¡Y EL ERROR VA PARA…!

Sucede.

Todo está preparado para un anuncio concreto y, en el último momento, una equivocación, una confusión, un malentendido (por mala fe o no), un simple descuido y, zas, se anuncia la película equivocada.

Hacia el final de la cópula, hasta 500 millones de espermatozoides corren en busca de un único óvulo fecundo. A ciegas.

Pero solo uno lo consigue.

Tal vez, cuando ya le habían anunciado a otro espermatozoide (portador de otro sexo) el ‘triunfo’. O él mismo ya se había considerado triunfador.

¿Cuántas veces no nos ha sucedido en la vida?

Cada día, acaso:

Solo que no nos enteramos de los tejes y manejes de los dioses, de sus equivocaciones y aciertos diarios, de su timba divina (que les dure eternamente, que su condena sea no salir de su particular casino).

Aquí sobre la tierra, no nos queda sino tomarnos todo deportiva y resilientemente, levantarnos y volver a la brega.

¿Que el árbitro anuló nuestra canasta o gol que era válido y nos iba a permitir pasar a la final?

¿Que otra compañera o compañero se queda con el puesto de trabajo por el que tanto te habías esforzado y ya lo creías tuyo?

¿Que nadie menos que Patancito de Tal termina con la reina o rey del baile, a pesar de que te sonreía más a ti y sabías que harían mejor pareja?

Contra esas cosas poco o nada se puede:

Solo levantarse, acomodarse un poco la ropa, limpiarse la sangre de la nariz y ¡a seguir intentándolo!

Si verdaderamente tu equipo es mejor que el campeón, ya volverá a tener su oportunidad para demostrarlo.

Y volverá a haber otra fiesta u otro baile y acaso entonces seas tú el Patán de turno.

Las confabulaciones de todas las estrellas y dioses contra ti existen, pero son un simple tiro de dados. Los dioses también se equivocan. Y mucho, como podemos comprobar a diario en cualquier medio de comunicación.

Saliste europeo o asiático, pero bien pudiste nacer en África o Australia. O no nacer, simplemente.

Te faltó una mano, pero otros nacen ya desnutridos o condenados a morir de niños en un bombardeo con ideas y armas europeas.

Nadie escoge su nacimiento: ni el lugar, ni la fecha ni la familia y menos las circunstancias (históricas, políticas, sociales, económicas) en las que nacerá. De ahí la importancia de la solidaridad familiar, ciudadana, nacional, internacional; entre amigos y desconocidos.

El que construye un muro para proteger su bienestar económico no sabe que el que está esperando detrás para saltarlo, bien pudo/puede ser él mismo (alguna vez):

De modo que el muro es solo una demostración de su ignorancia, además de su impotencia y simple incapacidad para hacer mejor las cosas (para todos). 

¿O alguien puede afirmar que un muro -una cárcel voluntaria- es algo bello e inevitable?

(El mundo, la vida, se parece bastante al jenga, ese juego que consiste en levantar una torre retirando alguno de sus bloques para colocarlo en su parte superior y aumentar su altura.

En algún momento, el planeta, perdón, la torre, se desbaratará. Y entonces acaso se te ocurra construir un muro para poder jugar tú solo, creyendo que así te funcionarán las cosas y no se caerá tu torre.)

El problema surge cuando tú mismo tienes que decidir, cuando no puedes echar la culpa de tus decisiones a los demás.

Cuando, sabiendo a lo que te metes, vas, votas y, zas -vamos a decir-, te decides por Trump.

Los dioses deben estar muriéndose de risa allá arriba. O abajo. O dentro de nosotros. (Quién sabe.)

¿Qué otro gozo les queda como simples lanzadores de dados?

Por lo menos, esta vez el Óscar ha tenido dos ganadores y un director español que no ganó ya ha dicho que esperará aún.

No vaya a ser que se hayan equivocado también con su película.

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HjorgeV 27.02.2017

MAGNÍFICA IDEA

Le cuento a mi editor que he decidido cambiar el comienzo de mi historia. Ahora comenzará con un sueño: que puedo volar, que sé cómo hacerlo y cómo transmitir ese conocimiento apenas despierte.

-Volar es muy fácil en el sueño -le explico-: una mezcla de intuición, relajación y cierta práctica.

Solo deseo despertarme para poder correr a dar la buena nueva a la humanidad.

-El comienzo anterior me gustaba más -me dice el editor.

-Lo mismo me dijo la última vez y terminó aceptando el nuevo comienzo.

El editor me mira como diciendo: «¿Y qué me quedaba?»

-No sé de dónde ha sacado la idea del sueño -me dice-, pero no creo que sea el momento para complicar innecesariamente la trama de su historia.

-No es ninguna idea que he sacado de ningún sitio. Fue un sueño que tuve.

Llevo diez años escribiendo mi última novela y mi editor cinco al borde de la histeria porque aún no se la entrego lista.

-¿No cree que este sería el momento de mostrar madurez y entregarme por fin el manuscrito?

Controlando mi voz, le digo:

-No pienso terminarla solo porque a usted le interesa que la termine.

-Me dijo que la terminaría en un año.

-Ya le he devuelto el dinero que me adelantó.

-Pero sigue tomándome el pelo: antes me dijo que solo sería un mes, luego seis.

-No pienso terminar nada solo porque a usted le interesa que sea así -le repito.

-Es parte del negocio vender una obra.

-No me interesan los negocios.

-Bien, ¿qué le interesa?, ¿qué desea? Deme una nueva fecha.

-No le pienso dar ninguna -no me reconozco-. Pienso pasarme el resto de mi vida corrigiendo mi novela. Me divierto después de todo.

-¿Le parece normal?

-¿Está insinuando que podría tratarse de una enfermedad mental? En todo caso sería mi enfermedad, ¿no cree?

-Reconocerlo ya es un paso importante para su recuperación.

Me está insultando, pero lo entiendo.

-No le hago daño a nadie -digo.

-A mí.

-Porque usted mismo se lo ha buscado. Olvídese de mí y de mi novela. Obsesionarse con algo tampoco es muy sano que digamos.

-No me hable así. Llevamos quince años trabajando juntos.

-Cinco. Los otros diez no cuentan. Además, acaba de llamarme loco.

El editor se queda mirando el vacío. Es un magnífico actor. Lo de editor es uno de sus varios destinos posibles: esas casualidades que depara la vida.

-Hagamos un trato -me dice por fin.

-No quiero ninguno más.

-Escúcheme, por lo menos.

Asiento.

-Escriba la historia de un escritor que decide pasarse el resto de su vida corrigiendo su última novela. El tipo se ha vuelto loco y no es capaz de salir del bucle. Cada día cambia el argumento y como el tiempo pasa y los personajes van envejeciendo, tiene que ir alterando su aspecto, además de que van adquiriendo más experiencia. ¿Qué le parece?

-Magnífica idea.

-¿No se lo dije?

-¿Sabe que suele tener magníficas ideas?

-Volvemos a entendernos.

-¿Por qué no se dedica a escribirlas usted mismo?

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HjorgeV 26.02.2017

RUMBO A LAS ESTRELLAS

Me menciona un nombre.

-Es un personaje de una novela fantástica -me explica.

Le digo que no lo conozco. Se asombra, porque es alguien muy conocido.

Su automóvil es automático, pero ella lo conduce como si fuera mecánico: moviendo la palanca todo el tiempo. En el asiento trasero su hijo y otro niño están jugando y parece que estuvieran tirándose de los cabellos o algo parecido.

-Mi hijo es un fanático de las novelas fantásticas -me explica-. De niña yo también lo era, así que a veces compartimos lecturas. A ti no te gusta, por lo que veo.

Le digo que he probado a leer algunas historias de esas ambientadas en otros universos con otras leyes, pero que suelo encontrarme con errores y defectos que me echan a perder todo.

-¿Y qué importan los defectos? Los hay en todo, por doquier.

-Es cierto -le digo-. Pero si el relato, la historia, es buena, uno los acepta y ni siquiera los nota. Esa es la magia de un buen relato. Sabes que es ficción, pero te lo crees y permites que se cree un mundo paralelo en tu mente.

-No sabes lo que te pierdes en todo caso.

-No he tenido suerte con la llamada literatura fantástica, es todo -le digo-. En realidad, ¿para qué más fantasía?

-¿Lo dices por Trump? -ríe ella.

Le digo que desde niño siempre he tenido la percepción de vivir en un mundo paralelo a la realidad. Una forma muy práctica de fugarse de ella, acaso.

-Debe ser horrible… -se compadece.

Sonrío.

-Tú los lees -le digo-. Yo los vivo. Ambos nos divertimos.

Le explico que no bromeo, que muchas veces no sé distinguir la realidad de mis fantasías.

Pero ella lo toma por una broma y ríe, y vuelve a mover la palanca con entusiasmo, ignorando las indicaciones del navegador, por lo que tiene que corregir la ruta constantemente.

Entonces la imagino conduciendo un vehículo que atraviesa el espacio en dirección a las estrellas y veo que ella me ha leído el pensamiento.

Y allá vamos, fantaseando los dos.

.

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HjV 20.02.2017

«PERRO SEDIENTO»

.

Me acerco a un cruce de 

caminos.

Conduzco un

automóvil que desconozco.

Estoy en una zona con mucha vegetación,

no hay alumbrado público, solo algunos

autos abandonados a ambos lados de la vía.

.

Doblo hacia la izquierda en el

cruce 

y en ese momento me doy cuenta de

que uno de los vehículos abandonados es de

la policía, pero los agentes dentro no se mueven y

solo parecen observarme.

.

Continúo. La noche es oscura y

hay algo de niebla. Veo muy poco y tengo

que guiarme por la abertura de las copas de los

árboles en lo alto, que me indican el camino

libre.

.

En ese momento recuerdo

que teníamos una camioneta cuyos

faros eran muy débiles y a veces teníamos

que reducir la velocidad para no correr

riesgos.

Recién entonces

me doy cuenta de que no he encendido

las luces del vehículo que ahora

conduzco.

.

Lo hago y no mejora

mucho la visibilidad, pero me siento

más seguro con el recuerdo: en

esos tiempos los viajes en

familia eran frecuentes y no

pasaba ningún fin de semana que

no hiciéramos algo

juntos.

.

Poco después me detengo.

Todo ha cambiado a mi alrededor

y ahora es invierno. La nieve

cubre los campos detrás de los

árboles y estos han perdido sus hojas.

.

Acabo de llegar al lugar que

ocupo en este instante.

No entiendo nada.

Solo que me ha costado toda una vida

llegar aquí.

.

Miro hacia atrás.

Estoy solo, tanto en el vehículo como

en la vía.

.

No sé adónde lleva esta,

pero sé que tengo que

alejarme y seguir: no hay

otra elección en el juego

que desconozco y que

me ha hecho posible llegar

hasta donde ahora estoy.

.

No tengo miedo.

Avanzo, acostumbrado a

hacerlo sin pedir

demasiadas

explicaciones.

.

Solo sé que el siguiente ins-

tan-

te

me

está esperando:

impaciente como un perro

sedien-

to.

.

.

HjorgeV 02.02.2017