INTERROGANTES INFANTILES

JARED DIAMOND: COLAPSO

Una cosa lleva a la otra.

Buscando una vez en la que fue mi librería favorita y que ya no visito porque ya no frecuento esa zona de Colonia, descubrí por simple casualidad un libro que en otras circunstancias –tal vez, simplemente, otro día- habría pasado desapercibido para mí.

Desde niño llevo grandes preguntas pendientes de ser respondidas.

Son preguntas que se fueron acumulando sin ningún sentido específico y sin –aparente- mayor relación entre sí.

El libro que menciono ha resuelto varias de esas interrogantes de inmediato y ha permitido la resolución parcial de otras más.

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Como provengo de una familia ‘rota’ (mi padre solo vivió uno o dos años con mi madre, hasta que cumplí mi primer año de vida), una de las preguntas que empecé a hacerme desde muy temprano fue esa que muchos niños provenientes de familias similares tienen que haberse hecho alguna vez:

¿Cómo así se pueden ir al carajo los matrimonios, esas uniones que se suponen hechas y pensadas para toda una vida?

Que un matrimonio se disolviera, era algo que difícilmente podía entrar en mi cabeza infantil. No tanto por la separación en sí –después de todo la señora Guadaña, la muerte, también sabe separar, y muy bien-, sino por su ruptura como juramento eterno.

¿Cómo diablos podía habérseles metido a la cabeza a mis padres algo que después no podrían cumplir?, me preguntaba. Después vendría, claro, la universalización de la pregunta.

Pero no era que los calificara de irresponsables.

Es más, a pesar de ser mi padre quien claudicó y ‘abandonó’ a mi madre, creo que jamás se me pasó por mi cabeza de niño creer que él era un irresponsable, por más que esa era más o menos la visión y la versión que mi madre tenía al respecto. (Y no la ocultaba, claro.)

Si la misma separación matrimonial ya era un misterio para mi mente infantil no menos enigmático lo era el acertijo que precede al misterio –mi misterio- de toda separación de ese calibre:

¿Cómo diablos se van al carajo los matrimonios?

(Ahora sé que la pregunta tendría que ser: ¿Cómo diablos empiezan a irse al carajo los matrimonios?)

Felizmente o no, esta pregunta es algo que casi nadie se queda sin hallar -su propia- respuesta en la vida.

Pero existían aún más interrogantes sin resolver en mi mente infantil.

Me imagino que mi propia biografía, el haber sido hijo de una sociedad ‘rota’, tiene que haber influido en la aparición de esa otra gran pregunta que se tienen que haber hecho también muchos peruanos, mexicanos y latinoamericanos, en general, desde las primeras clases escolares de historia:

¿Cómo diablos pudieron irse al carajo el Imperio Incaico, el Atzteca y el Maya?

A esta gran pregunta se acopló pronto otra, no menos enigmática y que nuestros profesores del colegio no supieron responder:

¿Cómo fue posible que 180 zarrapastrosos al mando de un aventurero ex criador de cerdos, pudieran traerse abajo todo un Imperio, el de los Incas, que en su momento de máxima expansión llegó a abarcar casi toda Sudamérica?

Por otro lado, en el caso de los mayas, cuando los españoles llegaron, se encontraron con una serie de tribus dispersas sin una lengua común. No supieron del esplendor de su imperio, pues a su llegada las ciudades y restos arqueológicos mayas llevaban ya un par de siglos cubiertos por espesa vegetación.

Los mayas edificaron grandes ciudades, ostentosos templos y grandes pirámides en medio de la selva yucateca. Sus matemáticos conocían un sistema que incluía el 0. Sus astrónomos dominaban un calendario preciso.

Todo esto se fue descubriendo a partir del siglo XIX, casi mil años después de la caída del Imperio Maya.

La Gran Pregunta es: ¿Por qué fracasaron? O, mejor dicho, ¿por qué se extinguieron como civilización próspera?

(Ahora se cree saber que una posible combinación de largas temporadas de sequía y deforestación fueron los elementos desencadenantes. El hambre y la incertidumbre, a continuación, habrían desestabilizado muy pronto una sociedad de jerarquía vertical. Las pugnas internas habrían llevado a conflictos de mayor grado. Desestabilizada la jerarquía vertical, el todo se habría venido abajo muy rápidamente, también como en el caso de los aztecas y los incas.)

Por su lado, mi mente infantil guardaba aún muchos más enigmas relacionados con los incas.

Tres principales no han dejado de perseguirme desde entonces:

  1. Por qué, a pesar de su gran desarrollo, no conocieron los incas la escritura. ¿O sí la conocieron?
  2. Por qué no conocieron los incas la rueda. ¿O sí la conocieron?
  3. ¿Qué cantidad de oro y plata expoliaron los españoles (de ese entonces) y cuál es la verdadera repercusión de la llamada Conquista en nuestras sociedades actuales?

(Quien quiera ver en estas preguntas un claro o cierto antiespañolismo, se equivoca. Creo que la España actual puede ser tan responsable de los actos vandálicos y bárbaros de los llamados ‘conquistadores’ como yo lo puedo ser de que mis padres se hayan conocido y separado, por ejemplo.

No escogemos nuestros padres. Ni, por supuesto, nuestros abuelos ni el lugar de nuestro nacimiento. Tampoco la religión que profesa la sociedad en la que nacemos ni, menos, el color de nuestra piel o el de nuestros cabellos.)

El libro al que hago mención al comienzo de esta entrada lleva el título de Kollaps en alemán, Colapso. Estaba medio perdido entre las últimas novedades literarias y los llamados libros de consulta.

La librería que menciono era mi favorita justamente por ese pequeño caos reinante: su dueña apenas podía conseguir ordenar y repartir las novedades que le iban llegando y todavía le deben llegar cada semana.

Era, es, una señora que había escogido pasar de ama de casa a su actual oficio de librera, curiosamente, justo a raíz de su divorcio. Me contó que le había parecido el lugar ideal para masticar su pena. La otra posibilidad habría sido salir a recorrer el mundo, me dijo.

El libro, como digo, habría pasado desapercibido para mí, si no hubiera leído el subtítulo, porque, por lo demás, el título, el diseño y el autor, no me decían nada.

-¿Conoce usted a Jared Diamond? –le pregunté.

-¿Futbolista? –me replicó ella, sabiendo que el balompié es uno de mis temas favoritos pero ignorando que me gusta como deporte ciencia que es, sin el circo mediático y fanático que carga a sus hombros. (Nunca me he atrevido a explicárselo en detalle. No veo la necesidad de estar aclarando cómo piensas a todas las personas que conoces.)

Eso era también lo bonito de esa librería, que, al atardecer, que era cuando yo iba, siempre había muy poco público, a pesar de su cercanía a la universidad de Colonia, y uno podía permitirse solicitar un poco de información y atención más o menos personalizada.

La gran ignorancia o, mejor dicho, gran desinterés de su dueña por todo lo que no tuviera que ver con el tema parejas, relaciones y divorcios, tenía sus ventajas.

Una de ellas era que la señora U. siempre se mostraba dispuesta a ayudar si uno necesitaba más información sobre algún tema.

-Deletréeme el nombre –me dijo esa vez, mientras se colocaba los lentes para leer y se paraba frente al teclado de su computadora.

Se lo dije: Jared Diamond.

-Tiene varios libros escritos –añadió, luego de leer en la pantalla durante momentos-. ¿Le interesa alguno?

-Me interesan por ahora solo los títulos –le dije.

-Con Armas, gérmenes y acero ganó el Pulitzer de 1997.

-¿Armas, gérmenes y acero? –pregunté-. ¿Qué título es ese? (Ahora sé que esos 180 zarrapastrosos no lo eran, que aparte de sus armas de fuego, el acero de sus armaduras y herramientas, y sus gérmenes para los cuales los indígenas americanos no tenían defensas inmunológicas, tenían también otras ventajas como la escritura, por ejemplo.)

-Mire –continuó, haciéndose a un lado para que yo pudiera leer la información de la Wikipedia-. Parece que trabaja para la NASA.

Leí.

Jared Mason Diamond, biólogo evolucionista, fisiólogo, biogeógrafo y autor de literatura científica. Profesor de geografía y fisiología de la UCLA, Universidad de California, Los Ángeles; Medalla Nacional de la Ciencia de 1999.

¿Quién es este tipo?, me pregunté, profundamente impresionado.

Como soy un lector ‘omnívoro’, enseguida me sentí -además- fascinado por lo que ese autor parecía prometer.

(Desde niño leo más o menos todo lo que cae en mis manos. Mejor dicho, soy capaz de empezar a leer cualquier cosa: libros de cocina, de divulgación científica, de fútbol; novelas, relatos, poesía; artículos sobre psicología, lingüística, historia, arqueología, artes plásticas o música.

Digo empezar, porque dependerá de quien escribe –y menos del tema- para continuar o no con la lectura.)

¿Colapso?, me pregunté. ¿Un libro de literatura científica?

El título no me decía nada en especial. Como título de una novela era muy general. Como título de un libro de consulta, me sonaba más a psicología que otra cosa.

Leí el subtítulo. Decía más o menos lo siguiente:

Por qué ciertas civilizaciones/sociedades superviven o perduran y otras desaparecen.

El diseño de la portada lo completaba una vista panorámica de Chichén Itzá.

Me conmoví. Frente a mí tenía uno de los libros que tanto me había deseado desde mi niñez.

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Por lo que sabía, puesto que se trata de uno de los temas de mi interés, Chichén había llegado a ser el centro de poder de la península yucateca allá por el siglo IX.

Se dice, de acuerdo a las evidencias existentes, que es muy probable que unos cuatro siglos después –a finales del XIII-, las edificaciones fueran incendiadas, poniendo fin así, también, a un largo periodo de hegemonía y bonanza en la región.

¿Cómo se van al carajo sociedades y civilizaciones enteras?, me volví a preguntar.

¿Cómo se pudo ir al carajo un Imperio como el Incaico o el Azteca?

¿Cómo puede ser posible que después de siglos de gran auge todo se vaya al carajo?

¿Cómo puede ser posible que después de haberse jurado amor hasta la muerte, dos personas terminen odiándose o simplemente siéndose indiferentes?

¿Qué puede aprender el mundo de todo esto? ¿Qué podemos aprender, personalmente, de esos grandes destinos truncados?

Revisé el libro, conmovido.

Uno de los capítulos se ocupaba del misterio de los monolitos de la Isla de Pascua. Otro, del enigmático ocaso del Imperio Maya. La lista continuaba con los vikingos y otros pueblos. El título del capítulo 14 terminó por hacer insoportable mi ansiedad por llevarme el libro inmediatamente a casa:

¿Por qué ciertas sociedades toman decisiones con consecuencias catastróficas para sí?

(Parece ser que eso le ocurrió al pueblo Rapa Nui de la Isla de Pascua.)

Haberme convertido en adulto ha resuelto varias de mis interrogantes infantiles.

Bastante pronto aprendí, por ejemplo, que las parejas podían irse al carajo por un quítame esta paja. Aprender que también los matrimonios no estaban exentos de ese destino, me tomó un poco más.

George Bernard Shaw inmortalizó la gran paradoja que conduce a dos seres a querer unirse para toda la vida. Dijo más o menos lo siguiente:

«Cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta, la más insana, la más ilusoria y la más fugaz de las pasiones, se les pide que juren que seguirán continuamente en esa condición excitada, anormal y agotadora hasta que la muerte los separe.»

Con los libros de Diamond he aprendido que sociedades y civilizaciones enteras pasan por vicisitudes parecidas a las de una pareja unidas por el vínculo matrimonial. La gran diferencia tal vez está en que las sociedades se van formando por necesidad e intereses comunes, y no -necesariamente- por ese sentimiento que llamamos amor. (Y que no se juran convivencia ni unión eternas.)

Sus libros me han hecho hecho recordar que se pueden cometer graves errores a sabiendas que con ellos estamos sentando las bases para grandes catástrofes personales o sociales.

O que, por el contrario, los grandes errores recién se llegan a notar como tales cuando ya es demasiado tarde.

Jared Diamond es de los pocos científicos que tienen la cualidad de ser excelentes narradores a la vez, por más que sus libros no sean siempre de fácil lectura.

Pero aún más que eso, su capacidad para relacionar sus conocimientos e inquietudes científicas con la acuciante realidad mundial actual (¿Por qué grandes civilizaciones tomaron tan catastróficas decisiones que llegaron a desaparecer por ello?), es algo que deberían agradecerle muchos más nuevos lectores.

De sus libros me atrevo a decir que han cambiado mi cosmovisión y, con ello, mi vida, pues me han ayudado a entender mejor la condición humana.

HjV 07-01-2008

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