EL GUARDIÁN DE LOS SUEÑOS

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No sabía cómo titular mi nuevo relato o historia, y decidí utilizar la primera frase como título provisional.

Tras pulsar el teclado, giré hacia la puerta de mi habitación, porque tenía la impresión de que alguien me observaba.

Pero no había nadie. Y tampoco podía haber sido nadie (que se hubiera escondido), pues me encontraba solo en casa.

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También en mis sueños más misteriosos y angustiantes, suele haber alguien que me observa desde una ventana, atalaya o panóptico.

Alguien cuya mirada escrutadora y crítica me impide alcanzar mi objetivo o frustrar un deseo, o acción, a punto de cumplirse: una especie de guardián de los sueños muy celoso de sus particulares reglas, las mismas que existen y solo tienen validez en mis aventuras oníricas.

Ese guardián, a quien nunca alcanzo a ver ni intuir por algún detalle (solo sospecho su identidad), me ha impedido consumar encuentros sexuales y hasta asesinatos, además de execrables mentiras y actos repudiables. Una especie de conciencia personal especialmente atenta.

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La historia de marras empieza, precisamente, con un sueño de su protagonista, un tal Ce, quien acaba de regresar a su país de origen tras dos décadas en Alemania, el país de su madre.

En su sueño, Ce yace desnudo junto a la mujer que ha deseado secretamente desde el otro lado del Atlántico y a quien espera volver a ver ahora que ha vuelto.

Justo cuando están a punto de unirse en un íntimo abrazo, Ce percibe que alguien lo observa desde una ventana y la escena se interrumpe.

Cosas del sueño, Ce no puede girar la cabeza para ver quién es, pero sospecha que puede ser su madre, a cuya casa ha vuelto para planear en calma su nuevo futuro, su nueva vida.

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Como Ce es consciente de que su marcha dos décadas atrás también fue una forma de escapar del hierro materno, ahora no se le escapa la ironía de haber vuelto al redil voluntariamente; algo que espera remediar pronto.

Demasiado pronto, sin embargo, y sin habérselo propuesto ni haberlo previsto en absoluto, se ve envuelto en la investigación del asesinato de uno de sus antiguos amigos, el primero de su lista de Reencuentros Deseados.

Ce decide embarcarse en la investigación, sin sospechar que lo hace en un mundo que, en realidad, ya no conoce, pues ya nada es lo que fue o era.

Como ‘retornante’, comparado con los que se quedaron o no consiguieron salir del país, comprende que de alguna manera se ha llevado la peor parte.

Nada es lo mismo. Ni siquiera el Pacífico y sus playas.

(Y ni siquiera así entiende, entendemos, que la vida es un relato que nos vamos mintiendo a diario.)

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Uno de los temas es, así, pues, el regreso:

De cómo, al volver a ocupar los casilleros que alguna vez abandonamos, no solo constatamos que nos hemos transformado y ya no cabemos en ellos (o nos exceden), sino que también que estos han cambiado, aunque no lo aparenten.

El mismo alejamiento ha transformado al viajero.

Lo ha vuelto más plástico, por así decir, pues ha debido adaptarse a todo un país ajeno, aprender a hacerlo.

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Así, el (ansiado) regreso de Ce resulta ser, en realidad, un nuevo viaje:

Una incursión al pasado, pero en el que las calles y avenidas, las plazas y parques, los edificios y casas, las playas y paisajes, la gente misma, las tiendas y negocios, el clima y la atmósfera, han dejado de ser lo que eran.

Una especie de mundo de goma porque no le es posible calcular sus pasos y los resultados de sus movimientos le son imprevisibles.

El regreso deriva, así, en una nueva y verdadera odisea para Ce, con inesperadas Penélopes que el paso del tiempo (ese Photoshop al revés) ha vuelto irreconocibles, y hasta con un sorpresivo Telémaco, el hijo que desconocía.

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«Un plan especialmente pésimo, llevado a cabo por individuos nada duchos en llevar a cabo planes especialmente pésimos», piensa.

«El mundo como una misión mal explicada a un puñado de incapaces.»

Por suerte, Ce, como viajero, observa; por más que eso no le posibilite ni una pizca de piedad. Al contrario, pues como ‘retornante’ ha podido desarrollar su ojo crítico.

Una mera facilidad para el contraste lo ha hecho más proclive a la observación y localización de lo peor y lo pésimo.

Falta ver si esa misma capacidad le permitirá resolver un asesinato que había supuesto obvio al principio.

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HjorgeV 09-01-2018

«EL VALOR DEL FUTURO»

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Después de consumar la confluencia de nuestros cuerpos

-aquellos enfermos terminales de soledad-, nos dirigimos a

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la plaza del pueblo con la altanería de dos maestros con la

experiencia de siglos, pero que ignoran que acaban de salir

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indemnes de su primer asalto de vergüenza, curiosidad,

gratitud, exploración, promesa de placer futuro, y, sobre todo,

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felinos nervios. En realidad, habíamos copulado con nuestras

sombras futuras, con los seres que alguna vez recordarían

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ese ingenuo momento fallido desde las antípodas, como hago ahora. Tal

vez por eso, al cruzarnos con la adivina en la plaza y mirarnos en

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silencio tras preguntar por el precio (¿Cinco soles por revelarnos

el futuro? ¿Tan poco valía?), hicimos bien en ignorar la propuesta.

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HjorgeV 05-01-2019