(El siguiente texto no pretende ser riguroso. Se trata de un simple ejercicio dominical de pensamiento y escritura que busca ocuparse de ciertas preguntas que me interesan como peruano respecto a Europa y su actitud frente a Latinoamérica.)
¿Por qué no progresa Latinoamérica?
Esta es una pregunta con la que tarde o temprano nos vemos confrontados los latinoamericanos independientemente del lugar donde vivamos.
Bien sea porque llegamos nosotros mismos a ella o porque nos la hace gente de otros continentes.
Muchas veces en forma de una insistente y reclamante querella.
¿Por qué carajo no progresa Latinoamérica?
En mi último viaje a mi país de origen, el Perú, me recomendaron un libro que, en principio, también se ocupa de este tema:
Cuentos chinos, El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina, de Andrés Oppenheimer.
Se trata de un periodista argentino nacido en Buenos Aires en 1951, afincado desde 1973 en EEUU y con la nacionalidad de este país.
Reproduzco parcialmente la presentación de la contraportada del libro:
¿Qué países están logrando reducir la pobreza y aumentar el bienestar de su población y qué países están simplemente contando “cuentos chinos”?
Oppenheimer presenta su visión sobre el mundo del siglo XXI: qué países latinoamericanos tienen las mayores posibilidades de progresar, y cuáles están encaminados al fracaso en el nuevo contexto internacional marcado por el surgimiento de China como segunda potencia mundial.
No es fácil reconocerlo a primera vista, pero Oppenheimer tampoco responde a la pregunta inicial planteada.
Su receta, a grandes rasgos, es que si queremos progresar como otros países y regiones del mundo lo han hecho a velocidades impensables apenas un par de décadas atrás –China, India, Taiwan, Singapur, Vietnam-, es necesario atraer más inversiones productivas más o menos como sea y dejarnos de lamentos.
No voy a poner en tela de juicio aquí si esta es la verdadera o mejor solución: la de concentrarse en atraer inversiones a nuestros países, más o menos a cualquier precio.
Me interesa aquí ocuparme de la pregunta inicial.
¿ES CORRECTA LA PREGUNTA ASÍ FORMULADA?
¿Por qué diablos no progresa Latinoamérica?
Primera constatación: la pregunta no es correcta.
¡Claro que progresamos! Y se puede demostrar.
Así planteada, la pregunta, es una falacia, porque lo que pasa no es que no progresemos como países, sino que lo hacemos demasiado lentamente. Con desesperante lentitud.
De tal manera que me veo obligado a reformular lo planteado y preguntar:
¿Por qué es así?
RACISMO IMPLÍCITO, NEGATIVO E INÚTIL
Varias han sido las veces en las que me han hecho la pregunta inicial aquí en Alemania.
Varias las veces, también, pasando a ilustrar mis experiencias en este mi segundo país, en las que he sentido y compartido la gran frustración que experimentan muchos alemanes después de haber viajado por nuestros países y constatado que seguimos siendo en muchos casos como definió el sabio italiano Raymondi al Perú:
Un mendigo sentado sobre un banco de oro.
Casi tirándose de los cabellos, de pura desesperación, cuántas veces no me habrán hecho las preguntas que nosotros mismos, como latinoamericanos, nos hacemos también:
¿Por qué no avanzamos?
¿Por qué no progresamos?
¿Por qué no trabajamos más por ello?
Estas preguntas son más complejas de lo que se pudiera creer. Ni siquiera me refiero necesariamente a sus posibles respuestas.
Para muchos alemanes, por ejemplo, se podrían resolver con un simple: Porque los latinoamericanos no queremos.
-Miren a Alemania -parecen querer decirte con su actitud, pero sin llegar a atreverse a hacerlo-. De las cenizas, hemos hecho un gran país.
-¿Tú crees que la gente pobre no quiere salir de la pobreza? –he tenido que preguntarles muchas veces.- ¿Tú crees que esa gente marginada no quisiera vivir bien?
-¡Claro! –ha sido la respuesta inequívoca de mis conciudadanos.
-Entonces, no se puede afirmar que los latinoamericanos no queramos progresar, porque eso sería equivalente a afirmar que somos flojos y enemigos del trabajo. Y de allí al racismo implícito, negativo e inútil, no hay mucho trecho.
Si es, entonces, más o menos obvio que nadie desea la pobreza, es menester, por tanto, buscar las causas de esa aparente desidia y abulia para enfrentar nuestros problemas y nuestro futuro.
Las causas tienen que ser otras.
Más profundas, más complejas y menos obvias.
¿QUÉ ES PROGRESO?
No es del todo inconveniente, tampoco, hacer aquí un paréntesis y preguntarnos qué significa lo que denominamos ‘progreso’.
Estoy convencido de que en la suposición de que significa lo mismo para todos y que es lo mismo que todos desean, está también parte de nuestros grandes problemas.
¿Qué es progreso?
Otra pregunta de difícil respuesta.
Tal como conozco y entiendo el mundo, actualmente, lo que se entiende por progreso es la participación con más o menos cierto buen resultado en cifras, en una carrera mundial escandalosamente desigual en la que compiten unos pocos países con increíbles ventajas de todo tipo, contra otros que forman la mayoría y que apenas pueden ocuparse de sus más acuciantes problemas: como el hambre, la pobreza en general y la ignorancia.
En esta competencia, por un lado, están los llamados países del Primer Mundo que sacan su mayor y mejor tajada del pastel, entre otras cosas porque crearon, impusieron, dominan y pueden defender sus reglas en esa carrera.
Por el otro, el resto de los países, en clara inferioridad de condiciones y que tienen que contentarse más o menos con lo que queda.
(Mi Lector Atento desea saber ahora quién define cuándo un progreso es demasiado lento. Cuando el hambre y la pobreza, en general, siguen cundiendo, podría ser la respuesta inmediata. Si un país no combate adecuadamente el hambre acuciante de su población, se podría afirmar que no progresa, para tomar el parámetro más importante.
-Entonces –afirma mi Lector Atento- no progresa el mundo porque se sabe que casi el 40% de los víveres que se adquieren en los países del llamado Primer Mundo van a parar a la basura.
Y hay que darle la razón.
Desde ese punto de vista, nuestro Mundo visto como un todo, no progresa, efectivamente.
Es más, es un desastre: cada tres segundos muere un niño como producto del hambre o de la pobreza, en general, en algún lugar de este mismo mundo.
-¿Cómo puede entonces puede vanagloriarse el llamado Primer Mundo de su ‘progreso’ que ha sido obtenido y se obtiene, por lo demás, con el concurso del resto de los países? -se pregunta mi Lector Atento, sin que pueda yo darle una respuesta.)
Pero regresemos a nuestra pregunta concreta y supongamos que el Progreso es algo sobre cuyo significado hay consenso.
La pregunta, entonces, repito, sería una falacia.
Y se puede demostrar.
DATOS ESTADÍSTICOS CUALESQUIERA
Tomemos, por ejemplo, más o menos al azar (acabo de introducir “datos económicos América Latina” en el buscador de Google y ha sido uno de mis primeros resultados, en cuestión de segundos), los datos de un tal The World Bank Group.
Según esos datos, no es cierto que Latinoamérica no progrese. Lo hace, claramente.
Tal vez lo que más llama la atención, sea que, a pesar de que la industria crece y aumentan una serie de índices considerados positivos, otros indicadores, especialmente los que conciernen a la gran masa poblacional sin mayores ni menores recursos, no han mostrado el mismo incremento porcentual.
Según los datos de otra tabla, el 98% de los niños latinoamericanos llegan a completar su educación primaria, aunque solo el 85% consiga terminar la secundaria.
Según esta misma fuente, salvo en tres países, más del 80% de la población de la región tiene alguna forma más o menos conveniente de acceso al agua potable y los índices macroeconómicos “muestran signos positivos”.
Entonces, claramente, desde un punto de vista más o menos consensual, Latinoamérica progresa.
¿Por qué la continua queja europea, entonces?
Porque lo hace, pero muy lentamente, podría ser una respuesta.
Paradójicamente, y esto es objeto de gran parte de las críticas a este llamado progreso, solo una parte de la población se ha beneficiado claramente de este claro avance.
El resto no solo no ha avanzado en este tímido progreso: ha visto empeorados sus niveles generales de vida.
La pobreza es angustiante en países como el mío, el Perú, del que se afirma que solo en Lima, una ciudad de más de 8 millones de habitantes, más de la mitad de ellos (51,8%) viven en condiciones de pobreza a pobreza extrema.
Según el mismo artículo consultado, el 60% de la población en Colombia vive bajo el llamado nivel de pobreza. 53% en Argentina, 54% en México, 45% en Venezuela y el 21% en el caso de Chile.
Es decir, el llamado progreso, determinado en los últimos tiempos por la mayor o menor inserción en las reglas de ese desigual y asimétrico juego que podemos llamar economía globalizada –competencia mundial-, ha sido solo parcial en nuestros países.
No solo eso, ha ahondado aún más las diferencias sociales.
Esta es la gran crítica que se le podría hacer a ese llamado progreso.
En suma, tambaleándose, pero Latinoamérica avanza.
¿Por qué no lo hace más rápida y equitativamente?
EL LLAMADO LAMENTISMO VICTIMISTA
Oppenheimer tiene razón en un punto importante.
Quien quiere progresar no puede hacerlo sólo lamentándose, tiene que mirar al futuro y esforzarse todo lo posible para concentrarse en él.
Es una verdad de Perogrullo y no es lo que me interesa hoy aquí.
Me interesa saber por qué no avanzamos más rápido. Ver si existen cargas en nuestro ‘vehículo’ globalizado que nos impiden aumentar la ‘velocidad’ económica.
Muchos europeos y ciudadanos de países del llamado Primer Mundo, incluido EEUU, me han sorprendido más de una vez con la misma pregunta:
¿Por qué Latinoamérica –sus gobernantes- no dejan de lamentarse y quejarse y se preocupan más por buscar soluciones?
Curiosamente, esta pregunta esconde también un lamento.
Con todo derecho, me digo, la misma pregunta se la podría hacer a ellos:
¿Por qué Europa y EEUU no dejan de lamentarse y se preocupan más por ayudar a buscar soluciones a los graves problemas de Latinoamérica?
Lo primero que alguien juiciosamente podría reclamar sería:
¿Qué tenemos que ver nosotros con los problemas latinoamericanos?
Desde el punto de vista de la historia europea, por lo menos, la respuesta es, mal que les pese: mucho.
Es más, afirmo como peruano que nuestra mayor desgracia nacional –la Colonia española- no solo significó la pérdida de una gran cultura y la destrucción de un Imperio y de un extenso sistema social que funcionaba exitosamente, aparte de varias gravísimas cosas más, esa misma colonia significó también tener que entrar a la competencia mundial moderna con siglos de atraso.
Atención. Esto no es una queja. Ni revanchismo. Es una simple constatación.
Y me ocupo de ella, no porque desee apoyar el resarcimiento por los daños históricos y materiales ocasionados por Europa en Latinoamérica y África durante siglos que algunos preconizan, simplemente me interesa tratar de dejar claro que nuestros países no avanzan todo lo rápido que se quisiera, pero no porque no quieran o no les de la gana.
Avanzan, ya lo hemos visto, A PESAR de las grandes desventajas en las que los dejó principalmente la España colonial y esclavista hace ya casi dos siglos. Y a pesar de las desventajas actuales que determinan el mercado mundial.
¿Qué ha cambiado desde entonces?
¿NOS INDEPENDIZAMOS DE VERDAD?
Reproduzco a continuación el comentario que hice ayer en la bitácora del periodista y ensayista francés Jean-François Fogel en El Boomeran(g), tratando de responder a la pregunta que ha motivado la entrada dominical de esta bitácora.
Entre los errores y omisiones más frecuentes que se cometen cuando se trata ese fenómeno llamado Latinoamérica, está el de creer que nuestros países son ‘independientes’ desde comienzos del siglo XIX.
La confusión proviene de creer que esa llamada independencia la alcanzaron las etnias que poblaban gran parte del continente americano antes de la invasión española que se sigue llamando vergonzosamente ‘conquista’.
¿Qué sucedió para que la Corona española se decidiera a rendirse y a soltar la presa que llevaba bien sujeta durante tres siglos? ¿Por qué no lo hizo uno o dos siglos atrás?
Existían/existieron varios factores y razones. Empero, considero a uno, como el primordial.
¡Se habían acabado el oro y la plata ‘superficiales’ que al comienzo se habían tenido que llevar como único cargamento de barcos enteros!
Barcos llenos de oro y plata que atrajeron pronto a los llamados piratas, que no eran otra cosa que emisarios, corsarios, de los demás países europeos ¡que no querían quedarse sin su parte del pastel metálico!
Cuando ya no había mucho para saquear y se tuvo que empezar a sacar el oro y la plata con verdadero esfuerzo de parte de quien lo organizaba (ya no solo con el esfuerzo y la sangre de los aborígenes), entonces el español se cansó.
Latinoamérica, como por arte de magia, dejó de ser interesante.
(Ahora vuelve a serlo y ya se ve cómo el imán atrae a los españoles, felizmente, bajo otras reglas de juego. Me refiero a los consorcios hispánicos.)
No es, pues, una casualidad que las fechas de nuestras llamadas independencias sean casi inmediatas a la desaparición de los últimos piratas.
¿Qué dejaron atrás los españoles en nombre de la Corona española y el Cristianismo?
Tres Siglos de Barbarie: genocidio, expoliación, rapiña, saqueo, robo, aniquilación de varias grandes culturas y de por lo menos dos grandes sistemas sociales que realmente funcionaban exitosamente como tales.
Además de un maligno racismo, una nueva religión y abusos en todos los niveles posible. Todo eso a lo largo de TRESCIENTOS AÑOS.
Para mí, lo peor que dejaron fue su sistema de vida, el colonial, y el racismo. Es decir, que el que tiene la sartén por el mango o las armas en la mano –estando desarmado el otro, casi siempre un indígena- tiene derecho a convertir en esclavo a quien pueda.
¿Al independizarse nuestros países, tomaron las riendas del nuevo futuro las etnias que habían sido esclavizadas durante esos tres siglos?
¡Por supuesto que no!
Fueron los criollos, los descendientes directos de los españoles pero nacidos en América los que, sintiéndose con los mismos derechos que los peninsulares, iniciaron los primeros intentos de esa llamada independencia y los que después se quedaron en los respectivos gobiernos.
No los cholos, ni los indios, quienes no habían tenido acceso a la educación ni al progreso a lo largo de 300 años y no sabían leer ni escribir.
(El primer presidente cholo del Perú, Toledo, llegó a serlo, nada menos que ¡casi DOS SIGLOS después de la llamada independencia de mi país! Y esto, sin tener en cuenta que se trata de un ‘cholo’ solo por su aspecto.)
Así, ha transcurrido el destino de nuestros países hasta no hace mucho. Recién ahora es posible ver que las clases gobernantes han ido “acholándose” (en varios sentidos) cada vez más: recién en los años 70 se intentó hacer una –catastrófica- Reforma Agraria en el Perú, por ejemplo. Muchos presidentes latinoamericanos el día de hoy no son de origen europeo.
Pero no hay que engañarse: el que un gobernante no sea de origen europeo, no significa que la realidad haya cambiado mucho para la gran masa poblacional. A casi dos siglos de nuestra independencia de la corona española las cosas no han cambiado mucho.
Es algo que se puede ver físicamente en casi todos nuestros países: la pobreza y la ausencia de educación tienen un color de piel y rasgos fisonómicos muy definidos.
No puede ser casualidad, entonces. (Hitler hubiera tenido su propia explicación.)
Ahora que es posible para grandes sectores de la población latinoamericana (los descendientes de las etnias aplastadas por los españoles de entonces) elegir a sus gobernantes, a pesar de seguir en clara y múltiple desventaja tecnológica, económica y cultural, y lo hacen inclinándose por representantes de sus propias etnias, ¡Europa y EEUU se asombran de que el puesto presidencial les quede grande a estos últimos! (Para decirlo benignamente.)
La misma Europa y los mismos EEUU que tuvieron SIGLOS ENTEROS para practicar sus formas de vida y gobierno entre la gente de su propia etnia y su propia cultura; aplastando o asesinando a las de las demás; equivocándose y aprendiendo; aparte de tener casi todas las ventajas (África y Latinoamérica) para conseguirlo y de ensayarlo en campo ajeno.
La Europa invasora, esclavista, pirata, saqueadora, colonialista, misionera, fascista, franquista, nazi, ventajista y asesina de hasta no hace mucho (sigue siendo ventajista, hoy porque el elector lo exige), ahora mira su progreso y su ‘avance’ (pisar sobre las cabezas de otros indefensos y olvidarlo cómodamente no puede llamarse verdadero avance o progreso), pero le falla la memoria para reconocer cómo es que le ha sido posible ir recolectando grandes y más ventajas a costa de África y Latinoamérica hasta llegar adonde está el día de hoy.
Si hay alguna enseñanza clara, práctica y no revanchista, a extraer de nuestra historia y de la de EEUU, es que el racismo, convertido en arma económica y de explotación, es la peor lacra humana de todos los tiempos en cualquier latitud.
Y la más difícil de erradicar.
La otra enseñanza es de Perogrullo: practicar con grandes ventajas en campo, cuerpo, propiedad, bolsillo y sangre ajenos, y aprovecharse de las nuevas ventajas obtenidas para obtener aún más y hacer más indefenso al esclavo u oprimido (postrándolo masivamente en la ignorancia, por ejemplo), siempre es más fácil que tener que empezar de cero.
Latinoamérica avanza así, pues, lenta y frustrantemente; pero lo hace, no solo gracias a sus propios esfuerzos y a pesar de las duras y ventajosas (casi siempre en un mismo sentido, ya saben cuál) reglas de juego internacionales que no inventaron ni impusieron nuestros países.
Lo hace, a A PESAR de esa Gran Burrada y crimen contra la humanidad que fue la colonia española y que le ha costado a países como el Perú, el mío, más de un retraso de 300 años.
Lo curioso es ver que no se aprovecha la gran cultura europea para entenderlo.
EL CASO PERUANO
Si en la competencia económica mundial los países se pudieran representar como corredores, podríamos ver claramente que más o menos una decena de países está a la cabecera y el resto sigue a menor o mayor distancia.
Esta clara ventaja, ¿siempre existió?
En el caso del Perú eso no fue siempre así.
Existió una época –la del Imperio Incaico- en la que la población de nuestros territorios formaba parte de un extenso sistema social y dueño de una gran cultura, que funcionaba y satisfacía las necesidades de esa población.
(Alguien podría decir que ya han pasado 500 años desde entonces y que nos deberíamos olvidar del tema. Suponiendo que este tipo de cosas tiene su fecha de caducidad, ¿por qué entonces se ha vuelto a sacar el tema de la invasión musulmana a la península a propósito del llamado terrorismo fundamentalista islámico, habiendo ocurrido 1.200 años atrás? ¿O cómo es posible que se recurra a 2.000 años de tradición cristiana para tratar de dejar fuera de la Unión Europea a Turquía, por ejemplo? ¿O cómo es que España le reclama a cazatesoros usamericanos los tesoros de barcos hundidos cuatro o más SIGLOS ATRÁS en sus aguas territoriales?)
Nuestra ventaja fue destruida de cuajo cuando los españoles (de entonces, se entiende) llegaron a invadir el Imperio Incaico.
Tres siglos después, se fueron; dejando en sus puestos a sus descendientes directos -los llamados criollos-, no a las etnias a las que les habían arrebatado todo: su sistema económico y social, su religión, sus riquezas, su lengua y su cultura.
La España colonial, además de esclavizarnos nos dejó el racismo y toda una compleja idiosincrasia:
-El que tiene la fuerza o el poder, puede hacer más o menos lo que quiera.
-Mientras más indígena eres, menos vales.
-Las cosas también se consiguen por el llamado compadrazgo o según las relaciones que tengas con la gente en el poder.
-Las leyes son algo que no necesariamente se tiene que respetar.
(Un buen ejemplo de lo primero lo ha dado ese movimiento pendular de varios de nuestros países, según el cual las dictaduras militares se alternaban en el poder con los gobiernos civiles. Y eso, hasta hace poco.)
Cuando la Corona española se cansa y da paso a la llamada independencia de nuestro país, que fue, en el fondo, un paso del poder de los españoles a sus descendientes directos que se sentían sin los mismos derechos -los criollos-, las cosas siguieron más o menos como antes: un pequeño grupo humano de origen extranjero (europeo) siguió controlando y decidiendo el futuro y el rumbo de un país invadido y mayoritariamente indígena.
El sistema colonial pasó a tener otro nombre, republicano, pero ese estado de cosas se mantuvo sin mayores cambios sustanciales por lo menos durante un siglo más.
Cuando el auge del gran capitalismo y de la gran industria empieza a llegar en oleadas fuertes a nuestro país en el siglo pasado, esa élite postcolonial se sintió fastidiada.
Venían a querer cambiarle su cómoda vida de señores feudales modernos.
El puñado de familias terratenientes que controlaban y eran dueñas del Perú al más puro estilo colonial, no supo qué hacer con la modernidad y entonces los acontecimientos se precipitaron.
LA TELEVISIÓN: LA MEJOR ARMA DEL GRAN CAPITALISMO
De modo totalmente particular, considero la aparición de la televisión como un gran agente catalizador en todo sentido y un gran hito de la historia moderna.
Para bien y para mal.
Por ella, los olvidados de todos los rincones de nuestra dificilísima geografía descubrieron otros mundos y otras realidades.
Por ella, empezaron a tener nuevos sueños.
Por la televisión, las masas empezaron a enterarse de lo que sucedía en otros países.
Por la televisión, entró el sueño consumista propio del modelo usamericano.
Pero nuestro país no estaba preparado para producir sus propios productos ni nadie le dijo a esa gran masa, mayormente ignorante e influenciable, que lo que la televisión mostraba –y sigue mostrando- era y es solo parte de un libreto falso y preestablecido.
Así, tuvimos que pagar muy alto el precio del atraso colonial (de tres siglos), más el atraso postcolonial (de más de un siglo) que llevábamos a nuestras espaldas.
De ser un país netamente agrario y mantenido adrede masivamente en la ignorancia, pasamos a intentar a ser uno consumidor e incipientemente industrial.
Y lo pagamos muy caro al principio. Vendiendo nuestro petróleo, nuestros minerales y demás riquezas naturales a precio de regalo y comprando, en clara desventaja, los productos que no sabíamos producir y teníamos que importar pagando horrendos precios.
Vendíamos -y seguimos vendiendo- nuestros metales por centavos a los países desarrollados para volver a comprarles esos mismos metales pagando cientos o miles ya transformados en máquinas y aparatos .
Encima, la gran banca extranjera, repentinamente, de ser una institución de naturaleza desconfiada y tenaz, pasó a ofrecernos en la nariz créditos increíbles y jugosos que prometían ser la solución a nuestros problemas. Y nuestros gobernantes pisaron el palito.
La mayoría de la población, de origen indígena, ¿podría recuperarse de golpe, tirarse las imposiciones del FMI a la espalda y saltarse los siglos de atraso simplemente porque el nuevo orden en la economía mundial ahora lo exigía?
¿Estábamos preparados históricamente como nación para el salto a la llamada globalización?
REFORMA AGRARIA Y LIBERTOS
Cuando el general Juan Velasco Alvarado y su llamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas llega al poder en 1968, lo hace con las mejores intenciones de alguien que sabía por su origen lo que significaba el atraso, la pobreza y la marginación económica y racial.
Pero todas sus reformas se vinieron abajo rápidamente porque no contábamos con la ‘infraestructura’ humana para hacer frente a cambios tan profundos como los socializantes que propugnaba su gobierno.
Los miembros de las cooperativas que tenían que trabajar la tierra de sus antepasados y que ahora les volvía pertenecer con la Reforma Agraria, por ejemplo, no sabían siquiera lo que era la competencia empresarial.
No conocían el mercado libre y sus leyes. Ni siquiera sabían organizarse para cumplir el simple trabajo cotidiano.
Era gente que venía de conocer un solo incentivo durante siglos: el látigo y el mal pago.
Y no supieron qué hacer con la nueva libertad.
Les pasó lo mismo que a los esclavos afroamericanos cuando se convirtieron en libertos en EEUU.
Muchos regresaron donde sus antiguos amos porque simplemente no sabían qué hacer con su libertad.
Otra habría sido la historia, si esos esclavos usamericanos hubieran sido resarcidos por la esclavitud y su consecuente colaboración económica con el sistema, y hubieran tenido la oportunidad de empezar montando pequeños negocios o comprándose pequeñas propiedades.
Los libertos fueron abandonados a su suerte y, debido al racismo y a una fantástica rueda selectiva socioeconómica basada en él, hasta ahora no se han podido recuperar en ese país de ese nuevo golpe con aspecto de regalo que recibieron.
UN ESCENARIO NO DEMASIADO FANTÁSTICO
Si no es posible entender qué significa esto, podría poner un ejemplo un tanto bizarro, pero ilustrativo.
Imaginémonos que el mundo sufre de pronto una gran depresión económica.
De pronto, empieza a escasear el combustible y éste encarece astronómicamente por acción de la ley de la oferta y la demanda. Como este encarece, todos los precios empiezan a subir rápidamente y se produce una aparatosa caída en la bolsa de valores.
En cosa de semanas, la inflación se va a las nubes, algunos bancos empiezan a quebrar, ciertos grupos de los llamados terroristas y otros anarquistas se aprovechan de la situación para crear aún más caos y la vida en las ciudades empieza a colapsar.
Con la crisis de los combustibles, muchos automovilistas no pueden adquirirlos por su alto precio o porque su empresa ha quebrado de un momento a otro. Las huelgas, las medidas de presión desde todos los niveles aumentan y en apenas semanas, los sistemas de distribución de alimentos empiezan a fallar por las mismas razones.
Comienzan los primeros saqueos.
La economía del país colapsa totalmente y el caos ya es total, cuando el gobierno tira la toalla harto de no soportar la presión desde todos los lados.
Imagínense que el país es Alemania, en el que vivo. La población, desesperada, empieza a sembrar hortalizas en su jardín, sabe que va a tener que vivir directamente de lo que produce la tierra hasta que las cosas se solucionen o tranquilicen.
Las tierras de cultivo empiezan a ser asaltadas. El hambre cunde.
En este nuevo escenario, solo aquellos que tengan ciertos conocimientos agrícolas y quieran ensuciarse las manos, son los que estarán en clara ventaja respecto a los, vamos a decir, trabajadores y empleados de escritorio, los Burócratas.
Imagínense ahora, que ese es el nuevo futuro de nuestro mundo: cultivar la tierra con nuestras propias manos y que los llamados Agrícolas, conscientes de que no puede haber para todos, empiezan a tomar las riendas del poder y se niegan a transmitir sus conocimientos a los demás, a los Burócratas de toda calaña.
El dinero ha dejado de tener valor. Se instala un nuevo poder y una nueva forma de economía y pago.
Imagínense, finalmente, que esto sucede durante varias generaciones. Vamos a decir, siglos. El país lo dominan los Agrícolas y los Burócratas se han convertido en esclavos de los primeros, pero sin tener acceso al poder ni a la educación. Por tanto, tampoco a la tecnología agrícola.
No saben, simplemente, cómo se trabaja la tierra con las manos.
De pronto, cambian las cosas –por la razón que sea-, y los Agrícolas saltan del barco –y del poder- y dejan a los Burócratas a su suerte.
Esto que suena a ciencia ficción es una parodia de lo que le ha ocurrido a nuestros países y de cómo influye la ventaja tecnológica y la sujeción del poder.
La diferencia está en que en nuestro caso los señores coloniales no abandonaron del todo el poder, sino que lo pasaron a sus más directos descendientes, quienes siguieron con las riendas del país unos 150 años más sin cambiar sustancialmente el estado de cosas.
LA EUROPA VENTAJISTA
Los tiempos modernos han hecho más sutil el ventajismo que ha practicado Europa respecto al resto del mundo desde que se ‘descubrió’ América y se instalaron las primeras colonias en África.
Lo que Colón buscaba no eran tesoros que esquilmar y rapiñar. Eso vendría después.
Él buscaba una nueva ruta comercial –más económica y menos peligrosa- a las Indias.
En el siglo XV, gracias al descubrimiento de la pólvora y al desarrollo de la metalurgia, la tecnología bélica -la tecnología europea de la guerra-, se encontraba en un momento de gran desarrollo y auge. Ya se conocían diversos tipos de armas y cada vez se desarrollaban nuevas más efectivas y más rápidas de cargar.
Los españoles acababan de expulsar a los musulmanes de la península después de 700 años de invasión islámica.
En un momento así, llega Colón al continente que ya 500 años atrás habían ‘descubierto’ los vikingos, como ya se sabe ahora. (Los verdaderos descubridores habían llegado desde algún lugar de Asia, probablemente, unos 30 o 40 mil años antes.)
Los que lo siguen se encuentran con poblaciones caribes que apenas oponen resistencia a su aparato bélico. Aún no saben de los Imperios Inca ni Azteca.
Entonces, treinta años después, de pronto, a Cortés le es posible dar el gran golpe, debido a que los aztecas lo creen un dios o un enviado de los dioses y le brindan hospitalariamente posada.
A partir de allí, le sigue Pizarro al sur de América. El resto lo conocemos.
¿LAMENTO BORINCANO O EUROPEO?
Cuando los europeos se lamentan de que los latinoamericanos nos lamentamos de lo duro que lo tienen nuestros países para avanzar, ¿qué pretenden?
¿Compadecerse? ¿Burlarse, mofarse, acaso?
¿Pretenden desconocer la historia?
¿No saben lo que es la Memoria Histórica, eso que Alemania ha sabido y sabe recuperar y que en España ha empezado a cuajar como obligación ciudadana respecto a su propia historia interna?
Siguiendo con el ejemplo de mi país, constato una y otra vez, con asombro y fascinación que la gente del Perú –y esto es extensible a la mayoría de los países latinoamericanos-, a pesar de las grandes desventajas históricas, producto de siglos de colonialismo parásito y apenas constructivo, con las que se enfrenta al concierto económico mundial.
A pesar de las catástrofes naturales como el fenómeno del Niño y los grandes terremotos que nos azotan cíclicamente.
A pesar de las fieras e inhumanas imposiciones del FMI, el Fondo Monetario Internacional, de las décadas inmediatas pasadas, cuyas consecuencias hasta ahora pagan con hambre los niños de nuestras poblaciones.
A pesar de nuestra disímil y dura geografía andina, el duro escollo para el desarrollo y las comunicaciones, y el injusto centralismo costeño que ella representa.
A pesar de nuestro subdesarrollo tecnológico, el alto porcentaje de desocupación y la ausencia generalizada de infraestructuras.
A pesar de fenómenos como el de Sendero Luminoso, sobre los cuales se puede decir que es una suerte que no hayan aparecido más en un país con una historia rica en injusticias y marginación como es el nuestro.
A pesar de muchos de nuestros gobernantes desastrosos y que no han hecho -y hacen- sino repetir esquemas que demuestran que tanto la educación como la mala educación –de siglos- son armas que rinden sus frutos para bien y para mal.
A pesar de los contratos mineros y petroleros más que indecentes y leoninos pactados con empresas extranjeras que han sabido aprovecharse de nuestra urgente necesidad y de nuestra falta de tecnología.
A pesar de la corrupción imperante en casi todos los niveles; y de la que, en el caso de los contratos indecentes y escandalosos con el extranjero, se suele olvidar que tanto el que se deja corromper como el que corrompe deberían ser castigados.
A pesar de las masivas emigraciones de –probablemente- muchas de nuestras mejores fuerzas de trabajo y de los llamados cerebros, todos formados con inversiones del país pero que terminan sirviendo a otros países, por lo general del mal llamado Primer Mundo.
A pesar de la lacra del racismo implantado y –me imagino- perpetuado a través de colonización española.
A pesar de todo eso y mucho más, mi país latinoamericano, es como un gigante mutilado, tullido y medio ciego, que, a pesar de todo, ya que no puede caminar, sigue tercamente rodando, golpeándose con todo tipo de obstáculos en el camino y soportando el embate de los nuevos tiempos pero con una absurda sonrisa en su rostro abollado: la de la gente humilde y trabajadora y sus verdaderas y grandes ganas de vivir.
¿No es esto un verdadero milagro?
¿De qué se quejará la Europa ventajista me pregunto, por eso?
¿De qué se quejará la Europa de Memoria Histórica Cero, quien, cuando le convino, migró violentamente, invadiendo y saqueando continentes enteros y ahora le apesta la misma migración cuando es de otro sentido, a pesar de ser pacífica y convenirle económicamente hoy?
Sospecho que lo que más desea esa Europa es escabullir su responsabilidad histórica respecto a Latinoamérica y África.
¿Por qué lo digo?
Supongamos que Latinoamérica, al igual que China y la India, encontrara la ‘fórmula’ para un progreso veloz en el contexto de la competencia económica mundial actual y las nuevas tecnologías.
¿Les interesaría eso a los europeos y, en general, al llamado Primer Mundo?
Ya sabemos que no. Ya se sabe que sería un desastre ecológico.
Tal como ocurre en el caso de los dos países mencionados, China e India.
El Primer Mundo ya está demasiado preocupado por no haber calculado bien (léase cambios climáticos e impacto ambiental) ni haberse interesado verdaderamente por el futuro.
EEUU, por ejemplo, se pasó varias décadas fomentando, haciendo la guerra, difundiendo y tratando de imponer su sistema y estilo de vida por todo el mundo.
Ahora resulta que si el resto de los países del planeta lo consiguieran realmente, resultaría más o menos un suicidio terrícola.
A Europa y al resto del llamado Primer Mundo ya no les interesa que los demás países alcancen su nivel y su forma de vida, si es que alguna vez verdaderamente les interesó.
Ahora lo ven como un peligro real.
La gran pregunta que queda en el aire ahora, entonces, es:
¿De qué se quejan?
HjV 27-01-2008