CUANDO EL AMIGO DE TU AMIGO ES TU ENEMIGO

Que, en el mundo de la guerra, vale decir, en la geopolítica, tu amigo termine siendo tu enemigo y luego otra vez tu amigo, como le ha sucedido a Afganistán con EEUU (y como si los países fueran individuos con una sola cara, mente y cuerpo) es solo cuestión de paciencia.

¿Al Qaida ahora de aliado de EEUU?

¿Por qué no? El negocio es la guerra. El negocio de la guerra.

El mundo del comercio, al cual también pertenece la industria armamentística, tiene una característica esencial:

Cuando llega el momento de que aparezca el nuevo modelo de automóvil, computadora o avión de caza, las existencias o mercancías existentes (el famoso stock) tienen que hacer espacio a las nuevas.

Es una ley simple y fundamental del mercado, sin la que no podría existir.

Entonces se rebaja el precio de las unidades del modelo viejo o, como sucede frecuentemente en el caso de los alimentos, muchas veces se arrojan a la basura para que no disminuyan su precio.

Más «inteligente», desde el punto de vista bélico-comercial, es crear la necesidad con la debida anticipación (para que no haya acumulación de stocks).

O sea, arrojar las bombas del modelo ya anticuado en una Guerra Justa (todas las guerras lo son, por definición); en este caso: sobre Siria, justificándolo como una acción para proteger civiles.

(La Libertad –Duradera– y la Democracia han pasado de moda. También la Simple Mentira.)

O sea, esta vez se mata a civiles para proteger la vida de otros civiles.

Lógica de la guerra.

En realidad, solo tiene una: vender más armas.

Y eso solo se logra cuando el producto se usa y existen (y si no existen se crean o inventan) razones para adquirirlo.

Un «concepto» de seguridad, que cada vez más se extiende al ámbito doméstico, y que no es vender armas, por supuesto.

Es protegerte de tus enemigos. (La guerra es como esos cretinos que solo tienen y saben manejar un martillo, y, consecuentemente, todo lo ven o les parece un clavo.)

Y si no tienes enemigos, pues te los venden por el mismo precio. Faltaba más.

Que los políticos no entienden un pío del caso actual en Siria, y menos la gente de a pie, es algo más que patente.

¿Qué importa?

Vender y comprar, de todas maneras, ya no es algo que pase por nuestro sistema pensante.

Por si a alguien le interesa, en la Red me he encontrado con la siguiente explicación, aparecida como carta de un lector en un diario londinense.

(La traducción y, por lo tanto, también los errores, son marca contable de la casa.

Que se diviertan. Lo otro será atroz, como toda guerra.)

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(HjV 28-08-2013)

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BREVE GUÍA DEL CERCANO ORIENTE

Sir, Irán respalda a Asad. Los países del Golfo están contra Asad.

Asad está contra los Hermanos Musulmanes. Los Hermanos Musulmanes y Obama está contra el general Al Sisi.

Pero las monarquías del Golfo apoyan a Al Sisi. Lo que significa que están contra los Hermanos Musulmanes.

Irán apoya a Hamás. Pero Hamás respalda a los Hermanos Musulmanes.

Obama respalda a los Hermanos Musulmanes, a pesar de que Hamás está contra EEUU.

Los países del Golfo son pro EEUU. Pero Turquía está con los países del Golfo contra Asad; no obstante, Turquía apoya a los Hermanos Musulmanes contra el general Al Sisi. Y el general Al Sisi está siendo respaldado por los países del Golfo.

Bienvenido al Cercano Oriente y que tenga un buen día.

K N Al-Sabah

London EC4, UK

ESA COJUDEZ INCURABLE: Impresiones croatas (y II)

*

Para el que gusta de asarse a las piedras, encontrará en Croacia un paraíso.

Kilómetros de kilómetros de paradisíacas playas (de piedras, guijarros y piedrecillas), de aguas límpidas y de bellos colores, muchas de ellas solitarias.

Con montañas verdes que parecen acercarse al mar solo para abrevar un momento en sus aguas como enormes dinosaurios o paquidermos gitantescos y amorfos.

*

Es el país –creo no equivocarme– con el mayor número de playas consideradas como las más bellas del mundo.

Y con un verano de sol abrasador, candente, consuntivo, africano; y puntual y regular como un mecanismo de relojería suiza.

Ni una nube, si se me permite exagerar.

Por suerte, la mayoría de departamentos y casas veraniegas, así como muchos negocios, poseen aire acondicionado.

*

Ahora, para alguien como este servidor, que siempre ha esperado ansiosamente el verano para darle a la pelota (ahora con mis dos hijos menores), corretear por la orilla y zambullirme luego en el mar sudando y terminar corriendo a pecho las olas:

La falta de arena es, por lo menos, una pena.

Pero, el que gusta del Asado a las Piedras, como decía, estará en su paraíso. 

Personalmente, a pesar de venir de Lima y de estar acostumbrado a los rigores del calor, he preferido pasar la mayor parte del tiempo dentro del departamento, al amparo del aire acondicionado y corrigiendo mi novela.

Sí.

Escribir. Esa cojudez incurable.

*

Tiene su precio, claro, para el turista, lo de estar en el país con un gran número de las playas consideradas como las más lindas del planeta.

Porque la mayoría de ellas está en las más de mil (1.000) islas que posee Croacia.

Con lo que eso significa en transporte (logística, horarios, desplazamientos), dinero y tiempo.

Pero debe valer la pena para parejas recientes, sin hijos o con muy pocos.

*

Nuestro grupo de siete personas visitó la turística Hvar (pronunciar simplemente Juar) y, a pesar del turismo relativamente masivo y de su gran tamaño (no es posible notar de un vistazo que es una isla), resultó una experiencia gratificante.

Lo fue solo el hecho de cruzar en transbordador el ondulante océano y recibir la brisa marina en el rostro durante un par de horas.

Travesía que también aproveché para que un simpatiquísimo niño croata de doce años, que conocí en la cubierta del ferry, me enseñara su idioma.

(Gracias, Lovre.)

*

Lo primero que me llama la atención al llegar a la vecina Split (la segunda ciudad de Croacia después de Zagreb) es una palabra del portugués brasileño escrita en algunas paredes.

Torcida.

Es el nombre de la hinchada del club local, escrita debajo del emblema del club.

Y demostración de que las palabras y, no solo las personas, también pueden llegar muy lejos.

Sin que se sepa, muchas veces (pregunté a muchos lugareños), de dónde proceden.

*

He llegado con J. a Split.

La idea es visitar el mercado porque esta noche hemos quedado en preparar pescado a la parrilla (después resultará una de mis mejores experiencias culinarias) en el jardín de su casa.

Llevo mi cuaderno de apuntes en la mano.

En él voy apuntando de todo para poder aprender durante estas vacaciones algo de hrvatski (pronunciar ‘jervatsqui’, con acento en la a), una lengua eslava, muy emparentada con el ruso por lo tanto.

Para poder hacerme entender en la panadería, en el supermercado y al pedir una cerveza o la cuenta.

Y lo consigo, con la desventaja de hacer creer que domino el idioma y enseguida tener que explicar con manos y pies (como se dice en alemán) que no paso sino de simples rudimentos.

*

El alfabeto croata tiene una serie de letras que no poseen ni el castellano ni la lengua del país que habito (alemán):

ć, č, đ, š, ž

Letras que inicialmente impresionan y que se suman a cierta inclinación del idioma croata por suprimir las vocales entre las consonantes.

Así, uno suele encontrarse con palabras de cuatro y hasta cinco consonantes seguidas y solo dos o una vocal perdida al final: Izvrstan, prženi.

Si, ya en el alemán, la presencia constante de tres y más consonantes seguidas (schrecklich, aussprechen, Peschstrasse) pueden impresionar a un castellanohablante, el croata, por así decir, asusta.

*

Sin embargo, superado el susto inicial, la pronunciación (para alguien acostumbrado al castellano y al alemán, por lo menos) no es tan difícil como parece y solo es cuestión de practicar, como todo.

La z croata suena como la s alemana o italiana (un zumbido de abeja).

La s croata es más o menos como la española.

La c, por su parte, es como la z que se pronuncia en gran parte de España.

(Ibica, un nombre croata, por ejemplo, se pronuncia Ibiza: con la zeta peninsular que a veces es solo una d si va al final: Madriz, maldaz, necedaz.)

La ć es simplemente nuestra ch.

La ž suena como nuestra ye, etcétera.

*

Me ha costado un par de semanas de ejercicio, más bien eventual.

Pero ahora puedo leer el diario (sin entender, por supuesto): o sea, más o menos cualquier palabra en croata.

Por suerte para mí, los «nuevos» sonidos los conozco ya del alemán y de la pronunciación argentina (¿o solo bonaerense?) de la elle y de la ye.

Así, kukuruz prženi (maíz tostado) se lee, más o menos, como ‘cucurus peryeni’.

*

En Split empezamos a preguntar por El País.

En un quiosco del malecón del bonito puerto turístico (mi acompañante croata me cuenta que durante la guerra llegaron a estallar aquí solo un par de granadas, pero que el turismo descendió considerablemente) encontramos finalmente algo de prensa extranjera.

No pongo objeción cuando recibo un ejemplar de El País de muy pocas páginas por el que pago 27 kunas (casi 4 euros).

Ni siquiera objeto nada cuando veo que es de anteayer.

Lo que me duele es que había esperado un ejemplar de hoy sábado. Por el anhelado suplemento Babelia.

*

También me traje a este viaje Nueve dragones (Nine Dragons en el original) de Michael Connelly.

Tengo la versión en alemán, la misma que me había decepcionado por todo lo alto cuando recién salió hace un par de años.

Connelly era uno de mis favoritos.

Últimamente, solo un autor más, dedicado a cumplir su contrato esclavista con su editorial. Debo imaginarme.

*

Un contrato también puede ser esclavista aunque se gane millones con él.

Peor aún: te puede anular como escritor, como le pasa a la mayoría de escritores superventas cuando alcanzan cierta fama.

Ahí está el caso Dan Brown por ejemplo, de quien el crítico Peter Conrad ha dicho:

«Creía que Dan Brown era simplemente malo. Ahora, después de leer la última versión del thriller apocalíptico que reescribe cada pocos años, sospecho que, además, podría estar loco.»

*

No encuentro otra explicación ante esta novela de Connelly que parece escrita para la televisión alemana.

Quiero decir (porque es lo que conozco) para ese público que, a pesar de la calidad de sus escuelas e instituciones educativas, es capaz de tragarse cualquier cosa frente a la caja tonta.

Leída con menos expectativas, con menos presión (entonces esperaba un novelón), Nueve dragones, esta vez, ya no me ha parecido tan pésima.

Pero que Connelly ha optado por soluciones efectistas y manidas, por el recurso adrenalínico y tipo Hollywood es algo que ya no se puede ocultar.

*

En El País me encuentro con dos frases que amortizan, ellas solas, las 27 kunas pagadas.

Una es de Arthur Miller:

«Un periódico es una nación hablando consigo misma.»

La frase la cita el periodista y escritor canario Juan Cruz, de quien es la segunda frase que rescato:

«En España estamos haciendo creer que dialogar es gritarle al otro que no tiene ni idea de lo que está hablando.»

En Alemania, me digo, no gritan. Saben guardar las formas.

Pero piensan exactamente lo mismo.

*

He estado mirando, como observando sus reacciones, a lo largo del par de semanas que he estado aquí en la costa croata, uno de los libros que traje.

Lo he mirado con una mezcla de desconfianza y desgano.

Como esperando que sea él quien me diga algo.

El ejemplar que tengo me lo regaló -y dedicó- Norberto G., un gran amigo argentino que tuve en Colonia, fascinado él mismo por la magia de Javier Marías (Madrid, 1951).

Recuerdo que cuando me lo dio, yo acababa de echarle una mirada a la novela y me había parecido bostezante.

Debí delatarme gestualmente cuando Norberto G. me entregó su regalo (acaso tratando de ser consecuente y honesto conmigo mismo), porque él también se delató con el suyo.

Debo haberlo herido sin habérmelo propuesto ni deseado.

(Así es la vida, también, llena de heridas hechas sin querer.)

*

Recuerdo que aquella vez me atraganté muy temprano con Corazón tan blanco, apenas en las primeras páginas, con párrafos como este:

«Eso fue hace mucho tiempo, cuando yo aún no había nacido ni tenía la menor posibilidad de nacer, es más, sólo a partir de entonces tuve la posibilidad de nacer.»

¿Economía de medios?

¿Le dice eso algo a alguien?

¿Importa (algo)?

*

Lo recuerdo ahora que recorro la costa croata: una sucesión de viviendas modernas y antiguas, edificios por terminar junto a otros olvidados, terrenos baldíos, veredas destrozadas o solo parcialmente construidas, como si se hubiera terminado el dinero que prestaba el banco.

Y siempre, otra vez, una nueva construcción, un nuevo inicio, un terreno que se vende.

Una metáfora de la Europa que se viene. La falta de continuidad, me digo, también tiene su encanto.

*

He intentado leer varias veces esta obra cumbre del celebrado Javier Marías.

Y me he vuelto a encontrar con una escritura circular, redundante, como enamorada de sí misma: acaso como en busca del tiempo perdido leyendo En busca del tiempo perdido, si alguien quiere entenderme.

Más que circular: una escritura espiral.

Más de teje-teje que de maneje, como si Marías no quisiera desmadejar sino hacer -más bien- más densa e impenetrable la madeja de letras que va creando.

*

Entonces llego a un pasaje (dios, ¡he llegado a la página 77 sin dormirme!) en el que el narrador detalla una conversación en la que está haciendo de intérprete y ya ha empezado a dejar de traducir y rellenar o alterar el contenido libremente.

Transcribo:

«Mientras iba traduciendo la larga reflexión de la alto cargo (me abstuve de verter ‘Hmm. Hmm.’ y empecé por[…]»

Esta parte me hizo recordar el famoso microrrelato de Monterroso:

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.»

Que el hombre apareció sobre la Tierra muchos millones de años después de la desaparición de los dinosaurios, es decir, que nunca coincidieron, no sé si sea algo que interese a los lectores de Monterroso.

Pero, ¿qué descerebrado puede pasarle por alto a Marías eso de «me abstuve de verter ‘Hmm. Hmm.’»?

¿Quién con un par de gramos en el cerebro?

¿O puede decirme Marías, cómo se traduce ‘Hmm.Hmm.’ a nuestro idioma?

Mi propuesta: Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.

*

Leyendo, mejor dicho, esforzándome por leer a Marías (debe tener su encanto, como tiene el ponerse a contemplar a una abuela de las de antes tejiendo sentada a la vera del camino que es su calle de pueblo, sino no habría recibido tantos premios y reconocimientos literarios), tuve que pensar en Isabel Allende.

Porque Marías también tuvo un gran éxito comercial en Alemania.

Y en el caso de doña Isabel, la traducción mejoró (si me permiten la sinvergüencería) su obra.

(¿Por qué no? Uno siempre lee al traductor y no sabe cómo es la obra original.)

*

En el supermercado Konsum hacemos las compras y en la sección de carnes y embutidos, consigo hacerme entender.

La carne, que, por el precio, pensé que iba a ser uno de esos casos más de «dale, que lo importante es que sean proteínas», resulta excelente.

Después del almuerzo, vuelvo a Marías.

A sus frases largas, muchas veces larguísimas, otras veces más que largas: relargas, como si quisiera alargarlas por el puro placer de hacerlas más largas y regodearse en su largura, en esa condición de largas que solo las frases largas, etc.

*

Y tuve que pensar en Isabel Allende y su éxito en Alemania.

Porque las frases de Marías, tan largas que a veces es necesario releerlas para saber cuál era su objetivo o plan, o para no extraviarse en la nada (es posible saltárselas sin temor de estar perdiéndose algo fundamental o importante del relato), van muy bien con cierta facilidad del idioma alemán para formar frases subordinadas y relativas.

Abrazativas, se podría decir.

La especialidad de la casa. Y, también, de toda una pléyade (Pléiade) de pensadores germanos que muchas veces (debo imaginarme) ni a sí mismos se entendían y que acaso escribían para poder entenderse (lo conozco):

Una escritura tan circular y plena de recovecos y escollos en medio del camino, que solo recién cuando se la observa desde arriba y muy alto, uno se da cuenta de que se trata de una especie de laberinto circular.

Sospecho, por lo tanto, que a Borges le habría encantado Marías, pero no necesariamente por su escritura.

*

Termino El País y estas líneas con una lectura, precisamente, de su última página.

Y el texto me entusiasma tanto, que le ruego a mi esposa que me permita léerselo en voz alta.

Las mujeres, esas sentimentales, ya se sabe.

(Lo que menos se sabe -o se sabe y se mira para otro lado o no se dice- es que los hombres somos igual o peor de sentimentales.

Solo que hemos construido todo un mito femenino para protegernos detrás.)

*

Es un texto de Guadalupe Nettel (una escritora mexicana -poca adivinanza con ese nombre- y autora de El matrimonio de los peces rojos), con un título que me deja extrañado: Madelaine.

Con todo, concluyo la lectura (que empieza como una gran promesa narrativa, mejor aún: como una novela) asombrándome de la conclusión a la que llega Nettel (o la narradora, porque no sé si se trata de una ficción) después de comprobar que su hija no se ha ‘perdido’ por la mala influencia del padre.

*

Transcribo:

«Entonces empecé a hacer cuentas: la madre de Víctor, una mujer ordenada y de costumbres conservadoras, había sido a su vez hija de una cabaretera con un hombre casado. En lo que a mí respecta, debo la rebeldía de mi primera juventud a las reglas estrictas que siempre recibí en casa. Si quería que mi hija tuviera una vida estable y con estructuras, alejada del vicio y de la bohemia, nada podía venirle mejor que el contacto frecuente con su padre.»

Aparte de este inesperado final más bien flojo como tal (¿o el texto es de una serie que continúa?), uno se dice que si así fuera de fácil la vida, bastaría con hacer las cosas muy mal.

Entonces la siguiente generación sería -automáticamente- mejor, porque haría lo contrario.

*

Sonrío mientras esto escribo y contemplo a los paseantes desfilar por mi mesita frente a la playa.

La mayoría son de los países más cercanos (Eslovenia, Hungría, Polonia, Chequia: solo un par de italianos y alemanes entre ellos) y la mezcla de idiomas desconocidos me descoloca parcialmente.

Escribir; mientras otros se extasían simplemente con la contemplación del bello atardecer.

(La zona donde me encuentro está a oscuras porque el dueño ya cerró y los pasantes solo deben ver mi rostro iluminado por mi portátil en la oscuridad, como una especie de aparición fantasmagórica.)

O sea: extasiarse contemplando como otros se extasían.

Escribir, me repito, a solo un día de volver rumbo a Alemania:

Esa cojudez incurable.

Lo.

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HjorgeV 20-08-2013

ESA COJUDEZ INCURABLE: Impresiones croatas (I)

Nuestra camioneta empieza a sufrir para remontar una cuesta y pienso que mi esposa, la que conduce ahora de regreso a nuestro refugio veraniego, ha utilizado mal la caja de cambios.

Vamos siete personas en la camioneta. El novio de nuestra segunda hija nos esclarece: se ha jodido el disco de embrague.

Enseguida me quedo mirando a mi esposa.

-Tendremos que regresar a Colonia a 80 kilómetros por hora -anuncia ella al resto, con la serenidad de quien ha tenido cuatro hijos y dos son ahora señoritas alrededor de los 18.

-Mil cuatrocientos kilómetros -nos recuerda uno de nuestros hijos.

-Unas 20 horas de viaje con las pausas -calcula alguien más desde los asientos traseros.

-En la ida hicimos 22 -les recuerdo a todos, porque el viaje que inicialmente debía durar solo unas 16 horas, terminó extendiéndose casi 7 más por los continuos atascos y embotellamientos.

Por suerte, J., nuestro casero, nos consigue un mecánico que podrá resolver el problema.

*

A propósito de las casi 23 horas que nos ha tomado llegar desde nuestro pueblucho de las afueras de Colonia hasta este punto de la costa de Croacia:

Me sigue pareciendo una extraña y cruel paradoja que países europeos como Alemania y Francia, para poner solo dos ejemplos, no sean capaces de organizar el flujo vehicular en las temporadas vacacionales.

Como si se tratara de una sorpresa intempestiva cada año y las autoridades no supieran ni quisieran responsabilizarse de nada.

Y entonces los ves allí a todos:

Detrás del volante de sus automóviles, sufriendo encerrados como sardinas en lata, porque a veces solo puedes avanzar durante horas a la velocidad de un peatón por la carretera.

El futuro tendrá que ser futurista: con todo un ente capaz de controlar y dirigir el tráfico vehicular masivamente.

(Ahora tengo que acordarme de todos esos europeos que se burlaban del transporte a través de los Andes y las demoras e interrupciones por los huaycos.)

*

Estamos en Croacia, acabamos de visitar toda una región de la costa al sur de Split.

Después de una hora de avanzar como tortugas bajo el sol inclemente y a 35ºC, llegamos a una zona en la que se suceden paradisíacas playas, aguas de color turquesa y veraneantes que parecen ignorar los perniciosos efectos del sol sobre la piel.

Nos hemos alojado en Podstrana, a unos 11 kilómetros al sur de Split y a 300 metros de la playa. Los dos departamentos que ocupamos son del padre de una conocida nuestra.

Tuvo un negocio en Alemania y se pasa medio año en Croacia, su país de origen: de abril a octubre.

Y regresa, curiosamente, en la época más fría al país más frío.

Lo hace para poder ver y cuidar a sus nietos, me cuenta.

*

El día de excursión lo pasé mayormente leyendo a la sombra de unos árboles al pie de la playa.

Escogí de compañía No es país para viejos, una de las novelas que me he traído a estas vacaciones en Croacia.

Es la segunda o tercera vez que leo esta novela de Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933).

Que la leí una vez lo recuerdo (más el comienzo que el final).

Pero diversas marcas (arqueológicas) en las páginas parecen indicar que también lo hice una o dos veces más. Ya no lo sé.

*

Adquirí No es país para viejos por una recensión que leí.

Después: a) la carátula del libro (que es el cartel de la película homónima de los hermanos Cohen) jibarizó el libro a la mitad;

b) las letras diminutas de la edición de bolsillo que había comprado, a un cuarto.

Y, finalmente, c) la peculiar escritura de McCarthy dejó el resto en suspensión aérea.

Hasta que lo volví a coger ayer de las solapas y me enfrenté cara a cara con él.

Y me encontré con una genial escritura, una verdadera obra de arte.

*

Transcribo un diálogo, para hacer notar de paso la peculiar forma de McCarthy de presentarlos:

«El sheriff meneó la cabeza. Droga, dijo.

Droga.

Venden esta porquería a los colegiales.

Peor aún.

¿Y eso?

Los colegiales la compran.»

*

Otros párrafos que me hicieron sonreír en plena canícula:

«Tus ideas de empezar de nuevo. O las de otro. No se empieza de nuevo. Ese es el quid. Cada paso que das es para siempre. No puedes eliminarlo.»

«Tú piensas que cuando te despiertas por la mañana el ayer no cuenta. Pero es todo lo que cuenta realmente. ¿Qué más hay? Tu vida se compone de los días de que está compuesta. Nada más. Pensarías que puedes huir y cambiarte de nombre y qué sé yo qué más. Empezar de cero. Y luego un día te despiertas y miras al techo y ¿sabes quién es la que está en la cama?»

«Hay dos clases de personas que no hacen muchas preguntas. Unos son demasiado tontos y los otros no necesitan hacerlas.»

«Traté de ver las cosas con perspectiva pero a veces estás demasiado cerca.»

*

Que la industria cinematográfica coja una novela cualquiera y haga con ella lo que le dé la gana (con tal de hacer tintinear la caja), es algo que no necesito comentar.

Pero alguna vez tendría que ocurrir al revés, ¿no?

Que un escritor se atreva a hacer de una película cualquiera, de una que le haya gustado especialmente, la versión novelada.

Su revancha, por así decir.

¿O ya alguien lo hizo? ¿Quién?

«Me gusta la literatura, pero prefiero esperar a que salga la película», ya dijo alguien.

Pero que diga, mejor:

«Me gusta el cine, pero prefiero leer la novela.»

*

Entre los libros que también me he traído para leer o releer, está una novela de doña Agatha Christie.

Obviamente, cuando leemos una traducción de sus novelas no leemos a Christie.

Leemos al traductor, a su arte, su prosa, su capacidad para armar una nueva obra basándose en la original.

Y hay traductores que ponen más esfuerzo en el contenido que en la forma: los mejores, en los dos.

Y leemos una obra del traductor y nos gusta o no, independientemente de lo bueno o malo que sea el original.

*

A los dieciocho me leí de un tirón un par de docenas de novelas de Agatha Christie.

Un tío me había regalado un paquete de té de Ceilán (Sri Lanka) (un sabor que aún sigo buscando en mis viajes, sin haberlo vuelto a encontrar) y las infusiones me servían para acompañar las lecturas de las novelas que un amigo me prestaba.

Él, a su vez, se las prestaba de su hermano, un furibundo lector que solo buscaba repetir el placer obtenido con la lectura de El padrino y que, en su compulsión, leía de todo.

*

Ahora, muchísimos años después, vuelvo a leer una novela de doña Agatha y me quedo boquiabierto.

A pesar de reconocer el esfuerzo del traductor, me pregunto cómo diablos hice para leerme más de veinte de sus novelas, más o menos de golpe y sin chistar, por así decir.

La que ahora no he podido terminar es, me parece, flojísima de argumento.

Un relato que, si un médico le midiera la tensión, le recomendaría media docena de medicamentos (porque así son los médicos -por lo menos los alemanes- ahora) para normalizársela. Por lo menos.

¿Cómo lo hice?

¿Cómo hice para leerme tantos flojos argumentos entonces?

(¿O he tenido mala suerte con mi elección?)

*

Entre los libros que me he traído hay uno de relatos del escritor catalán Sergi Pàmies (París, 1960).

Este sí ha vuelto a sorprenderme gratamente.

Si te comes un limón sin hacer muecas es uno de esos libros que se vuelven a releer con gusto.

Sería injusto, además de impreciso, decir que el prólogo (de nadie menos que Enrique Vila-Matas) es lo mejor de este conjunto de relatos.

Y es que bien podría serlo, a modo de una parodia.

(De hecho, al final del prólogo, Vila-Matas insinúa ser él mismo un cuento de Pàmies.)

*

Con todo: el prólogo es más que generoso.

Transcribo:

«Vas y compras Si te comes un limón sin hacer muecas, y crees que es un libro de pocas páginas. […] Y al final acabas comprendiendo que Pàmies te ha vendido como breve lo que en realidad es un libro interminable, infinito»

¿Qué mejor elogio?

Personalmente, ahora que lo he releído con la distancia que da una primera lectura lejana en el tiempo, he tenido (tal vez) la mala suerte de notarle demasiado las costuras y los errores.

Algunos relatos pecan de sosos, y, la mayoría, de una mala terminación: con el sabor de cansancio, ese de no saber cómo diablos terminar mejor, algo que se había empezado muy bien.

*

No quiero ser injusto, porque es un placer leer a Pàmies:

Esa mayoría de relatos tienen tan magnífico inicio que habría sido toda una epopeya literaria mantener ese grado de excelencia hasta el final.

Pongo un ejemplo: el inicio de La otra vida, el relato que abre el conjunto:

«Tuve que morir para saber si me querían.»

Monterroso lo habría dejado así, en esa única línea.

No habría añadido más.

.

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Continúa…

Hjorge 18-08-2013 

CRONOS Y LA NUEVA LIBERTAD

¿Tenemos la vida que merecemos?

¿O somos, por el contrario, solo simples fichas del Gran Dado, vale decir (escoja usted, lector@): del destino, de algún dios o de lo que prefiero llamar simplemente Cronos?

¿Se puede escoger la vida que uno quisiera llevar?

¿O solo hasta cierto punto?

¿Hasta cuál?

Quiero ser tal cosa, estudiar tal profesión, trabajar en esto o aquello, viajar a tal ciudad o país, establecerme aquí o en aquel lugar.

Nuestros sueños y deseos van más allá:

Nos imaginamos un modelo concreto de familia y y toda una forma de vivir.

(Últimamente, además, de vestir y calzar, de consumir en general: los medios han conseguido hacernos depender ‘drogadictamente’ de sus productos cada minuto de nuestras existencias.)

¿Podemos influir en el escenario llamado vida y llegar a cumplir nuestros sueños, nuestras metas?

¿O somos simples muñequitos de Cronos, ese gran timbero compulsivo e irreductible?

(¿Y qué fue de los sueños colectivos, comunitarios?)

Se suele partir, por lo menos en lo que llamamos nuestra cultura, de que cada quien es el dueño de su destino.

(Llamemos occidental a nuestra cultura; por decir algo: aquella en la que rige una mezcla de principios -impuestos mayormente por cierta gran maquinaria propagandística ideológica- tales como ‘libertad’ y ‘democracia’, y revueltos con una serie de aún más maleables y nebulosos conceptos e ideales religiosos como ‘no pecar’ y ‘hacer el bien’.)

Sin embargo, si consideramos que en España (por poner un solo ejemplo), solo muy pocos jóvenes pueden trabajar en lo que han estudiado a pesar de haber terminado sus estudios universitarios y profesionales, con buenas notas incluso.

Cada vez debería estar entonces más claro que la libertad en la vida es como la libertad en el mercado, para recordar las palabras de un español, justamente, del escritor y economista José Luis Sampedro (Barcelona, 1917-Madrid, 2013), fallecido este año:

«Dicen que el mercado es la libertad, pero a mí me gustaría saber qué libertad tiene en el mercado quien va sin un céntimo. Cuando se habla de la libertad hay que preguntarse inmediatamente: ¿la libertad de quién?»

Resulta interesante notar que con la actual crisis europea, también han entrado en crisis (o deberían hacerlo, pero les cuesta: puesto que a los guías no se los cuestiona, mejor dicho, no les gusta ser cuestionados) toda una serie de esqueletos arquitectónicos que constituyen la infraestructura social: conceptos fundamentales como educación, sociedad, bienestar, cultura.

Además del concepto principal: la vida misma.

¿Cómo debe(ría) ser nuestra vida?

Si antes la escuela -y las universidades- eran considerados los templos sagrados del saber.

Y estos no tenían otra función que «servir» a la sociedad.

Hoy nos hemos dado con que esos templos no sirven para nada.

O para muy poco.

Y que, por el contrario, la gran industria se sirve de ellos para sus grandes deseos compulsivos de acumulación de capital.

Ahí está el ejemplo de España, repito.

Decenas de miles de profesionales formados, brillantemente en muchos casos, solo para aumentar las filas del desempleo.

La situación es grave, porque estamos gobernados por por personas que a su vez fueron formadas y crecieron con toda esa serie de principios, creencias y convicciones que ahora no parecen servir para nada.

¿Llamamos a un mecánico de autos cuando se nos ha descompuesto la refrigeradora o al médico cuando falla el televisor?

Sin embargo en esas estamos.

Todo es más complejo porque los gobernantes nos hicieron creer que la ciencia y la tecnología nos servían para progresar. Y les regalamos ciegamente nuestros esfuerzos.

Hasta que llegaron los verdaderos jugadores globales (las grandes transnacionales, la gran banca y los apostadores de los grandes dineros de otros, incluso estatales) y nos dejaron las cosas claras:

La ciencia y la tecnología están para vender más.

Y los gobernantes, alentados por los vendedores de muletas que les insistían que había que amputar (Eneko dixit), ¿qué hicieron?

Amputaron.

¿Llegaremos a tomar conciencia de que esta crisis podría servir también para reorientarnos?

¿O dejaremos que nos sigan inyectando a diario la idea de que el único objetivo de la vida -el supremo- es ganar mucho dinero?

Acabo de leer en un artículo de Antonio Muñoz Molina una frase muy cierta que me ha hecho pensar en todo esto:

«Uno de los misterios más difíciles de explicar del siglo XX sigue siendo la mezcla de voluntariosa credulidad y de abrumadora propaganda que convirtió en un modelo universal de emancipación humana, de justicia social y desarrollo económico un régimen tan tiránico e incompetente como el de la Unión Soviética.»

Muy cierta, pero también -pienso- muy aplicable al momento actual.

Porque tal vez recién en unos cincuenta años nos daremos cuenta de que a la frase anterior (como en una ecuación matemática) bastaba reemplazar Mercado Libre (o Capitalismo Ideológico) por Unión Soviética para obtener la fórmula del caos actual.

La Red ha resultado ser más venenosa en ese sentido (propagandístico) que la televisión.

No es necesario que te descuides (ni siquiera que te des cuenta) para que Internet te persiga durante meses (hasta en tus emilios y demás mensajes) con el único objetivo de convencerte de que el automóvil que tienes, los muebles, los zapatos, tu ropa y hasta tus vacaciones son simple estiércol de vaca.

Y que tienes que ganar mucho dinero para comprarte otros.

La Nueva Libertad y el Nuevo Credo consisten en solo eso.

(A Cronos no le importa.

Su función es seguir lanzando los dados todo el tiempo -su tiempo- y en eso él -dios laborioso- no ha bajado un solo momento la guardia.)

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HjorgeV 11-08-2013

«PRETÉRITO, COMO TODO TIEMPO HUMANO» (Canción)

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Tiempo pretérito, 

como todo tiempo humano

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Abrir por ti un hueco en el cielo

para ver qué existe al otro

lado del universo

.

¿Magia?

Tu mirada cuando me haces

creer que el mundo acaba de nacer

porque me has mirado

.

O cuando te vas sin despedirte y

pienso que te has llevado el

día con sus meses

y sus mares

.

Qué decirle a la pirótica,

a la mancurdia madosa

al confiético cuando rencusta

su perdónimo

y todo se descortonuza por la denura varma

 

Reverenda alcurnia la del herrero

confundiendo su retama con mi Ítaca

apurando tu futuro a

grandes golpes de

remo por los ríos de la gran ciudad

.

Por eso:

Salir a buscarte dentro de un

solo hueso mío:

.

honrando la vida

como solo puede honrar al simple pan

un pobre de

verdad

.

Tiempo pretérito, como todo

tiempo humano 

.

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HjorgeV 02-08-2013