potencias, habían producido tal pánico y tal caos en el mundo entero, que éste, tal como lo conocemos, había empezado rápidamente a colapsar.

Un día habían dejado de funcionar parcialmente las comunicaciones. Al fallar éstas, los negocios habían empezado a tambalearse. Luego los problemas con el envío de combustibles en el mundo y más problemas con las comunicaciones habían hecho el resto, junto con el lanzamiento de misiles en diversas regiones.

Se trataba, también, de un mundo que se valía de tecnologías muy desarrolladas y la gente -en las ciudades- se desplazaba por túneles subterráneos ayudándose por medio de bandas transportadoras, que yo llamaba transbandas. Las instalaciones del metro, habían pasado a constituir el nuevo centro de la ciudad, junto con sus ampliaciones y ramificaciones de menos envergadura.

Como he dicho, se trataba, en realidad, de una sátira. De tal manera que había incluido muchos elementos absurdos, pero que eran una copia o caricatura de muchas de nuestras actuales condiciones de vida, algunas de signo contrario y muchas veces utilizadas anacrónicamente.

Los hombres no podían votar, por ejemplo.

(En una época anterior lo habían podido hacer con el permiso de sus parejas, pero éstas –mujeres- habían mostrado demasiado buen corazón y el gobierno matriarcal había dicho que se corría el riesgo de volver a caer en una sociedad patriarcal y había eliminado esa posibilidad.)

Y apenas tenían voz.

En la nueva sociedad matriarcal, a partir de cierta edad, los hombres estaban obligados a entregas periódicas de su semen.

Esa práctica había sido escandalosa al comienzo, por la logística inicial (puestos ambulantes por toda la ciudad), pero, después, vistos los grandes resultados obtenidos, se veían como un mal menor.

El paso principal lo habían dado las mujeres negándose, simplemente, a parir.

En mi historia el proceso había empezado lentamente y luego había corrido todo como un reguero de pólvora; muy seco, además. El siguiente paso había consistido en seleccionar los nacimientos. Las mujeres se habían decidido solo a traer a niñas mujeres al mundo.

La escribí a comienzos de los 90, de tal manera que en mi historia no incluía elementos tan obvios e indispensables hoy pero casi completamente desconocidos entonces, como los celulares y las infaltables computadoras de hoy.

(Ken Olson, presidente de la Corporación de Equipos Digitales –Digital Equipment Corporation-, había afirmado uno cuantos años antes: “No hay ninguna razón para querer tener una computadora en casa”.)

La verdad, si las mujeres se lo propusieran ahora, en estos tiempos, lo tendrían más fácil, puesto que el celular y la computadora u ordenador han revolucionado la velocidad –que no la calidad, necesariamente- de las comunicaciones ‘interhumanas’.

Los hombres, aparte de no tener voto, apenas tenían voz en mi relato, tenían sumamente restringido el acceso a la universidad, no podían elevar demasiado la voz en ningún lugar y solo podían encontrarse con sus parejas en determinadas viviendas puestas a disposición por el estado matriarcal y en las que el control era absoluto.

Mi historia empezaba más o menos así (se trata de una reconstrucción que improvisaré en este momento, algo que no me será difícil, puesto que la llevé en la cabeza durante años):

tunel.jpg

 

[A esa hora de la mañana todos los túneles subterráneos del entorno del Neumarkt de Colonia se encontraban atestados con la gente que se había quedado rezagada del Primer Flujo Matutino. Tiabana caminaba, como siempre, algunos pasos por delante del padre de su futura hija Tiabana II. Futura, porque hasta que no cumpliera los nueve meses de estadía en la Incubadora Estatal, no le permitirían llevársela a casa.

-Soy el padre de nuestra hija –le había dicho él esa mañana, antes de dejar el departamento que compartían en los edificios familiares que el gobierno proporcionaba casi gratuitamente a las mujeres más destacadas de la sociedad matriarcal-. Lo sabes muy bien. Ya lo soy. Desde el primer momento en que quedó concebida. Y tengo derecho a verla como tú.

-No seas tonto, aún no ha nacido Tibana II –le había respondido ella, con esa sonrisa propia de los altos cargos dirigenciales y que muchos críticos y críticas del sistema matriarcal lo veían como una copia masculina y rezago de tiempos que ninguna mujer quería que se volvieran a repetir-. Oficialmente todavía pertenece al estado.

-Ustedes que lucharon históricamente tanto por poder abortar, se pasaron luego a reconocer los derechos de los nonatos, tal como si se tratara de personas de a pie –había continuado su queja él-. Ahora les importa un comino qué sucede con los niños en esos primeros nueve meses de vida.¡Mujeres!

-¿Niños? Bebés querrás decir – había respondido ella, sin inmutarse. Era su estilo.

-Muy bien, bebés; si así lo quieres. Pero, ¿por qué ahora los bebés no tienen ningún derecho? Las mujeres en su momento lucharon por los derechos de los fetos. Qué hablo. Ustedes han luchado por A y por B y luego contra A y contra B, para pasar solo a la lucha contra A y no contra B, y así sucesivamente.

Tiabana le había sonreído por toda respuesta. Él sabía que su argumentación era muy floja y se había resignado a callar.

Ahora caminaban por una de las bandas transportadoras, las transabandas, que conectaban la ciudad subterráneamente. Como Tiabana pertenecía al Consejo de las Artistas, un ente tan respetado como el Consejo de las Científicas, eso le daba derecho a poder aumentar la velocidad de las transbandas. Los escáneres instalados a lo largo de la complicada red de túneles que comunicaban las zonas más importantes de la ciudad se encargaban de activar automáticamente los mecanismos de aceleración.

Eso estaba hecho así, para evitar tumultos por problemas de envidia. En épocas anteriores, las mujeres pertenecientes a la élite estatal habían portado una tarjeta que tenían que usar para poder aumentar la velocidad de las transbandas. Hasta que otras mujeres habían empezado a quejarse:

-¿Nos hemos librado de la supremacía de los hombres, para caer en la supremacía de las empleadas estatales? –había sido una queja común por toda la ciudad.

El Consejo Matriarcal, para evitar problemas, y con su consabida rapidez para atacarlos, había cambiado el sistema preferencial haciéndolo más discreto.

Ahora el asunto ya lo era bastante, pero no dejaba de causar gracia ver cómo la gente se volteaba para ver por quién (cuál mujer)se había activado autmáticamente determinada transbanda.

-Si siempre tienes que llevar la delantera, aún caminando –le dijo él, tratando de reprimir su tono de reproche, porque sabía que entonces no tendría ningún chance con su pedido-, será muy difícil que puedas entender lo que te quiero decir.

Tomar la delantera era una costumbre rezago de la época en la que Tiabana tenía que adelantarse para poder introducir su tarjeta en las conexiones de las transbandas.

-Mira –insistió él, al no obtener ninguna respuesta por parte de ella-. Han anunciado bajos niveles para este fin de semana. Si tenemos suerte podremos salir un día de este fin de semana al balcón a pasar la tarde.

Se refería a los niveles de contaminación de la atmósfera. Cada par de meses se levantaba la prohibición de exponerse al aire libre, pero muy pocos hacían uso de ese privilegio, porque estaba ligado a una serie de controles superiores. Además de que podía resultar muy dañino para las pieles más blancas, debido a los largos años de abstinencia solar.

Ella se detuvo por un momento. No era su costumbre. A pesar de avanzar bastante rápidamente –y aún más que los demás, con el aumento privilegiado de la transbanda- era de las que no podían quedarse quietas y caminaba muy rápido por la superficie de goma mullida.

-¿Lo haces porque no te gusta el sabor de la vitamina D o porque realmente te gustaría pasar un par de horas conmigo en el balcón? –le preguntó ella, mirándolo fijamente a los ojos.

-Tengo un par de cosas de las que me gustaría hablarte –aprovechó él la ocasión para decírselo de una buena vez.

-Ya lo sé –le replicó ella, retomando su rápido paso-. Es el mismo tema de siempre, ¿no?

-No, no, no –dijo él, demasiado rápidamente, para corregirse inmediatamente-. Sí, sí, sí, quiero decir. Sabes muy bien la ilusión que me haría asistir a ciertos cursos de la universidad.

-¿Cuánto tiempo pasó hasta que las mujeres pudimos igualar en número a los hombres en las universidades? –le preguntó ella, con ese tono tan neutral que la había catapultado a los más altos puestos de la administración matriarcal.

-Sabes muy bien que todo eso no me interesa, Tabi. Lo único que quiero es poder hacer uso de mi derecho a matricularme en una universidad. Eso es todo.

-¿Y qué quieres? ¿Qué ponga en peligro mi puesto en el ministerio?

Había indicios de que, al paso que iba, Tabiana terminaría ocupando el cargo de ministra del ramo. Y había quienes afirmaban, incluso, que ese solo sería el comienzo de una gran carrera política.

-¿No podrías testificar por mí? –insistió él-. Me conoces. Sabes bien que solo me interesa lo académico.Quiero ir a la universidad.

Ella volvió a detener su paso. Se dirigían a la Incubadora Central, en donde se hallaba Tabiana II desde que había sido fecundada en vitro. Por lo menos esa era la versión oficial. La verdad era que Tabiana había hecho uso de sus contactos para saltearse ese paso burocrático obligatorio. Tabi II había sido concebido según los antiguos usos sexuales humanos. Pero eso constituía un absoluto tabú.

-Lo único que te pido es que guardes un poco de discreción ahora –dijo ella, deteniéndose sobre la transbanda-. Sabes muy bien que mi cargo me prohibe, en realidad, caminar a tu lado. Nosotras las de los Consejos Directivos solo estamos permitidas de estar con ustedes en los complejos habitacionales, no en la calle. Lo sabes más que bien.

-No caminas a mi lado –replicó, rápidamente él-. Me llevas por lo menos cinco metros de distancia.

Ella miró a su alrededor, para asegurarse. Por eso era que siempre escogía el horario entre el Primer y el Segundo Flujo, para evitar ser reconocida por alguien del ministerio. Ahora, solo los que se habían rezagados y algunos que se atrevían a usar las transbandas antes de la hora, eran los únicos posibles testigos de su compañía masculina pública. Pero tanto los rezagados como los adelantados a la hora, estaban cometiendo faltas graves y eso le confería a Tabiana cierta tranquilidad.

En última instancia podía probar que el hombre que la acompañaba a un par de metros de distancia era el padre biológico de su hija.

-Respóndeme a una pregunta –dijo ella, casi como hablando con el aire y sin esperar a que él hiciera algún comentario previo-. ¿Serías capaz de denunciarme por, por, vamos a decir, nuestra forma tan poco convencional de haber fecundado uno de mis óvulos?

Él se quedó por unos momentos callado, mientras se dejaban transportar. Sabía lo que ella estaba pensando. Lo decían todos los libros, desde los escolares hasta los científicos.

La preponderancia femenina se encontraba en permanente riesgo. Los hombres harían todo lo posible –hasta el último momento- y usando todo tipo de medios lícitos e ilícitos, para recuperar su poder perdido. El poder femenino tenía que ser permanenetemente ejercido para poder perpetuarse y evitar que se voltee la tortilla.

-No te podría mentir –le dijo él, resignándose.

Sabía que si ella así lo deseaba, podía hacer examinar su respuesta para que la sometieran a un detector de mentiras. Había suficientes cámaras al alrededor. Bastaba utilizar la mejor toma para ello.

-Claro que no me podrías mentir. Pero sería bueno que de vez en cuando dijeras abiertamente lo que piensas. ¿No crees?

-¡Eso es lo que estoy tratando de hacer todo el tiempo y tú te obstinas en mantener esta maldita distancia de cinco metros por delante! –exclamó él, pero cuidándose de no traspasar el nivel de decibelios que hacían saltar las alarmas de la ciudad.

Hacía mucho tiempo que a los hombres no se les permitía levantar la voz en ningún lugar. Absolutamente en ninguno de la ciudad.]

Más o menos así seguía mi relato.

Recuerdo claramente la serie de cuidados que debía tener para mantener una atmósfera plausible y burlona a la vez. La dificultad no había estado para mí tanto en la relación entre Tabiana y el personaje masculino y su especial psicología –eso me lo puedo imaginar con relativa comodidad: el intercambio de papeles-, sino en el escenario general o principal en el que se encontraba enmarcado mi relato.

Las mujeres habían tomado el poder. Sí.

Y tenían perfectamente claro que a los hombres los tenían que mantener sojuzgados para poder controlarlos.

Pero, ¿cómo sería realmente un mundo así, una sociedad matriarcal?, me sigo preguntando ahora.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, miércoles 22-08-2007

LA VERDADERA REVOLUCIÓN FEMENINA (I)

Hoy, dos noticias de El País me hicieron recordar mis particulares relaciones con el tema de la emancipación femenina.

En una de ellas, se afirmaba que la inclinación de los niños por determinados colores, no es algo cultural ni aprendido. Depende del sexo, no de la educación.

Es decir, está en nuestra información genética.

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/rosa/hecho/chicas/elpepusoc/20070820elpepusoc_3/Tes

La segunda era una simple noticia referida al tiempo y cuyo título rezaba así: El verano que desconcierta al hombre del tiempo.

 

http://www.elpais.com/articulo/espana/verano/desconcierta/hombre/tiempo/elpepunac/20070821elpepinac_10/Tes

-¿Por qué la innecesaria visión masculina? –se preguntó mi Lector Atento-. Bastaba poner ‘a los metereólogos’.

Esas dos noticias me hicieron recordar una historia futurista que empecé a escribir varias veces hace mucho tiempo y que –creo- terminé arrojando -también- varias veces al tacho. En ella había empezado a entretejer mis inquietudes y mis particulares impresiones sobre la emancipación femenina.

Debo reconocer que en ese entonces –todavía- no había superado el recelo que sentía –y que ya no tengo- respecto a las mujeres que sólo gustan de mujeres.

Mi óptica respecto a ellas y mi relación con las mujeres homosexuales ha cambiado en mi vida por varios motivos.

Intelectualmente –en algún momento- decidí ser consecuente con mis ideas: si todos somos o debemos considerarnos iguales (por lo menos como punto de partida), entonces también tenía que ser consecuente con aquellos que no compartían mis inclinaciones sexuales.

Me gustara o no.

Viví una temporada bastante especial, por ejemplo, cuando me encontraba entrenando un equipo de mujeres y aún no terminaba de interiorizarlo. Creo que allí aprendí que a ser consecuente con lo que se piensa, es algo que se aprende -como el balompié- en la práctica.

Por un lado recordaba haber visto en mi vida ciertas chicas que preferían jugar con los varones y hasta llegaban a vestirse así.

Por otro, me encontraba con mujeres (masculinas, voy a decirlo, aunque sé que habrá quejas y lo comprendo, porque soy bastante ignorante en estos asuntos) que no querían saber nada con nosotros los hombres y hasta parecían odiarnos.

¿Por qué?, me preguntaba. Si muchas quieren ser como nosotros, ¿por qué ese afán por matar al padre, para decirlo de alguna manera?

(Creo que tiene mucho de esa figura –la de matar al padre-, que es también uno de los motores de la pubertad y de la adolescencia, y que muchos llevan -¿llevamos?-, arrastramos, por el contrario todas nuestras vidas. Pero ese ya es otro tema y yo detesto estar mezclándolos.)

Hasta que la casualidad llegó para bautizarme.

No fue hace mucho. Me dedicaba en ese momento, -todavía- a los negocios, y tenía una pareja de clientas, de la cual una de ellas, vamos a decir, la más femenina, era especialmente guapa. Guapísima.

Para ese entonces, ya hacía bastante tiempo que había dejado yo atrás mi discreta aversión hacia todo lo que significaba lesbianismo.

La chica, mujer, muchacha, joven, era tan guapa que llamaba la atención por donde fuera. Como veía que las dos venían con regularidad a visitar mi negocio, me dije que no debían tener una especial aversión hacia o contra mí.

-Mira –le dije en una oportunidad a la más…, ¿qué?, ¿dominante?, ¿masculina?, bueno, a ella/él se lo dije, armándome de valor y en tono de broma, porque no había podido contenerme-. No sé qué vas a pensar de mí, pero con una novia así de guapa que tienes, yo me cuidaría hasta de los hombres.

Ella/él me quedó mirando y se empezó a reír.

-Sí –le insistí, abrazando con un solo brazo a su guapa pareja, quien también había empezado a reír-. Si no estuviera casado y se diera la casualidad que tú te descuidaras, lo intentaría todo. Tenlo por seguro.

Era una broma bastante atrevida. No sé cómo me salió. Una de esas cosas que después recuerdas y no te reconoces a ti mismo.

El hecho es que en vez de molestarse, ella/él me abrazó con cariño y me estampó sendos besos fortísimos en las mejillas.

Baf.

Me quedé baf, como dicen los alemanes.

¿Una lesbiana -de las masculinas, además, si es correcto lo que digo- besando cariñosamente a un hombre heterosexual convencido?

He tratado de explicarme ese fenómeno y no he llegado a una conclusión clara. Creo, para abreviar, que la rivalidad entre hombres y lesbianas es eso: pura rivalidad. Con mi broma, yo estaba mostrándoles claramente que había perdido, para seguir con la misma metáfora. Mi ‘amenaza’ las tenía sin cuidado y era una muestra más de lo guapa que de verdad era esa joven.

A partir de ese momento, creo que me convertí –es un simple decir- en uno de los pocos hombres heterosexuales con mayor cantidad de contactos físicos cariñosos con mujeres homosexuales.

El siguiente paso fue notar que, en realidad, lesbianas y yo, tenemos los mismos gustos. ¿Por qué tendríamos que desconfiar tanto los unos de los otros?

Claro, la inseguridad tiene un papel importante en el asunto.

Pero también lo tiene en todo tipo de relación de cualquier signo matemático.

De mis primeros tiempos aquí en Alemania, recuerdo ahora a una chica –alemana- que le decíamos La Licuadora. Burdo apodo era éste. Más burdos –aún- éramos nosotros.

El sobrenombre o alias se lo había ganado por sus frecuentes y nada discretos movimientos concéntricos de cadera que hacía al bailar los ritmos latinos.

Ella, que voy a llamar aquí Bárbara, frecuentaba todos los lugares latinos de la época que estoy hablando, allá a finales de los 80 en Colonia.

Tenía una de esas figuras que llamamos despampanante y que consiste en unas nutridas caderas precedidas por una cintura de esas que antes se llamaban de avispa y que creo que ya no existen o están en franco proceso de desaparición.

(Otra especie en ese proceso.)

Tenía el cabello lacio y largo. Era guapa sin llegar a ser bonita y tenía un elemento más que resultaba un tanto misterioso, pero que podía pasar desapercibido para la mayoría. No sabíamos bien lo que era.

Era de las que con la mirada pueden construir un muro muy seguro a su alrededor. O con el simple gesto; como ciertas limeñas.

Ya no sé cómo, pero el hecho es que terminé acompañándola a su casa en una fría madrugada de invierno alemán al salir de la discoteca en la que habíamos coincidido.

Habíamos bailado y bebido algo juntos. Luego habíamos empezado a charlar y, de pronto, me encontraba caminando por las calles de Colonia junto a ella.

-Seguro que vas a querer quedarte a dormir en casa –me dijo, sin darme chance a saber en qué realmente estaba metido, cuando llegamos a la puerta del lugar donde vivía y yo me disponía a despedirme de ella.

En verdad, no había que ser ni muy tonto ni muy inteligente para entender una pregunta así, pero yo fui esos dos extremos esa noche. O eso, por lo menos, era lo que había creído.

Me invitó algo de beber.

Después empezó a desnudarse delante mío, enfundándose a continuación en su piyama. Yo -creo, ya no lo sé bien- hice más o menos lo mismo, me quedé en ropa interior y me eché a su lado.

Recuerdo que tenía una cama bastante grande, comparada con las estudiantiles que me dedicaba a conocer con cierto carácter deportivo en esos tiempos presídicos.

Creo que nos abrazamos y llegamos a besarnos. Ya no lo sé más. No lo recuerdo.

Solo sé que en determinado momento me dijo:

-Bueno, ahora lo que viene lo vas a tener que hacer solo porque yo soy de las que prefieren a las mujeres para eso.

Baf.

Otra vez, baf.

Recuerdo que me quedé tan estupidizado –perdonen el verbo- que solo atiné a levantarme, vestirme en silencio e irme a casa con la cabeza gacha.

Baf.

Creo que el golpe, incluso, me quedó doliendo durante cierto tiempo. ¿Por el rechazo? ¿Por la trama tan absurda o tan maligna, si era una trama? Me imagino que sí.

También por lo surreal de la experiencia.

¿Quién te lleva hasta el borde la piscina solo para decirte que no hay agua o que sí la hay pero no es para ti? ¿Era su forma de manifestar su rencor contra los hombres, de hacerles daño?

¿De hacerles sentir lo tontos que somos y de cómo es tan fácil manipularnos con un simple par de movimientos cabareteros?

¿O, en cambio, esperaba que yo no me rindiera así nomás –como sí lo hice- e insistiera y la luchara?

Recuerdo que el absurdo me golpeó más que las ganas frustradas de ese entonces.

¿Me había soportado tanto tiempo –bailando, conversando camino a su casa y en el interludio en su habitación- solo para decirme que eso no era lo suyo?

¿Quería ver qué tan bien podía controlarme yo? ¿Por qué me besó, entonces?

En mi caso el absurdo había sido más poderoso que todo lo demás.

Si lo que quería era dejarme un recuerdo claro de ella, se había topado con alguien que suele saber aceptar los deseos ajenos.

Pero, ¿quién se aficiona a dejar ese tipo de recuerdos? ¿Y para qué?

No lo sé.

El tema me sigue interesando porque es un ejemplo más de la complejidad del alma humana.

De la insondabilidad del comportamiento humano. En este caso, femenino.

Por lo menos, ahora, sí sabría cómo tendría que haber reaccionado.

-¿Que solo te gustan las mujeres, dices?

-Así es.

-Pues, estamos en el mismo equipo.

-¿Cómo es eso?

-A mí también.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, martes 21-08-2007

ALEJANDRO FERNÁNDEZ & MALÚ: CONTIGO APRENDÍ (A. Manzanero)

 

LOU RAWLS: TERCIOPELO, ACERO Y MIEL

Un lector de mi lejano y golpeado Perú (el siguiente round es ahora allá por el Caribe y México) me ha reclamado que sólo me ocupe en esta bitácora de música para gente –vamos a decir- mayor.

Sí, pues. Tengo que repetirlo: esta bitácora no es apta para menores de 21 años, muchachas y muchachitos. Hay millones de páginas adecuadas para menores en la inmensidad de la red.

Esta no es una de ellas.

lou.jpg

A Miguel V. (a quien voy a llamar aquí Miguelín Saltimbalqui H. para proteger su identidad) le gustaría encontrarse con perreo aquí.

¿Qué es eso?

Por vagas referencias que tengo en la memoria, creo que se trata de la versión peruana del famoso reggaeton o, ya castellanizado, simplemente, reguetón.

Entonces, no puedo hacer nada por Miguelín Saltimbalqui. Apenas sé qué es el perreo. Y tampoco me interesa.

Me ha escrito contándome que una de las pesadillas más grandes que tiene actualmente es la de llegar a ser padre de una niña, y tener que ir a recogerla de fiestas de… perreo.

¿Tan grave es el asunto en mi país con el asunto del reguetón?

A Elvis Presley lo perseguía la policía con sus cámaras fotográficas para dejar constancia de su herejía pélvi(s)ca, pero yo pensaba que esas cosas ya solo podían escandalizar a un par de monjas de clausura y sin red (sin conexión a ella).

Tengo que confesar que mi caso musical es bastante grave.

Pero eso ya lo detallaré en una página de este cuaderno que cuenta. Baste decir que dejé de escuchar música –popular, pop– hace más de 20 años. Más o menos poco antes de venirme a Europa.

Hasta ese momento fui un oyente atento y memorioso.

Aquí, en mi bitácora, en mi sitio, trato de rastrear ese camino de la memoria de los setenta, principalmente: años de mi niñez, adolescencia y primera juventud.

La red me permite reencontrarme con temas que yo mismo había olvidado, pero que en su momento llegué a saber con todas sus letras.

Es mágico.

La magia, para mí, consiste en poder subirse a una especie de Nave del Tiempo. Una que me puede llevar al pasado y me permite reconstruir escenas, rostros, momentos, amores, enamoramientos, situaciones, decepciones, escenarios, mundos enteros en los que viví.

La verdad, no sé si estas cosas le gusten a alguien.

No está colgado a la entrada el letrero correspondiente, pero existe y dice: la entrada a esta bitácora no es obligatoria. La puerta no se ha movido de su lugar y siempre está abierta, además.

Puedo escuchar las quejas, pero mucho más no puedo hacer.

Mi empeño aquí en este Cuaderno Que Cuenta (en lo que atañe a la música) tiene mucho de reconstrucción arqueológica: como bien lo dijo un lector adolescente de Honduras, al que le molestan mucho las cosas viejas, que son las únicas que yo -lamentablemente- creo conocer (bien).

El cómo, a través de fragmentos del pasado, poder reconstruir ese todo que ya no volverá a ser. Por más que tengamos más que música e imágenes para recordarlo.

Para mí constituye una gran fascinación.

(Para los que no conocieron esta música en su momento, tiene que ser muy frustrante. Lo siento mucho. Pero allí tienen su hip hop, perreo, rap y más, pues.)

Uno de los artistas que acabo rescatar de las garras del (de mi) olvido, es, precisamente, uno que yo admiré y disfruté en su momento y que, lamentablemente, no ha sido reconocido como su arte lo merecía.

Estoy refiriéndome al gran Lou Rawls.

Pardon me, do you have change for a quarter?

I gotta make a phone call

Thank you

Así empezaba (hablando) una de las tres canciones –See you when I git there– que, según mi parecer, ya sólo ellas podrían conferirle el carácter de inmortal a este afrousamericano que había nacido en 1933, en Chicago, en el seno de una familia batista.

Él también había sido uno de los pocos –sino de los primeros- en probar con elementos de lo que ahora se llama rapeo, rap, y, en el fondo, no es más que una letanía prehistórica con acompañamiento musical moderno.

Lo hacía ya en los años 60 probando con monólogos (hablados, se entiende) intercalados en sus canciones. Después lo hicieron muchos más y el resto de la historia ya se conoce.

(¿Qué vendrá después del rapeo y del perreo? Como decían mis tías, en una frase que yo de niño no podía entender: “¡Dios nos libre, hijito!”)

(Los lectores de veinte años, que, al parecer, son algunos, se van a reír -como yo- veinte años más después. Apúntenlo. Se los dije.)

Tenía una voz que ha sido –casi- oficialmente catalogada de “dulce como el azúcar, suave como el terciopelo, dura como el acero y blanda como la mantequilla”.

Personalmente, me inclino por mi propia definición: Terciopelo, Acero y Miel. Como lo he puesto en el título.

Pardon me, do you have change for a quarter?

I gotta make a phone call

Thank you

 

(Tomen sus auriculares, por favor. Es la número 6. Después pueden escuchar las demás.)

http://soundpedia.com/music/NTk4MzU=/album/417673/listen.html

Pero su voz era mucho más que eso.

No solo tenía ese consabido no-sé-qué (muchos, además) que se suele asociar a las voces de los barítonos y bajos: su estilo era incomparable y sigue siendo inimitable.

Se lo debía a su particular formación musical que había empezado en el gospel, por su entorno familiar, y había pasado por casi todas las grandes ramas musicales afrousamericanas del siglo pasado, y que constituyen las principales bases de la música moderna occidental actual.

Él mismo lo decía, con esa naturalidad de los grandes, que hace que muchas veces no les prestemos la suficiente atención, lamentablemente:

Llevo todo el espectro en mí: gospel, blues, jazz, soul y pop.

¿De quién más se podría afirmar lo mismo?

Al comienzo de la década de los cincuenta formó con su compañero de escuela, Sam Cooke -otro gran artista-, el Teenage Kings of Harmony, un grupo de música evangélica. De integrante del coro de la escuela, pasó a formar grupos de gospel en Los Ángeles.

En 1955 ingresó al ejército y tres años después, en el 58, sufrió un gravísimo accidente automovilístico, durante una gira con Cooke y la formación The Travelers. Tenía 25 años de edad.

Fue declarado muerto.

Después de 5 días en coma, debió cansarse, porque se despertó, se levantó y necesitó de más de un año para rehabilitarse físicamente.

A lo largo de su carrera artística vendió más de 40 millones de de discos y ganó 3 Grammys, 5 Discos de Oro y uno de Platino. También actuó en 18 películas: entre ellas Leaving Las Vegas y Blues Brothers 2000, además de participar en 16 series televisivas.

Tenía un fraseo y un swing muy personales, inconfundibles e inimitables.

Sinatra era un gran admirador suyo y alabó con encomio el clasicismo y el estilo de su canto.

Consciente de que no era tomado lo suficientemente en serio como para que se enteraran de que Sinatra no le llegaba ni a la altura de los hombros –musicalmente hablando-, Rawls llegó a afirmar una vez estas frases:

Mira, he hecho de todo desde blues hasta jazz, y de soul hasta pop, y el público siempre se ha mostrado encantado. Entonces, no tengo que haberlo hecho muy mal, ¿no crees?

El tiempo (musical) corría o giraba a su alrededor con su profusión de géneros, modas y gustos variables. Su voz, seguía allí, incólume. A través de décadas.

Tal vez no tienen la más mínima idea de lo que están escuchando, pero, por mi voz, saben que soy yo -dijo en otra oportunidad.

Con You’ll never find another love like mine, estrenado en 1976 en el álbum All the things in time, alcanzó la fama y el éxito que se merecía.

En vida, fue un hombre consciente de la llamada causa afroamericana. Apoyó activamente al United Negro Collage Fund durante décadas.

Falleció el año pasado -2006- a la edad de 73 años.

Alguna vez llegó a afirmar lo siguiente:

¿Qué cómo me va? Esta es mi segunda vida, ¡¿de qué me puedo quejar?!

Hacía alusión al accidente que había sufrido a los 25 años y en el que ya lo habían dado por muerto.

HjorgeV

Pulheim-Sinthern, lunes 20-08-2007

LOU RAWLS: LADY LOVE (1977) (en vivo, 1992)

Su fraseo, particular e inconfundible. Su voz de barítono con los llamados bajos formantes.

Lou Rawls era/es uno de los Grandes y él sigue sin saberlo. Y, tal vez, sigue sin -ni siquiera- importarle.

En este concierto está a punto de cumplir los 60 años.

Tras un gravísimo accidente de tránsito llegó a declarársele muerto, cuando apenas tenía 25.

Esta es mi segunda vida, ¿de qué me puedo quejar? -decía este grande de la música que se nos fue el año pasado.

Sinatra decía que ellos dos eran los únicos capaces de alcanzar al público solo con sus voces y sus espíritus.

Rawls afirmaba, por su parte, que su arte era desestilizado. Es decir, que era completamente natural, aunque muchos entendieron que quería decir sin estilo.

(Algo que pocos llegan a entender en su profundidad.)

HjorgeV 20-08-2007

LOU RAWLS: SEE YOU WHEN I GIT THERE (1978?) (solo audio)

Me ha costado mucho incluir este video aquí en mi bitácora (el águila es simplemente imposible, por más que el pobre animal sea inocente), pero se trata de la única versión disponible de este tema en YouTube.

No se pierdan este tema. Uno de Mis Favoritos de Todos los Tiempos, junto con You’ll never find.

Pardon me, do you have change for a quarter? / I gotta make a phone call / Thank you…

How you doin’, I hope you’re fine…/ Whoa, and I’ll see you when I get there…

HjorgeV 20-08-2007

LOU RAWLS: YOU’LL NEVER FIND (1976) (en vivo, 2000 )

En esta grabación ya tiene 67 años, pero su voz sigue siendo casi la misma. Inconfundible.

Rawls es un artista que ha sido poco reconocido. Tal vez porque nunca se le dio por muchos aspavientos y lo suyo solo era la música.

Estaba en la carretera desde los años 50.

A pesar de conocérsele mayormente como cantante de los llamados románticos, Rawls dominaba el jazz y era un especialista en scat.

Falleció el año pasado (2006) a los 72 años de edad.

Su estilo parece tan sencillo que llega a engañar. Es que en él era simplemente natural.

Pertenecía a esa estirpe de seres humanos a los que su arte suele hacer pasar desapercibido por su gran naturalidad.

Y ese swing –suyo- que conseguía imprimirle a la orquesta, no lo he vuelto –simplemente- a escuchar.

HjorgeV 20-08-2007

MICHAEL BUBLE & LAURA PAUSINI: YOU’ LL NEVER FIND…

Si bien la Pausini sale bien parada -por su voz- de este evento, presentar este video aquí, después de haber escuchado al original, debe ser una especie de maldad mía.

El tema está muy bien cantado. Se ve que han ensayado sus partes. El arreglo es interesante.

Los dos cantan bien. Sí. Están bien vestidos. Laura un portento, como siempre. Buble cada vez más profesional.

Pero, salvo eso, ¿algo más?

Lo siento.

Lou Rawls no tiene de qué preocuparse allá en el Olimpo de los Grandes:

su puesto está bien guardado aquí en este mundo de meros replicantes, que somos todos nosotros.

HjorgeV 20-08-2007