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La primera vez se trataron de usted
y ella le dijo que no se imaginaba
tuteándolo.
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Ya lo verás, aquí todos terminamos
haciéndolo, sonrió él.
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Tras las primeras copas,
festoneadas de frases de afecto,
ella seguía
tratándolo de usted, pero él ya la tuteaba.
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Era una mezcla rara, como la conversación de cuatro
personas diferentes: ella,
él, tú (ella), usted (él).
Y un nosotros que empezaba a
alterarse, como una fruta que percibe el
bullir de la primavera.
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El primer beso exigió otro tú (el de él).
Y así se borró la barrera del usted.
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En mi idioma hay varias formas de referirse
a uno mismo, dijo ella cubriendo su
desnudez.
¿Como varios yos?
¿No es siempre así?
En nuestro idioma, dijo él, solo hay un yo,
pero dos tús: tú y usted.
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En la penumbra del sexo angustiado,
comprometedor,
seguían siendo más de cuatro (ella, él, varios yos y tús),
pero los yos habían cambiado
y no parecía haber palabras para esa alteración.
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Soy un hombre comprometido, dijo él.
¿Comprometido con qué?
Quiero decir que ya tengo pareja.
Tendría que habértelo dicho antes, lo sé.
Te dejaste llevar por tus impulsos, dijo ella,
igual que yo, a pesar de que ya me lo olía.
Tendría que haberte dicho la verdad
antes de desnudarnos.
Me habrías herido.
No tanto como ahora.
¿Tiene sentido medir el dolor?
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Se volvieron a amar.
Ella con sus dos yos y multitudes de tús.
Él ya solo con su triste yo partido.
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HjorgeV 31.07.2016