TÓCALA OTRA VEZ, SAM

Su verdadero título tendría que haber sido Everybody comes to Rick’s (algo así como ‘Todos van al Rick’s’, aunque el verbo ‘to come’ es en realidad ‘venir’), título de la obra de teatro homónima que nunca fue estrenada.

Terminó llamándose Casablanca, porque una película titulada Argel, y estrenada pocos años atrás, en 1938, había sido un éxito comercial.

La obra de teatro original se tradujo al castellano como Todos vienen al Café de Rick (que tampoco era un café sino una especie de club nocturno).

(Con lo cual, 20.000 dólares, la suma que se pagó por ella, ¿sigue siendo? la más alta pagada por una obra teatral nunca estrenada.)

He llegado a todo esto tratando de aprender el tema principal de Casablanca:

As time goes by, un tema musicalmente interesantísimo aunque de difícil vocalización, a pesar de su relativa sencillez.

Es famoso porque existe una frase asociada a él y a la película, pero que, en realidad, nunca es pronunciada a lo largo de todo el filme: «Play it again, Sam». Tócala otra vez, Sam, en castellano.

Complicada me ha resultado, además, la traducción de su letra.

¿Cómo traducir el inicio de la canción?

You must remember this

A kiss is still (just) a kiss, a sigh ist just a sigh

The fundamental things apply

As time goes by

La propuesta que canta Ibrahim Ferrer a dúo con Omara Portuondo me decepciona:

No debes olvidar
Besar siempre es besar, igual que suspirar
En lo fundamental será
Que el tiempo va

Me he sentido tentado de dar por buena la siguiente propuesta:

Tienes que recordarlo

Un beso sigue siendo un beso, un suspiro es solo un suspiro

Las cosas fundamentales se aplican

conforme pasa el tiempo

Con “se aplican” en el sentido de que entran en vigor, valen, se emplean o ponen en práctica “conforme pasa el tiempo”.

Sin embargo, no me deja contento.

Para contrastar ideas, acudo a la traducción hecha al alemán del mismo inicio y me sorprendo de la segunda parte:

Die grundlegenden Dinge bleiben,

während die Zeit vergeht.

Que significa: «Las cosas fundamentales permanecen, mientras, el tiempo, pasa»

¿Por qué tanta discrepancia en las traducciones?

Porque se trata, obviamente, de un concepto con varias interpretaciones.

Una posible:

Lo fundamental entra en vigor con el paso del tiempo.

Es decir: el paso del tiempo hace ver que lo fundamental es lo que verdaderamente vale.

«Las cosas más fundamentales, se notan con el paso del tiempo», sería entonces mi siguiente propuesta. Pero se me ocurren otras:

Las cosas fundamentales no las remueve el tiempo.

Las cosas fundamentales se imponen al (paso del) tiempo.

Las cosas fundamentales, básicas, son las que terminan aplicándose. Es lo que queda demostrado al pasar el tiempo.

Otro intento:

El tiempo se encarga de demostrar que las cosas elementales son las que verdaderamente valen en la vida.

Otro más:

Un beso no deja de ser un beso, ni un suspiro un simple suspiro

Lo elemental es lo que se impone con el paso del tiempo

As time goes by, composición de 1931 de Herman Hupfeld (nombre alemanes ambos) para el musical de Broadway Everybody’s Welcome, tiene una primera parte que hace referencia a Einstein y que apenas se conoce.

Esa introducción no es cantada en la película ni en sus versiones más conocidas (la de Sinatra, por ejemplo).

(Aquí la versión completa por Audra McDonald.)

Justamente esa primera parte aclara todo lo de arriba. Veámosla:

This day and age we’re living in
Gives cause for apprehension
With speed and new invention
And things like fourth dimension.

Yet we get a trifle weary
With Mr. Einstein’s theory.
So we must get down to earth at times
Relax relieve the tension

And no matter what the progress
Or what may yet be proved
The simple facts of life are such
They cannot be removed

Traduzco sólo la última estrofa:

Y no importa lo que el progreso

o lo que todavía pueda probarse (demuestren)

Los hechos simples de la vida (son tales

que) no se pueden alterar

Y entonces ahora sí encaja el resto, la continuación:

Un beso sigue siendo un beso, un suspiro un simple suspiro

Lo esencial (básico, elemental, fundamental) se impone

con el paso del tiempo

.

.

Continúa…

HjorgeV 29-04-2010

APUNTES 3

I

Oh, domingo. Domingo de resurrección, de pascua, de carnaval. Tantos nombres de domingos. Domingo de descanso obligado, de ajetreos familiares. Domingo de resacas impostergables.

He escuchado -aprendiendo- durante horas (y alternándolo con la lectura de una novela y el trabajo de familia, que no debería llamarse trabajo) dos canciones con el embeleso de quien ha descubierto la música por primera vez en su vida.

Una, The shadow of your smile, cantada a dueto por dos personajes dificultosamente asociables (por la diferencia de edad, estilos y procedencias): Tony Bennett -uno de los últimos crooners vivos- y el colombiano Juanes.

La otra, As time goes by (1931), famosa por la película Casablanca (1942).

Como la conexión a la Red no funciona bien desde hace días en este pueblucho de los arrabales de Colonia, me he pasado horas escuchando con atención las dos canciones desde su comienzo  hasta donde se detenía la transmisión desde Youtube.

Así he podido apreciar -gozándolos- detalles de la orquestación y de la armonía de ambas, de paso que aprendía las melodías y las letras.

II

He visto a mis dos hijos menores jugar en el jardín y lo he hecho con la fascinación de quien no es padre y añora serlo.

Con un dolor extraño he contemplado también como mis dos hijas mayores -casi señoritas- cada vez se desprenden más de la rutina familiar.

Luego, el cuento que habían escogido J. y A. como lectura de buenas noches resultó ser sobre dos tipos de conejos: los de campo y los de una granja.

Los primeros no conocían a su padre y vivían separados entre sí para poder enfrentarse mejor a los peligros de la naturaleza.

III

Contemplar la vida me está causando cierta extrañeza melancólica en estos días.

Y eso, a pesar de varios golpes de suerte y de que se me acaba de cumplir (el inicio de) un sueño: he vuelto a cantar en público después de más de tres años sin hacerlo.

La pianista rusa que me acompaña estuvo más nerviosa que yo en nuestra primera presentación.

Pero lo pasamos bien. Por lo menos yo me divertí. (Solo sudé frío cuando me equivoqué al pasarle equivocadamente el tono de una canción y tuve que interrumpir esta al darme cuenta de que no alcanzaría las notas más altas. El público colonés, muy educado, hizo como si no lo hubiera notado. Antes me había pasado varios años cantando casi a diario, de tal manera que me sentí cómodo rápidamente.)

(Al llegar al lugar de la actuación, me sentí como en París por el gran número de terrazas de restaurantes y bares repletas de público ansioso de cargarse de luz solar.)

Mi lista de temas a cantar (y aprender) va por el guarismo 156.

Como llevamos ensayadas unas 30 canciones en dos meses, espero que para fin de año hayamos revisado todos los temas.

El sueño es básico, elemental como la escritura de una cifra absurda: dominar el repertorio de un crooner moderno.

Como soñar no cuesta nada, de paso, revisaré varios idiomas que tenía bastante descuidados.

La idea es que la música me sirva de equilibrio mental en estos meses que se vienen de duro trabajo.

Lo que obtenga con este desquiciado proyecto -aparte del placer de cantar- será secundario.

IV

Acabo de comunicarle a mi madre que podré invitarla a pasar un par de meses aquí en Alemania y he podido sentir en su voz por el teléfono cierta preocupación.

Como diciéndome que ya no es la más joven.

Luego hablé con mi tía más anciana y por primera vez en muchísimos años noté debilidad en su voz.

IV

Terminé la novela de Roberto Ampuero que avanzaba a rachas, más por curiosidad que por nada.

El chileno acaba de presentar su último libro en Colonia y debo imaginar que se encuentra de gira promocional por el resto de Yérmani.

Estoy seguro de que la traducción al alemán ha dado un mejor libro. Más mesurado, menos barroco.

Me cuesta decirlo (porque nadie tiene derecho a desdecir ni menospreciar el trabajo de otros), pero su novela Boleros en La Habana me ha parecido a ratos un buen compendio de cómo no se debe escribir una novela.

Mejor dicho, de los errores que hay que evitar a toda costa.

V

Veo a mis hijas adolescentes preocupadas por su aspecto, pensando como un consumista cualquiera más.

Por concentrarme en trabajar, en ganar dinero para mantener mi familia, ¿descuidé la educación familiar?

VI

Saudade. Nostalgia. ¿Nostalgia del futuro, de un presente que se escapa continuamente entre las manos? Nostalgia simple.

Melancolía es como un baño de vapor oscuro que me atraviesa el cuerpo.

Anoche he bailado, reído, entretenido y mantenido durante largas horas una buena sonrisa. Profesional.

Hoy apenas puedo salir del hoyo, del túnel, del pozo.

Me duele hasta el lugar donde no estoy.

Pero puedo percibir ese lugar como un contorno (nunca quieto) mío.

Como un hijo que se ha ido demasiado temprano y anda rondando mi memoria.

.

.

HjorgeV 25-04-2010

APUNTES 2

I.

¿Cuál es la magia de la escritura, del oficio o actividad de escribir?

Reconozco varias facetas:

La del que escribe para vivir (el sueño de todo poeta).

La del que vive para escribir (profesionales mal pagados de la escritura, por lo general, condenados a escribir por encargo y para alimentarse, sumergiéndose aún en aquello que no les interesa un pepino y hasta les disgusta).

La del que ve en los libros (textos) una de las -pocas- buenas razones para catalogar a la vida como verdaderamente valiosa y entretenida (lectores como el que esto escribe: que pueden ser felices y viajar con una buena lectura).

La del que usa la escritura para ser ‘escuchado’ (gente que encuentra en la escritura el medio para decir lo que de otra manera no podría soltar o nadie quiere o puede escuchar; o gente que usa la escritura para soltar el torrente que, de otro modo, lo agobiaría por dentro de no soltarlo).

La del que usa la escritura como simple trampolín para su gran ego (Juan Cruz lo ha plasmado así: «La literatura es el ego escrito.»). (Bien podía haber sido otra actividad para esa persona.)

La del que usa el tinglado escritor-libros-lectores para hacerse notar, empinarse y gritar como un niño temeroso de ser olvidado: “¡Yo también existo!”

La del que en la escritura y la lectura ve/encuentra la posibilidad de adentrarse, sumergirse (aunque solo sea para salir embarrado del fondo) en el misterio de la vida: con todas sus contradicciones y paradojas, con sus maravillas y terrores, limitaciones y excesos, bondades y maldades, momentos de luz, de penumbra y de oscuridad absoluta.

-Últimamente tengo la impresión de que existen más escritores que lectores -me dijo I. la última vez que nos vimos en un restaurante de Colonia, vecino a la Plaza Rudolf.

-Es por el efecto de la Red -se me ocurrió comentar.

II.

Por razones de trabajo tuve que pasar por la casa de quien -a juzgar por el número de propiedades que posee- debe ser el personaje más rico de este pueblo.

Se trata de un octogenario, quien, a pesar de sus manifiestas aunque no graves dificultades para moverse, muestra un vigor y una actitud propios de una persona mucho menor.

Vive con su segunda esposa en un remedo de una antigua aldea alemana, pero en miniatura, por así decirlo: tres o cuatro construcciones agrupadas con estudiado desconcierto alrededor de un patio al cual no le falta su fuente de agua, centro vital de toda antigua agrupación humana.

Una de las construcciones acoge la oficina desde la que administra sus propiedades. Tuve que acudir allí para firmar un documento.

Me encontré al señor Ratón (esa es la traducción literal de su nombre) en el patio al salir de la oficina y me saludó con la habitual mezcla de familiaridad y respeto que ha mostrado conmigo desde nuestro primer encuentro.

Ignoro las razones de su deferente trato, pero qué bien que cae en un país que se está volviendo tan poco respetuoso para con sus inmigrantes.

II.

En la velada pasada con I. en el restaurante C. pregunté por N.

-Creo que ha empezado a detestar a la especie humana -me informó I. (La próxima vez le diré que se ha vuelto mi informante.)

Entre carcajadas, reconocimos que no le faltaban razón ni motivos.

-De ser consecuente, pronto se dará cuenta de que él también pertenece a esa misma especie y terminará detestándose -añadió I.

-O empezó consigo mismo -quise decir, pero callé porque la sorna me pareció demasiado pesada.

Igual, salpimentamos el asunto con unas largas carcajadas.

Carcajadas que ahora se me antojan animalitos saltando de nuestras bocas como alimañas. Como seres especial y verdaderamente peligrosos.

III

Así como ciertos jóvenes (y no tan jóvenes) gustan de (y consiguen) impresionar al sexo opuesto con un automóvil o ciertos símbolos externos de riqueza, otros personajes tienen sus particulares cebos o carnadas para el mismo fin.

En la misma velada recordamos a E.L.E., un peruano al que se le va la vida por llamarse y ser llamado y conocido como Escritor. (Así, con mayúscula inicial, me imagino, debe gustarle más.)

E.L.E. ha publicado varias novelas y libros con sus relatos.

De tal manera que no tendría por qué hacer malabares para ser conocido como tal. (Ser reconocido como escritor, ya es tinta de otro cartucho.)

Sin embargo, E.L.E. los hace: se contorsiona, salta y dispara luces de bengala, se aplaude y se recomienda a sí mismo para que todo el mundo sepa que es un ESCRITOR.

Y de los buenos y geniales, se entiende.

IV.

Ya que estábamos en lo de cebos y carnadas (aunque también podríamos haber estado en la sección plumas y abalorios), mencioné el caso de otro conocido.

Ahora que posee su título de doctor, parece haber empezado a usarlo hasta para presentarse a los amiguitos de su pequeño hijo de cinco años.

V.

Recuerdo una reunión de ‘intelectuales’ en el Barranco limeño de mediados de los ochenta.

Entonces en Barranco no existían las calles enteras dedicadas a la farra juvenil y a la bohemia ni el movimiento turístico y comercial que existe ahora.

El Puente de los Suspiros era entonces un puente a punto de caerse y por el que daba miedo cruzar al otro lado de la herida de la pequeña quebrada, Chabuca Granda dixit.

(Allí di y recibí -justamente entre suspiros- mis primeros besos adolescentes.) (Con un oído y un ojo atentos por si empezaba a resquebrajarse su estructura.)

Barranco era entonces apenas un barrio olvidado de Lima: con sus viejas y destartaladas casonas, parques descuidados y alamedas que hablaban de un pasado ‘grandioso’: el de haber sido el balneario de los ricos limeños de hacía cien años y más. De los limeños de la época del auge del guano y los metales y de la fiebre del caucho (1879-1912).

En esa reunión me presentaron a una joven alemana (que después resultó no ser tan joven: me la encontré de pura casualidad diez años más tarde acá en Alemania y me di cuenta de que ya debía andar por los 50 y no por los treintitantos que había supuesto).

Una de sus primeras preguntas fue la siguiente:

-¿Tú eres poeta?

Quise decirle que acababa de ganar los tres primeros puestos de un concurso universitario de poesía, pero me di cuenta de que no me iba a atrever a decírselo, además de que eso no resolvía su pregunta.

(Había llevado bien escondida mi afición por la poesía desde la época del colegio. Mis cuadernos los escondía entre los intersticios de los ladrillos de una pared de la azotea, sin saber que así los inmolaba a la inmisericorde humedad limeña.)

(Y no eran moco de pavo esos tres primeros puestos, sobre todo teniendo en cuenta que uno de los jurados había sido el finado Washington Delgado, uno de los poetas peruanos más importantes, y, otro, Abelardo Oquendo, conocido editor y crítico literario de mi país.)

Recuerdo el desconcierto que me causó la pregunta.

¿Era yo un poeta?

Me gustaba la poesía, escribía desde los doce años, oscuros, aguerridos, melancólicos, tristísimos ‘versos’ de amor; había ganado otro concurso y terminado segundo en uno más.

Pero, todo eso, ¿me permitía llamarme ‘poeta’?

¿Qué es ser poeta?

Sigo sin saberlo. (Lo cual es un alivio a la hora de escribir.)

Decidí responderle con una verdad evasiva:

-Soy estudiante de Matemáticas.

Entonces la alemana se transformó. Y noté, también, que me había convertido en invisible.

Sentí que a través de mi cuerpo empezaba a concentrarse en escrutar al resto de los jóvenes presentes.

Entre ellos buscaba a su poeta.

.

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HjorgeV 24-04-2010

¿Y EL TRIUNFO DE LA PÁGINA EN BLANCO?

CÓDIGOS PENALES

En el último Babelia leo una ponencia interesante: La derrota de la página en blanco.

De arranque, me divierto con las palabras de la mexicana Elena Poniatowska de quien conozco solo un par de textos cortos. Dice ella:

«Es más fácil poner un huevo que escribir. Escribir me cuesta un huevo y la mitad de otro. Bueno, como si yo tuviera huevos. »

Esther Tusquets -quien aún siendo editora se ha quejado de que antes se hablaba de literatura y ahora de mercado del libro- se queda corta al redundar en algo obvio: «La última página puede generar tantos problemas e inseguridades como la primera.»

Cada página, qué digo: ¡cada línea, cada palabra, puede generar lo mismo!

El vasco Bernardo Atxaga plantea su principal consejo centrándose en lo que él llama Código Penal, aquel reglamento que el escritor activa desde las primeras líneas al imponerse a sí mismo reglas que se derivan de las decisiones (conscientes o no) que toma al empezar a escribir.

Esto es interesante, porque creo que una de las cosas que más le fallan a muchos textos es la falta de consistencia o coherencia.

Con esto del Código Penal, no se trata solo de que exista coherencia en las características de un personaje y en el desarrollo lógico de la trama, también atañe al estilo y la voz narradora.

La voz que narra también debe guardar sus sutiles consistencias.

Existen obras enteras sustentadas en la sutileza y la fineza de la voz narradora, así como existen otras que solo se sustentan del devenir de las acciones que se relatan.

Juan Gelman, premio Cervantes del 2007, resume su consejo magistralmente:

«Escribir poesía es abrirse camino en uno mismo.»

Gelman recuerda también las palabras de la poeta rusa Marina Tsvetáieva:

«El poeta no vive para escribir, escribe para vivir.»

Santiago Gamboa da a los novelistas un consejo que es como una granada (activada) en las manos:

«Conviene, al inicio, imaginar una novela descomunal, pues la escritura es un proceso de pérdida: se sueña con una catedral y al final se logra una iglesia de provincia.»

El peligro de proceder así, estaría -claro- en quedar atrapado en el laberinto que nos ha tendido nuestra propia ambición creativa.

Matilde Asensi, por su parte, generaliza -innecesariamente a mi entender- lo que debe haber sido su propia experiencia personal y se refiere a un tipo especial y concreto de escritor, aquel que va tramando mentalmente su historia incluso durante años antes de sentarse a escribir.

Opino que esto contradice la experiencia de la mayoría de autores: se escribe lo que se puede, no -necesariamente- lo que se quiere.

Personalmente, aprecio un libro de Ray Bradbury –Zen en el arte de escribir– sobre cómo escribir sin un plan preconcebido, haciéndolo simplemente a partir de una idea, de una situación o de un personaje, dejándose llevar luego por la voz intuitiva que todo escritor lleva dentro de sí.

Obviamente, tiene que existir esa voz que muchos se pasan la vida buscando en vano y en otros parece brotar como un manantial sin freno.

Sin garantía de éxito en ambos casos, cabe agregar.

A lo que apela Bradbury, en todo caso, es al trabajo del subconsciente, más valioso para él que el trabajo de creación consciente.

Su mayor enseñanza: a escribir se aprende solo escribiendo.

Continuando con la encuesta, el inefable Fogwill cita a Mallarmé después de lanzarse con un aserto:

«El de la página en blanco es un lugar común tributario de la mitología del artista, su padecer, sus sacrificios.»

Con su habitual majadería, el argentino concluye, refiriéndose al francés:

«Su consejo a los que temen a la página en blanco es enfrentar a la tormenta, naufragar y perderse hasta poder «atender-entender» el canto de los marineros. Tenemos la cabeza llena de cantos de marineros, campesinos, soldados y maestros de la lengua: escuchémoslos y dejémonos de mariconerías domésticas como los triviales ritos del escritor que cree temer a la hoja en blanco cuando lo acosa una deplorable blancura mental.»

Esto último -lo de la blancura mental- es de antología. Y una buena burla de las poses de ciertos autores fatuos.

Pérez Reverte hace recordar algo que los demás consejeros apenas han mencionado: la constancia y la dedicación en el trabajo del escritor.

Sus palabras:

«Escribir no es tanto cuestión de talento como de constancia. El trabajo, la dedicación y las lecturas son el camino más directo para tener éxito en la creación literaria.»

Ojo, escritores o aspirantes a escritores.

Pérez dice “éxito en la creación literaria”, no éxito en las ventas.

(Ni siquiera éxito en la publicación.)

Gamoneda, poeta español ganador del Cervantes en el 2006, se refocila más en retratar su caso particular como poeta que en dar algún consejo para derrotar a la página en blanco.

Por lo menos dice lo que, en su opinión, se debería evitar:

«Lo que no se debe hacer, sin que esto sea una ley de aplicación general, es crear un proyecto, programar, crear unas metas o significaciones previas con fines de escritura poética.»

Doña Ángeles Mastretta se permite un feo paso (en) falso:

Atribuye a Cortázar una cita del uruguayo Horacio Quiroga, el décimo término de su Decálogo del perfecto cuentisa:

«No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno.»

Gumucio es original en su propuesta:

«¿Aprender a ser escritor? Ser escritor es ser por escrito, ser más intensamente, más completamente por escrito que por cualquier otro medio. (…) Las materias que se necesitan aprobar son justamente las que no se enseñan en la universidad, pero las que se imparten en cualquier otra parte: la valentía, la honestidad, el descaro, la oportunidad, la lucidez, la gracia.»

Ramiro Pinilla se explaya de forma valiosa:

«Un buen sueño siempre merece la pena. Pero habrá que mantenerlo limpio. No conviene, desde un principio, pretender vivir de la literatura: es peligroso para el sueño. Nunca viví de ella, siempre tuve un par de empleos. ¿A qué viene este consejo? ¿Os suena la palabra libertad? Y luego, disciplina.»

Libertad y disciplina. Chúpense esa(s), como quien dice.

Pinilla también se refiere a la dificultad o incapacidad del escritor para plasmar algo que puede haberle parecido claro en la mente, como pensamiento, pero que, luego, expresado en palabras, resulta ser solo una sombra o un sucedáneo de esa entelequia. Lo expresa así:

«Nunca reneguéis de los insomnios, a los que suele acudir la imaginación. Un texto, una narración, nunca es lo suficientemente buena. Siempre pudo estar mejor. Te pueden alabar mucho una historia, pero tú sabes que lo hacen porque ignoran lo que tenías en la cabeza y no halló la forma perfecta. De mis novelas y cuentos sólo pequeñas partes alcanzaron la feliz conjunción fondo/forma que creía ver, no alcancé el sueño.»

Justamente, de la imposibilidad de alcanzar siempre ese sueño deviene la importancia del perseverar.

Los consejos de Andrés Neuman, el hispano argentino ganador reciente del Premio de la Crítica y del Alfaguara del año pasado, han resultado bastante oscuros para este bitacorero.

Los reproduzco, para que nadie vaya a creerme malintencionado con mi opinión:

«Aristócratas y pedagogos. ¿Se puede enseñar a escribir?, ¿hay unas reglas mínimas? Herméticos y aristócratas necesitan pensar que no. A pragmáticos y pedagogos les conviene pensar que sí. ¿Se puede ser un aristócrata pedagógico? Ay. No se debe… 1. No se debe escribir en estado de ebriedad o enajenación por estupefacientes. 2. No se debe escribir novelas universitarias. 3. No se debe creer que hay cosas que se deben hacer. Sí se debe… 1. Se debe escribir sobre el estado de ebriedad o enajenación por estupefacientes. 2. Se debe escribir novelas universitarias, si no hay más remedio. 3. Se debe creer lo que digan los personajes.»

El consejo de Marcos Giralt:

«…no creer en la inspiración sino en el trabajo; saber que éste empieza antes de ponernos a escribir, en la mirada, y que por eso hay que entrenar la pluma tanto como los ojos con los que vemos el mundo»

Debo anotar que ninguno de los expositores o consejeros ha hablado de leer también a los que escriben mal, puesto que de ellos también se aprende mucho: qué errores evitar.

Por otra parte, creo que no se debería despreciar el efecto (mental) que hace el lector sobre su propia lectura: el cómo sus prejuicios, sus expectativas y sus propios deseos respecto a la historia que está leyendo influye en esta, casi como si el lector mismo la reescribiera al leerla.

Eso explica, por ejemplo, por qué cada nueva lectura de un libro nos descubre nuevas cosas, un nuevo libro, a veces.

¿Por qué menciono esto?

Por la importancia del perseverar.

Muchas veces nos rendimos ante la (engañosa) perspectiva de completar algo que creemos demasiado imperfecto y que tal vez en los ojos del lector no lo es.

Y ya que se habla de la derrota de la página en blanco, de cómo derrotarla, ¿cuánto le debemos al triunfo de la página en blanco?

Es decir, ¿de cuántos malos textos nos hemos salvado solo por la manía de confundir la página en blanco con la ‘blancura mental’?

¿Han notado, de paso, que todos los consejos provienen de escritores con éxito comercial, es decir, conocidos y famosos?

Creo que muchas veces se confunden los consejos para escribir con aquellos para tener éxito comercial.

Termino repitiendo una paradoja ya conocida.

Se recomienda leer a los clásicos, pero Cervantes no podía haber leído el Quijote.

Ni a los demás autores que ahora conocemos como clásicos.

.

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HjorgeV 21-04-2010

ETERNIDAD DEL MOMENTO EFÍMERO

I

Ocho de la mañana. Domingo. Despierto porque nuestro hijo menor acaba de decir: «Tengo hambre». Desde el entresueño percibo una mañana especialmente luminosa y creo reconocer varios tipos de aves (que desconozco) por sus diferentes cantos.

II

Pasamos una velada agradable anoche, cenando con I.

Al salir del C. (el restaurante que visitamos, del cual espero que no baje de calidad ahora que ha cambiado de dueño), observo una escena insólita que me hizo recordar una antigua amiga y novia común: un hombre y una mujer caminan abrazados como una pareja cualquiera más. Una segunda mujer va al lado de la primera.

En lo que yo creo que es un descuido del varón, me parece ver que las mujeres se besan en la boca. Observo con más atención y me doy cuenta de que no ha sido un error de mi percepción.

El hombre del trío se da cuenta de que he observado la escena y lanza una mirada furtiva en nuestra dirección.

-¿Cómo se llamaba? -pregunto a I., tratando de ocultar mi estupefacción porque no he podido interpretar la reacción del hombre: ¿Vergüenza? ¿Orgullo? ¿Indiferencia?

I. se demora en contestar porque está mi esposa con nosotros. Entonces aclaro la pregunta, I. la responde y luego le explico a mi esposa que J. era una muchacha que confesaba abiertamente su bisexualidad.

-¿Sabes qué? -me dijo una vez J.-. Me gustan los hombres. Pero a veces tengo un deseo irresistible de besar a una mujer. De tirarme sobre ella y devorarla a besos.

III

Aunque no está mal, la calidad de mi churrasco no es la que esperaba. Se acerca el camarero, hijo del nuevo dueño, me pregunta si estoy contento y se lo menciono de buena onda.

-Está muy escasa la carne argentina por esta época -es su respuesta.

IV

No veía a I. desde el año pasado.

Hablamos de la gente que hemos visto, preguntamos por viejos conocidos, hacemos el recuento de nuestras vidas de los últimos meses. Como siempre, condimentamos y salpicamos todo con frecuentes y largas carcajadas. Mi esposa (alemana), nos mira y mueve la cabeza. Nos conoce. Ella también lo debe disfrutar a su manera, sino no estaría allí con nosotros.

I. me cuenta que le acaban de publicar otra novela en su país. Le cuento que he trabajado en cinco historias  (cuatro novelas y un relato largo) en los últimos tres años y medio y que estoy en el restaurante porque estoy celebrando el cierre de un capítulo de mi vida: deseo hacer una pausa mental y concentrarme hasta fin de año en ahorrar para viajar con toda la familia a Lima. Somos seis personas.

-¡Seis personas! -exclama I., porque tiene una hija y sabe lo que significa cuidar de seres humanos en pleno crecimiento.

V

Truman Capote decía que su mayor dificultad como escritor consistía en cómo emplear todo lo que sabía, todos sus recursos y habilidades, para condensarlo en una novela.

¿Cómo poner todo lo que se sabe -y todo lo que se cree poder- al servicio de una ficción?

«Un escritor escribe lo que puede, no lo que quiere», he vuelto a leer en alguna parte no hace mucho.

Gran y dura verdad.

De mis cinco historias, dos han quedado incompletas. Esto me frustra y me anima a la vez. En la pausa mental que me he autorecetado, tengo pensado pulirlas y tratar de terminarlas.

VI

Mi última historia es negra y se inicia con el asesinato de toda una familia de la clase alta limeña.

El personaje principal, sin ser el responsable de la investigación policial, se sumerge más de lo necesario en el caso y termina arriesgando su vida. (Acaba de pasar por una gran decepción amorosa y una crisis existencial tales que los conceptos de vida y muerte han perdido cierto sentido para él.)

Pronto se da cuenta de que hay una mano larga y oscura detrás del asesinato. Él lo sabe y sabe también que -justamente por eso- quedará como un caso sin resolver. Aún más. Sabe que de seguir intentando hallar a los culpables, tendrá que morir.

Sin embargo, no se rinde y sigue buscando la forma de concluir la investigación de manera indirecta, sin arriesgar su vida.

En la versión actual, el final de la historia es abierto.

El personaje principal ha escapado a dos atentados contra su vida y lleva una gran cicatriz en el cuello y parte del rostro. Se ha vuelto un sujeto melancólico y terco. Alguien que desea vivir pero que, también, quiere resolver el caso, por más que eso contradiga sus deseos de vivir.

VII

Cuando la pareja de alemanes de la mesa vecina se levanta, me dirijo a ellos y ruego disculpas por nuestras constantes risas y carcajadas. Así es con I. Cada vez que nos encontramos, hacemos una buena cura de humor.

-Al contrario -me responde él-. Nos hemos sentido como en vacaciones.

VIII

09:45 de la mañana.

A las 11:00 debo presentarme a trabajar.

Ahora que termino estas líneas, me siento como mi personaje melancólico y terco.

Alguien que, sabiendo que tal vez no encontrará el final de su historia, sigue, continúa.

Inquebrantable.

Como si la luz que lo guiara fuera un agujero negro.

IX

Entre mis apuntes vuelvo a toparme con tres líneas. No sé qué hacer con ellas.

X

Soy nudo, litio, polvo, caverna, sol.

Eternidad del momento efímero.

Duda mordiente, boba luz.

.

.

HjorgeV 18-04-2010

HUMANOS CERTIFICADOS (Engendro)

.

Desdeño mis manos.

Desdeño el papel que me solivianta.

Mis dedos que se deslizan

por este plano planeta blanco

eternamente por descubrir.

.

Si no lloviera tanto en tu cosmos,

podría ser cada día

el redondo sentir de tus sueños.

.

Si no fuera por las cerraduras,

por las ortigas y los horarios,

habría vuelto a ser ese niño satelital

al borde de tu astro

que nos mira y sospecha,

que sonríe así, como todos:

.

Recios, tenaces, cimarrones, lerdos,

testarudos, hartos, reluctantes.

.

Seres humanos.

Certificados.

.

.

HjorgeV 16-04-2010

.

.

. HjorgeV 16-04-2010

CALENDARIO TERRESTRE

Uno de mis vecinos directos es un jubilado que media la sesentena. Se llama H.

Vive con su esposa, más o menos de la misma edad. Ambos son alemanes, como la mayoría de los 3.500 habitantes de este pueblo. (Hay dos o tres turcos, un portugués, dos tailandesas, un africano, un francés, un inglés y un peruano, yo.)

El otro vecino directo es un hombre en la cincuentena que vive solo en una casa de dos pisos, sótano y ático, y que sueña con jubilarse. Con el día en que, “por fin, ya no trabajará”.

-Qué aburrido -le dije el otro día.

Más allá vive una familia con tres niños pequeños. Muchos de los vecinos son gente mayor cuyos hijos ya han abandonado el hogar familiar.

Mi vecino H., el sesentón, acaba de terminar de hacer arreglos en su jardín.

Se ha pasado un par de meses transformando su terraza. Finalmente, un par de días atrás, me mostró con mucho orgullo su obra de arte: una construcción que podría resistir varios de esos terremotos que en Alemania no existen y que en nuestros países deben haber barrido con decenas de culturas enteras a lo largo de milenios.

A H. le ofrecí varias veces mi ayuda.

Me la rechazó, haciéndome sentir que había cometido un grave error al hacerlo. Me hizo sentir que, ofreciéndole mi ayuda, le estaba diciendo: “Anciano incapaz, deja que te ayude”.

Como no se siente -o no se quiere sentir como un anciano-, cargó solo con grandes vigas de madera y se trepó a su tinglado como en sus mejores años.

No lo tuvo fácil.

El invierno que acaba de pasar fue uno de los más fríos de las últimas décadas. Me contó que las manos se le congelaban al trabajar al aire libre.

Pero lo consiguió.

Solo en una  oportinidad me pidió ayuda para una operación delicada: había que elevar unas pesadas vigas hasta cierta altura.

Salvo para eso, no me llamó para nada más.

Ahora, que no ha pasado ni una semana desde que terminó con la terraza, ya me ha anunciado su próxima hazaña: quiere modificar la entrada de su casa.

Por supuesto, me ha advertido que no necesitará ayuda.

El caso de mi vecino H. me ha hecho recordar el de una de mis tías, hermana de mi abuelo por línea materna.

Mi tía J. llegó a vivir más de 100 años.

Creo que tras cumplir 101 debió haber sentido que había cumplido con su propia meta, y se despidió.

Recuerdo las veces que la vi cuando ya había pasado los noventa. Le gustaba leer de pie. Leía cuanto le caía en las manos. Como la vista le fallaba aún con lentes, tenía que pegar el objeto de su lectura a los ojos.

-Me gusta leer, pero ya no puedo ver, hijito -me decía, con ese tipo de sonrisa que no he visto por estos lares en las más de dos décadas que llevo viviendo aquí: una mezcla de vergüenza y sana resignación, templada con ánimo, buen humor y autosarcasmo.

Recuerdo una historia sobre mi tía J.

Ya había pasado los 90 y sus hijos y parientes cercanos esperaban su pronto fallecimiento.

Un día se despertó repentinamente, llamó a uno de sus hijos y le dijo, sorprendiéndolo:

-Tengo un deseo, hijito.

-Mamá, mamita, no hagas nada, tranquila, por favor, no te muevas. ¡Voy por el médico! -le respondió mi tío, con pánico. Su madre empezaba a morirse y él no sabía cómo reaccionar.

-¡Tengo un deseo! -le repitió mi tía, tratando vanamente de sujetarlo para poder expresarle su deseo.

-¡Ya, mamita, tranquila, tranquila!

Mi tío -su hijo- contó que salió a la carrera a buscar al médico y avisó al resto de la familia cercana: «Mi mamá quiere decir su último deseo».

El médico llegó, le aplicó sedantes y la mantuvo en observación.

Tras un par de días con los familiares rodeando su lecho, el médico elevó los hombros y dijo que solo había sido un susto.

Cuando mi tía J. despertó, por fin pudo decir su voluntad.

¡Le había provocado tomar una cerveza malta!

(Aquí en Alemania es una bebida -sin alcohol- que toman los niños. En mi país -el Perú- es una cerveza con mayor contenido alcohólico que la normal, si no estoy recordando mal.)

Mi tío -su hijo- había supuesto equivocadamente que se trataba de su último deseo.

Otra de las aficiones favoritas de mi tía J. era coser. En sus últimos años de vida, cuando no encontraba qué coser, descosía adrede vestidos antiguos para volver a coserlos.

He recordado a mi tía observando la actitud de mi vecino H.

Hace un par de días vi que había unas cajas de botellas de agua frente a su puerta. Reaccionando automáticamente, cargué una caja y le pregunté dónde debía ponerla.

Se ofendió.

-¡Cuando tú todavía te limpiabas los mocos, yo ya había cargado centenas de estas cajas!

No supe cómo reaccionar.

Pensé en los abuelitos y en los ancianos de mi niñez en mi país. En cómo el hecho de ayudarlos en lo que se presentara era una forma de demostrarles nuestro cariño.

Tal vez lo hacemos así porque pensamos que una persona que se siente querida y atendida es más feliz.

Por otro lado, entiendo la forma de pensar de mi vecino.

No quiere resignarse a ser un anciano. Él sabe que la inmovilidad es sinónimo de extinción de la vida.

El día que no sea capaz de valerse por sí mismo será un duro día para él.

Mientras tanto, se inventa tareas, metas.

En la lucha contra el reloj de la vida, no le importa despreciar mi ayuda.

Lo que los abuelitos de mi infancia en el Perú veían como una bendición, mi vecino lo ve como una maldición y me lo expresa sin ambages.

¿Cómo seremos cuando nos llegue el momento de no poder valernos por nosotros mismos?

¿Agradeceremos cualquier ayuda?

¿O maldeciremos al que queriendo ayudarnos, nos hace notar el avance de nuestras limitaciones y, con ello, recordar la cercanía del final de nuestro calendario terrestre?

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HjorgeV 13-04-2010

LA MADERA RUMIA (Engendro)

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La madera rumia.

El agua al garete.

¿A la inconsistencia de todos tus días quién le pide cuentas?

Terca la calavera. Terca la celulosa.

Su espera es el desguace

de una nave tonta.

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Oyes relatos, voces que parecen venir del tiempo.

Te sobresaltas y giras

asustado.

La noche detrás de ti espera y

te nombra.

Arriba duermen tus hijos.

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No tienes certezas para ofrecerles y

eso te abochorna.

Visto con telescopio, perteneces a la misma estirpe

de seres desesperados por encontrar verdades

que ya inundaron tu mundo hace miles de años.

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Miras a izquierda y derecha.

Te sujetas al escritorio. Garabateas el papel.

Te impacientas porque no puedes llegar a dominar sus

líneas ni las de

ninguno de tus actos.

A diversas distancias de tu cuerpo miles de seres cierran sus ojos

cada día para siempre sin haber presentado ninguna solicitud.

¡Niños!, gritas a la noche.

¡Si están durmiendo bien no me respondan nada!

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HjorgeV 11-04-2010

JANIS JOPLIN: SUMMERTIME (Estocolmo, 1969)

¿Cómo podía saber que apenas al año siguiente de este concierto en Gröna Lund -un parque de atracciones de Estocolmo, Suecia- dejaría este mundo por la puerta dorada de los heroinómanos?

Con interpretaciones como esta, Janis Lyn Joplin (Texas, 1943-Los Ángeles, 1970) cimentó su mito de alma africana metida en un cuerpo anglosajón.

¿Cómo podía saber que iba a morir de un tiro dorado (una sobredosis traicionera de heroína), tras retirarse a su habitación de motel para poder entregarse a uno de sus escapes favoritos?

Se había pasado el día grabando.

En el parqueo del Landmark Motor Hotel había quedado su automóvil.

Un descapotable alemán alemán pintado a mano por un amigo al más puro estilo psicodélico de la época.

Era el Porsche 356 Cabriolet (se lee la e final de este apellido alemán) de la mujer que habiendo sido una gran rebelde, dejó grabado -a capella- todo un himno a otra marca alemana:

Oh Lord, won’t you buy me a Mercedes Benz ?
My friends all drive Porsches, I must make amends.
Worked hard all my lifetime, no help from my friends,
So Lord, won’t you buy me a Mercedes Benz ?

El símbolo femenino de la contracultura de los sesenta, de propagandista gratuita de una transnacional. (A la Southern Comfort le pidió dinero por las fotografías en las que aparecía con una botella de esa marca y recibió seis mil dólares.)

Y es que mucho era una contradicción abierta como una herida supurante en la vida de quien prefería que la llamaran Pearl, perla.

Si el jazz -como la ficción escrita- es la libertad absoluta dentro de un orden absoluto, esa libertad se la jugaba Joplin al borde del abismo de sus tormentos personales.

Se dice que llegó a a abandonarse y a pesar 35 kilos. En un cuerpo de casi un metro setenta.

En Lousiana descubrió su amor por la música de sus antepasados espirituales: el jazz y el blues que brotaba de las tabernas como agua para una sedienta.

Pero no era solo un alma negra y sed de música lo que llevaba dentro.

Era el demonio de sus contradicciones no aceptadas (y en forma de dos potentes drogas: heroína y alcohol) que no la dejaba en paz y la perseguía implacablemente.

Para resistir al acoso de sus tormentos, Joplin mantenía su libertad creativa y prestaba su voz al rechazo de una libertad robada -la esclavitud- y su rezago, el racismo.

Su propia esclavitud a la heroína -droga escapista por excelencia- la hizo trastabillar a una temprana muerte por sobredosis a los 27 años de edad.

Poco antes de morir había visitado la tumba de su otra heroína, la cantante que más admiraba, Bessie Smith (1894-1937), la Emperatriz del Blues, descendiente de africanos.

Tras comprobar que había sido enterrada de forma anónima, le hizo construir una lápida.

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HjorgeV 08-04-2010

SUDOKUS, DURERO Y EL GARDEL CUBANO

Dando una vuelta por es(t)a enciclopedia digital tendiente al infinito que es la Red (¿qué le habría parecido a Borges?) me he dado con varias sorpresas.

Mi periplo se inició con el comentario de un lector de Honduras.

A propósito de MacGuffins y sudokus, Román Pineda me envió la imagen de un grabado de Durero –Melancolía– en el que se ve claramente un cuadrado mágico.

¿Un sudoku ya en el siglo XVIII?, me pregunté.

El sudoku es un jueguito de memoria, lógica y cálculo que a mediados de los años ochenta se puso de moda en el Japón, y cuyo uso ya se ha extendido ahora por todo el mundo.

Buscando en la Red, en la primera página que abrí, se atribuía -parcialmente- su invento al matemático y físico suizo Leonhard Euler.

Empero, Euler vivió de 1707 a 1783 y Albrecht Dürer (el nombre original del artista más famoso del Renacimiento alemán conocido como Alberto Durero, notar la doble deformación de su nombre al hacer la adaptación a nuestra lengua y que, por el contrario, Euler no ha pasado a ser Leonardo) de 1471 a 1528.

Obviamente, ya existía algo muy parecido en los tiempos de Durero, por lo menos dos siglos antes que Euler, y fe de su popularidad la da, justamente, el grabado de marras, confirmando de paso que la pesadilla de muchos respecto a la Red se ha vuelto realidad.

Me explico.

Ahora cualquiera escribe, cuelga textos, artículos e imágenes y muchas veces no es posible saber qué tan fiables son esas contribuciones como fuentes.

¿Cuál es el origen del sudoku entonces?

Por su sencillez conceptual (no me refiero a su aspecto resolutorio) debe ser muy anterior a la época de Durero. Sobre el tema,  aquí una página más o menos fiable.

Lo más probable, entonces, es que su origen sea antiguo pero incierto, y ligado a los cuadrados mágicos.

Un cuadrado mágico es lo que en matemáticas se conoce como una matriz (en este caso, un conjunto de celdas agrupadas en forma de un cuadrado) y que al ser rellenado con un número por celda, la suma de las columnas, filas y diagonales principales deben dar la llamada constante mágica.

Si vemos (aquí) el grabado de Albrecht Dürer, encontramos a la derecha un cuadrado mágico de orden 4 (4×4 es el número total de celdas) y cuya constante mágica o suma constante es 34.

Pero, además, este cuadrado tiene más propiedades ‘mágicas’.

Como lo muestra la Wikipedia (ya iba siendo hora de que esta enciclopedia se sirviera de todos los recursos posibles no solo de la palabra escrita, en este caso gráficos e imágenes)(¿cuándo incluirá videos la Wiki?), el cuadrado mágico de Durero contiene varias submatrices «mágicas».

Interesante, también, notar que las dos celdas centrales inferiores muestren la cifra 1514, el año de creación del tallado.

Durero consideraba que la geometría, las medidas y las proporciones matemáticas eran fundamentales para el entendimiento del arte renacentista italiano, y, a través de él, del arte clásico. Y se ocupó de difundirlo así.

Este artista alemán, hijo de un orfebre húngaro, llegó a obsesionarse con las proporciones del cuerpo humano, hasta el punto de dedicar varios años a su obra Vier Bücher von menschlicher Proportion (traducido literalmente daría: ‘cuatro libros de proporción humana’, es decir Cuatro libros sobre la proporción humana), publicada póstumamente.

También es interesante notar cómo el interés por las proporciones de la figura humana, por plasmar con más detalle un cuerpo humano, llevó a Durero a interesarse por la geometría y luego por ciertos aspectos de las matemáticas.

Algo parecido le debió suceder a Leonardo da Vinci, otro obsesionado por la geometría y las proporciones. Baste mencionar una de sus obras más famosas: El hombre de Vitruvio.

EL GARDEL CUBANO

Resolviendo el sudoku del sudoku -como diría el inefable Vicente Verdú- fui intercalando mi aventura digital, mi paseo por la biblioteca borgiana, con el aprendizaje del texto de El choclo, un tango del año de la pera.

Aunque El choclo se estrenó el 3 de noviembre de 1903 -hace más de un siglo-, es probable que fuera compuesto a finales del siglo antepasado.

Por esas cosas que tiene la vida, este tango se ha perpetuado con la música original de su compositor, Ángel Villoldo, pero no así con su letra original.

Al parecer, se trata de un tango muy texteado.

Se dice que existen varias letras de él, incluso una segunda de su propio autor con el título de Cariño puro. (La primera se refería, como bien indica el título, al choclo, una palabra de origen quechua que denota la mazorca de maíz. La letra que estoy aprendiendo es fascinante y la escribió el gran Discépolo, compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino. Carajo.)

Carancanfunfa se hizo al mar con tu bandera

y en un pernó mezcló París con Puente Alsina.

Fuiste compadre del gavión y de la vida

y hasta comadre del bacán y la pebeta.

Por vos shusheta, cana, reo y mishiadura

se hicieron voces al nacer con tu destino.

Misa de faldas, querosén, tajo y cuchillo

que ardió en los conventillos y ardió en mi corazón.

Continuando con mi aventura youtoubiana me topé con una versión de A media luz, uno de mis tangos preferidos, y cuya letra también quería refrescar.

Presté atención a la grabación.

¿Era o no Gardel el cantante?

Debo reconocer que me quedé con la duda atragantada como una espina aparatosa.

Me llamó enseguida la atención la orquestación (¿la introducción con piano?), el estilo y la claridad de la voz. Casi como Gardel.

¿Se trataba de una versión digital, remasterizada, purificada y hasta “mejorada” (que esta última palabra no la vaya a leer ningún argentino) y por eso la duda?

Leyendo la opinión de los comentaristas del sitio, se llegaba a una clara conclusión: no podía ser Gardel.

Lo malo es que en el tango, a veces, es más o menos como en el fútbol: todos son los mejores expertos y entrenadores; vale decir, parecía haber expertos gardelianos a montones y todos estaban convencidos de que esa voz no podía ser la del Morocho del Abasto.

Me puse a escuchar con verdadera atención.

Conocía una versión de Gardel mucho más rápida y con otra orquestación.

¿Se trataba, entonces, de un engendro digital?

¿Era o no la voz de ese francés criado en la Argentina y muerto en Colombia?

(¿O era uruguayo? ¿Y si al final resulta que era boliviano?)

(Ya sé, ya perdí a todos mis amigos argentinos.)

(Qué alivio.)

(Es una broma, pibes.)

La grabación, por partes parecía de Gardel, casi definitivamente (por partes).

Por otras no, definitivamente no, por más que la dicción era casi, casi porteña (con las eshes incluidas).

Si se trataba de una imitación, obviamente era una buena imitación.

Mas, como toda imitación, por más que fuera buena, se traicionaba por partes.

Si se trataba de una versión restaurada, ¿se debían esas partes “no gardelianas” al efecto digital?

Lo peor era que los comentaristas daban su opinión y argumentaban también como en el fútbol, con el famoso: “¡Te lo digo sho!”

O sea, ¡A huevo!, como creo que diría un mexicano.

(Como mi país es más culto, ese tipo de expresiones no existen. Jaja.)

Un comentario era el siguiente:

No es Gardel en absoluto, por más que se hubiese tratado de una orquestación posterior. Además del timbre de voz (el de Gardel es más nasal, cálido y dulzón), incluso el estilo es un poco diferente, un poco más seco. Claro que tampoco es Goyeneche, ni Julio Sosa, etc. Faltaría saber quién es, porque canta muy bien de todos modos.

Otro comentario se refería a lo de la orquestación que mencionaba arriba:

No, no es Gardel, además las guitarras que lo acompañan no son las acostumbradas de Baldiery

Otro comentarista llegaba a la erudición:

No es Gardel. Hay dos grabaciones de Gardel de este tango y son del año 1926, una de las cuales no salió nunca a la venta. Es de destacar que en ambas grabaciones participaron los guitarristas Jose Ricardo y Guillermo Barbieri como unico acompañamiento y fueron realizadas en el sistema acustico. Ese mismo año, en Barcelona, Gardel graba en el novedoso sistema electrico, que brindaba muchisima mas calidad a las grabaciones.

¿Baldiery o Barbieri?

Sudé frío.

La Red lo aclaró:

Guillermo D. Barbieri, guitarrista de Gardel.

Copio palabras suyas, sacadas de una página que pueden ver aquí.

«En mi larga actuación al lado del Mago, debo expresar que siempre he sentido la más profunda admiración por él, adelantándome a decirles como un detalle curioso, que en los 14 años que soy su guitarrista, nunca llegué a tutearlo a pesar de haber corrido juntos más de una garufa juntos…»
«Es tanto el conocimiento que tengo de Carlos, que cuando canta le conozco el significado del menor de sus movimientos y cada inclinacion de su cabeza es el secreto de un lenguaje que sólo yo sé comprender…»

En otro comentario se afirmaba que el cantante era un tal Oscar Larroca.

Hurgando, encontré una versión de Sangre maleva de Larroca.

Bueno, me dije, si la voz de Larroca se parece a la de Gardel, entonces, ¡Román Pineda es Gardel!

Y hete aquí, aquí hete, que me encuentro con el comentario de un tal Jorge Espósito:

No se trata de la version de Gardel ni de Hugo del Carril, ni de ningun otro cantor de tangos argentino. Es Emilio Ramil quien nacio en 1925 en La Habana Vieja (Cuba) comenzo su carrera artistica como locutor, y cuando hizo su presentacion en Radio Belgrano (Buenos Aires) y pasaban un fragmento de sus canciones el locutor decia » No es Gardel el que estan oyendo sino la voz de Emilio Ramil, el Gardel cubano»

¿El Gardel cubano?

Me quedé pasmado. Era como decir el Maradona cubano, inverosímil.

Pero da la talla el chico. Escuchémoslo.

EMILIO RAMIL: CUESTA ABAJO

EMILIO RAMIL: VOLVER

 

Claro, ahora, después de haberlo escuchado varias veces (aquí su versión de Volver), me parece absurdo haber creído que se podía tratar de Gardel.

La cadencia al cantar es totalmente diferente, a pesar de la similitud vocal.

Personalmente, diría que más que en la voz (algo que, de hecho, en el caso de Gardel tiene mucho que ver con la modalidad de grabación de ese entonces), la gran diferencia está en el estilo de cantar.

Una voz puede cambiar con la edad, con el estado emocional o corporal de su dueño, con la hora del día, con los aparatos utilizados para recogerla y amplificarla.

Una voz puede alterarse digitalmente y un resfrío la puede estropear.

Más difícil de alterar con ayuda de la tecnología es el estilo, la impronta musical por excelencia.

Por más que un estilo también sea susceptible de cambio, pienso que el de Gardel -y el de cualquier músico- es más inconfundible que el cariz de su instrumento.

En el caso del Mago, su estilo quedó aún más determinado por su repentina e inesperada muerte, truncándose una posible evolución de él.

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HjorgeV 05-04-2010