Me asomo al trigo
puntual de cada año
que se inclina como para
burlarse del
viento que intenta
derribarlo
¿Es el viento?
¿O son estos trigales los
que intentan correr
sin alcanzar a moverse un
ápice de su sitio?
HjV
Colonia 31.05.20
Me asomo al trigo
puntual de cada año
que se inclina como para
burlarse del
viento que intenta
derribarlo
¿Es el viento?
¿O son estos trigales los
que intentan correr
sin alcanzar a moverse un
ápice de su sitio?
HjV
Colonia 31.05.20
.
Cómo se arregla un mundo de
palabras derrum-
badas,
espectros que deambulan
por la oscuridad de
las horas
.
Cómo atenuar la sensación de que la
noche anterior ha caído una
bomba molecular y eres de
los primeros en
salir al exterior:
.
El día
-aún intacto-,
.
la luz
-jugando a
probar colores y testándose a sí
misma: uno, dos, tres,
inventando-;
.
los sonidos
-como empezando a
renacer desde
los ecos más
lejanos-;
..
las aves
-acaso
sorprendidas con
su nuevo juguete canoro-;
.
mientras
allá,
más al fondo, como un rezago
coloidal,
comienza el trasiego de
artefactos y
seres, como si alguien acabara
de decir:
.
ya
pues, déjense de huevadas y volvamos
a reinventar el caos diario: el vero
sustento de esta luz
inerme
.
.
HjorgeV
Colonia, domingo 17 de mayo del año CV I
.
Delante de mí un retrato
de dos de mis hijos
sobre la pared
que sostiene la mitad de
mi mundo sin
sospecharlo
siquiera.
.
Hacia la derecha una
ventana que es todo mi
recuerdo de lo que sucederá
mañana, cuando cunda
el olvido.
.
Hacia la izquierda, un
ejército de indumentarias
que aguarda la voz de mando
para lanzarse por la borda.
.
Detrás de mí, un trozo de
árbol muerto sostiene mi
cabeza, la causante,
mareante, porfiada.
.
Debajo, ya han empezado
a moverse mis hijos y mi
esposa en una
coreografía que recuerda
las ansias de una madeja
por salir a espantar
los laberintos de
sus últimos
sueños.
.
Después, todo volverá a
la normalidad. La pared que
nunca dice pío.
La madera que sostiene el
caos perpetuo. La ventana del futuro.
El suelo tenaz. El mundo
que retorna cada día
irrepetible, fiero.
Perfectamente
bello y
atroz.
.
.
HjorgeV
Colonia, jueves 14 del año CV I
.
Una gota derramada
sobre la mesa. Una cabeza
que desconoce el cuello, que
es su pedestal.
Un cuerpo
huérfano de
todo.
.
En tanto, la mañana surge, léntica,
menesterosa, esfera derretida,
inmutable,
ausente.
.
Tal vez porque soy que me
soy
-Piero dixit-,
igual me extraño de
que el mundo parezca la
creación de un dios
resaqueado.
.
Como consuelo,
me permito amar
la madrugada, la reconquista
pacífica de la
luz:
.
la mundana sensación
de haberme adelantado aunque solo
sea por un par de horas a ese todo aquel
que aún duerme su borrachera
celestial, eterna,
tierna y cruel en un solo
trago.
.
.
HjorgeV
Colonia, 13 de mayo del año CV I
A lo largo de mi vida he conocido a muchas personas de un tipo bastante especial, que llamaré «mundiales».
Eran, han sido, fueron abogados, médicas, ingenieros, cocineras, gastrónomos, profesoras, carpinteros, empresarias, gerentes de banco, amas de casa.
Su característica era la de dominar hasta tal punto su oficio, que podían ser considerados verdaderos maestros y maestras en sus respectivos ramos.
*
El padre de un amigo y vecino mío, por ejemplo.
Se dedicaba a recaudar impuestos para el Banco de la Nación.
Su sección se ocupaba de las empresas de espectáculos, por lo que solía tener entradas gratuitas para conciertos, óperas, corridas de toros, cines, circos.
Gracias a él, pude asistir, por ejemplo, a una función del Gran Circo de Moscú y ver al genial Oleg Popov, el equivalente circense de Chaplin.
(No podía saber, por supuesto, que Popov terminaría afincándose al sur de esta mi segunda matria, en Franconia, después de quedar abandonado a su suerte por un empresario –dicen que argentino- en 1990. Al parecer, lo ayudó una admiradora, Gabriela Lehmann, una alemana a la que le llevaba 32 años y con quien se casó y convivió hasta que fue enterrado con su uniforme de payaso, tal como fue su deseo póstumo.)
*
Don Favio, el recaudador de impuestos, tenía un convertible, de los pocos que existían entonces en Lima (y aún hoy, debo suponer) y con el que le gustaba salir a pasear con el talante de un gran dignatario extranjero.
Recuerdo su gesto altivo y patricio, aunque cansado, cuando llegaba de trabajar y arrojaba su maletín sobre un sillón, como un gladiador desprendiéndose de su pesada indumentaria.
Tenía unos ojos tan saltones que una vez, sin querer, lo llamé Saltio, en vez de Favio; algo que, felizmente, no notó.
Con sus saltios solía mirar a los demás por sobre el hombro, apenas sin esfuerzo, pues era bastante alto.
*
Famoso por su cualidades en su esfera laboral (su mundo particular), don Favio se creía capaz de poder ir mucho más allá y administrar ministerios, ciudades, acaso el país entero.
De preguntárselo, seguro que me habría dicho «¡El mundo, si me lo piden!» , tal era su convencimiento de que, con solo proponérselo, su capacidad específica podría convertirse en mundial (de ahí lo de «mundiales»).
*
Lo he recordado estos días, tras el anuncio de la desescalada, y el consiguiente regreso escalonado a la normalidad, hecho a regañadientes por Angela Merkel.
Lo noté especialmente en un paseo que hice con mi familia el domingo pasado al centro de Colonia.
Recorrimos el Belgisches Viertel, barrio así conocido por llevar sus calles el nombre de ciudades y provincias belgas.
Después de recoger varios platillos en el Bonjour Saigon, continuamos a pie hasta la Uni-Wiese, el irreconocible prado de la universidad, pues antes solía usarse solo para partiditos de fútbol y ahora es uno de los más populares puntos de encuentro para pícnics y barbacoas.
*
Tal vez debido a la invisibilidad del virus y a que sus efectos tardan días en notarse, muchos parecían desplazarse como si llevaran en el bolsillo el certificado de inmortalidad o acabaran de enterarse de que su test había resultado negativo.
(Como si eso los eximiera de contagiarse alguna vez.)
-Mira, ¡no pasa nada! ¿No lo ves? -parecían decir.
Los pocos que llevaban máscara, lo hacían con claro disgusto o incomodidad; tal vez por creerse reconocidos como cobardes.
*
Luego leí que en Berlín, Múnich y Stuttgart había habido manifestaciones contra las medidas restrictivas, y tuve que pensar en los sueños de los que ya se habían imaginado en viajes espaciales, huyendo de este pobre y arrasado planeta.
¿Qué creerán -me pregunté- que un viaje a Marte debe ser cuestión de solo un par de semanas, y que, de estar hartos del estrecho confinamiento en la nave espacial, podrían salir a rebelarse y protestar al espacio sideral?
*
Tuve que pensar también en las pétreas afirmaciones de los responsables políticos, según las cuales era imposible decretar el uso obligatorio de mascarillas, pues Alemania (nada menos) no estaría en condiciones de fabricar las inmensas cantidades necesarias.
(Que sería como anunciar que se abolirán todos los impuestos, pues el ministerio correspondiente no es capaz de recaudarlos en su totalidad.)
*
Por lo demás:
¿Qué ha sido de todas las máscaras importadas y fabricadas en Alemania desde -por lo menos- el inicio de las medidas restrictivas?
¿Qué se han hecho?
Basta un simple paseo para notar que las pocas que se ven, han sido hechas por particulares, no en una fábrica.
*
¿Y qué se habrán hecho todos esos guantes que han dejado las correspondientes estanterías vacías en los supermercados y que desde hace semanas busco sin éxito?
Su escasez es tal, que, incluso la empresa para la que trabajo y que tiene proporcionárnoslos, tiene problemas para cumplir con su obligación.
Sin embargo, basta echar un simple vistazo callejero, para notar que nadie lleva guantes, salvo algún abuelo o abuela en el supermercado.
*
Mi paciencia llegó a su límite, cuando, mientras escogía bebidas en un quiosco, un joven con aspecto de universitario aprovechó que yo estaba manteniendo la puerta de la refrigeradora abierta con un pie, para sacar una cerveza al vuelo.
-Del equipo de los «mundiales», ¿no? -le reclamé.
-No sé a qué te refieres -me respondió con su acento acaso del norte.
-A que debes dominar tu mundo, como don Favio.
Me quedó mirando como se mira a los orates y demás desplazados de la realidad, y enseguida apuró su paso hacia la caja registradora.
Me quedé en silencio, simplemente en silencio, contemplando su gesto altivo y patricio, y cerré con un pie la puerta de la refrigeradora.
.
.
HjorgeV
Colonia, 11 de mayo del año CV I