IMPUNIDAD ESTATAL: EL CASO MOLLATH

¿El sistema judicial alemán arrodillado ante la gran banca?

Pongamos el caso de un individuo.

Su nombre lo conforman cinco letras de las cuales cuatro son consonantes: Gustl.

Su apellido suena a árabe o musulmán: Mollath.

Pero es un alemán de Núremberg, nacido en 1954.

Está recluido en el hospital psiquiátrico penitenciario de Bayreuth desde agosto del 2004. Casi siete años exactos.

Conoció a su futura esposa en 1978, cuando él tenía 22 y ella apenas 18.

Después de terminar con la segunda mejor nota en su promoción, Gustl Mollath empezó a estudiar ingeniería mecánica.

Pronto abandonó sus estudios y pasó a trabajar en la empresa MAN para, finalmente, abrir su propio negocio especializado en automóviles veteranos.

En agosto del 2001, tras más de 20 años juntos, cuando su esposa hace su primera denuncia por violencia doméstica, ella se encuentra trabajando como asesora financiera en el Hypo-Vereinsbank.

Él niega la acusación. Ambos carecen de testigos.

Él asegura haber descubierto que Petra está envuelta en transacciones y negocios con dinero negro y que, incluso, realiza sus dudosas actividades desde la misma vivienda común.

Y que las discusiones matrimoniales se deben a eso.

En mayo del 2002, Petra se marcha a vivir sola.

Un mes después, durante una visita que hace al departamento que compartían, él la retiene contra su voluntad durante hora y media.

Es la versión de Petra.

Ese mismo año empiezan los movimientos raros.

Una médica extiende un certificado oficial a favor de ella en el que se detallan heridas producidas nada menos que nueve meses atrás. (Después resultará que el certificado lo hizo el hijo de la médica, también médico y oficialmente como practicante en el consultorio.)

Mientras tanto, Gustl Mollath sigue protestando ante los empleadores de Petra en el banco Hypo-Vereinsbank por los turbios negocios que ha descubierto.

En marzo del 2003, el banco anuncia el resultado de la investigación propiciada por Mollath: sus acusaciones han resultado ser ciertas.

Sin embargo, los jueces no las consideran suficientemente probadas y deniegan las investigaciones correspondientes.

Ese mismo año, se inicia el juicio por violencia doméstica.

Mollath trata de prevenir a los funcionarios judiciales de que el objetivo es acallarlo.

(Ocho años después, un antiguo amigo común atestigua en una declaración jurada que Petra llegó a amenazar con «acabar con él» si se le ocurría arrastrarla a ella y su banco.)

En septiembre del 2004 Mollath es obligado a internarse en un establecimiento psiquiátrico para comprobarse su estado mental. A los jueces no les parece normal que una persona hable tanto de un círculo de dinero negro y lavado de capitales. Cinco semanas después, queda libre.

En enero del 2005 se le acusa de destrozar los neumáticos de los automóviles de varias de las personas envueltas en su caso.

En el expediente no se incluyen las pruebas ni los testigos.

En agosto del 2006, el tribunal judicial de Núremberg lo declara inocente de los cargos de violencia doméstica y daños a la propiedad.

Hace suyo, sin embargo, el atestado de un psiquiatra que describe a Mollath como un sujeto con tendencias paranoides y especialmente afectado por un «complejo del dinero negro» (Schwarzgeldkomplex).

El psiquiatra no ha examinado personalmente a Mollath ni se ha entrevistado con él para emitir su informe.

El tribunal decide que Mollath debe ser internado inmediatamente en un psiquiátrico penitenciario.

(Dos psiquiatras más llegan a la misma conclusión: pero solo basándose en ese primer atestado, también sin haber examinado personalmente a Mollath ni haberse entrevistado con él.

El único psiquiatra que sí se entrevistó con él a lo largo de varias horas, lo describió con capacidad de obrar e no descubrió nada que apuntara al complejo descrito por su colega.)

Mollath sigue en el psiquiátrico penitenciario de Bayreuth desde entonces. Van siete años.

Este 2013 se ha vuelto a decidir sobre su internamiento.

Y, nuevamente, como ha insistido con sus «historias» sobre dinero negro y negocios de lavado de capitales (sus ‘inventos’), su liberación ha sido denegada otra vez.

No ha importado que hasta cuatro nuevos atestados psicológicos, psiquiátricos y médicos consideren a Mollath una persona en sus cabales.

Tampoco, que el atestado de un psiquiatra de Bonn ponga en duda los métodos ‘científicos’ utilizados para justificar su internamiento psiquiátrico.

Menos que hayan aparecido los documentos bancarios que corroboraron en el 2003 que las acusaciones elevadas por Mollath eran fundadas.

Ha aparecido mucho más: testigos a favor de Mollath que no fueron citados a declarar, un juez que lo amenazó con expulsarlo de su tribunal si volvía a mencionar los negocios sucios del banco.

Otro juez -Otto Brixner- que llegó a reconocer que no había leído el alegato de la defensa cuando se le hizo recordar un dato que figuraba en la página 110.

«¿Usted cree que puedo estar leyendo más de cien páginas?», se defendió.

.

.

HjorgeV 26-07-2013

Fuentes:

http://www.gustl-for-help.de/

http://es.wikipedia.org/wiki/Gustl_Mollath

http://www.spiegel.de/panorama/justiz/gustl-mollath-nennt-leben-in-psychiatrie-unertraeglich-a-905166.html

http://www.sueddeutsche.de/bayern/fall-mollath-fakten-widersprechen-der-ministerin-1.1549168

http://strate.net/de/dokumentation/Mollath-BKH-2013-03-04.pdf

http://strate.net/de/dokumentation/Mollath-BKH-2013-04-16.pdf

http://www.sueddeutsche.de/bayern/chronologie-zum-fall-gustl-mollath-schwierige-suche-nach-der-wahrheit-1.1542305

GROUCHO MAR(X)LOWE

Leí hace poco el siguiente comentario en la bitácora de novela negra de El Maíz (por lo amarillo que se ha vuelto), supongo que hecho por una lectora:

«Un poquito chulito y algo machista, pero encantador.»

Se refería a Philip Marlowe, el detective privado creado por Raymond Chandler. Tal vez concretamente al siguiente diálogo de su novela La dama del lago:

-No me gustan sus modales, señor Marlowe -dijo Kingsley con una voz que, por sí sola, habría podido partir una nuez de Brasil.

-No se preocupe por eso, no los vendo.

La frase me hizo recordar automáticamente una de Groucho Marx:

«Estos son mis principios. Si no le gustan… tengo otros.»

Porque de haberse referido el tal Kingsley a los principios (y no a los modales de Marlowe) habríamos tenido -aparentemente, por lo menos- dos posiciones contrapuestas.

Mientras que uno (Marlowe/Chandler) sabe que sus principios pueden incomodar a otros y no le preocupa.

El otro (Groucho), en realidad, caricaturiza a todos aquellos que se pasan la vida amoldándose al gusto y dictado de los demás.

Por otro lado, se ‘acusa’ a Marlowe/Chandler de machista.

¿Podía haber sido muy diferente de los individuos de una sociedad que sigue dedicándose a procrearlos, multiplicarlos, formarlos y educarlos así?

Quiero creer que Chandler, sin embargo, también veía a la mujer como una víctima/producto de esa misma sociedad machista.

Recuerdo una escena de El sueño eterno en la que Marlowe le pregunta a una mujer si le ha hecho daño en la cabeza sin querer:

«Usted y todos los hombres con los que me he tropezado», contesta ella.

Quiero anotar también un detalle.

Marlowe, el sentimental detective experto en decepciones, fue obra de alguien que se había casado con una mujer casi veinte años mayor que él y que, cuando esta murió, se lanzó al tobogán final con una botella de whisky bajo el brazo y la depresión al lado.

(Fue peor, en cierto modo: al final quiso matarse con una pistola y no supo accionar el gatillo.)

Groucho, por su parte, bajo su apariencia de querer agradar a todo el mundo (¿qué sería de un humorista si no fuera esa su meta?) era, en realidad, también un misántropo como Chandler.

Quiero decir que el más lúcido de los Marx también detestaba al mono humano.

Pero (su suerte, por suerte) era que podía tomárselo con humor y podía hacer más humor de la cara de la moneda que le había tocado.

Creo que habría que homenajearle más al gran Raymond también su particular humor. Algo que, personalmente, aprecio más que su mirada profunda a la corrupción, su retrato social y sus personajes.

Un humor muy particular y sutil, tan valioso en sus obras como su gran melancolía.

Porque técnica y estructuralmente sus novelas no serán el dechado de arquitectura novelística que hoy tantos escritores vendedores parecen dominar aunque sin mayor profundidad y como un fin en sí mismo (Chandler mismo lo reconocía: «No se puede escribir el relato policial perfecto. El tipo de mente que puede concebir el misterio perfecto, no es el tipo de mente que puede producir el trabajo artístico de escribirlo»), pero, en cambio, sí dejó muchos grandes ejemplos de su trabajo artístico.

Baste el siguiente de Adiós, muñeca, que hasta traducido suena poético: 

«Necesitaba un trago, necesitaba un buen seguro de vida, necesitaba vacaciones, necesitaba una casa en el campo. Lo que tenía era un abrigo, un sombrero y una pistola. Me los puse y salí de la habitación.»

.

.

HjorgeV 22-07-2013

MICHAEL CONNELLY: «CIUDAD DE HUESOS» (Novela negra)

¿Un gran boxeador que todavía se hace en los pantalones?

¿Una bella desnudista a la que le faltan uno o dos dientes?

Algo así me pasó con Una tumba acogedora, la novela de Michael Koryta que terminé hace pocos días.

Lo recuerdo ahora que mi hijo de doce años me anuncia que tengo que llevarlo al dentista y me hace, de paso, una recomendación.

-Lleva un libro.

Porque esta vez la sesión durará más de una hora y tendré que pasármela en la sala de espera del dentista.

Así que tomo al vuelo un ejemplar cualquiera del primero de los estantes a la mano y resulta ser una novela de Michael Connelly (Filadelfia, 1956), uno de mis autores favoritos.

*

Bueno, tal vez sea mejor decir: que fue uno de mis favoritos.

Pue la última novela que leí de él, Nueve dragones (2009), fue una verdadera decepción por todo lo alto: pura adrenalina barata y hueca.

Así que leo el título de la que he escogido al azar –Ciudad de huesos– y sigo mi camino con una rara sensación.

No guardo un recuerdo especialmente grato de ella.

*

Debo aclarar que me gusta releer cualquier buena novela.

Me sucede que, cuando alguna es especialmente buena, me la suelo soplar de un tirón.

Y espero un poco para poder darle una segunda lectura más tranquila.

Si es muy buena, incluso la tercera vez no deja de ser un gozo.

Porque entonces uno puede concentrarse y prestar más atención a otras cosas sin temor de perderse la trama ni los detalles pasados por alto las dos primeras veces.

*

Opino que los buenos autores se caracterizan por la cantidad de buen material que suelen desperdigar a lo largo y ancho de sus textos como migajas para pájaros hambrientos:

Piezas de exquisito lenguaje, ideas, anécdotas, trucos, curiosidades, datos e informaciones, trampas, alusiones, metáforas, reflexiones, chistes, poesía (muchas veces perfectamente escondida esta).

Como, además, un buen novelista del género negro sabe mantener también un buen pulso narrativo, el lector muchas veces pasa por alto todo ese material colateral (de lo subyugado que se dirige hacia el final).

*

Me acaba de suceder con Ciudad de huesos, novela de la que, repito, no tenía un especial recuerdo y la tenía más bien por mal lograda.

Y ahora sí, en nuestra visita al dentista, despreocupado de la trama y no teniendo nada que hacer salvo esperar que terminara el tratamiento odontológico de mi hijo, me dejé sumergir, embeber en sus páginas a lo largo de casi dos tranquilas horas.

Me di así con una historia de amor camuflada. De amor y desamor, en realidad, como las verdaderas pasiones.
(¿Existirán los amores eternos? Y, de ser así, ¿no serán aburridísimos?)

*

Y me di también con una historia de desesperanza, tal vez la que sintió Connelly escribiendo esa novela.

Por eso me asombré -y no- cuando en la penúltima página Bosch, el detective protagonista, toma una decisión que da un giro inesperado a su vida:

«Siempre había sabido que estaría perdido sin su trabajo, sin su placa y su misión. En ese momento se dio cuenta de que podía estar igualmente perdido con todo eso. De hecho podía estar perdido a causa de todo eso.
[…]
Tomó una decisión.
[…]
Se levantó y cruzó la sala de la brigada hasta el despacho de Billets. La puerta no estaba cerrada. Dejó la llave del cajón de su escritorio y la de su coche sobre el cartapacio de la teniente. Cuando no se presentara por la mañana, estaba seguro de que ella tendría curiosidad y miraría en su escritorio. Entonces comprendería que no iba a regresar. Ni a la comisaría de Hollywood ni a Robos y Homicidios. Devolvía su placa, pasaba a Código 7. Había terminado.»

Maldita sea.

No lo recordaba.

*

No había notado ese ni otros grandes detalles la primera vez, de lo concentrado que iba en la trama.

Ahora, en mi lectura tortuga, descubrí que el argumento principal (decepcionante, por lo demás, como trama criminal) es solo un pretexto, el relleno, por así decir, de la historia de amor y de la historia profesional de desesperanza.

Con todo, opino que Connelly fracasa con la primera. Lo romántico no es lo suyo. La desesperanza sí.

Las palabras no le salen o se le tuercen cuando quiere ocuparse del lado meloso del más absurdo de los sentimientos.

El pozo oscuro, en cambio, es su hábitat natural.

*

Con lo cual tendríamos dos fracasos en un solo libro.

Pero no, si los aceptamos, dejamos que sea así y nos concentramos en el resto.

Entonces aparece -por lo menos para mí- un nuevo Connelly.

Un escritor que, quiero imaginarme, tal vez rehén de sus editores (¿un libro por año estipulará su contrato?), empezó Ciudad de huesos con rutina y oficio y pronto se dio cuenta de que se había dirigido a un callejón sin salida.

*

El género negro es un género que exige consistencia, pulso, una buena infraestructura y alta verosimilitud.

Y todo eso aparte del arte del narrador: de su capacidad para encandilar a sus ‘oyentes’.

Podrás hacerle bromitas a tu abuela y ella te lo soportará, pero, ay, si te atreves a decepcionar en lo fundamental (porque tiene sus claras reglas) a un lector del género negro.

*

Los políticos, por eso, y para permitirme un chiste, no podrían con la novela negra.

Por lo menos no con frases como esta de Rajoy:

«Todo lo que se refiere a mí y a mis compañeros de partido no es cierto. Salvo alguna cosa que es lo que han publicado algunos medios de comunicación. Dicho de otra manera, es total y absolutamente falso.»

O sea: sí pero no.

Y la frase no es un invento mío. Ni de Cantinflas.

*

¿Fue deliberado el empeño errático de Connelly?

Quiero decir, ¿fue consciente de que se le escapaba y empantanaba la trama (como les suele suceder a las investigaciones criminales en la vida real) y, sin importarle y a pesar de todo, siguió escribiendo hasta llegar a esa rara joya que es Ciudad de huesos?

¿O, por el contrario, tal vez la considera o sigue considerando una de sus peores novelas?

*

Se me viene a la mente una frase de Fernando Pessoa:

«Sólo hay dos tipos de constante disposición con los que la vida merece ser vivida: con la noble alegría de una religión o con el noble dolor de haberla perdido.»

Quiero imaginarme que con ese noble dolor (el de haber perdido una trama criminal a cambio de salvar su escritura) terminó de escribir Connelly su ciudad ósea.

No por nada -pienso ahora-, su detective Bosch se rinde al final de la novela, que, por suerte, no es el de su vida. Ni todavía el de la serie.
.
.
HjV 12-07-2013