¿Qué habrían pensado Cervantes, Balzac, Dickens, Scorza, Chandler, Camus, Neruda, Böll o Hemingway, Christie o Tellado, de las modernas computadoras y su procesador de texto incorporado?
Honoré de Balzac se propuso escribir una obra novelística tan compleja y vasta, acaso el mayor proyecto narrativo de la historia, que la vida solo le alcanzó para completar 85 de las 137 novelas que se había propuesto componer.
Le gustaba afirmar que con su titánica La comedia humana (título que hace referencia -por contraposición- a la Divina Comedia de Dante) quería «faire concurrence à l’état civil» .
Quería competir con el Registro Civil.
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Corín Tellado, gustos y calificaciones aparte, publicó 4.000 títulos. ¿Cómo lo hizo?
¿Cómo se escribe una novela? (¿O cómo no se escribe?)
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¿Cómo se le ocurren las ideas a un escritor?
¿Cómo las arma, trama, concatena, urde, ordena, corrige, mejora?
¿Qué es necesario para escribir una novela?
¿Existen reglas?
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En su libro On writing (traducido a nuestro idioma como Mientras escribo)(no me lo pregunten, tampoco lo sé) (una posibilidad, teniendo en cuenta el subtítulo original: Una memoria del oficio de escribir), Stephen King, vendedor autor del que conozco su fama de trabajador mas no sus novelas, escribe:
«Somos escritores, pero evitamos preguntarnos mutuamente de dónde sacamos las ideas. Sabemos que no lo sabemos.»
Añade, refiriéndose a las ideas narrativas:
«de repente se juntan dos ideas que no habían tenido ningún contacto y procrean algo nuevo. El trabajo del narrador no es encontrarlas, sino reconocerlas cuando aparecen.»
¿Cómo las reconoce?
¿Cómo las arma para escribir una novela?
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Hace varios años ya (en esos tiempos tenía un negocio en el barrio universitario de Colonia y soñaba con poder dedicarme por fin a escribir) un compatriota me buscó para pedirme trabajo.
Solo tenía visado de turista y deseaba quedarse a trabajar en suelo teutón.
Le expliqué que las nuevas reglas exigían que regresara al Perú para permutar o trocar su visado por uno de trabajo.
-No, compadre -empezó a argüir-, ¡tiene que haber alguna manera de evitarlo!
Le relaté mi caso.
Había llegado de París como ‘turista’ (en realidad, llegué llamado por el amor eterno de una estudiante de danza) (la eternidad nos duró dos semanas), pero en una época en la que era posible quedarse como estudiante. Las cosas habían cambiado desde entonces.
-Pero tiene que haber alguna forma, pues, compadre -alegaba él-. Ayúdame.
-Las leyes son las leyes -le insistía, no sin pesar.
Le expliqué que corría el riesgo de que me cerraran el negocio si lo pescaban trabajando ilegalmente.
Nos pasamos casi una hora así, tratando de hacerle entender que las leyes y especialmente las alemanas peatonales (para los ‘peatones’ comunes y corrientes) (para las élites existe un mundo paralelo) no son flexibles.
Al final no pude más.
-Sí, existe una posibilidad -le dije.
Estaba acorralado, harto, empalagado, hastiado, ahíto.
-¡¿Ya ves?!, ¡¿ya ves?! -exclamó él, abriendo, de contento, los ojos como platos.
-Existe -concluí-. Pero, lamentablemente, no la conozco.
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Algo similar había dicho ya, mucho antes, el –misógino– escritor británico William Somerset Maugham sobre el arte de novelar:
«Existen tres reglas sobre cómo escribir una novela. Lamentablemente nadie las conoce.»
(Para saber cómo se pronuncia Maugham, pulsar aquí.)
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En una tertulia literaria reciente, el novelista invitado prefirió explicar el argumento en la pizarra a leer fragmentos de su obra.
Lo hizo amena y divertidamente. (Se quedará en mi memoria como El Novelista de la Pizarra).
Insistió, eso sí, en leer la frase final.
Era linda, me permito decir. Poética.
Tenía un término inusual. No desconocido ni especialmente rebuscado, pero poco frecuente.
-¿Para qué escribir? -preguntó con ardor a los presentes al terminar de leer la emocionante frase final de su novela-, si no es para usar palabras bonitas?
-Yo -se confesó, orgullosamente- uso un diccionario de sinónimos.
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¿Por qué y para qué se escribe?
¿Para escribir palabras bonitas?
García Lorca dijo abiertamente:
«Escribo para que me quieran.»
(Y tal vez su ejemplo patrocinó toda una gama de pésimos novelistas que lo que en verdad querían era ser queridos y no, necesariamente, escribir.)
Más tarde, quien escribió “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo” (fragmento de Cien años de soledad) alargó la frase:
«Escribo para que me quieran más mis amigos.»
¿Se puede enseñar a escribir?
O sea, según la concepción garcíamarquesiana, ¿a ser querido por los amigos?
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La Era de la Red, esta Era Internet, es también la Gran Era de la Escritura.
Todos somos -o queremos, ansiamos ser- escritores.
Actualmente está en boga el boom de la novela digital.
Y existen, además, millones y millones de bitácoras desperdigadas por el planeta virtual y real y cada día aparecen más.
Los autores se cansan de escribir o del formato y anuncian su cierre. O, simplemente, las abandonan.
«Un escritor profesional», dijo alguna vez Richard Bach, el autor de Juan Salvador Gaviota, «es un amateur que no se rinde».
¿Se puede enseñar a no rendirse como escritor?
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¿Se puede enseñar a contar una historia (por escrito)?
El Novelista de la Pizarra refirió una serie de historias y anécdotas que encantaron al público presente.
Demostró que era un narrador oral, un contador de historias nato. (Todos llevamos un narrador dentro, estoy convencido.)
¿Era un buen novelista ese compatriota del gran García?
No lo sé.
De haber escuchado más fragmentos de su novela, tal vez me habría animado a comprarla esa misma noche.
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Porque una cosa es saber contar historias y hacerlo muy bien, saber encandilar a los oyentes.
También se puede tener una o, incluso, varias grandes ideas para una novela.
Tener, incluso, clara la trama y hasta bosquejos escritos de los personajes.
Y otra.
Completamente diferente.
Terminarla.
Frase de Mario Vargas:
«Un matrimonio feliz es una empresa común y exige tanta dedicación, fervor, paciencia e insistencia como una gran novela».
Habiendo dicho tan poco sobre un matrimonio feliz, Vargas dijo con esa frase grandes verdades sobre el novelar.
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Consejos para escritores abundan en la Red.
El más reciente -de aquellos con los que me he topado a vuelo de ave navegante-, el que Paul Auster le da a un joven aspirante a escritor:
Añade:
«Se te viene una vida de lucha solitaria, de falta de dinero y reconocimiento, y muchas dificultades.»
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Consejos -menos pesimistas- para escribir novelas hay muchos.
Juan Terranova (escritor argentino desconocido para mí) expone los suyos en la revista El Malpensante:
Y no des excusas. No sirven. Nadie las escucha.
Hay que terminar lo que se empieza. Antes no se sabe si es bueno, si es malo, si se va a publicar o si hay que tirarlo.
También hay que resignarse a ser medianamente pobre.
Para escribir buenos diálogos tenés que escuchar y recordar cómo se peleaban tus viejos, cómo argumentaban, cómo se mentían, cómo se reconciliaban.
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Una vez escribí una serie de consejos para un joven poeta.
Luego, de puro contagio, escribí una sarta de sugerencias para un aspirante a novelista (como yo), basándome en los años que me he pasado aprendiendo a escribir esos artefactos (armatostes en mi caso).
(Tranquilos, sigo sin publicar ninguna.)
Después de un par de chistes, revoloteos y circunloquios, daba un solo y único consejo al aspirante a novelista.
Ya no era un chiste:
«Termínala primero y luego hablamos».
Me lo recordaba a mí mismo, en realidad.
Porque en esto hay unanimidad.
Si quieres escribir una novela, el primer principio o regla es terminarla.
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Si te propones construir una casa para que tú o tú y tu familia vivan en ella.
No basta con que tengas los planos arquitectónicos.
No con que tengas todos los materiales listos y pagados, incluido el terreno.
No es suficiente con que tu casita tenga puertas y ventanas, y hasta un techo.
Independientemente de lo bonita.
O fea que pueda ser.
Tu construcción tiene que servir para vivir (y bien) si quieres que la llamen casa.
(Aunque no la construyas para venderla.)
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Continúa…
HjorgeV 25-02-2012