DURA VANA PIEDRA (Engendro)

 

Pensar la vida como una

Dura piedra

vana:

conjura metódica

pasto del dolor

Represor

u

Pensar a la verdad como una

lanza clavándose

en tus ojos

Cuando deberían

recibir

solo la luz

No las serpientes

uéu

Cometiste el mismo error

de las Grandes Naciones

decadentes:

confundir el brillo con el oro

y el oro con la riqueza,

el grito con el dolor,

un abrazo con la intimidad,

la televisión con

la civilización

y un

beso con uno de esos medios

sentimientos

que se regalan cuando

hace frío

y en este país lo

hace

Y mucho

Pensar el dolor como una

autovenganza de tu cuerpo

Pensar la verdad como

una mentira arrepentida

en la soledad

Pensar que piensas

todo lo pensado

y que el pensar

no existe y

solo es un juego

de tu propio

Pensamiento

uéué

Pensar que ya has partido:

y que por eso

has dejado de interesarle

A la lágrima

que cae en este preciso

instante mientras

Te pienso

...HjorgeV 28-11-2010

MARILYN MONROE: FELIZ CUMPLEAÑOS, SR. PRESIDENTE

Se burlaban de ella y ella misma lo sabía.

Pero se había comprometido a cantar la canción de cumpleaños al señor presidente, o sea, al hermano de su amante y que había sido su amante también –Jack Kennedy– y no podía fallarle.

El lugar era nada menos que el Madison Square Garden de Nueva York y había más de 15.000 personas presentes.

El presentador –Peter Lawford, ex actor, cuñado de los Kennedy, gran amigo de Sinatra y miembro de la Pandilla de Ratas– la ha anunciado varias veces en el transcurso de la velada.

Pero ella no ha aparecido y el ex actor ya ha hecho de ello toda una parodia sobre las famosas tardanzas y ausencias de Marilyn en los sets de filmación.

Esta vez Lawford piensa que ella sí va a aparecer y se voltea para recibirla.

Pero ella no aparece.

Se escucha de pronto un golpe en la tarima del escenario, disimulado por el llamado de los tambores. Ha tropezado.

El público todavía no sabe que Marilyn lleva un vestido que se lo han tenido que coser sobre el cuerpo para que le quede perfectamente pegado a su piel. Una operación de horas.

El presentador empieza a leer una nueva presentación: el siguiente intento. El público ríe, se mofa.

Tampoco funciona. Ella sigue sin aparecer.

La parodia se ha vuelto una enconada sátira.

Marilyn, la tardona eterna.

Mientras tanto, a pocos metros de donde está el presentador, Marilyn no encuentra realmente la puerta que la debe llevar de los camerinos subterráneos del Madison Square Garden al escenario.

El paje que la debía acompañar la ha abandonado a su suerte creyendo que ella conoce el lugar.

Y está desesperada.

Desde los oscuros pasillos donde se encuentra puede escuchar la voz del presentador, los chistes y la risa del público, pero no la bendita puerta.

Está oscuro.

Lleva encima varias sustancias.

Entre ellas, varias horas de alcohol y pastillas estimulantes. (Curiosamente, apenas existen menciones a la cocaína en su caso, cuando tiene que haber sido una de sus preferidas.)

Hasta que, trastabillando, consigue encontrar la puerta correcta, justo cuando Peter Lawford menos se lo espera.

Marilyn Monroe aparece.

El público enmudece por un instante. Se excita.

Y ella empieza a avanzar a saltitos, porque el vestido que se lo han cosido al cuerpo para que cumpla con su verdadero trabajo (ser despampanante), lo cumple, pero no la deja caminar.

Va desnuda debajo de él, para no echar a perder ninguna curva.

En dos días va a cumplir 36 años y ella sabe que todo es solo una fea broma y que nadie se atreverá a decírselo abiertamente.

Lleva encima un peinado que parece salido de una máquina de hacer algodón dulce para niños.

Sobre su asiento, el presidente agasajado se revuelve y maldice la hora en que a su cuñado se le ocurrió invitarla pensando que todos se divertirían.

Ella es la encarnación de la rompehogares.

Y así está vestida y peinada. La mujer fatal.

Todos pueden notar que no solo está borracha.

El cuñado de Kennedy le da el último puntillazo, presentándola así:

«Mr. President, the late Marilyn Monroe.»

O sea, la impuntual o tardona Marilyn.

Pero sucede que late también significa muerto (‘difunto’) en inglés y ella pesca enseguida el doble sentido de la presentación.

Profesional hasta la muerte, hasta la defunción, ella lo celebra con una sonrisa celestial.

Luego empieza a cantar.

Conoce sus propias debilidades, pero también las del público. Coquetea, debe estar a punto de gritar de la desesperación y el nerviosismo, pero ella es la Monroe y tan fácilmente no puede escapar de su propio papel.

Empieza susurrando, no cantando la canción.

Happy birthday, Mr. President…

Las drogas le permiten entrar a ese mundo de semiensueño, desde el que le dedica su voz a su ex amante y uno de los pocos hombres de sus sueños.

De pronto Marilyn se anima, suelta la cantante que lleva dentro y termina dirigiendo al público para que la acompañe en la estrofa final.

Lo peor ha pasado.

Cuando sobre el escenario aparece Jack, el presidente de EEUU, su ex amante y hermano de su actual amante, Bobby, de quien está embarazada, los organizadores ya han tenido la prudencia de llevársela lejos para no correr ningún riesgo.

Ya les ha hecho a los dos -y a todos sus esposos y amantes- escenas increíbles en lugares increíbles.

Esta vez han tenido especial cuidado, a pesar, de que la primera dama, Jacqueline Kennedy, no se encontraba allí -en el Madison Square Garden- por estar ‘impedida’ oficialmente.

Había tenido que asistir a una exhibición equina.

Justo el día de la celebración del cumpleaños de su esposo.

Claro.

(En realidad, Jackie Kennedy se había negado a asistir a una velada multitudinaria en la que el número más atractivo iba a estar a cargo de la ex amante de su propio esposo.)

Fue una de las últimas presentaciones públicas de Norma Jeane Baker, un producto de Hollywood comercializado bajo el nombre de Marily Monroe.

Peter Lawford no se equivocó al presentarla como late: tardona o muerta.

Tal vez solo se refería a que nadie quería trabajar con ella y la película en la que estaba trabajando corría el riesgo de quebrar, debido a sus tardanzas, sus caprichos y su incapacidad para memorizar y repetir sus partes debido en gran parte a las diversas drogas que tomaba para no dejar de ser la despampanante y divertida Marilyn Monroe.

O tal vez se refería a que ya se había convertido en un riesgo para el presidente, su Partido Demócrata y todo el gobierno de EEUU, porque estaba embarazada de Robert Bobby Kennedy y había amenazado con contarlo todo o suicidarse si él no se casaba con ella.

Como fuera.

Dos meses y pocos días después fue encontrada muerta en su dormitorio.

La ambulancia -nada tardona- que acudió al llamado de Eunice Murray, su mucama, ya llevaba cinco horas esperando fuera.

Oficialmente murió por la ingestión de 40 pastillas de Nembutal, pero en la autopsia no se encontraron restos de barbitúricos en su estómago.

Sus órganos vitales, extraídos para ser sometidos a análisis, desaparecieron.

HjorgeV 28-11-2010

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………. HjorgeV 28-11-2010

SINATRA-JOBIM: LA SOLEDAD FUNDAMENTAL (y II)

Displicencia, dice la Academia, es, en su segunda acepción, ‘Desaliento en la ejecución de una acción, por dudar de su bondad o desconfiar de su éxito’.

Esa es la impresión que siempre había tenido de Jobim al verlo actuar, en las grabaciones que existen y que por lo general fueron hechas para la televisión.

Me lo ha hecho recordar un lector peruano con un video de Aguas de marzo.

Un tema que Jobim compuso en marzo de 1972 cuando se aprestaba a construir su soñada casa en las afueras de Río de Janeiro, en pleno inicio del otoño y del fenómeno de las lluvias que empiezan a caer ese mes en la región.

Lluvias que marcan el final del verano y que arrastran todo tipo de objetos consigo, tal como empieza la canción:

Es madera, es piedra

Es el fin del camino

¡Esa displicencia desconcertante del gran Tom Jobim! Como si no existiera en el mundo nada más allá de la música.

Todo lo demás es secundario.

Tal vez esto explique parte del genio de Tom Jobim, de Antônio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim (Río de Janeiro, 25 de enero de 1927 – Nueva York, 8 de diciembre de 1994)): la música era su prioridad principal.

Qué músico.

¿Dónde los hay así ahora?

Y hay que ver la calidad poética del texto, su entrelazamiento con el sentido de la canción: la celebración de la naturaleza, acoplándola a un evento personal (la construcción de su casa) y recreando con la música y la letra (con el contrapunto de las voces) la cacofonía de la lluvia.

La letra es una onomatopeya y metáfora plástica del sonido y del devenir de la lluvia al caer.

(Aquí pueden ver una versión en castellano de Aguas de marzo, en una interpretación bastante respetable de la cantante española Soledad Giménez, pero que, personalmente, no me convence. Tal vez porque la rítmica brasuca y jobimiana, complicada y sutil, se ha perdido en el camino.)

Me había quedado, por otra parte, sin mencionar Agua de beber del mismo disco que nos ocupa, otro tema genial de Jobim, que, curiosamente, también es una elegía al elemento más fundamental y básico de nuestra existencia y que tan mal tratamos sobre este planeta.

Pero volvamos a nuestro tema.

¿Qué tan vital es el título de una canción para su éxito, para su destino?

En el segundo álbum –Sinatra & Company, grabado en 1969 y publicado en 1971- de la recopilación mencionada en la entrada anterior y aparecido este año en el mercado internacional, había un tema de Jobim que llevaba el simple título de Wave.

Es un tema que cuando se vuelve a escuchar, nos resulta inmediatamente conocido, pero que, si tuviéramos que reconocer o recordar por el título no sería igual de fácil.

Por lo menos me ha sucedido a mí.

Escuché esta grabación de Wave que había hecho Jobim con Sinatra y enseguida me llamaron la atención las notas graves que se había permitido en ella el gran amigo de la mafia de EEUU y enlace de esta con el presidente Kennedy.

Gravedad «notal», hoy impensable en un arte convertido en un negocio en el que suele primar lo estridente.

(Porque para disfrutar de temas como este, hay que escuchar con atención y no siemplemente con media oreja. Y qué complejos, sutiles y difíciles son las composiciones de Jobim, caramba.)

Vagando por la Red (personalmente, me siento más vagando que navegando por ella), me encontré entonces que precisamente en esa grabación, Don Frank había cantado su nota más grave, un E♭, mi bemol.

Jobim había incluido este tema -inicialmente solo instrumental y también conocido como Vou te contar– como el primero de su álbum con el mismo nombre de 1967.

La letra en inglés la añadió el propio Jobim en noviembre del 69, con vistas -debo suponer- a la grabación con Sinatra.

Con todo esto (la letra en inglés de Wave y la letra de Aguas de marzo) queda claro, también, entonces, que Jobim aparte de compositor, director, cantante, pianista, flautista, guitarrista y arreglista, era un magnífico letrista.

Un poeta.

Pienso, con todo, que a este tema le habría caído bien otro título, como en el caso de Garota de Ipanema.

El título en inglés –The fundamental loneliness-, por ejemplo, y que es parte del texto de la letra, me parece genial.

Y, sin embargo, pierde su fuerza, como una ola (wave) al llegar a la orilla, al traducirse al castellano.

¿O suena bien eso de La soledad fundamental como título para una canción en nuestro idioma?

¿Qué título le habrías puesto tú, lector@ improbable?

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……

HjorgeV 24-11-2010

SINATRA-JOBIM: LA SOLEDAD FUNDAMENTAL (I)

¿Influye el título de una canción en su éxito, en su destino?

Deseo poner dos ejemplos de uno de mis compositores favoritos.

Corría el año de 1962 en Río de Janeiro, la capital de Brasil por ese entonces.

Dos músicos amigos, Tom y Vinicius, estaban en el bar Veloso del barrio de Ipanema, esquina de las calles Prudente de Morais y Montenegro.

A Tom, quien iba para arquitecto pero se había decantado definitivamente por la música, le fascinaba por igual la samba de su país y la música de Debussy.

Vinicius había estudiado Derecho, pero la poesía le había podido más que todo. Ya había publicado varios libros de poesía y dos años atrás había dejado su puesto de diplomático en la embajada brasileña de Montevideo.

Tom no era el verdadero nombre del primero y Vinicius solo el segundo del segundo.

Tenían nombres larguísimos como los gritos de gol de los comentaristas deportivos de su país. (La desmesura brasuca es proverbial en o pais mais grande do mundo.)

Se llamaban Antônio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim y Marcus Vinicius da Cruz de Melo Morais.

(Respiren, que era lo que le recomendaba Marilyn Monroe a Jack -John F. Kennedy-, cuando este preparaba sus discursos en voz alta en una habitación de hotel, doblemente espiada con micrófonos por la mafia y el FBI, según cuenta Michael Korda en su excelente Los inmortales, una ficción basada en hechos reales.)

Por ese entonces los dos amigos desconocían por supuesto que irían a morir casi a la misma edad ni sabían que la calle Montenegro iría a llevar alguna vez el nombre de uno de ellos.

Llevaban varios años trabajando juntos con un éxito abrumador.

La bossa nova acababa de nacer y ellos habían sido sus principales artífices, junto con un joven guitarrista bahiano con un toque muy particular de su instrumento: João Gilberto.

Cuatro años atrás, en 1958, Tom y Vinicius habían publicado Canção do amor demais (algo así como ‘Canción de amor exagerado’ o ‘demasiado’), un álbum con 13 composiciones suyas, bajo la dirección musical y arreglos del primero.

Habían elegido como cantante a Elizete Cardoso (en otras fuentes Elizeth), A divina, una artista carioca que del choro había pasado a la samba-canción, un género musical surgido en la década de los treinta en Brasil y similar al bolero, y de ahí directamente al alumbramiento de la nueva tendencia musical de la época.

La primera canción de ese álbum, Chega de saudade (título de difícil traducción, algo así como ‘Basta de melancolía’, teniendo en cuenta que el término saudade no tiene equivalente en nuestro idioma), es considerada el tema fundacional del bossa nova (que a su vez significa ‘tendencia nueva’, como la ‘nueva ola’ en otros países, guardando las distancias debidas).

Pero volvamos a la canción mencionada –Menina que passa-, recién compuesta por los dos para una comedia musical titulada Dirigível (Dirigible) y con cuyo texto no estaban contentos del todo.

Tom Jobim, a pesar de haber pasado a la Historia de la Música como uno de los creadores del bossa nova y de varios de los temas más emblemáticos de este género, tenía muchas más facetas musicales: aparte de tocar el piano y la guitarra, y ser un buen letrista y cantar, componía también sinfonías. (Un lector de Ventanilla acaba de hacerme notar que también tocaba la flauta traversa.)

En 1954 había escrito Sinfonía do Rio de Janeiro, para la entonces capital de la república brasileña.

Y en 1960, con Vinicius de Moraes precisamente, habían compuesto Brasília, Sinfonía da Alvorada, el homenaje musical a la nueva capital de su país.

En 1959 habían trabajado juntos para la película Orfeo negro, una coproducción brasileña, francesa e italiana dirigida por el francés Marcel Camus, basada en la obra para teatro Orfeu da Conceição de Vinicius de Moraes y que era a su vez una adaptación al carnaval brasileño del mito griego de Orfeo. La película descubrió Brasil, su música, su carnaval y su saudade para el mundo moderno.

Tom y Vinícius frecuentaban el bar Veloso y solían sentarse en alguna de las mesas que había en la acera, a contemplar morir la tarde.

Así, habían descubierto a una muchacha que pasaba con frecuencia por ahí y que vivía en el número 22 de la calle Montenegro. (Años después, Vinicius le confesó a Heloísa Helô Pinheiro, que se habían inspirado en ella para su canción.)

Ese mismo año de 1962, Stan Getz había logrado con Desafinado, un tema de Tom Jobim, un éxito sin precedentes e inesperado en EEUU.

Los dos sabían entonces que tenían un buen tema entre manos, pero que había que pulir la letra. Y acaso cambiarle de título.

Entonces Vinicius se decide y cambia la letra, convirtiéndola en un abierto homenaje a esa chica del barrio de Ipanema que siempre ven pasar, pero que en realidad es también una reflexión filosófica (porque la belleza recién cuando se comparte, esto es, cuando se descubre y se admira, cuando se ve, cobra sentido, no antes: necesita de un observador para serlo) y una constatación melancólica de paso:

«La belleza que existe, la belleza que no es solo mía, también pasa sola.»

Y Vinicius va y le cambia de paso el nombre original y provisional por el de Garota de Ipanema.

¿Qué habría sido del destino de esta canción bajo otro título?

¿Nomen est omen?

He llegado a todo esto, tras escuchar un álbum singular aparecido este año.

Me refiero al Sinatra-Jobim sessions.

Una compilación, en realidad, de los temas que ambos grabaron en 1967 y 1969, y que como tal se había publicado solo para el mercado brasileño en 1979.

En él hay temas que escuchados con la distancia y la perspectiva que ha creado el tiempo discurrido, nos puede parecer increíble que hayan pasado tan rápido al olvido para el público de a pie.

Temas, que como toda buena obra artística, tienen vericuetos, salones, miradas alucinantes, sorpresas escondidas, puentes y pequeños laberintos de belleza y placer.

Allí está I concentrate on you, de Cole Porter, por ejemplo.

De una belleza fundamental y rara a la vez, y uno de los tres temas de la decena del primer disco –Francis Albert Sinatra & Antonio Carlos Jobim (1967)que no eran composiciones de Jobim.

¿Y qué decir de How insensitive, la versión de Insensatez, ese homenaje al amor loco, desventurado y sin perspectivas, composición del dúo Jobim-De Moraes?

La lista continúa. Inmensa.

Y, a mi parco entender, en el disco no se ha incluido (a pesar de haber sido grabado en una de esas sesiones) una de las piezas musicales más interesantes y hermosas de la música universal: la canción que Jobim compuso cuando le dijeron que no debería cantar porque desafinaba.

Sí, justamente: Desafinado, escrita con Newton Mendonça.

«Solo los privilegiados tienen un oído como el de usted, yo apenas puedo lo que dios me ha dado», escribieron.

Para luego aclarar: «Si usted insiste en clasificar mi comportamiento de antimusical, yo, aunque mintiendo, debo argumentar que esto es bossa nova y que es muy natural. Lo que usted no sabe y ni siquiera puede presentir, es que los desafinados también tienen corazón».

Creo que este texto explica el bossa nova en su expresión más primigenia: la idea, la meta de los músicos como Jobim no era expresarse al modo tradicional y reconocido.

Su corazón callado tenía sus cosas para decir y él las quería decir a su propia manera, con sus propios medios, aún a riesgo de hacer el ridículo.

¿Y qué?

Eso también era el bossa nova.

Como acaso toda innovación artística hace en su momento su propio ridículo.

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………. Continúa…

Continúa el miércoles…

HjorgeV 21-11-2010

EN EL CUARTO DE MARCO, AL OTRO LADO DE LA PARED (Relato)

[Recomiendo leerlo en el cómodo formato PDF. Pulsar aquí.]

 

No supo si primero fue la imagen o el recuerdo de esa imagen. Pero a esas alturas ya todo había derivado hacia la peor de las contingencias. Para empezar, no habían puesto el seguro a la puerta del cuarto tras despedirse del visitante en la cocina común del departamento. Él había entrado luego sin llamar y ellos no se habían atrevido a decirle que querían estar solos. Entonces, el visitante había sacado un troncho de marihuana del tamaño de un habano y los dos habían empezado a reír como dos adolescentes tontos.

Tras fumar, habían bebido con él y habían gritado de júbilo al descorchar la segunda botella de vino. Y, después: solo el caos, el terror puro. Repentinamente.

-Viene solo por una noche -les había dicho Marco, el dueño de la habitación del visitante, antes de partir de viaje al sur de Italia-. Es un buen muchacho. Lo conozco de cuando éramos niños. Trátenlo bien. Va a pasar una noche en mi habitación y después se va -había agregado.

Y habían abierto entonces la tercera botella de vino, anunciándole al visitante que sería la última y que luego querrían dormir, siempre entre risas. Hacía tiempo que los dos no se habían fumado una buena maricucha.

Ahí está ella ahora, en la imagen clarísima que tiene, caliente como otras tantas noches, pegándose a su cuerpo al despedirse del otro, como diciendo: «Eso de irnos a dormir, nada». O sea: «Imagínate lo tuyo, forastero». Y, claro, luego, después de que el visitante saliera: las ropas cayendo, las sábanas por el suelo, su desenfreno, esa forma suya -de él- que tenía de comprender el amor como una lucha por desarmarse hasta el alma y esa forma suya -de ella- de entenderlo como un paseo lunar, sobre una Luna de superficie caliente y ondulante.

Entonces, en lo mejor del juego, él había sentido que se abría la puerta. La tercera botella de vino y la marihuana le impidieron tomárselo demasiado en serio. Además, ella no había hecho ninguna señal de haberlo notado ni de sentirse importunada. Pero él ahora sabía que el amigo de Marco había vuelto a entrar a la habitación sin llamar a la puerta y los estaba observando desde la penumbra.

Después, todo había sido mucho más confuso, un afán exhibicionista que apenas se conocía de sí mismo y mezclándose con el de ella, su forma de demostrarle al mirón quién llevaba las riendas del juego en ese momento. Luego, todo más confuso aún: la cumbre, la turgencia extrema, los retortijones de placer, su boca desdibujándose líquidamente.

Solo había querido presumir frente al otro, su forma de decirle: «Yo que tú, no me habría metido a fisgonear.» Pero entonces había aparecido de pronto el cuchillo en su cuello, el pánico por no saber dónde estaba el mundo, las sensaciones de pérdida infinita, el remolino abisal. Temblando, había entendido en qué terminaría todo, la desgracia no solo iba a ser para él. «Espera afuera», le había dicho el amigo de Marco. «Y no se te ocurra pedir ayuda porque entonces será peor.»

 

Y ahora está sentado en el bordillo frente a la entrada del edificio, pasando la llave de una mano a otra. Hace un frío maldito a pesar de que es verano y lleva más de una hora a la intemperie de la madrugada colonesa. Ha llorado de rabia, de indignación, de impotencia. Ha estado varias veces a punto de llamar a la policía. De trepar por las paredes y entrar por la ventana, pescarlo en el momento del clímax y asesinarlo ahorcándolo con sus propias manos. Los jueces lo verían como defensa propia extrema después de todo. Se le han pasado tantos escenarios por la cabeza que ya ha confundido todos y recién empieza a vislumbrar el verdadero. Tiritando, se levanta. No sabe qué hacer. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que lo expulsaron del paraíso para convertirlo en una cámara de tortura para ella? ¿Cuánto tiempo se ha pasado esperando escuchar un grito, un quejido, una voz pidiendo ayuda, un sollozo de desesperación? ¿Lo habrá hecho con el cuchillo en la mano? ¿La habrá amordazado, atado? No puede más y se levanta. Introduce la llave y abre la puerta del edificio unos pocos centímetros. Todavía es de madrugada. Está descalzo y solo tiene un polo y un pantalón de deporte puestos. Dios, felizmente es verano. Tiembla. De miedo, de impaciencia, de impotencia, de confusión, de todo. Teme ser descubierto por algún vecino y no saber cómo explicar su presencia allí. Empuja la puerta. Sube los escalones del edificio corriendo y temblando. No sabe lo que le espera. Desde la escalera ve la puerta del departamento entornada y se detiene. Se imagina al amigo de Marco con el cuchillo detrás de la puerta, con su maleta en la mano, esperando para decirle: «Ya sabes, nada de contarle nada a nadie.» Se imagina abalanzándose contra él, con toda su humanidad, cayéndole encima y desarmándolo; empezando a golpear su cabeza contra los muebles, las paredes y el suelo. Usando acaso su propio cuchillo.

La puerta no se mueve. La empuja con el pie, preparándose para el ataque. Está oscuro dentro. En el vestíbulo, cae un débil haz de luz que proviene de una de las ventanas que dan al exterior. Entra. No escucha nada. Piensa en una trampa. Busca con desesperación un arma arrojadiza, un objeto contundente. Silencio casi absoluto. Se dirige a su habitación. Empieza a abrir la puerta. Se la imagina a ella atada, amordazada. A él con una sonrisa diabólica en la boca. Peor aún, se los imagina repitiendo su propia escena: con ella arrodillada frente a él y a este con el cuchillo en la mano.

Se esfuerza por percibir formas en la penumbra. Pero solo encuentra más sombras y silencio. Espera. Sobre la cama empieza a distinguir sus formas, las de ella, con la sábana marcando las líneas de sus piernas y sus caderas. La cabellera rubia extendida sobre la almohada. Piensa en lo peor. Busca sangre, huellas de que ha luchado por defenderse. Piensa en buscar al forastero con un cuchillo en la mano a la habitación de Marco. Pero no ve nada, ningún indicio de lucha o violencia. Piensa en algo peor todavía. En su colaboración. En su forma tan impensada de resolver las cosas, sus ideas increíbles. Se la imagina ofreciéndole su colaboración al forastero sin necesidad de amenazas. Agita la cabeza: no. Imposible.

Se acerca a su cuerpo dormido. La cabeza le da tan groseramente vueltas que piensa que puede empezar a vomitar en cualquier instante. Se calma. La venganza tiene que ser un animal de sangre fría, helada. Contrólate. La siente respirar profundamente. Relajada, angelical. La ve sana e intacta. Se asombra. Qué cosas se le han ocurrido, amor. Perdóname. No se atreve a pronunciarlo para no despertarla. Percibe su candor. La ve inmaculada, tierna en su sueño. Entonces ella despierta y cuando él va a empezar a disculparse o a hacer preguntas, lo atrae hacia sí, le acaricia la cabeza y levanta la sábana para poder recibirlo. «Ven», le susurra. «Me tuviste asustada todo el tiempo. ¿Dónde estuviste?». Sin entender nada, él se entrega a su abrazo, siente el fuego, la fulguración de su cuerpo desnudo para demostrarle que lo ha estado esperando y deseando. «Estás helado», susurra ella, pero no es una queja, él sabe que el contraste con su cuerpo caliente le está haciendo bien y lo goza a su manera. «¿Dónde has estado? ¿Adónde te fuiste?» Ahora solo el vértigo para él, desea perderse en su calor profundo sin respuestas, después vendrá el momento de entenderlo todo, la hora de las preguntas.

«¿Te hizo daño?», es lo mínimo que se le ocurre preguntar antes de entrar a su paraíso candente, la duda ante su fuego. Cree escuchar «¿Quién?» y desea que se lo repita, pero ella ya no parece escuchar, se contorsiona de placer, lo abraza con la rabia de un sueño empezándose a hacer realidad. ¿Lo había soñado todo? Trata de resolver la confusión de hechos y tiempos en su mente. Está confundido, no sabe qué pensar. Siente su recepción pélvica, su quemazón atómica, con sus jugos permitiéndolo todo: la turgencia en las posiciones más increíbles, los movimientos y arcadas extremas. Sin dolor. Continúan así y él repite su pregunta antes de la cumbre mutua, en medio de sus estertores de placer, cuando su cuerpo -el de ella- empieza a convulsionarse chocando con el suyo, como si hubieran tenido que romper el ritmo propuesto y asumido para alcanzar por oposición el compás del placer mayor.

«¿De quién hablas?», alcanza a susurrar ella, después de las arcadas de placer, de la muerte pequeña, perdiéndose ya en su propio sueño, con su voz ronca pero tersa de agradecimiento, empezando a relajar todos sus sentidos y sus miembros. Quiere preguntarle si el extraño le ha hecho daño. O si ella lo ha resuelto todo de otra manera. «¿Quién?», vuelve a preguntar ella, ya en un susurro mínimo, cayendo en el abismo del sopor incontenible. La abraza, para poder perderse con ella. Qué tonto eres, se dice. Estúpido. Cierra los ojos para poder pasar también al otro lado, a las profundidades del sueño reparador. Su cuerpo es una bendición de calor, sus formas, una perdición de los sentidos. Su conducta, lo más enrevesado e inextricable de todo el universo. Acepta finalmente que todo ha sido un mal vuelo, que no existe el amigo de Marco, que todo se lo ha inventado la marihuana en su cabeza y entonces todo el cansancio acumulado lo ataca de golpe, desprevenido. Lo siente multiplicándose en el espejo de su cuerpo, el de ella. La cabeza le empieza a dar vueltas, la respiración se le espesa, son los estertores del alcohol y la marihuana. Cuando amanezca será otro día, llega a pensar, le dirá que ha tenido un mal vuelo y que se ha inventado un extraño en el cuarto vacío de Marco. Se deja caer gustoso en ese abismo acolchonado que es su propio sopor ahora, el descanso eterno de cada día. Antes de caer al torbellino oscuro de sus propias profundidades, escucha a alguien roncar al otro lado de la pared, en el cuarto de Marco.

...HjorgeV 20-11-2010

PARA DESTROZARNOS EL CORAZÓN (Engendro)

Para destrozarte el corazón, te diría que no me importa

más la diferencia entre el día y la noche.

Para romperte las venas, te diría que no existimos

que todo se lo inventó alguien.

Mal.

Para destrozarte el corazón, te diría que los seres humanos

mienten inevitablemente en el capítulo amor.

Para destrozarme el corazón, en cambio,

correría a ver si es cierto que

el sol se va dormir cuando se pone

y no se va a dar una vuelta por el Universo.

Para destrozarme el corazón

buscaría una razón de vivir y luego la anunciaría en todas las

ciudades de mi pared.

Para destrozarme el corazón, me

Lo inventaría todo de nuevo;

solo para ver en cámara lenta mis errores.

Para destrozarme el corazón, volvería simplemente

a empezar.

Desde el bendito principio.

...HjorgeV 17-11-2010

«LA BROMA HA TERMINADO»

LA TULIPOMANÍA

¿Te gustan las flores?

Hasta no hace mucho, si salías a cenar a un restaurante de Colonia, no solía faltar en algún momento de la velada la aparición de un personaje singular:

El vendedor cargado con un ramo de rosas.

Si deseabas halagar a tu novia, pareja o parejo (Colonia es una ciudad muy liberal pero, curiosamente, nunca he visto a un hombre regalando una rosa a otro hombre), podías adquirir por poco dinero un par de rosas.

No he vuelto a ver a esos vendedores en mis últimas incursiones a la ciudad.

No sé si han desaparecido, si la gente se cansó de regalar rosas y ya no las compra, o si simplemente ya no es un negocio para los vendedores por su precio.

Sé de gente que no puede vivir sin sus flores.

Pero, ¿se imagina una persona de este milenio que acaba de empezar, a alguien haciendo un trueque y cambiando su lujosa mansión por una flor?

¡Por una sola flor!

Bueno, en realidad, ni fue ni por eso.

Y ocurrió alguna vez en un hecho real.

Porque el trueque fue por el bulbo de una flor. Concretamente, de un tulipán.

Fue un hecho real -repito- y ocurrió en Holanda.

Un caso excepcional de locura colectiva en la historia.

Pero no el único.

Ahora que estamos tan acostumbrados a considerar el oro como la moneda global del mercado, nos puede resultar verdaderamente absurdo que algo tan perecedero como una flor pueda haber servido como moneda.

Hacia el año 1623 en Holanda, por ejemplo, un solo bulbo de tulipán llegó a costar 1.000 florines neerlandeses.

Un dineral, si se tiene en cuenta que ese mismo año, un sueldo mensual promedio en ese país era de poco más de 10 florines.

¡Cien veces un sueldo promedio mensual por el bulbo de una flor!

Un completo absurdo.

Algún lector puede pensar que esto es un invento. Es comprensible, pero no lo es.

Hacia 1630, sin embargo, los holandeses, continuaron su Tulipomanía y se dedicaron deportivamente a especular con el precio de esa planta.

Hasta el punto que en 1635 se llegó a pagar 100.000 florines por 40 bulbos de tulipán, el equivalente a mil toneladas de mantequilla o tres mil cerdos.

El record de venta fue establecido por un bulbo bautizado como Semper Augustus, vendido en Haarlem a 6.000 florines.

Poco después, una epidemia de peste bubónica cayó sobre el país, creando cierta escasez de mano de obra.

Y entonces, los precios y la especulación con los bulbos de tulipanes se dispararon aún más y se empezó a negociar con provisiones futuras de esos bulbos, el llamado Windhandel, algo así como el ‘negocio con aire’.

Los bulbos de tulipanes llegaron así a las bolsas de valores.

Todas las clases sociales holandesas, desde los artesanos hasta la aristocracia, formaron parte de ese juego especulativo (locura colectiva) que ahora nos puede parecer totalmente absurdo e imposible.

Hasta que la burbuja estalló.

Porque tenía que estallar alguna vez, como cualquier burbuja.

La última gran venta ocurrió el 5 de febrero de 1637.

Al día siguiente, un lote de medio kilo de tulipanes no encontró comprador y el precio empezó a bajar en picada.

Todos querían vender sus existencias además de lo que todavía existía solo en el papel (sus reservas futuras).

Y de pronto esos vendedores se encontraron con que nadie quería comprar ese ‘aire’.

La economía holandesa se fue inmediatamente a la quiebra.

¿Cómo fue posible todo eso?

Hay que aclarar que Holanda vivía un contexto histórico especial.

Para empezar, Holanda es una demoninación común pero errónea.

Porque solo era una de las 7 provincias (Frisia, Groninga, Güeldres, Overijssel, Utrecht, Zelanda y Holanda) que se habían unido en 1579 bajo el nombre de Provincias Unidas para liberarse del yugo español y en 1581 se habían fortalecido al deponer a Felipe II de España.

Debido al apoyo de Francia y la ayuda militar de Inglaterra, Felipe III y la Corona española España se vieron obligados a aceptar la Tregua de los Doce Años y reconocer la existencia de las Provincias Unidas.

Fue la época dorada de ‘Holanda’, pero gracias también al llamado Oro de las Indias, el esquilmado a Perú y Bolivia y que por el método del ladrón (los piratas holandeses) que roba a ladrón (la Corona española) le permitió convertirse en una de las potencias económicas y marinas del siglo XVII.

Había, pues, dinero en abundancia.

Y eso explica cómo una gran parte de la población podía dedicarse a especular con flores. ¡La horticultura llegó a ser materia universitaria!

Pero los holandeses y su locura (especulativa) colectiva no han sido los únicos en la historia.

Hasta Isaac Newton, el mismo de la ley de gravitación universal y fundador de la mecánica clásica, se vio envuelto en un fenómeno similar: el de la llamada Burbuja de los Mares del Sur.

Tras perder una considerable suma junto a una caterva de sus compatriotas, llegó a clamar:

«¡Puedo predecir el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de las gentes!»

El Crack del 29 fue algo similar.

Y el más reciente que afectó a nuestra economía -y del que aún no se sabe cómo terminara- es otro gran ejemplo de «burbuja especulativa».

Todos pueden entender que comprar y vender acciones sin límite superior para las ganancias es una quimera que no puede durar indefinidamente.

Sin embargo en eso creyó todo un país y EEUU pasó por la llamada Gran Depresión a partir del llamado Crack de 1929.

El gran Groucho Marx lo ha contado alguna vez:

«Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. Lo conocí por primera vez hacia 1926. Constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que yo era un negociante muy astuto. O por lo menos eso parecía, porque todo lo que compraba aumentaba de valor. No tenía asesor financiero ¿Quién lo necesitaba? Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir. Nunca obtuve beneficios. Parecía absurdo vender una acción a treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor.»

En 1929, hasta el mismo Groucho se había dado cuenta de que no podía ser posible, de que algo tenía que estar mal en el esquema:

«Lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar. Un día, con cierta timidez, hablé a mi agente acerca de este fenómeno especulativo. “No sé gran cosa sobre Wall Street”, empecé a decir en son de disculpa, “pero, ¿qué es lo que hace que esas acciones sigan ascendiendo? ¿No debiera haber alguna relación entre las ganancias de una compañía, sus dividendos y el precio de venta de sus acciones?”»

El otro Marx, el más divertido, sin ser ningún economista y (a pesar de su fama mundial) sin haber terminado siquiera la escuela, lo había entendido:

«Mientras el mercado seguía ascendiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero, al igual que todos los demás, era avaricioso. Lamentaba desprenderme de cualquier acción, pues estaba seguro de que iba doblar su valor en pocos meses.»

Era la codicia, la avaricia, la sed de amontonar riquezas sin fin, el principal alimento de ese absurdo. Y gobiernos desinteresados en problemas elementales como ese, el sustento sobre el que podía desarrollarse.

Groucho no se olvidó de mencionar a su amigo Max Gordon y su frase (acaso la que más perdurará en toda la historia de la humanidad) del día en que Wall Street se vino literalmente abajo:

«Luego, un martes espectacular, Wall Street lanzó la toalla y sencillamente se derrumbó. Eso de la toalla es una frase adecuada, porque por entonces todo el país estaba llorando. Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron doscientos cuarenta mil dólares (o ciento veinte semanas de trabajo, a dos mil por semana). Hubiese perdido más pero era todo el dinero que tenía. El día del hundimiento final, mi amigo, antaño asesor financiero y astuto comerciante, Max Gordon, me telefoneó desde Nueva York. […] Todo lo que dijo fue: «¡La broma ha terminado!» Antes de que yo pudiese contestar el teléfono se había quedado mudo. Luego se suicidó.

En toda la bazofia escrita por los analistas del mercado, me parece que nadie hizo un resumen de la situación de una manera tan sucinta como mi amigo el señor Gordon. En aquellas palabras lo dijo todo. Desde luego, la broma había terminado.»

La broma había terminado, sí.

Y quien haya llegado a sonreír con el candor de los holandeses de hace un par de siglos porque no especulaban con bienes raíces, materias primas ni acciones de multinacionales sino con flores.

Debería recordar que otro ‘tulipán’ co-gobierna nuestra economía.

Cierto, es un metal y dura (casi) una eternidad, pero es un elemento básicamente usado como adorno o decoración y símbolo de riqueza, tal como el tulipán de los holandeses.

Y en ese estatus ese metal ya lleva varios siglos.

Sin que nos produzca el menor sonrojo ni una seria puesta en duda de nuestros principios y valores: lo aceptamos en su rol desde que nacemos hasta que morimos sin quejarnos de su función tulipana.

Otros ejemplos de tulipanes holandeses actuales son ciertas obras de arte.

Un cuadro de Andy Warhol, es decir, un pedazo de tela o material similar con una cierta cantidad de pintura encima, acaba de ser vendido por la friolera de 25 millones de euros.

Alguien puede pensar que ciertas obras de arte contienen un valor inmanente perdurable y que por eso cuestan lo que cuestan.

Pero una cosa es lo que algo vale y otra diferente lo que cuesta.

El día que se descubra una gran veta de diamantes a la que hasta los pobres puedan tener acceso, por ejemplo, habrá terminado la historia del diamante como piedra preciosa y rara.

Es cierto que ciertas obras artísticas del pasado pueden llegar a valer mucho por el simple significado que tienen.

Pero dada una catástrofe planetaria, por ejemplo, donde lo más importante sería sobrevivir para poder comer, beber y respirar hoy, a cualquiera le importaría un pito adquirir incluso la Mona Lisa.

(Salvo que se pudiera comer. O cambiar por comida.)

Simplemente porque, si no se sabe lo que pasará mañana, en un supuesto así, todo lo verdaderamente accesorio pasaría a un claro segundo plano.

(Esta debe ser la razón, también, me quiero imaginar, por la que los verdaderamente pobres apenas muestran interés por obras de arte y actos culturales, por museos y otras cosas que apenas tienen que ver con su dura lucha diaria por sobrevivir. Ya quisiera ver yo -es un decir- a cualquiera que no se quiera creer esto último, condenado a pasar hambre, sed y penurias durante el resto de su vida para comprenderlo.)

Estrictamente hablando, cualquier producto que no sirva para la satisfacción de una necesidad primaria o elemental es como un tulipán holandés.

Tomemos, por ejemplo, las acciones de la marca alemana Adidas (en alemán se pronuncia como esdrújula) o las de Coca Cola, para escoger dos productos ampliamente conocidos.

Si mañana todos (o una gran parte de) los compradores habituales se pusieran de acuerdo en no comprar ninguno de esos dos productos durante un tiempo, se produciría un caos más o menos inmediato.

A más tardar en una semana, las reservas acumuladas empezarían a “apestar” en las tiendas, además de que deberían moverse para hacer espacio a las nuevas reservas producidas.

Acaso en escasas dos semanas, esas acciones perderían parte de su valor porque algunos accionistas habrían preferido perder un poco de dinero pero salvar parte de la ganancia acumulada durante años.

Entonces se agudizaría el caos.

¿Quién desearía comprar una acción de Coca Cola?

Digamos que un grupo de astutos se decide a hacer el negocio de su vida y compra un buen lote.

Pero los compradores, los consumidores, deciden seguir resistiendo un tiempo más.

Esto suena a ciencia ficción, pero es un escenario perfectamente posible en este mundo globalizado e interconectado.

Y es lo que le ha sucedido -de paso- a grandes marcas del pasado, solo que no por un efecto boicoteador. Pero así empezó todo final de un producto otrora famoso: con un par de compradores que dejaron de adquirirlas y luego se generalizó ese desgano consumidor respecto a ese producto. Por las razones que fueran.

Pero sigamos con el caso antes planteado.

Para cuando el caos desatado ya haya afectado a otras ramas de las sub-economías o sub-sistemas ligados a esas empresas, es decir, cuando los trabajadores de esas compañías dejen de percibir sus sueldos porque no hay entradas monetarias ni los dueños quieran arriesgar sus propios depósitos para atenderlos, y a los suministradores les pase lo mismo, tal vez entonces los consumidores se hayan podido dar cuenta de que también se puede vivir un par de semanas sin esos tulipanes.

Y decidan alargar esas semanas de renuncia a esos productos.

De hecho, los holandeses (la gran mayoría de ellos) llevan siglos haciéndolo con sus tulipanes.

HjorgeV 14-11-2010

………. HjorgeV 08-11-2010

………. HjorgeV 08-11-2010

………. HjorgeV 14-11-2010

LOCUS ERRONEOUS (Engendro)

Has vuelto al mundo

al Teatro del Mundo

por la

puerta grande (la única

en tu caso)

Has vuelto a la página inconclusa

de tu vida dispuesto

a continuar escribiéndola

con tus pasos

Uno por uno

Con el cuidado de un orfebre

demente

Es decir: has abierto por fin la

puerta

Has salido a la calle

a devolver un libro

A decirle al librero que

se había equivocado con

sus consejos

(Te tomará por loco porque han

pasado cinco años desde

esa compra

Pero, ¿qué te importa ahora que

estás volviendo a la luna de noviembre,

vibrante

como un jovencito a punto

de salir a su

primera fiesta?)

Ahora observas la avenida

y a tus espaldas queda

la puerta de siempre

En la esquina divisas la iglesia

con sus mendigos de siempre

Te animas porque estás regresando

al decorado De Siempre

Quisieras transportarte ahora al Momento

Primigenio

revivir ese instante en

que te cruzaste con ella

y su mirada

empezó a destrozar

todos los

argumentos de tus cuadernos

acumulados a lo ancho

de tantos años

Ahora la has olvidado ya y su

nombre te suena como a guía

telefónica:

A lista de espera, quieres decir

Porque cualquier lista de teléfonos

corta o larga

tarde o temprano

mal que bien

siempre

termina convirtiéndose

en un

obituario más: ya lo has

aprendido en tus propias páginas

Estás en la puerta

te espera la avenida, pero entonces

alguien te mira

y

Quisieras retroceder ahora aún más

Regresar hasta el momento en que saliste

de tu cuarto de estudiante

diez o veinte años atrás:

ese instante que unió escalera y

puerta

para dar un simple saludo a la calle

(venías entonces de un encierro de

varios días)

Y La Viste

uéué

Vamos,

Quisieras retroceder mucho

más aún

ahora que la ciudad

te intimida y el paso de la gente

deviene en simple vanidad ambulante:

retroceder

hasta el momento

en que recién estabas empezando a

ponerle un título a la novela de

tu vida y las

páginas en blanco

eran

tímida garantía del

futuro

Ufffffffff,

no, no,

Te asustas:

Has dejado el mundo durante

tanto tiempo

y ahora una simple mirada

femenina te ha

estropeado

tu vuelta al escenario real

de

los

mortales, ¿no?

Pero has vuelto

mira, pues,

y eso es lo que cuenta:

Este es el lugar donde

todo falla

Este, el Locus Erroneous por excelencia

Esta es la vida pura y dura, pibe

Este,

el lugar

donde las almas corren

por sus sueldos

a la velocidad correcta

(porque cualquier velocidad

-ya has aprendido también-

es arbitraria)

«Alegrate, pibe»,

te dice

el mendigo de la esquina

despertándote de tu ensueño

al tocarte por un hombro:

«Ya no estás en tus duras

páginas,

solo que ahora sí tienes que empezar

a correr»

...HjorgeV 13-11-2010

UN BOLERO MÁS (Engendro)

(Espera, entonces, rompe la sucesión natural del absurdo, la

sensación del que tiene prisa cuando se hace cruel.

¿Quién nos lleva a abrir la puerta que nos trae el olvido?)

Endereza la maldad, muérdele la culpa al adiós,

a la espiral de la forma que adquiere una mala mirada o

una mala costumbre.

La fuerza del perdedor radica en su ceguera para

reconocer

que su fracaso es irremisible.

Te había conocido residiendo en la Calle Tristeza, esquina

con Flor del Olvido.

La paralela de tus cuatro triángulos.

La música flotando en tus brazos

como embriagada,

para alegría de mis dos zapatos.

Palos mis brazos, entonces.

Honda mi cara,

corazón planchado y corbata.

La salida a las citas empuñando

un reloj.

¿Quién recogerá a mis hijos de la escuela cuando yo ya me

canse y no quiera ser

más adulto?

En el escenario del olvido, en el último amparo de la ausencia

guardo tu imagen como

un frasco fetal

...HjorgeV 10-11-2010

EL AÑO INFINITO DEL GATO (y II)

En su canción El año del gato, Al Stewart narra la historia del turista que llega a un país en el que el tiempo ha retrocedido.

Allí encuentra a una desconocida que parece (como) salida del sol.

Ella lo conduce a su morada atravesando una puerta oculta tras hacerle perder el sentido de la orientación.

Cuando él despierta al día siguiente, comprende que se ha quedado dormido (como el gato de la leyenda china) y que su bus y los demás turistas han partido sin él. Y que va a tener que quedarse.

Y que aunque va a verse tentado de partir, se quedará porque está en el año del gato.

Es decir, en un mundo irreal.

Desconozco si la canción está basada en una experiencia real de Al Stewart ;) o si fue producto de uno de esos vuelos psicodélicos que tan de moda estaban en esos años.

Pero, nosotros mismos, ¿cuántas veces nos hemos sentido así, como viviendo en la irrealidad?

A mí me suele suceder con cierta regularidad, especialmente cuando encuentro a ciertas personas en lugares y momentos insospechados.

Hace poco conté aquí que, en plena lluvia y buscando la dirección de un traumatólogo en una localidad vecina, bajé de mi automóvil para preguntar por el camino.

Me encontraba a unos veinte kilómetros de casa.

Me había perdido en una zona boscosa y no sabía cómo seguir.

Al borde de un bosque vi una camioneta estacionada y me acerqué a preguntar a su conductor. No me ayudó mucho pero pude seguir mi camino.

Unas dos horas después y treinta kilómetros más adelante y ya de regreso a casa, volví a perderme, esta vez en una zona urbana, en uno de los innumerables pueblos que cubren esta región. Y bajé otra vez a preguntar.

No me di cuenta de que se trataba de la misma persona anterior hasta que esta me preguntó si no le estaba haciendo un chiste.

¿Llegaría a pensar que la estaba siguiendo?

A veces, incluso, tengo la sensación de que el mundo está en su particular Año del Gato. (Pero en uno que ya lleva siglos de vigencia.)

Pongamos por ejemplo las noticias más recientes.

  1. Un país ha hecho de su tragedia del 11-S (y sus tres mil muertos) una aún peor: una nueva tragedia diaria en la que solo la cifra de sus propios soldados muertos ya supera la que quería vengar (y eso sin contar la de los invadidos muertos). Y a «todo» el mundo esto le parece una situación de lo más natural, la gran Europa incluida.
  2. Wikileaks publica 400.000 documentos que destapan crímenes de guerra y diversas formas de pisoteo de los derechos humanos. ¿Alguien conoce alguna investigación que se haya iniciado? ¿Algún proceso en un tribunal internacional?
  3. Al contrario, de pronto, aparecen en diversos países, bombas camufladas como paquetes. Pero, al parecer, solo para hacer recordar que la amenaza terrorista no ha desaparecido, porque ninguno de esos paquetes ha causado víctimas. Como si los terroristas se hubieran confabulado para construirlas mal. ¿A quién le ha llamado la atención este detalle?
  4. Se destapa que un presidente europeo participa en orgías con menores de edad en las que no falta la Blanca Andina (el polvo blanco de Freud y de algún Papa). Es el mismo presidente que hace chistes machistas en público y cambia las leyes a su voluntad para escapar de la justicia. El mismo que ha sido visitado 587 veces por la policía, que ha tenido que acudir a 2.500 audiencias judiciales y que ha gastado un cuarto de millón de euros para no ir a la cárcel. (Datos de la revista Foreign Policy.) El país se llama Putocracia. Está en Europa y todos bien, gracias.
  5. El jefe máximo de una iglesia con 1.166 millones de bautizados en el mundo (el 17,40% de la población mundial), el mismo que ha sido sido acusado de ignorar abusos sexuales y proteger a pederastas miembros de su propia iglesia a lo largo de décadas (también al que abusó de 200 niños) y que hace poco recibió y apoyó a un imputado por blanqueo de dinero, es recibido y aclamado por miles de católicos.¡Como a un santo! (Bueno, por lo menos en España, también tuvo otro recibimiento paralelo.)
  6. A instancias de la mayor potencia mundial, un gobierno latinoamericano le ha declarado una guerra al narcotráfico dentro de su país en la que solo en este año ya van más de 10.000 muertos. Por más que ya se sabía (puesto que los narcos tienen el dinero y la posibilidad de comprar armas al otro lado de la frontera con una facilidad pasmosa) cómo iban a responder a esa invitación a la violencia. (¿A quién le compra México las armas para esa guerra?)
  7. Lo acaba de decir, nadie menos que un político de centro derecha de ese mismo país del norte: «Somos el vecino del gran consumidor de drogas, y hay una paradoja: EE UU condena el tráfico de drogas con la misma intensidad con que las consume.»
  8. La economía mundial acaba de pasar por uno de los días más negros de su historia. Y desde entonces no ha cambiado prácticamente nada. Al contrario. Los responsables se han vuelto más agresivos y más exigentes con el dinero y el trabajo ajeno. La fórmula sigue siendo la misma: quitarles más a los que tienen menos, para que puedan ganar más los que tienen más. ¡Viva la pepa!
  9. Un gobierno socialista europeo ha aumentado las ventas de armas de su país, en un planeta en el que a las grandes mayorías les falta de todo, pero sobran las armas.

Detengo aquí la lista. Nueve es un número elegante. Y cada uno debe tener ideas para una lista propia.

Y es que tal vez no solo estemos en el año del gato.

Es posible que todo (no) sea nada más que la pesadilla de un gato dormilón, en la que nosotros somos sus personajes oníricos invitados.

Lo más fascinante es que los narcotraficantes y otros grandes criminales parecen tener más moral y ética que la de aquellos que hoy pasean campantes en sus vehículos blindados en olor de multitud o dirigen gobiernos con leyes a su medida (criminal) dándoselas de santos.

Por lo menos, me puedo quedar tranquilo porque me lo acaba de confirmar John Le Carré en la radio, mientras volvía de mi frustrado intento de deporte mañanero (un tirón en la parte anterior del muslo acabó con mis ansias domingueras de darle a la pelota).

Sí, me estoy refiriendo al mismo autor de El espía que surgió del frío y de una de mis novelas favoritas: El jardinero fiel.

Me enteré de paso de que habla muy bien el alemán y de que acaba de aparecer su última novela, Un traidor como los nuestros. (Pulsando aquí pueden ver el primer capítulo.)

-¿Cómo nació su última novela? -le preguntó la reportera alemana.

-Me pregunté qué hacían las grandes mafias rusas con sus ingentes cantidades de dinero.

Entonces Le Carré se fue a Suiza y se hizo pasar por un ciudadano ruso en varios bancos de ese país.

-Les dije que tenía 500 millones de euros para depositar y que buscaba un banco de confianza -relató en la radio-. Les dije que en Rusia era considerado una persona honesta y trabajadora.

-Todo eso no nos interesa -le respondieron los banqueros, riéndose-. Nosotros no somos la policía.

Palabra de Carré.

¿No les decía?

Estamos en el Año del Gato.

Qué digo. En el Milenio del Gato.

En el Año Infinito del Gato.

Mañana, cuando salga a la calle, ya sabré entonces que estoy en (y todo no es más que) una película de Humphrey Bogart.

Y miraré –imperterritus– el mundo como Peter Lorre contemplando un crimen.

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………. HjorgeV 07-11-2010

HjorgeV 07-11-2010