¿SE PUEDE ENSEÑAR A ESCRIBIR NOVELAS?

¿Qué habrían pensado Cervantes, Balzac, Dickens, Scorza, Chandler, Camus, Neruda, Böll o Hemingway, Christie o Tellado, de las modernas computadoras y su procesador de texto incorporado?

Honoré de Balzac se propuso escribir una obra novelística tan compleja y vasta, acaso el mayor proyecto narrativo de la historia, que la vida solo le alcanzó para completar 85 de las 137 novelas que se había propuesto componer.

Le gustaba afirmar que con su titánica La comedia humana (título que hace referencia -por contraposición- a la Divina Comedia de Dante) quería «faire concurrence à l’état civil» .

Quería competir con el Registro Civil.

*

Corín Tellado, gustos y calificaciones aparte, publicó 4.000 títulos. ¿Cómo lo hizo?

¿Cómo se escribe una novela? (¿O cómo no se escribe?)

*

*

¿Cómo se le ocurren las ideas a un escritor?

¿Cómo las arma, trama, concatena, urde, ordena, corrige, mejora?

¿Qué es necesario para escribir una novela?

¿Existen reglas?

*

En su libro On writing (traducido a nuestro idioma como Mientras escribo)(no me lo pregunten, tampoco lo sé) (una posibilidad, teniendo en cuenta el subtítulo original: Una memoria del oficio de escribir), Stephen King, vendedor autor del que conozco su fama de trabajador mas no sus novelas, escribe:

«Somos escritores, pero evitamos preguntarnos mutuamente de dónde sacamos las ideas. Sabemos que no lo sabemos.»

Añade, refiriéndose a las ideas narrativas:

«de repente se juntan dos ideas que no habían tenido ningún contacto y procrean algo nuevo. El trabajo del narrador no es encontrarlas, sino reconocerlas cuando aparecen.»

¿Cómo las reconoce?

¿Cómo las arma para escribir una novela?

*

Hace varios años ya (en esos tiempos tenía un negocio en el barrio universitario de Colonia y soñaba con poder dedicarme por fin a escribir) un compatriota me buscó para pedirme trabajo.

Solo tenía visado de turista y deseaba quedarse a trabajar en suelo teutón.

Le expliqué que las nuevas reglas exigían que regresara al Perú para permutar o trocar su visado por uno de trabajo.

-No, compadre -empezó a argüir-, ¡tiene que haber alguna manera de evitarlo!

Le relaté mi caso.

Había llegado de París como ‘turista’ (en realidad, llegué llamado por el amor eterno de una estudiante de danza) (la eternidad nos duró dos semanas), pero en una época en la que era posible quedarse como estudiante. Las cosas habían cambiado desde entonces.

-Pero tiene que haber alguna forma, pues, compadre -alegaba él-. Ayúdame.

-Las leyes son las leyes -le insistía, no sin pesar.

Le expliqué que corría el riesgo de que me cerraran el negocio si lo pescaban trabajando ilegalmente.

Nos pasamos casi una hora así, tratando de hacerle entender que las leyes y especialmente las alemanas peatonales (para los ‘peatones’ comunes y corrientes) (para las élites existe un mundo paralelo) no son flexibles.

Al final no pude más.

-Sí, existe una posibilidad -le dije.

Estaba acorralado, harto, empalagado, hastiado, ahíto.

-¡¿Ya ves?!, ¡¿ya ves?! -exclamó él, abriendo, de contento, los ojos como platos.

-Existe -concluí-. Pero, lamentablemente, no la conozco.

*

Algo similar había dicho ya, mucho antes, el –misógino– escritor británico William Somerset Maugham sobre el arte de novelar:

«Existen tres reglas sobre cómo escribir una novela. Lamentablemente nadie las conoce.»

(Para saber cómo se pronuncia Maugham, pulsar aquí.)

*

En una tertulia literaria reciente, el novelista invitado prefirió explicar el argumento en la pizarra a leer fragmentos de su obra.

Lo hizo amena y divertidamente. (Se quedará en mi memoria como El Novelista de la Pizarra).

Insistió, eso sí, en leer la frase final.

Era linda, me permito decir. Poética.

Tenía un término inusual. No desconocido ni especialmente rebuscado, pero poco frecuente.

-¿Para qué escribir? -preguntó con ardor a los presentes al terminar de leer la emocionante frase final de su novela-, si no es para usar palabras bonitas?

-Yo -se confesó, orgullosamente- uso un diccionario de sinónimos.

*

¿Por qué y para qué se escribe?

¿Para escribir palabras bonitas?

García Lorca dijo abiertamente:

«Escribo para que me quieran.»

(Y tal vez su ejemplo patrocinó toda una gama de pésimos novelistas que lo que en verdad querían era ser queridos y no, necesariamente, escribir.)

Más tarde, quien escribió “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo” (fragmento de Cien años de soledad) alargó la frase:

«Escribo para que me quieran más mis amigos.»

¿Se puede enseñar a escribir?

O sea, según la concepción garcíamarquesiana, ¿a ser querido por los amigos?

*

La Era de la Red, esta Era Internet, es también la Gran Era de la Escritura.

Todos somos -o queremos, ansiamos ser- escritores.

Actualmente está en boga el boom de la novela digital.

Y existen, además, millones y millones de bitácoras desperdigadas por el planeta virtual y real y cada día aparecen más.

Muchas perecen.

Los autores se cansan de escribir o del formato y anuncian su cierre. O, simplemente, las abandonan.

«Un escritor profesional», dijo alguna vez Richard Bach, el autor de Juan Salvador Gaviota, «es un amateur que no se rinde».

¿Se puede enseñar a no rendirse como escritor?

*

¿Se puede enseñar a contar una historia (por escrito)?

El Novelista de la Pizarra refirió una serie de historias y anécdotas que encantaron al público presente.

Demostró que era un narrador oral, un contador de historias nato. (Todos llevamos un narrador dentro, estoy convencido.)

¿Era un buen novelista ese compatriota del gran García?

No lo sé.

De haber escuchado más fragmentos de su novela, tal vez me habría animado a comprarla esa misma noche.

*

Porque una cosa es saber contar historias y hacerlo muy bien, saber encandilar a los oyentes.

También se puede tener una o, incluso, varias grandes ideas para una novela.

Tener, incluso, clara la trama y hasta bosquejos escritos de los personajes.

Y otra.

Completamente diferente.

Terminarla.

Frase de Mario Vargas:

«Un matrimonio feliz es una empresa común y exige tanta dedicación, fervor, paciencia e insistencia como una gran novela».

Habiendo dicho tan poco sobre un matrimonio feliz, Vargas dijo con esa frase grandes verdades sobre el novelar.

*

Consejos para escritores abundan en la Red.

El más reciente -de aquellos con los que me he topado a vuelo de ave navegante-, el que Paul Auster le da a un joven aspirante a escritor:

-No lo hagas.

Añade:

«Se te viene una vida de lucha solitaria, de falta de dinero y reconocimiento, y muchas dificultades.»

*

Consejos -menos pesimistas- para escribir novelas hay muchos.

Juan Terranova (escritor argentino desconocido para mí) expone los suyos en la revista El Malpensante:

Y no des excusas. No sirven. Nadie las escucha.

Hay que terminar lo que se empieza. Antes no se sabe si es bueno, si es malo, si se va a publicar o si hay que tirarlo.

También hay que resignarse a ser medianamente pobre.

Para escribir buenos diálogos tenés que escuchar y recordar cómo se peleaban tus viejos, cómo argumentaban, cómo se mentían, cómo se reconciliaban.

*

Una vez escribí una serie de consejos para un joven poeta.

Luego, de puro contagio, escribí una sarta de sugerencias para un aspirante a novelista (como yo), basándome en los años que me he pasado aprendiendo a escribir esos artefactos (armatostes en mi caso).

(Tranquilos, sigo sin publicar ninguna.)

Después de un par de chistes, revoloteos y circunloquios, daba un solo y único consejo al aspirante a novelista.

Ya no era un chiste:

«Termínala primero y luego hablamos».

Me lo recordaba a mí mismo, en realidad.

Porque en esto hay unanimidad.

Si quieres escribir una novela, el primer principio o regla es terminarla.

*

Si te propones construir una casa para que tú o tú y tu familia vivan en ella.

No basta con que tengas los planos arquitectónicos.

No con que tengas todos los materiales listos y pagados, incluido el terreno.

No es suficiente con que tu casita tenga puertas y ventanas, y hasta un techo.

Independientemente de lo bonita.

O fea que pueda ser.

Tu construcción tiene que servir para vivir (y bien) si quieres que la llamen casa.

(Aunque no la construyas para venderla.)

.

.

Continúa…

HjorgeV 25-02-2012

«AMARILLO CORAZÓN» (Engendro de carnaval)

.

Frente a mí

los restos arqueológicos de una

ciudad que aún pulsa como

un bastión vivo:

azul bandera, rojo

semáforo, plata veloz ante

mis ojos, un automóvil más rápido que

el otro

.

En las pupilas de los caminantes

que pueblan esta ciudad hay un

dios injertado que solo sueña con

más monedas

.

(Han salido a celebrar el carnaval

a distinguirse por sus disfraces

Pero entre el esternón y la espalda el

artefacto cardíaco es el mismo:

incierto, juguetón, de esos amigos que

cuando menos lo esperas te

dejan tirado en la oscuridad de la vía pública

con el cuchillo clavado en la

espalda)

.

Sucede en cualquier urbe

.

(Frente a mí los edificios del centro de

Colonia

Toda Gran Ciudad tiende a la verticalidad

Como el deseo y las

penas infinitasquesevandirectamente

alcielo)

.

Frente a mí

los disfraces se desplazan contentos

cargando sus artefactos al pecho:

Tiene que haber algo al cruzar la

calle o doblar la esquina, me digo

Algo que no alcanzo a ver ni dilucidar

pero que ellos creen conocer

y dominar a juzgar por su

apuro

.

Frente a mí

hileras de edificios inertes y banderas

ondulantes:

rojo semáforo, azul

cielo sucio,

amarillo corazón

.

.

HjorgeV Carnaval de Colonia 2012

EL «DOPPELGÄNGER»

*

Desorientado, descentrado, desenfocado.

Como si hubiera perdido la brújula o el sentido de orientación. El navegador interior estropeado.

Me sucede especialmente cuando mis otras actividades me han impedido dedicarme a escribir. Largos días.

Entonces se cierra el círculo vicioso y se desbarata mi capacidad de concentración. Una especie de burn-out pasajero: se me queman los fusibles o los cables.

Felizmente lo (re)conozco.

Otras veces, se transforma en una especie de depresión que solo puedo curar a punta de trabajo y deporte.

*

A veces, para remediarlo, me tomo un par de buenos tragos.

Muchas veces me funciona como una recarga o reactualización.

Pero también al día siguiente la cosa puede empeorar si se me va la mano.

Me salva un buen partido de fútbol o el ejercicio físico hasta la extenuación.

*

Descentrado, desangelado, desenfocado.

En una de esas fases de desorientación intento organizarme lo más posible.

Apunto todo lo que tengo que hacer, me hago listas de tareas. Las marco como un avaro las monedas que va acumulando.

Conforme voy cumpliéndolas, empiezo a recuperarme.

*

Esta bitácora también es mi cura, mi pócima.

Como todo lo bueno: tiene su lado malo.

¿Cómo salvarse de la gran sensación de intrascendencia de lo que aquí vierto en palabras?

¿Y de la indefensión que significa desnudarse emocionalmente ante un desconocido?

El absurdo de tener que escribir para poder(se) entender.

*

Me di una escapada a Colonia.

En un par de horas me sucedieron tres episodios que consiguieron descentrarme, desorientarme, desangelarme.

Como si hubiera aterrizado en otra película y no en la de mi vida.

*

Me acerco a la metrópolis con la mirada del radiólogo o radiografista.

Con la visión de quien, habiéndosele permitido acceder al túnel del tiempo, se acerca a otra dimensión a tratar de averiguar cómo habría sido su vida de haber seguido en la urbe.

*

Los mundos paralelos existen. Por lo menos en nuestra imaginación.

*

Viví más de quince años en Colonia.

Cuando creció mi familia, me fui, me vine, con gusto a vivir a las afueras.

Pero también con la sensación de que un otro yo (debo tener varios más: por lo menos uno en Lima y otro en París) se quedó allí en Köln.

(Los coloneses dicen Kölle.)

Tal vez aún sigo en alguna de sus calles, perdido e ingenuo como llegué a Alemania.

Quizás por eso cada visita a la gran ciudad es como visitarme a mí mismo, a un posible doble (al que dejé) y del que me gustaría saber qué ha sido de su vida.

*

Me acerco a la ciudad a espiarlo, a espiarme.

(Dejé también un doble en el barrio de Kalk, al otro lado o ‘lado falso’ del Rin, como dicen los coloneses.

Un nicaragüense que partió a EEUU nos dejó su departamento, muy barato y con jardín casi propio.

Al frente había un bar con rocola.

Algunas noches uno de los clientes -cliente o clienta- ponía I will always love you a todo volumen y hasta el amanecer.

Acaba de morir la que lo cantaba. Y no puedo tener un magnífico recuerdo de esa canción.)

*

Vivir en los arrabales, en este pueblo semirrural de las afueras de Colonia, es como habitar una burbuja.

El aislamiento también tiene sus ventajas: no tienes que verte -o muy poco- con la infamia que se parapeta en el anonimato de las grandes ciudades.

¿Es en las urbes donde mejor puede esconderse lo peor del hombre, de la condición humana?

¿O vale aquello de «Pueblo chico, infierno grande»?

*

Aunque todos, seguramente, buscan, buscamos, la felicidad, la diversión.

Lo cierto es que no todos vuelven, volvemos, a levantar la cabeza tras los grandes fracasos.

Alguno se queda contemplando su propia vida como quien mira a un caballo ganador que de pronto, en plena carrera, ha decidido dejar de correr.

*

Tuve esta sensación en mi última visita a Colonia.

La clara percepción de que, de haberme quedado en la ciudad, habría terminado desorientado permanentemente.

Peor aún, me pareció (pre)sentir que a mi doble le estaba yendo mal.

Recorrí, en la ultrafría noche, las calles del barrio de Agnes. Su iglesia semejaba un alto monstruo marino varado a cientos de kilómetros de la costa, ya momificado.

*

Me puse a buscar infructuosamente un pequeño negocio turco donde había comido muy bien en una anterior visita a ese barrio.

Debido al frío, unos cinco grados bajo cero, había muy poca gente en las calles.

No encontré el negocio.

En la Neusser, la avenida principal de la zona, encontré un Imbiss, negocio de comidas rápidas en alemán (la primera letra es una i mayúscula, no una ele).

*

Me imaginé viviendo en ese mismo barrio, recorriendo esas mismas anodinas calles, plenas de edificios de departamentos. Hileras de hileras de ventanas.

Me vi detrás de una de ellas, en mi pequeño departamento, preparándome para salir a comer. Acaso porque ya no había nada en la refrigeradora.

O porque simplemente detestaba tener que comer solo.

Me vi ingresando al negocio, aterido de frío y hambriento.

¿Qué habría sido de mi vida si no me hubiera casado?

*

Pedí una sopa de lentejas y un sánguche de pollo con lechuga, cebolla y crema agria al ajo.

Estaba saboreando la sopa y mirando el felpudo o moqueta de la entrada, cuando entró una pareja.

El felpudo estaba roto por todas partes. El negocio era uno de esos locales que arrastran dueños, quiebras, deudas, fracasos, esperanzas destrozadas, a lo largo de décadas. Cada nuevo dueño se jura hacerlo mejor.

Se podía notar en la diversidad de estilos superpuestos, en la maraña de letreros corregidos con diferente letra, en detalles como el del felpudo roto de la entrada y saleros vacíos sobre las mesas. Desolación.

Pero la sopa estaba deliciosa y el dueño, turco, era especialmente amable y hospitalario.

*

El turco saludó a la pareja alemana.

No sé si ella respondió el saludo.

Solo me concentré en lo que dijo él.

Los dos: terminando la treintena pero con aspecto de cincuentones por el tabaco. Empleados de alguna empresa. Tal vez oficinistas.

Tenían el aspecto y, especialmente él, el soberbio temple de quienes han estado fornicando y solo el hambre ha conseguido arrancarlos de la cama.

Él dijo una sola palabra a modo de saludo, mejor dicho, la espetó:

-Hunger!

Me quedé de una pieza.

*

Hunger es ‘hambre’ en alemán.

Empleados, tal vez oficinistas, he dicho, ¿no?

Gente que sabe leer y escribir. Que ha ido a la escuela. En Europa. En Alemania.

Que han tenido el privilegio de tener cierta educación.

¿Nadie les enseñó a saludar?

*

No sé por qué, recordé el caso de asesinatos en serie de extranjeros aquí en Alemania.

Ocho de los nueve asesinados por una célula terrorista nazi habían sido turcos. 

*

Mi doble pagó con gusto, dejó una propina -no habitual en ese tipo de negocios- y se despidió.

Había ido a Colonia para asistir a un concierto en la Alte Feuerwache (antiguo cuartel de bomberos).

Había ido temprano porque quería comer algo y ver antes un partido de la Bundesliga.

El frío había arreciado fuera cuando salí del Imbiss.

En un bar esquinero divisé una pantalla de televisión encendida. La Bundes, me dije. Entré.

*

Decoración de carnaval, clientes con disfraces. El carnaval recién empieza esta semana pero ellos ya tenían apuro. Una típica taberna colonesa.

En ese instante tendría que haberme dado cuenta de que estaba en el lugar equivocado. Pero si yo era mi doble y vivía en ese barrio y lo conocía, ¿cómo podía equivocarme?

Le pregunté al tabernero si estaban pasando el partido. En la pantalla se veían las imágenes de un anuncio comercial.

Se señaló y se tocó con el índice la frente.

*

Me lo quedé mirando fijamente.

Ese gesto en alemán es una ofensa.

Me estaba diciendo o preguntando si yo estaba loco o era un estúpido.

-¿Para qué tengo tres televisores prendidos? -me dijo, como ofendido, moviendo la cabeza de un lado a otro como quien no puede entender el mundo.

-Le he hecho una pregunta de forma de educada.

-¿Y para qué crees que tengo los televisores? -se indignó aún más, sin dejar de tutearme.

-¿Baloncesto? ¿Carreras de automóviles? ¿Ciclismo? ¿Boxeo?

Volvió a mover la cabeza. Ahora parecía colérico.

*

-¿Qué vas a beber? ¿Una Kölsch?

(Los sustantivos en alemán se escriben con mayúscula inicial.)

La cerveza colonesa tiene fama de aguada. Además, ¿qué diablos hacía yo -todavía- allí?

Pedí una cerveza de trigo. Ya no sé por qué.

El tabernero sacó una botella y siguió con el tema de los televisores mientras la destapaba. El cliente extranjero, loco y estúpido le preguntó:

-¿Desea que me vaya?

-Como quieras -fue su respuesta, mientras terminaba de llenar el vaso de medio litro.

-Muy bien. Adiós -le dije.

Por lo menos lo dejé con un trago en la mano. (Léase positiva y negativamente.)

En mis largos años en Alemania nunca me ha sucedido nada parecido.

*

Caminé, yo o mi doble, ya no lo sé.

(En alemán existe un término más exacto Doppelgänger, de Doppel, doble, duplicado, y Gänger, que camina).

Por el ventanal de otro negocio descubrí una pantalla de regular tamaño mostrando a 22 enajenados corriendo detrás de una pelota.

Al acercarme me percaté de que se trataba de un bar que ya conocía, el Havana.

Seguía chocado por lo que me había sucedido en la taberna colonesa.

El efecto sorpresivo, al entrar, también desolador (aunque de otra forma), fue mayúsculo.

*

Uno abre la puerta, escucha directamente su idioma (una pieza salsera saliendo por los parlantes o altavoces) y ve fotos de La Habana.

Por un momento estás en una zona que crees conocer.

Crees.

Paseas tu mirada por todo el local y empiezas a sentirte un león, un pez o una rata. Un simple animal que se ha equivocado de jaula.

Mi doble no acertaba una -en los bares- esa noche.

Pero pude ver un poco de fútbol, protegerme del frío, escuchar mi idioma, tomarme una cerveza de trigo y hacer tiempo hasta el inicio del concierto. Además, me trataron bien.

*

La pasé bien en el concierto.

(Escribí primero «Lo pasé bien». Interesante que en algunos países se prefiera la posibilidad femenina.)

Fue un concierto bonito (presentación de su último -octavo- cedé) el de Rodrigo Tobar.

Sobre este músico chileno ya he escrito en esta bitácora.

(Pulsar aquí para ver «Las varias vidas del águila».)

Volví a cometer el error de no quedarme para felicitar a los músicos.

Estas líneas también son mi aplauso.

*

Trabajar, escribir, me ha hecho bien.

¿Por qué he vuelto a asociar -inadvertidamente, sin habérmelo propuesto- a Rodrigo Tobar con el concepto de vidas paralelas, del Doppelgänger?

Tal vez porque sus composiciones transparentan, dilucidan, dejan ver, varios mundos.

Su mundo chileno, su media vida pasada allá.

El mundo de entonces: finales de los años ochenta, cuando nos conocimos, ambos recién llegados a Alemania.

Su vida acá, casado con una alemana y con hijos bilingües, como yo.

Él también vive en las afueras de Colonia.

Migrantes, traspuestos, quedados, injertados, adaptados, desadaptados.

*

Escribir para curarse, reciclarse, recargarse, recentrarse, reenfocarse.

Un espermatozoide pasa por una odisea hasta lograr fecundar al óvulo.

Pero es uno solo de varios millones de compañeros de viaje (¿por otra Vía Láctea?) que también lo intentan a la vez.

Nuestra vida, nuestro aspecto, nuestro cuerpo se definen entonces en una especie de lotería natural, corporal.

Un segundo, un solo instante de alteración del proceso de fecundación (un beso retardado, una posición alterada durante el coito) y nuestro aspecto sería, habría sido, otro.

Y otra nuestra vida.

Hay gente cuya vida queda determinada por una nariz.

*

Con cada mudanza (de casa, de ciudad o país), con cada nuevo amigo, con cada nueva relación, trabajo, profesión, viaje, se bifurca nuestro camino vital.

Cada uno de nosotros hemos dejado a un doble en el barrio o país que dejamos atrás.

En un amor que perdimos. En esa cita a la que no asistimos u olvidamos.

Y ese doble sigue allí, siguiendo su propio destino, haciendo su propia vida.

Y uno sigue aquí, sin conocerla.

Sin saber si entristecerse o alegrarse por uno mismo.

Sin siquiera saber si somos el original o solo el Doppelgänger.

(Un comienzo así de desquiciado me gustaría para una novela.)

.

.

HjorgeV 12-02-2012

«PERUANO REPASA SU VIDA EN COPENHAGEN» (Engendro)

.

Entonces ve que es cierta la profecía de Cavafis:

Observa su casa portentosa de los suburbios de

Copenhagen

obtenida con los sudores de su ciencia

¡Sí, señor!

Este humilde peruano de los Barrios Altos de Lima

llegado -prácticamente- a pie a Dinamarca

en un día del recuerdo fatuo

ha conquistado hoy las páginas de los diarios de la capital

Observa fotografías y reportajes de sus

investigaciones científicas

.

Respira. Mira a través de los grandes ventanales

de su mansión

¿Cómo no ser feliz con tanto?

Pronto llegarán algunos de sus hijos y su esposa

y brindarán

.

Respira 

.

Observa -complacido- los frondosos jardines de su residencia

mantenidos por tres profesionales del oficio

.

¿Tenía Cavafis razón en su poema La Ciudad?

.

Vuelve a respirar. Algunos de sus hijos

están repartidos

por varios países

prosiguiendo sus estudios como le debería

corresponder a cada uno de los jóvenes de

este planeta, lo sabe él, estudiante pobre

de antaño

.

Mira los pesados muebles suntuosos de su residencia

las paredes, el cortinaje, el piso exclusivo de mármol y parquet

.

Llegó de los Barrios Altos de Lima a asomar su

cabeza inquieta al mundo escandinavo

al país que ya le ha devuelto con creces

su esfuerzo

.

Ahora solo espera que lleguen su esposa y sus hijos

para celebrarlo

.

Pero Cavafis no tenía razón

No es la ciudad la que queda

.

Sus lágrimas de felicidad son las que ahora le

descubren su habitación de alumno pobre

allá en su barrio limeño

.

Después de todo, carajo

no es la ciudad lo que queda

No los niños, ni el papel ni la madre

.

Todos ellos, claro

pero más es su cuarto limeño pobre y feliz el que siempre ha llevado

a cuestas como un lorito de la buena suerte

posado sobre el hombro

.

.

HjorgeV 08-02-2012

EL HILO GUÍA: ENTRADA (POST) Nº 900

*

Avanzo por las páginas de la novela O de odio (‘Cartas peligrosas’ es la traducción de Gefährliche Briefe en la versión alemana), sintiéndome como un buzo que esperaba una inmersión en aguas cristalinas del Caribe y ha terminado en una ciénaga (aunque sin querer rendirse todavía).

La temperatura ambiental es de -10ºC en esta región de Yérmani.

Diez grados bajo cero. (Enfriamiento global.) 

Me había deseado un buen libro, una buena lectura para reírme del frío de allá fuera.

Si todas las demás novelas de Sue Grafton son como esta, las más de diez que compré alguna vez seguirán planchando (estante) (porque silla no tienen).

*

No soy enemigo de lo que en alemán se llama Unterhaltungsliteratur, término que se compone de Unterhaltung (‘entretenimiento’, ‘diversión’, aunque también ‘charla’, ‘conversación’) y Literatur (que significa ‘fútbol’, ‘narcotráfico’).

(Un sitio de traducciones de la Red lo ha traducido como ‘literatura amena’ y ‘literatura de evasión’: qué amenas traducciones para referirse a las novelas que buscan primordialmente entretener.) (¿Literatura de entretenimiento?)

¿Cómo podría serlo (enemigo)? Al contrario.

Entre otras cosas, porque sé que todo escritor -grande o pequeño, con oficio o principiante, famoso o desconocido- busca, para empezar: captar y ganarse la atención del que lo lee, de su lector.

Busca, pretende, se esfuerza y ruega -desde la primera línea y la primera palabra- entretenerlo.

¿Por qué?

Porque de otra forma el lector se va, cierra el libro, lo abandona.

*

Sue Grafton es una narradora nata, con oficio e imaginación.

A ratos divertida, incluso.

Sabe describir ambientes, paisajes, geografías, escenarios.

Sus diálogos no son malos. No están mal.

Conoce su material, el alma humana. Sus tramas tienen su gracia.

Pero me imagino que el hecho de ser un escritora comprometida en/a cumplir plazos y encargos de su editorial, debe haberla llevado casi irremediablemente a cometer una serie de errores.

Lo peor es cuando notas que el relleno (todo ese material que en verdad sobra pero que en el momento de la escritura le permite avanzar al autor) apenas ha sido cuestionado. 

*

Lo contó una vez (y ya no sé dónde lo leí) Don Winslow.

Se había pasado cinco años escribiendo su novela El poder del perro (según explica él mismo, el título es una expresión extraída de la biblia y alude al poder de los ricos y poderosos para exprimir a los pobres).

Había escrito mil quinientas páginas y se sentía satisfecho con cada línea, con cada palabra.

Cuando el editor le dijo que la publicaría si la reducía a la mitad, Winslow quiso pegarse un tiro.

Pero finalmente aceptó.

Trasquiló, mutiló, recortó, abrevió, redujo, acortó, cercenó, podó su novela.

Eso tendría que haber hecho doña Sue Grafton con O de odio.

*

Un amigo que gané en Lima y perdí años después (por esas cosas tan absurdas y muchas veces irrelevantes con que suele sorprendernos la vida) aquí en Colonia, solía azuzarme para que escribiera sobre mis experiencias a este lado del Atlántico.

«Tú que escribes», me decía, «¿por qué no las llevas al cuento? ¿Por qué no pasas todas esas anécdotas y los personajes que has conocido a una novela?»

Nunca sabía/supe qué responderle.

Tengo un gran respeto por las historias de los demás.

Alguna vez espero encontrar el tono y el formato para intentarlo. Utilizo esta bitácora para referir algunas de esas historias, sin estar seguro de nada.

*

Y es que una cosa es saber contar a amigos -o conocidos o desconocidos- anécdotas, historias, recuerdos, sucesos, aventuras, mentiras, exageraciones, simples hechos.

Y, otra, llevarlo al papel.

Es otro par de zapatos, como diría un alemán.

El relato escrito exige otros códigos, otras herramientas, y otros caminos y estructuras.

Tal como si se tratara de un lenguaje totalmente diferente.

*

Lo difícil y fundamental es encontrar el tono adecuado, ‘correcto’.

A veces es una batalla encarnizada.

(Cuando encuentras ese tono adecuado -el hilo guía- entonces sabes que vas por buen camino y que llegarás a tu meta, por más que luego no le guste a muchos tu texto: tú estás contento y te sientes seguro con él.)

Porque historias, e historias derivadas de ellas, hay muchas:

Infinitas, se podría exagerar, si se tiene en cuenta que cada ser humano posee sus propias historias y es capaz de alterarlas a voluntad.

*

Lo recuerda Antonio Muñoz Molina en su columna semanal de Babelia:

«Cuántas historias posibles. Cuántas maneras de contarlas. Y qué poca necesidad de inventar cuando se reconoce que muchas de las mejores historias no las ha inventado nadie, y que lo que hace falta no es urdir un argumento para imponerlo como una rejilla o un molde sobre el desorden de los hechos sino encontrar el tono, el lugar desde el que se inicia el relato, la conexión íntima entre el narrador y la historia.»

*

Son historias del cielo y de la noche las que refiere Muñoz -gran cazador de historias él mismo-, de guardianes de la noche.

Lo hace a partir de la película The city dark de Ian Cheney.

Constato, de paso, que el llamado mundo globalizado ha propiciado y creado nuevas tribus humanas.

Grupos dentro de otros grupos, con intersecciones y límites muchas veces inciertos y hasta misteriosos.

Como un gran ejemplo de la teoría (matemática) de conjuntos.

*

Leyendo O de odio me he encontrado con una página con la esquina superior doblada: señal de que alguna vez avancé -por lo menos- hasta allí en alguna lectura anterior.

¿Cuántos años han pasado desde entonces?

¿Diez? ¿Quince?

Ahora estoy haciendo esfuerzos para pasar ese mismo punto del relato sin abandonar la lectura.

Un ejemplo de que la vida es -también- una espiral, una reunión de sucesos que se repiten cíclicamente y de los que muchas veces no aprendemos.

*

(Vi a un viejo amor por la calle, desde lejos.

Me estremecí.

Un amor pasado es como la ropa interior que se ha tenido que usar involuntariamente durante muchos días sin cambiarla.

Después no podemos siquiera aceptar que nos ha pertenecido.

Ni reconocer el contacto íntimo habido.)

*

Mis preferencias en lectura:

Temas trascendentes (también lo son los aparentemente más triviales).

Con lenguaje cuidado y palabras escogidas.

Dentro de un relato bien trabajado (en el que el escritor ha encontrado el hilo guía) y cuya trama inteligente te fascine.

Pido poco. Lo sé.

Y me lo exijo a mí mismo.

.

.

HjorgeV 03-02-2012