Golpe de efecto (1996) es una novela que se lee de un tirón, a pesar de su inicio enrevesado y -a mi modo de ver las cosas- innecesariamente sutil.
¿A quién diablos le importan o le pueden gustar los juegos de adivinanza sobre detalles meticulosos sobre Batman, concretamente sobre la serie de televisión homónima?
Pues, bien, así empieza esta segunda novela de la serie con Myron Bolitar como protagonista, del escritor usamericano Harlan Coben.
Estuve a punto de tirar el libro (la toalla), no necesariamente por esos pasajes iniciales de erudición batmiana.
Salvo las novelas negras donde la violencia es gratuita o la historia se desarrolla solo según su capacidad adrenalínica, no le hago ascos a ningún tema a condición de que el escritor sepa utilizar su oficio.
De tenerlo, claro.
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En Golpe de efecto simplemente no encontraba la conexión necesaria; ese enchufe, que, una vez encontrado, te puede unir umbilical y devotamente a un buen libro, a una buena historia.
Casi como en un enamoramiento.
(Muchos autores pierden lectores en las primeras páginas, a pesar del tesoro que tienen para ofrecer después. Otros empiezan brillante y magistralmente y el resto es solo la radiografía de un globo relleno de helio. Supe tener paciencia esta vez.)
Coben tiene la agradable manía de esparcirte, como migajas de pan para marcar el camino, estupendos pasajes: ingeniosos y llenos de humor.
Que luego bastan para llevarte a y por su senda boscosa.
Y de allí a la casa de Caperucita. Al goce total de la lectura.
Empecé la obra de este autor leyendo su última novela, Alta tensión (Live wire, en el original, ambas de este año 2011 que se acaba), en castellano.
Y tengo que confesar, aunque con cierto prurito, que me he quedado como un adicto pegado -literalmente- a su letra.
De la biblioteca de Pulheim, la ‘ciudad’ más cercana a este pueblucho semirrural de los arrabales de Colonia, desde el que se puede ver a veinte kilómetros las dos cúspides del Dom, me he traído todos los títulos disponibles de Coben.
Y ahora me encuentro leyendo uno tras otro, como si no existiera nada más importante en la vida.
Veinte novelas en quince años.
Un Premio Edgar, un Shamus, un Anthony (el primer escritor en recibir esos tres galardones) y el RBA (España) del año pasado son solo parte de su currículo.
Sus novelas están pla-ga-das de excelentes diálogos, anécdotas y detalles interesantísimos.
Sus temas y sus registros son variados. Con Coben se aprende en más de un sentido. (Sus retratos sociológicos me han provocado envidia.)
¿Cómo lo hace?
Un novelista es -opino- uno de los creadores más completos.
Es una fábrica de ideas, para empezar.
Es un buen contador de historias.
Es un buen tramador de ellas.
(Es trivial decirlo, pero no basta con contar bien una historia. También tiene que ser esta interesante; tener enjundia, clase, profundidad, valor, trascendencia.) (Hablo de cierta legión, claro.)
Un buen novelista tiene que ser un entretenedor permanente e incansable.
Saber venderse en cada frase u oración, en los diálogos, en las descripciones ambientales, geográficas, climáticas y psicológicas. En la forma de ir preparando a su lector para la ‘lucha’.
El ser humano es un misterio.
Y Coben se vuelca a demostrarlo en la forma cómo va rastreando y reptando en/con su historia, para darte luego en plena nuca con lo que te cuenta. (Y te quedas fascinado con el golpe y quieres más.)
Un buen novelista tiene que ser también un buen caricaturista, aparte de retratista.
Y eso a lo largo de horas, días o semanas.
Lo que dure (o te haga durar el autor) la lectura.
Las obras de los mejores autores nos duran toda la vida.
¿Lo ha dicho ya alguien?
Lo siento. No es calco ni copia.
Las obras de los grandes autores nos acompañan por y toda la vida, pasan a formar parte de nuestro bagaje terrenal. (Soy ateo, por si acaso.)
A los buenos libros regresamos como a un oasis y territorio del saber, placer y paz espiritual; como a una fuente de aprendizaje y exploración; y de desconcierto, también, ¿por qué no?
¿Cómo hace Harlan Coben para conseguir cumplir con casi todos estos requisitos?
La industria editorial usamericana.
Me atrevo a responder.
Detrás de su trabajo tiene que haber un pequeño ejército de colaboradores: gente con ideas y propuestas; correctores de estilo, de argumento y de trama; críticos meticulosos y chic@s para todo.
(A pesar de no haber publicado ninguna novela, llevo escritas en cinco años cuatro y estoy terminando la quinta, que ya pasó las mil páginas. Sé, por lo tanto y por lo menos, del esfuerzo, la concentración, la imaginería y el sudor necesarios para que, si no en cada frase, por lo menos en cada página haya suficiente material presentable, agradable e interesante para el lector. Sé lo que cuesta armar todo eso en una historia de varios cientos de páginas. De la desesperación por no encontrar el camino ‘correcto’, también.)
La larga lista de agradecimientos al final de cada una de las novelas de Coben parecen confirmar mi aserto.
En Alta tensión, por ejemplo, se lee en la sección final correspondiente lo siguiente, transcribo textualmente:
«Ésta es la parte donde le doy gracias a la pandilla, y menuda pandilla. En orden alfabético:»
Y sigue una docena de nombres.
De las cinco novelas de Coben que he leído (Alta tensión, La promesa, Golpe de efecto, No se lo digas a nadie y El inocente), a pesar de todos los altibajos, difícilmente puedo encontrar alguna verdaderamente decepcionante.
Personalmente, me han gustado más las de la serie con Myron Bolitar como protagonista. Sobre todo por los excelentes, inteligentes y en parte hilarantes diálogos.
Con todo, a una más que otra, acaso, cuesta pescarle la onda inicial.
Pero, una vez dentro -ya preso de la trama-, difícilmente reclamarás -lector@- tu dinero al final de la función.
Es algo que pueden muy pocos novelistas en el negocio actual.
(Es un negocio, sí, germans and ladies, el circo editorial.)
¿Es un delito presentar tras un solo nombre a todo un equipo de trabajo?
Por supuesto que no.
(Dumas llegó a reconocer con orgullo la colaboración de varios autores, entre ellos Auguste Maquet.)
Ahora, el problema con estos productos industriales es que generalmente se les ve el calzón.
O, para decirlo con otra imagen, a las novelas de Coben se les ve el fondo del sombrero, las cartas escondidas en la manga del mago.
El armador Coben se encarga de concertar y juntar entre sí las varias piezas de las que se componen sus artefactos (definición de la Academia para ‘armar‘), pero cojea allí, aunque no siempre y no mucho, donde difícilmente lo pueden ayudar sus colaboradores.
En la urdimbre final y sumaria.
La trama de sus novelas es excesivamente enrevesada, a veces: artificios demasiado artificiales.
Como solo si a golpe de repetir sus tramas, decantarlas, volverlas a mezclar y servirlas, el autor pudiera terminar de convencerse a sí mismo -y con él al lector- de la verosimilitud y plausibilidad de sus planteamientos y escenarios.
También cojea Coben en ciertos tics, que no tienen por qué ser necesariamente despreciables.
(Hay errores banales también: Myron Bolitar es un tipo atlético y en forma, capaz de luchar cuerpo a cuerpo contra bribones invencibles, correr y soportar esfuerzos físicos, pero casi nunca está entrenando o ejercitándose.) (Justo ahora recuerdo también una curiosidad en 2666, la novela que Roberto Bolaño ordenó publicar en partes justo antes de su muerte. Uno de los personajes decide traducir por su cuenta a un tal Archimboldi -misterioso escritor alemán- y una editorial parisina acepta publicar en 1984 la traducción. Así, sin más. Sin haber consultado ni informado al autor de la traducción ni la publicación. Y no estoy pensando necesariamente en unas posibles míseras regalías.)
El claro carácter de historieta -el llamado cómic-, especial y patentemente en la serie con Bolitar como protagonista, es un ejemplo de esos tics que menciono.
Por suerte, el genio, la prosa bien ventilada y ágil de Coben permiten soportarlo.
(Y Myron tiene, incluso, su sidekick.)
(Su Sancho Panza/Watson/Kato/Robin es Win, un aristócrata más interesado en las aventuras adrenalínicas -hasta llegar al asesinato, justiciero, se entiende- y las artes marciales que en las veleidades inherentes al exceso de dinero.)
(Invierte los términos en este caso: porque la figura principal es la cómica, no el sidekick, el compañero o ‘amigo idiota’.)
Curiosamente (?), Harlan Coben también sabe despertar al niño que llevamos dentro:
A ese ser amante de aventuras posibles e imposibles, de soluciones siempre favorables al/para el ‘héroe’ aunque sean intrincadas; a ese rapaz ávido del vértigo de las historias que se mueven al borde de varios abismos paralelos.
Como habrán notado, he leído en alemán parte de las novelas mencionadas.
Y Unterhaltungsliteratur se llama, precisamente, en el idioma de este país, este tipo de obras:
Literatura de entretenimiento.
Escritas por el mismo Harlan Coben o no (quiero decir: solo o con la ayuda de su pequeño ejército de colaboradores):
Cuando el mago (y director del circo en uno) sabe contar/presentar su historia, no te importan las etiquetas, la tramoya ni los tramoyistas.
Ni de qué pie cojea el autor.
Te lo crees todo o casi todo.
Saboréenlas con calma, no se apuren por llegar al final. No todo es oro, pero hay pan para morder.
Personalmente, me estoy divirtiendo -como pocas veces- con las novelas de este novelista.
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… HjorgeV 26-11-2011