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Apenas termine de escribir estas líneas voy a arrojar un libro a la basura.
(No es mi libro de poesía, por si acaso.)
(Que no se me ilusione mi troll particular, don Román Pineda, catracho ilustre, me debo imaginar.)
(Los trolleros no tienen por qué ser seres mezquinos, insoportables o pesados en la vida fuera de la Red.)
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El libro de marras es, era, Exitus.
Lo he leído/sufrido/soportado solo hasta la mitad. (Un verdadero esfuerzo para despedir este año tan crucial para el planeta.)
¿Autor? Thomas Gifford.
Conocido por su novela sobre el Vaticano, Assassini.
(No la he leído. Haré un gran rodeo cuando la sepa o huela cerca.)
Cometeré, así, un libricidio a dos días vista del nuevo año calendario.
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«Qué despilfarro. Tantas neuronas para una sola idea: Dinero»
Lo dice El Roto en una viñeta reciente, tan mordaz y preciso, siempre él, en su crítica social.
Una verdadera ofrenda y dádiva de fin de año.
Como si hubiera leído (empezado a leer) también él la bendita novela.
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El libro que menciono va camino del reciclaje.
Acá en Alemania cada hogar tiene tres y hasta cuatro barriles de basura: uno de ellos para papel y restos de papel.
Pero a mí me ha llegado a provocar arrojar Exitus (latín: ‘salida’, pero también ‘muerte’) al barril marrón para el compost o residuos orgánicos. No lo he hecho.
Tal vez por temor a que siga viva alguna de sus células y pueda contagiar a algún humano escribiente en su particular exitus.
Si el mundo estuviera repleto de este tipo de novelas (que seguro que también lo está, solo que poco me entero), no me aventuraría a volver a abrir ningún libro.
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Me lo regalaron mis suegros para navidad.
(En alemán suelo hacer un juego de palabras con Schwiegereltern. Algo así como ‘padres políticos’.
Y convertirlo en algo parecido al oído: Schwierigeltern.
‘Padres difíciles’.
Mis convivientes alemanes suelen divertirse con ese ‘lapsus’.)
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Pero, no.
Me consta que no me regalaron el libro para hacerme un daño.
(Saben que escribo novelas que no publico. Deben creerme loco de remate, lo sé. Por ese lado pertenecemos al mismo club.)
Entre otras cosas porque:
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la lectura no está entre sus costumbres o entretenimientos, y
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ya me han regalado varias buenas novelas (cuatro de Harlan Coben, por ejemplo).
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Aquí en Alemania, cada vez hay más gente que detesta su propio trabajo.
Debe ser terrible.
He extraviado la estadística correspondiente, perdón, pero creo recordar que más o menos la mitad de los alemanes que se jubilaron el año pasado eran menores de 65 años.
Traducido e interpretado:
Cada vez más gente prefiere renunciar a cierta suma de dinero en su jubilación con tal de no tener que seguir trabajando.
¿Se lo pueden imaginar?
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Algo parecido le debe haber sucedido en España a Lucía Etxebarria (Valencia, 1966).
Leí el título de una nota periodística y me tuve que restregar los ojos:
«Lucía Etxebarria dejará de escribir libros por la piratería»
Qué tonto el articulista, pensé.
Lo que la escritora valenciana seguramente quería decir es que dejará de publicar libros, harta de la piratería.
Pero, no.
Lo ha dicho ella misma. Cito del mismo artículo:
«A día de hoy no tengo la más mínima intención de ponerme a escribir otra novela, y mucho menos un guion de cine».
(Desagradable la nueva ortografía de guión.)
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Personalmente, creo que no podría ser mi caso.
Creo. Quiero creer.
No sé en qué se convertirían mis creencias de ganar el más de medio millón de euritos que doña Lucía se embolsó con el Premio Planeta de Novela del 2004.
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Regreso a mi manuscrito como un obseso.
Se acaba el año.
Me había propuesto terminar esta (mi 5ª) novela con el final de este calendario.
Sin embargo, tengo que aceptar que ha adquirido una especie de vida propia.
(Lo cual me ha fascinado y me ha dado nuevas energías para seguir.)
(¿No será que no la quiero terminar y que podría ser feliz trabajando en ella indefinidamente?)
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Ya son 1126 páginas, de las que he terminado de corregir hoy 942.
(No las espera ningún editor o lector.)
La idea era que no pasara de las 500 páginas.
¿Cómo haré para recortar más de la mitad de un material en el que en cada frase y página he tratado y trato de poner lo mejor de mi -posible- talento?
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Las fiestas de fin de año, por otro lado, me dan el tiempo y la tranquilidad necesaria para continuar.
Me robo al máximo mi tiempo libre (qué zafarrancho de frase, qué huachafería, dios vuestro) para dedicarlo a la escritura.
¿Habría llegado a escribir tanto de no haberme casado, si no habría llegado a tener cuatro hijos?
¿O la soledad, la falta de verdaderas y grandes obligaciones familiares habrían terminado apabullándome y me habrían convertido en un alcohólico y fumador empedernido, en un perdido o en una persona depresiva incapaz de concentrarse en su escritura?
(Recordando la frase del escritor italiano Andrea Camilleri -«Escribo porque al final puedo tomarme mi cerveza»-, aprovecho para hacer una pausa y abrir una de trigo.)
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Pienso en el caso de la valenciana Etxebarria.
Me duelo y me compadezco de ella.
Es otra persona que se niega a trabajar.
(Por la razón que sea, en este caso por la piratería.) (Curiosamente, ya fue acusada dos veces por plagio, que es una forma de piratería, justamente.) (¿»Tener morro», no lo llaman los españoles?)
Me parece percibir que cada vez hay más gente en este mundo que no ama o no le gusta lo que hace, su oficio, su profesión, su antigua vocación, su trabajo.
Que lo detesta incluso.
Es el primer caso que conozco de un@ escritor@ que anuncia su particular negativa, su personal huelga.
¿Pondrán en la Wikipedia ahora «ex escritora»?
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Me detengo a pensar en las grandes paradojas de esta -inútil- actividad.
Es curioso este oficio.
Basta publicar un solo libro para ser llamado escritor vitaliciamente.
Pero alguien que juega un solo partido de fútbol en su perra vida no tendría la suerte de ser llamado futbolista para la posteridad.
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HjorgeV 29-12-2011
…. HjorgeV 29-12-2011
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…. HjorgeV 29-12-2011