1. Por fin encontré una librería cerca al lugar donde estamos alojados. Me pasé allí unas tres horas ayer.
Es un rincón de una tienda de discos de un gran y moderno centro comercial.
Como vi muy buenos títulos en las mesas y en las estanterías, me animé a probarlo y ver si podía ignorar la penetrante música ambiental. Lo conseguí.
Recién después de casi tres horas de estar leyendo, hojeando y revisando libros, me di cuenta de que la música no había cesado en ningún momento.
El poder de la concentración y del verdadero interés.
2. El señor que habíamos visto dar de comer diariamente a unos gatos callejeros al otro lado de la calle, desde un lugar con magníficas vistas al litoral mallorquín, resultó ser un español parcialmente criado en la Argentina.
Viste ropas y gafas oscuras, y da la impresión de estar haciendo algo prohibido, aunque todo lo que hace es dar de comer -de unas latas que él mismo trae y abre para tal propósito- a unos ocho gatos, casi todos negros y famélicos.
Hoy me animé a dirigirle la palabra.
-¿Cuántos tiene ya? -le pregunté, siendo obvio que preguntaba por el número de gatos que ‘adoptaba’.
Me respondió cordialmente, en más o menos una media hora de conversación.
El personaje del cual habíamos llegado a imaginar historias truculentas -alrededor de esos felinos-, resultó ser una persona más cuerda, sensata y bondadosa que muchos de los miles de turistas de todo el mundo que vienen a este escaparate humano llamado Mallorca.
3. Hoy estuvimos en Valdemossa, un pueblo de esta isla famoso porque allí vivió Chopin en la cartuja del lugar.
La idea fue de mi esposa. Como alemana, muy dada a las excursiones planeadas.
Al poco tiempo me harté y, felizmente, el resto del grupo que formamos estuvo de acuerdo en volver a nuestro alojamiento.
Soy muy mal turista. Siempre lo fui.
Si no visité la tumba de Vallejo en París en los meses que viví allí y sigo sin visitar muchos lugares típicos de peregrinación en Alemania, donde vivo, ¿cómo diablos podía interesarme por el lugar donde pasó cierto tiempo de su vida el gran maestro?
Lo malo del turismo es que corrompe a las personas y a su entorno.
El turismo deforma, además, creando figuras e imágenes que no existirían sin él.
Mi problema es que llegado cierto punto, no puedo evitar la sensación de pertenecer a una especia especialmente estúpida y arrogante.
Lo digo tanto por los turistas como por los anfitriones.
Ejemplos tengo por docenas. Y apuntaré a mi vuelta algunos aquí.
4. Dentro de una hora estaremos de vuelta y podré sentarme junto a las olas del mar con un libro en la mano y seguramente una cerveza helada a mi lado.
El que estoy leyendo es una novela de Charles Bukowski. Y es para leérsela de golpe.
5. Me entero de que en el palacio de Marivent, apenas a unas manzanas del lugar donde estamos, se reunió Hugo Chávez con el monarca español al comenzar esta semana.
Los diarios -entre ellos El País, que ahora leo a diario en su edición impresa y no es nada que quisiera hacer siempre- ya no chacotean, se burlan ni ofenden a Chávez.
¿Por qué?
¿Reciben órdenes de arriba o coordinan sus acciones con los gobernantes?
Chávez no ha cambiado. La actitud de los medios, sí.
6. Una última imagen, recogida ayer en la tarde, justo cuando terminaba de ocultarse el sol y la gente terminaba de abandonar la playa.
Me llamó la atención porque no terminaba de subirse el pantalón.
¿Qué edad tendría?
Había sido una mujer atractiva, sin ninguna duda. Pero unas dos o tres décadas atrás.
Con su cabellera rubia -claro producto de la industria farmacéutica- y su pantalón a medio subir, daba la impresión de ser una mujer que acababa de ser engañada con el tono del tinte de su cabello y que algo o alguien acababa de sorprenderla en el inodoro y lo había tenido que abandonar rápidamente.
Por el eso lo del pantalón a medio subir.
Digo a medio. Podría decir ‘a la moda’, es decir, a las caderas.
Pero, no; esa mujer lo llevaba a medio subir, es decir a las nalgas. Y dejaba al aire unas bombachas doradas que parecían el regalo de una prostituta de un lugar perdido de la selva por su cumpleaños.
Ahora, me dije, solo falta que empiece a llover en Mallorca, en esa playa de esta isla, para que se complete el cuadro.
Las gotas de lluvia golpeando sobre su rostro, haciendo que el ‘rimmel’ de sus ojos se corra y con ellos parte de su pintura labial.
Una mujer que había sido bella, con un tinte exagerídisimo de cabello, parada frente al mar con el pantalón de su hija ‘a las nalgas’ (así le quedaba de apretado y pequeño), unas bombachas doradas batiéndose en el aire y el rostro de un payaso que se va despintando con la lluvia.
El cuadro no se completó.
Pero mucha falta no hacía.
HjorgeV 30-07-2008