En la novela La guía del autoestopista galáctico de Douglas Adam, los extraterrestres construyen una computadora para obtener la respuesta a la pregunta de todas las preguntas:
«¿Cuál es el sentido de la vida, del universo y de todo lo demás?»
La máquina empieza a calcular y, tras 7,5 millones de años de trabajo, les advierte a los extraterrestres que el resultado no les va a agradar.
Pensamiento Profundo, el artefacto en cuestión, tras hacerse de rogar, les da la ansiada respuesta:
«¡Cuarenta y dos!»
Los extraterrestres se indignan, bufan y reclaman.
¿Qué se podía esperar de una pregunta absurda?, alega PP.
Cuando alguien pregunta con tanta imprecisión, que ni siquiera es capaz de medir la propia pregunta, ¿sería de esperar que pudiera arreglárselas con la respuesta?
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No he leído La guía del autoestopista galáctico.
No sé quién es Douglas Adam.
Lo anterior lo cuenta Richard David Precht en su libro ¿Quién soy y cuántos?
Pero aprovecho la ocasión para plantearle a Pensamiento Profundo la primera pregunta del año:
-¿Qué sentido tiene escribir?
(Por un instante he pensado en reemplazar ‘escribir’ por ‘todo’, pero finalmente no me he atrevido.)
-¿Estás seguro de que existe alguno? -inquiere PP.
-No tengo la más puta idea.
*
Vayamos por partes.
Para empezar: ¿por qué se escribe?
Alguien, ya no sé quién, dijo que, de no haber sido escritor, habría sido mendigo.
Orwell, autor de la distopía 1984, escribió alguna vez que desde los cinco o seis años, ya sabía que de mayor sería escritor.
Lo tuvo fácil, por así decir. Este es su testimonio:
Era yo el segundo de tres hermanos, pero me separaban de cada uno de los dos cinco años, y apenas vi a mi padre hasta que tuve ocho. Por ésta y otras razones me hallaba solitario, y pronto fui adquiriendo desagradables hábitos que me hicieron impopular en mis años escolares. Tenía la costumbre de chiquillo solitario de inventar historias y sostener conversaciones con personas imaginarias, y creo que desde el principio se mezclaron mis ambiciones literarias con la sensación de estar aislado y de ser menospreciado.
John Banville escribe porque no sabe escribir. Y porque para él la realidad no es real hasta que no haya pasado por el tamiz de las palabras. Escribe, por lo tanto, para poder imaginarse la realidad totalmente real.
Andrea Camilleri lo hace, entre otras razones, porque siempre es mejor que descargar cajas en el mercado central. Porque no sabe hacer otra cosa. Porque al final puede tomarse su cerveza.
No conozco a la escritora Luisa Castro, pero me ha fascinado su explicación:
La escritura para mí es una rendición. No soy una escritora con método; se me caen muchas cosas de las manos. Solo progresa la escritura que previamente se ha ido gestando dentro de mí, a veces contra mí. Escribo para conocer esos relatos, para descubrirlos. Me los cuento a mí misma. Me asombro, me indigno, me río, lloro y pataleo. No me siento dueña de mis relatos, tienen vida propia, son autónomos y más poderosos que yo. No me identifico con ellos, no comparto sus ideas, ni su visión del mundo. Se producen en mi cabeza sin mi permiso, y cuando los suelto es porque me han vencido. No hay otra razón.
Eco escribía porque le gustaba.
Ken Follet porque cuando se levanta por la mañana en lo primero que piensa es en escribir la próxima escena de su libro. El acto de escribir lo apasiona porque envuelve todo su intelecto, sus emociones y abarca todo lo que sabe sobre el mundo y cómo funciona el ser humano.
Carlos Fuentes respondió con una contrapregunta: ¿Por qué respiro?
Almudena Grandes no está muy segura (y duda de que alguien pueda estarlo), pero cree hacerlo por su necesidad insuperable de escribir. Una necesidad que no se define por sus resultados, sino por su naturaleza necesaria, como el hambre y la sed.
Fernando Iwasaki escribe porque lee, y de la lectura nacen arroyos y afluentes del torrente de libros leídos; además, porque dedica todos sus libros de ficción a su mujer y, así, mientras siga escribiendo, ella sabrá que la sigue queriendo.
Donna Leon:
Supongo que también hay un elemento de vanidad en ello. En una cena, todos queremos que presten atención a nuestras ideas, ¿no es cierto? Pero los buenos modales mandan que compartamos la conversación con los demás. Pero en un libro, nuestro libro, nosotros los escritores podemos seguir -bla, bla, bla- sin parar, y nunca tenemos que interrumpirnos para dejar hablar a nadie más.
Para Elvira Lindo escribir es un oficio pero también una forma de vida, y ella no sabría vivir de otra manera.
Eduardo Mendoza es más sincero acaso:
Sinceramente, no lo sé. Nunca me lo he preguntado, ni al principio, que fue espontáneo, ni a lo largo de todos estos años. Hacerlo a estas alturas no creo que tenga interés, ni para mí ni para nadie. No es una respuesta bonita, pero es la que más se aproxima a la verdad.
Santiago Roncagliolo escribe porque la realidad no tiene ningún sentido y las cosas ocurren alrededor de uno de una manera errática, a menudo contradictoria, y un día uno se muere. En cambio, las novelas tienen un principio, un medio y un desenlace. Escribe, ergo, para inventar algo que tenga sentido.
Mario Vargas asume la frase Flaubert: «Escribir es una manera de vivir.»
Juan Gabriel Vásquez escribe, entre otras justificaciones, porque no ha encontrado otra forma de vivir varias vidas, de ser varias personas, sin hacer daño o poner en riesgo a los que lo rodean.
Se escribe, en resumen, por diversión, por necesidad intrínseca, para pasar el tiempo, llenarlo o vaciarlo; para desguazar la muerte, porque se la teme o porque no se la teme, porque la vida es injusta o bella.
O porque es injusta y bella.
(Aquí más respuestas.)
Motivos, razones, justificaciones, explicaciones, argumentos, debe haber tantos como autores.
(Mi respuesta empezaría así: porque una vez leí a Vallejo. Pero, también, para vengarme de la vida: de todos esos momentos en los que no fui capaz de acertar con mi respuesta o conducta, o me quedé callado o yerto sin reaccionar. Etcétera.)
Bien. Lanzo ahora la segunda pregunta del año a las fauces de Pensamiento Profundo:
¿Qué es escribir?
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HjorgeV 01.01.2018