BUENA SUERTE SR. GORSKY, ADIÓS MR. ARMSTRONG (y II)

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Armstrong era un tipo -un héroe- reacio a la publicidad y al juego de los medios de comunicación.

Sabía del humor cambiante y veleta del destino.

No solo había estado en una guerra y perdido una hija muy temprano.

En sus primeros quince años de vida su familia había cambiado de domicilio nada menos que veinte veces.

Era tan poco dado a los juegos de la fama que, ya anciano, en el 2005, persiguió a su peluquero por vender el cabello que le recortaba.

Y no se detuvo hasta obligarlo judicialmente a donar los miles de dólares ganados a entidades caritativas.

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Cuando le preguntaron qué se sentía saber que sus huellas permanecerían en la Luna por miles de años, contestó: «Espero que alguien vaya allá arriba uno de estos días y las limpie.»

Hasta en el chiste que le inventaron, se decía que era un tipo tan discreto y considerado que recién cuando supo que el señor Gorsky había fallecido, se animó a revelar el secreto.

Mr. Gorsky era su vecino.

Y un día que a Neil se le había caído la pelota en su jardín y se había acercado sigilosamente a recuperarla, escuchó por la ventana del dormitorio que su esposa le decía:

«Oral sex! Oral sex you want? You’ll get oral sex when the kid next door walks on the moon!»

Resumiendo: «¿Quieres sexo oral? ¡Cuando el chico del vecino llegue a la Luna!»

Bueno, y el chico llegó.

Pero todo eso era solo una de esas llamadas leyendas urbanas, de esas tan queridas en la Red y seguramente tan cierta como la de que Armstrong llevó un banderín del Independiente de Avellaneda en su vuelo a la Luna.

(Si hubiera sido del Sporting Cristal de mi añorada Lima tal vez me lo habría creído.) (Aunque parece que es verdad y no otra leyenda urbana. Ver aquí.)

En los registros comentados de la NASA (con audio incluido, ver aquí) ha quedado anotado que Armstrong conocía el chiste por el comediante Buddy Hackett.

Indeed, on November 28, 1995, Neil wrote for the ALSJ, «I understand that the joke is a year old. I first heard it in California delivered by (comedian) Buddy Hackett».

No nos engañemos.

Porque con la muerte de Armstrong se cierra una época dorada pero también tan falsa como la frase dirigida a su vecino.

¿Dorada he dicho?

¿Cómo se nos podía haber ocurrido que los problemas del mundo se podían resolver con guerras y más guerras?

¿Cómo, cuando ya se conocía cómo fabricar la bomba atómica y sus efectos en Nagasaki e Hiroshima?

Época en la que el mundo estuvo apenas a un paso de la conflagración mundial cuando, en la llamada crisis de los misiles de 1962, EEUU decidió invadir Cuba y los rusos reaccionaron estacionando misiles nucleares en la isla.

A un tiro de plátano, como decía un amigo italiano.

El fin de una época dorada y falsa.

Si Arthur C. Clarke había soñado en 2001 Una odisea espacial un futuro con robots que pensaban y vuelos interespaciales, hoy, más de medio siglo después y a más de una década de la fecha visionada, todo eso sigue siendo ficción pura.

Lo acaba de recordar Pablo Pardo, corresponsal de un diario español en Washington y autor de El monstruo. Memorias de un interrogador.

¿Se imaginan, se pregunta Pardo, que solo 12 marineros (europeos) hubieran llegado a América en 1492 y que ya en 1535 hubieran empezado a desaparecer?

(Peor aún: no hubo ninguna mujer entre esos doce pioneros lunares.)

En su interesante y ameno artículo ¿Se ha muerto el progreso con Neil Armstrong?, Pardo nos recuerda que, salvo por la Red y la telefonía moderna, prácticamente vivimos como en los años cincuenta.

Seguimos con los mismos automóviles a gasolina, las mismas cocinas, la misma televisión (ahora plana), los mismos retretes (si los tenemos).

¿A qué se debe nuestro estancamiento?

Quién lo sabe.

Personalmente reconozco una especie de retroceso paradójico hasta en plataformas tan modernas como Facebook y Twitter.

Con la última hemos retrocedido a la era del telégrafo (socializado ahora) y con la primera mostramos una de nuestras peores facetas, aunque de la más linda forma, claro: nuestra inclinación por el maquillaje y el exhibicionismo.

¿Quién se puede creer que a la gente todo el tiempo le va requetebién y la pasa bomba, siempre sonríe y solo tiene magníficos amigos?

Por lo menos los creadores -también lo anota Pardo en su artículo- han aprendido y ahora son más conservadores en sus cálculos.

Mientras Arthur C. Clark se había puesto un límite de menos de 50 años, cineastas como James Cameron, por ejemplo, ya han empezado a poner umbrales más discretos (siglo y medio en el caso de Avatar) para sus fantasías.

Regresemos a Neil Alden, nuestro Armstrong.

Medio millón de personas trabajaron para conseguir el sueño de pisar la Luna.

Él no se cansa de mencionarlo en las entrevistas aquí incluidas cuando le inquieren por sus sentimientos respecto a su hazaña.

Y estoy seguro de que no se trataba de falsa modestia.

Un buen ingeniero como él sabía que cualquier obra de esa magnitud es la suma de muchos esfuerzos.

Tampoco era un tipo huraño nuestro Neil.

Se puede notar en un discurso suyo del 2009 y en una grabación para la Red de ese mismo año dirigida a un grupo de estudiantes.

O en la primera entrevista para la televisión que le había concedido a Mitch Weitzner en el 2007 después de casi cuatro décadas.

(La última para la caja tonta databa de 1970. No se las pierdan. Armstrong habla un inglés muy claro. Alguien dijo que con comas y puntos y comas.)

(Si no yerro, la última -muy corta- que concedió en su vida fue la que incluyo al comienzo de esta entrada, para la televisión mexicana en abril año pasado. Le gustaba México. Y, por lo visto, los del canal desconocían las entrevistas que le habían hecho en Austria y Australia.)

Nuestro Neil también tenía sus cosas, como cualquier persona.

En el 1994, por ejemplo, para la conmemoración de los 25 años del primer alunizaje humano pronunció un raro, emocionado y críptico discurso.

Otro de sus rasgos era su cualidad de sobrio.

Alguien con los pies en el suelo (de cualquier astro).

En la entrevista antes mencionada que le hicieron en Australia, cuando le mencionan la famosa frase del gran salto de la humanidad, afirma que fue otra la más importante en realidad.

El anuncio de que el módulo lunar había alunizado:

«The Eagle has landed.»

El proyecto había sido de tal envergadura y habían existido tantos fallos y errores que no existía completa seguridad de que todo saliera bien.

Ni que los astronautas pudieran regresar con vida.

El vuelo mismo estaba literalmente repleto de tramos y puntos críticos, por doquier.

Armstrong lo sabía perfectamente porque no era un simple astronauta.

No solo era, fue, todo un modelo de entrega al trabajo, valentía y capacidad técnica para sus compañeros.

También había trabajado como ingeniero y piloto en el desarrollo del programa espacial, en el avión X-15 (hipersónico) y en el diseño del módulo lunar.

Para hacerse una primera idea de la envergadura de la misión, baste recordar que solo la carga del combustible -un querosene especial- en el tanque del Apolo 11 tomó una semana.

Y todo eso en una época en la que las computadoras estaban en pañales.

Un detalle final.

Faltando dos minutos para que se acabara el combustible durante el descenso, la computadora del Apolo 11 ordenaba posarse sobre un cráter con rocas del tamaño de automóviles.

¿Qué hacer?

Armstrong decide corregir el rumbo indicado por la computadora.

Desconecta el programa 64 y pasa al 66, de control semiautomático.

Este programa controla el funcionamiento del motor pero permite al comandante alterar manualmente el desplazamiento lateral del módulo lunar.

Faltando solo segundos (¿25?) Armstrong consigue alunizar el Águila.

Menos de medio minuto más y estaríamos celebrando otra efemérides tal vez: la de los primeros fallecimientos humanos sobre suelo lunar.

Porque, si bien existía un 90% de probabilidad de alunizar, la probabilidad de hacerlo a la primera vez solo era del 50% según el propio Armstrong.

Una moneda lanzada al aire.

Casi la imagen que da el mundo en estos días.

Se ha ido un ser trabajador, discreto y humilde como pocos.

Un verdadero gran hombre.

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HjorgeV 26-08-2012

Fuentes:

http://en.wikipedia.org/wiki/Ejection_seat

http://de.wikipedia.org/wiki/Schleudersitz

http://de.wikipedia.org/wiki/Neil_Armstrong

http://de.wikipedia.org/wiki/Good_Luck,_Mr._Gorsky

http://www.youtube.com/watch?v=PtdcdxvNI1o&feature=related

http://www.hq.nasa.gov/office/pao/History/alsj/a11/a11.step.html

http://www.youtube.com/watch?v=V1PT-EMcqaw&feature=related

http://elpais.com/elpais/2012/07/10/opinion/1341914570_207326.html

http://www.elmundo.es/elmundo/2012/08/26/economia/1345943878.html

http://www.servustv.com/cs/Satellite/Article/Talk-im-Hangar-7-011259289505540

http://www.20min.ch/wissen/history/story/Eines-seiner-letzten-Interviews-29358973

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/08/26/actualidad/1345935747_772397.html

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/08/27/actualidad/1346095599_090917.html

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/08/27/actualidad/1346072500_150213.html

http://lamula.pe/2012/08/25/neil-armstrong-el-primer-hombre-que-piso-la-luna-murio-a-los-82-anos/lamula

http://www.lacapital.com.ar/informacion-gral/Murio-Neil-Armstrong-el-primer-hombre-que-camino-en-el-suelo-de-la-Luna-20120826-0006.html

http://www.focus.de/wissen/weltraum/raumfahrt/tid-27050/erstes-globales-tv-ereignis-eine-halbe-milliarde-fieberte-am-tv-mit-armstrong_aid_806768.html

http://deportes.terra.com/futbol/neil-armstrong-llevo-a-la-luna-un-banderin-del-independiente-de-avellaneda,4398c178e2169310VgnVCM4000009bcceb0aRCRD.html

BUENA SUERTE SR. GORSKY, ADIÓS MR. ARMSTRONG (I)

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Un apellido escocés, originado, según la leyenda, cuando uno de los escuderos del rey de Escocia lo izó con un solo brazo de vuelta a su caballo al ser derribado en una escaramuza, copa las portadas de los medios estos días.

A ese escudero, en agradecimiento, el rey salvado lo nombró Armstrong.

Brazofuerte.

Fortenbras en normando.

Dos Armstrong son noticia estos días.

El uno, al parecer, es un gran matón (lo dice Betsy Andreu, la esposa de uno de los pocos amigos del ciclista) que construyó una red basada en el dinero para ganar a cualquier precio y a quien le avisaban antes de los controles para garantizar la rentabilidad de las inversiones de las empresas involucradas.

El otro es, era, fue, un ser que huía de la fama como de la peste y cuya máxima ambición era seguir siendo el humilde ingeniero de calcetines blancos, siempre preocupado por no perder su maletín y que alguna vez había contribuido a dar un gran salto a la humanidad.

El primero es un símbolo de estos tiempos.

La farsa y la mentira, la estafa y el cinismo llevados a extremos guerreros (nadie le quita que era/es un guerrero como ciclista y como persona).

El segundo es un rezago de tiempos pasados, una reliquia de otra época.

De cuando el trabajo, la dedicación, el sacrificio y la entrega de los profesionales (y empleados y obreros y trabajadores en general) de cualquier campo eran algo sobreentendido y los codazos no valían para avanzar.

(Siempre existieron, claro. Pero no se preconizaban ni se ponían como ejemplo ni meta.)

El Gran Pedaleo (ahora ajedrez mefítico: el último movimiento de piezas de Lance ha sido genial: ¿si le quitan sus Tours, se los darán/darían a otros también acusados de dopaje?) continúa cuasi incólume.

(Los grandes negocios no se pueden detener. Son demasiado poderosos.)

El Gran Salto de la Humanidad, el giant leap for mankind, se quedó en nada.

(Vivimos como en los años cincuenta, solo que interconectados por la Red y con más angustias y cada vez más tiburones financieros.)

El Armstrong símbolo de la falta de escrúpulos de esta Era del Dinero Como Sistema, sigue allí.

El Armstrong que solo soñaba con diseñar aviones se nos ha ido.

Neil Armstrong fue instrumento de una potencia que supo mezclar el ansiado e infantil sueño humano con su particular imperativo de fastidiar a los rusos a toda costa.

De una potencia que eligió las armas y la retórica como camino.

Los tiempos han cambiado.

Si antes se elegía la Luna como meta. Hoy es la simple Guerra.

«We choose to go to the moon», anunció Kennedy en 1962.

Hoy los anuncios son las invasiones a Irak o Afganistán o el (¿próximo?) bombardeo de Irán.

Tal vez fue un presagio que el primer pie humano sobre nuestro único satélite natural fuera el izquierdo de nuestro segundo Armstrong.

O sea que, literalmente, empezamos una nueva era con el pie izquierdo.

Y no fue menos profético y paradójico que la principal batalla de la llamada Guerra Fría se ganara sobre un suelo hirviendo, por así decir.

(La superficie del astro más cercano a nuestro planeta sobrepasa fácilmente los 100ºC.)

Curioso también que Neil, un nombre de origen celta y con el significado de ‘campeón’ (en esos años también había por lo menos un Sedaka, un Young y un Diamond, todos famosos), no se pusiera de moda por todo el planeta.

Como sí ocurrió más tarde con nombres como Kevin o John.

Pero este Neil era más que especial. Y benigno.

Huyó de la prensa y de la popularidad durante décadas enteras, como de la peste.

En los más de cuarenta años transcurridos desde su hazaña hasta su muerte unos días atrás solo un puñado de personas llegó a entrevistarlo.

Su segunda entrevista para la televisión la hizo cuando cumplió 80 años.

En un país de habla alemana, para más señas: en el programa Talk im Hangar-7 del 5 de agosto del 2010 de la televisión austríaca.

Tal vez aceptó la invitación por los orígenes alemanes de su familia.

Tanto por el lado paterno como materno: su madre se apellidaba Engel, el segundo nombre de su padre era Koenig (ángel y rey en alemán, respectivamente) y uno de sus bisabuelos procedía de Ladbergen, un pueblucho de esta región.

Aunque también tal vez aceptó participar porque otro de los invitados a ese programa era un antiguo conocido, pero del bando contrario.

El primer hombre en flotar en el espacio sideral.

Alexej Leonov, cosmonauta ruso, primer humano en abandonar una cápsula espacial en la ingravidez del éter.

(En el set de televisión Armstrong lo recibe con un abrazo fraterno, mientras una banda toca una melodía de fondo. ¿Cuál? Fly to me the moon de Bart Howard, por supuesto.)

El presentador de la televisión austríaca lo presentó así (traduzco libremente):

«Hace 41 años Neil Armstrong fue el primer hombre en pisar la Luna. Hoy cumple 80 y vuelve a hacer algo que nunca antes ha hecho en su vida: pisar un estudio de televisión.»

Era cierto. Nunca había sido entrevistado en un estudio de televisión.

Pero esa era su segunda entrevista para ese medio.

Porque la primera la había concedido apenas un par de años atrás para el programa 60 Minutes de su país.

Entre otras preguntas, el presentador austríaco le preguntó qué se le pasó por la cabeza en el momento del alunizaje.

«Nada especial», respondió Neil, solo «que ese sería un mal momento para cometer un error.»

Risas del público. Además de una ovación continuada.

La última entrevista (¿para la televisión?) de su vida la había concedido en Australia.

Otra rareza.

Nada menos que a un auditor:

Alex Malley, un directivo de la CPA Australia, una asociación de auditores y contadores (contables en España) de ese país continente.

Y Neil lo hizo seguramente por la sencilla razón de que su padre también había sido un auditor y debió sentirse en familia.

Sí, este Neil era muy especial.

Una vez se negó a poner su mano sobre la biblia para jurar que había alunizado. Había una cámara cerca.

En las imágenes se le ve nervioso, contrariado, acorralado.

(Otra de las razones, junto con la de la bandera flameando a pesar de la ausencia de atmósfera en la Luna -entre otras-, que han dado pie para que algunos afirmen que la hazaña de Armstrong fue una escenificación, un montaje.)

¿Por qué no quiso jurar ante la biblia en esa oportunidad?

Quién lo sabe.

«Viniendo de usted, esa biblia tiene que ser falsa», se defendió Armstrong.

Nuestro Neil pudo haber muerto un 3 de septiembre de 1951 en Corea, a los 21 años de edad.

Allí participaba desde hacía un año atrás en una de las tantas, absurdas, inútiles y crueles guerras que su país ha librado y sigue librando por todo el mundo acaso solo para dar salida a los ingentes armamentos que produce.

(El año pasado triplicó sus ventas respecto al año anterior, vendiendo más armas que nunca. Ahora se entiende por qué había que satanizar a Irán.)

Encargado de hacer vuelos de reconocimiento, al realizar uno sobre un amplio valle a baja altura, un cable que no había visto le rebanó parte del fuselaje.

Para poder aterrizar, Neil tuvo que abandonar la nave usando su asiento catapultable y luego un paracaídas.

(Una técnica usada por primera vez por el ingeniero alemán Helmut Schenk apenas diez años atrás en una situación de emergencia.)

Sí. Nuestro Neil sabía de los avatares de la vida.

Desde diez años antes de su hazaña los soviéticos enviaban un cohete tras otro al espacio. Los estadounidenses veían explotar los suyos en el aire.

Personalmente, había perdido una hija de 2 años, la edad que él tenía cuando asistió por primera vez a una demostración aeronáutica y se quedó prendado de esas aves metálicas.

Y a nadie menos que a un bonachón como Neil, le inventaron una leyenda urbana.

Todos conocen la frase que Armstrong dijo al pisar la luna y que su esposa le había ayudado a preparar:

«That’s one small step for [a] man… one… giant leap for mankind.» ( escuchar)

Curioso que aquí se le escapara una sola letra, la a, artículo indefinido del inglés.

Algo de lo que él no había sido consciente al pronunciar la frase.

Este es un comentario al respecto de los registros oficiales de la NASA:

[At the time of the mission, the world heard Neil say «That’s one small step for man; one giant leap for mankind». As Andrew Chaikin details in A Man on the Moon, after the mission, Neil said that he had intended to say ‘one small step for a man’ and believed that he had done so. However, he also agreed that the ‘a’ didn’t seem to be audible in the recordings. The important point is that the world had no problem understanding his meaning.]

En 1995 -o 1994- le inventaron una frase que habría dicho sobre la superficie lunar:

Good luck, Mr. Gorsky.

Buena suerte, Sr. Gorsky.

Ningún integrante de la tripulación del Apolo 11 (en el original con doble ele: Apollo) se llamaba así.

En la base de control de la NASA en Cabo Cañaveral tampoco.

¿Quién diablos era Mr. Gorsky entonces?

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Continúa mañana o pasado mañana…

HjorgeV 27-08-2012

FRANZEN, CRUSOE, «MÁS AFUERA» Y LAS BROMAS

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¿Qué haces cuando tu mejor amigo se suicida?

¿Qué, cuando él es un escritor famoso y tú también?

¿Qué haces cuando su suicidio te ha pescado en un largo vacío de años en tu carrera como escritor?

¿Te abandonas al llanto y la pena?

Le sucedió a Jonathan Franzen. Retrocedamos a un 12 de septiembre.

Año 2008.

Hace casi cuatro exactos.

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David Foster Wallace se dirige al patio de su casa y se ahorca.

¿Harto de la broma infinita que para él tal vez era la vida?

Sufría de depresiones y se había hecho famoso por una novela (adivinen el nombre) tan compleja, que la traducción al alemán se publicó póstumamente y recién más de una década después: en el 2009.

Un año después de su muerte.

(Su padre contó que David Foster había dejado de tomar su principal antidepresivo y no pudo sobreponerse al resultado.)

Al traductor alemán le costó seis años de trabajo.

Y no fue capaz de mantener el mismo número de páginas (el sueño de todo traductor, barrunto).

Peor aún.

Las mil páginas del original se le convirtieron en mil quinientas. De un libro, le salió un libro y medio. Un horror. Como querer clonar una rata y terminar creando una del tamaño de una vaca.

(Exactamente 1079 y 1545, respectivamente.)

No es una broma .

Hay que imaginárselo.

(Debo suponer que nadie se atrevía a traducirla en este país que habito. Más concretamente: que nadie quería empezar la traducción por temor a quedarse varado en medio de sus mil páginas, con todas las consecuencias profesionales y económicas amenazantes y posibles.)

Wallace tenía 33 años cuando apareció Infinite jest (en nuestra lengua La broma infinita) en 1996.

Un título tentativo había sido A failed entertainment.

¿Otra posible alusión a la vida, a esta diversión fallida para muchos? Acaso, como Cioran, no se perdonaba simplemente el haber nacido.

Regresemos a Jonathan Franzen (Chicago, 1959).

Me he divertido -me estoy divirtiendo- con Más afuera, el (su) duelo largamente postergado tras la muerte de su amigo Wallace.

(Pulsar aquí para leer el capítulo principal gratis. Está dividido en siete partes.)

Es una lectura para tomarse el paso del tiempo con calma, como se acomete un excelente aguardiente o la lectura de un buen poema.

Cuando Wallace murió, Franzen decidió encerrarse no a llorar, sino a escribir 9 horas diarias sin conexión a la Red.

Mi conocimiento de la obra de Franzen se reduce a las primeras páginas de su tercera y alabada novela Las correcciones (2001, National Book Award).

La empecé y nos divorciamos pronto. Se me atragantó en su versión en alemán. (Aún no he probado con la traducción a nuestra lengua. ¿Me esperará un segundo divorcio?)

De tal manera que Más afuera (Farther away) -una colección de ensayos y textos diversos que incluye el largo capítulo que da título al libro- me ha permitido reconciliarme con Franzen.

(A lo largo del texto, el autor usa el nombre simplificado de Masafuera -como al parecer lo usan los lugareños- para la isla que alguna vez se llamó Más Afuera y que desde 1966 se llama Alexander Selkirk.)

(¿Quién diantres es Selkirk?)

Demos un gran salto de trescientos años y pico al pasado.

Año 1704.

El galeón Cinque Ports, que acompaña al buque St. George, ha llegado al archipiélago Juan Fernández después de recorrer las costas sudamericanas del Océano Pacífico intentando infructuosamente capturar barcos piratas.

El St. George posee patente de corso de la corona británica. Es un corsario.

Pero está regresando a Europa sin haber conseguido ningún botín.

En la isla a la que han llegado, un marinero escocés discute con el capitán del Cinque Ports.

El marinero se llama Alexander Selkirk y considera que las bromas ya han puesto en peligro el casco de la nave.

No es una broma.

Las bromas son moluscos que atacan la madera sumergida para alimentarse de su celulosa. Les fascinan los barcos.

(En inglés reciben el nombre de shipworm: ‘gusano de los barcos’. Los alemanes son más concretos: lo llaman Schiffsbohrwurm, ‘gusano perforador de barcos’.)

Selkirk trata de convencer a los demás marineros de que el barco puede hundirse por la avanzada acción de las bromas.

Pero no consigue convencer a nadie del inminente peligro.

Cuando ve que no le queda otra que darse por vencido, le dice al capitán que se lo ha pensado mejor.

-Yo también -le responde este.

Y lo abandona a su suerte en la isla.

Selkirk permaneció allí cuatro años y cuatro meses. Completamente solo. Los animales más grandes -sobre tierra- eran unas cabras asilvestradas.

Se dice que sus aventuras inspiraron a Defoe para su novela titulada:

«La vida e increíbles aventuras de Robinson_Crusoe, de York, marinero, quién vivió ocho y veinte años completamente solo en una isla deshabitada en las costas de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco; habiendo sido arrastrado a la orilla tras un naufragio, en el cual todos los hombres murieron menos él. Con una explicación de cómo al final fue insólitamente liberado por piratas. Escrito por él mismo.»

Un título que parece todo un capítulo y que hoy no podría ser siquiera tuiteado.

Alambiquemos tres detalles:

1) La desembocadura del Orinoco está en la actual Venezuela.

2) Se trata del mismo lugar en el que Colón pisó por primera vez tierra firme continental en su tercer viaje.

3) Defoe se habría basado -también- en otra historia real para su novela: la del español Pedro_Serrano, único sobreviviente, tras ocho años, de un naufragio en el Caribe.

Regresemos a nuestro túnel del tiempo.

Desembarquemos en plena Primera Guerra Mundial.

Año 1915.

El crucero SMS Dresden, el único navío alemán superviviente de la Batalla de las islas Malvinas, intenta abastecerse en la isla Más a Tierra del archipiélago Juan Fernández. Sus reservas de carbón son mínimas.

Se ha pasado meses escondido en el hermoso fiordo Quintupeu y en otros canales australes de la Patagonia chilena huyendo de la armada británica y desea regresar a Europa.

Cuando fondea en la bahía Cumberland de Más a Tierra esperando ser abastecido, es descubierto por un crucero inglés.

La tripulación alemana hunde su propio barco cuando fracasan los intentos de paz y empieza a ser cañoneado, y huye al interior de la isla.

Hoy el Dresden, hundido a 70m de profundidad y a 500 del embarcadero, es una atracción para los buzos profesionales.

La claridad del agua en ciertas épocas del año permite excelentes inmersiones. Nueve tumbas alemanas son la otra atracción turística más cercana relacionada con el crucero alemán.

Túnel del tiempo. Un salto de cincuenta años hacia adelante.

Año 1966.

El gobierno chileno cambia el nombre de la isla Más a Tierra y la bautiza oficialmente Robinson Crusoe.

Tendría que haberle puesto, en realidad, Alexander Selkirk, porque fue la isla en la que sobrevivió el escocés.

Quizá por ese desaire o asimetría, se decreta también que la isla Más Afuera (la que visita Franzen) pase a recibir el nombre del marinero y corsario escocés.

Otro salto al futuro.

Año 2011.

Jonathan Franzen, tras «cuatro meses centrado en la promoción ininterrumpida de una novela, pasando de un punto a otro de mi agenda sin voluntad alguna», está harto.

Se refiere a su novela Libertad, y empieza a jugar con la idea de irse muy lejos:

«Partes considerables de mi historia personal se morían desde dentro a fuerza de hablar de ellas. Y cada mañana las mismas dosis aceleradoras de nicotina y cafeína; cada tarde el mismo ataque a los mensajes acumulados en mi e-mail; cada noche las mismas copas, esa inyección de placer para adormecer el cerebro. En un momento dado, después de leer sobre Masafuera, empecé a imaginar que huía y me quedaba, como Selkirk, solo en aquella isla donde no vivía nadie ni siquiera a temporadas

Había publicado Libertad, su tercer novela, nueve años después de la anterior.

Después de que su amigo David Foster Wallace se convirtiera en un punto de inflexión tanto en su vida, en general, como en su carrera como novelista, en particular.

Llegado a este punto, Franzen, harto de todo, decide apearse de su mundo.

Contacta a unos botánicos aventureros que están por visitar el archipiélago Juan Fernández y acuerdan que lo llevarán en una pequeña embarcación hasta Más Afuera, hoy Isla Alexander Selkirk.

Antes de partir a Sudamérica se concede «una orgía de consumismo» en una tienda especializada en equipo de supervivencia de peso ultraligero.

Acopia frutos secos, atún y barritas de proteína e incluye un ejemplar del libro de Defoe en su equipaje.

En la isla quiere releer la novela considerada inaugural en la literatura inglesa.

«Robinson Crusoe fue el primer gran documento del individualismo radical, el relato de la supervivencia psíquica y práctica de una persona corriente en un profundo aislamiento.»

Franzen nos recuerda que Ian Watt, en su obra The rise of the novel, llega a la conclusión de que la novela inglesa surgió de las cenizas del aburrimiento.

Y un atroz aburrimiento era lo que sentía él tras esos cuatro meses de promoción ininterrumpida de su novela.

El capítulo (¿memorias reflexivas?) que da nombre a su colección de ensayos y textos diversos tiene un encanto poco común y que debería ser más generalizado en el mundo de la literatura:

Es un texto que provoca leer más y despierta en el lector deseos de bucear en su propio pasado.

Grandes funciones de la literatura, si alguna tiene o debiera tener esta.

Regresemos por última vez al texto de Franzen.

A la isla se lleva una cajita que le entrega la viuda de su amigo muerto.

Así refiere la entrega, su contenido y su simbología:

«El día antes de partir hacia Santiago visité a mi amiga Karen, la viuda del escritor David Foster Wallace. Cuando me disponía a marcharme de su casa, sin venir a cuento me preguntó si quería llevarme parte de las cenizas de David y esparcirlas en Masafuera. Acepté, y ella encontró una antigua caja de cerillas de madera, un pequeño libro con un cajón deslizante, y metió unas pocas cenizas, diciendo que le gustaba la idea de que parte de David fuera a reposar en una isla remota y deshabitada. Sólo más tarde, cuando ya me había ido de su casa, caí en la cuenta de que me había dado las cenizas tanto por mí como por ella o por David. Sabía, porque yo se lo había explicado, que mi actual estado de huida de mí mismo había empezado poco después de la muerte de David, dos años antes. En aquel momento había tomado la decisión de no afrontar el horrible suicidio de alguien a quien quería mucho y, en cambio, refugiarme en la rabia y el trabajo. Sin embargo, ahora que el trabajo había concluido, era difícil pasar por alto la circunstancia de que posiblemente, en una interpretación de su suicidio, David había muerto de aburrimiento y por desesperación ante sus futuras novelas.»

Cuatro últimos detalles para terminar esta broma.

1) La isla Alexander Selkirk, antes Más Afuera, no es una isla desierta como la presenta -por error, pretensión o fabulación- Franzen en su texto.

Existe un asentamiento humano habitado siete meses al año por una cincuentena de pescadores y sus respectivos familiares.

2) La isla fue temporalmente una colonia penal y también destino de presos políticos. El escritor chileno Eugenio González Rojas consiguió que se clausurara como tal tras la publicación de una novela titulada (lo habrán adivinado) Más Afuera.

4) El Cinque Ports, el galeón que abandonó a Selkirk a su suerte en la isla desierta Más a Tierra -hoy Robinson Crusoe- (qué enredo) naufragó poco después, muriendo casi toda su tripulación.

Sí. No hay duda.

Fue por las bromas.

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HjorgeV 22-08-2012

Fuentes:

http://estaticos.elmundo.es/documentos/2012/franzen/masafuera1.pdf

http://www.perlentaucher.de/buch/david-foster-wallace/unendlicher-spass.html

http://de.wikipedia.org/wiki/Robins%C3%B3n_Crusoe_%28Insel%29

http://es.wikipedia.org/wiki/Wilhelm_Canaris

http://es.wikipedia.org/wiki/Isla_Alejandro_Selkirk

http://www.comunajuanfernandez.cl/dresden.htm

CHICAGO: «25 OR 6 TO 4» (1970)

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Tendría que haber incluido esta entrada en la sección 70-MANÍA de esta bitácora inútil.

Allí he empezado una recopilación de los temas de la década de los setenta (mi particular Década Prodigiosa) que más me gustan.

O que más recuerdos me traen.

O que, simplemente, más recuerdo con agrado y hasta donde mis recuerdos infantiles pueden abarcar.

Esa sección responde a uno de mis sueños baldíos: un programa radial de media hora presentando esas canciones. Una vez por semana o mes. Qué más daría.

Mi corto pasado de locutor radial y televisivo sustenta ese sueño.

De paso, soy de los que creen que la mejor música (de la llamada popular) proviene de esa Década Prodigiosa.

(Es una tontería, por supuesto, pero así somos los seres humanos: muchas veces nos pasamos la vida creyendo lo que nos da la gana o lo que nos conviene y atizamos sueños fatuos.)

Para alimentar 70-MANÍA (vale decir, para seguir soñando), me imagino que estoy obligado a preparar un texto de cinco frases para cada canción presentada.

Lo que vendría a ser el texto de presentación y que tiene que ser ameno, informativo y -en este caso- con enlaces e informaciones contrastadas y comprobadas en la Red.

Algo más o menos serio, quiero decir.

Esta vez me he pasado más de tres horas intentando armar un texto así para 25 or 6 for 4 del grupo Chicago.

He seguido el procedimiento habitual:

Revisión de las listas del Billboard del año 1970 hasta encontrar un ejemplar que me metiera al túnel del tiempo.

Buceo en YouTube hasta hallar una versión pasable del tema (y poco probable de ser borrada por ese servidor: ya me ha ocurrido).

Revisión y contraste de las diversas fuentes con información sobre el grupo: básicamente la Wikipedia en castellano, inglés y alemán.

Una vez recopilada la información necesaria y los detalles que me parecieron más interesantes, esbocé el borrador del texto de presentación.

Luego empecé el trabajo de armado final del texto:

Cambié palabras, busqué sinónimos.

Barajé los datos de diferente manera.

Suprimí cacofonías.

Alteré el tono narrativo y descarté una serie de detalles, para cumplir con las reglas (cinco frases, cinco).

Al final, aunque me lo he pasado muy bien («Si haces lo que te gusta, no tendrás que trabajar un solo día de tu vida», ya lo dijo alguien), no he podido reducir todo a las cinco frases obligatorias.

(Me tendré que despedir a mí mismo del puesto.)

Mi obsesión por incluir ciertos detalles informativos y anecdóticos ha podido más. Una vez más.

Aún quitando la indicación de que el título no es un guiño místico sino simplemente una referencia a una hora de la madrugada (03:35 ó 03:34 am) no he podido conseguirlo.

Absurdo. Lo sé.

Este enredo me ha hecho recordar mi obsesión general por los textos.

(Me fascinan también los textos de escritores que se ocupan de temas comunes, como el que he encontrado hoy de Juan José Millás, a pesar de que el título pueda confundir: Un cañón en el culo.)

Mi obsesión -decía- por la palabra en todas sus formas (y posiciones).

Lo noto especialmente en el trabajo novelístico y no puedo dejar de recordar ahora una cáustica frase de Oscar Wilde que citaré libremente para burlarme de mí mismo:

«Me pasé toda la mañana corrigiendo un poema. Quité una coma. Y por la tarde la volví a poner.»

Aquí el pobre resultado para mi inexistente programa radial (el video viene al final):

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CHICAGO: 25 OR 6 TO 4 (1970)

Octavo tema del álbum Chicago (también conocido como Chicago II) de la mítica banda de la ciudad epónima.

Formada por un grupo de estudiantes de la universidad DePaul en 1967, se hicieron llamar primero The Big Thing.

Contentos con su innovación (los primeros junto con Blood, Sweat & Tears) de incorporar los vientos a su fusión de jazz y rock, se mudaron a Los Ángeles.

Allí grabaron su primer álbum en 1969: The Chicago Transit Authority. Un álbum doble para más señas, toda una rareza como debut.

Y también el nuevo nombre de la banda.

Larga denominación que tuvieron que simplificar por líos legales con una empresa transportista homónima.

La resonancia obtenida con su primer disco les agenció una gira por Europa ese mismo año.

El resto es una historia que aún no se detiene y que incluye haber sido el grupo con más canciones en las listas Billboard de la década de los setenta.

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HjorgeV 15-08-2012

DON WINSLOW: «SALVAJES»

Novela sorprendente.

El primer capítulo consta de una sola palabra. No es precisamente un saludo de bienvenida:

«Jódete.»

Tanto en su forma (algunas escenas están escritas como guión cinematográfico y hay varios capítulos de solo dos o tres líneas) como en sus contenidos: Salvajes sorprende.

Las sorpresas pululan en sus páginas. Muchas de estupendo calibre.

El atrevimiento no es solo en lo formal. Winslow hasta se saca del sombrero una dura crítica social a su país.

Para disimular, tal vez, la salpica con chistes (políticamente incorrectos) salidos de las bocas de sus personajes:

-¿Sabes que sale del cruce entre mexicanos y chinos? -pregunta Chon.

-No, ¿qué?

-Un ladrón de coches que no sabe conducir.

Ja. Ja. Já. Pero es una lectura entretenida e inteligente. Que exige cierto esfuerzo (concentrada atención) para no pasar por alto una serie de detalles. Muchos de ellos enciclopédicos. Pocas veces aburridos.

Lectura entretenida e inteligente, decía, si no fuera por el tema, claro: las barbaridades de los narcotraficantes en Norteamérica (Canadá queda fuera en este caso).

La decapitación de un soplón o de rivales es solo un ejemplo de ellas.

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¿Cómo podía ser de otra forma en una zona geográfica determinada por un país en el que la guerra y las armas son un producto más de consumo y con un sistema social que produce en cadena miríadas de adictos cada temporada?

La cubierta del libro es roja.

En una de sus páginas se lee la siguiente descripción de una integrante de un cartel:

Elena es atractiva –sexy, guapa, inteligente, eficiente- y utiliza todas sus virtudes para mantener a su alrededor a sus seguidores leales. Sin embargo, también es inexorable: o me quieres o te corto la cabeza. Es la Reina Roja.

¿Algún dato más sobre el tema y algunos contenidos del libro?

Tengo que confesar que, sospechándolo, dudé mucho antes de comprarlo.

Pero lo hice, me subí al tren y no me he arrepentido.

Winslow es de esos pocos traficantes de sangre escrita -también llamados novelistas negros- que bien pueden estarte hablando de filosofía mientras te describen una verdadera carnicería.

Es una suerte, porque personalmente, detesto las hemorragias y las heridas de todo tipo. La violencia gratuita, quiero decir. (Tal vez porque le temo a mi imaginación.)

Me espantan especialmente las historias que solo son un pretexto para poder exhibir la más oscura maldad humana.

Dráculas del papel debe haber a montones. (¿Simple sublimación?)

Pero vayamos a lo narrativo, que es lo que define la clase de un novelista, más allá de la cantidad de frases y chistes ingeniosos que pueda incluir, porque Salvajes está llena de ellos.

¿Convencecomo novela?

Tuve dificultades para adaptarme al tono entre desenfadado y petulante de la voz narrativa, a su cadencia y a su especial métrica.

Una vez pescada, empero, es difícil reprocharle sus defectos. Después de todo, cada quien cuenta como puede o quiere y solo vale su capacidad para llevarnos al corral y hacernos escuchar o leer con absoluta atención hasta el final.

Winslow cumple con esta exigencia.

Ahora. Desde El poder del perro (2005) y tras más de cinco años sin publicar nada, este neoyorquino ha publicado (en su país) casi una novela por año: ocho en total.

Esto podría tomarse como signo de su alta productividad.

Pero también como demostración del poder de la industria del libro (El poder del editor). De sus casi ilimitados recursos (cuando le da la gana).

No sé cómo lo habrá hecho Winslow.

Pero a mí me resulta muy difícil creer que un escritor -solo- haya podido recopilar tanta cantidad de expresiones, anécdotas, frase ingeniosas, chistes, detalles, chismes e ideas brillantes en una sola novela. Sin ayuda, se entiende.

(No lo de enciclopédico, no es exageración.)

Por lo visto, apenas aparece un autor interesante (para el mercado), la industria se encarga de ficharlo por varios años y luego a poner huevos. Sí, señor.

Seas o no gallina. La cantidad de oro de las cáscaras será lo que importe.

El cómo te las arreglas debe formar parte del acuerdo contractual en el que debe ir incluido por lo menos un equipo de investigadores.

O de recopiladores en este caso.

Aceptémoslo, la novela negra usamericana es buena, famosa y comercialmente exitosa también porque no le hace ascos a la fabricación en serie: cadena de montaje y cada trabajador con una función específica incluidos.

¿Cuál ha sido la (función) de Winslow en esta novela tan distinta y divergente de El poder del perro?

Lo ignoro.

Ahora bien, este estilo (esta voz cínica) de académico chismoso y erudito, burlón, siempre dispuesto a la chanza y con un tic por las genialidades, puede llegar a cansar.

Con todo, si quien compró el libro buscaba solo entretenimiento, lo tendrá y se verá de paso enriquecido con toda una serie de extras.

Winslow te cuenta, por ejemplo, que la gran tragedia mexicana actual (más de 60.000 mexicanos muertos desde que el gobierno de Felipe Calderón declaró la guerra al narcotráfico en el 2006) pudo tener su origen en EEUU.

Si es cierto lo que refiere, todo empezó más o menos como empiezan siempre las tragedias relacionadas con el dinero y las debilidades humanas: de la conjunción de la ambición desmedida y el desprecio por la vida.

¿Las circunstancias?

La construcción del ferrocarril que debía recorrer la región limítrofe sudoccidental de Texas, Nuevo México, Arizona y California. (Región -medio México anteriormente- que no hubiera existido como tal, de no haber sido arrebatada por EEUU a su vecino sureño pocos años atrás, tal como lo denota su toponimia.)

¿Los personajes de esa novela -aún- no escrita?

Los trabajadores de ese ferrocarril. Todos chinos. Y muchos con ansias de aplacar las penurias del duro trabajo con el vuelo opiáceo.

¿Los productores de la droga?

Los gomeros de Sinaloa, región montañosa del oeste de México, con la altitud, la acidez del suelo y la pluviosidad necesaria para el cultivo de amapola, cuyos bulbos se raspan para obtener la goma de opio.

El gobierno usamericano de ese entonces toleró inicialmente el tráfico. De algo más que de un mal pago tenían que supervivir esas almas chinas.

Pero los puritanos protestaron y el opio fue declarado ilegal. (Poco después le tocaría el turno al alcohol.)

Con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial cambiaron las cosas.

Como la morfina para los soldados heridos se fabricaba con opio y el suministro habitual de Afganistán y el Triángulo Dorado mexicano se había interrumpido, EEUU le tuvo que suplicar entonces a México que aumentara la producción.

Convertir a toda una región en dependiente de una droga no podía ser nada bueno.

Las consecuencias las vemos ahora.

El libro es también un gran ejercicio de name-droping (ese recurso que consiste en mencionar nombres o instituciones importantes como pedante argumento de autoridad y/o para sobresalir).

Hay citas y referencias a canciones (Imagine de Lennon), a personajes reales (John Wooden) y a personajes de películas (Hyman Roth).

A series de televisión y películas (María Antonieta de Sofia Coppola).

Abundan los detalles históricos como el arriba mencionado.

Y una serie de frases geniales:

«La publicidad da nombres bonitos a cosas feas. La pornografía da cosas feas a cosas bonitas.»

«Los hombres te enseñan cómo has de tratarlos.»

Además de magníficos diálogos, chistes y guiños al lector.

También hay referencias literarias. Así, por ejemplo, en la página 202 se puede leer:

La familia Lauter estaba compuesta por cuatro hermanos y tres hermanas.

Toma nota, Chéjov.

La referencia es a la obra de teatro Las tres hermanas del gran Antón.

¿Transcribo otro chiste de la novela?

Página 143. (El «O sea» como coletilla me hizo recordar mis tiempos en Lima, aunque no sé de qué frase está traducido: ¿de «I mean»?).

Rupa se quedó, o sea, sorprendidísima, de que ganara Obama.

-O sea, ¿y después qué? ¿Un mexicano?

-Por lo menos alguien cuidará el césped de la Casa Blanca -la consoló O.

Sí, el humor es el otro gran ingrediente de esta novela. Y es negrísimo a veces.

Entre chiste y chiste, Winslow se ha dado tiempo para ocuparse de ese desvarío planetario llamado consumismo. Algunos de sus diálogos se leen como la radiografía de su país.

Transcribo. Página 114. Diálogo entre O. y Ben.

-Voy de compras -dijo a Ben en una ocasión, después de abusar de su propia tarjeta-, porque no tengo nada mejor que hacer. No trabajo, no hay nada que me interese demasiado, no tengo ningún propósito en la vida, en realidad. ¿Qué voy a hacer? Pues, ir a comprar. Es algo que puedo hacer y que me hace sentir mejor.

-Llenas el vacío interior con cosas exteriores -dijo Ben, el mal budista moralista.

-Pues sí -dijo O.-: como no me adoro, me adorno.

Salvajes es una novela inteligente y pretenciosa. Decadente como un viejo millonario que muy tarde ha comprendido que el dinero no lo hace todo y empieza a gastarlo en obras sociales y culturales, pero sin prescindir del glamour que tanto le agrada y solo puede comprar el dinero. (Autobombo, vamos.)

Escrita con un estilo repleto de pinceladas rápidas y penetrantes. Salvajes.

Ah, sí. Lo olvidaba.

Los personajes principales son tres.

Dos jóvenes hedonistas, voleibolistas (tal vez hippies del XXI), cuyo único defecto parece ser mantener un boyante negocio ilegal de la mejor María de Baja (California) (del mundo dicen ellos) y compartir una rubia hiperorgásmica.

Ben es reflexivo y progresista.

Chon un ex soldado (en Afganistán) poco dado a hablar.

Y O. (de Ophelia) es la muñeca hiperorgásmica que se desvive por las compras, el sexo y otras diversiones menos fuertes (¡ja!), contenta de compartir a Ben y Chon (de John) en la cama (es un decir, como lugar quiero decir).

(Ojo. Winslow tampoco patina con el sexo. Al contrario. Poético.)

Hasta que el cartel de Baja se interesa por su excelente producto hidropónico y rapta a O. para obligar a los dos Empresarios de María a trabajar para ellos. Y entonces se arma la buena.

¿Querías una novela negra, acción, un escenario moderno?

Lee de golpe el primer capítulo.

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HjorgeV 12-09-2012

«EL SEÑOR DE LOS GATOS» (Relato estival)

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He bajado expresamente para verlo, para ver si vuelvo a encontrarlo. No puedo decir que extraño su conversación, su voz o su presencia.

Al contrario, puedo no depender de ellas, desentenderme de su efecto. No he desarrollado un afecto hacia él. Pero he bajado expresamente para verlo.

Los buses de la línea que recorre la Costanera ya han pasado delante de mi puesto de observación unas ocho veces, de tal manera que llevo más de dos horas aquí, junto a este muro. Otra vez esperando en vano.

La primera vez que lo vi me asombró porque parecía a la vez un loco y una especie de misionero: un salvador o redentor. Pero este no tenía ninguna túnica ni aura, apenas una barba mal llevada.

Llevaba en la mano una bolsa de aspecto siniestro y de ella sacaba algo que entonces no sabía yo que eran alimentos y que dejaba sobre el borde del muro, de este muro precisamente, de poca altura, un metro tal vez.

Había cierta liturgia en sus movimientos y en su gesto. Ceremonia y entrega.

Me lo quedé observando, intrigado y fascinado a la vez, como solo se pueden observar las desgracias humanas en cuerpo ajeno cuando uno se cree inmune y a salvo de ellas.

Después me acerqué al muro, a su muro, a este muro, cuando ya los gatos y él se habían ido, y vi que el conjunto daba a un pequeño barranco, sobre cuya ladera muy inclinada había basura repartida como perlas de azúcar sobre una torta: latas en diversos estados de oxidación, botellas, envolturas, alguna fruta o restos de ella, ramas, piedras.

A la tercera vez lo vi aparecer desde lejos. Me encontraba parado frente al ventanal de mi departamento, a cuatro pisos de altura. Me asombré de que la gran vista de la bahía no impidiera concentrarme en él. ¿Quién se concentra en la miseria cuando visita la Torre de Eiffel o el Dom de Colonia?

Bajé porque lo vi llegar con la bolsa habitual y ya sabía lo que haría el hombre. Y luego me estuve rondándolo, sin saber cómo hacer para acercarme y hablarle. Sentía que consiguiendo comunicarme con él podría abrir una serie de puertas que tal vez él ya creía cerradas para siempre. Accesos sobre los que yo creía saber o conocer más que él, o por lo menos así me lo decía mi intuición.

Finalmente me decidí.

Me aposté cerca de donde se encontraba alimentando a los gatos, hice de paseante distraído que busca un momento de descanso y se sienta en el muro. Me alegré porque recuerdo que pensé que no había perdido mis dotes de actor, el oficio que tantas satisfacciones me había prodigado.

-Es la tercera vez que lo veo, amigo -me dijo él, sin dirigirse a mí. Parecía estar hablando solo con sus gatos.

-Perdóneme -fue todo lo que se me ocurrió decirle. Me levanté y me fui, profundamente avergonzado, para que no se percatara de mi sonrojo.

Solía vestir de negro. O de oscuro, más bien. Después me di cuenta de que tal vez era una forma de disimular la suciedad de sus ropas, otro detalle que me llevó erróneamente a pensar que era un enajenado más: de esos dominados por sus tics, cuando estos ya han terminado por acaparar su vida, su atención y la concentración de su mente.

Me habló como un hombre cualquiera de la calle. Sin la prisa o el temor que había esperado encontrar. Me había imaginado un hablar atolondrado y un verbo descuidado por la presión de tener que exponerse ante un desconocido. Entonces pensaba que un loco no tenía por qué ser un tonto y tenía que darse cuenta de la forma terrible como suele ser observado por los demás.

Resultó que tenía acento argentino, algo que me llevó con facilidad a preguntarle cuánto tiempo llevaba en la ciudad.

-Qué sé yo -me dijo-. Son esas cosas en las que nunca me fijé ni ahora me interesan, sabés.

Quise preguntarle qué le interesaba, cuáles eran sus ocupaciones o proyectos ahora, aparte de salvar del hambre a los gatos, gran tarea, por lo demás, en serio, le habría dicho; pero él ya se había envuelto en toda una disquisición sobre la vida de los gatos sin hogar, sus preferencias, sus miedos y sobre la gente que prefería verlos muertos, porque entonces así ya no podían recordarle a nadie tantas miserias ni olvidos humanos.

Los gatos vistos como metáforas de las personas. Su abandono visto como desidia social.

Me contó el caso de un gatito que había estado a punto de morir de hambre. Él lo había salvado al encontrarlo en un arbusto.

Esa vez no pasé muchos días en la ciudad. Pero a la siguiente vez, apenas lo vi llegar desde el ventanal del cuarto piso, bajé porque quería despedirme. Me había propuesto no volver a molestarlo. Quería pedirle disculpas. Decirle todo lo que había pensado erróneamente de él. Expresarle que lo había considerado un loco, un orate, un pobre descarriado de esos que terminan inmersos en un mundo ficticio, enajenados de la realidad. Y que lo sentía en el alma.

El hombre de los gatos me había enseñado en apenas un par de días y un par de horas de conversación cada vez, que mucha más gente padece de eso que yo consideraba simple locura y la había supuesto en él. El disfraz, cuando es atractivo y mundano, es terriblemente poderoso, como poderoso es el dinero para ocultar otras locuras y desgracias más profundas. Él no tenía la suerte de poseerlo.

Quería pedirle perdón por haberlo visto como una persona de menor condición o nivel, qué sabía yo de qué. Pero el señor de los gatos no apareció esa vez.

En mi siguiente viaje lo volví a buscar. Me quedé varias tarde esperándolo para gozar de su conversación amena e interesante. Para paliar la espera -que yo ya había intuido vana- empecé a llevar una bolsa con alimento para los gatos. Después de todo, alguien tenía que hacerlo.

De vez en cuando a los curiosos que se sentaban a ver lo que hacía, les contaba de las mismas cosas que me había enseñado y explicado el desconocido, El señor de los gatos, como yo lo llamaba, y de cómo yo también había encontrado un gatito abandonado y lo había salvado del hambre.

Para honrar su memoria empecé a vestir de oscuro, he empezado a contarle a todo el mundo. Que a veces dejo de lavar mi ropa para rendirle correcta pleitesía, es algo que prefiero callar porque sé que no todos lo entenderían.

Por las tardes cuando me acerco con mi bolsa de aspecto siniestro al que ahora es mi muro, alguna vez miro hacia arriba, cuatro pisos en dirección al cielo, hacia el ventanal del departamento que perdí.

Entonces veo una silueta que desvía la mirada o la devuelve a la bella vista de la bahía vecina desde el lugar que alguna vez fue mi propiedad, avergonzándose de haberla puesto en un desconocido con aspecto de vagabundo o loco.

-Ah, mirá, ahí viene otra vez el señor de los gatos -debo sospechar que dice.

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HjorgeV

(Conocí al señor de los gatos en una visita que hice hace un par de años a una isla española. Entonces no se hablaba de ninguna crisis en Europa. El señor de los gatos existe. He cargado con ese encuentro varios años. Era una persona mucho más cuerda que el común de la gente, a pesar de su vestimenta descuidada y su costumbre de alimentar a los gatos callejeros. He imaginado una película con el siguiente escenario: un tipo de éxito -financiero- contempla una bella bahía por el ventanal de su nuevo y lujoso departamento. Una tarde le llama la atención un señor que se dedica a alimentar a gatos callejeros y que parece un orate vagabundo. Baja a verlo de cerca por el simple hecho de querer contrastar su exitosa vida con lo que él considera una dura y miserable aunque digna existencia. Entonces resulta que el sujeto en cuestión es una persona más cuerda que el resto de la gente de ‘éxito’ que conoce y que la primera persona que se burla de su actitud es su mujer. Esta por su parte, ha guiado la carrera de su esposo y ahora tiene más planes de éxito para la pareja. Imaginé una trama en la que la gradual compenetración psicológica del personaje con el- señor del gato iba de la mano con la disolución de la pareja. Al final nuestro hombre de éxito perdía todo, departamento y mujer incluidos, y él mismo terminaba reemplazando al señor de los gatos en la tarea de alimentar a los gatos callejeros.

En una versión más avanzada -la novela negra me consume- el nuevo señor de los gatos se pregunta por qué desapareció el original y termina descubriendo que ha sido su esposa el que lo ha hecho desaparecer, sin saber que solo ha matado a mensajero.) (HjV)