En el suplemento dominical de El País del domingo antepasado (21-09-2008), la articulista Rosa Montero, se permitió escribir lo siguiente, transcribo, remarcando la parte final:
“Siempre se ha dicho que este país es especialmente proclive a la envidia, y, aunque me fastidian los estereotipos nacionales (…), la verdad es que la ferocidad con la que nos refocilamos de la desdicha ajena es algo difícil de encontrar en otras sociedades, salvo, quizá, en las latinoamericanas”.
Me quedé pasmado.
¿Una persona española diciendo algo así?, me pregunté.
¿Alguien del país de la mal llamada Fiesta Taurina?
¿Del país cuyos primeros inmigrantes en nuestras tierras latinoamericanas asesinaron y destruyeron culturas enteras por el bendito oro que tanto brilla y cuyos descendientes se quedaron a ‘reinar’ casi tres siglos, aparte de dejarnos la pedagogía de la barbarie, el racismo y cómo lucrar si se tiene el mando y la fuerza (¿qué era sino la Colonia?), gran enseñanza de siglos que aún llevamos como lacra?
Es decir, ¡qué mejor ejemplo de refocilación en la desdicha ajena que el Esclavismo y la Colonia!
Y qué más fácil de encontrar en la historia.
Me pongo a pensar en los numerosos amigos y conocidos españoles que tengo y he tenido aquí en Colonia.
No, no puedo encontrar ninguno que encaje en lo que afirma la articulista.
Tampoco en lo de la envidia.
¿Qué gente frecuentará Montero?
Ojo, cuidado, que a la señora Rosa le “fastidian los estereotipos nacionales”.
Menos mal.
¡No qusiera saber qué habría escrito de gustarles los mismos!
Eso sí, incluyó un salvador “quizá”.
Me quedé, repito, pasmado.
¿Creerá esta señora escritora que las etnias de nuestras sociedades latinoamericanas son portadoras del Gen de la Refocilación en la Desgracia Ajena o qué?
En la Europa de la Era Berlusconi, en la Europa que no puede detener el avance de la derecha xenófoba y populista (¿cuánto le falta para subirse al carro del casino-capitalismo usamericano por completo?), es, con todo, más que una sorpresa encontrarse con aseveraciones de este tipo.
Y en periódicos como El País, además.
Por otra parte, no sé cómo es la sociedad española, a pesar de que visito España a menudo, gracias a vivir en vecinas tierras germanas.
Quiero decir que no es fácil hacer generalizaciones de una sociedad.
Por lo menos no me atrevería a afirmar que la española es una sociedad caracterizada por la ferocidad con que se refocila en la desdicha ajena.
Refocilarse en la desdicha ajena, es regodearse o recrearse en el mal que le sucede a los demás.
¿Quién lo hace, verdaderamente?
(No me refiero a esos programas que tanto fascinan aquí a los alemanes, por ejemplo, y que consisten en mostrar para algarabía de los televidentes -me imagino- cómo los demás se resbalan, caen, se embarran y se golpean en sus videos.)
Tengo un buen ejemplo.
La –perversamente- llamada Fiesta Taurina es uno perfecto de esa refocilación en la desgracia ajena.
Digo ‘perversamente llamada’, porque ya quisiera ver yo qué sucedería, si unos cuantos toros cobardes se dedicaran a espolear, marear y asesinar a un ser humano, mientras otros toros aplauden y se refocilan desde las tribunas, emocionándose, encima.
Pero, ¿gozan todos los españoles con esa tradicional perversión llamada tauromaquia?
¿Gozan los españoles con las penas, cuitas y desgracias de los demás?
No lo creo.
Solo puedo dar fe de lo que conozco, no del ambiente en que nació, ha crecido y frecuenta la señora Montero, puesto que no conozco sus experiencias personales ni familiares.
¿Conoce ella nuestras sociedades latinoamericanas?
¿Las ha visitado, frecuentado o estudiado a menudo?
¿En qué datos, estudios sociológicos o razones se ha basado para hacer tal aseveración que nos colocaría entre las peores de las peores sociedades del planeta?
Ella tiene que saber que en nuestro continente, en Chile concretamente, un proyecto socialista ganó de las primeras elecciones democráticas de la historia de la humanidad, cuando España todavía dormía bajo la protección de las fuerzas de un señor llamado Francisco Franco.
Con la desgracia histórica del socialismo -ahora ha venido a sumársele el capitalismo, devolviéndonos a nuestro verdadero nivel primate- tal vez alguno haya olvidado que se trataba de un intento de preocupación por los demás antes que de la propia persona.
LA NECESIDAD DE LOS PREJUICIOS
Que alguien tenga sus propias experiencias y que luego las generalice (por más que asegure ‘fastidiarle los prototipos nacionales’) es algo muy normal y común.
Es lo que se llama tener y desarrollar prejuicios, creyendo, además, que no los tiene.
En este caso, negativos.
Porque siempre tenemos prejuicios. Son necesarios. Sin ellos, incluso, tendríamos muy difícil el sobrevivir, porque nos ahorran tiempo y elucubraciones para empezar.
Nadie se va a poner a pensar primero, al encontrarse con una serpiente en plena calle, si podrá acariciarla o qué hace un animal así en la vía pública. Lo primero que hará nuestro prejuicio concreto referido a ellas, será llevarnos sanamente a guardar la debida distancia. Mejor: a correr.
Por más que se pueda tratar de un animal inofensivo y amigable.
Es que hay prejuicios buenos y malos, convenientes, evitables y no deseables.
Ejemplos como el de esta señora Montero son los que sorprenden todavía de esta Europa primermundista en muchas cosas, pero con grandes sorpresas berlusconistas, para dar el ejemplo más conocido.
Lo curioso de todo esto, es que en la misma revista dominical me encontré con dos casos que redondeban el tema.
Nada menos que la actriz de moda, Penélope Cruz, vale decir, ninguna escritora ni nadie conocida especialmente como intelectual, (para seguir la moda de que los que están de moda son los que parecen tener la razón y las ideas) daba en dos frases una buena lección de lo malo y pernicioso que pueden ser los prejuicios.
Malos y perniciosos, por lo injustos que pueden ser.
Transcribo:
“En el cine americano [sic] ya no tienes que ser la que entra gritando o la que limpia por tener acento. Eso ha cambiado”.
(Con ‘americano’ se refiere al cine de EEUU, al usamericano o estadounidense; no al cine argentino o boliviano, que también son americanos.)
La actriz española de moda se refiere obviamente al prejuicio que se tenía en Hollywood contra los españoles y que al parecer ya no existe. O ha cambiado.
Es decir, se los consideraba gritones y eran los que solían hacer los trabajos de limpieza.
Sin ir muy lejos, sé de qué se trata, porque en la época en que llegué a Alemania –a finales de los años ochenta-, todavía era posible distinguir a las inmigrantes españolas por su diminuta estatura y ancha figura, su pañoleta en la cabeza como las musulmanas y porque muchas de esas mujeres trabajadoras se dedicaban a limpiar y fregar pisos y otras superficies.
Y justamente también en la misma revista, leí varias cartas de los lectores quejándose por una generalización prejuiciosa que había hecho uno de los escritores de moda, Javier Marías, colega articulista de la Montero.
Me llamó la atención, porque acababa de leer la siguiente frase suya:
«Yo no puedo evitar ser varón, blanco, europeo, y ver las cosas desde mi condición.»
Me acordé de esas fregonas inmigrantes españolas aquí en Alemania, de la imagen que tenían y siguen teniendo aún muchos alemanes de los habitantes de España: el españolito, el lolailo que arroja todos los desperdicios al suelo en las tabernas, que se las pasa cantando, fumando, bebiendo vino y haciendo siesta.
También recordé que los españoles siguen siendo considerados «hispanos» por los anglosajones cuando en EEUU tienen que consignar su «raza» en algún documento de identidad.
Al parecer, en uno de sus artículos anteriores, Marías se había referido despectivamente a las amas de casa, al decir que las mujeres que decidían trabajar para la Empresa Casera No Lucrativa Ni Bursátil llamada comúnmente Familia, lo hacían bostezar.
Otro simple prejuicio más, pensé.
Negativo y maligno, además, porque a pesar de todos los avances y todas las legislaciones, las mujeres se siguen enfrentando a barreras invisibles pero hábiles y férreas, que les impiden alcanzar los mismos derechos, las mismas oportunidades y los mismos sueldos que los hombres.
¡Gran falta que hacen, luego, este tipo de comentarios!
En su artículo, el señor Marías defendía su posición diciendo que era su opinión.
Lo cual es correcto.
Pero no quita que su opinión sea un simple prejuicio.
Triste, por lo demás, de coincidir con sus propias experiencias.
Porque el solo imaginarse que este hombre se ha debido pasar bostezando todo el tiempo que pasó con su madre, con sus abuelas, sus tías y todas las demás mujeres vecinas que hasta hace poquito nomás en España apenas podían salir de casa como seres humanos independientes (y menos tener una columna propia en un diario), es para sentirse verdaderamente mal.
¿Y por qué no lo hacían esas mujeres?
¿Por qué esperaron hasta el siglo XX para hacerlo: para votar, estudiar, formarse profesionalmente y trabajar independientemente y no ser solamente amas de casa?
¿Por qué no se han quejado la madre, las tías, las hermanas o primas de Marías?
¿O acaso son o fueron de las pocas con esa suerte histórica de haber sido profesionales y no ‘simples’ madres de familia y amas de su empresa casera?
¿Sabrá Marías, pregunto retóricamente, que su condición es simple cuestión histórica, de momentos?
¿Que de haber nacido antes habría pertenecido a una familia nómade de las que pintaron las cuevas de Altamira y se movían semidesnudos por territorio hoy español sin tener lo que hoy llamamos casa, es decir, cuando no existían las amas de casa?
Esas son las cosas que no se preguntan los prejuiciosos, los que en el fondo terminan, muchas veces sin querer (espero), apoyando teorías como la superioridad racial o genética.
Los blancos mejores que los más oscuros, los hombres mejores que las mujeres, estas aburridas y sosas (si son amas de casa).
Etcétera.
¿O creerá de verdad la Montero que los latinoamericanos llevamos un gen del Refocilamiento en la Desgracia Ajena más fuerte que el de los españoles?
Ella ha lanzado una aseveración que afecta a millones de personas y que -seguramente, me aprovecho de la ambigua palabra- a ninguno de la redacción de El País se le ocurrirá corregir o comentar.
Algo de lo que difícilmente se podrán defender esos casi 400 millones de hispanohablantes.
Menos mi abuela que está en el cielo (no soy creyente) y que era de las que hacía pasar a su casa a la gente pobre y necesitada para darles de comer.
Es el poder de los medios de comunicación y la responsabilidad de los comunicadores, en tiempos en los que los inmigrantes latinoamericanos son cada vez menos deseados por la -hoy- exitosa y casi empachada España. A exitosa en lo económico, me refiero, claro. Y al amparo de la poderosa Europa.
Y Marías, por su parte, ¿creerá que las mujeres que se deciden por su empresa casera no bursátil y sin carácter de lucro, llevan el dispositivo Productor del Bostezo?
Ya quisiera ver yo que este señor se atreviera a expresarse así de los hombres -como yo, parcialmente- que no ven el cuidado de los hijos en casa como algo abominable ni soporífero.
Personalmente, no me asombraría aburrir a este señor.
(Alguien quien, de paso, se queja de que en 1992 muchos sustituyeron la palabra ‘descubrimiento’ por -cito- «una ñoña expresión«: ‘encuentro de culturas’.
Desde aquí le digo:
¡Lo ñoño es Descubrimiento, allí donde hubo Invasión, Exterminio, Robo, Abusos y Expoliación!)
Mejor dicho, no me preocuparía aburrir a Marías.
Es más, en mi caso habría cierta simetría, aunque me duela decirlo, por impertinente de mi parte.
Porque hace un par de años tuve la “mala” suerte de recibir como regalo una de sus novelas de parte de un gran amigo argentino (no es un oxímoron), quien creía hacerme un gran favor con ese libro.
Lo malo fue que después yo no sabía cómo hacer para no tener que confesarle que me causaba un gran sopor su lectura. (Lo he callado hasta ahora.)
Pero no por eso se me ocurrió ni ahora tampoco, obviamente, decir prejuiciosamente que todos los escritores me causan sueño.
¿O tendría que decir “¡Qué prejuiciosos y soporíferos son todos los articulistas de la revista dominical de El País, incluidas las mujeres!”?
¿O, mejor, ya que estamos en esas, todos los escritores del mundo?
No.
Yo estoy seguro de que tanto Montero como Marías tienen mejores cosas que decir.
…$.
HjorgeV 28-09-2008