VISITANDO UNA ISLA

1. Por fin encontré una librería cerca al lugar donde estamos alojados. Me pasé allí unas tres horas ayer.

Es un rincón de una tienda de discos de un gran y moderno centro comercial.

Como vi muy  buenos títulos en las mesas y en las estanterías, me animé a probarlo y ver si podía ignorar la penetrante música ambiental. Lo conseguí.

Recién después de casi tres horas de estar leyendo, hojeando y revisando libros, me di cuenta de que la música no había cesado en ningún momento.

El poder de la concentración y del verdadero interés.

2. El señor que habíamos visto dar de comer diariamente a unos gatos callejeros al otro lado de la calle, desde un lugar con magníficas vistas al litoral mallorquín, resultó ser un español parcialmente criado en la Argentina.

Viste ropas y gafas oscuras, y da la impresión de estar haciendo algo prohibido, aunque todo lo que hace es dar de comer -de unas latas que él mismo trae y abre para tal propósito- a unos ocho gatos, casi todos negros y famélicos.

Hoy me animé a dirigirle la palabra.

-¿Cuántos tiene ya? -le pregunté, siendo obvio que preguntaba por el número de gatos que ‘adoptaba’.

Me respondió cordialmente, en más o menos una media hora de conversación.

El personaje del cual habíamos llegado a imaginar historias truculentas -alrededor de esos felinos-, resultó ser una persona más cuerda, sensata y bondadosa que muchos de los miles de turistas de todo el mundo que vienen a este escaparate humano llamado Mallorca.

3. Hoy estuvimos en Valdemossa, un pueblo de esta isla famoso porque allí vivió Chopin en la cartuja del lugar.

La idea fue de mi esposa. Como alemana, muy dada a las excursiones planeadas.

Al poco tiempo me harté y, felizmente, el resto del grupo que formamos estuvo de acuerdo en volver a nuestro alojamiento.

Soy muy mal turista. Siempre lo fui.

Si no visité la tumba de Vallejo en París en los meses que viví allí y sigo sin visitar muchos lugares típicos de peregrinación en Alemania, donde vivo, ¿cómo diablos podía interesarme por el lugar donde pasó cierto tiempo de su vida el gran maestro?

Lo malo del turismo es que corrompe a las personas y a su entorno.

El turismo deforma, además, creando figuras e imágenes que no existirían sin él.

Mi problema es que llegado cierto punto, no puedo evitar la sensación de pertenecer a una especia especialmente estúpida y arrogante.

Lo digo tanto por los turistas como por los anfitriones.

Ejemplos tengo por docenas. Y apuntaré a mi vuelta algunos aquí.

4. Dentro de una hora estaremos de vuelta y podré sentarme junto a las olas del mar con un libro en la mano y seguramente una cerveza helada a mi lado.

El que estoy leyendo es una novela de Charles  Bukowski. Y es para leérsela de golpe.

5. Me entero de que en el palacio de Marivent, apenas a unas manzanas del lugar donde estamos, se reunió Hugo Chávez con el monarca español al comenzar esta semana.

Los diarios -entre ellos El País, que ahora leo a diario en su edición impresa y no es nada que quisiera hacer siempre- ya no chacotean, se burlan ni ofenden a Chávez.

¿Por qué?

¿Reciben órdenes de arriba o coordinan sus acciones con los gobernantes?

Chávez no ha cambiado. La actitud de los medios, sí.

6. Una última imagen, recogida ayer en la tarde, justo cuando terminaba de ocultarse el sol y la gente terminaba de abandonar la playa.

Me llamó la atención porque no terminaba de subirse el pantalón.

¿Qué edad tendría?

Había sido una mujer atractiva, sin ninguna duda. Pero unas dos o tres décadas atrás.

Con su cabellera rubia -claro producto de la industria farmacéutica- y su pantalón a medio subir, daba la impresión de ser una mujer que acababa de ser engañada con el tono del tinte de su cabello y que algo o alguien acababa de sorprenderla en el inodoro y lo había tenido que abandonar rápidamente.

Por el eso lo del pantalón a medio subir.

Digo a medio. Podría decir ‘a la moda’, es decir, a las caderas.

Pero, no; esa mujer lo llevaba a medio subir, es decir a las nalgas. Y dejaba al aire unas bombachas doradas que parecían el regalo de una prostituta de un lugar perdido de la selva por su cumpleaños.

Ahora, me dije, solo falta que empiece a llover en Mallorca, en esa playa de esta isla, para que se complete el cuadro.

Las gotas de lluvia golpeando sobre su rostro, haciendo que el ‘rimmel’ de sus ojos se corra y con ellos parte de su pintura labial.

Una mujer que había sido bella, con un tinte exagerídisimo de cabello, parada frente al mar con el pantalón de su hija ‘a las nalgas’ (así le quedaba de apretado y pequeño), unas bombachas doradas batiéndose en el aire y el rostro de un payaso que se va despintando con la lluvia.

El cuadro no se completó.

Pero mucha falta no hacía.

HjorgeV 30-07-2008

EL MUNDO AZUL DE SERGIO BAMBARÉN

Tiene apellido de obispo y aspecto de cura rockero.

Y le duele que en su propio país no se le reconozca simplemente como escritor, sino como autor de libros de autoayuda.

Su propia vida se lee como una novela de aventuras, con el toque de mística, espiritualidad y sensaciones al aire libre que necesita toda buena película, de las hechas en Hollywood.

A mí me ha sucedido que acabo de volver a leer la decepcionante De brillante porvenir de John Dospassos (ahora sé por qué no había pasado de las primeras páginas veinte años atrás cuando la empecé por primera vez) y noto que ese título le debía caber perfectamente a Sergio Bambarén en sus años de estudiante.

Ahora, aparte de haber sido un exitoso empresario, Bambarén es tablista (o surfero, como parece preferirse ahora) y un escritor reconocido en el mundo entero.

Ha publicado 12 libros, que han sido traducidos a 40 idiomas, y de él se afirma que es el escritor peruano más leído en el mundo.

¿Más que Mario Vargas?, es la primera pregunta que se me viene a la mente.

Lo curioso, a pesar de que ya ha firmado un contrato con la Twentieth Century Fox para llevar al cine –en formato de animación- su libro más vendido, El Delfín, es que en el Perú es apenas conocido.

Ahora presenta su nueva novela y la editorial Planeta ha apostado por reeditar sus libros.

¿Quién es este peruano que en la cima de su carrera profesional como ingeniero químico (llegó a ser gerente general de Oceanía y el sudeste asiático de la empresa australiana para la que trabajaba) dejó su carrera, regaló casi todo lo que tenía y se fue a correr olas un año a las costas de España, Francia y Portugal?

¿A quién se le ocurre tomar un año sabático en un momento cumbre de su propia carrera profesional, allí donde todos prefieren seguir consumiéndose por buscar un peldaño más arriba que muchas veces no alcanzarán o ni siquiera existe?

Dos artistas peruanos ya se han interesado y comprometido su colaboración con esta empresa de llevar al cine El Delfín, su primer libro y éxito casi inmediato de ventas.

Nada menos que el cantautor Gian Marco y el tenor Juan Diego Flórez.

Aquí en Alemania su libro más vendido lleva un título más arriesgado: Der träumende Delphin, El delfín soñador.

Se sabe que abandonó el Perú para migrar a Australia, pero afirma que lo hizo sobre todo para estar más cerca de paraísos tablistas como Bali, Nueva Caledonia o Fidji.

Antes lo había hecho para graduarse como ingeniero químico en EEUU.

Es vicepresidente de la organización ecológica Mundo Azul y apoya el proyecto Delphin Aid, que trata de ayudar a niños descapacitados a través del contacto físico con delfines.

De su periplo australiano ha dicho lo siguiente:

“En Australia cometí el más grande error de mi vida: fui escalando posiciones muy rápido en la empresa en la que trabajaba y llegó un momento en el que me convertí en gerente general de toda la zona de Oceanía y el sudeste asiático, ahí dejé de trabajar para vivir y comencé a vivir para trabajar.”

La gran incógnita sigue siendo, por lo tanto, él mismo.

Su éxito no sólo se debe a su propia búsqueda espiritual y a la suerte de haberse topado con un delfín que lo acompañó durante tres días en una playa de Portugal y tal como llegó se volvió a perder en el mar.

Cuando estuvo lista su primera novela, la editorial Random House Australia le ofreció publicársela, pero sólo si él hacía ciertos cambios.

Bambarén los mandó a rodar y se embarcó en la más que incierta aventura de convertirse en su propio editor.

Él mismo cuenta que con un amigo –convencido de la calidad y del potencial de la historia- editaron 5.000 copias en 1996.

¿No estará volviendo a cometer el mismo error, aunque esta vez de una forma más sutil y mucho más exitosa y en un campo que sí le agrada?

¿Volvería a dejar todo otra vez para empezar de nuevo o para reencontrarse a sí mismo, escapar de la vorágine de la fama y los famosos?

Aún no he leído ninguna de sus obras, pero me imagino que Bambarén no tendría mayores problemas para hacerlo.

“Nunca dejes que tus miedos se interpongan en tus sueños” es su consigna.

HjorgeV 20-07-2008

¿ES EL ALEMÁN UN IDIOMA ‘LINDO’? (V/Fin)

Como era la primera vez que una mujer tomaba la iniciativa amorosa en mi vida, tengo que haberme quedado alelado.

Pero el ambiente de carnaval de las calles puneñas, el desfile de los grupos de música y las comparsas, sin dejar de lado el efecto del alcohol y la algarabía general, no daban para quedarse callado en medio de la calle y con la boca abierta.

Me voy a permitir una elipsis narrativa.

Baste decir que esa noche la pasamos en otro hotel y que a la mañana siguiente nos despedimos para siempre.

Era alguien que había conocido de casualidad. Y la casualidad y los malentendidos nos habían vuelto a juntar.

Una tarde –ya en Lima- llegué a casa de mi querida tía Carmen y me encontré con una sorpresa.

Una mujer que sólo hablaba inglés había intentado comunicarse conmigo y mi madre le había dado el teléfono de mi tía porque sabía que yo me dirigía allí a darle clases de matemáticas a mi primo.

¿Alguien que sólo hablaba inglés?

No le di importancia al asunto.

Debía tratarse de una confusión.

Después, pensando en quién podría ser, me acordé de que a Sieglinde le había dado mi número en el tren y después lo había olvidado.

Al despedirnos, no se me había ocurrido para nada que podríamos volver a vernos.

Cuando la llamé a su hotel (del cual no se había movido para no perderse mi llamada), me contó que en dos días partía de regreso a Alemania.

Me preguntó si podríamos vernos enseguida.

Esa misma noche nos encontramos y no nos separamos ni un instante hasta su partida del aeropuerto limeño.

Me contó también, en su inglés elemental, que llevaba una semana en Lima porque había cambiado sus planes.

-¿Por qué no me llamaste antes? –le pregunté.

Me respondió que había pensado que yo era un mujeriego especializado en turistas extranjeras y que tenía miedo de que “mi esposa” respondiera al teléfono. Recién dos días antes de partir se había atrevido a hacerlo.

En vez de tratar de explicarle que no era cierto, me eché a reír.

Más de un año después, con una beca Alemania, una de las primeras cosas que hice fue llamarla por teléfono.

Quería darle una gran sorpresa.

En el intermedio nos habíamos escrito docenas de cartas y ella había tomado la costumbre de enviarme algún regalo con sus cartas.

Las mías eran especialmente largas (alguna de treinta páginas, la mayoría de más de cinco a diez) y constituían una buena forma de practicar mi incipiente alemán.

Durante un buen tiempo conservé parte de esos regalos: un tocacasette (así llamábamos en Lima a ese desaparecido aparato y pronunciábamos ‘tocacaset’), un reloj, diversos casetes, libros sobre Alemania.

Ese año me lo pasé escuchando un casete de un trío que nunca antes había escuchado: Peter, Paul and Mary.

Recuerdo en especial la canción Leaving on a jet plane. (La pueden encontrar en la sección Más música de esta bitácora.)

Cuando escuché por primera vez su voz, después de decirle que estaba en su país, me di cuenta enseguida de que algo no andaba bien.

Había esperado una gran alegría, emociones, preguntas sobre cuándo nos podríamos ver y esas cosas.

En cambio, se apresuró a decirme que yo había malentendido muchas cosas y que ella no se había atrevido a aclararlas demasiado.

Tenía pareja.

Y ya llevaban viviendo casi diez años juntos.

No sabía cuándo, pero estaban por casarse y formar una familia.

Me agradeció por los hermosos momentos pasados y me deseó buena suerte. No me volvería a escribir y era mejor que no volviera a llamarla.

¿Qué tan fuerte fue el golpe?

Parafrasearé a García Lorca. Es bueno saber reírse de los propios fracasos.

Me porté como quien soy.

Como un gitano legítimo.

(…)

Y no quise sufrir más

porque teniendo marido

me dijo que era mozuela

cuando me la llevaba al río.

Por lo menos eso era lo que yo le había entendido, cuando apenas hablaba alemán.

HjorgeV 18-07-2008

AJUSTE DE CUENTAS (Poesía)

.

Ah sí

Y después querrás recordar

Todo lo malo y recogerlo

Como un fruto en tu mano

Para darme de comer veneno

.

Tomarás todas tus ropas y me

Dejarás lo mínimo

Para vivir mi futuro de madera

.

Tomarás tu pelo y te asombrarás

De que ya lleve algunas canas

Y me emputecerás

Y te asombrarás de todo lo vivido y de

Tu cólera ante mi presencia

.

Desde la puerta me lanzarás una mirada

(Yo sé que será la última)

Me volverás a maldecir

Y te arrepentirás de haberme conocido

.

Antes de salir te arreglarás

Pero no por los hombres

De allá afuera

Te secarás todas tus lágrimas

.

Tomarás un mechón de tu cabello

Y pensarás en mí

.

Preguntándote si ese cielo más que

Azul acaso ahora te protegerá

.

Pensarás que te sigo observando

Que no ha sido mi ataúd

El que acabas de dejar apenas un

Momento atrás en esta funeraria

.

HjorgeV 12-07-08

¿ES EL ALEMÁN UN IDIOMA ‘LINDO’? (IV)

MALENTENDIDOS AL PIE DEL TITICACA

Lo bonito de no entender un idioma es que uno se pierde las cosas malas que se puedan decir en él.

Pero también las buenas. Y eso es lo malo.

Lo peor, es, a veces, malentender.

A Sieglinde, a la periodista alemana que había conocido en el repleto tren de turistas que nos había llevado de Arequipa a Puno, le entendí varias cosas mal. No sólo por cuestiones de idioma.

Cuando le pregunté si tenía novio y le entendí que llevaba nueve a años sin tener uno, en realidad, ella me había dicho que tenía una relación estable en Alemania que ya duraba nueve años.

Cuando trató de explicarme que pronto pensaban tener un bebé y que ella pensaba quedarse embarazada, yo le entendí que habían perdido un bebé y esa había sido la causa de la ruptura de su última relación. Hacía nueve años…

No es difícil imaginarse lo que digo.

Cuando le entendí que me hablaba de un bebé, le pregunté cómo se llamaba y me dijo que no tenía nombre. Ah, no ha nacido, pensé. No existe, le decía yo. Algo que ella me confirmaba.

De lo cual, yo deducía que lo había perdido y que tal vez esa había sido la razón del fracaso de esa relación.

Y así con las otras cosas.

Esa primera noche en Puno, sentado sobre las escalinatas de la entrada de nuestro hostal, ella me había encontrado allí y luego nos habíamos dirigido a un café contiguo.

Le había entendido que se había regresado al hostal para poder estar sola, porque su amiga había encontrado diversión y ella se había puesto a pensar en mí.

Años después –cuando volví a hablar con ella en Alemania, por teléfono- me enteré que ella había querido decirme realmente otra cosa.

Le había dicho a su amiga que siguiera divirtiéndose con los otros alemanes y suizos que habían conocido, que ella se iría a descansar al hostal, porque deseaba acostarse temprano.

¿Y cómo había llegado yo a entender que había estado pensando en mí, tanto como yo en ella?

Porque ella había tratado de explicarme que, en el primer momento que me vio desde lejos, sentado sobre las escaleras, pensó que se podría tratar de uno de sus nuevos compañeros de habitación.

Algo que quedó confirmado cuando se acercó.

(Era un simple compañero de habitación en su mente.)

Como yo había entendido que había estado pensando en mí y ella se reía por el mal entendido (ella lo sabía y yo no), le había propuesto beber algo en el café contiguo.

(Puesto que entendía que verme la había puesto de buen humor.)

Pero yo lo hacía por no saber qué hacer y no porque me la quería «levantar».

Luego todo había sido una cadena increíble de más malentendidos y confusiones.

Felices en este caso.

Por lo menos un buen tiempo, que duró casi dos años hasta que yo partí para Alemania a volver a verla.

Como ella se reía por mis malentendidos, llegó a decirme que aceptaba mi invitación, pero sólo porque haciéndola reír se le había quitado el cansancio.

Para hacérmelo entender (y yo no fuera a imaginarme nada más), detuvo a varias personas que pasaron por nuestro lado hasta que encontró a una que hablaba castellano y alemán y quería ayudarnos.

El compatriota que hizo de traductor me dijo:

“Dice que la has hecho reír tanto que se le ha pasado el cansancio. Que sólo por eso acepta la invitación, pero que el café lo paga ella.”

Lo del café me pareció un misterio, porque yo venía de un medio en el que los muchachos pagaban las consumiciones cuando invitaban a una chica. Y este era el caso.

Al momento de pagar, la joven camarera se dirigió a mí para cobrar y yo le señalé a mi compañera, quien volvió a reír a carcajadas, sin que yo supiera por qué.

Según lo que pude entender dos años después, ella partía de que yo era una especie de gigoló que hacía muy bien mi “trabajo”, es decir, mi actuación. Y que por eso le pareció sumamente chistoso que le dijera tan frescamente a la camarera quién pagaba las cuentas en esa pareja.

Lo de gigoló, por otra parte, había nacido de otra confusión.

(El Libro de Estilo de El País recomienda usar «chulo» en España, lo que sería equivalente a «caficho» en mi país, término que, a su vez, proviene del lunfardo argentino, pero no es lo mismo. Un gigoló vive del dinero y los bienes de una mujer rica -generalmente bastante mayor- y no de su trabajo como prostituta.)

Al recitar de memoria mis lecciones del libro de texto de mi curso de alemán en el tren, yo no había reparado para nada en el contenido de lo que decía, porque simplemente partía de que estaba claro que se trataba de textos ficticios.

El segundo de ellos explicaba en alemán que yo era “un muchacho que tenía una familia muy numerosa y que a veces pasábamos hambre”.

De allí, ella había colegido que, a pesar de mis ropas y de estar de turista como ella, yo me estaba haciendo pasar por un menesteroso, pero de otro nivel, es decir, por un vividor de mujeres.

La historia continúa, porque al salir del café, a mí me pareció indecente no permitirle cierta intimidad para que se cambiara de ropa y se pudiera ir a la cama, puesto que compartíamos una habitación sin mayores comodidades y que solo tenía cuatro camas y nada más.

De tal manera que en la puerta del hostal, me despedí de ella para darle la oportunidad de la intimidad mencionada.

Tontamente, lo hice además con un beso en la mejilla, como se acostumbraba en el medio del cual venía, sin saber que eso no existía en Alemania.

(Ahora muchos alemanes se saludan con dos besos, como los franceses, algo a lo que he tenido que acostumbrarme y que me lleva a tener que concentrarme en Lima cuando saludo a alguna amiga, familiar o conocida.)

Y eso terminó por confundirla del todo a ella.

Simplemente porque esperaba que fuéramos juntos a la habitación donde iríamos a estar solos y ese beso era una especie de anticipo. (Y pensaba decirme que no, claro.)

A la mañana siguiente, cuando nos despertamos, nos dimos con que las dos muchachas alemanas ya habían abandonado el hostal muy temprano.

Después de ponernos de acuerdo mi amigo y yo, empezamos nuestro propio paseo por Puno.

Recuerdo especialmente las bandas de sicuris con sus sonidos telúricos y la competencia de cuatro orquestas con sus músicos borrachos tocando todos a la vez alrededor de un obelisco, tratando de ver cuál tocaba más fuerte y más tiempo en un esfuerzo diabólico y sin par.

Recuerdo cómo pensaba que ese día con ella a mi lado habría sido más lindo.

Recuerdo unos fardos de colores que divisábamos desde el colectivo que nos llevaba a las Chulpas de Sillustani: unas construcciones funerarias del siglo XIII, construidas por la cultura Kolla mucho antes de la llegada de los violentos inmigrantes españoles a nuestras tierras.

El conductor nos dijo que no se trataba de simples bultos.

-¿Qué son entonces? –le pregunté, siguiendo la costumbre de viajar parado junto al chofer para intercambiar compañía por información.

El hombre sonrió, de esa enigmática forma que solo he observado en los Andes, en la que se mezcla diversión, sorna, pero también pesar por la ignorancia del interlocutor.

-Son mujeres, joven.

-¿Mujeres? ¿Durmiendo, con este frío?

-No sienten, pe. Borrachas están, pe –me respondió él, salpicando casi todas sus expresiones con esa versión abreviada de nuestro tan usado “pues” y hablando con su inconfundible acento puneño.

Por esas cosas que se ven en las películas, pero que casi no ocurren en la vida, en el paseo por las Chulpas de Sillustani nos encontramos sorpresivamente con nuestras dos alemanas, quienes se alegraron de vernos.

Por esas cosas que se dan más en la vida real que en las novelas o películas, mi reacción fue quedarme paralizado. Tanto que no alcancé a reaccionar hasta que el ómnibus en el que habían llegado las dos, partió, sin haber intercambiado yo ni una sola palabra con ellas.

-Se van mañana en la mañana –me dijo Charlie, quien sí se había alegrado de verlas esta vez y se había puesto a conversar con ellas.

Por la noche, después de haber bailado con las comparsas de sicuris y otros grupos folclóricos, bebido con todo tipo de gente, recorrido la ciudad, reído y cantado al pie del lago navegable más alto del mundo -el Titicaca-, regresamos extenuados con mi amigo al hotel.

En las escalinatas, sentada, encontramos a Sieglinde.

Charlie se disculpó y se fue a llamar por teléfono a su novia. (Con la cual se casaría y tendría por lo menos un hijo después.)

Después de intercambiar saludos y un par de palabras con ella, y cuando me encontraba disculpándome, presto para pasar a nuestra habitación porque me sentía cansado de haber estado en pie todo el día (yo también deseaba cierta intimidad para cambiarme y acostarme), ella me detuvo y me tomó de una mano para poder incorporarse.

Con señas muy claras, me indicó que quería beber algo conmigo.

Traté de explicarle que me sentía demasiado agotado, aunque contento de verla. Un café era lo último que deseaba tomar en ese momento. Que le deseaba un buen viaje a la mañana siguiente.

Me dolía que no la fuera a ver nunca más, pero así era la vida.

Me había pasado gran parte del día pensando en ella, pero me había podido recuperar, felizmente.

Al notar mi indecisión, ella simplemente me jaló de una mano, me tomó por la cintura y me hizo avanzar abrazados en dirección a la Plaza de Armas de Puno.

Continúa…

HjorgeV 11-07-2008

IMPUNIDAD E INMUNIDAD A LA ITALIANA

Incendiar el hogar de alguien que no te cae bien, es un deporte que se ha puesto de moda en Italia.

¿Y las autoridades y el gobierno?

Por lo visto, bien.

Grazie.

En mayo pasado fueron incendiadas en Nápoles las viviendas de 700 personas. El incendio provocado consiguió erradicarlas de sus hogares provisorios, sin que se produjeran víctimas mortales, felizmente.

Que se sepa, no se detuvo a nadie ni las autoridades italianas han abierto ningún expediente al respecto.

Es más.

A nadie se le ha ocurrido pensar en esa posibilidad. Ni a los medios de comunicación, ni a ningún particular, por lo visto.

Tampoco, a nadie parece habérsele ocurrido pensar en la mera posibilidad de denunciar a los criminales que con el fuego pusieron en peligro patente la vida de seres humanos como ellos.

Aparte de haber destruido sus pertenencias.

La Barbarie ha vuelto con fuerza y está tan presente entre los europeos que ya ni siquiera lo notan.

Claro, alguien podría decir que las barracas miserables donde vivían los gitanos ahuyentados por los incendios racistas no podían llamarse hogares, a lo más campamentos.

Con lo cual, quedaría justificada la piromanía «oficialista», se entiende.

Oficialista, puesto que tiene inspiración en varias medidas berlusconistas, entre ellas, la de fichar a los gitanos romaníes tal como lo hacían Hitler y Musolinni en sus “mejores” momentos.

Cuando los fascistas, envalentonados por el apoyo de las masas, se creían con el derecho a decir:

“Tú no. Yo sí, porque es así. Y si no es cierto, lo es a partir de este momento”.

El que busca, suele encontrar.

Y cuando son pretextos lo que se busca, también se los encuentra.

Que porque no tienen papeles. Que no hablan el idioma del país, en este caso italiano. Que roban y atentan contra la ley.

Cualquier pretexto es bueno.

Si son asesinos, pues a asesinarlos.

Esas son las leyes populares-nacidas del pueblo- que necesita este mundo.

Como dijo Gandhi: “Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego”.

El primer pretexto ha sido desmentido repetidas veces, porque la mayoría de los gitanos que viven en Italia tienen sus documentos en regla, según manifiesta Paolo Ciani, de la Comunidad de San Egidio.

Lo del idioma ya casi nadie lo menciona –me imagino- porque debe ser ostensible que proveniendo de Rumanía, la mayoría no debe haber tenido mayores problemas para aprender una lengua románica similar.

¿Que los gitanos roban y atentan contra las leyes?

No lo dudo.

Seguro que tienen sus ladrones y criminales, como todo pueblo del mundo.

Unos con el cuello (de la camisa) más blanco que otros, con corbata o sin ella, en la red o en la calle, en el gobierno o no, en los puertos más míseros y en las empresas más ricas, pero criminales hay por todo el planeta.

(Se dice que por ahí anda uno que con sus decisiones ha provocado indirectamente la muerte de más de medio millón de personas en un país que pronto será el tercer productor mundial de petróleo.)

La mala suerte de los gitanos italianos es no llamarse Berlusconi.

Sino, habrían hecho leyes a su medida y el asunto se habría resuelto con un gesto televisivo para las cámaras. Para sus propias cámaras de televisión, se entiende.

Inmunidad a la italiana.

No es el título de una película.

Es la cruel y repulsiva realidad de este Siglo de la Barbarie que acaba de empezar.

(Sobre el presidente italiano, al que un texto oficial del gobierno de Bush acaba de tildar como «uno de los líderes más controvertidos en la historia de un país conocido por su corrupción gubernamental y su vicio» en plena conferencia del G-8, penden varios procesos judiciales. Sólo por uno de ellos podría ir a parar 6 años a la cárcel.)

Lo sintomático de la barbarie es que es altamente cobarde.

(Son los mismos homínidos que han bailado y amado al ritmo de los Gipsy Kings, escuchan y se mueven al ritmo de la música afroamericana de moda, y se rinden a los pies de los futbolistas brasileños de piel oscura.)

Según informa El País, Rebecca Covaciu, una niña de 12 años, fue víctima de una brutal paliza por parte de dos adultos cuando se desplazaba con su hermano Ioni, de 14 años, por las calles de Milán.

¿Cuál era el «delito» de esa niña?

(Es decir, la «justificación» de semejante cobardía.)

Rebecca había recibido en mayo el premio Caffè Shakerato 2008 por sus óleos y dibujos que describen la vida en sus campamentos provisorios.

¿Quiénes eran esos dos adultos fortachones y con la gran valentía de enfrentarse a dos infantes?

Según parece, dos policías que dos días después se bajaron de su patrullero y vestidos con su uniforme policial, le recriminaron al padre el haber denunciado la agresión a sus dos hijos.

Como seguían siendo muy valientes y eran dos contra uno, lo apalearon.

Esta ola racista en Italia tiene un homicidio como gran pretexto inicial.

Un gitano rumano que vivía en un campamento en Roma, fue detenido, acusado del asesinato de la esposa de un alto oficial de la Marina italiana.

Es decir, mientras más alto el rango del afectado, mayor la impunidad en la vendetta («venganza» en italiano).

Y mayor la capacidad de saltarse las leyes por parte de los italianos.

Los mismos que reclaman seguridad y justicia a fuego y a gritos, han empezado a sembrar el terror en un grupo tan humano como ellos, saltándose la más elemental y civilizada definición de justicia.

La Nueva Justicia italiana se toma con las propias manos y es incendiaria, anónima y cobarde.

Lo curioso es que estos gitanos romaníes son ciudadanos europeos, miembros de pleno derecho de la Unión Europea.

¿Hitler y Musolinni han vuelto?

Un solo ejemplo.

El «Grupo Armado para la Purificación Étnica» (GAPE), responsable el año pasado de la muerte por carbonización de cuatro niños gitanos rumanos menores de 11 años, en un incendio provocado, ya envió un ultimátum a los gitanos para que abandonen Italia en 20 días.

¿Hizo algo el gobierno para detener a estos terroristas?

¿Hubo alguna manifestación ciudadana por esas cuatro muertes?

¿Se repite la historia?

¿Quién incendia los hogares de los mafiosos de todo nivel, si de tomarse justicia de esa manera se trata?

¿Han vuelto las cavernarias ideas fascistas?

Por mi parte, si tomamos en cuenta el curso de los hechos a partir de la Segunda Guerra Mundial, pero enfocando nuestra mirada no sólo en lo positivo de Europa sino también en el resto del acontecer en el mundo entero, tengo las cosas claras.

Basta una pregunta.

¿Se fueron alguna vez del todo?

HjorgeV 08-07-2008

Fuentes y enlaces de interés:

http://www.elpais.com/articulo/internacional/ficha/gitanos/Italia/incluye/casilla/etnia/elpepuint/20080708elpepiint_8/Tes

http://medios.mugak.eu/noticias/noticia/119567

http://www.elpais.com/articulo/internacional/Lider/controvertido/pais/corrupto/elpepuint/20080708elpepuint_11/Tes

¿ES EL ALEMÁN UN IDIOMA ‘LINDO’? (III)

ENAMORÁNDOME SIN SABER EL IDIOMA

-Eso tiene que ser alemán. Espérate que me gustaría comprobarlo –le había dicho a mi amigo al levantarme de mi asiento y empezar a moverme por el pasillo del tren andino que nos llevaba de Arequipa a Puno.

Estábamos a comienzos de los años ochenta en el Perú y todavía no se vivía el ambiente de guerra civil que llegó a provocar ese fenómeno llamado Sendero Luminoso, que aún estaba entonces en su fase embrionaria.

A nuestro país llegaban turistas de todo el mundo y las calles del Centro de Lima, por ejemplo, eran recorridas por los visitantes extranjeros y existían por doquier tiendas especializadas en recuerdos turísticos.

(Apenas diez años más tarde, en una visita que hice a mi ciudad, sólo necesité los dedos de mis dos manos para contar los turistas con los que me crucé recorriendo parte del mismo Centro. Algo que ha cambiado nuevamente por completo.)

Así es que me levanté de mi asiento y me acerqué hasta el lugar donde creía que había escuchado hablar alemán.

No sé por qué lo hice. Tal vez la presencia de mi amigo me envalentonó en una situación en la que normalmente sólo me habría limitado a parar la oreja.

Cuando llegué a la altura de los asientos correspondientes, observé que se trataba de dos extranjeras que se dedicaban a contemplar y fotografiar el paisaje andino y a hacer comentarios pausadamente.

Una era muy rubia, tenía el cabello muy largo y lacio, unos grandes ojos verdes y era especialmente bella.

La otra, la mayor –después supe que tenía 28 años unos ocho años más que yo-, tenía ojos azules con un toque de gris, cabello castaño y no era tan alta como su amiga.

Sin atreverme a nada más, seguí de frente, haciéndome el disimulado, como decimos en mi país.

Al volver del final del pasillo de regreso a mi asiento y pasar por su lado, la de pelo castaño me sonrió. Era guapa, pero la belleza exagerada de su amiga la opacaba sin remedio.

-¿Y? –preguntó mi amigo-. ¿Era alemán o no?

-Parece que sí –le respondí, volviendo a sentarme, con cierto nerviosismo para el cual no encontraba explicación.

Más tarde, la de cabello castaño pasó por mi lado y me sonrió. Hice lo mismo y le devolví la sonrisa.

Al volver, seguramente del retrete, volvimos a sonreírnos y entonces me atreví a preguntarle –casi temblando- si hablaba alemán.

Ella dijo algo así como:

-Oh, ya había contado con que en este país nadie hablara mi lengua.

No lo sé exactamente porque entonces mis conocimientos eran apenas rudimentarios.

Como vio que yo no había entendido, me quedó mirando y, por un momento, pensé que la magia se iba a ir como había llegado. Sería para otra oportunidad, cuando hubiera aprendido el alemán de verdad.

En cambio, y viendo que se había quedado parada a mi lado, me sorprendí a mí mismo, recitándole de memoria una de las primeras lecciones de mi libro de texto.

Ella me escuchó, sorprendida, me pareció que le brillaron los ojos, hizo un gesto como de desconcierto, inclinó la cabeza y me señaló un asiento que estaba libre justo delante del de ellas dos, invitándome a ocuparlo.

Se llamaba Siegliende y venía de un lugar vecino a Stuttgart, era periodista de profesión y había venido a visitar a su amiga Angelika, la belleza rubia, quien empezó a mirarme con abierta desconfianza cuando me senté frente a ellas.

Como era obvio que con mis primitivos conocimientos de alemán no podríamos entendernos, intentamos hacerlo en inglés, aunque esa era una lengua que ella no dominaba.

Creo que le recité de memoria varias lecciones más, ya no recuerdo. Conversamos con pies y manos como se dice en alemán.

Entonces no sólo era joven, era tonto hasta el desguace en varios sentidos. Algo que, me imagino, no se pierde así nomás. Ingenuidad, tal vez sea la palabra más apropiada.

Recuerdo que llegamos a Puno, nuestro destino, y, como de costumbre, me dirigí a la gente del lugar para preguntar por un alojamiento adecuado para dos universitarios como nosotros.

Para mi sorpresa, las dos amigas nos siguieron y, sin saber realmente cómo, terminamos los cuatro compartiendo una misma habitación. Seguramente porque era lo único que había libre o porque era muy barato.

Era febrero y en Puno se celebraba la famosa Fiesta de la Candelaria.

La ciudad irradiaba alegría y música por todas partes. Una algarabía de color y vibrantes ‘buenas ondas’ parecían mantener la ciudad suspendida en una especie de limbo carnavalesco.

Después de dejar y organizar nuestro equipaje, asearnos y vestir ropas frescas, mi amigo y yo les propusimos –inocentemente- a las dos amigas un paseo por la ciudad.

La rubia alta y bella hablaba muy bien el inglés y nos dijo –no sin cierta arrogancia- que preferían hacerlo solas y por su cuenta. Que por favor no fuéramos a creer que porque compartíamos una habitación, ya teníamos ciertos ‘derechos’ sobre ellas.

La sorpresa por el modo de hablarnos fue tan grande que nos quedamos boquiabiertos.

Charly tenía novia y era un tipo correctísimo, de esos que preferirían cortarse una mano o un pie antes que ser infieles. Su aspecto era engañoso, porque era alto y más que atractivo y bien podía pasar por una desconocida y elegante estrella de rock, por su forma de vestir y sus cabellos de color castaño oscuro hasta el hombro.

Por mi parte, si bien me había asombrado por lo de compartir habitación con dos alemanas que acabábamos de conocer, creo que en lo último que se me habría ocurrido pensar en ese momento, era en llegar a tener sexo (qué fea me resulta ahora esta expresión) con alguna de ellas.

Cuando las vimos alejarse perdiéndose entre la gente y el bullicio de la ciudad, recién pudimos despertar de nuestro asombro.

Medio aturdidos por el viaje y el efecto de la altura, paseamos un poco, comimos algo y mi amigo se excusó para poder llamar por teléfono a su novia, dejándome solo en las calles de la ciudad.

He vuelto a Puno una o dos veces más.

La ciudad que encontré esa primera vez era una ciudad en pleno carnaval. Recuerdo que desde las seis de la mañana, las orquestas típicas de la región bajaban entonando sus ritmos y melodías, acompañando sus respectivas comparsas y bailarines con sus disfraces imposibles.

Recuerdo las mezclas increíbles de colores de las vestimentas de los músicos, bailarines y demás participantes.

Recuerdo especialmente los grupos de sicuris tocando sus zampoñas o sicus, y contagiándote su fuerza telúrica.

Pero cuando uno regresa a Puno sin carnaval, es como si uno regresara a una ciudad muy tranquila, casi fantasmal y gélida.

Y así era como me había empezado a sentir desde que había escuchado las repelentes palabras de Angelika, a pesar del bullicio general y el público vocinglero moviéndose por las calles.

De golpe me sentí tan solo, que no acerté a hacer otra cosa que sentarme en las escalerillas del portal de nuestro hostal a ver pasar la gente: a los borrachos, a las comparsas, a los turistas y al resto de los presentes.

Dos grandes piezas de madera antiquísima a mi espalda, escoltaban mi absurda pesadumbre.

¿Qué me sucedía?

Sin saberlo, me había enamorado al primer vistazo.

Continúa…

HjorgeV 06-07-2008

¿ES EL ALEMÁN UN IDIOMA ‘LINDO’? (II)

Aunque no hablo el alemán como un nativo a pesar de los años que llevo en este país, he descubierto que hay cosas que puedo expresar mejor en ese idioma que en el mío, el castellano.

Y que determinadas situaciones se narran mejor –para mi gusto- en el idioma de Heinrich Böll que en el de Corín Tellado.

(Para poner una comparación inusual. Sin olvidar que la Tellado es la autora más leída después de Cervantes en nuestro idioma, por más que muchos como yo nunca la hayamos leído.)

Digo todo esto, justo ahora que me encuentro inmerso en la redacción final de una historia, una novela, en la que tengo serios problemas para encontrar el punto narrativo.

Mientras me rompo más o menos literalmente la cabeza tratando de encontrar los tiempos y las personas adecuadas a utilizar en la narración (y altero la historia una y otra vez), me he dado cuenta de que en alemán no tendría esos problemas, porque sus tiempos son más sencillos que en nuestro idioma.

Y no está permitido obviar los pronombres personales como en el castellano, dejando claro en cada momento quién es el que está hablando.

(Tendría otro tipo de problemas, claro.)

También he notado que cuando se trata de describir objetos y hablar de cosas concretas el alemán es un idioma práctico y certero. Descriptivo, diría.

Creo que la cosa cambia cuando se trata de describir sentimientos y afectos, por ejemplo. Sospecho que no es un idioma que podría ponerse a concursar como Lengua del Amor.

Pero el alemán es un idioma eficaz para dar órdenes, por otro lado.

Mientras que en castellano es necesario definir el objeto de nuestro imperativo (para saber, por ejemplo, si nos dirigimos a ‘vosotros’ o a ‘ustedes’ en la segunda persona del plural), en la lengua de Thomas Mann existe una forma general imperativa:

Essen!, por ejemplo, puede ser tanto ¡Coman!, ¡Comed! como ¡Come!

La forma equivalente sería el infinitivo ¡Comer!, pero es algo que no se usa así no más en nuestro idioma al dar una instrucción, mandato u orden concretos.

¿Tiene que ver esto con la historia de Alemania?, se podría preguntar alguien.

Pero eso es algo que quedaría replicado al constatar que otros países como España e Italia también tuvieron su pasado fascista. O que Pinochet, Stroessner y Videla hablaban castellano.

Aunque sigo sin considerar el alemán como un idioma natural para mí, sé que es mi segundo idioma porque que sueño también en él y porque de vez en cuando me pesco formulando muchas cosas con su ayuda, más o menos con naturalidad.

De hecho, he escrito hasta una novela entera en mi segundo idioma, que alguna vez me animaré a corregir y terminar, además de varios relatos. Y me siento cómodo narrando en él.

(Escribir siempre es más fácil que hablar para alguien como yo que no domina el idioma a la perfección, porque sabe que cualquier error no será escuchado por nadie y que todo se puede corregir al final. Con ayuda o no.)

Eso sí, cuando he intentado traducirme a mí mismo me he metido en líos sin salida.

Una vez intenté traducir mi primera novela (la que se encuentra participando actualmente en una lotería, léase concurso) y me pasé casi dos meses jalándome de los pelos.

Hasta que tiré la toalla.

Simplemente porque en la narración, cada idioma tiende a crear otros caminos (narrativos) y otras soluciones en la redacción.

Como yo conocía mi material –el argumento de la historia- cada vez que comenzaba a traducir un párrafo, sentía que tenía que seguirlo de otra manera que la que me señalaba la traducción literal.

De seguir así, habría escrito una historia diferente de la original.

(Tal vez alguna vez me anime a concluir consecuentemente ese ejercicio.)

Por lo demás, el alemán es el tercer idioma más enseñado como lengua extranjera en el mundo.

En segundo lugar en Europa y en tercer lugar en EEUU, después del castellano.

Y es un idioma mucho más musical de lo que se cree o supone.

Personalmente, por haber vivido varios años ganándome la vida como músico –básicamente cantando- creo saber más o menos de lo que hablo.

Ciertos fraseos, por ejemplo, son más cómodos en alemán que en castellano. Algo que también afirmó alguna vez Paolo Conte, el famoso cantautor, jazzista y compositor italiano; para mi sorpresa, porque hasta ese momento eso era algo que no me había atrevido a manifestar a otra personas.

Y, aunque, por su morfología, el alemán no está hecho para ciertos a malabares rítmicos como los necesarios para una salsa o un merengue, se luce en otros aspectos que también tiene que ver empero con el ritmo.

El rapeo, por ejemplo, me suena menos forzado en alemán que en castellano. Tal vez justamente porque los raperos se pueden apoyar en sus consonantes fuertes para marcar sus complicados ritmos y fraseos sincopados que más tienen de recitación que de melodía en sí.

No por nada la poesía alemana es una de las más apreciadas en la literatura mundial.

Quisiera dar dos ejemplos prácticos de mi experiencia con el alemán, contando dos anécdotas o situaciones reales de las tantas que me han sucedido.

La primera empieza en el tren andino que nos llevaba a mí y a Charlie –Carlos R., mi compañero de viaje en esa ocasión-, de Arequipa a Puno.

En ese entonces acababa de cursar mi primer trimestre en el Instituto Goethe y mi alemán era todavía elemental.

Sin embargo, me había aprendido todas mis lecciones del libro de texto de memoria y las podía recitar de paporreta, aunque no podía entender todo.

Sin saber que eso iba a cambiar mi vida –aunque no del todo-, cuando en un momento determinado escuché hablar alemán unos asientos más allá del nuestro, le dije a mi compañero de viaje, levantándome de mi asiento:

-Eso tiene que ser alemán. Espérate que me gustaría comprobarlo.

Continúa …

HjorgeV 04-07-2008

BETANCOURT LIBRE: ¿QUIÉN SE FROTA AHORA LAS MANOS?

No pude dejar de asombrarme al ver la primera fotografía de Ingrid Betancourt al final de su cautiverio de seis años.

La imagen es de El País.

Veo una mujer sonriente y feliz. Casi coqueta.

¿Cómo ha hecho para aparecer tan lozana y fresca, a pesar de su edad, casi como una turista que acaba de pasar unos días en la selva y no seis años en las peores condiciones, muy diferente de la Betancourt que hasta hace poco parecía morirse?

¿Ha tenido por lo menos una semana para recuperarse y poder ser presentada a la prensa?

(Curiosamente, así, el gobierno de Uribe y el ejército le hacen un favor indirecto a las FARC.)

Lo que me preocupa es la parafernalia acompañante.

Su uniforme militar, sus declaraciones.

Su promesa de seguir “luchando por la libertad de los que quedaron cautivos”. No por los cautivos, claro -quién no los quiere a todos libres-, sino por las prioridades que pueda imponerse a sí misma como política.

Sus palabras son reflejo de su confuso estado mental, seguramente, en el que se mezclan agradecimiento y maniqueísmo, es decir, creer que quien te salva es «el bueno», justamente porque te salva:

«Gracias al Ejército mío, de mi patria Colombia, gracias por la impecable operación (de rescate), la operación fue perfecta.»

¿O no?

(No creo que en este conflicto haya Buenos y Malos. Uribe y muchos de los suyos tienen las manos demasiado sucias como para esperar que la opinión pública se crea tal división simplona y maniqueísta de los bandos en conflicto. Creo que hay, antes que nada, Dos Partes Responsables de buscar una solución a este conflicto que, aunque es básicamente social, ya está contaminado con negocios lícitos e ilícitos, más intereses políticos.)

Obviamente, quien ha permanecido como rehén en cautiverio de quien sea, aunque solo haya sido por un solo día, sabrá agradecer a quien lo rescate.

Más o menos independientemente de quién haya sido.

En este caso, el asunto es preocupante, porque el conflicto colombiano se agrava cada vez más, justamente por la militarización que ha sufrido y que EEUU sigue promoviendo con gran interés a través del llamado Plan Colombia.

(El Plan Colombia no es ningún plan, en realidad. Se trata de una directiva mediante la cual se legitima la acción del ejército en tareas que normalmente corresponden a la policía. Es decir, se trata de una simple militarización.)

Dejemos por ahora de lado los intereses particulares (casi nunca lo son) que pueda tener el país del norte en todo esto.

La historia nos ha enseñado que los conflictos sociales se resuelven mal o simplemente no se resuelven con el uso de las armas. Salvo que se llame ‘solución’ a la desaparición física del opositor.

Sobre todo porque el armamentismo suele tener un efecto cada vez más catastrófico, pues propicia la llamada espiral de violencia.

Para decirlo con palabras infantiles:

Como tú me pegaste, yo te pego. Como yo te pego y tú tienes los medios, tú te armas; como tú te armas, yo también. Como yo me he armado, tú te armas más; etc.

Es obvio que si ambos bandos en conflicto –en este caso las FARC y el gobierno colombiano- tienen los medios necesarios para continuar con esa espiral, la continuarán, porque de esa continuación dependerá su existencia o su supervivencia.

Y la guerrilla tiene esos medios, tanto como la otra parte.

La pregunta central sería: ¿Cuál es el verdadero interés del gobierno colombiano en todo esto, aparte del de todo gobierno de desear mantener el orden e imponer la ley?

¿Es sólo una gran coincidencia que este ‘golpe de suerte’ para Uribe ocurra justamente cuando una comisión del congreso colombiano investiga si sobornó a una legisladora para permitir su reelección?

Por otra parte, ¿existe el deseo de acabar con las FARC a como dé lugar, más o menos siguiendo el fatal método bélico tan practicado por EEUU de: a enemigo arrasado problema resuelto?

¿O existe por lo menos un mínimo interés en tratar de entender verdaderamente el conflicto y reconocer que nació como producto de una situación social injusta y desesperada, por más que se haya convertido en un engendro difícil de determinar y definir?

Lo preocupante, entonces, es que el mensaje de Ingrid Betancourt (ella no tiene la culpa ahora, es una víctima más de las circunstancias) no hace sino vender la peor propuesta:

“El ejército es la solución y en él tenemos que confiar.”

Algo que bien podrá valer para ciertas operaciones militares de rescate, seguramente. Para eso está preparado profesionalmente el ejército, después de todo.

Pero no para encontrar una solución medianamente humanitaria, elementalmente sensata y más o menos profunda al conflicto social colombiano.

La industria armamentista es la única que ahora se puede frotar las manos.

¿O también Uribe?

HjorgeV 03-07-2008

¿ES EL ALEMÁN UN IDIOMA ‘LINDO’? (I)

Un lector –Rubén, desde Buenos Aires- pregunta si el alemán me parece un idioma lindo o no.

Anota y pregunta varias cosas más:

1. Que el alemán es un idioma contra el cual alguna gente siente cierto rechazo, debido al pasado nazi.

2. Que a los mismos alemanes no les gusta su idioma.

3. Que en el siglo XX no ha habido compositores brillantes ni autores de canciones populares en alemán.

4. Que los Lieder le parecen geniales.

5. Y si conozco cantantes o cantautores contemporáneos en alemán que pueda recomendar.

Como son temas que me apasionan –los idiomas, la consideración que puedan tener, el nazismo y la música-, me permitiré responderle aquí.

1. Personalmente, no he conocido gente que deteste el alemán.

Lo que he escuchado es que se considera un idioma ‘fuerte’ y tosco –y difícil de aprender-, por lo menos en comparación con las lenguas latinas que no tienen terminaciones en consonantes fuertes como la t o la k.

Si tomamos como ejemplo las líneas de arriba, es posible constatar que de todas las palabras de las primeras lineas, más o menos la mitad termina en alguna vocal.

El resto en consonantes como la s, la n o la l, considerados suaves en su pronunciación.

Tomando un texto cualquiera de la red (he escogido un artículo de Der Spiegel), constato que de unas 50 palabras, apenas 10 terminan en vocal: la quinta parte.

Este tipo de detalles son los que marcan la diferencia entre estos dos idiomas. Y, sí, los que hacen de la lengua de Goethe un idioma tosco y duro. Áspero, vamos a decir.

2. ¿Existen alemanes a los que no les gusta su idioma?

He conocido y conozco a muchos que lo afirman. Y sin mayor empacho.

Lo que no podría decir es si se trata de algo real o de una simple exageración.

No sé, por ejemplo, si se atreverían a calificar a su idioma de duro o áspero comparándolo con el vasco, el sueco o el quechua, por ejemplo; idiomas que a mí, particularmente, me parecen poco suaves en su pronunciación.

Lo que sí existe en este país, es una gran admiración por nuestro idioma.

En ese sentido, compartimos preferencias con el italiano. Aunque sospecho que más tiene que ver más con España e Italia como destinos turísticos, que con cuestiones exclusivamente lingüísticas.

Lo otro que he observado es que, más que rechazo, lo que mucha gente -como los españoles, latinos, italianos y hasta angloparlantes- hace, es burlarse del alemán.

“Tener que hablar como quien tiene una papa o patata caliente en la boca y obligado a entrechocar los dientes”, sería un intento de descripción que se me acaba de ocurrir. (He escuchado mejores.)

3. No sé si podría corroborar la afirmación de que en el siglo que acaba de pasar no ha habido grandes compositores alemanes.

Creo que el asunto hay que verlo de otra manera.

Nombres como Mozart, Beethoven, Bach o Schubert, han conseguido oscurecer los de otros –también- grandes compositores alemanes que no tuvieron la suerte de llegar a ser tan conocidos o difundidos como los grandes maestros.

Y esto a lo largo de más de un siglo, casi dos.

En este punto es preciso recordar, por ejemplo, el caso del compositor checo –considerado como austríaco, por lo tanto perteneciente al ámbito de la cultura alemana tanto como Mozart- Gustav Mahler, de quien recién en 1960 (¡50 años después de su muerte!) se empezó a considerar, apreciar y difundir su gran obra.

(La Quinta Sinfonía de Mahler es el fondo musical de la película Muerte en Venecia de Visconti, basada en la novela corta del escritor alemán Thomas Mann. Escribí un artículo al respecto.)

4. Personalmente, los Lieder -su plural- casi siempre me han aburrido.

Y eso a pesar de que originalmente renuncian al virtuosismo del bel canto y tienen una estrecha vinculación con el poema, como apunta la Wikipedia.

Pero esas son cuestiones de gustos. Y de circunstancias.

Además de que, seguramente, no he escuchado todavía a ningún verdadero buen o buena cantante de esas canciones (Lied es literalmente ‘canción’) que Schubert se encargó de desarrollar allá a inicios del siglo XIX basándose en las canciones populares alemanas.

(Los pocos Lieder que he escuchado en algún concierto, siempre me han dejado la impresión de que el intérprete está más preocupado de su técnica vocal que de la interpretación en sí. Fenómeno muy frecuente en toda la música, pero más apreciable en el canto.)

5. La siguiente es la dirección digital de un sitio que ofrece un listado de compositores alemanes –o radicados en Alemania- contemporáneos.

http://www.miz.org/komponisten.html

(Acabo de descubrir que la lista la encabeza alfabéticamente un amigo ecuatoriano -músicologo radicado en Alemania- de nuestra época virgen en Colonia allá a finales de los años ochenta.)

Finalmente, ¿me parece el alemán un idioma ‘lindo’?

No sabría responder.

Lo cual es como responder mal a una pregunta amorosa.

Porque quien pregunta si es querido y recibe una respuesta así –esquiva-, puede tener por seguro que no lo es por esa persona.

Por lo menos, no, como quisiera ser querida por la otra.

Continúa pasado mañana…

HjorgeV 02-07-2008