VIDAS PROPIAS

 

Durante una buena época escribí en este cajón de-sastre a un ritmo de casi una entrada por día, cada una de varias páginas.

Fue una etapa especialmente prolífica y gratificante, a pesar del esfuerzo, la concentración y el compromiso que exigía la tarea. 

Para mantener ese ritmo casi diario (como si se tratara de un trabajo pagado), tuve que ir desarrollando varias estrategias, entre ellas la de pergeñar o empezar varios artículos a la vez, que luego iba completando.

Asimismo, me hacía listas de temas e historias que deseaba tratar en el futuro.

Paralelamente, escribía mi novela de turno y por las tardes traducía al alemán lo que había escrito por la mañana. Para ello me levantaba a las cuatro y me acostaba tempranísimo, muerto de cansancio. 

El resto del tiempo que me quedaba (cuando me quedaba, pues tenía otras ocupaciones y mi familia) lo utilizaba para escribir en esta bitácora, que, comparado con lo que me exigía la doble novela, resultaba una verdadera válvula de escape para mí. 

Fue un experimento rarísimo (que, curiosamente, no recuerdo como un esfuerzo desagradable), pero lo fue sobre todo por sus resultados: 

Por una parte, me acostumbré a escribir cotidianamente, sin esperar a que se me iluminara la materia gris o me llegara la inspiración, la mentada musa. 

Me dejaba alumbrar -sin pretender alcanzar la genialidad- por una famosa frase de Thomas A. Edison:

       «Genius is one percent inspiration, ninety-nine percent perspiration.»

Me interesaba sudar mucho y estaba dispuesto a hacerlo, y esperaba que ese uno por ciento no fuera tan malo como resultado.

No obstante, en un momento determinado empecé a ser parte de un fenómeno muy especial y bizarro:

Al traducir la novela al alemán por las tardes, la misma prosa o los personajes o la trama me jalaban para otro lado (el suyo), convirtiendo esa experiencia traductora en una doble tarea: 

Por una parte, la de la simple traducción. Y, por otra, la de no dejarme tentar ni arrastrar por esas particulares sirenas de Ulises (que exigían su libertad).

 

Si los personajes y la trama se negaban a ser traducidos y exigían su propio camino, ¿quién era yo para negárselo?

Así que un día les abrí la puerta y los dejé salir. 

Esa novela debe seguir ahí, en alguno de mis archivos, esperando ser revisada y corregida.

Acaso aún indignada y molesta porque no pudo optar por la intensa libertad de su gemela.

 

 

HjorgeV

Colonia 28.02.23