¿POR QUÉ NO PROGRESA LATINOAMÉRICA?

(El siguiente texto no pretende ser riguroso. Se trata de un simple ejercicio dominical de pensamiento y escritura que busca ocuparse de ciertas preguntas que me interesan como peruano respecto a Europa y su actitud frente a Latinoamérica.)

¿Por qué no progresa Latinoamérica?

Esta es una pregunta con la que tarde o temprano nos vemos confrontados los latinoamericanos independientemente del lugar donde vivamos.

Bien sea porque llegamos nosotros mismos a ella o porque nos la hace gente de otros continentes.

Muchas veces en forma de una insistente y reclamante querella.

¿Por qué carajo no progresa Latinoamérica?

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En mi último viaje a mi país de origen, el Perú, me recomendaron un libro que, en principio, también se ocupa de este tema:

Cuentos chinos, El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina, de Andrés Oppenheimer.

Se trata de un periodista argentino nacido en Buenos Aires en 1951, afincado desde 1973 en EEUU y con la nacionalidad de este país.

Reproduzco parcialmente la presentación de la contraportada del libro:

¿Qué países están logrando reducir la pobreza y aumentar el bienestar de su población y qué países están simplemente contando “cuentos chinos”?

Oppenheimer presenta su visión sobre el mundo del siglo XXI: qué países latinoamericanos tienen las mayores posibilidades de progresar, y cuáles están encaminados al fracaso en el nuevo contexto internacional marcado por el surgimiento de China como segunda potencia mundial.

No es fácil reconocerlo a primera vista, pero Oppenheimer tampoco responde a la pregunta inicial planteada.

Su receta, a grandes rasgos, es que si queremos progresar como otros países y regiones del mundo lo han hecho a velocidades impensables apenas un par de décadas atrás –China, India, Taiwan, Singapur, Vietnam-, es necesario atraer más inversiones productivas más o menos como sea y dejarnos de lamentos.

No voy a poner en tela de juicio aquí si esta es la verdadera o mejor solución: la de concentrarse en atraer inversiones a nuestros países, más o menos a cualquier precio.

Me interesa aquí ocuparme de la pregunta inicial.

¿ES CORRECTA LA PREGUNTA ASÍ FORMULADA?

¿Por qué diablos no progresa Latinoamérica?

Primera constatación: la pregunta no es correcta.

¡Claro que progresamos! Y se puede demostrar.

Así planteada, la pregunta, es una falacia, porque lo que pasa no es que no progresemos como países, sino que lo hacemos demasiado lentamente. Con desesperante lentitud.

De tal manera que me veo obligado a reformular lo planteado y preguntar:

¿Por qué es así?

RACISMO IMPLÍCITO, NEGATIVO E INÚTIL

Varias han sido las veces en las que me han hecho la pregunta inicial aquí en Alemania.

Varias las veces, también, pasando a ilustrar mis experiencias en este mi segundo país, en las que he sentido y compartido la gran frustración que experimentan muchos alemanes después de haber viajado por nuestros países y constatado que seguimos siendo en muchos casos como definió el sabio italiano Raymondi al Perú:

Un mendigo sentado sobre un banco de oro.

Casi tirándose de los cabellos, de pura desesperación, cuántas veces no me habrán hecho las preguntas que nosotros mismos, como latinoamericanos, nos hacemos también:

¿Por qué no avanzamos?

¿Por qué no progresamos?

¿Por qué no trabajamos más por ello?

Estas preguntas son más complejas de lo que se pudiera creer. Ni siquiera me refiero necesariamente a sus posibles respuestas.

Para muchos alemanes, por ejemplo, se podrían resolver con un simple: Porque los latinoamericanos no queremos.

-Miren a Alemania -parecen querer decirte con su actitud, pero sin llegar a atreverse a hacerlo-. De las cenizas, hemos hecho un gran país.

-¿Tú crees que la gente pobre no quiere salir de la pobreza? –he tenido que preguntarles muchas veces.- ¿Tú crees que esa gente marginada no quisiera vivir bien?

-¡Claro! –ha sido la respuesta inequívoca de mis conciudadanos.

-Entonces, no se puede afirmar que los latinoamericanos no queramos progresar, porque eso sería equivalente a afirmar que somos flojos y enemigos del trabajo. Y de allí al racismo implícito, negativo e inútil, no hay mucho trecho.

Si es, entonces, más o menos obvio que nadie desea la pobreza, es menester, por tanto, buscar las causas de esa aparente desidia y abulia para enfrentar nuestros problemas y nuestro futuro.

Las causas tienen que ser otras.

Más profundas, más complejas y menos obvias.

¿QUÉ ES PROGRESO?

No es del todo inconveniente, tampoco, hacer aquí un paréntesis y preguntarnos qué significa lo que denominamos ‘progreso’.

Estoy convencido de que en la suposición de que significa lo mismo para todos y que es lo mismo que todos desean, está también parte de nuestros grandes problemas.

¿Qué es progreso?

Otra pregunta de difícil respuesta.

Tal como conozco y entiendo el mundo, actualmente, lo que se entiende por progreso es la participación con más o menos cierto buen resultado en cifras, en una carrera mundial escandalosamente desigual en la que compiten unos pocos países con increíbles ventajas de todo tipo, contra otros que forman la mayoría y que apenas pueden ocuparse de sus más acuciantes problemas: como el hambre, la pobreza en general y la ignorancia.

En esta competencia, por un lado, están los llamados países del Primer Mundo que sacan su mayor y mejor tajada del pastel, entre otras cosas porque crearon, impusieron, dominan y pueden defender sus reglas en esa carrera.

Por el otro, el resto de los países, en clara inferioridad de condiciones y que tienen que contentarse más o menos con lo que queda.

(Mi Lector Atento desea saber ahora quién define cuándo un progreso es demasiado lento. Cuando el hambre y la pobreza, en general, siguen cundiendo, podría ser la respuesta inmediata. Si un país no combate adecuadamente el hambre acuciante de su población, se podría afirmar que no progresa, para tomar el parámetro más importante.

-Entonces –afirma mi Lector Atento- no progresa el mundo porque se sabe que casi el 40% de los víveres que se adquieren en los países del llamado Primer Mundo van a parar a la basura.

Y hay que darle la razón.

Desde ese punto de vista, nuestro Mundo visto como un todo, no progresa, efectivamente.

Es más, es un desastre: cada tres segundos muere un niño como producto del hambre o de la pobreza, en general, en algún lugar de este mismo mundo.

-¿Cómo puede entonces puede vanagloriarse el llamado Primer Mundo de su ‘progreso’ que ha sido obtenido y se obtiene, por lo demás, con el concurso del resto de los países? -se pregunta mi Lector Atento, sin que pueda yo darle una respuesta.)

Pero regresemos a nuestra pregunta concreta y supongamos que el Progreso es algo sobre cuyo significado hay consenso.

La pregunta, entonces, repito, sería una falacia.

Y se puede demostrar.

DATOS ESTADÍSTICOS CUALESQUIERA

Tomemos, por ejemplo, más o menos al azar (acabo de introducir “datos económicos América Latina” en el buscador de Google y ha sido uno de mis primeros resultados, en cuestión de segundos), los datos de un tal The World Bank Group.

Según esos datos, no es cierto que Latinoamérica no progrese. Lo hace, claramente.

Tal vez lo que más llama la atención, sea que, a pesar de que la industria crece y aumentan una serie de índices considerados positivos, otros indicadores, especialmente los que conciernen a la gran masa poblacional sin mayores ni menores recursos, no han mostrado el mismo incremento porcentual.

Según los datos de otra tabla, el 98% de los niños latinoamericanos llegan a completar su educación primaria, aunque solo el 85% consiga terminar la secundaria.

Según esta misma fuente, salvo en tres países, más del 80% de la población de la región tiene alguna forma más o menos conveniente de acceso al agua potable y los índices macroeconómicos “muestran signos positivos”.

Entonces, claramente, desde un punto de vista más o menos consensual, Latinoamérica progresa.

¿Por qué la continua queja europea, entonces?

Porque lo hace, pero muy lentamente, podría ser una respuesta.

Paradójicamente, y esto es objeto de gran parte de las críticas a este llamado progreso, solo una parte de la población se ha beneficiado claramente de este claro avance.

El resto no solo no ha avanzado en este tímido progreso: ha visto empeorados sus niveles generales de vida.

La pobreza es angustiante en países como el mío, el Perú, del que se afirma que solo en Lima, una ciudad de más de 8 millones de habitantes, más de la mitad de ellos (51,8%) viven en condiciones de pobreza a pobreza extrema.

Según el mismo artículo consultado, el 60% de la población en Colombia vive bajo el llamado nivel de pobreza. 53% en Argentina, 54% en México, 45% en Venezuela y el 21% en el caso de Chile.

Es decir, el llamado progreso, determinado en los últimos tiempos por la mayor o menor inserción en las reglas de ese desigual y asimétrico juego que podemos llamar economía globalizada –competencia mundial-, ha sido solo parcial en nuestros países.

No solo eso, ha ahondado aún más las diferencias sociales.

Esta es la gran crítica que se le podría hacer a ese llamado progreso.

En suma, tambaleándose, pero Latinoamérica avanza.

¿Por qué no lo hace más rápida y equitativamente?

EL LLAMADO LAMENTISMO VICTIMISTA

Oppenheimer tiene razón en un punto importante.

Quien quiere progresar no puede hacerlo sólo lamentándose, tiene que mirar al futuro y esforzarse todo lo posible para concentrarse en él.

Es una verdad de Perogrullo y no es lo que me interesa hoy aquí.

Me interesa saber por qué no avanzamos más rápido. Ver si existen cargas en nuestro ‘vehículo’ globalizado que nos impiden aumentar la ‘velocidad’ económica.

Muchos europeos y ciudadanos de países del llamado Primer Mundo, incluido EEUU, me han sorprendido más de una vez con la misma pregunta:

¿Por qué Latinoamérica –sus gobernantes- no dejan de lamentarse y quejarse y se preocupan más por buscar soluciones?

Curiosamente, esta pregunta esconde también un lamento.

Con todo derecho, me digo, la misma pregunta se la podría hacer a ellos:

¿Por qué Europa y EEUU no dejan de lamentarse y se preocupan más por ayudar a buscar soluciones a los graves problemas de Latinoamérica?

Lo primero que alguien juiciosamente podría reclamar sería:

¿Qué tenemos que ver nosotros con los problemas latinoamericanos?

Desde el punto de vista de la historia europea, por lo menos, la respuesta es, mal que les pese: mucho.

Es más, afirmo como peruano que nuestra mayor desgracia nacional –la Colonia española- no solo significó la pérdida de una gran cultura y la destrucción de un Imperio y de un extenso sistema social que funcionaba exitosamente, aparte de varias gravísimas cosas más, esa misma colonia significó también tener que entrar a la competencia mundial moderna con siglos de atraso.

Atención. Esto no es una queja. Ni revanchismo. Es una simple constatación.

Y me ocupo de ella, no porque desee apoyar el resarcimiento por los daños históricos y materiales ocasionados por Europa en Latinoamérica y África durante siglos que algunos preconizan, simplemente me interesa tratar de dejar claro que nuestros países no avanzan todo lo rápido que se quisiera, pero no porque no quieran o no les de la gana.

Avanzan, ya lo hemos visto, A PESAR de las grandes desventajas en las que los dejó principalmente la España colonial y esclavista hace ya casi dos siglos. Y a pesar de las desventajas actuales que determinan el mercado mundial.

¿Qué ha cambiado desde entonces?

¿NOS INDEPENDIZAMOS DE VERDAD?

Reproduzco a continuación el comentario que hice ayer en la bitácora del periodista y ensayista francés Jean-François Fogel en El Boomeran(g), tratando de responder a la pregunta que ha motivado la entrada dominical de esta bitácora.

Entre los errores y omisiones más frecuentes que se cometen cuando se trata ese fenómeno llamado Latinoamérica, está el de creer que nuestros países son ‘independientes’ desde comienzos del siglo XIX.

La confusión proviene de creer que esa llamada independencia la alcanzaron las etnias que poblaban gran parte del continente americano antes de la invasión española que se sigue llamando vergonzosamente ‘conquista’.

¿Qué sucedió para que la Corona española se decidiera a rendirse y a soltar la presa que llevaba bien sujeta durante tres siglos? ¿Por qué no lo hizo uno o dos siglos atrás?

Existían/existieron varios factores y razones. Empero, considero a uno, como el primordial.

¡Se habían acabado el oro y la plata ‘superficiales’ que al comienzo se habían tenido que llevar como único cargamento de barcos enteros!

Barcos llenos de oro y plata que atrajeron pronto a los llamados piratas, que no eran otra cosa que emisarios, corsarios, de los demás países europeos ¡que no querían quedarse sin su parte del pastel metálico!

Cuando ya no había mucho para saquear y se tuvo que empezar a sacar el oro y la plata con verdadero esfuerzo de parte de quien lo organizaba (ya no solo con el esfuerzo y la sangre de los aborígenes), entonces el español se cansó.

Latinoamérica, como por arte de magia, dejó de ser interesante.

(Ahora vuelve a serlo y ya se ve cómo el imán atrae a los españoles, felizmente, bajo otras reglas de juego. Me refiero a los consorcios hispánicos.)

No es, pues, una casualidad que las fechas de nuestras llamadas independencias sean casi inmediatas a la desaparición de los últimos piratas.

¿Qué dejaron atrás los españoles en nombre de la Corona española y el Cristianismo?

Tres Siglos de Barbarie: genocidio, expoliación, rapiña, saqueo, robo, aniquilación de varias grandes culturas y de por lo menos dos grandes sistemas sociales que realmente funcionaban exitosamente como tales.

Además de un maligno racismo, una nueva religión y abusos en todos los niveles posible. Todo eso a lo largo de TRESCIENTOS AÑOS.

Para mí, lo peor que dejaron fue su sistema de vida, el colonial, y el racismo. Es decir, que el que tiene la sartén por el mango o las armas en la mano –estando desarmado el otro, casi siempre un indígena- tiene derecho a convertir en esclavo a quien pueda.

¿Al independizarse nuestros países, tomaron las riendas del nuevo futuro las etnias que habían sido esclavizadas durante esos tres siglos?

¡Por supuesto que no!

Fueron los criollos, los descendientes directos de los españoles pero nacidos en América los que, sintiéndose con los mismos derechos que los peninsulares, iniciaron los primeros intentos de esa llamada independencia y los que después se quedaron en los respectivos gobiernos.

No los cholos, ni los indios, quienes no habían tenido acceso a la educación ni al progreso a lo largo de 300 años y no sabían leer ni escribir.

(El primer presidente cholo del Perú, Toledo, llegó a serlo, nada menos que ¡casi DOS SIGLOS después de la llamada independencia de mi país! Y esto, sin tener en cuenta que se trata de un ‘cholo’ solo por su aspecto.)

Así, ha transcurrido el destino de nuestros países hasta no hace mucho. Recién ahora es posible ver que las clases gobernantes han ido “acholándose” (en varios sentidos) cada vez más: recién en los años 70 se intentó hacer una –catastrófica- Reforma Agraria en el Perú, por ejemplo. Muchos presidentes latinoamericanos el día de hoy no son de origen europeo.

Pero no hay que engañarse: el que un gobernante no sea de origen europeo, no significa que la realidad haya cambiado mucho para la gran masa poblacional. A casi dos siglos de nuestra independencia de la corona española las cosas no han cambiado mucho.

Es algo que se puede ver físicamente en casi todos nuestros países: la pobreza y la ausencia de educación tienen un color de piel y rasgos fisonómicos muy definidos.

No puede ser casualidad, entonces. (Hitler hubiera tenido su propia explicación.)

Ahora que es posible para grandes sectores de la población latinoamericana (los descendientes de las etnias aplastadas por los españoles de entonces) elegir a sus gobernantes, a pesar de seguir en clara y múltiple desventaja tecnológica, económica y cultural, y lo hacen inclinándose por representantes de sus propias etnias, ¡Europa y EEUU se asombran de que el puesto presidencial les quede grande a estos últimos! (Para decirlo benignamente.)

La misma Europa y los mismos EEUU que tuvieron SIGLOS ENTEROS para practicar sus formas de vida y gobierno entre la gente de su propia etnia y su propia cultura; aplastando o asesinando a las de las demás; equivocándose y aprendiendo; aparte de tener casi todas las ventajas (África y Latinoamérica) para conseguirlo y de ensayarlo en campo ajeno.

La Europa invasora, esclavista, pirata, saqueadora, colonialista, misionera, fascista, franquista, nazi, ventajista y asesina de hasta no hace mucho (sigue siendo ventajista, hoy porque el elector lo exige), ahora mira su progreso y su ‘avance’ (pisar sobre las cabezas de otros indefensos y olvidarlo cómodamente no puede llamarse verdadero avance o progreso), pero le falla la memoria para reconocer cómo es que le ha sido posible ir recolectando grandes y más ventajas a costa de África y Latinoamérica hasta llegar adonde está el día de hoy.

Si hay alguna enseñanza clara, práctica y no revanchista, a extraer de nuestra historia y de la de EEUU, es que el racismo, convertido en arma económica y de explotación, es la peor lacra humana de todos los tiempos en cualquier latitud.

Y la más difícil de erradicar.

La otra enseñanza es de Perogrullo: practicar con grandes ventajas en campo, cuerpo, propiedad, bolsillo y sangre ajenos, y aprovecharse de las nuevas ventajas obtenidas para obtener aún más y hacer más indefenso al esclavo u oprimido (postrándolo masivamente en la ignorancia, por ejemplo), siempre es más fácil que tener que empezar de cero.

Latinoamérica avanza así, pues, lenta y frustrantemente; pero lo hace, no solo gracias a sus propios esfuerzos y a pesar de las duras y ventajosas (casi siempre en un mismo sentido, ya saben cuál) reglas de juego internacionales que no inventaron ni impusieron nuestros países.

Lo hace, a A PESAR de esa Gran Burrada y crimen contra la humanidad que fue la colonia española y que le ha costado a países como el Perú, el mío, más de un retraso de 300 años.

Lo curioso es ver que no se aprovecha la gran cultura europea para entenderlo.

EL CASO PERUANO

Si en la competencia económica mundial los países se pudieran representar como corredores, podríamos ver claramente que más o menos una decena de países está a la cabecera y el resto sigue a menor o mayor distancia.

Esta clara ventaja, ¿siempre existió?

En el caso del Perú eso no fue siempre así.

Existió una época –la del Imperio Incaico- en la que la población de nuestros territorios formaba parte de un extenso sistema social y dueño de una gran cultura, que funcionaba y satisfacía las necesidades de esa población.

(Alguien podría decir que ya han pasado 500 años desde entonces y que nos deberíamos olvidar del tema. Suponiendo que este tipo de cosas tiene su fecha de caducidad, ¿por qué entonces se ha vuelto a sacar el tema de la invasión musulmana a la península a propósito del llamado terrorismo fundamentalista islámico, habiendo ocurrido 1.200 años atrás? ¿O cómo es posible que se recurra a 2.000 años de tradición cristiana para tratar de dejar fuera de la Unión Europea a Turquía, por ejemplo? ¿O cómo es que España le reclama a cazatesoros usamericanos los tesoros de barcos hundidos cuatro o más SIGLOS ATRÁS en sus aguas territoriales?)

Nuestra ventaja fue destruida de cuajo cuando los españoles (de entonces, se entiende) llegaron a invadir el Imperio Incaico.

Tres siglos después, se fueron; dejando en sus puestos a sus descendientes directos -los llamados criollos-, no a las etnias a las que les habían arrebatado todo: su sistema económico y social, su religión, sus riquezas, su lengua y su cultura.

La España colonial, además de esclavizarnos nos dejó el racismo y toda una compleja idiosincrasia:

-El que tiene la fuerza o el poder, puede hacer más o menos lo que quiera.

-Mientras más indígena eres, menos vales.

-Las cosas también se consiguen por el llamado compadrazgo o según las relaciones que tengas con la gente en el poder.

-Las leyes son algo que no necesariamente se tiene que respetar.

(Un buen ejemplo de lo primero lo ha dado ese movimiento pendular de varios de nuestros países, según el cual las dictaduras militares se alternaban en el poder con los gobiernos civiles. Y eso, hasta hace poco.)

Cuando la Corona española se cansa y da paso a la llamada independencia de nuestro país, que fue, en el fondo, un paso del poder de los españoles a sus descendientes directos que se sentían sin los mismos derechos -los criollos-, las cosas siguieron más o menos como antes: un pequeño grupo humano de origen extranjero (europeo) siguió controlando y decidiendo el futuro y el rumbo de un país invadido y mayoritariamente indígena.

El sistema colonial pasó a tener otro nombre, republicano, pero ese estado de cosas se mantuvo sin mayores cambios sustanciales por lo menos durante un siglo más.

Cuando el auge del gran capitalismo y de la gran industria empieza a llegar en oleadas fuertes a nuestro país en el siglo pasado, esa élite postcolonial se sintió fastidiada.

Venían a querer cambiarle su cómoda vida de señores feudales modernos.

El puñado de familias terratenientes que controlaban y eran dueñas del Perú al más puro estilo colonial, no supo qué hacer con la modernidad y entonces los acontecimientos se precipitaron.

LA TELEVISIÓN: LA MEJOR ARMA DEL GRAN CAPITALISMO

De modo totalmente particular, considero la aparición de la televisión como un gran agente catalizador en todo sentido y un gran hito de la historia moderna.

Para bien y para mal.

Por ella, los olvidados de todos los rincones de nuestra dificilísima geografía descubrieron otros mundos y otras realidades.

Por ella, empezaron a tener nuevos sueños.

Por la televisión, las masas empezaron a enterarse de lo que sucedía en otros países.

Por la televisión, entró el sueño consumista propio del modelo usamericano.

Pero nuestro país no estaba preparado para producir sus propios productos ni nadie le dijo a esa gran masa, mayormente ignorante e influenciable, que lo que la televisión mostraba –y sigue mostrando- era y es solo parte de un libreto falso y preestablecido.

Así, tuvimos que pagar muy alto el precio del atraso colonial (de tres siglos), más el atraso postcolonial (de más de un siglo) que llevábamos a nuestras espaldas.

De ser un país netamente agrario y mantenido adrede masivamente en la ignorancia, pasamos a intentar a ser uno consumidor e incipientemente industrial.

Y lo pagamos muy caro al principio. Vendiendo nuestro petróleo, nuestros minerales y demás riquezas naturales a precio de regalo y comprando, en clara desventaja, los productos que no sabíamos producir y teníamos que importar pagando horrendos precios.

Vendíamos -y seguimos vendiendo- nuestros metales por centavos a los países desarrollados para volver a comprarles esos mismos metales pagando cientos o miles ya transformados en máquinas y aparatos .

Encima, la gran banca extranjera, repentinamente, de ser una institución de naturaleza desconfiada y tenaz, pasó a ofrecernos en la nariz créditos increíbles y jugosos que prometían ser la solución a nuestros problemas. Y nuestros gobernantes pisaron el palito.

La mayoría de la población, de origen indígena, ¿podría recuperarse de golpe, tirarse las imposiciones del FMI a la espalda y saltarse los siglos de atraso simplemente porque el nuevo orden en la economía mundial ahora lo exigía?

¿Estábamos preparados históricamente como nación para el salto a la llamada globalización?

REFORMA AGRARIA Y LIBERTOS

Cuando el general Juan Velasco Alvarado y su llamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas llega al poder en 1968, lo hace con las mejores intenciones de alguien que sabía por su origen lo que significaba el atraso, la pobreza y la marginación económica y racial.

Pero todas sus reformas se vinieron abajo rápidamente porque no contábamos con la ‘infraestructura’ humana para hacer frente a cambios tan profundos como los socializantes que propugnaba su gobierno.

Los miembros de las cooperativas que tenían que trabajar la tierra de sus antepasados y que ahora les volvía pertenecer con la Reforma Agraria, por ejemplo, no sabían siquiera lo que era la competencia empresarial.

No conocían el mercado libre y sus leyes. Ni siquiera sabían organizarse para cumplir el simple trabajo cotidiano.

Era gente que venía de conocer un solo incentivo durante siglos: el látigo y el mal pago.

Y no supieron qué hacer con la nueva libertad.

Les pasó lo mismo que a los esclavos afroamericanos cuando se convirtieron en libertos en EEUU.

Muchos regresaron donde sus antiguos amos porque simplemente no sabían qué hacer con su libertad.

Otra habría sido la historia, si esos esclavos usamericanos hubieran sido resarcidos por la esclavitud y su consecuente colaboración económica con el sistema, y hubieran tenido la oportunidad de empezar montando pequeños negocios o comprándose pequeñas propiedades.

Los libertos fueron abandonados a su suerte y, debido al racismo y a una fantástica rueda selectiva socioeconómica basada en él, hasta ahora no se han podido recuperar en ese país de ese nuevo golpe con aspecto de regalo que recibieron.

UN ESCENARIO NO DEMASIADO FANTÁSTICO

Si no es posible entender qué significa esto, podría poner un ejemplo un tanto bizarro, pero ilustrativo.

Imaginémonos que el mundo sufre de pronto una gran depresión económica.

De pronto, empieza a escasear el combustible y éste encarece astronómicamente por acción de la ley de la oferta y la demanda. Como este encarece, todos los precios empiezan a subir rápidamente y se produce una aparatosa caída en la bolsa de valores.

En cosa de semanas, la inflación se va a las nubes, algunos bancos empiezan a quebrar, ciertos grupos de los llamados terroristas y otros anarquistas se aprovechan de la situación para crear aún más caos y la vida en las ciudades empieza a colapsar.

Con la crisis de los combustibles, muchos automovilistas no pueden adquirirlos por su alto precio o porque su empresa ha quebrado de un momento a otro. Las huelgas, las medidas de presión desde todos los niveles aumentan y en apenas semanas, los sistemas de distribución de alimentos empiezan a fallar por las mismas razones.

Comienzan los primeros saqueos.

La economía del país colapsa totalmente y el caos ya es total, cuando el gobierno tira la toalla harto de no soportar la presión desde todos los lados.

Imagínense que el país es Alemania, en el que vivo. La población, desesperada, empieza a sembrar hortalizas en su jardín, sabe que va a tener que vivir directamente de lo que produce la tierra hasta que las cosas se solucionen o tranquilicen.

Las tierras de cultivo empiezan a ser asaltadas. El hambre cunde.

En este nuevo escenario, solo aquellos que tengan ciertos conocimientos agrícolas y quieran ensuciarse las manos, son los que estarán en clara ventaja respecto a los, vamos a decir, trabajadores y empleados de escritorio, los Burócratas.

Imagínense ahora, que ese es el nuevo futuro de nuestro mundo: cultivar la tierra con nuestras propias manos y que los llamados Agrícolas, conscientes de que no puede haber para todos, empiezan a tomar las riendas del poder y se niegan a transmitir sus conocimientos a los demás, a los Burócratas de toda calaña.

El dinero ha dejado de tener valor. Se instala un nuevo poder y una nueva forma de economía y pago.

Imagínense, finalmente, que esto sucede durante varias generaciones. Vamos a decir, siglos. El país lo dominan los Agrícolas y los Burócratas se han convertido en esclavos de los primeros, pero sin tener acceso al poder ni a la educación. Por tanto, tampoco a la tecnología agrícola.

No saben, simplemente, cómo se trabaja la tierra con las manos.

De pronto, cambian las cosas –por la razón que sea-, y los Agrícolas saltan del barco –y del poder- y dejan a los Burócratas a su suerte.

Esto que suena a ciencia ficción es una parodia de lo que le ha ocurrido a nuestros países y de cómo influye la ventaja tecnológica y la sujeción del poder.

La diferencia está en que en nuestro caso los señores coloniales no abandonaron del todo el poder, sino que lo pasaron a sus más directos descendientes, quienes siguieron con las riendas del país unos 150 años más sin cambiar sustancialmente el estado de cosas.

LA EUROPA VENTAJISTA

Los tiempos modernos han hecho más sutil el ventajismo que ha practicado Europa respecto al resto del mundo desde que se ‘descubrió’ América y se instalaron las primeras colonias en África.

Lo que Colón buscaba no eran tesoros que esquilmar y rapiñar. Eso vendría después.

Él buscaba una nueva ruta comercial –más económica y menos peligrosa- a las Indias.

En el siglo XV, gracias al descubrimiento de la pólvora y al desarrollo de la metalurgia, la tecnología bélica -la tecnología europea de la guerra-, se encontraba en un momento de gran desarrollo y auge. Ya se conocían diversos tipos de armas y cada vez se desarrollaban nuevas más efectivas y más rápidas de cargar.

Los españoles acababan de expulsar a los musulmanes de la península después de 700 años de invasión islámica.

En un momento así, llega Colón al continente que ya 500 años atrás habían ‘descubierto’ los vikingos, como ya se sabe ahora. (Los verdaderos descubridores habían llegado desde algún lugar de Asia, probablemente, unos 30 o 40 mil años antes.)

Los que lo siguen se encuentran con poblaciones caribes que apenas oponen resistencia a su aparato bélico. Aún no saben de los Imperios Inca ni Azteca.

Entonces, treinta años después, de pronto, a Cortés le es posible dar el gran golpe, debido a que los aztecas lo creen un dios o un enviado de los dioses y le brindan hospitalariamente posada.

A partir de allí, le sigue Pizarro al sur de América. El resto lo conocemos.

¿LAMENTO BORINCANO O EUROPEO?

Cuando los europeos se lamentan de que los latinoamericanos nos lamentamos de lo duro que lo tienen nuestros países para avanzar, ¿qué pretenden?

¿Compadecerse? ¿Burlarse, mofarse, acaso?

¿Pretenden desconocer la historia?

¿No saben lo que es la Memoria Histórica, eso que Alemania ha sabido y sabe recuperar y que en España ha empezado a cuajar como obligación ciudadana respecto a su propia historia interna?

Siguiendo con el ejemplo de mi país, constato una y otra vez, con asombro y fascinación que la gente del Perú –y esto es extensible a la mayoría de los países latinoamericanos-, a pesar de las grandes desventajas históricas, producto de siglos de colonialismo parásito y apenas constructivo, con las que se enfrenta al concierto económico mundial.

A pesar de las catástrofes naturales como el fenómeno del Niño y los grandes terremotos que nos azotan cíclicamente.

A pesar de las fieras e inhumanas imposiciones del FMI, el Fondo Monetario Internacional, de las décadas inmediatas pasadas, cuyas consecuencias hasta ahora pagan con hambre los niños de nuestras poblaciones.

A pesar de nuestra disímil y dura geografía andina, el duro escollo para el desarrollo y las comunicaciones, y el injusto centralismo costeño que ella representa.

A pesar de nuestro subdesarrollo tecnológico, el alto porcentaje de desocupación y la ausencia generalizada de infraestructuras.

A pesar de fenómenos como el de Sendero Luminoso, sobre los cuales se puede decir que es una suerte que no hayan aparecido más en un país con una historia rica en injusticias y marginación como es el nuestro.

A pesar de muchos de nuestros gobernantes desastrosos y que no han hecho -y hacen- sino repetir esquemas que demuestran que tanto la educación como la mala educación –de siglos- son armas que rinden sus frutos para bien y para mal.

A pesar de los contratos mineros y petroleros más que indecentes y leoninos pactados con empresas extranjeras que han sabido aprovecharse de nuestra urgente necesidad y de nuestra falta de tecnología.

A pesar de la corrupción imperante en casi todos los niveles; y de la que, en el caso de los contratos indecentes y escandalosos con el extranjero, se suele olvidar que tanto el que se deja corromper como el que corrompe deberían ser castigados.

A pesar de las masivas emigraciones de –probablemente- muchas de nuestras mejores fuerzas de trabajo y de los llamados cerebros, todos formados con inversiones del país pero que terminan sirviendo a otros países, por lo general del mal llamado Primer Mundo.

A pesar de la lacra del racismo implantado y –me imagino- perpetuado a través de colonización española.

A pesar de todo eso y mucho más, mi país latinoamericano, es como un gigante mutilado, tullido y medio ciego, que, a pesar de todo, ya que no puede caminar, sigue tercamente rodando, golpeándose con todo tipo de obstáculos en el camino y soportando el embate de los nuevos tiempos pero con una absurda sonrisa en su rostro abollado: la de la gente humilde y trabajadora y sus verdaderas y grandes ganas de vivir.

¿No es esto un verdadero milagro?

¿De qué se quejará la Europa ventajista me pregunto, por eso?

¿De qué se quejará la Europa de Memoria Histórica Cero, quien, cuando le convino, migró violentamente, invadiendo y saqueando continentes enteros y ahora le apesta la misma migración cuando es de otro sentido, a pesar de ser pacífica y convenirle económicamente hoy?

Sospecho que lo que más desea esa Europa es escabullir su responsabilidad histórica respecto a Latinoamérica y África.

¿Por qué lo digo?

Supongamos que Latinoamérica, al igual que China y la India, encontrara la ‘fórmula’ para un progreso veloz en el contexto de la competencia económica mundial actual y las nuevas tecnologías.

¿Les interesaría eso a los europeos y, en general, al llamado Primer Mundo?

Ya sabemos que no. Ya se sabe que sería un desastre ecológico.

Tal como ocurre en el caso de los dos países mencionados, China e India.

El Primer Mundo ya está demasiado preocupado por no haber calculado bien (léase cambios climáticos e impacto ambiental) ni haberse interesado verdaderamente por el futuro.

EEUU, por ejemplo, se pasó varias décadas fomentando, haciendo la guerra, difundiendo y tratando de imponer su sistema y estilo de vida por todo el mundo.

Ahora resulta que si el resto de los países del planeta lo consiguieran realmente, resultaría más o menos un suicidio terrícola.

A Europa y al resto del llamado Primer Mundo ya no les interesa que los demás países alcancen su nivel y su forma de vida, si es que alguna vez verdaderamente les interesó.

Ahora lo ven como un peligro real.

La gran pregunta que queda en el aire ahora, entonces, es:

¿De qué se quejan?

HjV 27-01-2008

LA CAÍDA DE UN IMPERIO

La historia la escriben los vencedores.

Este es un axioma -es decir, una proposición tan clara y evidente que no exige demostración – que rige más o menos toda nuestra historia.

Ya sea por simples cuestiones técnicas (si apenas han quedado vencidos, por ejemplo), o porque ningún vencedor desea ver su nombre pisoteado.

Menos aún, si -precisamente- ha vencido y tiene el poder para evitar que los vencidos la escriban por él, mostrando su propia visión de las cosas.

Pocos son los casos en los que esto no ha sido así.

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Australia, por ejemplo, como Estado, ya ha empezado a cumplir su obligación de reconocer el exterminio de los aborígenes australianos y –con ello- la invasión británica del continente.

Lo mismo hizo Alemania, en otro contexto, al reconocer el Holocausto judío.

Incluso hoy, en este país, casi no existe ningún político alemán –salvo de la ultraderecha- que no lo reconozca como parte misma de su identidad nacional.

Esas son las grandes excepciones.

Ahora, que ya está comprobado que 500 años antes de Colón, los vikingos ya habían visitado -‘descubierto’ por su parte- el continente americano, deberán pasar empero aún muchos años más hasta que deje de celebrarse oficialmente el llamado Descubrimiento de América y la llamada Conquista.

Alguna vez, espero, el 12 de octubre será por lo menos visto oficialmente como una fecha de Encuentro de Culturas, como ya lo han propuesto y celebran algunos. No necesariamente, como la Invasión que fue.

Los primeros pasos ya se están dando.

Ahora, también, resulta que un ciudadano del país que aún no ha reconocido abiertamente su particular genocidio –el de los indios norteamericanos- ni esa otra barbaridad humana llamada Esclavitud y perpetrada durante siglos contra África, está ayudando a comprender mejor nuestra historia latinoamericana.

Se trata de Jared Diamond y su libro Acero, gérmenes y armas.

Libro del cual no me voy a ocupar aquí, como dirían Les Luthiers, pero que me ha ayudado a comprender un capítulo especialmente difícil de nuestra historia peruana y latinoamericana en general.

Me interesa hoy, aquí, responderme a una de esas preguntas e inquisiciones que nunca pudieron entrar en mi cabeza infantil, después de las correspondientes clases escolares de historia.

¿Cómo carajo pudieron 180 invasores comandados por un ex criador de cerdos vencer a todo un imperio cinco siglos atrás?

¿Cómo diablos hizo Pizarro para traerse abajo el Imperio Incaico?

UN ESCENARIO FICTICIO

Antes, hagámonos una pregunta, imaginándonos un escenario ficticio.

¿Qué sucedería si el día de hoy, seres extraterrestres, vamos a decir todos de cabellos plateados y de intensos ojos violetas, invadieran -en un comienzo pacíficamente- nuestro planeta?

Vamos a suponer que ningún gobierno se atreve a atacarlos por miedo a desencadenar una guerra para la que seguramente no estaríamos preparados tecnológicamente como terrícolas y porque se desconoce el potencial del posible enemigo extraterrestre.

Imaginémonos que llegan a Barcelona o a Buenos Aires, que son muy altos, hablan un idioma que desconocemos y que no parecen portar armas.

Su inicial recorrido por las calles barcelonesas o bonaerenses se realiza en una mezcla de estupor, miedo, júbilo, admiración, curiosidad y gran expectación general.

La población observa anonadada y excitada el paso de los forasteros y el gobierno respectivo empieza a prepararse para lo peor.

Pero lo Peor no llega.

De tal forma que la gente empieza a ganarles confianza.

Ellos sonríen, reciben alimentos y muestras de hospitalidad –después de todo, no nos están atacando-, y, nosotros, por nuestra parte, deseamos ardientemente saber de dónde vienen y quiénes son, cómo han llegado y esas cosas.

(Quién sabe, hasta pueden ayudarnos a solucionar los acuciantes problemas de nuestro planeta.)

Pasado el susto y la excitación iniciales, entendemos que nos quieren dar a entender que vienen en son de paz y que desean encontrarse con el presidente del país.

Éste, después de un profundo análisis de la situación y viendo que grandes sectores de la población –cristiana- creen ver en esos seres la llegada del redentor tan anunciada en sus sagradas escrituras, acepta reunirse con el jefe de los forasteros.

Esto, que es pura ficción, es más o menos lo que le sucedió a Pizarro y a sus 180 soldados aventureros a su llegada al llamado Reino del Perú.

EX CRIADOR DE CERDOS Y EX ALCALDE DE PANAMÁ

En 1527 cuando Pizarro pone por primera vez pie en Tumbes, en la costa del actual Perú, ya han pasado casi 40 años desde el ‘descubrimiento’ de Colón.

Para empezar, no era el primero ni el único en interesarse por un posible reino rico en oro mucho más al sur y que corporizaba la increíble leyenda de El Dorado.

Habían transcurrido casi 4 décadas, pero a ningún expedicionario español le había sido hasta entonces posible avanzar hacia el sur, superando el Istmo de Panamá.

Lo que es la zona del actual Canal constituía más que un obstáculo: parecía ser también el límite natural y final de las tierras que habían descubierto los europeos. (De hecho, ese obstáculo natural es la explicación por la cual los dos grandes reinos, aztecas e incas, no se llegaron a conocer.)

Pizarro no era, sin embargo, de los que se dejaban vencer tan fácilmente. Estaba obsesionado y convencido, además, de que lo que se contaba sobre el oro interminable del Sur, no era una leyenda más.

La Corona española, por su parte, llevaba financiando tantas expediciones que parecía ya no estar dispuesta a seguir haciéndolo solo para alimentar una leyenda dorada.

Los intentos de Pizarro fueron varios.

En uno de los que probablemente sería su último, se dice que capturaron una canoa, cuyo cargamento volvió a confirmar la leyenda de El Dorado.

En la Isla del Gallo, a punto de ser abandonado por su tripulación y sus soldados, Pizarro traza la famosa línea sobre la arena y da su histórica arenga:

«Camaradas y amigos, de este lado se encuentran la muerte, las penas y el hambre. Del otro, el placer. Sean testigos de que he sido el primero en la necesidad, el primero en el ataque y el último en la retirada. De este lado se va a España, permaneciendo pobre. Del otro lado, hacia el Perú para volverse rico y llevar la palabra de Cristo. Ustedes eligen».

¡Siete meses permaneció en esa isla con los únicos 13 hombres que se habían atrevido a cruzar la línea y creer en sus palabras!, hasta que les llegaron los refuerzos esperados y por los que habían partido Diego de Almagro y Bartolomé Ruiz.

Con los refuerzos, el ex criador de cerdos y natural de Trujillo (Extremadura), logró avanzar por primera vez hasta los ansiados territorios del sur, llegando hasta el Golfo de Guayaquil, pero sin atreverse a hacer ninguna incursión tierra adentro.

De regreso en busca de ayuda a Panamá, en donde había sido alcalde de la ciudad, embarcó a Felipillo y Martinillo, dos indígenas que irían a servirle de intérpretes.

En 1528, Pizarro regresa a España y lleva parte de lo capturado en sus expediciones: auquénidos, objetos de oro y plata, plantas y piezas textiles, así como algunos rehenes aborígenes, para mostrarlos a los reyes de España.

Carlos V, empero, tenía otras preocupaciones. Se encontraba a punto de ser coronado Gran Emperador del Imperio Romano Germánico. Por ello, la emperatriz Isabel de Portugal fue la que firmó la Capitulación de Toledo en julio de 1529 y nombró a Pizarro Gobernador y Capitán General del nuevo reino descubierto.

Se trataba por lo demás, de una época a la vez convulsa y prometedora.

No por nada había coincidido el año del descubrimiento de Colón, 1492, con el de la llamada Reconquista de los territorios ibéricos que habían sido invadidos desde 792 por los musulmanes, ¡700 años atrás!

El resultado de este especial momento histórico, aunado a la circulación de las leyendas sobre la existencia de El Dorado, debió provocar una especie de Fiebre del Oro entre aventureros, expedicionarios, gobernantes, la nobleza española y la población en general.

Transportémonos mentalmente a esa época, cuando Pizarro llega por segunda vez a Tumbes, decidido a introducirse a las entrañas del Imperio, seguramente tratando de imitar lo conseguido más de diez años atrás por Cortés en México.

Mucho no se sabe sobre los verdaderos objetivos de los invasores. Lo más probable es que se tomaran nuevas decisiones cada día y se dedicaran a tantear sus posibilidades.

Atahualpa tiene que haberse enterado pronto de la presencia de esos forasteros intrusos en las tierras del imperio.

Tenemos que imaginarnos, así, que diversos chasquis –mensajeros imperiales que llevaban las noticias y encomiendas corriendo- tienen que haber iniciado su habitual carrera de postas para hacerle llegar las novedades al Inca Atahualpa.

Lo más probable es que varias alarmas saltaran a la vez. Pero no olvidemos que se trataba de una contingencia con la que nadie contaba ni conocía.

¿HAN LLEGADO LOS DIOSES ANUNCIADOS?

¿Se trataría de dioses o semidioses?, tiene que haber sido una de las primeras preguntas que tienen que haberse hecho los incas. Desde los pobladores y campesinos comunes y corrientes que los veían a su paso, hasta los gobernantes, nobles y sabios del imperio.

Como sabemos, la religión formaba parte y dominaba la cosmovisión de los incas y su organización socioeconómica, tal como sucede hasta ahora en mayor o menor medida en la mayoría de las sociedades de nuestro mundo actual.

La religión y sus sacerdotes constituían una especie de poder dentro del poder en el llamado Imperio del Sol, en el que el Inca era considerado descendiente directo del dios principal Inti, el Sol.

Sin saber si los forasteros eran dioses, semidioses o enviados de ellos, su paso por las tierras del imperio en su camino a Cajamarca para encontrarse con el Inca, tiene que haberse parecido a un desfile inusitado y llamativo de extraterrestres como en nuestro escenario ficticio inicial.

Es probable que Atahualpa haya considerado que no tenía mucho que temer: como enemigos, su número era muy reducido. Como dioses o enviados de los dioses, menos, puesto que él mismo se consideraba uno de ellos.

Debía sentir, eso sí, una curiosidad extrema.

Para asegurarse, tiene que haber enviado a sus espías e informantes. Los famosos orejones. (En esos tiempos no existían la fotografía ni las imágenes de video.)

¿Cómo son? ¿Qué hacen?

¿Qué quieren? ¿Son peligrosos?

¿Portan armas? ¿Cuáles son sus intenciones?

¿Qué lengua hablan? ¿Qué comen?

Estas son algunas de las preguntas que tiene que haberse hecho Atahualpa y su corte. Más la inevitable y principal: ¿Se puede tratar verdaderamente de un dios o de algún enviado de los dioses?

Las respuestas tienen que haber tenido un alto grado de ingenuidad, visto el todo desde nuestro punto de vista actual. Algo así como:

-«Vienen montados en animales gigantescos y fantásticos.»

-«No portan armas.» (Seguramente creían que los cañones y arcabuces eran simples herramientas o regalos para el Inca. Simplemente no las conocían.)

-«Son amistosos.» (¿Qué les quedaba al internarse en las entrañas del Imperio?)

Tenemos que imaginarnos que cuando Pizarro y sus hombres inician su periplo buscando un encuentro con el Inca, tienen que haberlo hecho con el miedo a ser atacados y morir en cualquier momento.

Se sabe por los cronistas que al llegar a Tumbes no fueron recibidos con hostilidad, pero que poco después tres de sus hombres fueron víctimas de una emboscada, salvándose el resto de la tropa gracias a la caballería.

Animado por este triunfo parcial, Pizarro tiene que haberse sentido capaz de enfrentarse al ejército imperial. ¿Por qué?

¿Cómo pudo haber sido tan atrevido o tonto para creerlo?

Para un ejército tan experimentado como el inca, habría bastado atacar a Pizarro en su camino por los Andes con una simple guerra de guerrillas desde las alturas o haberlos dejado sin provisiones, exterminado a sus caballos o provocado derrumbes desde las montañas.

¿Por qué no ocurrió así?

La respuesta es relativamente sencilla: Pizarro no deseaba enfrentarse con ningún ejército.

Si las informaciones que tenía de Cortés eran ciertas y aplicables al Imperio Incaico, solo le bastaría acercarse lo suficiente al Inca, como para poder tomarlo prisionero, y descabezar así de cuajo la organización del Imperio.

Francisco Pizarro y sus 180 hombres no venían en son de paz.

Estaban esperando solamente el momento más adecuado para clavarle por la espalda el cuchillo al Imperio.

Así, pues, el Inca Atahualpa fue víctima de un gran engaño, de un gran timo. Un engaño que alteró el rumbo de la historia y cuyas consecuencias hasta ahora son palpables.

UNA LISTA DE FACTORES

Antes de continuar, veamos las ventajas con las que contaban los españoles para acometer esta relativamente fácil empresa.

1. EL ACERO. Los españoles contaban con una serie de armas sumamente efectivas y mortales, como los cañones, arcabuces y ballestas. En contraposición, los incas usaban porras, lanzas, arcos y flechas, y las hondas.

Es decir, la superioridad tecnológica bélica de los peninsulares era abismal.

Por otra parte, el acero también se empleaba en las armaduras de los soldados, aumentando su capacidad para repeler y soportar los ataques con las armas incaicas, básicamente dañinas por contacto o golpe directo.

4. ANIMALES DESCONOCIDOS. La expedición de Pizarro contaba con unas tres docenas de caballos. Estos eran animales mucho más grandes que los de mayor tamaño que conocían los incas (auquénidos y jaguares) y tienen que haber causado una gran impresión psicológica, más aún cuando se paraban sobre sus dos patas traseras y relinchaban, cimentando la creencia en la población de que se trataba de dioses.

Además, portaban canes entrenados para la guerra. Se trataba de perros ¡que comían carne humana!

Hay que imaginárselo, más o menos, como ver ahora vacas, caballos o gatos atacando a seres humanos para alimentarse de su carne. Dice el historiador Julio R. Villanueva Sotomayor:

«Balboa se hizo también famoso porque introdujo, estando de gobernador en La Antigua y en su viaje por el istmo de Panamá, perros amaestrados para que ayuden a los conquistadores. Fueron llamados «mata indios» y quien los poseía recibía el 50% más que el soldado de infantería con ballesta. Era una raza injerta de dogo con mastín, entrenada para morder y alimentarse de carne humana. El Bobo, perro del conquistador Melchor Verdugo, devoró al hijo del curaca de Bambamarca en Cajamarca. Hernando Pizarro tenía caballos, dogos y criados traídos de España. Se le decía el «príncipe de los conquistadores». Su jauría de perros fue útil para su hermano Francisco en las conquistas de la Puná, Tumbes, Piura y Cajamarca».

5. DESCONOCIMIENTO DE LAS ARMAS. Los españoles no solo tenían y dominaban otro tipo de armas, los incas desconocían su poder y su gran capacidad –debido al humo y al ruido de las detonaciones, aparte de su poder letal- de crear extremo miedo y gran confusión.

6. EL ASPECTO FÍSICO. Fisonómicamente, los incas y las etnias que conformaban el imperio, eran más o menos similares. La vista de seres de tez, cabellos y ojos más claros -que no conocían antes-, tiene que haberles causado una gran impresión y haber ahondado su creencia de que se trataban de dioses, simplemente por ser muy diferentes a ellos.

Lo mismo le había ocurrido a Moctezuma II en México, quien había creído que Cortés era el dios anunciado y lo había recibido hospitalariamente, alojando incluso a sus huestes en el palacio de su padre.

Este relato y otros hechos tienen que haber inducido a Pizarro a asumir el mismo optimismo y la misma convicción que hizo que Cortés llegara a inutilizar sus barcos para impedir que sus tropas pensaran en la retirada y la interrupción de la expedición.

7. EL ARMA SECRETA. Se dice que los virus que habían traído los europeos desde 1492 y contra los cuales las poblaciones aborígenes no habían desarrollado defensas propias, las habían diezmado, mucho antes de la llegada de los españoles a las tierras del Imperio.

El Inca Huayna Cápac, el padre de los medios hermanos Huáscar y Atahualpa habría muerto, al parecer, de viruela.

Aunque no se sabe con exactitud cuánto golpearon los virus llegados al Nuevo Mundo –como la gripe, el sarampión y la viruela-, se cree que sólo ésta última tiene que haber facilitado la conquista de los imperios azteca e inca.

Los virus habían tenido 40 años para llegar desde el Caribe hasta el centro del Imperio Incaico. Las epidemias, ahora lo sabemos, pueden desplazarse y avanzar mucho más rápido de lo que se podría creer y esperar.

Se propagan más rápido que las olas migratorias, porque no es necesario que alguien se mude a otro lugar a vivir para llevar sus enfermedades. Basta una simple visita o un contacto geográfico intermedio.

Una simple canoa que llega a un puerto con un enfermo. Alimentos contaminados. Entonces, se empieza a difundir en todas las direcciones posibles.

(Las epidemias tienen que haber creado una disminución enorme de la mano obra. Algo que explica entonces el por qué se tuvo que importar esclavos africanos. ¿Cuándo se le reconocerá al continente negro su vitalísimo aporte económico al desarrollo de los países del llamado Primer Mundo?)

8. LA JERARQUÍA INCAICA. Existía una estructura jerárquica de carácter absolutamente vertical en la organización social incaica. El Inca era el descendiente y representante directo del dios Sol. Era el jefe máximo y absoluto del Imperio.

9. ANALFABETO Y DESCONFIADO. Como Pizarro no había ido a la escuela y antes de llegar al Nuevo Mundo se había dedicado largos años a criar cerdos, sabía que lo podían engañar fácilmente con mensajes escritos y que no podía entender ningún texto, de tal manera que se volvió altamente desconfiado como comandante y solía desprenderse brutalmente de quien desconfiaba.

Los 180 españoles que llegaron al Perú con él, le debían tener miedo, primero, y luego una confianza más o menos ciega, producto de aquél.

10. FATAL COINCIDENCIA HISTÓRICA: Los medios hermanos Huáscar y Atahualpa se disputaban el trono justo desde 1525, año de la muerte de su padre, el Inca Huayna Cápac. Es decir, desde poco antes de la llegada de los españoles.

En 1531 se inicia la lucha abierta por el poder absoluto al que ambos se creían con derecho. Al año siguiente, llega Pizarro a las costas del Perú. Es decir, llega en un momento de gran incertidumbre.

11. IDIOSINCRASIAS. El inca debía creer que estaba tratando con una persona como él. Era un emperador acostumbrado a mantener la palabra entre sus semejantes o –en caso contrario- entrar abiertamente en guerra.

Esto es lo que se debe deducir de la relativa alta ingenuidad tanto de Moctezuma II como de Atahualpa.

Pizarro, por su parte, venía de un ambiente social acostumbrado a crear no solo nuevas ciudades sino también nuevas reglas y costumbres al vuelo: en suma, a adaptarse con astucia y maña a lo que se pudiera presentar.

En el fondo, sin esa alta capacidad para la creación de intrigas, mentiras, maquinaciones, rebeliones y la práctica del juego sucio social, los llamados conquistadores no habrían llegado tan lejos.

El mismo fin de Pizarro, asesinado por el hijo de uno de sus socios, Diego de Almagro, es una demostración de esto.

12. LA DOBLE JUSTIFICACIÓN ‘MORAL’. La llamada Reconquista de 1492, de territorios ibéricos de manos de los invasores musulmanes, hizo aumentar la fe ciega en la Corona y en la religión de los súbditos españoles.

El apoyo de la Corona no solo era monetario: los llamados conquistadores tienen que haberse sentido estimulados por no solo estar luchando por sus propios intereses pecuniarios, sino por pertenecer además a un equipo, a un reino ‘triunfador’, en este caso. De tal manera que estaban imbuidos de eso que se llama alta moral y de una gran motivación.

Si completamos el cuadro con la religión (Pizarro se definía a sí mismo como profundamente religioso), obtenemos así el retrato del llamado conquistador: un hombre que en nombre de su rey y de su dios, se creía con derecho a invadir, matar y expoliar pueblos enteros.

Se trataba, por lo demás, en su mayor parte de aventureros, desocupados, delincuentes comunes, ex presidiarios y soldados. Solo una pequeña parte de los expedicionarios eran los llamados hidalgos, el grado más bajo de la nobleza española.

EN LAS ENTRAÑAS DEL IMPERIO

Pizarro sabía, entonces, qué buscaba: si sus cálculos no fallaban, le bastaría un solo encuentro con el Inca para cumplir con sus objetivos.

Los incas, por su parte, desconocían todo esto. Ni siquiera conocían el Imperio Azteca. Menos lo que le había sucedido a Moctezuma a manos de Cortés.

(Otro habría sido el rumbo de la historia si hubieran conocido la escritura y haberse podido -por ejemplo- enterarse de la suerte de la suerte del Imperio Azteca.)

Por otra parte, el Imperio se encontraba en una fase de gran incertidumbre, en medio de una guerra civil entre los dos hermanos aspirantes al trono absoluto. Un año después de haberse iniciado la guerra abierta entre los dos en 1531, llega Pizarro a las costas de Tumbes.

¿Eran ellos los salvadores (de los grandes problemas del imperio) o acaso redentores, figuras religiosas éstas, en las que incluso hoy gran parte de la humanidad cree?

Si los proto-cristianos vieron en Jesucristo a su Redentor, algo parecido podría haber sucedido entonces, visto que existían mitos incaicos relacionados con un dios creador representado como un viejo barbudo y blanco, Viracocha, del que se creía que volvería por el mar.

A pesar de los grandes problemas que tuvieron en Tumbes, ciertos hechos tienen que haber convencido a los españoles de que se iban acercando a El Dorado.

Así refiere Pedro Pizarro una conversación sostenida con un principal venido del interior:

«…pues preguntando al indio qué era el dijo que era un pueblo grande donde residía el Señor de todos ellos, y que había mucha tierra poblada y muchos cántaros de oro y plata, y casas chapeadas con planchas de oro; y cierto el indio dijo verdad, y menos de lo que había…«

LA IDIOSINCRASIA INCAICA

El Tawantinsuyo era un imperio basado en un sistema socioeconómico profundamente religioso, pero que no solo se encargaba de la adoración de los dioses y de la atención de sus supuestos descendientes, la nobleza incaica.

El verdadero poder de éstos se había ido cimentando por su gran capacidad para mantener la organización social y servir al pueblo en sus necesidades básicas: agua, alimentos y trabajo.

Esto lo demuestran los restos arqueológicos de avanzados y geniales sistemas de canalización, regadío, embalses y aprovechamiento del agua en general.

Se sabe, además, que la organización social incaica se basaba en la unidad social y económica llamada ayllu, que garantizaba que todos los habitantes comunes del imperio pudieran tener acceso a la tierra y trabajarla, sea en forma colectiva o individual.

Así, podemos entender el por qué la organización jerárquica absolutamente vertical de los Incas pudo imponerse, prosperar y expandirse durante los siglos que existió: su sistema, simplemente, funcionaba.

Por otra parte, como todo emperador, el Inca se creía invulnerable y probablemente hasta inmortal.

Esto último lo sabemos por los restos arqueológicos: los nobles y la realeza eran enterrados no solo con muchas de sus pertenencias, sino también con alimentos, animales, y hasta con parientes y servidumbre.

Si actualmente los más de 2.000 millones de fieles cristianos (casi un tercio de la población mundial) de la mayor religión practicada en el mundo aún cree en la resurrección, ¿por qué los incas, quienes no llegaron a conocer a Darwin ni los actuales conocimientos de la arqueología y la paleontología, no podían creer en lo mismo?

CAMINO AL ENCUENTRO

Tenemos que imaginarnos ahora la expedición en su camino a Cajamarca, pasando de la costa peruana a los Andes.

Tengamos en cuenta que Pizarro seguía una estrategia sumamente difícil: presentarse como amigo para poder avanzar y, a la vez, estar atento contra cualquier ataque del cual podrían salir vivos, pero podrían desprestigiarlo de tal manera que el Inca no aceptara encontrarse con él.

El séquito que acompañaba a la expedición, parcialmente o a lo largo de todo el camino (por las razones que fueran: desde la simple curiosidad hasta para prestar ayuda por orden del Inca), tiene que haber estado también infiltrado o formado por espías e informantes de Atahualpa.

Seguramente, también, el paso de los forasteros era seguido desde lejos.

Dejemos por ahora a Pizarro y pasemos al otro lado de los Andes.

¿Qué pasaba por la cabeza de Atahualpa en Cajamarca?

Tiene que haber reunido a sabios y nobles para sopesar en todas las posibilidades y en qué hacer en caso de que no se tratara de dioses ni de una visita amistosa. Él mismo se encontraba en guerra con su hermano Huáscar, cuando le llegan a sus oídos noticias de unos seres que habían llegado por el mar en unas casas flotantes y montados sobre animales fantásticos.

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¿Qué habría pensado?

¿Cómo era posible que 180 hombres se atrevieran a pisar su imperio?

Por lo tanto, entonces, se podría tratar de locos aventureros, de dioses o de amigos. Es decir, no tenía mucho que temer. Menos por su número.

¿Era consciente Pizarro de todo esto?

En su camino a Cajamarca por el Cápac Ñam, camino inca de la sierra, Pizarro recibe repetidas veces la visita de orejones del Inca, con quienes le hace llegar al emperador sus intenciones de paz y amistad, a la vez que regalos, asegurándole estar dispuesto a apoyarlo en su disputa del trono contra su hermano Huáscar.

Poco antes de arribar la expedición a esa ciudad, Atahualpa les hace llegar a los españoles diez llamas con provisiones, regalo que vuelve a repetir.

Según los cronistas, a pesar de estas muestras de hospitalidad, el miedo de las huestes pizarristas era terrible. Al llegar a Cajamarca y reconocer por el número de antorchas que miles de soldados rodeaban la ciudad, tienen que haber temido lo peor.

Solo esperaban la ocasión para capturar al Inca y romper así de golpe la jerarquía casi absolutamente vertical, tal como había hecho Cortés en México.

Si eso no les funcionaba o no se atrevían a ponerlo en práctica, siempre les quedaba la posibilidad de no mostrar sus verdaderos intereses y retirarse en son de paz. Para volver con más hombres y mejor preparados, se entiende.

En pocas palabras, si ya habían llegado a uno de los centros del Imperio, ya no tenían mucho que perder. Con suerte, además, serían bien recibidos y agasajados.

Si a esto le agregamos la gran capacidad de intriga de los llamados conquistadores, más el hecho de no hablar el mismo idioma y tener que servirse de intérpretes improvisados, siempre les podía quedar un margen de duda en sus conversaciones, al cual se podrían aferrar en caso de peligro.

LOS MOMENTOS FINALES DEL IMPERIO

Es noviembre de 1532, el día 15 del mes.

Por fin han llegado a Cajamarca, después de haber caminado 53 días desde San Miguel de Piura, la primera ciudad española que fundan en suelo peruano y desde la cual piensan continuar su invasión.

Pizarro envía a Hernando de Soto con una pequeña comitiva a saludar al Inca y a comunicarle «que él venía de parte de Dios y del Rey a los predicar y tenerlos por amigos, y otras cosas de paz y amistad, y que viniese a ver con él».

Atahualpa, quien se encontraba cerca de allí en los Baños del Inca, le manda a decir que no puede atenderlo inmediatamente.

La espera hasta el día siguiente se hizo tan angustiante, que Pedro Pizarro escribió: «… yo oí a muchos españoles que sin sentirlos se orinaban de puro miedo«.

Unos veinte a treinta mil soldados imperiales rodeaban la plaza central. La artillería española tenía la orden de ocultar sus armas, hecho que los informantes del Inca tomaron como un acto de cobardía, pensando que simplemente se estaban escondiendo en los tambos.

A las cuatro de la tarde del día siguiente hizo su aparición el Inca.

Lo precedía un coro de cuatrocientos hombres con sus “grandes cantares”. Unos ochenta hombres de gran linaje cargaban la litera cubierta de plata donde iba sentado.

Entonces, aquí empiezan a precipitarse los hechos y no existe un relato único de lo que sucedió.

Al parecer, y tal como era costumbre en las reuniones amistosas con otros pueblos, el Inca y el séquito de nobles que lo acompañaba no iban armados ni llevaban escolta inmediata, algo que seguramente podía ser entendido como una ofensa en una reunión de carácter amistoso.

Al percibir la tensión de los españoles, empero, el Inca tiene que haber ordenado que las tropas se acercaran más, pero los acontecimientos se precipitaron en una dinámica especialmente veloz y cruel.

Cuando Pizarro envía al cura Vicente de Valverde a presentarse para pedirle a Atahualpa que abrazara la fe cristiana y aceptara someterse a los dictados del rey de España, un simple gesto del Inca provoca la indignación del cura y hace que éste grite el santo y seña para atacar.

El plan de los españoles era más o menos simple.

Una vez que el Inca se acercara lo suficiente, tenían pensado apresarlo por sorpresa, secuestrándolo, y matar inmediatamente a su séquito de nobles, fácilmente reconocibles por el mayor colorido de sus trajes y adornos corporales.

A la vez, la artillería y la caballería producirían el mayor daño y confusión posibles a su alrededor. Se sabía por Cortés que capturada la cabeza, el cuerpo del Imperio quedaría inmediatamente inmovilizado.

El sonido de las trompetas, el relinchar de los caballos, el ataque de los perros entrenados para la guerra, las detonaciones de los cañones y arcabuces, los ataques con las certeras ballestas, el humo, los gritos y los olores repentinamente aparecidos en el aire (orina y excrementos humanos, humo, pólvora quemada, sangre), tienen que haber creado un cuadro dantesco y diabólico.

Se dice que en apenas media hora, ya habían muerto más de 2.000 indígenas.

UN LIBRO QUE NO ERA UNA CAJA DE REGALOS

¿Cuál fue el momento culminante de este cruce y urdimbre de suerte, casualidades, superioridad tecnológica y confluencia de una serie casi increíble de factores antes mencionados?

Probablemente, el momento en el que el cura Valverde le entrega la Biblia a Atahualpa y le dice (hay varias versiones de los cronistas) que vienen en nombre de Dios y del rey de España.

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Una versión dice que Atahualpa pide saber cómo sabe el cura lo que quieren los dioses.

Valverde le contesta que lo sabe por el libro que le ha entregado.

El Inca, asombrado y curioso, se lo lleva a una oreja y no escucha nada. Irritado y colérico por considerar que se trata de una broma de mal gusto, arroja el libro al suelo.

Esa es una posibilidad.

Quiero imaginarme, simplemente, que al entregarle Valverde la biblia, Atahualpa pensó que se trataba de una caja con regalos.

Al tratar de abrirla y solo encontrar hojas dentro de ella, la debe haber arrojado al suelo molesto y con un gesto de furia.

Este gesto herético y demoníaco del Inca en los ojos del cura español, tiene que haberlo obligado casi automáticamente a espetar el grito de guerra acordado:

¡Santiago!

El resto de la historia se conoce y está más o menos muy bien documentado.

Capturada y rota la cabeza de la organización vertical del imperio, agravado todo esto por la guerra civil entre los dos hermanos, el resto fue un ejercicio de ingeniería social por parte de los invasores españoles.

Otra habría sido, pues, la historia, si Pizarro y sus huestes hubieran sido recibidos hostilmente desde un comienzo.

Tal vez simplemente habrían muerto de hambre y de frío en su paso por las cordilleras andinas, o en emboscadas en los desfiladeros. O atacados con piedras y aluviones provocados desde las alturas. Sin llegar a ver jamás al Inca ni entrevistarse con él.

De alguna manera, la curiosidad del Inca y la hospitalidad debida a quienes se creía dioses o representantes de ellos, y que mentían ocultando sus verdaderas intenciones, terminó por aniquilar al gran Imperio.

La curiosidad y la soberbia pudieron más que otras razones en la mente de Atahualpa y su corte.

Tal vez, por creerse en su derecho de ver con sus propios ojos a esos forasteros que podían ser parientes de él mismo y descendientes del dios Viracocha, un blanco barbado que alguna vez iba a regresar por el mar según los mitos.

La curiosidad. Y la posibilidad de sacar provecho de ello en su lucha por el poder. No podía saber que Pizarro mentía, ni cuáles eran sus verdaderas y malignas intenciones.

Por lo demás, si no se trataba de dioses ni de enviados de los dioses, ¿qué se podría perder atendiéndolos inicialmente con hospitalidad?

Después de todo, luego se podría ir viendo qué hacer con esos forasteros intrusos.

 

HjV 20-01-2008

 

http://pacochocorbeira.blogspot.com/2007/02/el-arma-secreta-de-la-conquista-de.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Conquista_del_Imperio_Inca

http://es.wikipedia.org/wiki/Cristianismo

http://www.gestae.com/Galeria/enigmas/enigma04.htm

http://es.wikipedia.org/wiki/Viracocha

http://www.americas-fr.com/es/historia/pizarro3.html

http://www.reconciliation.org.au/i-cms.isp

http://es.wikipedia.org/wiki/Descubrimiento_de_Am%C3%A9rica#El_debate_terminol.C3.B3gico

DOBLE CADENA CRUEL

El 12 de junio de 1942, al cumplir trece años, Annelies Marie Frank, más conocida como Anne –o Ana en los países hispanohablantes- Frank, recibió un diario de colores blanco y rojo como regalo.

El miércoles 3 de mayo de 1944, más o menos un año antes de ser capturada por los nazis junto con su familia en el escondite cuya entrada cubría un estante de libros, y dos antes de morir en Auschwitz, escribió lo siguiente, dirigiéndose a su amiga imaginaria Kitty:

No creeré nunca que los responsables de la guerra sean únicamente los poderosos, los gobernantes y los capitalistas. No, el hombre de la calle está también contento con la guerra. Si no fuera así, los pueblos se hubieran sublevado hace mucho tiempo. Los hombres nacen con el instinto de destrucción, de masacrar, de asesinar y de devorar. La guerra persistirá mientras la Humanidad no sufra una enorme metamorfosis. Las reconstrucciones, las tierras cultivadas volverán a ser destruidas. Y la humanidad tendrá que volver a empezar de nuevo.

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Recordemos estas palabras, demos un salto en el tiempo y volvamos a nuestra época.

Hay casos que bien tomados pueden servir para retratar a una sociedad de cuerpo entero. El siguiente caso, uno así, me ha robado parcialmente el sueño durante varias noches.

No el caso en sí, o, mejor dicho, no solo el caso en sí, sino sus componentes sociales. Y también por lo terrible, lo absurdo, lo cruel y lo de incomprensible que tiene.

Como en el caso del terrible pasado alemán, se suele echar toda la culpa a los nazis, pero ellos no pueden haberlo hecho todo solos.

Ahora demos un pequeño salto en el tiempo hacia atrás.

Es el primer día de diciembre del año 2002. Es invierno. Son las 05:30 de la mañana y, como es usual en esta época del año, totalmente oscuro.

Estamos en el norte de Alemania, en una zona rural cerca de Lübeck. Robert Syrokowski está sentado sobre el asfalto de una desolada y perdida carretera interurbana. Está completamente agotado.

Lleva encima un pantalón, una camiseta y una chompa o pulóver de algodón. A pesar del frío reinante, 4°C, no lleva calcetines ni zapatos, está descalzo.

Se trata de un muchacho de apenas 18 años que va al Gymnasium (centro de educación secundaria, en el escalón más alto de las modalidades posibles del sistema educativo alemán) de una localidad vecina. Un jovencito de lo que se suele llamar buena familia. No es ningún vagabundo. Es deportista y músico, además.

Ha recorrido a pie dos kilómetros en la dirección equivocada antes de llegar al lugar donde se debe haber sentado por agotamiento y desesperación.

Se supone que esto último lo hace para poder llamar la atención de algún conductor que lo pueda salvar del frío.

Ahora se acerca un Golf.

Dentro viaja una joven, Johanna, que va a 90 kilómetros por hora.

La velocidad a la que va y la oscuridad reinante no le van a permitir a la conductora frenar a tiempo.

No se trata de una película de terror. Es un caso real.

(Como la vida tiene sus cosas y, al parecer, sus arreglos con la muerte, Johanna, una muchacha de 22 años, va a morir también después, pero bajo otras circunstancias.)

Al día siguiente, la policía informa a los padres que su hijo ha muerto en un accidente automovilístico, después de haber visitado la discoteca vecina en donde ha bebido hasta embriagarse completamente.

Se les informa que se ha comprobado que al morir presentaba una tasa de alcoholemia de casi 2,0, 2 gramos de alcohol por litro de sangre.

(En Alemania, el conductor que se ve envuelto en un accidente o realiza una maniobra peligrosa, y en el control de alcoholemia presenta una tasa igual o mayor a los 0,3g/L, se le retira el permiso de conducir temporalmente. Para dar una idea de las magnitudes.)

Los padres entierran a su hijo con cierta vergüenza. Ha sido víctima de un accidente y del excesivo consumo de una droga legal. Un joven borracho que ha provocado su propio fin.

La promesa de la oferta de moda en las discotecas, chupar hasta morir, pagando un precio único, no ha sido una simple metáfora esta vez. Una forma, por lo demás, no inusual de los jóvenes de puebluchos apartados como el suyo de enfrentar al aburrimiento.

Todo habría quedado en eso para los Syrokowski, en un trágico accidente provocado por el irresponsable consumo de alcohol y la mala suerte, de no haber sido porque el matrimonio B. del pueblo vecino de Groß Weeden, les toca poco después la puerta.

Los B. han escuchado del accidente en la radio. Cuentan que Robert, totalmente embriagado, intentó la madrugada de su muerte entrar a su casa, convencido de ser la suya.

¿Convencido de ser la suya?, se preguntan los padres del joven muerto y se deben haber golpeado la cabeza. ¡Justo el día anterior -sábado- acaban de mudarse a su nueva casa!

Su hijo, en su borrachera, el frío y el cansancio por haber ayudado todo el día en la mudanza, debe haber confundido el hogar de los B. con el nuevo propio.

Pero a esa pregunta le siguen otras más.

Los Syrokowski empiezan a hacer sus averiguaciones y contratan a un abogado. Cuatro años y medio después, el 31 de mayo del 2007, dos policías son condenados finalmente por homicidio negligente a nueve meses de prisión condicional cada uno y al pago de una multa.

¿Qué sucedió realmente esa noche?

¿Cómo fue el camino de los Syrokowski hasta esa condena?

Aunque el caso sigue pendiente, pues ha sido elevado a una instancia superior por lo ridículo de las penas impuestas, de algo se está seguro: Robert seguramente seguiría vivo si no hubiera caído en las manos de esos dos policías.

El relato de los B. es más o menos el siguiente.

Poco después de las 03:45 de la madrugada de ese fatídico domingo, alguien hace sonar frenéticamente el timbre de su casa. En la puerta se encuentran con un joven que se tambalea, apenas puede mantener los ojos abiertos y, balbuceando, afirma vivir allí.

-Mis padres han comprado esta casa –les dice.

Los B. tratan de convencer al muchacho de que se trata de un error. Erróneamente, sospechan que está drogado.

Aunque le cierran la puerta, Robert no se rinde tan fácilmente e intenta entrar por el jardín.

Al ser descubierto por los B., Robert les dice que se ha olvidado de la llave, pero que sabe cómo entrar, que no se preocupen. Solo tiene frío y quiere llegar a su cama. El muchacho presenta un aspecto tan deplorable, que los B., padres de cinco niños, en vez de irritarse se compadecen de él.

-Tenía el aspecto de un niñito desamparado –refieren a los padres del joven muerto.

Sin saber qué hacer y sin poder convencerlo de su error, marcan el número que corresponde en esos casos -el 110 para emergencias- y explican su caso.

Poco después se presentan dos policías con experiencia, Hans Joachim G. y Alexander M.

Tal vez todo habría quedado allí si Alexander M. se hubiera presentado de otra manera. Probablemente, es esta presentación la que decide sobre su futuro y sobre la muerte de Robert Syrokowski.

-Yo soy el presidente de EEUU –le dice al joven-. Y éste es Mickey Mouse –agrega, señalando a su colega.

A los B. se les queda grabada la escena. ¿Por qué la mofa, si se ve claramente que el joven está desorientado y apenas se puede mantener en pie?

Los policías consiguen sin mucho esfuerzo que abandone el lugar y se retiran después de comprobarlo.

¿A qué se debió esa forma de presentarse?

Antes de responder a esta pregunta, terminemos el desarrollo de los hechos. Luego veamos qué sucedió en el lapso transcurrido desde el momento en que Robert salió de la discoteca hasta que llegó a la casa de los B.

Poco después de partir, el patrullero con los dos policías vuelve al lugar. Los funcionarios desean saber si el joven se ha vuelto a aparecer. La respuesta es positiva: acaba de intentar entrar otra vez por el jardín. Al verlos, Robert corre intentando huir y se lastima feamente en su corto camino al tropezar con una cadena, pero sin detenerse a comprobar la gravedad de sus heridas.

Alexander M. le da pronto alcance. Lo obligan a subir al patrullero, cierran las puertas y parten con él. Son las 04:15 de la mañana.

Cuarenta y cinco minutos después y a diez kilómetros de distancia de allí, Robert Syrokowski muere casi instantáneamente al ser atropellado sentado, probablemente, en posición de flor de loto.

Lo que sucedió exactamente entre las 04:15 y las 05:30 no es posible de ser reconstruido.

Lo que se sabe es lo siguiente.

1. Esa misma madrugada, en su puesto policial, los dos funcionarios ocultan a sus superiores que han tenido al muchacho en el patrullero.

2. Por medio de los registros telefónicos de su servidor, se sabe Robert intentó hacer varias llamadas, sin llegar a lograrlo. Intentó llamar dos veces a sus padres, pero se equivocó las dos veces de número. (Seguramente por tratarse de uno nuevo, recordemos que se acababan de mudar de domicilio.)

Asimismo trató varias veces de llamar al celular desconectado de su novia.

3. Lo más raro y macabramente interesante es lo siguiente: desde el patrullero intentó llamar cuatro veces al 110, el número de emergencias.

¿Por qué?

¿Qué sentido tenía llamar al número que había llevado a los dos policías a detenerlo? La fuente que he consultado, un artículo de Die Zeit, cuyo contenido recreo aquí, pregunta acertadamente:

¿Tenía miedo? ¿De qué?

Por el relativamente alto número de intentos -4- lo más probable es que sus llamadas hayan sido interrumpidas de alguna forma. ¿Por los mismos policías? ¿O no fueron tomadas en serio en la central de emergencias? ¿Por qué? ¿Por orden o consejo de los policías?

Volvamos ahora al comienzo del último eslabón del drama.

Robert había asistido con su novia y algunos amigos a la discoteca Ziegelei, de la localidad de Weiler Groß Weeden.

Era su primera vez allí. Se trata de una vieja fábrica que ha sido reformada y transformada en una gran sala de baile. Se dice que la Ziegelei no tiene buena fama: demasiadas historias por sobredosis de drogas, especialmente del legal alcohol.

A las 02:45, después de haber consumido hasta embrutecerse, abandona la discoteca sin dar aviso a sus compañeros.

No se sabe por qué lo hizo. Por no haber llevado su chaqueta, debe suponerse que tenía intención de regresar enseguida.

Lo que se sabe es que un patrullero civil lo encuentra a unos 300 metros de la Ziegelei a las 03:00 tirado al borde de la pista.

Según los policías (que regresaban de una misión especial y encontraron al joven de pura casualidad) su aspecto es “pálido como el de un cadáver y no se encuentra en condiciones de hablar”.

A continuación lo cubren con una manta y llaman a una ambulancia. Cuando ésta llega, Robert se siente mejor y la ambulancia se retira, dejándolo en manos de los policías.

Los policías afirman a su vez, que ellos fueron los que se retiraron primero, dejando a Robert al cuidado de los sanitarios.

Más o menos a las 03:40 el joven se queda solo en la calle, vestido como para una noche de verano, en una fría madrugada del norte de Alemania y la primera gran mentira está servida.

El resto ya lo sabemos, pues poco después se presenta a tocar desesperadamente el timbre de la casa de los B., a corta distancia del lugar donde ha sido abandonado a su suerte.

A qué se debía entonces esa forma de presentarse de los policías Hans Joachim G. y Alexander M., es algo que ahora queda aclarado.

Sus colegas de la patrulla civil tuvieron que reportar lo sucedido y así se enteraron que allí afuera había un muchachito seguramente drogado, que ahora estaba molestando a los B., afirmando que su casa es la suya.

Los dos policías han hecho falsas suposiciones. Y eso le va a costar la vida a Robert.

¿Qué sucedió en los más o menos quince minutos que el muchacho permaneció en el patrullero?

En el juicio, los dos policías se han defendido afirmando que el muchacho se sentía seguro de poder llegar solo a casa, para lo cual le bastaría llamar un taxi. Por ello pidió que lo dejaran en algún lugar, deseo que los policías cumplieron. Después de todo estaban frente a un joven de 18 años, portador de un celular y que se podía expresar claramente.

¿Por qué llamó Robert entonces 4 veces al 110 y no a un taxi?

¿Por qué no hubo reacción ante esas 4 llamadas?

¿Por qué no llamaron los policías a un taxi por él?

¿Por qué lo dejaron justo en un paraje desolado, casi sin iluminación y fuera de la línea divisoria de su jurisdicción, a pesar de haber pasado por tres pueblos, en los que hubiera sido más lógico cumplir su deseo?

¿Por qué simplemente no lo llevaron a casa, viendo su estado y su vestimenta no propia para soportar la temperatura de 4°C reinante?

¿Por qué no se preocuparon de comprobar su versión? (Solo llevaba 1,90 euros en el bolsillo.)

El caso ha estado rodeado de grandes contradicciones y juego sucio.

El abogado acusador sostiene que Robert fue abandonado de pura mala fe en un lugar alejado unos dos kilómetros de donde murió atropellado.

Eso explicaría su solución final, la de sentarse en medio de la pista a esperar y poder llamar la atención del próximo automóvil.

Después de haber caminado en la dirección equivocada y sin saber dónde se encontraba, entró en lo que se llama Kälteidiotie en alemán, algo así como ‘idiotez por frío’: alucinaciones que se sufren cuando la temperatura corporal desciende por debajo de los 32°C.

Es el fenómeno denominado Desnudo Paradójico. Es un comportamiento que ha sido ampliamente descrito por miembros de expediciones árticas y por alpinistas. A pesar de estar por morir por hipotermia, los afectados sufren de fuertes alucinaciones que pueden llegar a hacerles creer que empiezan a sentir irresistible calor.

Robert debe haber muerto creyendo -alucinando- que los pies le quemaban y por eso se desprendió de sus calcetines y de sus zapatos.

El camino judicial de los Sykorowski ha sido largo.

Cuando el abogado de la familia, Klaus Nentwig, exige que le entreguen las actas correspondientes y estas le llegan seis semanas después, las recibe prácticamente vacías.

Al dirigirse a la fiscalía de Lübeck, se encuentra con un alto desinterés por parte de los funcionarios.

Como por arte de magia, empiezan a desaparecer las pruebas. Las grabaciones -radiales- de las dos intervenciones policiales de esa noche se pierden. Lo que Robert dijo en sus 4 llamadas al 110, también.

En septiembre del 2003, la fiscalía cierra el caso por considerar que se trata de un infeliz y trágico accidente, una desgracia que puede suceder.

Nentwig recurre a una instancia superior y consigue que el caso se reabra, pero en noviembre del 2004 la fiscalía cierra nuevamente el caso.

El abogado de los Syrokowski vuelve a conseguir que lo reabran, concluyendo el proceso con la condena de los dos policías por homicidio negligente, algo que les ha significado nueve meses de prisión condicional pero no la pérdida de su empleo.

Para usar las palabras de Ana Frank: no puedo creer que los únicos responsables sean los dos policías.

Están los operadores y los dueños de la discoteca que permitieron que un joven se emborrache de esa manera sin impedirlo.

Están las leyes que permiten la propaganda de una de las drogas más peligrosas del planeta: el alcohol.

Están los padres que lo consumen excesivamente para matar el aburrimiento o la frustración. Las fiestas comunales en las que los niños aprenden desde temprano ese tipo de ‘diversión’ que consiste en emborracharse hasta perder el sentido. (Estoy por el consumo consciente y responsable de cualquier droga.)

Está la mentira de los dos primeros policías civiles o -en su defecto- la mentira de los sanitarios, sobre quién se quedó con Robert y lo abandonó a su suerte en el primer acto de esta desgracia, sabiendo que no hacía mucho lo habían encontrado tirado sobre el pavimento.

Están los falsos testimonios de los dos policías juzgados y la desaparición de diversas pruebas que no pueden haber hecho ellos solos.

¿Y los amigos con los que había bebido wodka con jugo de naranja en el trayecto en automóvil a la discoteca? ¿Y la novia? (¿O estaban también todos tan borrachos que solo después al día siguiente se enterarían de todo? ¿Y el que conducía y que no tendría que haber bebido?)

Se trató también de un encadenamiento fatal de diversos hechos, es cierto.

Pero eso no disminuye la culpa de aquellos cuyo primer deber es el de servir a la comunidad.

Aparte de que el encubrimiento y la destrucción de pruebas no solo ha agravado su culpa y destapado la de otros -encubridores-, sino que les ha quitado el velo de inocencia con el que trataron de presentarse.

Si eran -o son- inocentes, ¿por qué desaparecieron las pruebas, incurriendo en más delitos y comprometiendo a más funcionarios del estado?

Este 10 de enero pasado, el Tribunal Supremo les ha dado la razón a los Syrokowski. El presidente de dicho tribunal, Klaus Tolksdorf, un ex policía, ha declarado nula la benigna condena impartida y ha ordenado reabrir el caso.

El delito es patente.

Sabiendo el estado en el que se encontraba Robert y cómo iba vestido esa fría madrugada, los policías quisieron imponer tercamente su derecho a expulsarlo de su localidad -por eso lo llevaron fuera del límite de la misma- de paso que pretendían desprenderse así de una molestia.

El argumento de la defensa, según el cual los dos policías no fueron capaces de notar el verdadero estado del joven, no pueden hacerlo justamente dos ex colegas con su amplia experiencia, ha debido pensar el juez.

A los Syrokowski no les importa la pena que finalmente se les impondrá a los dos funcionarios del estado. Su objetivo era que el caso de su hijo no quedara como el de «un borracho más que muere por su propia culpa».

Johanna, por su parte -en su particular cadena-, la conductora que no llegó a frenar al ver a Robert sentado y descalzo sobre el pavimento, murió en un accidente automovilístico no ocasionado por ella poco menos de doce horas antes de que se iniciara el proceso y tuviera que presentarse a declarar.

Fue en una curva entre Heiligenhafen y Großenbrode conocida por los lugareños como la Curva de la Muerte.

Otra persona, esta vez un conductor, volvió a cruzarse mortalmente en su camino.

HjV 14-01-2008

INTERROGANTES INFANTILES

JARED DIAMOND: COLAPSO

Una cosa lleva a la otra.

Buscando una vez en la que fue mi librería favorita y que ya no visito porque ya no frecuento esa zona de Colonia, descubrí por simple casualidad un libro que en otras circunstancias –tal vez, simplemente, otro día- habría pasado desapercibido para mí.

Desde niño llevo grandes preguntas pendientes de ser respondidas.

Son preguntas que se fueron acumulando sin ningún sentido específico y sin –aparente- mayor relación entre sí.

El libro que menciono ha resuelto varias de esas interrogantes de inmediato y ha permitido la resolución parcial de otras más.

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Como provengo de una familia ‘rota’ (mi padre solo vivió uno o dos años con mi madre, hasta que cumplí mi primer año de vida), una de las preguntas que empecé a hacerme desde muy temprano fue esa que muchos niños provenientes de familias similares tienen que haberse hecho alguna vez:

¿Cómo así se pueden ir al carajo los matrimonios, esas uniones que se suponen hechas y pensadas para toda una vida?

Que un matrimonio se disolviera, era algo que difícilmente podía entrar en mi cabeza infantil. No tanto por la separación en sí –después de todo la señora Guadaña, la muerte, también sabe separar, y muy bien-, sino por su ruptura como juramento eterno.

¿Cómo diablos podía habérseles metido a la cabeza a mis padres algo que después no podrían cumplir?, me preguntaba. Después vendría, claro, la universalización de la pregunta.

Pero no era que los calificara de irresponsables.

Es más, a pesar de ser mi padre quien claudicó y ‘abandonó’ a mi madre, creo que jamás se me pasó por mi cabeza de niño creer que él era un irresponsable, por más que esa era más o menos la visión y la versión que mi madre tenía al respecto. (Y no la ocultaba, claro.)

Si la misma separación matrimonial ya era un misterio para mi mente infantil no menos enigmático lo era el acertijo que precede al misterio –mi misterio- de toda separación de ese calibre:

¿Cómo diablos se van al carajo los matrimonios?

(Ahora sé que la pregunta tendría que ser: ¿Cómo diablos empiezan a irse al carajo los matrimonios?)

Felizmente o no, esta pregunta es algo que casi nadie se queda sin hallar -su propia- respuesta en la vida.

Pero existían aún más interrogantes sin resolver en mi mente infantil.

Me imagino que mi propia biografía, el haber sido hijo de una sociedad ‘rota’, tiene que haber influido en la aparición de esa otra gran pregunta que se tienen que haber hecho también muchos peruanos, mexicanos y latinoamericanos, en general, desde las primeras clases escolares de historia:

¿Cómo diablos pudieron irse al carajo el Imperio Incaico, el Atzteca y el Maya?

A esta gran pregunta se acopló pronto otra, no menos enigmática y que nuestros profesores del colegio no supieron responder:

¿Cómo fue posible que 180 zarrapastrosos al mando de un aventurero ex criador de cerdos, pudieran traerse abajo todo un Imperio, el de los Incas, que en su momento de máxima expansión llegó a abarcar casi toda Sudamérica?

Por otro lado, en el caso de los mayas, cuando los españoles llegaron, se encontraron con una serie de tribus dispersas sin una lengua común. No supieron del esplendor de su imperio, pues a su llegada las ciudades y restos arqueológicos mayas llevaban ya un par de siglos cubiertos por espesa vegetación.

Los mayas edificaron grandes ciudades, ostentosos templos y grandes pirámides en medio de la selva yucateca. Sus matemáticos conocían un sistema que incluía el 0. Sus astrónomos dominaban un calendario preciso.

Todo esto se fue descubriendo a partir del siglo XIX, casi mil años después de la caída del Imperio Maya.

La Gran Pregunta es: ¿Por qué fracasaron? O, mejor dicho, ¿por qué se extinguieron como civilización próspera?

(Ahora se cree saber que una posible combinación de largas temporadas de sequía y deforestación fueron los elementos desencadenantes. El hambre y la incertidumbre, a continuación, habrían desestabilizado muy pronto una sociedad de jerarquía vertical. Las pugnas internas habrían llevado a conflictos de mayor grado. Desestabilizada la jerarquía vertical, el todo se habría venido abajo muy rápidamente, también como en el caso de los aztecas y los incas.)

Por su lado, mi mente infantil guardaba aún muchos más enigmas relacionados con los incas.

Tres principales no han dejado de perseguirme desde entonces:

  1. Por qué, a pesar de su gran desarrollo, no conocieron los incas la escritura. ¿O sí la conocieron?
  2. Por qué no conocieron los incas la rueda. ¿O sí la conocieron?
  3. ¿Qué cantidad de oro y plata expoliaron los españoles (de ese entonces) y cuál es la verdadera repercusión de la llamada Conquista en nuestras sociedades actuales?

(Quien quiera ver en estas preguntas un claro o cierto antiespañolismo, se equivoca. Creo que la España actual puede ser tan responsable de los actos vandálicos y bárbaros de los llamados ‘conquistadores’ como yo lo puedo ser de que mis padres se hayan conocido y separado, por ejemplo.

No escogemos nuestros padres. Ni, por supuesto, nuestros abuelos ni el lugar de nuestro nacimiento. Tampoco la religión que profesa la sociedad en la que nacemos ni, menos, el color de nuestra piel o el de nuestros cabellos.)

El libro al que hago mención al comienzo de esta entrada lleva el título de Kollaps en alemán, Colapso. Estaba medio perdido entre las últimas novedades literarias y los llamados libros de consulta.

La librería que menciono era mi favorita justamente por ese pequeño caos reinante: su dueña apenas podía conseguir ordenar y repartir las novedades que le iban llegando y todavía le deben llegar cada semana.

Era, es, una señora que había escogido pasar de ama de casa a su actual oficio de librera, curiosamente, justo a raíz de su divorcio. Me contó que le había parecido el lugar ideal para masticar su pena. La otra posibilidad habría sido salir a recorrer el mundo, me dijo.

El libro, como digo, habría pasado desapercibido para mí, si no hubiera leído el subtítulo, porque, por lo demás, el título, el diseño y el autor, no me decían nada.

-¿Conoce usted a Jared Diamond? –le pregunté.

-¿Futbolista? –me replicó ella, sabiendo que el balompié es uno de mis temas favoritos pero ignorando que me gusta como deporte ciencia que es, sin el circo mediático y fanático que carga a sus hombros. (Nunca me he atrevido a explicárselo en detalle. No veo la necesidad de estar aclarando cómo piensas a todas las personas que conoces.)

Eso era también lo bonito de esa librería, que, al atardecer, que era cuando yo iba, siempre había muy poco público, a pesar de su cercanía a la universidad de Colonia, y uno podía permitirse solicitar un poco de información y atención más o menos personalizada.

La gran ignorancia o, mejor dicho, gran desinterés de su dueña por todo lo que no tuviera que ver con el tema parejas, relaciones y divorcios, tenía sus ventajas.

Una de ellas era que la señora U. siempre se mostraba dispuesta a ayudar si uno necesitaba más información sobre algún tema.

-Deletréeme el nombre –me dijo esa vez, mientras se colocaba los lentes para leer y se paraba frente al teclado de su computadora.

Se lo dije: Jared Diamond.

-Tiene varios libros escritos –añadió, luego de leer en la pantalla durante momentos-. ¿Le interesa alguno?

-Me interesan por ahora solo los títulos –le dije.

-Con Armas, gérmenes y acero ganó el Pulitzer de 1997.

-¿Armas, gérmenes y acero? –pregunté-. ¿Qué título es ese? (Ahora sé que esos 180 zarrapastrosos no lo eran, que aparte de sus armas de fuego, el acero de sus armaduras y herramientas, y sus gérmenes para los cuales los indígenas americanos no tenían defensas inmunológicas, tenían también otras ventajas como la escritura, por ejemplo.)

-Mire –continuó, haciéndose a un lado para que yo pudiera leer la información de la Wikipedia-. Parece que trabaja para la NASA.

Leí.

Jared Mason Diamond, biólogo evolucionista, fisiólogo, biogeógrafo y autor de literatura científica. Profesor de geografía y fisiología de la UCLA, Universidad de California, Los Ángeles; Medalla Nacional de la Ciencia de 1999.

¿Quién es este tipo?, me pregunté, profundamente impresionado.

Como soy un lector ‘omnívoro’, enseguida me sentí -además- fascinado por lo que ese autor parecía prometer.

(Desde niño leo más o menos todo lo que cae en mis manos. Mejor dicho, soy capaz de empezar a leer cualquier cosa: libros de cocina, de divulgación científica, de fútbol; novelas, relatos, poesía; artículos sobre psicología, lingüística, historia, arqueología, artes plásticas o música.

Digo empezar, porque dependerá de quien escribe –y menos del tema- para continuar o no con la lectura.)

¿Colapso?, me pregunté. ¿Un libro de literatura científica?

El título no me decía nada en especial. Como título de una novela era muy general. Como título de un libro de consulta, me sonaba más a psicología que otra cosa.

Leí el subtítulo. Decía más o menos lo siguiente:

Por qué ciertas civilizaciones/sociedades superviven o perduran y otras desaparecen.

El diseño de la portada lo completaba una vista panorámica de Chichén Itzá.

Me conmoví. Frente a mí tenía uno de los libros que tanto me había deseado desde mi niñez.

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Por lo que sabía, puesto que se trata de uno de los temas de mi interés, Chichén había llegado a ser el centro de poder de la península yucateca allá por el siglo IX.

Se dice, de acuerdo a las evidencias existentes, que es muy probable que unos cuatro siglos después –a finales del XIII-, las edificaciones fueran incendiadas, poniendo fin así, también, a un largo periodo de hegemonía y bonanza en la región.

¿Cómo se van al carajo sociedades y civilizaciones enteras?, me volví a preguntar.

¿Cómo se pudo ir al carajo un Imperio como el Incaico o el Azteca?

¿Cómo puede ser posible que después de siglos de gran auge todo se vaya al carajo?

¿Cómo puede ser posible que después de haberse jurado amor hasta la muerte, dos personas terminen odiándose o simplemente siéndose indiferentes?

¿Qué puede aprender el mundo de todo esto? ¿Qué podemos aprender, personalmente, de esos grandes destinos truncados?

Revisé el libro, conmovido.

Uno de los capítulos se ocupaba del misterio de los monolitos de la Isla de Pascua. Otro, del enigmático ocaso del Imperio Maya. La lista continuaba con los vikingos y otros pueblos. El título del capítulo 14 terminó por hacer insoportable mi ansiedad por llevarme el libro inmediatamente a casa:

¿Por qué ciertas sociedades toman decisiones con consecuencias catastróficas para sí?

(Parece ser que eso le ocurrió al pueblo Rapa Nui de la Isla de Pascua.)

Haberme convertido en adulto ha resuelto varias de mis interrogantes infantiles.

Bastante pronto aprendí, por ejemplo, que las parejas podían irse al carajo por un quítame esta paja. Aprender que también los matrimonios no estaban exentos de ese destino, me tomó un poco más.

George Bernard Shaw inmortalizó la gran paradoja que conduce a dos seres a querer unirse para toda la vida. Dijo más o menos lo siguiente:

«Cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta, la más insana, la más ilusoria y la más fugaz de las pasiones, se les pide que juren que seguirán continuamente en esa condición excitada, anormal y agotadora hasta que la muerte los separe.»

Con los libros de Diamond he aprendido que sociedades y civilizaciones enteras pasan por vicisitudes parecidas a las de una pareja unidas por el vínculo matrimonial. La gran diferencia tal vez está en que las sociedades se van formando por necesidad e intereses comunes, y no -necesariamente- por ese sentimiento que llamamos amor. (Y que no se juran convivencia ni unión eternas.)

Sus libros me han hecho hecho recordar que se pueden cometer graves errores a sabiendas que con ellos estamos sentando las bases para grandes catástrofes personales o sociales.

O que, por el contrario, los grandes errores recién se llegan a notar como tales cuando ya es demasiado tarde.

Jared Diamond es de los pocos científicos que tienen la cualidad de ser excelentes narradores a la vez, por más que sus libros no sean siempre de fácil lectura.

Pero aún más que eso, su capacidad para relacionar sus conocimientos e inquietudes científicas con la acuciante realidad mundial actual (¿Por qué grandes civilizaciones tomaron tan catastróficas decisiones que llegaron a desaparecer por ello?), es algo que deberían agradecerle muchos más nuevos lectores.

De sus libros me atrevo a decir que han cambiado mi cosmovisión y, con ello, mi vida, pues me han ayudado a entender mejor la condición humana.

HjV 07-01-2008

CON LOS OJOS CERRADOS

En uno de nuestros viajes de familia en automóvil que nos llevó de Colonia hasta Barcelona, Jorge Juan –el tercero de nuestros hijos, que entonces tenía tres años- no se cansaba de repetir la misma pregunta.

-¿Y? ¿Ya llegamos a España?

Hasta antes de llegar a la frontera franco-española nuestra respuesta fue invariablemente la misma:

-Todavía, todavía.

Cuando la cruzamos, repitió ansioso su pregunta.

-¡Ya estamos en España! -le respondimos casi al unísono.

A lo que él replicó:

-¿Y dónde está?

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Tiene que ser genético, me digo.

Porque lo mismo me ha ocurrido siempre con el Año Nuevo.

Aunque no soy de los que esperan impacientemente y con gran expectación el inicio exacto del nuevo calendario, soy de los que tienen que controlarse mentalmente para no caer en ese entusiasmo tan humano como inútil, de abrazar a queridos y extraños, emocionándome –además- por creer en mi sincero deseo:

Que este año te depare felicidad.

Si alguien dijo que solo los imbéciles pueden alegrarse por cumplir años, puedo decir con alivio que no pertenezco a ese conjunto.

Mi cumpleaños lo detesto.

Y, si fuera posible, lo devolvería cada año, envuelto en su correspondiente papel de regalo sin ni siquiera interesarme por lo que pudiera haber –de material– dentro. Es un decir.

En cambio, soy un imbécil de almanaque, de Año Nuevo.

“Que empieces bien el año”, me digo y se lo deseo a los demás.

(Para ser consecuente desde el primer día, desde hace más o menos un lustro, ya no me pego la borrachera del año. Pero debo reconocer que no esperaba rendirme tan rápidamente al hambre de este fagocito llamado bitácora, escribiendo estas líneas apenas al despertar esta mañana.)

No sé qué tanta culpa tendrá de esto uno de mis tíos –creo que fue mi tío Óscar-, quien, contagiándome con su entusiasmo, me hizo salir una Noche Vieja a la puerta de la casa de mis abuelos cuando yo todavía llevaba pantalones cortos.

-¡El Año Nuevo, sobrino! ¡El Año Nuevo está llegando! –vociferaba él hacia el cielo, moviendo los brazos, exaltado, y con una alegría que no he vuelto a observar en una ocasión así a nadie.

Alcé la vista al cielo, esperanzado.

-¿Y dónde está? -le pregunté.

Poco antes de cumplir los 15 le rogué a mi madre que no hiciera nada por mi cumpleaños. Que nadie se acordara de él, era mi deseo.

-Ni siquiera la torta –le supliqué-. No quiero celebrarlo.

Confiaba en que dejándolo de celebrar pasaría pronto al olvido.

Todavía recuerdo el atardecer que después de haber estado con unos amigos, y sintiéndome muy orgulloso de haber podido ocultar ante ellos que tenía cumpleaños ese mismo día, regresé a casa.

Por mera curiosidad, atisbé primero por la ventana.

Allí estaban mis primos, mis amigos del barrio, mis tías y otros familiares.

Me dolió especialmente por mis tías (¿qué sería de la vida sin las tías buenas?) y por mi abuela querida, pero seguí mi camino y no regresé a casa hasta bien pasadas las doce de la noche.

Desde entonces sé que tengo el reloj averiado.

O que, como muchos, simplemente pertenezco a otro (h)uso horario. Uno no necesariamente mundano. En el que no voy ni más rápido ni más lento. Ni es nada de lo que uno se pueda vanagloriar.

Sucede simplemente que mi reloj respeta o trata de respetar su propia marcha, su personal algoritmo.

El tictac de la vida es irremisible; no lo saben sólo los relojeros.

Ya no salgo a preguntar inocentemente cada Año Nuevo:

-¿Y dónde está?

En cambio, como un niño crédulo, con la cara al cielo, cierro los ojos, imaginando que así tal vez el nuevo año no notará mi presencia y pasará de largo, tal como me lo deseo en cada cumpleaños, silenciosamente.

Y no dejo de aprovechar la oportunidad para emocionarme deseándoles a todos que este año sea mejor, que sea bueno:

Que se cumplan por lo menos 3 (de una posible lista de 5) de los deseos más íntimos que pudieras tener.

Ese es mi deseo con los ojos cerrados.

HjV 01-01-2008