HARLAN COBEN: NOVELAS NEGRAS Y ‘NEGROS’ LITERARIOS

Golpe de efecto (1996) es una novela que se lee de un tirón, a pesar de su inicio enrevesado y -a mi modo de ver las cosas- innecesariamente sutil.

¿A quién diablos le importan o le pueden gustar los juegos de adivinanza sobre detalles meticulosos sobre Batman, concretamente sobre la serie de televisión homónima?

Pues, bien, así empieza esta segunda novela de la serie con Myron Bolitar como protagonista, del escritor usamericano Harlan Coben.

Estuve a punto de tirar el libro (la toalla), no necesariamente por esos pasajes iniciales de erudición batmiana.

Salvo las novelas negras donde la violencia es gratuita o la historia se desarrolla solo según su capacidad adrenalínica, no le hago ascos a ningún tema a condición de que el escritor sepa utilizar su oficio.

De tenerlo, claro.

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En Golpe de efecto simplemente no encontraba la conexión necesaria; ese enchufe, que, una vez encontrado, te puede unir umbilical y devotamente a un buen libro, a una buena historia.

Casi como en un enamoramiento.

(Muchos autores pierden lectores en las primeras páginas, a pesar del tesoro que tienen para ofrecer después. Otros empiezan brillante y magistralmente y el resto es solo la radiografía de un globo relleno de helio. Supe tener paciencia esta vez.)

Coben tiene la agradable manía de esparcirte, como migajas de pan para marcar el camino, estupendos pasajes: ingeniosos y llenos de humor.

Que luego bastan para llevarte a y por su senda boscosa.

Y de allí a la casa de Caperucita. Al goce total de la lectura.

Empecé la obra de este autor leyendo su última novela, Alta tensión (Live wire, en el original, ambas de este año 2011 que se acaba), en castellano.

Y tengo que confesar, aunque con cierto prurito, que me he quedado como un adicto pegado -literalmente- a su letra.

De la biblioteca de Pulheim, la ‘ciudad’ más cercana a este pueblucho semirrural de los arrabales de Colonia, desde el que se puede ver a veinte kilómetros las dos cúspides del Dom, me he traído todos los títulos disponibles de Coben.

Y ahora me encuentro leyendo uno tras otro, como si no existiera nada más importante en la vida.

¿Cómo lo hace?

Veinte novelas en quince años.

Un Premio Edgar, un Shamus, un Anthony (el primer escritor en recibir esos tres galardones) y el RBA (España) del año pasado son solo parte de su currículo.

Sus novelas están pla-ga-das de excelentes diálogos, anécdotas y detalles interesantísimos.

Sus temas y sus registros son variados. Con Coben se aprende en más de un sentido. (Sus retratos sociológicos me han provocado envidia.)

¿Cómo lo hace?

Un novelista es -opino- uno de los creadores más completos.

Es una fábrica de ideas, para empezar.

Es un buen contador de historias.

Es un buen tramador de ellas.

(Es trivial decirlo, pero no basta con contar bien una historia. También tiene que ser esta interesante; tener enjundia, clase, profundidad, valor, trascendencia.) (Hablo de cierta legión, claro.)

Un buen novelista tiene que ser un entretenedor permanente e incansable.

Saber venderse en cada frase u oración, en los diálogos, en las descripciones ambientales, geográficas, climáticas y psicológicas. En la forma de ir preparando a su lector para la ‘lucha’.

El ser humano es un misterio.

Y Coben se vuelca a demostrarlo en la forma cómo va rastreando y reptando en/con su historia, para darte luego en plena nuca con lo que te cuenta. (Y te quedas fascinado con el golpe y quieres más.)

Un buen novelista tiene que ser también un buen caricaturista, aparte de retratista.

Y eso a lo largo de horas, días o semanas.

Lo que dure (o te haga durar el autor) la lectura.

Las obras de los mejores autores nos duran toda la vida.

¿Lo ha dicho ya alguien?

Lo siento. No es calco ni copia.

Las obras de los grandes autores nos acompañan por y toda la vida, pasan a formar parte de nuestro bagaje terrenal. (Soy ateo, por si acaso.)

A los buenos libros regresamos como a un oasis y territorio del saber, placer y paz espiritual; como a una fuente de aprendizaje y exploración; y de desconcierto, también, ¿por qué no?

¿Cómo hace Harlan Coben para conseguir cumplir con casi todos estos requisitos?

La industria editorial usamericana.

Me atrevo a responder.

Detrás de su trabajo tiene que haber un pequeño ejército de colaboradores: gente con ideas y propuestas; correctores de estilo, de argumento y de trama; críticos meticulosos y chic@s para todo.

(A pesar de no haber publicado ninguna novela, llevo escritas en cinco años cuatro y estoy terminando la quinta, que ya pasó las mil páginas. Sé, por lo tanto y por lo menos, del esfuerzo, la concentración, la imaginería y el sudor necesarios para que, si no en cada frase, por lo menos en cada página haya suficiente material presentable, agradable e interesante para el lector. Sé lo que cuesta armar todo eso en una historia de varios cientos de páginas. De la desesperación por no encontrar el camino ‘correcto’, también.)

La larga lista de agradecimientos al final de cada una de las novelas de Coben parecen confirmar mi aserto.

En Alta tensión, por ejemplo, se lee en la sección final correspondiente lo siguiente, transcribo textualmente:

«Ésta es la parte donde le doy gracias a la pandilla, y menuda pandilla. En orden alfabético:»

Y sigue una docena de nombres.

De las cinco novelas de Coben que he leído (Alta tensión, La promesa, Golpe de efecto, No se lo digas a nadie y El inocente), a pesar de todos los altibajos, difícilmente puedo encontrar alguna verdaderamente decepcionante.

Personalmente, me han gustado más las de la serie con Myron Bolitar como protagonista. Sobre todo por los excelentes, inteligentes y en parte hilarantes diálogos.

Con todo, a una más que otra, acaso, cuesta pescarle la onda inicial.

Pero, una vez dentro -ya preso de la trama-, difícilmente reclamarás -lector@- tu dinero al final de la función.

Es algo que pueden muy pocos novelistas en el negocio actual.

(Es un negocio, sí, germans and ladies, el circo editorial.)

¿Es un delito presentar tras un solo nombre a todo un equipo de trabajo?

Por supuesto que no.

(Dumas llegó a reconocer con orgullo la colaboración de varios autores, entre ellos Auguste Maquet.)

Ahora, el problema con estos productos industriales es que generalmente se les ve el calzón.

O, para decirlo con otra imagen, a las novelas de Coben se les ve el fondo del sombrero, las cartas escondidas en la manga del mago.

El armador Coben se encarga de concertar y juntar entre sí las varias piezas de las que se componen sus artefactos (definición de la Academia para ‘armar‘), pero cojea allí, aunque no siempre y no mucho, donde difícilmente lo pueden ayudar sus colaboradores.

En la urdimbre final y sumaria.

La trama de sus novelas es excesivamente enrevesada, a veces: artificios demasiado artificiales.

Como solo si a golpe de repetir sus tramas, decantarlas, volverlas a mezclar y servirlas, el autor pudiera terminar de convencerse a sí mismo -y con él al lector- de la verosimilitud y plausibilidad de sus planteamientos y escenarios.

También cojea Coben en ciertos tics, que no tienen por qué ser necesariamente despreciables.

(Hay errores banales también: Myron Bolitar es un tipo atlético y en forma, capaz de luchar cuerpo a cuerpo contra bribones invencibles, correr y soportar esfuerzos físicos, pero casi nunca está entrenando o ejercitándose.) (Justo ahora recuerdo también una curiosidad en 2666, la novela que Roberto Bolaño ordenó publicar en partes justo antes de su muerte. Uno de los personajes decide traducir por su cuenta a un tal Archimboldi -misterioso escritor alemán- y una editorial parisina acepta publicar en 1984 la traducción. Así, sin más. Sin haber consultado ni informado al autor de la traducción ni la publicación. Y no estoy pensando necesariamente en unas posibles míseras regalías.)

El claro carácter de historieta -el llamado cómic-, especial y patentemente en la serie con Bolitar como protagonista, es un ejemplo de esos tics que menciono.

Por suerte, el genio, la prosa bien ventilada y ágil de Coben permiten soportarlo.

(Y Myron tiene, incluso, su sidekick.)

(Su Sancho Panza/Watson/Kato/Robin es Win, un aristócrata más interesado en las aventuras adrenalínicas -hasta llegar al asesinato, justiciero, se entiende- y las artes marciales que en las veleidades inherentes al exceso de dinero.)

(Invierte los términos en este caso: porque la figura principal es la cómica, no el sidekick, el compañero o ‘amigo idiota’.)

Curiosamente (?), Harlan Coben también sabe despertar al niño que llevamos dentro:

A ese ser amante de aventuras posibles e imposibles, de soluciones siempre favorables al/para el ‘héroe’ aunque sean intrincadas; a ese rapaz ávido del vértigo de las historias que se mueven al borde de varios abismos paralelos.

Como habrán notado, he leído en alemán parte de las novelas mencionadas.

Y Unterhaltungsliteratur se llama, precisamente, en el idioma de este país, este tipo de obras:

Literatura de entretenimiento.

Escritas por el mismo Harlan Coben o no (quiero decir: solo o con la ayuda de su pequeño ejército de colaboradores):

Cuando el mago (y director del circo en uno) sabe contar/presentar su historia, no te importan las etiquetas, la tramoya ni los tramoyistas.

Ni de qué pie cojea el autor.

Te lo crees todo o casi todo.

Saboréenlas con calma, no se apuren por llegar al final. No todo es oro, pero hay pan para morder.

Personalmente, me estoy divirtiendo -como pocas veces- con las novelas de este novelista.

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HjorgeV 26-11-2011

«TIEMPOS DE ESCASEZ» (Engendro)

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Tenía trece o catorce.

Por lo menos la edad que le permite a

tu tía más querida confiarte un dinero para

entregárselo a un extraño.

Había escasez de leche en Lima.

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(Leche fresca era un bien que ya apenas se veía.

Aún recuerdo los envases de vidrio -con cierre de aluminio

azul, verde o rojo- de leche recién embotellada

que el lechero dejaba en las puertas y entradas y

que nadie se atrevía siquiera a trastocar.)

En esos días teníamos que contentarnos con leche enlatada.

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El estafador me llevó a la entrada de un edificio

y me dijo que esperara.

Sujeté con fuerza los billetes en mi mano y me

dediqué a contemplar el tráfago de gente por la avenida.

Ya me las arreglaría para transportar yo solo las dos

cajas de leche «Gloria» hasta la casa de mi tía.

.

A los dos minutos escuché un silbido y desde

un balcón del segundo piso una mujer con ruleros

me saludó con la mano en alto.

Le respondí el saludo a los dos, también con la

mano en alto, contento y aliviado.

.

El estafador bajó por el dinero y me dijo que

solo me quedaba esperar a la mujer.

«Se llama Gloria, como la marca», agregó, con

una sonrisa especialmente chueca.

Y se despidió anunciando, mientras se alejaba, que no

dudáramos en contactarlo cuando se

nos hubiera terminado la «merca».

.

Media hora después no pude soportar más la

incertidumbre y subí a buscar a la mujer

o la leche.

.

Cuando me abrió se sorprendió de verme.

Apenas llevaba una bata muy corta y los ruleros

habían dado ahora paso a una ensalada

de cables sobre su cabeza.

Era guapa y no pude entender ese esfuerzo

por estropear su aspecto.

«¿Tú no eres el muchachito que va

a traernos la leche en estos días?»,

me preguntó.

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Bajé con pena, rabia y vergüenza y

no lloré porque llorar no estaba en esos

tiempos en el Gran

Libro Adolescente.

.

Gran detective, descubrí que el edificio en

cuestión tenía dos accesos.

Atravesé masticando aire una y otra vez el pasaje y

comprendí que nunca más vería el dinero de mi tía.

.

De haberlo sabido entonces, habría pensado:

.

«Mira, es como con los grandes políticos

profesionales. Te prometen todo. Encima, te

hacen esperar. Y cuando se te

ocurre reclamar tu dinero te encuentras

con que conocen todos los escapes.»

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HjorgeV 21-11-2011

GYÖRGY LIGETI: REQUIEM (KYRIE)

Había nacido y crecido con el siglo y con el cine, la radio y la televisión.

Con los medios de comunicación que alguna vez se convertirán acaso en un único objeto: supremo y todopoderoso.

(Una especie de celular capaz de servir para todo, incluso para proyectar películas y teleconferencias en el aire y que solo nosotros -los titulares del aparatito- podremos ver.)

Este músico, compositor y teórico de la música, húngaro de origen judío, llegó a la madurez profesional cuando el cine de gran formato y en tecnicolor era el no va más de las artes audiovisuales.

Cuando asistir al cinema era lo más parecido a una verdadera apoteosis.

Su música tenía de plañidos de otros mundos y desconocidas dimensiones.

(¿Tienen sus auriculares a la mano?)

.

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Considerada decadente su música por las autoridades húngaras (celosas guardianas de la estética del realismo socialista gobernante), decidió abandonar su país en 1956.

En Viena adquirió poco después la ciudadanía austríaca y luego, habiendo oído de los vanguardistas alemanes, se instaló en Colonia.

En el estudio de música electrónica de la WDR trabajó junto a Karlheinz Stockhausen y Michael Gottfried Koenig, los grandes pioneros de la música electrónica.

Filósofo y teórico pensador de la música, eterno experimentador y propulsor de la evolución de las formas musicales, apenas dejó un par de obras en ese género.

Se concentró más bien en la música instrumental y vocal, consiguiendo texturas que reflejan sus ensayos sonoros en la música electrónica.

El cineasta Stanley Kubrick se sirvió de su obra para la banda sonora de su película 2001: Una odisea del espacio.

György Sándor Ligeti (Rumanía, 1923 – Viena, 2006), pronunciado Lígueti, le entabló entonces un juicio por haberlo hecho sin su autorización.

¿El monto de la demanda?

Un (1) dólar.

El éxito extraordinario de la película futurista de Kubrick le reportó, de una manera paradójica e involuntaria, harta fama y reconocimiento mundial.

Kubrick volvió a utilizar su música en El resplandor (1980) y en Eyes Wide Shut, su obra póstuma de 1999.

Se dice que Ligeti se desprendió de la armonía, la melodía y el ritmo para concentrarse exclusivamente en el timbre de los sonidos.

Inventó el término micropolifonía para su propia técnica compositiva.

A partir de los años setenta su interés dio otro giro y comenzó a explorar las posibilidades rítmicas de la música africana, concretamente la de los pigmeos.

Considerado uno de los grandes compositores del siglo XX, dejó una obra atrevida y diversa.

Este gran discípulo de Béla Bartók, también políglota brillante y compulsivo, cerró el telón de este mundo de sonidos mayormente inconexos después de vivir y enseñar largos períodos en Berlín, California y Hamburgo.

Falleció en Viena, ciudad que conocía y había elegido para pasar sus últimos años, un 12 de junio de hace cinco años.

He escuchado el Kyrie del Réquiem (en latín ‘descanso’) de Ligeti, como un niño en el centro de una iglesia abandonada y vacía.

Con el viento colándose por los resquicios de puertas y ventanas destrozadas.

Convencido de que son los muertos los que se quejan desde un inexistente más allá. Incapaz de comprender su idioma.

Pero también incapaz de dejar de escucharlos.

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HjorgeV 17-11-2011

«NATURALEZA TUERTA» (Engendro)

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Despierto encima de un gato

dormitando en un vagón desconocido

soñando con una oruga de colores

que vigila el día sobre el vuelo

de una mosca

.

A lo lejos el horizonte se desplaza raudo como

un comprador que acaba de notar que ha olvidado

su dinero

.

Mis días vagabundos son

piezas sin sentido de un

laberinto pariente

de un rompecabezas

del que su creador

perdió al inicio varias

piezas para siempre

.:

La única certeza es el tiempo

y su paso irremisible:

su huella indeleble sobre

la materia (polvo

éramos)

.

La mitad de mis compañeros

no había llegado

de su paseo por los Alpes

y los demás seguían enfermos

Decidí saltar al primer vagón que

pasara

.

A mi lado un vagabundo de verdad

delira:

«¿Hablar del amor en un estadio de fútbol?

Hay quien ha asistido y no para ver el partido, vea usted.»

.

Atónito como un grupo de niños frente

a una gran ballena muerta

en la playa

a la primera oportunidad salto del

tren y

ruedo, ruedo, ruedo

y finalmente termino extenuado y

sucio sobre la hierba

.

Ahora soy un pescador de paisajes

en posición decúbito supino

un explorador de vados cristalinos

de la mente

y profundidades insondables

aéreas

.

Soy un desecho más del día

esperando que el cielo se atreva

a aplastarlo

como un gusano sobre

la hierba

.

HjorgeV 14-11-2011

CALLE 13: «LATINOAMÉRICA»

Latinoamérica, una tierra sin piernas, pero que camina.

Qué atónito me he quedado ante el apabullante contraste de Calle 13:

Tatuajes, aretería (piercing o pirsin), decoración ultramoderna y nuevas tecnologías y tendencias musicales al lado de mensajes revolucionarios, dinosaurios como Inti Illimani.

De sarcasmo contestatario, esperanza, orgullo regionalista, ecologismo, denuncia y crítica social.

Todo arropado por una música que -acaso me equivoco- apenas un par de décadas atrás no hubiera sido reconocida en serio como tal.

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Su lema podría resumirse así:

«La educación es nuestro nuevo fusil».

René Residente Pérez y Eduardo Visitante Cabra, hemanastros portorros y un dúo verdaderamente trabajador, progresista y humilde como pocos, acaban de ganar nueve de los diez Grammy Latino a los que optaban.

Marca absoluta en la historia de estos premios.

(Leo que en la ceremonia de entrega de estos gramófonos dorados, Cristian Castro homenajeó a su compatriota José José cantando El triste.)

(Me quedo con la versión del desaparecido Festival de la OTI, originalmente Gran Premio de la Canción Iberoamericana.) (Eso se llama apoteosis.)

La Coca Cola les ofreció en una ocasión a estos boricuas (que vivían en la calle -ya lo han adivinado- 13 de El Conquistador, un barrio de la zona conurbada al sur de San Juan) grabar un comercial.

Y ellos le respondieron que sí, siempre y cuando se les permitiera escribir el guión.

Debe haber sido la negativa más sarcástica recibida en toda la historia de la conocida multinacional.

Qué paradojas tan modernas.

Alimentarse física y espiritualmente de criticar al ‘núcleo’ del sistema y arrasar luego con sus premios.

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.. HjorgeV 11-11-2011

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ROBERT GLASPER: «ENO’S MEDITATION»

Debo decir que la dedicatoria inicial (al presidente de su país) estuvo a punto de aguarme la audición.

Pero Glasper no necesita de mucho (tiempo) para convencerte de acompañarlo en su vuelo a otro (su) mundo.

Uno de los tantos que crea en cada interpretación.

¿Saben qué?

Me fascinan los artistas y los músicos, especialmente, que parecen minimalistas.

Aquellos que te hacen creer que su arte está al alcance de cualquiera.

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Y no por alguna desmedida ambición personal, por favor (¿qué más diera, en realidad?), sino por la proximidad real (a su/s mundo/s) que te prodigan. (Dejaré esta vez las posibiladades escapistas de lado.)

¿Qué extraterrestre te llevaría a su planeta así porque sí de paseo?

Glasper no es solo un músico fantástico y genial.

Es un filósofo de la música, del jazz y de las tendencias modernas.

Habituado a hacer aleaciones del jazz con el hip-hop, también es un crítico social:

«Pueden recortar todos los fondos que se quiera, nunca podrán suprimir la razón por la que necesitamos cultura», ha dicho alguna vez.

¿Tienen sus auriculares y el cinturón de seguridad a la mano?

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HjorgeV 09-11-2011

«ÚNICO ESPECTADOR» (Engendro)

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Mi hijo fue el único

en asistir al entrenamiento.

Se alegró de ser el único puntual

y fiel a su equipo en las

épocas de las vacas flacas.

Y yo, de ser el único espectador

y animador presente.

Qué lujo.

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La mitad del viaje de regreso hablamos

de sus cosas, de sus goles y de

sus pases y ya no me atreví a

contarle que acababa de perder

el trabajo.

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HjorgeV 07-11-2011

«JOSÉ SE LLAMABA EL PADRE, JOSEFA LA MADRE» (Relatillo)

Eran dos hermanos, hermana y hermano, de una familia establecida y completa, que no sabían que tenían otros dos hermanos. Estos tampoco sabían de los primeros.

Solo los padres conocían las dos ramas familiares del mismo tronco común.

Llamaremos a los primeros José Hijo y Josefa Hija.

Cuando el negocio de José Padre empezó a decaer seriamente, los inversores y amigos se asustaron y los recaudadores de impuestos optaron por arriesgar la vida de la gallina a cambio de un par rápido de huevos más.

José Padre, desilusionado e indignado con el comportamiento de los recaudadores, del banco y de los antiguos amigos y colegas, decidió abandonarse.

Se desentendería del negocio y dejaría que al final el banco le quitase, de ser necesario, la empresa.

El trabajo de toda una vida. Su otro vástago.

Lo que no pensaba era seguir trabajando bajo leoninas y crueles condiciones para un banco que cuando salía el sol le ofrecía paraguas a buen precio, pero que cuando llovía no tenía ningún empacho en dejar que se ahogara su cliente.

Antes de llevar a cabo su plan de abandono (al diablo con lo que pudieran pensar los amigos, vecinos y familiares, era su vida y sabía que, por más que había sido un hombre poderoso, sus necesidades vitales -comer, beber, asearse, pasear, leer, dormir bajo un techo- no habían cambiado ni aumentado con el tiempo y el futuro de sus hijos ya estaba asegurado) decidió revisar su decisión por si alguno de sus empleados pudiera quedar muy mal parado con su decisión.

Se dio con la sorpresa de que ninguno de sus empleados la pasaría mal, pero, en cambio, su familia sí corría el riesgo de perder hasta la casa en la que vivían.

Decidió repensar su decisión.

Ofreció su negocio en venta.

Atentos a los vaivenes del mercado y las vicisitudes de la empresa de José Padre, los comerciantes le ofrecieron migajas.

José se dijo que lo único que le quedaba era seguir sosteniendo el negocio, por lo menos hasta que se hubieran pagado las deudas. Lo malo era que él ya no se sentía con las fuerzas para emprender tal tarea.

José habló con su hija mayor y le explicó la situación. Josefa Hija lo sentía mucho, pero no sabría qué hacer con algo así. Su interés principal estaba en formar una bonita familia y no en tener que preocuparse por una empresa de la que, además, nada entendía.

-Por lo menos he cumplido en preguntártelo a ti primero por ser la mayor-le dijo su padre.

Luego llamó a su hijo y le explicó lo mismo.

José Hijo se imaginó empezando desde cero en un ramo por el que nunca antes había mostrado el menor interés.

Se imaginó abandonando su vida actual y no pudo soportar la idea.

Su carrera marchaba sobre ruedas. Perder algunas propiedades que ni siquiera aún le pertenecían, no era nada que le pudiera quitar el sueño por ahora.

Antes de comunicárselo a sus padre, se imaginó dejándolo solo con sus problemas. Se lo imaginó derrotado.

Finalmente, pensó en su madre. Ella también tendría mucho que perder en caso de que el negocio paterno se fuera al carajo.

Habló con su padre y este le confirmó que, efectivamente, también estaba en juego el techo sobre la cabeza de su madre.

José Hijo habló con sus superiores y se tomó dos años sabáticos.

Por lo menos lo podría intentar, se dijo.

Para empezar, se encontró con que el negocio necesitaba una inyección urgente de capital.

Rogó al banco de su padre y a otros más.

Rogó a sus antiguos amigos e inversores.

Trató de ganarse a nuevos posibles inversores.

Inútil.

Ya metido de lleno en el negocio y entendiendo que, al parecer, solo se había subido al barco para conducirlo hasta su zozobra, se propuso replantearse el negocio.

No tenía nada que perder.

A lo más, dos años de su vida profesional.

En todo caso -le había prometido a sus jefes- se esforzaría por ganar en experiencia.

Se centró de lleno en entender el mercado en el que estaba envuelto el negocio de su padre.

El producto que vendía había empezado a exportarse y, lo que había parecido algo positivo al comienzo, se había revertido luego en una lucha a palo ciego entre los antiguos y los nuevos exportadores.

José Hijo se hizo una pregunta crucial.

¿Podían dividirse el mercado entre los actores actuales?

¿Y seguiría creciendo ese mercado?

¿O era un mercado que languidecía y la lucha era literalmente de vida o muerte entre los competidores?

El mercado crecía, comprobó.

Pero, con él, también los competidores, su número y su avidez.

Había que competir y poner los codos. De eso no cabía duda.

Se dedicó a estudiar.

Llegó a una conclusión y a una salida.

En realidad, había dado una especie de vuelta a la manzana sin moverse de la zona, porque la solución pasaba por conseguir una inyección de capital.

Desesperado, empezó a revisar los papeles de su padre. Descubrió de casualidad que tenía dos hermanos que no conocía.

Decidió consultar a sus dos parientes cercanos desconocidos en busca de ayuda.

Los dos se habían separado desde niños, habían crecido en familias diferentes y apenas tenían contacto.

El mayor era un empresario exitoso que manifestó su deseo inexorable de no verse envuelto en problemas ajenos. Suficiente tenía con su gran empresa.

El otro -lo llamaremos Joselito- era un tipo que seguía en la universidad a pesar de sus años.

Joselito escuchó con atención la historia y los argumentos de su hermano desconocido hasta ese momento y decidió aportar todos sus ahorros para salvar la empresa del padre que solo había visto de bebé.

José Hijo tomó los diez mil ofrecidos y descubrió una forma de hacerse paso en el mercado. Luchó duro, durmió poco, cayó varias veces y se levantó. No dudó en recurrir a ligeras y no tan ligeras trampas para evitar que se hundiera su empresa y con ella toda la familia. Lo consiguió. Se hizo rico y famoso.

El medio hermano empresario llegó a contactarlo para felicitarlo y ofrecerle una unión comercial.

José Hijo no era rencoroso y se limitó a negarse cortésmente.

Joselito descubrió que la fórmula utilizada por José Hijo ya había sido usada por su padre, pero sin éxito.

José Hijo le dijo, algo irritado, que las fórmulas económicas no eran algo fijo, que siempre dependían del momento, de la coyuntura. Lo que hoy salvaba a un país, mañana podía hundirlo.

El tiempo pasó. La empresa de José Hijo se convirtió en una multinacional.

Joselito decidió abandonar sus estudios nunca terminados y reclamar su dinero. Ya no le importaba que sus politizados compañeros se burlaran de que podía vivir de sus ahorros. (Entre sus amigos había algunos perroflautas.)

José Hijo le dijo que no habría ningún problema en devolverle su dinero.

Calculó los años que habían pasado y dobló los intereses. Consultó su apretado calendario y señaló un día del mes próximo para reunirse.

El día acordado llegó y Joselito reclamó más que su dinero: ahora quería una parte de las ganancias de la empresa.

-Me contento con la tercera parte de las ganancias.

-Joselito -le dijo José Hijo-, sin mi trabajo de todos estos años y sin mis ideas tu dinero se habría perdido.

-Pero sin mi dinero no habrías podido tener ni ideas ni nada. Quedamos en que no te quedaba otra salida que mi ayuda y yo te la di. ¿Ya no lo recuerdas?

José Hijo decidió ser sincero. No le interesaba, en realidad, en exceso el dinero, pero las pretensiones de su medio hermano le parecían simplemente absurdas.

-Es cierto. Pero nunca hablamos de que por esa participación te correspondería la tercera parte de las ganancias.

-Es cierto -contraatacó Joselito-. Pero tampoco hablamos de que por esa participación no me correspondería la tercera parte de las ganancias. Tómate tu tiempo y piénsatelo. No quiero ningún pago retroactivo. Solo quiero a partir de ahora, esa tercera parte.

-Tenemos inversores, accionistas y socios. No puedo decidirlo yo solo.

-Sin mi dinero de ayuda no los hubieras tenido ni ellos a la empresa. No quiero ningún cobro retroactivo. Solo deseo que te lo pienses. Habla con ellos.

José Hijo aceptó la propuesta confundido, molesto y frustrado.

Tenía que comunicárselo al consejo directivo de la empresa y así lo hizo.

-Usted nunca le prometió ninguna ganancia ni verbalmente ni por escrito -dijo el presidente del consejo, con absoluta tranquilidad. Gracias a él, la empresa había empezado a cotizar en la bolsa y se preparaba el siguiente paso: convertirse en una empresa con intereses y movimientos financieros globales, sin abandonar el ramo inicial de José Padre-. En verdad no existe ningún problema, entonces.

José Hijo asintió.

-Pero ese no es el punto, ¿no es cierto? -apuntó el abogado de la empresa.

-Así es -le confirmó José Hijo-. Mi único problema es el monto que pide mi medio hermano. Ni siquiera tendría mayor problema en desprenderme de mis ganancias futuras. Ustedes saben bien que tengo suficiente para vivir varios siglos a cuerpo de rey.

José Hijo no se había atrevido a decirle al consejo directivo cuál era la verdadera petición de su hermano. Había temido que ni siquiera lo tomaran en serio.

Les explicó de forma sucinta las razones y argumentos de su medio hermano.

Todos, sin excepción, rieron.

Su risa le pareció a José Hijo tan insoportable como la petición de Joselito.

-¿Qué hacemos? -lo salvó el abogado.

-¿Para qué desea ese señor tanto dinero? -preguntó el vicepresidente del consejo-. Tengo entendido que su hermano jamás en su vida ha tenido pertenencias importantes. Si la información que he recibido es correcta, se ha pasado media vida en viviendas para estudiantes. Me han dicho, incluso, que ha sido perroflauta e indignado.

-Le ofreceremos una suma que no podrá despreciar ni en sus sueños -propuso otro miembro.

-Ojalá no sea necesario sacar de la circulación a ese sujeto -dijo otro.

José Hijo sabía aquello de que detrás de cada gran fortuna había un gran crimen y detestaba los crímenes.

-Por favor -fue todo lo que dijo.

José Hijo se encargó de darle a conocer a su medio hermano el acuerdo del consejo directivo de la empresa.

Joselito le dijo que solo aceptaría lo que le parecía justo. Además, había esperado bastante tiempo por sus ganancias.

-No las había olvidado -trató de disculparse José Hijo.

Trató de explicarle que la empresa estaba constituida de tal forma que, aunque lo quisiera, él ya no podía decidir qué sucedía con las ganancias.

-Ese no es mi problema -le dijo su medio hermano-. Yo cumplí con la parte de mi trato y ahora espero que tú cumplas con la tuya.

Se despidieron sin llegar a ningún acuerdo.

José Padre se enteró del asunto.

Tras una fuerte discusión con José Hijo sufrió un infarto y quedó grave. José Padre falleció poco después, amargado por las rencillas entre sus hijos a pesar de la prosperidad de su empresa.

Josefa, la viuda, se negaba a invitar a Joselito y a su otro hermano (el otro exitoso empresario) al entierro.

-Si quieren quitarte las ganancias actuales -le decía a su hijo José-, ¿cómo crees que reaccionarán cuando sepan que la empresa le pertenecía nominalmente a tu padre? ¡Los dos querrán su parte de la herencia!

-Son sus hijos, después de todo -dijo Josefa Hija, la hermana, con su segunda hija en los brazos.

-José solo los procreó -espetó la viuda-. Nunca vivió con ellos.

-Pero cuando los necesitó, ellos acudieron en su ayuda -arguyó José Hijo, quien se consideraba una persona ética a pesar de todo lo que había hecho para salvar el pellejo del negocio paterno, algo a lo que ahora ya no necesitaba recurrir.

-Eso no les da ningún derecho a heredarlo -insistió Josefa Madre.

José Hijo y Josefa Hija decidieron invitar al velorio y al entierro a sus medios hermanos, oponiéndose al deseo de su madre. Pasara lo que pasara con sus asuntos financieros, ellos no podían escapar a esa responsabilidad como hermanos de los dos, decidieron.

Joselito puso una sola condición para asistir al sepelio.

Sería su última palabra.

Que le devolvieran sus diez mil invertidos (renunciaba a los intereses y réditos), acompañados de un documento en el que José Hijo declaraba solemnemente que allí acababan sus obligaciones monetarias con su medio hermano y que se comprometía a dejarlo en paz para siempre.

De aceptar la propuesta, Joselito asistiría al velorio y al entierro y después no volverían a saber más de él.

José Hijo se negó a aceptar la propuesta por parecerle indigna y totalmente injusta con su persona.

Y luego no supo nunca nada más de Joselito.

Trató de consolarse el resto de sus días con que tal vez así, por aquello de las grandes fortunas y grandes crímenes, se había salvado una vida humana muy cercana a la suya.

Pero tampoco fue feliz por más que comió mucha perdiz.

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   HjorgeV 04-11-2011