UN CASO PARA JORGE DIGAH: «LA NOVIA PRESTADA» (Novelita) (II)

*

Después de hora y media de ejercicios, la mente y el cuerpo me empiezan a funcionar de otra manera y agradezco no haberme rendido al comienzo de la sesión.

Es una gran paradoja, porque salgo del gimnasio (especializado en fisioterapia y rehabilitación motriz, en realidad) con los hombros caídos, aún sudando y con las piernas casi arrastrando el resto de mi cuerpo.

Pero me siento bien.

Regreso a casa de prisa porque deseo llegar a Hamburgo antes de que anochezca y aún tengo tareas pendientes por delante.

Al abrir la puerta de mi departamento rural, lo primero que veo es la lucecita del contestador encendida. Fernando, mi jefe de la agencia de traducciones, debe haber vuelto a llamar, pero no tengo ganas de escuchar sus quejas.

La llamada y el emilio de mi madre me han dejado con una gran duda:

¿Y si resulta que ha empezado a delirar en Lima?

*

Decido partir de que es cierto que Dorita, la hija de una de las hermanas Tállez, ha sido «secuestrada» por su marido alemán.

Parto también de que es otra de las exageraciones de mi madre.

En ese caso, podré tomarme el viaje a Hamburgo como un pretexto para salir a airearme de mi refugio de Sinners.

Mientras me doy un duchazo rápido, empiezo a pensar cómo dejar atrás los 450 kilómetros que me separan del gran puerto alemán.

*

Podría viajar en mi camioneta, pero detesto conducir.

Por el contrario, tenerla a la mano en una gran ciudad también tiene sus ventajas.

El viaje en tren me atrae, pero no es la alternativa más barata. Casi 200 euros de ida y vuelta me parecen en estos momentos un dineral, que bien podría gastar en mi hija.

En la Red descubro una serie de anuncios de viajeros dispuestos a llevar pasajeros a cambio de compartir el costo de la gasolina.

La idea me gusta, pero no solucionaría mi problema de movilidad en Hamburgo.

Estoy a punto de empezar a hacer de una especie de detective privado por encargo de mi madre y no quiero ser el primero de la historia del género que se desplace en tranvía o en autobús.

*

Antes de salir, decido concentrarme en el final de la traducción de un folleto de la M.B. en el que llevo ya varios días trabajando. Me propongo una concentración absoluta de dos horas.

Dos horas trabajando como una máquina me convertirán en otro ser. Lo sé.

Por lo menos en uno que querrá huir de la agencia de traducciones de Fernando en cualquier medio de transporte, lo más rápido posible.

*

Después de enviar el trabajo por emilio sin ningún comentario adjunto, llamo a la madre de mi hija.

-Habla -me dice al responder Rabi. Me detesta. Y no lo oculta.

Se llama Arabella. Una vez la llamé Arrabiella, por sus rabietas. Para disimular, me quedé con Rabi.

El hecho es que la última vez le «devolví» a nuestra hija Mona un par de horas más tarde de lo acordado y desde entonces me trata como a un paria.

Rabi no sabe que su actitud despectiva me tranquiliza, porque apenas un año atrás esa misma situación habría bastado para que me denunciara ante el juez que lleva nuestro caso.

Lo que tampoco sabe es que lo hice por deseo expreso de Mona:

-Siempre eres puntual con mi mami y ella nunca es puntual con nadie. Además -había añadido nuestra hija-, tengo ganas de quedarme un rato más contigo, mapi.

*

Mona me llama mapi, porque dice que soy como un papá y una mamá a la vez.

De hecho, fui la persona a la que más vio en los dos primeros años de su vida, cuando a su madre solo le preocupaba convertirse en la presentadora estrella de la televisión alemana.

Lo consiguió.

Pero al cabo de los dos años yo me había convertido también en un inútil ante sus ojos, por no haber hecho otra cosa que cuidar de nuestra hija y escribir.

En castellano esto último. Poesía. Intento de poesía, mejor dicho.

-De poesía no se vive -fue su comentario despectivo.

-Nunca he dicho que esa fuera mi intención.

Y tampoco le hice recordar que así nos habíamos conocido: por la poesía.

*

-Voy a salir de Colonia -le digo, sabiendo que en cualquier momento me puede salir con que no tiene tiempo para nada y menos para un fracasado.

-Qué bueno -se burla ella. Es alguien que se las pasa viajando-. Ya era hora de que salieras de Sinners a respirar otros aires, ¿no? ¿Y a qué país vas? -me pregunta.

-A una ciudad -le respondo, sabiendo que me la devolverá con queso, como acostumbra decir Fernando.

*

He llamado a la madre de mi hija para que no se le ocurra llamarme para cuidar espontáneamente a Mona debido a alguno de sus frecuentes cambios de planes.

En una oportunidad se quejó en el juzgado de que yo reclamaba pasar más horas con mi hija, pero que cada vez que se me necesitaba fuera de los horarios acordados, yo «nunca estaba en casa».

Desde entonces, le anuncio mis escasos viajes.

Para Rabi, poder viajar con libertad es sinónimo de éxito.

Una razón más para llamarme un «fracasado absoluto».

*

Recordando esta denominación, decido viajar a través de alguna Mitfahrzentrale, la forma más moderna y cómoda que conozco de tirar dedo en este país.

Seré, así, el primer ‘detective privado’ (de los encarguitos de mi madre) que se desplace en tranvía o autobús para cumplir su cometido.

Un verdadero fracasado.

*

Llamo al primer número viable que encuentro en las listas (el de una mujer que conduce un Audi y parte en dos horas rumbo al norte), pero lo encuentro ocupado.

Decido escribirle un emilio y me sorprendo al ver que me responde inmediatamente, aceptando mi solicitud de viajar en su automóvil.

El punto de encuentro es la estación de trenes de Deutz.

Planeo desplazarme hasta allí en mi camioneta y dejarla estacionada en las cercanías los dos o tres días que me quede en Hamburgo.

Consulto el reloj: calculando llegar un cuarto de hora antes al punto de reunión, me queda una hora libre.

*

Dedico el tiempo disponible a estudiar los mapas gúglicos.

Ubico rápidamente la dirección de Hamburgo que me ha dado mi madre.

Es una calle cerca del Stadtpark, el parque de la ciudad, en el barrio de Winterhude. He estado antes allí. Un primo de Rabi vive a unos cinco minutos en bicicleta.

Por dónde alojarme o pasar las noches esta vez no me he preocupado porque tengo una alternativa fija: David Meneses.

Dudo entre llamar a David antes de salir de Colonia o recién en Hamburgo.

Meneses es un escritor venezolano sin libros publicados y muy prolífico.

Lo conocí en su paso por La Tertulia Colonesa, una asociación de escritores y artistas hispanoamericanos de esta ciudad que organiza un recital o lectura mensual en su sede, entre otros eventos.

-Cuando pases por Hamburgo -me dijo al final de la velada-, no te olvides de visitarme. Tengo un cuarto de huéspedes especialmente para mis invitados.

Decido llamarlo recién al llegar.

De mis ahorros separo un par de billetes, por si las moscas, como quien dice.

*

Llego corriendo al punto de reunión, tres minutos antes de la hora acordada.

Encontrar un estacionamiento gratuito me ha costado casi media hora.

Colonia cambia tan rápidamente y tan radicalmente en ciertos aspectos, que solo me entero cuando ya es demasiado tarde.

El gobierno de la ciudad se las ingenia constantemente para conseguir dinero de vecinos y turistas. Pronto veremos torres de extracción de petróleo junto al Dom, la gran catedral colonesa.

*

Reconozco inmediatamente el Audi plateado por el número de la placa.

-Hola, soy Jorge Digah -le digo a la conductora. Está parada a un lado de su automóvil, fumando.

Estoy a punto de ofrecerle mi mano a modo de saludo, pero algo en su gesto me obliga a detenerme.

Recién en este momento, además, me doy cuenta de que no he pensado para nada en comprobar si se trataba de un automóvil para fumadores.

Entro en pánico, porque sé que no lo podría soportar y porque los billetes extra que he sacado de mis ahorros por si me falla/ra Meneses, bien podría tener que utilizarlos para viajar en tren.

-Ah, no eres una mujer -me dice la propietaria del Audi plateado, completamente decepcionada, como si lo nuestro fuera una cita romántica a ciegas.

Entonces caigo.

*

El emilio que le envié lo firmé con «Digah», el apellido que he adoptado en este país, debido a que siempre respondo al teléfono con un «¿Diga?»

En Alemania, empero, se acostumbra contestar una llamada telefónica, diciendo el propio apellido o nombre.

La hache final que le he aumentado al Diga telefónico es mi forma de redondear este chiste nominal.

*

La mujer del Audi debió suponer que se trataba de una mujer al leer mi nombre.

Y por eso aceptó inmediatamente mi solicitud de ‘co-viaje’ (mitfahren en alemán).

Las mujeres conductoras en esta modalidad de viajes compartido, es conocido, no suelen aceptar co-viajeros masculinos.

Ahora es demasiado tarde para todo.

*

Por alguna razón que desconozco y que no estoy dispuesto a (ni me interesa mucho) indagar, se me escapa una lágrima.

Es de frustración, quiero suponer.

Pero sé también la verdad más profunda:

Hacía mucho tiempo que mis cosas no me salían tan bien como hoy.

Y, de pronto, como caído del cielo, por un detalle inesperado, todo empieza a torcerse.

Estoy acostumbrado, vamos. Qué puedo decir.

Pero los golpes en la nariz siempre duelen.

*

La mujer empieza a reír al ver mi lágrima.

Primero con vergüenza, luego con sinceridad y, al final, con descaro.

Termino riéndome con ella:

De mí mismo, de su risa, de su descaro, de las cosas que me pasan, que nos pasan.

Y de cómo a veces las pequeñas batallas perdidas se perciben como una gran derrota a pesar de ser insignificantes.

*

-Lo siento -atino a decir-. Usted ha pensado que debía ser una mujer por mi apellido que no es mi apellido.

La mujer vuelve a reír. He olvidado su nombre.

-Mira -empieza a decirme, pasando al tuteo con naturalidad y poniéndose de golpe seria-. Ya son más de las cuatro y la otra viajera no ha llegado. Pero si llega a aparecer, te permito viajar conmigo.

Sonrío.

Porque sé que en su caso, el tuteo como respuesta a mi ‘ustedeo’ es una manera de indicarme confianza y no una falta de respeto en este país donde ese tipo de detalles sí que cuenta.

*

-No me lo tomes a mal -añade, mientras empieza a recorrer con la mirada la explanada y el área de entrada de la estación de Deutz-. Pero soy de las que prefieren para todo a las mujeres.

Me guiña un ojo, confirmándome que mi lágrima ha cambiado por completo su forma de considerarme en su mundo.

-Me crié solo con mujeres -le replico-. Y mi ex mujer me dejó por otra mujer. Ahora me detesta.

La carcajada que suelta se siente como una detonación en varias decenas de metros a la redonda.

Detrás de nosotros, alguien se tapa las orejas.

*

Es una muchacha, muy guapa.

Su belleza es de esas capaces de provocar dolor de solo contemplarla. Va vestida como la hija de un ministro o del director de una gran empresa.

-¿La viajera que estamos esperando? -me animo a preguntarle.

-Pero no soporto cigarrillos ni carcajadas durante el viaje -anuncia la muchacha, con la naturalidad y el atrevimiento que solo poseen ciertas jovencitas demasiado bellas y engreídas cuando dejan su casa por primera vez y todavía no han sido contrariadas por extraños.

-Lo de fumar no es problema -anuncia nuestra conductora como dirigiéndose al aire, abriendo la puerta de su lado y estirando una pierna hacia dentro como quien monta un caballo-. Pero lo de las carcajadas es un riesgo que debes decidir si lo asumes o no. Decídete ya que ahora mismo parto.

*

La bella hace un mohín y se dirige a la parte trasera del automóvil para guardar su maletín.

Es uno de esos modernos: de medidas exactas, recubierto con material para astronautas, provisto de rueditas invisibles y asa telescópica retráctil. A mí me hace pensar en vuelos espaciales.

Cuando escucha el encendido del Audi, apresura su paso, pero no consigue abrir la puerta de la maletera.

-Somos tres, querida -le dice nuestra choferesa, como quien le habla a un cretino-. Aquí dentro hay espacio de sobra para tu equipaje.

Abro la otra puerta delantera y la mantengo cortésmente abierta para que suba la bella, ahora demasiado sorprendida por el tono de voz de la propietaria del Audi, pero esta me ordena:

-Tú viajas mejor delante, Digah. A mi lado.

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Continúa…

       HjorgeV 30-07-2011

. HjorgeV 30-07-2011

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UN CASO PARA JORGE DIGAH: «LA NOVIA PRESTADA» (Novelita) (I)

*

Después de la llamada de larga distancia de mi madre, traté de recordar dónde había puesto el bendito caset de las hermanas Tállez.

Empecé a buscar en los lugares más obvios, sin resultados.

Esa tarea me hizo recordar que en Lima no llamábamos casete a esa cajita prehistórica, sino que pronunciábamos su nombre con la t final.

En la radio colonesa parecía haber solo dos noticias: la mayor matanza en Europa desde la de Madrid en marzo del 2004 y las vacaciones de verano.

La feroz hambruna de Somalia había escogido un mal momento para presentarse a la opinión pública internacional.

Por lo menos para las emisoras alemanas parecía haber dejado de existir.

Si se tratara de bromear, pensé, se podría decir que si Europa tiene un gran defecto, este es principalmente visual:

Su manía histó(é)rica de mirarse el ombligo.

*

Encontré el bendito aparatito después de ordenar el par de roperos y armarios de mi departamento.

Desde que me he adherido a una especie de minimalismo muy personal (desprenderme de cualquier cosa que no he/haya usado más de dos años, es una de las reglas), tengo menos problemas para  deshacerme de aquello que antes me parecía completamente indispensable.

La ventaja del minimalismo es que cualquiera visitante puede soltarte un «Qué orden que tienes». Lo malo es que he empezado a soñar con una vivienda en la que solo haya una cama, una mesa, una silla y un sofá.

*

Cuando mi madre me mencionó al teléfono el nombre de las hermanas Tállez, temí que me fuera a preguntar por la cinta que me había dado alguna vez.

No lo hizo, pero me puse a buscarla porque no quería que me agarrara desprevenido por si después se le ocurría indagar por ella.

Para mi madre, los principios son leyes que, si no se cumplen, por lo menos hay que venerarla/os. Además, le gusta verificar si aún conservo sus regalos. ¿Será por eso que a veces me regala cosas absurdas, solo para comprobar si las sigo conservando a pesar de su inutilidad?

*

Después de media hora de búsqueda exhaustiva, encontré el caset al fondo del cajón reservado para mis medias.

En ese mismo rincón también encontré dos desarmadores o destornilladores que llevaba buscando meses, un reloj automático que ya había olvidado, dos trusas (la Academia, otra vez: en mi país este anglicismo se suele usar como el bañador español y no como calzoncillo), un cuchillo de explorador y varias monedas antiguas.

¿Cómo diablos llegaron allí estas piezas si no colecciono ni he coleccionado nunca nada, salvo, de niño, el álbum de un Mundial, uno de los pocos al que ha asistido mi país?

¿Y de dónde diablos salió el cuchillo de explorador?

La búsqueda me llevó a crear un gran desorden y este al orden compulsivo, de modo que terminé ordenando todo como un fundamentalista enardecido.

Si mi primera esposa me viera, pensé.

*

Mi madre me había dejado la cinta de las hermanas Tállez en una de sus visitas a Alemania, ya no recuerdo en cuál.

Cuando me mencionó el asunto de la hija de una de ellas en su llamada, recordé inmediatamente el caset.

También recordé que tras escuchar una sola canción -o tal vez dos-, lo había dejado olvidado en alguna parte.

Por qué lo dejé en el cajón de las medias, es algo que ignoro.

*

Mi madre tiene la costumbre de asignar propiedades y cualidades inexistentes a las cosas y a las gentes.

De mí decía, de niño, que era muy buen dibujante, por ejemplo.

No era cierto. Era un esforzado dibujante, que es lo contrario de uno bueno.

De su padre, mi abuelo, hablaba y habla -ahora cada vez menos- como de un hombre generoso y dado a la dádiva, cuando era consenso familiar que era un gran y notable tacaño, un avaro profesional.

La cinta con las canciones de las hermanas Tállez me la había dado como quien pasa un gran secreto musical. Me imagino que pensaba que yo podría tener la capacidad y los medios de revelárselo al mundo entero y volverme así famoso.

«Todas son sus composiciones propias. Y qué bien cantan», me había dicho.

No cantaban nada, para decirlo de boca de alguien que se ha ganado algunos panes cantando, precisamente (o intentándolo, más bien, como dicen mis amigos músicos) en este país.

Quiero explicarme: las hermanas cantaban lo suyo, pero de allí a llamarlas cantantes había un buen trecho.

Opino que la desafinación es algo que no debería siquiera mencionarse como elemento de crítica.

¿O podría incluirse el término putrefacción en la crítica de un restaurante?

*

A la llamada de mi madre, siguió un pronto emilio suyo.

Ella los escribe con mayúsculas, como si estuviera gritando. (Una vez le pregunté al respecto y me respondió que era así como se escribían los mensajes modernos. Punto. Chitón, boca. Modernos. Carajo.)

Su emilio era para recordarme que me tomara en serio el «secuestro de una de las hijitas» de las hermanas Tállez, puesto que estas no habían sido unas jóvenes cualquiera.

Aparte de estudiosas y aplicadas, habían sido reinas de belleza en su juventud en Trujillo, su ciudad natal.

Mi madre podría haber fundado toda una escuela dedicada a la lógica científica. ¿O «fundamentalista» quedaría mejor?

*

Presa de la curiosidad y después de anunciarle a Fernando, mi jefe de la agencia de traducciones, que probablemente no iría al trabajo un par de días (por un «secuestro» le dije, esperando que no me creyera y no me creyó) pero que cumpliría con todas mis tareas y obligaciones pendientes (lo más importante para él y no necesariamente mi presencia en la oficina), me asomé a la Red.

Allí estaban las hermanas Tállez: frescas como si hubiera sido ayer su fama, a pesar de la evidente antigüedad de las imágenes.

Se las podía ver en diversos atuendos y poses, sonriendo y encantando, una más coqueta que la otra, posando para todo aquel que quisiera quedarse encantado con su belleza y su garbo.

En las imágenes, se veía a los fotógrafos acuclillados a sus pies, haciendo centellear sus vetustas e hiperdimensionadas máquinas.

Calculé por la fecha de los artículos de La Industria de Trujillo que las Téllez debían estar por cumplir los cincuenta. Una eternidad.

*

Lo cual significaba que Dorita, la hija de una de ellas, que andaba perdida en Alemania («secuestrada» era el adjetivo que había usado mi madre al teléfono, repito), debía tener entre 20 y 30 años.

Ese había sido el motivo de su llamada desde Lima: averiguar qué sucedía con la joven en Hamburgo.

Como Dorita o Dora había tenido la osadía de dejar el Perú y se había venido a Alemania para casarse, los dejé en unos 25.

Cualquier otra edad habría sido una insensatez, se me ocurrió pensar.

*

Mi madre suele darme una o dos tareas al año.

Creo que es su forma de mantenernos unidos o vinculados a pesar de la distancia entre Lima y Colonia.

Aunque también creo que lo hace para que no olvide la vez (primera y única) que olvidé la bolsa con el pan caliente para el lonche por jugar un improvisado partido de fútbol en la calle.

«Encarguitos» llama ella a esas tareas, en esa manera tan peculiar que tenemos los peruanos de decir sí y no a la vez, de negar afirmando o afirmar negando, y de rogar exigiendo o exigir rogando.

Qué habrían dicho Adorno o Kant al respecto.

*

Ignoro la razón de los encargos de mi madre, uno más banal que el otro, pero no por ello menos acuciantes desde su propia perspectiva: como si no cumplirlos pudiera equivaler a ese grave olvido panadero de mi niñez.

Muchas veces me he visto metido en líos por causa de una gestión absurda que tuve/tenía que hacer para conseguirle ya no sé qué cachivaches a mi madre.

O por unas llamadas incomodísimas a unos desconocidos que se negaron a contestar a mis preguntas por encargo, creyéndome un estafador.

O preguntando en las farmacias por un «milagro natural de moda» que resultó ser ¡polvo de ajo en cápsulas!

(Mi madre había traducido por sus propios medios un anuncio de la revista alemana Burda y luego me había hecho el encargo respectivo sin haber entendido ella misma del todo el anuncio.)

*

En la página de deportes (de fútbol) de La Industria, me entretuve viendo la tabla del campeonato trujillano.

Lo hice después de leer un nombre –Carlos Manucci– que me transportó inmediatamente a ciertos días de mi niñez, a un viaje a Trujillo precisamente.

Al inicio de ese viaje también había abierto la sección deportiva de La Industria y me había quedado un largo rato estudiando los resultados, los partidos por jugarse y la clasificación.

Toda una ciencia de otro planeta.

Yo era el estúpido extraterrestre que la estudiaba como si en eso se le pudiera ir la vida.

Misterios.

Demasiados son los propios misterios que cada uno se lleva a la tumba.

*

Mientras le doy duro a la masa del pan casero que me he obstinado en dominar (hasta ahora sin resultados), la radio no cesa de informar sobre la matanza de Noruega.

Escucho también que la cantante británica Amy Winehouse pudo haber muerto por una sobredosis.

Una hora después: mi desayuno se compone de varias duras galletas que tendrían que haber sido panes crujientes y suaves a la vez.

*

No sé cuántos días pasaré en Hamburgo.

A Fernando, mi jefe de Traducciones, no le preocupará mi ausencia. Es época de vacaciones y la agencia tiene muy pocos encargos por estas fechas.

Como sé que no voy a poder ir al gimnasio durante un par de días, me preparo para pasarme una hora y mediahaciendo ejercicios.

Mi madre me ha vuelto a dar un encargo más bien propio de un detective privado y no sé hasta qué punto esta vez sí pueda haber algo de cierto en lo que me ha contado.

El cobarde que llevo dentro tensa los músculos de solo imaginarse lo peor.

El teléfono empieza a sonar, cobarde él también.

*

-¿Diga? -respondo.

Es Fernando.

-¿Por qué dices «diga», Jorge? ¡Jodé, macho!, por eso muchos creen que «Diga» es tu apellido -me dice mi jefe.

Es la letanía que repite cada vez que me llama.

-¿Qué más da? -le replico. No sé lo que quiere. Yo deseo salir, ya.

-Ya que vas a ir a Hamburgo -empieza a explicarme, con ese tono dulzón que usa para sus grandes ideas-, podrías darte una vuelta por Kiel y hacerle una visita a nuestra sucursal, macho. Te nombraría Controlador Plenipotenciario. ¿Qué te parece?

-¿Aló? ¿Aló? -repito varias veces en voz alta-. ¿Alóóóóóóó? -grito esta vez.

Luego cuelgo y salgo rápidamente a la calle.

Por precaución, he dejado mi celular en el cajón de las medias.

*

La última vez que usé esta treta con mi jefe fue hace unos dos años.

Tiempo más que suficiente para que la haya olvidado, me digo.

Mientras me dirijo a la entrada del gimnasio con la toalla alrededor del cuello y una botella de agua en la mano, sueño despierto con los peligros que me esperan en Hamburgo.

Sin haber empezado a ejercitarme con los aparatos, empiezo a sudar.

*

.

Continúa…

       HorgeV 25-07-2011

. HjorgeV 24-07-2011

TAREÍTAS (Engendruzco)

.

Adobo, recompongo, acecho,

remacho y zurzo. Me late

una mano, se reconcome mi pie.

¿Dónde poner todo lo perdido?

¿Dónde la esencia de los días

frustrados como una orquesta a la que

le han birlado todos los instrumentos?

Termino mis tareítas con la

convicción de una hormiga que

cava su propia tumba, pero

lo ignora.

Las palabras me acompañan

en el camino largo y hondo

del día.

La pendiente de subida a la noche

es una prueba de sueño a mi

constancia.

.

Mirándome desde nuestras propias entrañas,

-en los bordes del papel-

nos sonreímos:

allí somos,

pero todo el resto es un amplio

desierto

imposible de ser abarcado con

palabras sedientas.

Tan grande como el alma de las olas

o el grito de la gente que

vive exigiendo justicia

de siglos

es la distancia que nos

separa

a pesar de

vivir como en el mismo

cuerpo

y bajo la misma hipoteca.

.

¿Dónde poner lo olvidado si ya

desapareció por

voluntad

propia?

¿Dónde atesorar las cartas que no

me escribiste, los mensajes que

borraste, todas esas naranjas

que nos quedamos

sin pelar?

.

Pasar de un universo a otro:

eso era amarte.

Un efugio permanente.

.

En las pausas: los estómagos flotando

en el éter,

atentos a los meteoritos y a las

burbujas del agua en

que flotábamos como dos

peces que se miran

desde acuarios

diferentes.

¿Dónde poner lo robado al Banco Brecht?

.

Adobo, recompongo.

Cada día sudo la camiseta para

acercarme a mi meta.

Soy el mecánico del aparato de relojería de mi

corazón.

.

Algún día me contentaré con

salir aterrado

de mi

pecho y

alcanzarte.

Pero antes tendré que

arreglar la rara cuerda

de este mi esternón.

.

.

HjorgeV 18-07-2011

AL PIE DE LOS ACANTILADOS (Engendro)

También tenía sus días así

en los que terminaba con la sensación

de tener que lanzarse a la sopa roja del

ocaso

desde la altura de algún barranco

(su ciudad dormía y vivía al pie

de los acantilados y le

gustaba pensar en un ganso lejos de su manada

lanzándose al vacío

ciego por el sol del atardecer)

.)

Eran días en los que su vida podía

terminar hecha añicos:

la enajenación del trabajo,

las pullas mal digeridas

del jefe o de los colegas,

la constante incomprensión

de los demás

.

Días como del dolor de

un mendigo que se despierta aterido

sobre la acera de una calle helada

.

Días gansos, patos y hormigas:

esas horas que se le iban aglutinando

hasta llenarlo de

pústulas interiores que

luego solo lograba calmar

con el alcohol y el cigarrillo perenne

colgando de los labios

.

Su muerte se hizo leyenda en

la ciudad:

el placer de caer por la cascada fue

suyo solo se dice

(otros afirman que se

murió pensando en Irlanda)

Hoy solo lo recuerdan cafichos y

prostitutas

ah, y el alcalde del lugar

que ya no lo ve más tirado en la calle

tapado con cartones y periódicos

al salir del prostíbulo

en la madrugada fría

soñando aparentemente

con acantilados y gansos

de su fantasía

.

.HjorgeV 13-07-2011

LA CARRERA DE LA ABADÍA

*

Es domingo y tenemos que salir temprano para ir a Brauweiler, la siguiente localidad camino a Colonia.

Apenas un kilómetro y medio de centro a centro.

Nos vamos en familia a uno de los acontecimientos del año -toda una fiesta- en el pueblo vecino. Es el Abteilauf (fotos aquí), la ‘carrera de la abadía’.

Aunque no existen documentos fehacientes, basándose en el Fundatio monasterii Brunwilarensis de finales del siglo XI, se parte de que la abadía de Brauweiler fue erigida a mediados del siglo VIII.

¿Qué hago pensando en la historia de este monasterio, mientras el ya caluroso día invita a otras cosas, más refrescantes, vamos a decir?

Recuerdo una frase de El Flaco Menotti, en una interesantísima entrevista que le acaba de hacer Luis Martín:

«En su memoria uno coge del pasado las cosas que le sirven. Si uno no tuviera pasado, el presente no le serviría de nada.»

*

Después de la carrera de 500 metros de nuestro hijo menor (hay varias carreras en las diversas categorías y dos chicos nuestros más que desean correr), busco la sombra de un árbol milenario.

Se dice que esta morera (Maulbeerbaum) fue plantada por el fundador de la abadía, el conde palatino Ezzo.

Al girar para contemplar el edificio principal del monasterio, me encuentro con un rostro conocido.

Tardo un momento en reconocer a la madre de una compañera de nuestra hija mayor.

Iniciamos una conversación trivial y silvestre, bajo el signo del radiante sol.

Me pregunta por nuestra hija que acaba de llegar de Brasil después de un año de intercambio cultural.

Le digo que, entre otras cosas, me preocupa la presión que empiezan a tener los jóvenes alemanes de hoy en lo referente a su futuro profesional.

Quiero decirle que me parece un absurdo que la única preocupación de la mayoría de los padres sea el dinero que se puede ganar en tal o cual profesión. ¿Prestigio académico? Eso es algo que no he vuelto a escuchar en muchos años, por ejemplo.

Me suelta una cháchara sobre la falta de iniciativa y decisión de las nuevas generaciones. Me dice:

«Ahora lo tienen todo y, sin embargo, no saben sacarle el jugo. No saben aprovechar nuestro trabajo. Es desesperante a veces.»

¿Nuestro trabajo, ha dicho?

Como no entiendo del todo lo que me quiere decir, me pongo a pensar.

Luego recuerdo que es profesora de colegio.

Conozco la cantaleta, porque ya la he escuchado varias veces de los profesores del colegio de nuestras hijas: ellos hacen su trabajo bien, casi a la perfección, son los niños y jóvenes los que no saben aprovechar ese esfuerzo.

Si hacen su trabajo bien, a conciencia, le pregunté a uno de esos profesores -ganándome su enemistad-, ¿cómo es que no funciona?

Lo que esta profesora me dice me hace pensar en alguien que se queja porque ha puesto a hervir agua en una tetera y ha prendido el fuego, pero el agua se niega a hervir.

¿Y si no es agua?, es algo que no llega a -o no quiere- preguntarse.

*

Mientras sigue su cháchara sobre lo bien que ella y sus colegas hacen su trabajo sin ser correspondidos por sus alumnos, giro discretamente unos grados y contemplo la abadía.

Un escalofrío me recorre la columna vertebral de solo pensar que se usó a partir de 1933 como campo de concentración de los nazis.

Y luego como prisión de la temible Gestapo, la Policía Secreta Estatal, sección colonesa.

Terror puro. (Los prisioneros eran sujetados horizontalmente sobre las paredes por medio de esposas, entre otras sutilezas pre-bushianas.)

Konrad Adenauer, por ejemplo (primer canciller alemán tras la guerra y uno de los padres fundadores de esta Europa que se tambalea, como si no se hubiera sabido que se iría a tambalear), pasó dos meses prisionero aquí, en 1944.

Al final de la guerra fue centro de acogida de extranjeros refugiados.

Soy un extranjero, me estoy diciendo, cuando “regreso” a la conversación después de mi corto viaje turístico y mental al pasado (turismo de horror, lo llamaré esta vez) y veo que la profesora prosigue con su faramalla.

«Si es tan bueno su trabajo», me provoca preguntarle, aparte de que me gustaría saber si esa calificación (de ‘bueno’) se la han dado los mismos profesores o sus alumnos, «¿por qué diablos no da frutos?»

¿Se imagina alguno de ustedes tratando de vender un automóvil que no funciona con el único argumento de que se ha hecho un “buen trabajo” y que ya no es responsabilidad del vendedor que el carromato no ande?

*

Aprovecho que avisto a nuestro otro hijo, que acaba de terminar su carrera (de 5 km), para despedirme de la profesora.

Antes, me dice que le parece increíble que la juventud no sepa qué hacer con su futuro.

¿Cómo puede asombrarnos?, quiero decirle.

¿Cómo; si justamente ahora ellos son testigos de que la Europa que prepararon las -supuestamente- mentes más preclaras del planeta (europeas, occidentales) ha resultado ser un zafarrancho?

¿Cómo; si la economía y las finanzas mundiales se han vuelto un casino demente en el que estafadores y especuladores sacan la mejor y mayor tajada sin importarles el destino de los demás?

(Y sin que les suceda absolutamente NADA -a la absoluta mayoría de ellos- por tanta irresponsabilidad criminal.)

No le digo nada a ella, claro.

Al darle la mano, me provoca, hacerle por lo menos una pregunta:

¿Saben ustedes profesores, y sus respectivos alumnos, que 10 millones de personas pasan hambre en este momento en el mundo por efecto de la mayor sequía en 60 años en África?

¿Saben y enseñan los profesores de su colegio que de los 13 millones de niños que mueren al año en el mundo, la mitad se debe a una alimentación insuficiente e inadecuada?

No son cifras de otro planeta.

Y son equivalentes a un genocidio.

*

Pienso, mientras me alejo, que debo estar mal de la cabeza por pensar cosas así, en vez de ponerme a conversar decente y civilizadamente con un@ de mis convivientes alemanes.

Tal vez la profesora hasta me haya tomado por tonto debido a mi silencio.

(Muchos dementes suelen callar para no arriesgarse a salir de su mundo, quiero imaginarme.)

La ironía es que esta abadía acogió en 1969 una clínica psiquiátrica, hasta 1978, año en que se inició la reconstrucción histórica de sus edificaciones.

*

Un ruido, como el de una resonancia o vibración, me despierta de mis pensamientos.

Es el sonido característico de un avión.

En realidad, algo raro por estos lares puesto que el aeropuerto más cercano está a más de treinta kilómetros de distancia.

¿Qué pensarán (o habrán pensado) ciertas tribus selváticas que nunca han (o habían) visto un avión cuando lo ven surcar los cielos?

Pienso en esto porque EEUU acaba de abandonar sus vuelos espaciales y me he alegrado con la noticia (por más que la razón para ese abandono no sea verdadero motivo de alegría).

*

Pienso en la arrogancia estúpida que nos ha hecho creer a varias generaciones de que hacíamos bien buscando atisbos de vida extraterrestre en el espacio sideral.

¡La de enfermedades que tendrán esos seres (de existir), para las que ellos ya deben ser parcialmente inmunes y nosotros no, porque nunca hemos estado en contacto con ellas! (Y si seres extraterrestres llegaran a nuestro planeta, sería por alguna razón. Por estar buscando un nuevo habitat, por ejemplo. ¿Les mostraríamos películas del Lejano Oeste?)

La historia de la humanidad también es la historia de desastrosos y fatídicos primeros contactos entre diferentes civilizaciones o pueblos: en África, en América (en el norte y en el sur), en Australia.

Carnicerías, genocidios, destrucción, esclavismo, abusos y expolio. Seguidos de olvido, lavado de manos e irresponsabilidad.

Siempre en desmedro y perjuicio del más débil.

*

Pienso en todo esto, porque, si la escuela, el colegio (el instituto en España) sirve a un sistema y este se tambalea (ahora mismo «Italia y España se acercan al abismo», el título de un artículo periodístico de hoy), ¿cómo esperar entusiasmo en los jóvenes por esa escuela?

(Y por ese sistema.)

¿Qué pueden pensar de un sistema empecinado en destruir el planeta?

«Tienen todo y tantas oportunidades y no las aprovechan», es la frase que me ha quedado resonando de la profesora (¡admiro su profesión!, por si acaso), mientras contemplo el paso de los corredores.

Sudan, jadean, resoplan, resuellan y algunos parecen asfixiarse con cada bocanada de aire salvadora.

El moderador (así se los llama aquí, aunque no modere nada, solo anuncie y charle) hace un chiste:

«Und es soll freiwillig sein.»

Traduzco libremente, adaptando:

«Y pensar que lo hacen voluntariamente.»

*

En principio, ningún ser humano necesita mucho más allá que la satisfacción de sus necesidades primarias y algunas secundarias para vivir una vida plena y feliz.

En sociedades inteligentes, una vez satisfechas las necesidades primarias, la idea consistiría en ofrecer actividades que permitan el desarrollo artístico, intelectual y ‘espiritual’ de todos, vamos a decir.

En cambio, las actuales sociedades solo parecen tener un bien mayor que ofrecer: la trampa del consumo.

Trampa, porque el anuncio común de toda propaganda comercial es el siguiente:

Lo que vistes, comes, bebes, conduces, calzas, usas y tienes no vale nada porque ya salió algo nuevo que es mejor.

Con perspectivas así, ¿cómo esperar contento, satisfacción en los jóvenes?

*

Por ahora, las redes sociales y otras perlas de la Red, mantienen a la juventud más o menos hipnotizada.

Cuando se den cuenta de que no son nada más que una especie de telégrafo moderno (una dos líneas, a lo más; a veces, solo un par de palabras), ¿en qué podrán concentrar sus intereses esas nuevas generaciones?

La industria ya tiene la respuesta, claro:

Productos cada vez más sofisticados (que ya es lo que hace ahora).

Pero escapando siempre de un fantasma real:

Los contenidos.

*

Mientras se desarrolla la última carrera y noto que me hubiera gustado correr (mi rodilla me lo ha impedido esta vez), pienso en mis tiempos.

Tener un tocacaset (así lo llamábamos en mi país, el Perú) era lo máximo.

Luego llegó el walkman y no lo podíamos creer.

¡El mundo del futuro tenía que ser un paraíso!

Pensábamos. Apenas una generación atrás.

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HjorgeV 11-07-2011

ARTISTAS OLVIDADOS: JULIE LONDON

Sin tener una voz prodigiosa, podía hacer muchas cosas con ella.

Hipnotizar, entre otras.

Podía cantar como si te estuviera susurrando la canción al oído. Solo para ti.

¿Su voz de fumadora empedernida, se debía al tabaco?

¿O era así, bronca, ronca, aguardentosa, por naturaleza?

Fuera como haya sido, London le sacaba a su aparato fonador varias personalidades. (Ella misma tenía varios rostros.)

Llenas, todas ellas, de cierto morbo inusitado, buen gusto musical y (solo aparente contradicción) pudor coqueto.

Todo junto, bien agitado y puesto en el oído del oyente con cuentagotas, en la intimidad, como quien dice.

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Sí, en la música como en la alta cocina:

Es el balance de sabores encontrados lo que hace la magia de muchos platos.

Por ratos la voz de Julie London se vuelve más nasal. O su emisión vocal se palatiza.

En otros, la resonancia se concentra en su cabeza para regresar luego a la garganta.

Variados recursos de alguien consciente de sus limitaciones vocales, especialmente de la falta de ‘cuerpo’ de su voz.

Lo reconoció ella misma:

«It’s only a thimbleful of a voice, and I have to use it close to the microphone. But it is a kind of oversmoked voice, and it automatically sounds intimate.»

Traduzco libremente:

«Es solo una pizca de voz y por eso tengo que pegarme al micrófono. Pero es una voz como de fumadora empedernida, que te suena automáticamente íntima.»

La había descubierto la cazatalentos Sue Carol, cuando London trabajaba como operadora de ascensor.

Antes de empezar su carrera como actriz (se graduó en el Hollywood Professional School en 1945) ya cantaba en público.

Grabó 32 álbumes y participó en más de 20 películas.

Guapa, de rostro simétrico y gestos coquetos, fue también chica de calendario durante la Segunda Guerra Mundial.

(Por más que en ciertas grabaciones esto último sea difícil de creer: como en esta de 1964 a sus 38 años.)

Tenía su particular swing anglosajón.

Pero propio, al fin.

Su primer esposo fue Bobby Troup, famoso por su Route 66 y productor del álbum que la hizo conocida y famosa con Cry me a river en 1955.

(El tema había sido compuesto por Arthur Hamilton -compañero de colegio de London- para que la cantara Ella Fitzgerald en la película Pete Kelly’s Blues, pero fue finalmente descartado.)

(La cantante y pianista de jazz Diana Krall la canta en un arreglo que me parece especialmente interesante. Es una de las pocas interpretaciones que realmente me gustan de la canadiense, a pesar de su obvia clase. La encuentro demasiado fría, como apartada del texto cuando interpreta otras canciones: por ejemplo aquí.)

(Joe Cocker cantó en los setenta una versión acelerada del lacrimógeno Cry me a river: demasiado paranoica para mi gusto -por el delirio de persecución que parece destilar el arreglo-, pero, con todo, interesantísima.)

(Existe también una rara versión de Barbra Streisand.)

(¿Y la versión de Michal Bublé? Fascinante la gran banda detrás.)

(Me ha gustado asimismo la versión para piano solo del italiano Alfonso Gugliuccique he encontrado en la Red.)

Julie London terminó su carrera profesional en la televisión.

Su primer esposo, Jack Webb, era el productor ejecutivo de Emergency! y no tuvo ningún empacho en contratar tanto a London como a su segundo marido, el músico y compositor Bobby Troup, para que actuaran en la popular serie.

Algo que dice mucho de la cantante más popular en EEUU desde su debut en 1955 hasta 1957, según la revista Billboard.

(Los años de la Guerra Fría, después de que la URSS, aliada de las naciones que derrotaron a la Alemania de Hitler, se convirtiera de pronto en el enemigo de Occidente. Años también del inicio de una carrera armamentista que desde entonces no se ha detenido y que ha demostrado que además de reír, llorar y hacer arte, los humanos también somos genocidas.)

 

A pesar de sus tics, es una cantante a la que escucho atentamente y con gran fascinación.

Julie London me ha hecho recordar que el silencio absoluto es como una bestia que tememos.

Nuestra especie no está hecha para soportarlo.

Hasta el ermitaño tiene que escucharse a sí mismo, por lo menos mentalmente.

En la evolución la aparición de la capacidad de pensar nos trajo la conciencia de la soledad y acaso esto coadyuvó a la aparición del lenguaje.

La conciencia del yo es también la conciencia del silencio.

Y nadie quiere pensar que no tiene nada para decir.

Voces como las de Julie London son reliquias de tiempos que ahora nos parecen inmemoriales y que nunca más volverán.

Gayle Peck (California, 1926-2000), su nombre verdadero, dejó de existir (¿en?) el último octubre del milenio pasado después de cinco penosos años de enfermedad.

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HjorgeV 08-07-2011

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JULIE LONDON: BLUE MOON

http://www.youtube.com/watch?v=8elWF31oQCA&feature=related

JULIE LONDON: MISTY

http://www.youtube.com/watch?v=oPnh2sa4Fek&feature=related

JULIE LONDON: PERFIDIA (en inglés)

http://www.youtube.com/watch?v=P8MjJXvnzj4&feature=related

JULIE LONDON: DESAFINADO

http://www.youtube.com/watch?v=_eYg2k0n0tI&feature=related

JULIE LONDON: SWAY (QUIÉN SERÁ)

http://www.youtube.com/watch?v=LWNJmM8GLy0&feature=related

HAMBURGUEANDO (V / Fin)

1

Nuestra intención es llegar a la plaza municipal o del ayuntamiento de Hamburgo a pie. El clima es ideal para una caminata urbana.

Han anunciado lluvia, pero las nubes, por suerte, suelen desconocer la climatología y las predicciones meteorológicas.

Es nuestro último día en Hamburgo y, mientras tratamos de orientarnos, vuelvo a recordar la primera impresión que tuve de esta ciudad:

El trazado de sus calles, plazas y avenidas me hizo pensar en botas de siete leguas.

Y pensar en esas botas me hizo recordar los cuentos infantiles de mi niñez.

Verdaderas historias de horror, muchos de ellos.

Baste como ejemplo, justamente, Las botas de las siete leguas de Charles Perrault.

El francés que fue también recopilador de Caperucita Roja (más horror) y El gato con botas (la mentira y la estafa sistematizadas como virtud).

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2

Mientras camino por estas calles que me resultan como las de una ciudad abandonada de otro planeta (sin saber cómo explicar esta sensación: ¿porque parece infinita o continuamente inventándose desde el suelo?, ¿o porque es una especie de metáfora arquitectónica de la incapacidad del mundo para gobernarse?), me hago una pregunta.

Dado el caso, o la oportunidad, ¿me habría quedado ‘para siempre’ en Hamburgo la primera vez que vine?

En ese momento me acababa de mudar de París a Colonia y me había quedado encantado con la apacibilidad de la ciudad vieja colonesa.

Y eso, a pesar del fracaso de la relación que me había hecho abandonar todo en Francia y venirme para Alemania.

(Bueno, también ya hablaba alemán y había tenido la maldita suerte de encontrar trabajo como profesor de idiomas en mi »maldito’ primer día en Colonia.)

Hamburgo me pareció entonces (más) fría en más de un aspecto.

(Colonia apenas tiene pocos espacios abiertos en comparación con Hamburgo, lo que la hace más acogedora.

Una de las primeras cosas que noté, además, fue que los coloneses se arremolinan en las barras de las tabernas, mientras que los hamburgueses evitan el contacto anónimo de las barras y prefieren reunirse en grupos de conocidos sentados a una mesa.)

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3

Apenas hay rascacielos en Hamburgo.

Uno de sus edificios más altos (el segundo en altura con sus casi 150 metros) es la iglesia de San Nicolás.

Esta iglesia protestante y de estilo neogótico fue alguna vez (de 1874 a 1876: corto reinado) el edificio más alto del mundo.

Hoy es una especie de monumento arqueológico al aire libre y en ruinas desde su bombardeo en la Segunda Guerra Mundial.

Ocurrió en la Operación Gomorra de fines de julio de 1943, el mayor ataque en la historia de la guerra aérea en su momento.

Hay que pasearse por ciudades como Hamburgo (o Colonia) para reconocer en su arquitectura que los aliados bombardearon sin piedad objetivos civiles y no solamente militares en la II GM.

(Según el Antiguo Testamento, el dios cristiano aniquila con una lluvia de fuego y azufre Sodoma y Gomorra, ciudades de pecadores y delincuentes.

¿Es menos delincuente y pecador bombardear ciudades?)

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4

En el Hochbahn (literalmente ‘tren alto’ o ‘elevado’, por oposición al subterráneo) le pregunto a un africano por el camino.

El tipo no me entiende.

Es la primera vez que me sucede en Alemania.

Cuando necesito información en algún pueblo o ciudad alemana, suelo preguntar a los alemanes mayores o a los extranjeros.

Por lo general, los africanos son los que mejor me han sabido guiar en cualquier ciudad de este país.

Intuyo que es gente que ha tenido que aprenderse las calles a punta de recorrerlas, temerosos de preguntar a algún lugareño.

El que he elegido esta vez tiene que ser un recién llegado, me digo.

Lo reconozco también, porque me mira con excesivo recelo.

Preguntándose, tal vez, por qué diablos lo habré escogido precisamente a él para orientarme por la ciudad.

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5

J., uno de nuestros hijos, desea comer a toda costa -y precio- una Currywurst.

Es una salchicha alemana bañada con salsa curry, un plato muy típico del país que se suele acompañar con papas fritas.

Que la salsa que baña el embutido sea de la India y que las papas sean originarias de los Andes, es algo que no obsta para que sea presentado como plato típico alemán.

(De hecho, muchos alemanes creen que la papa o patata es oriunda de Alemania.)

(Y eso que los turcos de este país -dicen que- dicen «Du deutsche Kartoffel!», algo así como «¡Tú, papa alemana!», supuestamente como insulto.)

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6

Se podría escribir todo un libro acerca del origen de este plato, sobre quién lo inventó o creó primero y sobre su popularidad aquí en Alemania.

(Al parecer, pronto se abrirá un museo temático en Berlín.)

De hecho, existe una novela, El descubrimiento de la Currywurst, del escritor Uwe Timm.

Además de dos placas conmemorativas en Berlín y Hamburgo, cada una reivindicando la invención para su respectiva ciudad.

Cuando escucho que uno de nosotros preferiría una pizza, no puedo evitar pensar en el tomate.

Una fruta considerada como una verdura italiana pero que es originaria de los bajos Andes.

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7

Aunque se trata de uno de los platos teutones callejeros por excelencia, no encontramos una bendita Currywurst por ningún lado.

Nos toca recorrer media ciudad y más de una hora hasta que encontramos un negocio que las ofrece.

(De paso, vale la pena mencionar que Hamburgo, la ciudad de la que provienen las hamburguesas, estas apenas se ven. Salvo, claro, en los negocios de comida cartón.)

El «Currymama» es un local elegante y atractivo, de excelente ubicación.

Tiene una terraza amplia y acogedora, en la que pagas con gusto el triple del precio habitual. (La cerveza es algo más cara aún: 4 euros por 0,4 L.)

¿Cuántos alemanes sabrán que uno de sus platos más típicos es un híbrido que lleva un producto típico (mezcla de especias) de la India?

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8

Estamos comiendo, cuando escuchamos los ruidos característicos de una persecución en automóvil:

Los que producen los neumáticos de un auto al frenar, acelerar y cambiar de dirección repentinamente sobre el asfalto.

Levanto la cabeza y veo que no se trata del rodaje de una película:

Un taxi adelanta temerariamente a otro automóvil, lo cierra y, finalmente, frena en seco obstruyéndole el paso.

Por centímetros no se ha producido una colisión.

Los conductores bajan soliviantados y se enzarzan en una discusión.

El taxista es un alemán muy robusto, alto y con una panza de las conocidas como cerveceras. Debe estar alrededor de los cincuenta.

El otro conductor debe ser un turco, calculo; es bajo, rechoncho, por debajo de los treinta.

He visto -y vivido- este tipo de discusiones y mi primera reacción es levantarme y acercarme a tratar de calmar los ánimos.

Lo he hecho más de una vez en este pacífico país con buenos resultados (aunque hay que saber hacerlo para no terminar empeorando las cosas o pagando -el- pato).

(Si alguien se pregunta si no temo a un arma de fuego, debo explicar que quien desee adquirir un arma de fuego en Alemania tiene que hacer una solicitud oficial y por escrito al correspondiente ministerio. En los más de veinte años que llevo en este país solo una vez he visto un arma de fuego: la que me apuntó un joven porque no quería pagar la suma que le exigía por su consumo.) (Lo contaré alguna vez en esta bitácora.)

Como están mis hijos y mi esposa a mi lado comiendo, no me levanto para no echarles a perder la (tan buscada) comida.

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9

De pronto, la discusión se hace más violenta, el turco amenaza con llamar a la policía y abre la puerta de su auto para sacar su celular.

En ese momento, el taxista alemán se le acerca por detrás y empuja la puerta contra su espalda.

El joven turco se recupera del golpe y se voltea.

Me imagino lo peor.

Sin embargo, el joven solo se lleva las manos a la cabeza teatralmente, dando a entender que ha sido herido.

Los comensales que nos rodean (todos alemanes) se ríen sarcásticamente, como se burla la gente en los estadios cuando alguien simula una falta inexistente en un partido de fútbol.

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10

Solo que esto no es ningún partido.

Hay un claro agresor y, además, el joven turco ha detenido la espiral de violencia.

Su actitud puede ser exagerada, teatrera o, incluso, falsa o hipócrita.

Pero ha roto el círculo vicioso de la violencia.

Me indigno por las risotadas. Detesto las injusticias.

Y más si van recargadas de cierta xenofobia (consciente o no).

Los rivales se separan y se disponen a esperar a la policía, felizmente.

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11

Transcurren los minutos. Cuando mis hijos y mi esposa han terminado de comer, cruzo la calle y me acerco al joven turco.

Está apoyado sobre un bolardo, tocándose la cabeza. Tiembla por el efecto de la adrenalina.

-Cuando la policía llegue -le digo, con voz calma y neutra-, lo único que le interesará serán los hechos demostrables.

El tipo me queda mirando y no sabe cómo reaccionar.

-Para empezar -continúo-, el taxista ya adelantó su automóvil unos metros, para que no se note que te ha obstruido el paso.

Le explico que lo que ha hecho el taxista se llama Nötigung en el código penal alemán, ‘coerción‘ en nuestro idioma.

Y es penable.

-Gracias, por interesarse por mí -me responde.

-Lo malo es que ahora, salvo que tengas testigos, ya no lo puedes demostrar.

-¿Usted lo ha visto? -me pregunta.

-Sí.

Luego le explico que no llevo mi pasaporte encima y que vivo en Colonia, 500 kilómetros al sur.

También le explico que no le temo a la policía por lo de no tener pasaporte: me ha ocurrido varias veces y terminan aceptando que no puedo llevar todos los días mi pasaporte conmigo después de más de 20 años en este país.

En todo caso,si se realiza un juicio, yo tendría que viajar a Hamburgo para declarar como testigo.

-En caso de extrema urgencia -añado-, lo podría hacer.

-Gracias -repite. Luego agrega, aún tiritando por el efecto de la adrenalina:- Estaba a punto de darle un buen golpe, pero me controlé.

No le cuento que la gente de la terraza se ha burlado de él, cuando debería haberlo aplaudido por haberse controlado.

No sé si esa reacción se ha debido a su aspecto de inmigrante turco y a que el taxista es alemán.

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12

Me acerco a mirarle la frente y veo una herida sobre su ceja derecha.

El golpe no es inventado.

El taxista no solo ha hecho maniobras temerarias y peligrosas (seguramente para reclamar alguna infracción de tráfico y fungiendo ilegalmente de policía), también ha agredido física y comprobablemente a un ciudadano.

-No sé lo que sucedió antes, pero la policía solo puede guiarse por pruebas concretas y reales -le remacho-. Tu herida lo es. Quédate lo más más sereno posible. Aquí en Alemania la policía suele darle más credibilidad a la gente que considera juiciosa -le digo antes de volver a mi mesa.

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13

La policía tarda más de media hora en llegar.

Espero unos minutos más y el joven turco no señala en mi dirección (para señalarme como testigo, a pesar de que sabe que sigo en la terraza del «Currymama»).

Luego seguimos nuestro camino.

Para sellar nuestra visita a Hamburgo hacemos una visita al Stadtpark, el ‘parque de la ciudad’.

Fundado en 1914, este parque público ocupa un terreno de 150 hectáreas (un kilómetro cuadrado contiene 100 hectáreas; el Parque Central de Nueva York, de 1873, tiene 320) con lagunas artificiales y canales por donde se puede pasear en bote y canoa.

Hasta 200.000 personas llegan a visitar sus instalaciones en un solo día.

Jardines bastante bien cuidados, una zona de piscinas, un planetario y varios negocios gastronómicos completan su oferta.

Decidimos alquilar un bote y nos dicen que el tiempo de espera será de una hora.

¿Estaremos en Cuba o en la URSS?

Bajo la sombra de un nogal, me extiendo sobre el pasto a echar una siesta mientras los chicos se trepan a las ramas y saltan al suelo.

El olor del carbón y de los aderezos de las parrillas lejanas es inconfundible.

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14

No hemos visto mendigos ni gente sin hogar en nuestro recorrido por las calles de Hamburgo.

Si la aparición de la agricultura en la historia de la humanidad significó no solo mayor cantidad de alimentos y la posibilidad de su acumulación, sino también nuevas enfermedades, la aparición de clases sociales y la discriminación de la mujer.

La aparición de la sociedad industrial trajo consigo un nuevo fenómeno: el ejército de ‘desadaptados’, ‘caídos’ del sistema o simplemente renuentes a él.

Cada gran ciudad europea tiene su ejército de gente sin techo y ‘marginales’. París, por ejemplo, tiene todo un submundo del cual pocos hablan.

(«No se puede considerar saludable el estar adaptado a una sociedad profundamente enferma», dijo Jiddu Krishnamurti alguna vez).

Pues, bien, ¿dónde están en Hamburgo?

(Hay ciudades que los esconden de los turistas. Es su forma de ‘solucionar’ el problema. Países enteros, como EEUU, simplemente ignoran ese mismo problema, para no tener que preocuparse por su solución o paliativo.)

Asombrado, accedo a una página gubernamental y leo:

Kein Mensch muss in Hamburg auf der Straße übernachten.

¿Puede ser cierto que «nadie tiene que pernoctar en la vía pública en Hamburgo»?

Continúo la búsqueda en la Red y encuentro la realidad:

«Viele Obdachlose in Hamburg sterben nach Auffassung des sozialen Netzwerks «Regionaler Knoten» unter unwürdigen Bedingungen.»

(Muchas personas sin hogar mueren en Hamburgo bajo condiciones humillantes, es la conclusión según la red social ‘Regionaler Knoten’.)

Lo cierto es que no existen estadísticas oficiales sobre la gente sin hogar en Alemania.

Parece una broma de mal gusto, pero no lo es.

Se calcula que existen unas 300.000 personas sin hogar en este país desarrollado y que en estos días presume de poder/querer ayudar a Grecia (a costa de endeudarse más a sí mismo: o sea, con aire).

La Asociación de Ayuda a los Sin Techo da otra cifra: 220.000.

De los cuales un 10 % viven exclusivamente en la calle.

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15

Pensadores alemanes fueron de los primeros en atisbar y reconocer el lado feo y débil de la industrialización y del capitalismo incipiente.

¿Qué hacer con todos aquellos incapaces de adaptarse e incorporarse a las nuevas formas económicas, productivas y comerciales?

En realidad, resulta una especie de paradoja aberrante que no hayan sido pensadores de EEUU los primeros en reconocerlo, con el alto porcentaje de pobres (¡43 millones!), indigentes, gente sin techo, drogadictos, vagabundos y marginales en general que existen en ese país.

Marx, un alemán de origen judío, fue uno de los que mejor lo expresó, y no hay que ser marxista ni siquiera de izquierda para asombrarse por su precisión:

«¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste.»

Por pensamientos de este tipo es que se construyeron instalaciones como el Stadtpark de Hamburgo, por ejemplo.

Hoy impensables en Europa:

La socialdemocracia europea se derrumba, después de haber hecho tanto por el Estado social y haber empezado ella misma a recortarlo.

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16

Frente a mi asiento del tranvía, una mujer de las llamadas de mediana edad, parece conversar conmigo.

En verdad, todos los demás ocupantes del vagón la pueden escuchar por el volumen de su voz.

Lo hace con una naturalidad que sorprende y hiere a la vez, por la impotencia que me suscita.

¿Debo pedirle que baje el volumen de su voz pues me está incomodando sin que yo le haya hecho nada?

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17

Está hablando con un familiar y le recomienda cómo debe tratar sus asuntos y sus problemas: la clásica cháchara telefónica sin otro sentido que el de saberse conectado a alguien.

Ya no sé si quejarme o simplemente soltar una carcajada por la cantidad de banalidades y memeces que escucho.

Mi esposa me queda mirando y me hace un guiño con los ojos.

Comprendo que la moda de las tarifas teléfonicas planas ha llevado a las calles y a los medios públicos de transporte las conversaciones (de horas incluso) que antes se hacían estrictamente en privado.

Las nuevas tecnologías parecen haberle dado también otra dimensión a la expresión ‘vergüenza ajena’.

Trato de soportar la memez insolente de esta hamburguesa concentrándome en diseccionar su dialecto local.

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18

Regresamos al departamento del primo de mi esposa para recoger nuestro equipaje y dejar todo limpio y en orden («Deberían visitarme más seguido», nos va a decir después, quitándonos un gran peso de encima: «tan limpio no había tenido el departamento antes».)

Tengo que reconocer que me he quedado fascinado con la Speicherstadt, el complejo de almacenes más grande del mundo.

(Pulsar aquí, para acceder a una galería de 20 fotos.)

26 hectáreas (1,5 kilómetros de largo por 150-250 metros de ancho) construidas sobre troncos de robles y encinas, para almacenar el café, el té y las especies que se importaban de todo el mundo y que hicieron rica a esta ciudad.

Para construir el distrito almacén se tuvo que desalojar a unas 20.000 personas y destruir 1.100 hogares.

Cuando se pasó al sistema de contenedores, la Speicherstadt debió quedar deshabitada y desierta hasta que se empezó a transformarla en lo que es ahora.

Mi fascinación tiene que ver con las historias que flotan y vagan por los ambientes y callejuelas de este distrito que parece abandonado en este día de fin de semana puente.

Me imagino las novelas que se podrían escribir, los cuentos, ensayos y poemas.

Aparte de los estudios científicos.

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19

Nadie menos que Robertico Koch (¡chico!, el mismo que descubrió el bacilo de la tuberculosis que creíamos desaparecida, y Nobel de medicina de 1905) le escribió al emperador alemán durante la epidemia de cólera de 1892:

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Eure Hoheit, ich vergesse, dass ich in Europa bin. Ich habe noch nie solche ungesunden Wohnungen, Pesthöhlen und Brutstätten für jeden Ansteckungskeim angetroffen wie hier.“

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Traduzco adaptando:

«Su alteza, no puedo creer que estoy en Europa. Nunca había visto viviendas tan insalubres, verdaderas covachas de peste y focos de infección para todo tipo de gérmenes contagiosos como las que he encontrado aquí.»

Leo también que los desalojados fueron trasladados a barrios como Hammerbrook y Barmbek.

Constato -asombrado y fascinado en una- que en este último barrio nos hemos alojado en nuestra visita a Hamburgo.

Otro círculo que se cierra sin habérmelo propuesto.

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20

Con esta oclusión, aprovecho para dejar Hamburgo como tema mientras en la radio de la camioneta que nos lleva a Colonia suena una pieza que conozco bien.

Pero que, sin embargo, no atino a reconocer inmediatamente.

La interpretación me parece tan buena que apunto la estación de radio y la hora para poder revisar en casa la respectiva lista en la Red.

Se trata de Evil Ways, un tema de Clarence (Sonny) Henry de 1968, popularizado por Santana un año después.

La versión que escucho, mientras dejamos atrás la «Ciudad libre y hanseática de Hamburgo» -su nombre oficial- y que no me ha sido posible encontrar en YouTube, es la del recomendable Cuban Jazz Combo.

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HjorgeV 03-07-2011